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  • Índice

Pueblo, soberanía y partidos

PUEBLO, SOBERANÍA Y PARTIDOSDalmacio Negro
1. Introducción
Problemas políticos existirán siempre a causa de la liber-
tad, que, decía Berdiaev, «no es un derecho, sino un deber».
En este momento, son especialmente graves en Europa,
donde están precisamente en juego las libertades, debido,
entre otras causas, a la hiperregulación de cualquier tipo de
actividad, incluida la de pensar, perseguida por la political
correctness importada de Norteamérica, una modalidad del
leninista «¿libertad, para qué?». Monopolizado el poder
político desde hace tiempo por una antipolítica clase políti-
ca corrompida moral y materialmente, que se atribuye saber
mejor que nadie lo que les interesa o conviene a los demás,
impone sus caprichos y los de sus clientelas. Hay leyes hasta
¡contra el odio! Jünger pensaba hace tiempo que quedaba
todavía la posibilidad de emboscarse. Hoy no queda ese
recurso. Algunos se van a Rusia o al África negra; para la
mayoría y en general es imposible.
2. La crisis presente
Es evidente, que el serio proceso de decadencia material
en que está sumida Europa, constituye una consecuencia de
la gravísima crisis espiritual: se debate entre dos amenazas
totalitarias, de momento sin alternativa. La alternativa
podría ser la Iglesia, que ha hecho Europa. Pero la Iglesia
–las iglesias–, sumida también en el proceso de decadencia,
no es hoy un contramundo en el mundo, pues, más o menos
enfeudada a los gobiernos temporales, ha renunciado a ejer-
cer su auctoritas .
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La crisis más grave es sin duda la interior: el totalitarismo
pacifista, «liberal» dice Spaemann, ha degradado a los euro-
peos de su condición más o menos retórica de ciudadanos a
la de súbditos siempre sospechosos, Verdächtige, de algo (E.
Jünger, G. Steingart). Tal vez ya, a juzgar por los hechos, que
se suceden aceleradamente, a la de «investigados permanen-
temente», como sucede por ejemplo en cuestiones fiscales,
lo único que preocupa verdaderamente a la economicista
clase política. Gunner Heinsohn opina sin ser el único, que
el Brexit puede ser la salvación pues, según él, implica una
competencia en torno al espíritu de Europa. ¿Entre la
Europa de las naciones y sus tradiciones históricas y la sovie-
tizada Europa socialdemócrata? La segunda amenaza proviene, en principio, del exte-
rior; pero es también interior debido a las mismas actitudes
antipolíticas de las clases dirigentes: se trata de la amenaza
del islam. En principio, no es una cuestión estratégica, belí-
gena, sino de seguridad, tanto frente al islam yihadista como
en relación con el pacífico por la «cuestión demográfica».
Una cuestión, que se agrava rápidamente por la actitud
complaciente de los gobernantes y la numerosa y variada
legislación que dificulta la natalidad autóctona o le es abier-
tamente contraria. Muchos demógrafos creen que Europa
podría ser mayoritariamente musulmana a fin de siglo, y, en
casos como el de Francia, hacia 2050. Algo que, curiosamen-
te, no parece preocupar al Papa Francisco.
3. La irrupción del populismo como respuesta a los partidos
La política es inseparable de la historia: es cliopolítica.
Pero la vida política concreta gira desde hace dos siglos en
torno a los partidos. Al principio, tenían escasa influencia
social. Debido a la politización, cuya lógica lleva a la domi-
nación totalitaria, que, neutralizando al pueblo lo despoliti-
za (1)–, existe una peligrosa partidolatría que lleva a aceptar
se circunscriba la vida política al ámbito del Estado y su
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(1)Nicolas T
ENZER, La sociedad despolitizada , Barcelona, Paidós, 1992,
pág. 116.
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sociedad política, que obligan a la vida social y al pueblo a
girar en torno a ellos. Los partidos representan formalmente al pueblo, el titu-
lar de la soberanía, «el poder absoluto y perpetuo en una
República», según una las definiciones de Bodino. Mas ha
irrumpido en la escena el populismo como una respuesta a
los partidos políticos. Populismo que apenas tiene que ver
con el hispanoamericano de orientación claramente sovieti-
zante de Ernesto Laclau, su esposa Chantal Mouffe y otros.
Este populismo responde a la visión del «buen revoluciona-
rio» descrita por Carlos Rangel, mientras el surgido en
Europa y Estados Unidos es más bien contrarrevolucionario:
se enfrenta, de manera imprecisa por ahora, a la revolución
del integrismo laicista de los partidos políticos, que como
una prolongación de la Ilustración según la interpretación
jacobina, intenta deseuropeizar Europa descristianizándola,
lo que equivale a descivilizarla, como está ocurriendo acele-
radamente desde las dos o tres últimas décadas. En principio, se trataría de eliminar todas las religiones,
acusadas principalmente de fomentar la violencia (2) y ser
enemigas de la felicidad (3). El pacifismo integrista se alía
con tal fin hasta con el islam militante, que, naturalmente,
se beneficia de semejante actitud irracional, irrealista y utó-
pica, pues, «el hombre, decía Zubiri, no tiene religión, es
religión». La religión, que mira al allende, y la política, que
mira al aquende, son inseparables y, pese a las apariencias,
«la política de la Edad contemporánea constituye otro capí-
tulo más de la historia de la religión» (4). Paradójicamente,
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(2) Vid. William T. C
AVANAUGH, El mito de la violencia religiosa. Ideología
secular y raíces del conflicto moderno , Granada, Nuevo Inicio, 2010.
(3)La felicidad terrenal, una idea puesta de moda por la Ilustración,
es el objetivo compartido por todas las variedades del socialismo. En la
Venezuela bolivariana existe un «Viceministerio para la Suprema
Felicidad Social del Pueblo». En los Emiratos Árabes un «Ministerio de
la Felicidad» existe «para generar “bondad social y satisfacción”». Con la
misma lógica, se está pensando en España en crear ¡un Instituto Estatal
para el Talento en el Empleo! Etc. La felicidad es, a fin de cuentas, el obje-
tivo de la política «social». (4) John G
RAY, Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la uto-
pía, Barcelona, Paidós. 2008.
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como el hombre es religión, el integrismo laicista sustituiría
en realidad las religiones por otra religión artificiosa, cienti-
ficista, o como la sincrética que ya se postula (5), a gusto y
conveniencia de las oligarquías dirigentes, que se hacen visi-
bles a través de los partidos. Pueblo y populismo tienen la misma etimología. No obs-
tante, la palabra populismo suele tener un sentido despecti-
vo en el uso corriente. Así pues, ¿qué pasa o no pasa en ese
contexto histórico, en la vida política? Si los actores son los
partidos y los partidos representan al pueblo, ¿qué pasa, o
no pasa, con ellos? La pregunta inmediata capaz de sugerir
la respuesta es: ¿representan los partidos la soberanía del
pueblo?
4. Pueblo y partidos
Los partidos políticos son agrupaciones que buscan el
poder dentro de un orden político concreto. Así pues, exis-
ten siempre, aunque se denominen facciones –la factio popu-
lorum al final de la república romana por ejemplo, desde los
Gracos hasta Julio César–, camarillas, grupos de poder o con
otros nombres, incluidas las sectas religiosas cuando compi-
ten por el poder político (6). Surgen al agruparse hombres
para luchar por hacerse con el poder, tanto dentro de él
como frente a la oligarquía que lo ostenta. La organización,
un concepto que implica burocracia, es el rasgo principal
que distingue a los partidos de los demás grupos que persi-
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(5) Quizá la de origen norteamericano, que mezcla la de la democra-
cia como una religión de John Dewey y el Moralistic Therapeutic Deism que,
dice B. S. Gregory en The Unintended Revolution. How a Religious Revolution
secularized Society (Cambridge, Harvard University Press, 2012), está colo-
nizando las religiones tradicionales. Parece ser una de las ideas centrales
de Obama y los Clinton, representantes de las oligarquías «liberales», es
decir, socialdemócratas, que es lo que significa «liberal» en Estados
Unidos. (6) «El evitar los partidos exige gran habilidad en el legislador, de
modo que muchos filósofos opinan, que este secreto, como el del gran eli-
xir o el del movimiento continuo , puede ocupar nuestros ocios teóricos,
pero nunca logrará ser llevado a la práctica». David H
UME, Ensayos políticos ,
Madrid, Unión Editorial, 1975, 7, «De los partidos en general», pág. 66.
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guen el mismo fin. Y, en tanto organizaciones, son formas
modernas de competir por el poder político, pues la burocra-
cia –de antecedentes eclesiásticos como todo en Europa (7)–,
es consustancial a la estatalidad, una creación del siglo XVI.
Abarcan sólo una porción mínima del pueblo, salvo cuan-
do la intensidad de las oposiciones desemboca en guerra
civil. Y aun así, parte del pueblo puede permanecer más o
menos indiferente o al margen; solía ocurrir antes de apa-
rición de los armamentos contemporáneos, aunque les
afecten por ejemplo los impuestos. Las mismas guerras civi-
les son también luchas entre partidos o facciones, etc.: son,
como toda guerra, la continuación de la política por otros
medios. Luchas entre oligarquías, especialmente cuando es
política.
5. Los antecedentes de los partidosEl antecedente de los partidos actuales son el tory(con-
servador) y el whigh(liberal), que aparecieron en Inglaterra
después de la revolución puritana. Forzando lo que dice
Hume acerca de ellos (8), cabe distinguir entre partidos de
principios y partidos de intereses. Una distinción abstracta, sim-
plificadora, ideal, útil para el análisis político. Los de prin\
ci-
pios son partidos de ideas, de tendencia aristocrática, los de
intereses son partidos utilitarios, de tendencia oligárquica.
Los primeros se forman en torno a principios éticos e ideas
políticas sobre cómo se debegobernar mirando al bien
común del pueblo o al bien de la nación. Los segundos bus-
can proteger sus intereses o mejorar su posición sirviéndose
del poder político.
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(7) Pierre M
ANENT,Histoire intellectuelle du libéralisme , París, Calmann-
Lévy, 1987, «Avant-propos», págs. 19-20: «El desenvolvimiento político de
Europa es solamente comprensible como la historia de las respuestas a los
problemas planteados por la Iglesia –una forma de asociación humana de
un género completamente nuevo–, al plantear a su vez cada respuesta ins-
titucional problemas inéditos que reclaman la invención de nuevas res-
puestas. La clave del desenvolvimiento europeo se llama el problema
teológico político ».
(8) Ibid. Vid. también 8: «De los partidos británicos».
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Los partidos continentales –y en general los existentes
en otras partes– proceden directamente de la Revolución
francesa, al dividirse los revolucionarios en moderados o
«conservadores», la «derecha», mezclando ideas e intereses,
y radicales jacobinos o «liberales», la «izquierda». Los prime-
ros son más políticos, los segundos más moralistas. Si no se
pierde de vista que, en la historia el origen está siempre
presente (9), tanto la derecha como la izquierda, represen-
tantes de la soberanía del pueblo o de la Nación, eran,
siguieron y siguen siendo revolucionarias. Lo percibió muy
bien Donoso Cortés. Prescindiendo de casos concretos y
generalizando, la mayor diferencia consistía en que los
moderados, la derecha, querían hacer compatible la sobera-
nía del pueblo o de la Nación, con la de la monarquía
(Monarquía constitucional, Monarquía parlamentaria),
mientras la izquierda era o tendía a ser, republicana.
6. Del Estado al Estado de Partidos
Después de la segunda guerra mundial, el Estado –o el
Gobierno donde no hay Estado–, ha devenido Estado de
Partidos aunque no se reconozca como tal, a imitación del
Estado controlado por los partidos únicos totalitarios, parti-
dos doctrinalmente de principios o ideas. Así pues, si los
partidos representaron alguna vez la soberanía del pueblo o
la nación, es obvio que, conforme a la ley de hierro de la oli-
garquía –y la de la anakyklosis–, se representan hoy a sí mis-
mos. No es sólo la teoría sino la realidad efectiva. En esta
forma del Estado o del Gobierno, los partidos son como fac-
ciones del «consenso político» oligárquico, que les hace com-
patibles y, en cierto modo, los unifica en torno a un mismo
fin: por supuesto el bienestar del pueblo –no por cierto el
bien común– empleando cada uno su propio método. Eso
equivale formal y fácticamente a una dictadura colectiva
semejante a la del partido único. La diferencia es que apa-
renta ser pluralista ante el pueblo y la nación, si bien la polí-
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(9) Jean G
EBSER, Origen y presente , Gerona, Atalanta, 2011.
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tica se limita a las discusiones y disensiones entre ellos como
facciones del consenso.El gran engaño consiste en que el consenso político
usurpa sus funciones al consenso social natural, espontáneo,
obra de la historia, al atribuirse los partidos la representa-
ción de la sociedad –no exactamente la del pueblo, pues
sociedad y pueblo son cualitativamente diferentes (10)–
como si fuesen sus dueños. Soberanía del pueblo o sobera-
nía de la Nación son ficciones útiles, diría Bentham, quien
procuraría seguramente desenmascararlas. Consenso políti-
co no significa, pues, consenso popular, sino la sumisión del
pueblo a una mayoría, doctrinalmente democrática, forma-
da por los votantes, que poco pueden elegir. Su participa-
ción en la vida política se limita prácticamente a este acto.
El propio Rousseau, el santo patrono de la soberanía popu-
lar o del pueblo, reconocía que era inevitable. Mientras los gobiernos dejaron en paz al pueblo y no se
entremetieron demasiado en los detalles de la vida social,
actitud muy peligrosa contra la que advirtieron ya Tocque-
ville y hasta Comte, la farsa no era evidente. No obstante,
reciente todavía la segunda guerra mundial, cuando la
gente tenía otras preocupaciones y se desinteresaba de estas
cosas y de sus posibles consecuencias langfristig,un pensador
como Ernst Jünger se preguntaba en 1951: «¿Por qué votar,
es decir, elegir, en una situación en que no queda ya elec-
ción? La respuesta al ofrecerle a nuestro votante la papeleta
de voto, es que se le da la ocasión de participar en un acto
de aclamación» (11). Igual que en los Estados reconocidos
formal y materialmente como totalitarios, representados
entonces principalmente por la URSS.
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(10) Se suele pasar por alto la diferencia, que es fundamental, entre
el pueblo y la sociedad. Vid. Alfredo C
RUZPRADOS, La sociedad como artificio.
El pensamiento político de Hobbes , Pamplona, Eunsa, 2008. El concepto socie-
dad es mecanicista; de ahí el individualismo radical. El concepto pueblo es
organicista y el individuo está inserto en su medio natural. (11) La emboscadura (1951), Barcelona, Tusquets, 1988, pág. 23. El
voto no es hoy más que una cortesía del sistema y un acto de pleitesía al
mismo; puro conformismo ritualizado dirigido por la propaganda del
consenso.
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7. La estructura social de los partidos y sus consecuenciasSi se aplica la distinción inferida de Hume a los partidos
hodiernos, los de tendencia socialista o colectivista son par-
tidos de principios; es decir, generosos y desinteresados,
de tendencia aristocrática. No obstante, dada la necesidad de
coherencia doctrinal o ideológica, les corresponde en reali-
dad la representación en este tipo de partidos, a quienes
definen la doctrina y la custodian como Papas políticos:
Lenin, Hitler, Mussolini, Mao..., y sus consejeros doctrinales,
el sacerdocio político. Los otros partidos, conservadores o
liberales, son menos doctrinarios o, por decirlo eufemística-
mente, más realistas o prácticos, pero la representación le
corresponde al jefe y su camarilla. Simplificando otra vez,
estos últimos partidos, o son simplemente antisocialistas, o
sea, anticolectivistas, y representan a quienes temen la
«indiscutible superioridad moral» del socialismo fundada
en su tendencia retóricamente aristocrática –que disculpa a
sus partidarios hagan lo que hagan, puesto que «la verdad es
siempre revolucionaria», como dijo Lenin parodiando la
frase evangélica «la verdad os hará libres»–, o bien represen-
tan crudamente intereses materiales, principalmente econó-
micos. Lo cierto es, que los partidos de cualquier tipo depen-
den de los oligarcas que los dirigen: de sus principios o
ideas, de sus gustos, sus amistades, afectos, simpatías y anti-
patías, aficiones, intereses en sentido amplio y materiales en
sentido concreto, etc. Si se trata de partidos únicos o prácti-
camente únicos, el jefe –Stalin, Hitler...– decide sin más. Si
se trata de partidos consensuados, deben sopesar todo eso
con los oligarcas de los otros partidos.
8. El carácter oligárquico de los partidos
La característica principal de los partidos en sí mismos es,
pues, su carácter oligárquico. Es sabido que Robert Michels
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llegó a esta conclusión desmitificadora en su famoso estudio
sobre el partido socialdemócrata alemán (12): en tanto
socialista, era un partido de principios e ideas –ideológico–,
pero representaba en la práctica los intereses de los oligar-
cas que lo dirigían, aunque tuviesen que acomodarlos a los
de sus seguidores y posibles votantes o disimularlos. Tesis
generalizable a todos los partidos de derechas y de izquier-
das; y por supuesto, a los que dicen ser de centro para pare-
cer neutrales, lo que significa casi siempre, que lo que les
importa es contentar a todos para disfrutar del poder. Es decir, los partidos pertenecen a la oligarquía que los
dirige y se rigen por los intereses, en sentido amplio, de sus
dirigentes, que pueden coincidir –suelen acabar coincidien-
do– con los de quiénes deambulan en lo que llamó Carl
Schmitt los «pasillos del poder», una de las causas normales
de la corrupción política relacionada con la naturaleza
humana. Lo anormal es –era– que se inventen sistemas polí-
ticos estructuralmente corruptos y generadores de corrup-
ción, como suelen ser los socialistas: su angelismo (de hecho
cinismo) antropológico de marca rousseauniana (y kantia-
na) les lleva a confiar en que los ideales y la organización
impedirán mecánica o automáticamente la corrupción o,
por lo menos que se note.
9. Política y conflicto
Una de las justificaciones de la política consiste, en que
la vida colectiva es conflictiva. Mas la lucha política se con-
funde hace tiempo con la lucha por la «hegemonía cultu-
ral», como pedía Gramsci, sin que esto signifique que sea el
autor italiano el deus ex machinade una situación tan confu-
sa como la actual. La historia la «determinan» infinitas cau-
sas, concausas, circunstancias y hechos incidentales entre los
que hay que elegir para interpretarla. Por eso decía Ranke
que la historia es una obra de arte: hay que interpretarla, lo
que no significa falsificarla como ocurre por ejemplo inten-
–––––––––––– (12) Los partidos políticos, Buenos Aires, Amorrortu, 1991.
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samente en España, donde «llevamos, dice Pío Moa, cuaren-
ta años de embrutecimiento por la falsificación de la histo-
ria», sea por ignorancia, sea por sectarismo, por negocio o
para justificar la existencia de un enemigo al que tiene que
combatir permanentemente como a Satán el sistema políti-
co establecido. Frecuentemente, las cuatro cosas juntas. Puestos a interpretar, la causa concreta principal de la
situación política actual, en realidad histórico-política
–dejando aparte el desafío del Islam–, es el conflicto en el
mundo de las ideas, entre el modo de pensamiento ideoló-
gico, que es el dominante, y el modo de pensamiento realis-
ta (o que pretende serlo). Este último puede considerarse
hoy minoritario y prácticamente ausente de la lucha políti-
ca, salvo precisamente lo que puedan tener de realistas los
movimientos populistas europeos y el norteamericano, Por
lo menos, parecen oponerse al irrealismo político de los
individuos que llamaba Oakeshott manqués(resentidos, frus-
trados) o a disgusto con la realidad histórica, y sus amigos y
clientes interesados, y reivindicar el sentido común, impres-
cindible en la política.
10. Clases y oligarquías
Es muy ilustrativa la tesis expuesta por Helmut Schelsky
(1912-1984) en los años setenta del siglo pasado, en un libro
convenientemente silenciado por parte de sus colegas soció-
logos y por los escritores políticos en general; quizá porque
su realismo parecía una denuncia que les afectaba (13). En
Alemania destacaron las críticas de los frankfurtianos y de
algún sedicente liberal como Ralph Dahrendorf –obsesiona-
do por cierto con obtener el titulo de Sir, lo que consiguió–,
a quien reprochaba Schelsky, que «enterraba la teoría de las
clases sin quererlo ni saberlo en vez de renovarla». Lo cier-
to es, que el libro de Schelsky fue bastante dado de lado o
censurado por todos los que viven directa e indirectamente
de la política.
–––––––––––– (13) Die Arbeit tun die Andere. Klassenkampf und Priesterherrschaft der
Intellektuellen , Francoforte de Meno, DYV, 1975.
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En un momento en que era abrumadora la propaganda
sovietizante y prevalecía la versión marxista de la oposición
entre las clases económicas –que estaba ya en los ingleses
John Millar y Adam Ferguson, a quiénes siguió Marx según
Sombart–, incurría Schelsky en la herejía de considerarlas
obsoletas y dar una explicación más profunda y políticadel
problema de las clases relacionando las oligarquías con el
modo de pensamiento ideológico. Según Schelsky, la lucha de clases tenía lugar cuando
escribía –y es más aguda en el momento presente– entre la
clase de los intelectuales como salvadores teóricos
(Heilslehren) y el resto, la clase de los productores de bienes
(Güterproduzenten ) que trabajan para sostener el sistema esta-
blecido. La clase de los Heilslehrenestá formada por
Sinnproduzenten, productores de sentido entregados a la
reflexión permanente ( Dauerreflexion), y Sinnvermittler, los que
difunden los resultados entre la opinión para formarla o
educarla. Esta puesta al día de las ideas de Comte sobre
cómo debería organizarse el gobierno en el estado positivo
de la Humanidad, fue como un anticipo del porvenir del
pensamiento único de moda reforzado e impuesto por la
political correctness norteamericana. Que es en realidad, el
método jacobino y leninista del modo de pensar totalitario,
excepto la manera terrorista manu militaride imponerlo.
11. Cambio social y Estado de Partidos La sabiduría de los Heilslehren, influida, no siempre sin
saberlo, por la intensa propaganda leninista, ha conseguido
difundir como un dogma entre los gobernados la mentali-
dad del futurismo totalitario del cambio por el cambio, el
objeto de la política del Estado Social y Democrático de
Derecho, configurado expresamente en Alemania en
Estado de Partidos ( Parteistaat) e imitado de derecho o de
hecho en todas partes (14).
–––––––––––– (14) Vid. Manuel G
ARCÍA-PELAYO, El Estado de Partidos, Madrid,
Alianza, 1986.
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––––––––––––(15) Prefacio a Democracia S. A. La democracia dirigida y el fantasma del
La teoría del cambio social es un Ersatzmás aceptable de
la doctrina marxista-leninista de la revolución. Hizo furor
en las Universidades y los mediadesde los años sesenta y se
concibió la idea de convertir la historiografía en una ciencia
social tributaria de la filosofía marxista de la historia, en rea-
lidad una ateiología, para estar en «el lado correcto de la
historia», como diría Obama, premio Nobel de la Paz por el
mero hecho de ser negro, antes de demostrar merecerlo por
sus obras. Uno de sus méritos posteriores es haber promovi-
do o impulsado la «primavera árabe» y ayudado al Isis o
Califato terrorista, que ha venido a turbar la paz pacifista –si
justa o injusta es ya lo de menos– de la paloma de Picasso en
la ensimismada Europa socialdemócrata.
12. El totalitarismo invertido
Los partidos patrimonializan hoy en día los Estados y los
Gobiernos se justifican con la doctrina del cambio social
como el Triebfeder o motor del cambio histórico correcto para
llegar a la democracia verdadera o auténtica. Die wahre
Demokratie de Marx, reinterpretada por Lenin y renovada
por la revolución culturalista contracultural de 1968, que
dio carta de naturaleza universal al nihilismo de fondo del
leninismo. Hasta el Governmentnorteamericano, considera-
do el más libre –pero siempre futurista, la Nueva Jerusalén
desde antes que hiciera suyo el leninismo el mito de Moscú
como la Tercera Roma– ha hecho suyo el modo de pensa-
miento sovietizante. A la verdad, lo ha incentivado con la
aportación del multiculturalismo y otras bobadas que expe-
len las Universidades estadounidenses, difunden sus mediay
acaban instalándose en el muy infantilizado inconsciente
colectivo. Una consecuencia de la separación protestante
entre la fe y la razón, entre el hombre interior y el exterior,
que deja libre el campo al cientificismo. Así, Sheldon S.
Wolin observa la progresión en Estados Unidos de lo que
llama el totalitarismo «invertido» (15). Es decir, en lugar de
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––––––––––––
totalitarismo invertido, Buenos Aires, Katz, 2008. Explica Wolin que el tota-
litarismo puede adoptar formas diversas. Su propósito consiste en «poner
en evidencia tendencias en nuestro propio sistema de poder, que se opo-
nen a los principios fundamentales de la democracia constitucional. Esas
tendencias son, en mi opinión, totalizadoras, en tanto revelan una obse-
sión por el control, la expansión, la superioridad y la supremacía». La rea-
lidad posterior de la reacción populista con Trump contra el sistema,
viene a confirmar su tesis. (16) Sobre la relación entre Calvino y Hobbes, Olivier A
BEL, Pierre
M
OREAUy Dominique WEBER(eds.), Jean Calvin et Thomas Hobbes. Naissance
de la modernité politique , Ginebra, Labor et Fides, 2013.
las ideas prevalece la ideología, la perversión futurista del
pensamiento político, que remonta, según Julien Freund, a
la visión artificialista de Thomas Hobbes, el primero de los
ideólogos como pensaba Comte, aunque François Picavet
no le prestó atención al hacer su nómina. Michael Walzer va
más lejos y piensa que habría sido Calvino, muy influyente
en Hobbes, el primer ideólogo (16). Peter Sloterdijk ha
señalado que el Génesisimplica el artificialismo y John Gray
piensa que el origen del futurismo, a la postre un milenaris-
mo renovado por el protestantismo (según este escritor,
pese a Lutero y Calvino), puede estar en el Apocalipsis. Lo de
Pierre Manent. O lo de Chesterton: las ideas cristianas se
han vuelto locas.
13. Política y Kulturkampf
La política como lucha por la cultura no la inició
Bismarck con su Kulturkampf–reintentado por Hitler de otra
manera– para completar la unificación política de Alemania
con la religiosa, que fracasó, relativamente, por la oposición
del Zentrum, el partido de los católicos. Es muy antigua, ante-
rior a la Revolución francesa, aunque renació en sus vísperas
con el futurismo del siglo XVIII, si bien el modo de pensa-
miento ideológico, cuya clave es la idea de emancipación,
como observó también Freund, no salió a la luz hasta esta
revolución. La III República intentó imponer el laicismo
como una moral parareligiosa –el cristianismo sin religión
de Rousseau– por motivos parecidos. La lucha por la cultu-
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––––––––––––(17) Sobre los modos de pensamiento: Hans L
EISEGANG, Denkformen.
(1928), Berlín, W. de Gruyter, 1951; Alfred N. W
HITEHEAD, Modos de pensa-
miento, Buenos Aires, Losada, 1944. Karl Mannheim se refirió a los estilos
de pensamiento en Ensayos sobre sociología de la cultura , Madrid, Aguilar,
1957. También, Dalmacio N
EGRO, «Modos del pensamiento político»,
Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (Madrid), núm. 75
(1996) y «Sobre el modo histórico de pensar», Anales de la Real Academia
de Ciencias Morales y Políticas (Madrid), núm. 92 (2015).
ra se remonta en Europa al conflicto de los griegos contra el
Imperio persa, al que siguió la contienda con el islam, luego
las guerras civiles ligadas a motivos religiosos, que asolaron
gran parte de Europa a causa de la Reforma, etc. Lo inédito
es la lucha cultural planteada por el modo de pensamiento
ideológico. Lo expresó muy bien Gramsci con su concepto
de lucha por la «hegemonía cultural».
La emancipación es la madre de ese modo de pensa-
miento (17) y el denominador común de todas las ideolo-
gías concretas. Kant contribuyó poderosamente a su éxito
sin quererlo, con su escrito ¿Qué es la Ilustración?, al que que
hay que añadir La paz perpetua, un librillo irónico, Hannah
Arendt dixit, muy de moda en la pacifista Europa socialde-
mócrata. El modo de pensamiento ideológico, un pensamiento
pseudofilosófico al ser einseitig, unilateral, mutila la realidad
para emanciparse de ella. Progresó como filosofía para las
masas gracias a su simplicidad y llegó a su apogeo en el siglo
XX al triunfar la revolución leninista, que implantó en Rusia
el primer Estado Totalitario. Esta forma estatal es una posi-
bilidad de la hybrisdel artificialismo de la cultura europea
sometida a la ciencia y la técnica, aplicadas por Hobbes a su
teoría del Estado como un Gran Artificio imitando a la
Iglesia, que ni es científica ni es técnica. En esta forma, quizá
terminal, del Estado, es esencial el modo de pensamiento
morfotécnico, cuyo principio moral o de acción reza, según
Konrad Lorenz, «todo lo que puede ser hecho debeser
hecho». Otra explicación del caos intelectual o, mejor, espi-
ritual, que forma parte del modo ideológico de pensar.
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––––––––––––(18) Die skeptische Generation , Düsseldorf, Eugen Diederichs, 1957.
(19) Eso se ha repetido muchas veces. Marx no hubiera sido proba-
blemente tan famoso si no hubiese escrito en francés, y cabe decir lo
mismo de otros pensadores revolucionarios, que escribieron en ese idio-
ma, o en inglés, o fueron traducidos a esas lenguas. El predominio –mere-
cido– de la cultura alemana durante los dos últimos siglos, es debido sin
duda a las traducciones. Sin embargo, se traducen más las obras políticas
revolucionarias que las conservadoras o no revolucionarias. Así, Lorenz
14. Culturalismo y renovación del modo de pensamiento
ideológico
El culturalismo de 1968, una protesta revolucionaria de
los estudiantes de ciencias sociales contra los hábitos, las cos-
tumbres y las tradiciones de la conducta, renovó el modo de
pensamiento ideológico inherente al artificialismo presen-
tándose como una contracultura. Eric Zemmour dice que
conquistó la sociedad en detrimento del pueblo. Desde
luego, ha infectado la cultura sustituyendo la tradicional por
el culturalismo banal, cuya influencia es evidente en la cre-
ciente neutralidad cultural o indiferentismo de las genera-
ciones posteriores. La sociedad reina así sobre el pueblo
favoreciendo a minorías sociales culturalistas e introducien-
do discriminaciones positivas y negativas a conveniencia con
la colaboración de los gobiernos. Esto ha sido la mecha del
populismo, encendida empero por la invasión musulmana,
que tiene atemorizados a los totalitarismos socialdemócratas
establecidos: ni los individuos ni los pueblos pueden sopor-
tar indefinidamente la inseguridad, la incertidumbre y la
tendencia a la desintegración como un destino. Un dato
importante es el origen alemán de esa revolución, muy
influida por el nacionalsocialismo, una versión del leninis-
mo más popular –el Volk– que nacionalista. La iniciaron
estudiantes pertenecientes a la «generación escéptica», como
la denominó precisamente Schelsky (18), aunque se difun-
dió desde Berkeley y París, por el hecho, en cierto modo tri-
vial, de que el inglés y el francés son más asequibles que el
alemán (19).
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––––––––––––
von Stein, cuyo pensamiento es fundamental por ejemplo en el derecho
constitucional y en el derecho administrativo, es conocido principalmen-
te por artículos y referencias de otros autores.(20) Il post partito. La fine delle grandi narrazioni, Bolonia, Il Mulino,
2015.
15. Efectos del culturalismo sobre los partidos
Un mérito del culturalismo contracultural es que remo-
zó el envejecido socialismo de distintas tendencias, de modo
que todos los partidos son hoy de orientación socialdemó-
crata sovietizante y anarquizante. La palabra democracia
designa ahora lo que considera cada uno democrático –al
final quien tiene más poder– y los partidos, que se conside-
ran todos democráticos, se dividen sedicentemente en
«izquierdas» más o menos variopintas y «derechas» más o
menos conservadoras o liberales. Los de derechas prefieren
decir que son de centro, para disimular que son catch-all-par-
ties , partidos atrápalo-todo, y también revolucionarios: su
función política suele consistir en arreglar los desperfectos
económicos de la izquierda, consolidar sus «conquistas
sociales» y, lo que es más grave, las morales; conquistas todas
ellas favorables al artificialismo colectivista del modo de
pensamiento ideológico. El mejor ejemplo es seguramente
el español desde la Reinstauración de la monarquía. En definitiva, todos los partidos representan los intereses
de los respectivos oligarcas envueltos en la ideología, pues,
como enseñaron Huxley y Orwell, el colectivismo –que es
anarquizante– necesita imprescindiblemente una minoría
rectora más o menos camuflada, parecida al consenso polí-
tico pluralista. Las distopías de estos imaginativos autores
ingleses, pueden ser hoy utilizadas perfectamente como
manuales de teoría política. Enseñan más que la mayoría de
los así titulados. No es de extrañar que, según Paolo
Mancini, ha pasado el tiempo de los partidos políticos (20),
que, mal que bien, no era dictatorial ni tiránico hasta la
recepción del leninismo.
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––––––––––––(21) Bilbao, Deusto, 2012.
16. Partidos y sociedad civil
Los partidos son en teoría, según la descripción de
Lorenz von Stein, la manera en que penetra la sociedad civil
– q u e p a r a S t e i n n o c o i n c i d e e x a c t a m e n t e c o n l a
Bürgergesellschaft hegeliana, sino la sociedad como sinónimo
de pueblo– en el Estado. Sin esperar a la contracultura del
68, desde el final de la Gran Guerra son los partidos los que
penetran en la sociedad civil para explotarla como unas «éli-
tes extractivas» cualesquiera, semejantes a las descubiertas
de repente a los economicistas despistados por D.
Acemoglu y J. A. Robinson en su difundido libro Por que fra-
casan los países (21). Como si nadie se hubiese dado cuenta
antes de lo que significan las palabras oligarquía, plutocra-
cia, crisocracia, etc., excluidas del lenguaje económico. Su
sorpresa se debe sin duda principalmente a que la realidad
no es reductible a las matemáticas como ha puesto de moda
el economicismo. La economía como ciencia o como arte
era y sigue siendo política, economía política. El mismo Marx
la concebía así. Su éxito se debe, observó Schumpeter, a que
le añadió una penetrante sociología socioeconómica. Lenin
y la social-democracia rival de Kautsky, Bernstein, etc., para
quienes todo era político, la transformaron en política eco-
nómica, degradaron el derecho a política jurídica, etc. Es lo
que hace en Europa la clase dirigente.
17. La ley trascendental de la política
Polibio llamó anakyklosishace veinticinco siglos a la evo-
lución y degeneración de las formas políticas y de gobierno.
En realidad, es una ley histórica general: todo tiene su
anakyklosis particular, pues tanto lo natural como lo artificial
–producido o construido por el hombre con elementos
naturales– tienden inexorablemente a descomponerse o
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corromperse. Fue así como llegaron los griegos a la idea de
un principio o ser superior, el theós, que impide que el uni-
verso entero, kosmios, regrese al kaos,desorden, descomposi-
ción o corrupción del orden. Fue Jenófanes, según Popper,
el primero en caer en la cuenta de la necesidad de lo que
podría llamarse una Providencia. Pero debido a su naturalis-
mo, los griegos no las tenían todas consigo: el kosmiosse
deteriora también y no podían evitar creer, como los ecolo-
gistas, en la ley cíclica del tiempo, la anakyklosis. Como a los
naturalismos les resulta inconcebible lo infinito, según la
cuenta de Platón, la Idea de las ideas, la providencia de
Jenófanes o el theós de Aristóteles, sólo podrían mantener el
orden en ciclos de 7500 años. Las religiones bíblicas (ju-
daísmo y cristianismo) confirmaron las concepciones grie-
gas de la Idea de las ideas, el theósy la Providencia. Pero
introdujeron con la creencia en la creatio ex nihilola infinitud
y, con ella, la conciencia y el sentido históricos (22). Lo que
no implica la anulación de la anakyklosis y de la ley de hierro
de la oligarquía. Los griegos no enunciaron esta última ley por parecerles
de sentido común. Sabían que, como dijo Wright Mills, «en
cualquier sociedad, ostenta el poder solamente una minoría
en sus diversas formas». Es también una ley histórica gene-
ral, pero tan fundamental en la política –que es en rigor
cliopolítica–, que gira en torno a ella el pensamiento propia-
mente político. Fernández de la Mora la bautizó como la
«ley trascendental» de la política concreta, efectiva. Ambas
leyes son consustanciales a la naturaleza humana. Para retra-
sar la ley cíclica natural de las formas del gobierno y corre-
gir la de la oligarquía, inventaron los griegos la forma mixta
de gobierno (23).
DALMACIO NEGRO
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––––––––––––
(22) Por eso son distintas las utopías clásicas, cuyo prototipo podría
ser la de Tomás Moro, y el utopismo inherente al modo de pensamiento
ideológico. Aquellas son intemporales, espaciales; las utopías ide\
ológicas,
en realidad ucronías, pretenden controlar la historia, reducir el tiempo al
espacio. (23) Vid. Elio-Alfonso G
ALLEGO, Sabiduría clásica y libertad política. La
idea de Constitución mixta de monarquía, aristocracia y democracia en el pensa-
miento occidental , Madrid, Ciudadela, 2009.
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PUEBLO, SOBERANÍA Y PARTIDOS
18. Situación actual del modo de pensamiento históricoAhora bien, según los filósofos –desde Sócrates, Platón,
etc.– y los teólogos, la caducidad no afectaba al alma, ni por
ende a la moralidad, hasta que la ideología decretó la inexis-
tencia o la posibilidad de hablar de semejante cosa, igual
que, curiosamente buena parte de la psiquiatría y la psicolo-
gía actuales, cuyo objeto es o debiera ser justamente la
psyché . En palabras de Alexis Carrel, el materialismo ignora
que, «el alma es el aspecto de nosotros mismos que es espe-
cífico de nuestra naturaleza, y que distingue al hombre de
los demás animales». Eso explica muchas más cosas que la
bioideología animalista, tan de moda. Por ejemplo, que esas leyes históricas sean las bestias
negras del modo ideológico-utópico de pensar ligado al arti-
ficialismo futurista, que es como la metafísica de las ideolo-
gías. Su desideratum consiste en eliminarlas modificando la
naturaleza humana, una idea central de Lenin desarrollada
por Trotsky, cuyo libro La revolución permanente (1930) es
fundamental junto con Literatura y revolución(1924), para
entender la filosofía de la historia vigente (24). En último
análisis, se trata de anular el pasado, la historia, y construir
una historia cientificista rectilínea que llevaría al fin de
la historia una vez conseguida la verdadera democracia,
la sociedad feliz, una suerte de eterno estado positivo de la
Humanidad como el de Comte, cuya influencia es difícil
exagerar. El modo de pensar ideológicamente constituye la causa
principal de que se haya roto la conexión, que existió mejor
o peor en el Estado de Derecho entre el pueblo, la sobera-
nía y los partidos, cuando tenían aun suficiente vigencia las
antiguas tradiciones de la conducta. Como esto implica no
un cambio histórico, sino, lo que es más grave, una crisis his-
tórica, puede merecer la pena una breve consideración de
Verbo, núm. 549-550 (2016), 749-787. 767
––––––––––––
(24) Cfr. Isaac D
EUTSCHER, Trotsky, el profeta armado (1954), México,
Ediciones Era, 1966.
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––––––––––––(25) Barcelona, Ariel, 2015.
(26) Las ilusiones del posmodernismo , Barcelona, Paidós, 2004, 2, págs.
56 y sigs. (27) Las ilusiones… , cit., 4, págs. 114-115.
DALMACIO NEGRO
pasada sobre la situación actual del modo de pensamiento
histórico. Pues, como decía Zubiri, el hombre es ante todo
un «animal histórico» y lo que está en juego en Europa, es
la amenazante posibilidad de que se salga de la historia.
Chantal Delsol afirma en su políticamente incorrecto ensa-
yo Populismos. Una defensa de lo indefendible (25), que está ya
fuera de ella.
19. Culturalismo y naturaleza,
El neomarxista inconformista Terry Eagleton, comen-
tando la irritación de los culturalistas postmodernos contra
lo natural y «la idea de una entidad llamada historia», de la
que desconfían a la vez que se entusiasman con la historia
en general (26), dice que basta que el hombre sea un ani-
mal lingüístico para que pueda tener historia, pues, gracias al
habla, que pertenece a su naturaleza, es un ser cultural (27)
y por ende espiritual. En otras palabras: si el hombre es
racional, político, social, es porque es un ser histórico, de
modo que la lucha por la cultura es una lucha por la histo-
ria, la forma extrema de la lucha política. Y los partidos y los
pueblos de Occidente se encuentran inmersos en culture
civil wars. Guerras belicosas como todas las guerras, de
momento, salvo en lo que concierne al islam, no violentas.
Sus armas son desde Hobbes los conceptos. Ahora bien,
cuando las luchas culturales son luchas por la historia ¿no
son existenciales? ¿Son también luchas religiosas? El hombre «natural» no ha existido nunca a no ser en la
contabilidad puramente biológica de los individuos de la
especie anthropos . Como decía Hegel, «es imposible meter el
espíritu en un perro dándole a mascar libros». Historia y cul-
tura vienen a ser lo mismo, pues con la cultura, un producto
espiritual, comienza la historia, que es historia del espíritu,
aunque la historia humana se despliegue en el espacio de la
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––––––––––––(28) José O
RTEGA YGASSET, «Prólogo para franceses», en La rebelión de
las masas .
PUEBLO, SOBERANÍA Y PARTIDOS
Naturaleza y contando con su naturaleza particular: la natu-
raleza humana, en torno a la cual se desarrollan hoy las gue-
rras culturales. Sin embargo, en modo alguno ha sido fácil e
inmediato «el caer en la cuenta» de que el hombre no se
reduce a lo natural.
Volviendo a los griegos, éstos cayeron en la cuenta de
que el hombre posee logos, razón, lo común, puesto que el
universo del que forma parte es racional en tanto ordenado;
que el logos limita o descarta el incierto modo de pensar
mítico; y que gracias al logos, que es capaz de ordenar
–orden y razón (el método de ordenar) vienen a ser lo
mismo–, puede ser libre. Sin embargo, no consiguieron dis-
tinguir lo natural de lo humano. Sócrates, y sus discípulos
barruntaron que está incardinado en lo natural, pero sin
abandonar la idea del hombre como un ser puramente
natural. Se cayó en la cuenta de la diferencia gracias a la
idea bíblica de Creación difundida por el cristianismo y a
la versión del logos del Evangelio de San Juan, que completa la
griega. Julián Marías hacía notar que el Credo de Nicea, el
«símbolo de los Apóstoles», cuenta una historia.
20. Naturaleza e historia
El hombre es político, social, cultural, técnico y muchas
cosas más, porque siente la realidad: es un animal de realida-
des (Zubiri) porque su realidad vital, a la que ajusta su vida,
es histórica y tiene que ordenarla. Pues «no tiene otra. En
ella se ha llegado a hacer tal y como es. Negar el pasado es
absurdo e ilusorio» (28). De ahí la elemental conexión entre
el culto y la cultura, que comienza, insistía entre otros Jacob
Taubes, con el culto a los muertos. Culto, cultura, historia
son modos de hacer de la naturaleza humana. Partiendo de
la realidad de que es capaz de percibir y controlar en algu-
na medida el espacio y, más limitadamente, el tiempo, del
que es consciente, el hombre es un animal histórico antes que
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otras cosas, afirmaba Zubiri. Su auténtica realidad es tempo-
ral, histórica y, en tanto humano, no pertenece a la
Naturaleza sino a la Historia. Por eso, ser racional u ordena-
do y por tanto estético y técnico, político, social, económico,
sentimental, etc., son atributos o modalidades de su histori-
cidad religiosa. Ahora bien, «sólo cuando se han cortado las
raíces sacrales que la vida humana hundía en la naturaleza y
se la ha religado con la instancia suprema de una divinidad
trascendente, creadora y personal, puede enderezarse la
vida humana con esperanza innovadora hacia el futuro» (29).
Eso justifica que se diga también que es un «animal infinito»,
lo que conlleva ciertamente una condición misteriosa (30),
sobre la que cabe especular indefinidamente.
21. El modo de pensamiento antihistóricoPorque el hombre es un ser histórico, la combinación
del modo de pensar ideológico y el utópico, constituye para-
dójicamente la causa del predominio del pensamiento anti-
histórico en la cultura actual. «Desgraciadamente, decía ya
Nietzsche hace siglo y medio en Sobre el porvenir de nuestras
instituciones educativas , hasta lo irracional parece hoy la única
cosa “real” precisamente; es decir, la única cosa operante. Y
justamente el hecho de reservar esa especie de realidad para
explicar la historia es lo que se considera como “cultura his-
tórica” propiamente dicha». Infectados los historiadores por el modo de pensar arti-
ficialista, les afecta «el velo de la ignorancia» de la naturaleza
de la historia. Ernst Jünger, pensando acaso en los métodos
estalinistas y orwellianos de reescribir la historia a gusto del
–––––––––––– (29) Luis D
ÍEZ DELCORRAL, «Sobre la singularidad del destino histó-
rico de Europa», en De historia y política, Madrid, Instituto de Estudios
Políticos, 1958, pág. 250. (30) Vid. Manuel C
ABADACASTRO, El animal infinito. Una visión antro-
pológica y filosófica del comportamiento religioso , Salamanca, Ed. San Esteban,
2009. También del mismo, Recuperar la infinitud. En torno al debate histórico-
filosófico sobre la limitación o ilimitación de la realidad , Madrid, Universidad
Pontificia Comillas, 2008.
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770Verbo, núm. 549-550 (2016), 749-787.
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que manda o quiere mandar (31), prevenía hace ya bastan-
te tiempo contra los historiadores en una generalización,
excesiva pero fundamentada: «Se envilecen hasta el punto
de convertirse en meros peones y cómplices del periodis-
mo» (32). O sea, de la propaganda y la ideología. Tony Judt,
más próximo en el tiempo e historiador él mismo, afirmaba
buscando una explicación, que los historiadores están des-
concertados: «No saben ya lo que están haciendo... Si les
preguntan a mis colegas cuál es el propósito de la historia, o
cuál es la naturaleza de la historia o de qué trata la historia,
se quedarán boquiabiertos. La diferencia entre los buenos
historiadores y los malos consiste en que los buenos pueden
arreglárselas sin una respuesta a estas preguntas y los malos
no» (33).
22. La situación del saber históricoLa ignorancia o el menosprecio del hecho de que el
hombre es un ser histórico es una causa principal del des-
concierto. Pero hay más. Como pensaba Ranke, la historia
es, después de todo, interpretación (34). Sin embargo, fasci-
nados por la ciencia –por el fundamentalismo científico–, han
renunciado hace tiempo los historiadores a interpretar esté-
ticamente, quizá para no arriesgarse, a no ser que oficien
expresamente como Heilslehren. Si, por una parte, son hom-
bres de la cultura de su tiempo, una cultura predominante-
mente cuantitativa –eco de la res extensade Descartes–, por
otra, la maraña de una situación tan desordenada, agitada y
compleja como la del siglo XX y lo que va del presente, que
empieza a ser caótico, dificulta ver bien el camino, el metho-
do, y lo que es peor, acertar a escoger el adecuado.
Verbo, núm. 549-550 (2016), 749-787. 771
––––––––––––
(31) Métodos que siguen en boga, amparados por ejemplo con leyes
como la española de la Memoria histórica (2007), inventada y subvenciona-
da por la izquierda y conservada y subvencionada por la «derecha conser-
vadora». (32) La tijera , Barcelona, Tusquets, 1993, pág. 218.
(33) Pensar el siglo XX, Madrid, Santillana, 2012, 7, pág. 250.
(34) Vid. Sobre las épocas de la historia moderna , Madrid, Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales, 2015.
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En su preocupación por la situación del saberhistórico,
apuntaba Judt una causa muy concreta del desconcierto: «A
los historiadores solía agradarles bastante la idea de que se
les incluyese dentro de las Ciencias Sociales...». Y eso expli-
caría el «complejo de inferioridad» que les lleva a «fascinarse»
con «la teoría, los modelos y los “marcos”» (35). Concurre
también el predominio del modo de pensamiento abstracto
en la cultura de tendencia cuantitativa del Zeitgeist, observa-
do por Tocqueville. El gran pensador francés hizo notar
que, coincidiendo con la importancia de la opinión de la
mayoría numérica, los historiadores de los tiempos demo-
cráticos tienden a la abstracción. Observación que cabe
extender a escritores políticos, juristas, filósofos, teólogos,
etc., a biólogos, médicos y estudiosos de las ciencias natura-
les y exactas, afectados también por ese complejo, cuyo ori-
gen hay quien piensa pudiera estar en Kant. El predominio
alcanzado por el arte abstracto es un buen indicador. Pues
el arte expresa la visión de la totalidad vigente en el Zeitgeist.
23. La política como teopolítica En bastantes casos tendrá también mucho que ver la
influencia de la rutina, que se aprende, en principio justifi-
cadamente, en las Universidades fieles todavía a su función
de transmitir el saber. Sin embargo, cabe relacionar la fasci-
nación de que hablaba Judt, con la magia y la profecía (que
están en auge). Puede valer para los historiadores lo que
escribía Francisco Javier Conde hace tiempo a propósito de
otros estudiosos: «El político legista –teólogo secularizado–
tenía algo de mago y de profeta. El sociólogo positivo –teó-
logo profano– es una curiosa mezcolanza de economista,
especulador y teórico» (36). Los historiadores, habrían con-
fundido –o sustituido–, la interpretación estética de Ranke
con la magia y la profecía y, confundiendo la política con la
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––––––––––––
(35) Ibid., pág. 252.
(36) Sobre la situación actual del europeo , Madrid, Publicaciones españo-
las, 1949, pág. 50.
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teología, ofician como teólogos en demasiados casos. No tie-
nen la culpa: hijos de su tiempo, la politización ha sustitui-
do a la religión. Después de todo, la soberanía es un
concepto de origen teológico (37) y, como sostiene John
Gray, las ciencias sociales vienen a ser teologías encubiertas.
De la mano de la soberanía, se pasó de la politización de
la teología a la teologización de la política y de aquí a la de la
vida social. «La mejor manera de entender el Estado
moderno, escribe William T. Cavanaugh, es entenderlo
como una soteriología alternativa a la de la Iglesia» (38). La
política como teopolítica.
24. La época de la neutralidadSegún Cavanaugh, «la política, es un ejercicio de la ima-
ginación. Es a veces “el arte de lo posible”, pero es siempre
un arte, y compromete la imaginación igual que lo hace el
arte». R. Rotermundt pensaba de manera parecida antes que
el teólogo norteamericano: «La afirmación todoes político, es
asimismo lo contrario; político sería sólo lo que se encuentra
en Bonn [el centro de la sociedadpolítica alemana cuando
era capital de la República Federal], con lo que nada tienen
que ver el “pueblo” o el “hombre pequeño”» (39). La gran
causa es la sumisión de la discretio, el discernimiento, a la teo-
política más o menos artificialista de la época crítica abierta
por la revolución francesa. Que no ha concluido a pesar de
los cálculos-profecías de Augusto Comte. La idea de una naturaleza pura divulgada por los teólo-
gos (40), unida a la res extensade Descartes, relegó al campo
científico la visión natural, espontánea, de sentido común,
del orden, reduciendo lo natural a lo material, de modo que,
–––––––––––– (37) Vid. Nicolás R
AMIRORICO, «La soberanía», Revista de Estudios
Políticos (Madrid), núm. 66 (1952).
(38) Imaginación teo-política , Granada, Nuevo Inicio, 2007, I, pág. 23.
(39) Staat und Politik, Munster, Westfällisches Dampfboot , 1997, pág.
159. (40) Vid., por todos, Henri de L
UBAC, El misterio de lo sobrenatural ,
Madrid, Encuentro, 1991, I.
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concluye Rémi Brague (41), el cosmos y posiblemente tam-
bién el cielo murieron en la visión científica de la
Naturaleza. Para Brague, la famosa fórmula weberiana «desen-
cantamiento del mundo» es una consecuencia de la «neu-
tralización del cosmos» (42), justamente en la misma época
que llamaba Schmitt «de la neutralidad», pues la soberanía
es neutral en las cuestiones religiosas: la neutralidad políti-
ca, al aplicar el método científico al estudio de la organiza-
ción jurídico-política implica la reestructuración de la
Naturaleza en general (43), contribuyendo así a neutralizar
el cosmos. Comte complicó más las cosas al dar de lado el
derecho, la política, la economía y la psicología y sustituirlos
por la sociología, en cierto modo «un saber de urgencia
para prevenir y gobernar la revolución» (F. J. Conde), que
aplica la metodología científica more theologicus.
Todo eso ha promovido sin duda la fascinación ejercida
por las «ciencias sociales», inseparables del positivismo, que
reduce la verdad a la verificación. Los historiadores caen en
el cientificismo, un producto de la civilización tecnológica,
cuyo racionalismo rebosa mitificaciones, al subordinar los
saberes a los métodos (44). Y como la política es cliopolíti-
ca, las consecuencias son obvias.
25. Ciencias humanas y sociales
Comte y muchos de sus entusiastas seguidores conscien-
tes o inconscientes se declaraban y se declaran consecuente-
–––––––––––– (41) La sagesse du monde. Histoire de l’expérience humaine de l’univers,
París, Fayard, 1999, XII. (42) Ibid., XII, pág. 284.
(43) Cfr. Francesco G
ENTILE, Intelligenza politica e ragion di stato, Milán,
Giuffrè, 1984. (44) «Pertenece a las tergiversaciones de nuestra época apreciar más
altamente el camino que la meta y buscar más que el encontrar. En el sen-
tido de lo superficialmente interesante, puede ser correcto este modo de
valorar, pero en el sentido de la decisión por la verdad es falso». H. U
RSVON
BALTHASAR, Antología de San Agustín , Madrid, Fundación Maior, 2016. Al
comienzo cfr. Friedrich A. H
AYEK, La contrarrevolución de la ciencia. Estudios
sobre el abuso de la razón , Madrid, Unión Editorial, 2008; Pierre P
ERRIER, «Le
scientisme, menace permanente», Catholica(París), núm. 108 (2010).
DALMACIO NEGRO
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mente ateiólogos. Pero Cavanaugh insiste, coincidiendo con
John Gray, en que «lo que encontramos en las ciencias socia-
les seculares no es algo esencialmente distinto de la teolo-
g í a : l o q u e h a y e n e l l a s s o n t e o l o g í a s d i s f r a z a d a s , y
habitualmente heréticas» (45). Religiones Ersätzeo sustituto-
rias, no facilitan la aclaración de la encrucijada del momen-
to presente. Al contrario, contribuyen a embrollarla con los
mitos cientificistas –que nada tienen que ver con las hipóte-
sis y teorías científicas erróneas–, que infectan las ciencias
humanas, debido en buena medida al exceso de confianza
en sí mismas, en tanto cuentan con la capacidad técnica
para realizarlos, o intentar realizarlos, muchas veces al mar-
gen de sus consecuencias (46). Si el hombre es imago Dei, las ciencias humanas sólo pue-
den ser aproximaciones más o menos vagas basándose en la
experiencia histórica. Las ciencias sociales son más certeras
en tanto se refieren a conjuntos humanos. Pero tampoco se
libran de la imprecisión y indeterminación, salvo que elimi-
nen la libertad. Los mitos cientificistas son más peligrosos
que los clásicos. Estos últimos son explicaciones a posteriori
para ordenar la realidad, que, como descubrió Schelling,
evocan quizá hechos. Los cientificistas son explicaciones a
priori para motivar determinadas actuaciones.
Una consecuencia de las ciencias humanas mezcladas
con las sociales en tanto una suerte de teologías, o más bien
teodiceas ateiólogas, que funcionan como religiones encu-
biertas, es la deshistorificación de la historia.
–––––––––––– (45) En Carmen B
ERNABÉUBIETA(ed.), La Modernidad cuestionada ,
Bilbao, Universidad de Deusto 2010, «La teología después de la moderni-
dad: ¿Reina de las ciencias de nuevo?», 2, pág. 70. Cfr., del teólogo lutera-
no Karl Richard Z
IEGERT, Zivilreligion. Der protestantische Verrat an Luther. Wie
sie in Deutschland entstanden ist und wie sie hersscht , Munich, Olzog, 2013.
(46) Vid. Hans J
ONAS, El principio responsabilidad. Ensayo de una ética
para la civilización tecnológica , Barcelona, Herder, 1995. El cientificismo es
la plaga que produce el modo de pensamiento artificialista. Ken Wilber,
crítico del cientificismo, ve con razón el fundador de esta especie de ideo-
logía en el conservador Comte. Vid. Los tres ojos del conocimiento. La búsque-
da de un nuevo paradigma , Barcelona, Kairós, 1991, 1, págs. 36 y sigs. Sobre
el cientificismo como enemigo de la ciencia, Mark J
OHNSTON, Saving God.
Religion after Ideology, Princeton University Press 2009. III, págs. 46 y sigs.
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26. La desafección a la políticaAsí pues, ¿representan los partidos la soberanía del pue-
blo, un concepto histórico? La respuesta es: no. Ante todo,
porque la soberanía de Bodino es, como se mencionó antes,
un concepto teológico importado a la política. La tradición,
que es la esencia de la historia, es lo que da forma al pueblo,
y, al despreciarla, los partidos futuristas, que son hoy prácti-
camente todos –igual que los eternos demagogos, que pro-
meten cosas por lo menos dudosas– no representan
prácticamente a nadie. Es completamente lógica y natural la
desafección a la política que observa Ortí Bordás (47), pues-
to que la monopolizan absolutamente los partidos. En el
mejor caso, representan a sus partidarios, amigos como los
del crony Capitalism (capitalismo de amiguetes), numerosos
clientes que viven de ellos, y, todos juntos a quienes les votan
por cualquier motivo, pero no al pueblo. La partidolatría es
sólo una incoherencia, en cierto modo normal, en este
panorama. El pueblo sigue votando, porque piensa por cos-
tumbre que es una obligación de conciencia –cada vez
menos, incluso respecto al partido con el que sienta identi-
ficado ideológicamente, pero del que desconfía–, o por
temor, para oponerse a partidos políticos que considera más
nocivos que al que elige a falta de otra alternativa más fiable.
27. Representación y democracia
Si, como dice Voegelin, la representación, que legitima
políticamente (no moralmente) a los gobiernos, es el tema
central de la política y resulta que no existe, el pueblo no
está representado. Y esto significa, que se vive en la ilegitimi-
dad, como durante siglos en el Imperio Romano. Pero al
mismo tiempo se vive endemocracia, enfatizan los demócra-
tas enragés –la democracia como religión–, y la democracia
––––––––––––
(47) Desafección, posdemocracia, antipolítica , Madrid, Encuentro, 2015.
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política implica representación, sea directa, imposible hoy
en día, si alguna vez existió, en grupos relativamente am-
plios (48), o participativa, es decir, con representación de
algún tipo. La pregunta recae entonces sobre la democracia:
¿qué clase de democracia? No la liberal –quizá fuera mejor
decir en este caso liberal/conservadora para evitar equívo-
cos–, al no estar representado el pueblo, si es que alguna vez
lo estuvo. De la democracia económica es mejor no hablar.
La democracia social, aparte de ser utópica, un desideratum,
no existe tampoco. No sólo son manifiestas las desigualda-
des, sino que habían aumentado antes de la crisis de 2008 y
se incrementan aún más con ella. Son hechos, datos, que la
distancia social entre los que mandan –si son políticos termi-
nan muchos como potentados o nuevos ricos– y los que obe-
decen, entre los partidos y el pueblo, está in crescendo. En
suma, la democracia presupone la identificación entre
gobernantes y gobernados, de modo que, en la situación
actual, desaparece la que pudiera existir. La ficción llega al
punto que la gente vota a lo inexistente. A la verdad, el Estado –los partidos–, es mucho más sobe-
rano absoluto que en las monarquías y los sistemas políticos
son totalitarios. Tocqueville imaginó perfectamente el esta-
do al que podrían llegar los pueblos europeos. «La demo-
cracia representativa ha muerto», escribe lapidariamente
José Miguel Ortí Bordás. Es decir, ha muerto la democracia
política en la medida que existió.
28. Oligarquía y democracia
En efecto, en Europa (y en general dónde se imita a
Europa), la democracia es únicamente, como temía
Tocqueville va ya para dos siglos, una de las ficciones útiles
en política de las que hablaba Jeremías Bentham poco antes
de proponer Carlos Marx como meta política la democracia
real, verdadera o auténtica, die wahre Demokratie. Pero hijo de
su época, el Romanticismo, guiado por su filosofía de la his-
–––––––––––– (48) Sobre las formas de democracia, Jean B
AECHLER, Démocraties ,
París, Calmann-Lévy, 1985.
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toria y fascinado por la nueva ciencia de la economía –la
economía clásica, que descansa en la teoría objetiva del
valor, que tanto contribuye a la fascinación por las ciencias
sociales–, aunque identificó al enemigo, el Estado, confun-
dió la oligarquía política con la clase económica predomi-
nante, la burguesía. No aceptó o no comprendió por eso,
quela democracia no es más que la manera de contener y contrape-
sar a la oligarquía mediante el peso de los números –lo había
dicho ya Aristóteles–, y se perdió en la antipolítica utopía
economicista, que cree en los valores como dogmas de fe (49). Tocqueville, Bentham, Coleridge y algunos más hablaban
de oligarquías igual que Maquiavelo, para quien la historia
política consistía en la lucha entre ellas. Pero los seguidores
de Marx continuaron hablando dogmáticamente de las cla-
ses, del capitalismo como un individuo histórico (el Satanás
de las teo o ateiopolíticas socialistas) y primaron la historia
social sobre la política. Consiguieron dominar así en gran
medida la cultura, de modo que la vida política ha devenido
superficial o infantil al eludir la realidad que es su razón de
ser. De ahí el dictumdel teopolítico colombiano Nicolás
Gómez Dávila (†1994), quien se proclamaba reaccionario
por realismo: «La discusión política pública no es intelectual-
mente adulta en ningún país». Por lo pronto, versa sobre
asuntos no políticos. Eso se salva hasta cierto punto, donde
el sistema electoral es el mayoritario. La elección mayoritaria
tiende a ser más realista, sin ser tampoco un antídoto contra
las inexorables leyes de hierro y la anakyklosis.
29. Pueblo y sociedad civil El Pueblo en sentido político es hoy una ficción útil para
los imperantes; una abstracción. Empezó a serlo en reali-
–––––––––––– (49) Es una causa del auge y la influencia de la axiología. La filosofía
de los valores (Cohen, Natorp) cubrió el vacío creado por Kant al destruir
la metafísica (racionalista). Scheler y Hartmann la potenciaron después
de la primera guerra mundial. Afirmaban, que existen valores objetivos,
igual que en la economía ricardiana, que era la de Marx, y en las ideolo-
gías colectivistas. Vid. la crítica de Carl S
CHMITT, La tiranía de los valores ,
Granada, Comares 2010, con prólogo de Montserrat H
ERRERO.
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dad, desde que lo sustituyera Hobbes por la Sociedad como
un conjunto de individuos dispersos, trasunto de los indivi-
duos en el imaginario estado de naturaleza, un modelo cientí-
fico a fin de cuentas. Locke contribuyó a difundir ese
concepto. «En la época de Locke, dice Pierre Manent, socie-
dad civil se contrapone a estado de naturaleza ; a partir del siglo
XIX, sociedad civil se contrapone a Estado». La expresión
societas civilis es una inexacta traducción habitual del aristo-
télico «comunidad política» ( koinonia politiké) y la sociedad
de Locke se parece más a la sociedad de Hobbes. La inexac-
titud se debe a que las poleisgriegas, comunidades arcaicas
vinculas por la sangre, no son comparables (igual que otros
conceptos políticos griegos) a las modernas, más amplias,
más complejas y dinámicas. Su espíritu, determinado por el
cristianismo, es distinto y mucho más libre. Lo que no obsta
a reconocer que los griegos descubrieron la posibilidad de
la política y ésta sigue siendo griega por su origen. Sin perjuicio de la diferencia entre communitasy societas ,
la expresión sociedad civil se refiere a una sociedad organi-
zada –no ordenada, pues no es lo mismo organizar y ordenar–
regida por una constitución. No escrita en el caso de Locke,
conforme la tradición inglesa, continuadora de la medieval,
pues en Inglaterra no se afirmó la estatalidad; escrita en los
demás casos como pedía Hobbes que fuesen las leyes; es
decir, no propiamente histórica sino innovadora, lo que esta-
blece una diferencia cualitativa entre el constitucionalismo
inglés (y norteamericano) y el continental (50). Así pues, hasta el XVIII, la sociedad civil fue la alternati-
va conceptual al estado de naturaleza; en el XIX, el liberalis-
mo hobbesiano y jacobino la entendió como lo otro del
Estado de Derecho, mientras Marx identificó el concepto
con el de la sociedad de la clase económica dominante. Ese
liberalismo consideraba una victoria el fin de los particula-
rismos de la sociedad civil del antiguo régimen, el creciente
individualismo de la sociedad y la transformación de un
Estado realmente débil y con resonancias personales –el
–––––––––––– (50) Cfr. Danilo C
ASTELLANO, Constitución y constitucionalismo , Madrid,
Marcial Pons, 2013.
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mando y la decisión políticas estaban personalizados en el
Antiguo Régimen– en un Estado fuerte, omnicomprensivo
en virtud de la Constitución escrita, y abstracto, puesto que
el mando y la decisión están despersonalizados. Por lo
menos doctrinalmente. De ahí que, bajo la influencia del
humanitarismo y el socialismo, se empezara a pensar tam-
bién en la sociedad civil, de suyo un concepto impersonal –a
diferencia del pueblo en tanto un cuerpo político–, como
enfrentada al Estado despersonalizado, mientras el Pueblo
real, el pueblo soberano, quedaba al pairo. Le pasó aproxi-
madamente lo mismo a la Nación a lo largo del siglo XX.
Chivo expiatorio de la sovietización internacionalista, ha lle-
gado a ser prácticamente irrelevante como tal en el XXI.
30. Pueblo y soberaníaEl Pueblo es un cuerpo orgánico cuya cabeza es el
Gobierno, y la Sociedad el conjunto mecánico de los indivi-
duos que forman la población del Pueblo, cuya unidad básica
natural no son sus miembros individuales, sino las familias
que lo constituyen. El «pueblo» político titular de la sobera-
nía –la Sociedad cortesana o política, o la Nación Política en
la Nación-Estado–, no es el pueblo natural sino la oligarquía
social. Aquella parte de la sociedad civil que respalda a los
partidos políticos, también oligárquicos. El pueblo político es
la oligarquía social que apoya a los gobiernos que poseen el
aparato estatal. Estos gobiernos representantes de las oligar-
quías sociales son los soberanos efectivos por sí, ante sí y para
sí: el soberano es la oligarquía formada por las oligarquías de
los partidos. La «teocracia» de que habla Burkhard Wehner
correspondiente a la democracia mehrspurig, de varios recorri-
dos o caminos, propia del Estado de Partidos (51): el consen-
so político «pluralista», diría Antonio García-Trevijano. Lo
demás es propaganda o derecho constitucional. Sin embargo, el titular de la soberanía es en teoría el
pueblo natural, y cuando la ejerce el pueblo entero, por
–––––––––––– (51) Von der Demokratie zur Neokratie. Evolution des Staates, (R)Evolution
des Denkes , Hamburgo, Merus, 2006.
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ejemplo mediante elecciones para elegir y nombrar repre-
sentantes, acorta su distancia del gobierno, puesto que el
soberano «absoluto» es el Derecho, que brota espontánea-
mente de las relaciones sociales. Mas es tal la impoliticidad
de la política y la descomposición de los órdenes políticos,
que le sobra la razón a Sloterdijk cuando afirma que derecho
y ley no son más que otros nombres para los caprichos de los
gobernantes. Los gobiernos han sido, son y serán siempre
oligárquicos por definición y la democracia es la forma en
que puede contener la libertad política colectiva su tenden-
cia al despotismo en el mejor caso, en el extremo a la tiranía.
31. Soberanía, Derecho y legislaciónEl problema proviene obviamente de la doctrina de la
soberanía de Bodino. El escritor francés atribuyó la facultad
de hacer leyes al poder ejecutivo –el gobierno– que, con
el tiempo, se atribuyó el monopolio del Derecho. Mas el
Derecho de ese origen no es Derecho sino Legislación, pues
no nace del pueblo, sino de la voluntad del soberano que lo
impone. La Legislación empezó a aumentar así bajo el
Absolutismo (un término útil inventado en el siglo XIX) la
distancia política natural entre gobernantes y gobernados,
separados, no unidos, por la Legislación-Derecho. Separa-
ción que aumentó tras la Revolución francesa. En efecto, la
distancia política no disminuyó con la revolución sino que se
consolidó y fue la causa del crecimiento de la distancia
socioeconómica, que suscitó los socialismos. El Derecho
emana desde entonces del Parlamento, el soberano jurídico
absoluto –los trescientos parlamentarios que eran para
Tocqueville como trescientos reyes absolutos (los partidos
eran entonces de «notables»)–, como representante doctri-
nalmente del Pueblo. En él suele coincidir además la mayo-
ría con el ejecutivo. El mayor problema del parlamentarismo
europeo consiste en que no está sometido a las restricciones
que imponen las tradiciones constitucionales al Parlamento
inglés, respetadas incluso por los partidos ideológicos (52).
–––––––––––– (52) El parlamentarismo continental es una imitación del inglés,
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Eso retroalimenta la distancia entre gobernantes y
gobernados determinada por la distinción entre lo público
y lo privado, que ha llegado a ser sustantiva, al existir una
verdadera frontera entre ambos. «Donde se piense que el
legislador no es omnipotente, la herencia medieval subsis-
te», es otro aforismo de Nicolás Gómez Dávila. Entonces,
«existía un sistema legal sin Estado, una idea casi inconcebi-
ble en el mundo del moderno sistema de Estados» (53). Los
gobernados pueden acercarse hoy a los gobernantes sólo, y
relativamente, como miembros de los partidos o como sus
amiguetes o clientes o en los pasillos del poder. Los mismos
miembros de los partidos están separados de sus respectivos
oligarcas. Cum grano sali s, podría valer otro aforismo del
escritor colombiano: «La diferencia entre medioevo y
mundo moderno es clara: en el medioevo la estructura es
sana, y apenas ciertas coyunturas fueron defectuosas; en el
mundo moderno, ciertas coyunturas han sido sanas, pero la
estructura es defectuosa». La Edad Media es historia desrea-
lizada. No fue la darkness Agede los renacentistas y los
modernos ni la época idealizada por los románticos, entre
ellos curiosamente Augusto Comte. Es un ejemplo de cómo
puede ordenar la libertad colectiva la vida en común sin la
soberanía en el sentido moderno.
––––––––––––
cuyas atribuciones, funcionamiento, actividad y limitaciones descasan en
arraigadas tradiciones de la conducta. El último ejemplo es el acatamien-
to del Brexit. El continental adolece de tradiciones semejantes y, entre
otras diferencias con el inglés –donde no se negocia, se discute de cara a
la opinión– no entienden los partidos que la oposición forma parte del
gobierno, que su misión es criticarle para que gobierne mejor o que son
inconstitucionales las alianzas contra el gobierno entre los partidos repre-
sentados en el Parlamento por ser un engaño a los electores. El gobierno
en minorías es por eso una posibilidad, impensable en el Continente. Las
tradiciones compensan también que la división de poderes no sea de
abajo arriba, como en Estados Unidos, y que el régimen sea oligárquico. (53) Entonces, «existía un sistema legal sin Estado, una idea casi
inconcebible en el mundo del moderno sistema de Estados». Kenneth
P
ENNINGTON, «Sovereignty and Rights in medieval and early Modern
Jurisprudence: Law and Norms without a State», en Janusz S
ONDEL, Jenna
R
ESZCZYN´SKI, Piotr SCIS´LICKI(eds.), Roman Law as Formative of Modern Legal
Systems. Studies in Honour of Wiesl-aw Litewski , Cracovia, Jagiellonian
University Press, 2004, pág. 27.
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32. Pueblo y libertad políticaLa libertad política colectiva era lo normal en Roma y en
el medievo, aunque estuviera restringida a lo que se conside-
rase el pueblo en sentido político , que no es lo mismo que el
pueblo político, la sociedad política o la sociedad civil pos-
teriores. Tan normal, que era prácticamente inexistente
el pensamiento estrictamente político. En la Edad Media, el
Derecho era como una atmósfera al prevalecer absoluta-
mente la omnipotentia iuris. Por eso, hay que buscar las ideas
políticas en la teología jurídica. Pues la titularidad, más bien
que la soberanía, del Derecho pertenecía al pueblo como
un todo, no al poder político, el ejecutivo, cuya función con-
sistía en hacer cumplir el Derecho y defender al pueblo de
otros poderes políticos. El pensamiento político suele aparecer en momentos de
crisis graves o cuando es excesivo el poder político y se echa
en falta la libertad política como libertad colectiva, del pue-
blo. Cuando los pueblos están políticamente enfermos.
Platón fundó el saber político como un saber medicinal
para curar los males que afligían a la Polis y el pensamiento
político es un pensamiento de crisis, medicinal, curativo,
por ende imaginativo y experimental. No es futurista sino
realista, se atiene a los hechos, los síntomas de la enferme-
dad, y es crítico-constructivo. Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes
a su manera (54), Burke y Tocqueville, Schmitt, Voegelin,
Oakeshott, Jouvenel, etc. La Reforma protestante, una crisis religiosa, planteó la
necesidad de pensar lo Político. La Revolución francesa fue
una crisis político-religiosa y lo pensó estatalmente en detri-
mento de la Iglesia. La revolución soviética, que sigue pro-
yectando su sombra, fue una crisis religiosa y política total.
La crisis política actual, que vio venir Donoso Cortés como
–––––––––––– (54) Hobbes confunde en realidad la libertad política con las liberta-
des civiles en torno a la propiedad, igual que en el Estado de Derecho,
cuya idea está en ese gran pensador. Locke le corrigió rechazando el
absolutismo y volviendo a su manera a la Constitución tradicional.
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una secuencia de las anteriores, es cultural, histórica, jurídi-
ca y, en último análisis, sobre todo religiosa.
33. Soberanía, Derecho y LegislaciónEl Derecho es consuetudinario al ser su fuente el mismo
pueblo, como en Roma y la Europa medieval. Al transfor-
marse en Legislación, cuya fuentees en cambio la ley (55), se
convirtió poco a poco, en un arma del poder político contra
el pueblo a medida que su espíritu se distanciaba del jurídi-
co y, por consiguiente, del pueblo. Hoy, advertía hace tiem-
po Ernst Jünger (quien no distinguía entre Derecho y
Legislación), «el Derecho se ha convertido en un arma». La
Legislación es el arma principal, por lo menos la visible, del
«totalitarismo liberal» del que habla Spaemann, imperante
en Europa. «Legalidad, decía Carl Schmitt, quiere decir
sumisión y disciplina» (56). Si la legalidad es legítima, desa-
parece la impresión de sumisión y disciplina, y con ella el
miedo; se obedece espontáneamente, de forma natural,
conforme a «la naturaleza de las cosas» y el sentido común.
No ocurre lo mismo con la Legislación cuando es contraria
al êthos configurado por la tradición, singularmente la reli-
giosa, aunque sea legítima procedimentalmente. La lucha
política actual por la cultura es una lucha en torno al êthos:
el tradicional de los pueblos y el futurista de la ideología que
controla la soberanía y se ha impuesto en la sociedad civil.
Consiste, en cierto modo, en la oposición entre esta última,
la sociedad hobbesiana, y el pueblo. Desde el punto de vista de la libertad política, es la sobe-
ranía el problema de todos los problemas. Quien tiene la
soberanía decide y manda. «La sujeción a un soberano» es
otra de las definiciones de la soberanía de Bodino, quien
–––––––––––– (55) Vid. Juan Berchmans V
ALLET DEGOYTISOLO, ¿Fuentes formales del
Derecho o elementos mediadores entre la naturaleza de las cosas y los hechos jurídi-
cos?, Madrid, Marcial Pons, 2013. (56) Carl S
CHMITT, «La revolución legal mundial. Plusvalía política
como prima sobre la legalidad jurídica y supralegalidad», Revista de Estudios
Políticos (Madrid), núm. 10 (1979), págs. 5 y sigs.
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pensaba en un soberano personal. Con el tiempo se fue
impersonalizando y la Revolución francesa instituyó la
Nación como el soberano, según la doctrina del abate Sieyès
en competencia poco clara con la soberanía de la voluntad
general de Rousseau sobreentendida como manifestación
de la soberanía del pueblo como soberanía «nacionalista»
según su famosa paradoja de la libertad: «Quiconque refusera
d’obéir à la volonté générale y sera contraint par tout le corps; ce qui
ne signifie pas autre chose sinon qu’on le forcera à être libre ».
La democracia imitada de Norteamérica se fue impo-
niendo así a medida que progresaba el igualitarismo y retro-
cedían las libertades y, bajo la democracia social –la
socialdemocracia–, aunque sea la Nación el soberano según
las constituciones, impera la soberanía popular como sobe-
ranía de la mayoría, no la mayoría como contrapeso a la oli-
garquía. De hecho, la nomocracia legislada por los partidos.
De lo que resulta que el soberano neocrático de Wehner (57)
está oculto como un deus absconditusy nadie es responsable
de nada. Es el fin de la política de la imaginación y de lo
posible. De ahí, paradójicamente, la apariencia de libertad:
«Cuando el tirano es la ley anónima, el moderno se cree
libre» (Gómez Dávila).
34. El fin del socialismo
Desaparecida la política a manos de la ateiopolítica, los
partidos políticos europeos –y las gentes en general dedica-
das a la política– parecen estar perdiendo sus encantos
como una especie de sectas. Lo suyo es la sociedad y su ene-
migo el pueblo, que puede despertar con el populismo.
Puede ser significativo, que sean los socialistas, a quienes
importa sólo la sociedad, los más momificados y se empiece
a abandonar el uso de la palabra socialista, igual que renun-
ciaron bastantes partidos comunistas a la palabra comunis-
mo –alguno se rebautizó «liberal»– e incluso al socialismo
cuando implosionó la Unión Soviética.
–––––––––––– (57) Cfr. Fabio Massimo N
ICOSIA, Il sovrano occulto. Lo «stato di diritto»
tra governo dell’uomo e governo della legge, Milán, Franco Angeli, 2000.
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La palabra socialista ha dejado de ser una palabra talis-
mán. En Italia, los partidos izquierdistas prescinden de ella;
en Grecia y España han surgido otros más o menos sovieti-
zados. En España, la omiten Podemos, Ciudadanos , los princi-
pales partidos separatistas, el mismo Partido Popular, que
pasa por conservador y es en realidad socialista o capitalista
de Estado, da lo mismo, casi desde el principio, y se ha mos-
trado por fin como tal. El primer ministro francés Manuel
Valls, partidario hace tiempo de renunciar a esa palabra gas-
tada, lo reiteró siendo ya primer ministro del partido socia-
lista francés dirigido por Hollande. Inclinado hacia una
izquierda «pragmática, reformista y republicana», considera
necesario desprenderse del socialismo para subsistir, «por-
que la ideología, ha dicho, nos ha llevado al desastre». El socialismo propiamente dicho murió en el 68. No obs-
tante, las ilusiones y los intereses creados en torno a esa pala-
bra son infinitos y sigue habiendo multitud de creyentes a
la izquierda y a la derecha, unos por rutina, otros por el
principio primum vivere deinde philosophare .
35. El necesario restablecimiento de las jerarquías Lo que practican descaradamente en los últimos tiempos
tanto la izquierda como la derecha, que no son ni lo uno ni
lo otro sino gente arrimada al poder, es una suerte de colec-
tivismo sovietizante: el capitalismo de Estado que beneficia a
las nomenklaturas . Pulverizan los pueblos y las naciones, des-
truyendo el êthos, la familia, la institución comunitaria inte-
gradora fundamental, los patrimonios familiares – familia id
est patrimonium – y la natalidad y transfieren recursos ajenos a
sus amigos y clientes .La izquierda se distingue porque, fiel
a su moralismo revolucionario, ataca retóricamente la reli-
gión, la moral, la tradición, el trabajo libre; la derecha lo
acepta y, en tanto representante retórico u «oficioso» del
«capitalismo», completa el programa de la izquierda aniqui-
lando la independencia y la propiedad de las clases medias al
mismo tiempo que fomenta y potencia el gigantismo empre-
sarial crony. La ideología cuenta muy poco salvo como retóri-
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ca (los griegos decían en estos casos erística). El culto al dine-
ro ha desplazado a todo lo demás. La socialdemocracia se ha
transformado en crisocracia.¿Desaparecerá el socialismo? Si hay que aceptar por
mero sentido común la anakyklosis, la existencia de un últi-
mo día, decía un distinguido teólogo, «para cada civiliza-
ción, para cada generación, como para todo hombre
viviente...» (58), ¿no será una causa de la crisis del presente,
que, habiendo llegado a su cénit la religión secular en su
versión nihilista con diversas modalidades, ha iniciado la
cuesta abajo y se resiste a salir de la historia? Con todo, no
será fácil abandonar el modo de pensamiento ideológico,
muy enraizado como forma mentis.
Como este modo de pensamiento es «totalitario» pero
einseitig , escribe Tenzer: «El combate antitotalitario, pasa por
una reconciliación del hombre con lo universal» restable-
ciendo las jerarquías en el orden cultural. ¿Como restablecer
las jerarquías si la Iglesia, que ha construido Europa, renun-
cia a ejercer su auctoritas natural?
––––––––––––
(58) Henri-Irénée M
ARROU, Theologie de l’histoire, París, Ed. du Seuil,
1968, 20, págs. 83.85.
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