Volver
  • Índice

El populismo en Hispanoamérica: una lectura diferente. Con especial referencia al caso chileno

EL POPULISMO EN HISPANOAMÉRICA:UNA LECTURA DIFERENTE
CON ESPECIAL REFERENCIAAL CASO CHILENO
Julio Alvear Téllez
1. Introducción: orfandad y anarquía
Es conocida la tesis de Jaime Eyzaguirre sobre la orfan-
dad política de los pueblos hispanoamericanos. El populis-
mo, tan recurrente desde los inicios de la independencia,
puede leerse como un síntoma, pero también una alternati-
va a tan oneroso destino. Alternativa que, sin embargo, no
constituye una real salida al problema sino un cierre fatal a
la agraviada vida institucional de nuestras naciones. Detengámonos en algunos detalles. Sobre el origen de
la orfandad política, anota Eyzaguirre en su Hispanoamérica
del dolor : «La independencia de Hispanoamérica cortó los
vínculos políticos de nuestros pueblos y los precipitó en la
desintegración, cuando no en la lucha a muerte de unos
contra otros». Es una tesis provocadora, pero a nivel descriptivo fue
comprobada una y otra vez durante el siglo XIX en la llama-
da por Portales «anarquía hispanoamericana». El mismo Bolívar lamentaba el año 1829: «Hemos ensa-
yado todos los sistemas y ninguno resultó eficaz. México
cayó. Guatemala está destruida, hay nuevas revoluciones en
Chile. En Buenos Aires mataron al presidente. Bolivia ha
tenido tres presidentes en cinco días y dos de ellos fueron
asesinados. Todo se aleja cada vez más de esta tierra conde-
nada a destruirse a sí misma» (1).
Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898. 883
––––––––––––
(1) Citado por Bernardino B
RAVOLIRA, Una historia jamás contada.
Chile 1811-2011. Como salió dos veces adelante, Santiago, Origo Ediciones,
2016, pág.65.
Fundaci\363n Speiro

JULIO ALVEAR TÉLLEZ
Pero en las primeras décadas del siglo XIX no sólo hay
disgregación de la antigua «Patria grande», el extenso, mes-
tizo y cordial territorio de las Españas americanas. Continúa
Eyzaguirre: «A la desarticulación del cuerpo siguió el recha-
zo de la antigua alma colectiva y la búsqueda afanosa de la
razón de vivir en fuentes exóticas. Con orgullo infantil el his-
panoamericano dio de espaldas a una historia que estimó en
definitiva agotada y sin discernimiento no supo diferenciar
lo que podía haber de circunstancial y pasajero, de aquello
que era realmente eterno y vital en la propia cultura» (2). La dispersión de la unidad sobresaliente fue acompaña-
da por un evanecer de la propia identidad cultural. Un vuel-
co de espalda a la propia génesis, un aparentar recomenzar
de cero, una infeliz copia de regímenes ajenos. Al respecto,
Octavio Paz afirma que la historia hispanoamericana es «la
del hombre que busca su filiación, su origen […] cruza […]
como un cometa de jade, que de vez en cuando relampa-
guea. En su excéntrica carrera ¿qué persigue? Va tras su
catástrofe: quiere volver a ser sol, volver al centro de la vida
de donde un día –¿en la Conquista o en la Independencia?–
fue desprendido. Nuestra soledad tiene las mismas raíces
que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura
conciencia de que hemos sido arrancados del Todo y una
ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por res-
tablecer los lazos que nos unían a la creación» (3). Orfandad política. Orfandad cultural en lo relativo a la
propia identidad, al respeto por el propio origen. Ello expli-
ca los duros términos utilizados por Vasconcelos: «Nuestras
naciones surgirán a la vida independiente como los restos
de un naufragio, no como la obra de la virilidad y la madu-
rez. Cada nación iberoamericana, si se exceptúa Brasil, apa-
rece como un aborto más bien que como un fruto. La
madre enferma que era España no tuvo poder para arrojar
de tierras y mares a los agentes ingleses que nos urgían a
la discordia, y salimos a la vida obligados por los fórceps de la
884Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
––––––––––––
(2) Jaime E
YZAGUIRRE, Hispanoamérica del dolor , 6.ª ed., Santiago,
Editorial Universitaria, 1969, pág. 36. (3) Octavio P
AZ, El laberinto de la soledad , México, FCE, 1998, 2.ª
reimp., pág. 6.
Fundaci\363n Speiro

tierra extranjera, antes que el pellejo adquiriese consisten-
cia» (4).
2. Las consecuencias político jurídicas Las consecuencias político jurídicas no se dejaron espe-
rar. Bravo Lira sostiene que el Estado de derecho, como
fenómeno histórico de sujeción del poder político al dere-
cho, entra entonces en una honda crisis que perdura hasta
los días de hoy. Sus síntomas son del todo conocidos: la ines-
tabilidad de los gobiernos hispanoamericanos y la indefensión
de los gobernados (5). A juicio de Eyzaguirre, no podrían ser otros los resulta-
dos, si se parte de la base que el desarrollo político en
Hispanoamérica a partir del siglo XIX –el republicanismo
en forma– no se dio como un continuo de crecimiento y
evolución, sino como una semilla de implantación artificial:
«En lugar de saciarse en la raíz de los viejos fueros y de los
altivos Consejos castellanos, abolidos por el absolutismo, y
que eran las más antiguas y más grandes manifestaciones de
libertad en Occidente, (Hispanoamérica) se echó en brazos
franceses e ingleses, para calcar sobre estos modelos su vida
política» (6). Más aún. La servil imitación de lo extranjero
operó en dos mundos, el oficial de las instituciones políticas y
el real de la vida popular, colocando todas las esperanzas en
el desarrollo del primero: «Nuestra estúpida América de la
apostasía vio en el federalismo yanki, el jacobinismo francés
y el parlamentarismo británico, otros tantos talismanes que
EL POPULISMO EN HISPANOAMÉRICA: UNA LECTURA DIFERENTE
Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
885
––––––––––––
(4) José V
ASCONCELOS, Breve Historia de México, México, Editorial
Continental, 1978, 22.ª reimp., pág. 204 (5) Bernardino B
RAVOLIRA, El Estado de derecho en la Historia de Chile ,
Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 1996, pág.19. Vascon-
celos precisa el contrapunto: «Fuimos [México] la nación más culta del
nuevo mundo […]. La destrucción deliberada y sistemática del sistema
colonial es, sin duda, el mayor daño que hemos hecho a la patria, instiga-
dos siempre por la perfidia del plan extranjero […]. A fines del siglo XVIII
se cantaban en México óperas cuando apenas si había teatro en Nueva
York». José V
ASCONCELOS, Breve Historia de México, México, Editorial
Continental, 1978, 22.ª reimp. págs. 205 y 207. (6) Jaime E
YZAGUIRRE, Hispanoamérica del dolor , cit., pág. 38.
Fundaci\363n Speiro

la sacarían sin esfuerzo de su notoria ruindad. Y apenas
logró robar la burda costra exterior sin llegar al alma de esos
pueblos que mientras tanto seguían fieles a su propia y legí-
tima evolución» (7).Carlos Pereyra, en su monumental Historia de la América
Española , siguió análoga línea. Y sostuvo, en definitiva, que
«la historia es presencia de almas, no solamente rememora-
ción externa de hechos materiales». Por lo que era necesa-
rio destacar «la grandeza ignorada o negada» del pasado
hispanoamericano, impresionante movimiento de expan-
sión que quedó truncado (8).
El problema de Hispanoamérica no radicó sólo en dar la
espalda al propio pasado y en imitar servilmente los modelos
extraños, con la sabida problemática de la pérdida de identi-
dad y la falta de enraizamiento de las instituciones políticas.
Existió algo más grave en todo esto. Y es que dichos modelos
pertenecieron a los ideales políticos del racionalismo euro-
peo, muy difícil de armonizar con el imaginario y la forma de
vida barroca, propias de la mentalidad hispánica (9). De ahí
la trasformación del pueblo en «electorado anónimo» y el
carrusel de constituciones escritas que nunca terminaron de
afianzarse, porque en un tiempo u otro no acertaron a
expresar la propia constitución histórica (10). En el declinar de la modernidad racionalista (11), hay
quienes opinan que el defecto puede convertirse en venta-
ja (12). Sobre todo si se tiene en cuenta que las institucio-
JULIO ALVEAR TÉLLEZ
886Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
––––––––––––
(7) Jaime E
YZAGUIRRE, Hispanoamérica del dolor , cit., pág. 39.
(8) Carlos P
EREYRA, Historia de la América Española , Madrid, Saturnino
Calleja, 1920, tomo I, pág.13. (9) Jorge Luis M
ARZO, La memoria administrada. El barroco y lo hispano ,
Buenos Aires, Katz, 2010, págs. 225-227. (10) Bernardino B
RAVOLIRA, Una historia jamás contada. Chile 1811-
2011. Como salió dos veces adelante, cit., pág. 20. (11) El declinar alcanza al sistema político democrático, tal como fue
diseñado por los teóricos modernos, Guy H
ERMET, L´hiver de la démocratie
ou le nouveau régime, París, Colin, 2007, págs.12-155. (12) Bernardino B
RAVOLIRA, «Construcción y desconstrucción: el
sino del racionalismo moderno de la ilustración a la postmodernidad»,
Revista de Historia del Derecho (Santiago de Chile), vol 37 (2009), págs.1-
42. También en Bernardino B
RAVOLIRA, «América y la Modernidad: de
la Modernidad barroca e ilustrada a la Postmodernidad», Jahrbuch für
Fundaci\363n Speiro

nes políticas modernas fueron «sucedáneos más o menos
bien intencionados pero más o menos impotentes» para
sujetar el poder político a un derecho anterior y superior al
Estado (13).
3. La excepción chilenaChile constituyó, sin embargo, una excepción. Al menos
desde la interpretación histórica que seguimos. Nuestro país
representaría una singularidad en el contexto hispanoameri-
cano en razón de su multisecular estabilidad política. La tesis
es que dicha estabilidad «no se debe ni a los constitucionalis-
tas ni menos a la imitación extranjera. Tiene raíces más anti-
guas y más hondas en sus instituciones propias», que han
encarnado el ideal del poder sujeto al derecho desde la
época indiana (14). Es lo que Edwards llamó el «ideal jurídi-
co de Estado», que pervivió a la independencia (15), y que
de modo acertado plasmaron hombres como Bello y Por-
tales. Chile sería la única república –junto al Brasil imperial–
que logró reconstituirse de un modo más o menos perma-
nente (16). Este es el eje en el que debe pensarse el populismo en
Hispanoamérica. Constituye, como dijimos, una respuesta a
la artificialidad del racionalismo político implantado en
América y un síntoma de su falta de arraigo. Vamos a exami-
nar el populismo en general, para luego esbozar muy breve-
mente su perspectiva de desenvolvimiento en Chile.
EL POPULISMO EN HISPANOAMÉRICA: UNA LECTURA DIFERENTE
Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
887
––––––––––––
Geschichte Lateinamerikas / Anuario de Historia de América Latina (Colonia),
vol. 30 (1993), págs. 409-433. (13) Bernardino B
RAVOLIRA, El Estado de derecho en la Historia de Chile ,
cit., págs.16-17. (14) Bernardino B
RAVOLIRA, El Estado de derecho en la Historia de Chile ,
cit., pág. 10. (15) Alberto E
DWARDS, La fronda aristocrática , 6.ª ed., Santiago, 1945,
pág. 217. (16) Bernardino B
RAVOLIRA, Una historia jamás contada. Chile 1811-
2011. Como salió dos veces adelante, cit., pág.18.
Fundaci\363n Speiro

4. El populismoEl populismo parece hoy un fenómeno recurrente que
por oleadas invade y se retira del espacio político hispanoame-
ricano cada vez que se percibe una crisis institucional. Como
tales crisis son muy frecuentes, no se ha podido definir si el
populismo forma parte de ellas, o es una respuesta distinta
que incoa a su vez otro tipo de crisis, con sus singulares
características anti-institucionales.
En el ámbito de las ciencias jurídicas y políticas, dos
aproximaciones han contaminado el estudio del populismo:
la neo-marxista y la liberal. Ambas son reduccionistas. Las aproximaciones de corte neo marxistas –grosso modo,
las que dependen o son condicionadas por este tipo de
metodologías– ven en el populismo un fenómeno caracte-
rístico de pueblos por definición oprimidos por estructuras
político-sociales por definición alienantes. En tal contexto,
el populismo se interpreta unívocamente como parte de un
proceso de liberalización o emancipación. Dicho proceso
emerge cuando las naciones latinoamericanas toman con-
ciencia de la corrupción y la desigualdad que impone la
democracia liberal y capitalista. La aproximación neo marxista reduce el populismo a
una simple fórmula de clases y a una política de re-distribu-
ción de las riquezas (17). El problema es que el fenómeno
es mucho más complejo. Hay populismos que no se anclan
en la desafiliación social, ni tienen mucho que ver con los
pre-conceptos que siguen el paradigma de una masa aliena-
da por el trabajo asalariado. De hecho, el desarrollo del
capitalismo en Hispanoamérica ha permitido en las últimas
décadas el ascenso de una amplia clase media, consolidada
en el estilo de vida del consumo y del ascenso económico. El
neo-populismo de retórica «neo-liberal» (Collor de Melo,
Menem, Fujimori, Bucaram, etc.) corre por cuerda separa-
JULIO ALVEAR TÉLLEZ
888Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
––––––––––––
(17) Torcuato D
ITELLA, «Populismo», en Torcuato DITELLA(et al.),
Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas , Buenos Aires, Emecé, 2001.
Fundaci\363n Speiro

da sin que la interpretación neo-marxista pueda dar una
explicación coherente de su realidad. Tampoco puede
hacerlo con el llamado neo-populismo de retórica «radical»
(Chávez, Morales, Kirchner, Correa, Lugo, etc.), más vincula-
do al caudillismo de personalidades locales que a la planifi-
cación ideológica y al internacionalismo revolucionario (18).La aproximación liberal cae en el defecto opuesto. El
considerar el populismo como un epifenómeno siempre
marginal, anormal, ajeno al papel que le corresponde al
pueblo en el marco de la democracia representativa. El pro-
blema aquí no es el populismo, sino el asumir sin cuestiona-
mientos la teoría democrático liberal. Pues, entonces, la
ciencia política se vuelve guardiana del sistema sin ser capaz
de alcanzar sus defectos y explicar sus puntos negros. Y es así como gran parte de la ciencia política durante el
siglo XX no ha sabido explicar el fenómeno del populismo.
Habiendo desarrollado sus estructuras conceptuales y meto-
dológicas en torno a las instituciones de la democracia libe-
ral, sus estudios se dirigen a mantener la institucionalidad
política existente (19), por lo que cualquier movilización de
masas que amenace dicha institucionalidad le parece algo
ajeno, sin lógica, irracional, demagógico, autoritario, o sim-
plemente «reñido con la democracia», como sostiene inge-
nuamente el norteamericano Weyland (20). Ante el populismo, la aproximación liberal clama como
el llanto de las antiguas plañideras. Son más bien quejas por
una institucionalidad herida, que descripciones más o menos
objetivas de la realidad. Los liberales aún creen que los par-
tidos políticos tradicionales deben tener la capacidad de
monopolizar los mecanismos de representación política.
Todavía piensan que las reglas y procedimientos impersona-
les de institucionalización del poder han eliminado el ansia
EL POPULISMO EN HISPANOAMÉRICA: UNA LECTURA DIFERENTE
Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
889
––––––––––––
(18) Sobre el neo-populismo «neoliberal» y el «radical», un ensayo de
caracterización en Carlos D
E LATORRE, Populist seduction in Latin America ,
2.ª ed., Athens, Ohio University Press, 2010. (19) La observación es de María Esperanza C
ASULLO, «¿En el nombre
del pueblo? Por qué estudiar el populismo hoy», Postdata(Buenos Aires),
vol. 19 núm. 2 (2015), págs. 279-281. (20) Kurt W
EYLAND, «The Threat from the Populist Left», Journal of
Democracy (Washington), vol. 24, núm. 3 (2013), pág. 20.
Fundaci\363n Speiro

de autoridad carismática. Lo contrario, les parece una here-
jía.El populismo es, en realidad, un fenómeno multiforme
que primero conviene describir y posteriormente valorar. Casullo trae diversos marcos conceptuales a partir de los
cuales puede comprenderse el populismo. Los referimos a
continuación (21):
a) Definición económica: entiende el populismo como
«una cierta fórmula de política pública basada en la redistri-
bución excesiva de recursos (ya sean monetarios o en forma
de bienes públicos), aun sabiendo que esta política no es sus-
tentable en el mediano plazo». Para esta visión, el populismo
es un peligro en la medida en que constituye un obstáculo
para el desarrollo económico de los países emergentes, y
concluye habitualmente con una mala gestión en la adminis-
tración del Estado (22).
b) Definición social: el populismo se lee como un movi-
miento de base obrera industrial, liderado por un persona-
je carismático proveniente de las clases altas o medias altas,
que lucha contra la proletarización y la desafectación social,
resultado de la modernización económica del primer capi-
talismo (23).
c) Definición política: el populismo no tiene necesaria-
mente una determinada composición de clases. Los hay dis-
tribucionistas y estatistas, pero también privatistas y
neoliberales. Los hay, en fin, sin clasificación determinada.
En el fondo, el populismo, es una estrategia política, «una
manera específica de competir y ejercer el poder». Es un
fenómeno que se mueve en la esfera de la dominación del
poder, no de la distribución de los recursos. Toda la retóri-
ca anti-élite, o, según los casos, las políticas socio-económi-
JULIO ALVEAR TÉLLEZ
890Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
––––––––––––
(21) La denominación de las distintas definiciones es nuestra.
(22) María Esperanza C
ASULLO, «¿En el nombre del pueblo? Por qué
estudiar el populismo hoy», loc. cit., pág. 281.
(23) Ibid., pág. 282.
Fundaci\363n Speiro

cas estatistas (o no), son instrumentos para alcanzar dicho
poder (24). El populismo equivale, en definitiva, a un modo
tramposo de utilizar los mecanismos democráticos, a una
estrategia política caracterizada por la manipulación y la
demagogia, o en lo mínimo, una táctica electoral de líderes
carismáticos y ambiciosos (25). d) Definición discursiva: el populismo, según Ernesto
Laclau, es una práctica democrática, tan válida como las res-
tantes. Se caracteriza por articular «un tipo de discurso polí-
tico preformativo que tiene como objetivo la formación de
identidades políticas mediante la dicotomización discursiva
del campo político entre un nosotrosy un ellos». La dimen-
sión político-discursiva prima sobre cualquier otro anclaje,
incluso sobre las dimensiones sociológicas y económicas. El
populismo se presenta como un tipo de movilización anti-
sistema (26).
e) Definición ideológica: De acuerdo con Cas Mudde, el
populismo es una forma de ideología. Una «ideología no
densa que considera que la sociedad se divide en dos campos
homogéneos y antagonistas: el pueblo puro y la élite corrupta , y
que sostiene que la política debe ser la expresión de la volonté
générale ». Rovira Kaltwasser agrega que «tanto pueblo como
élite no son entidades esenciales sino comunidades imaginadas
que se construyen de manera muy diferente según de qué
experiencia populista se trate, en espacio y lugar determina-
dos» (27). Es decir, estaríamos frente a una ideología formal,
más que de fondo, caracterizada por un maniqueísmo retóri-
co, como medio para alcanzar el poder. Lo esencial aquí,
según Casullo, es el discurso antagonista y dicotomizante (28).
–––––––––––– (24) Kurt W
EYLAND, «Clarifying Contested Concept: Populism in the
Study of Latin American Politics», Comparative Politics(Nueva York), vol.
34, núm. 1 (2001), pág.11 (25) Sobre este último punto, María Esperanza C
ASULLO, «¿En el
nombre del pueblo? Por qué estudiar el populismo hoy», loc. cit., págs.
283 y 284. (26) Ibid., págs. 283 y 284.
(27) Ibid., pág. 283.
(28) Ibid., pág. 284.
EL POPULISMO EN HISPANOAMÉRICA: UNA LECTURA DIFERENTE
Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
891
Fundaci\363n Speiro

f) Definición cultural: El populismo es visto como un
fenómeno de cultura política. De acuerdo a Pierre Ostiguy
se identificaría con «aquellas formas que apelan a lo bajo
en política, es decir, aquellas que involucran la utilización en
política de modos de sociabilidad y modos estéticos de las
clases populares». El populismo no se define, entonces, por
emplear políticas públicas específicas, o por basarse en unio-
nes de clases, sino por la «activación política de aquellas
marcas que segregan culturalmente, en un contexto concre-
to y geográficamente situado, a las clases populares». El
populismo sería entonces, en lo fundamental, una forma de
activación política de la cultura popular (29).
g) Definición funcional: El populismo adopta, en parte,
todas las características anteriores, según los tiempos y luga-
res, por lo que no puede definirse en exclusiva por ninguna
de ellas. Incorpora, en efecto, estrategias electorales propias
de liderazgos ambiciosos y carismáticos, incluso maquiavéli-
cos; profesa cierto discurso antagonista y dicotomizante; se
presenta, en diverso grado, como movimiento anti-sistema;
activa políticamente la cultura popular en sus reacciones
menos reflexivas. Todos estos elementos permiten caracteri-
zar el populismo como un tipo de práctica política que com-
bina tres denominadores comunes, según la propuesta de
Casullo: «a) un pueblo, es decir, un público movilizado, que
coalesce como tal alrededor del liderazgo personal de un b)
líder carismático, y que se involucra activamente en c) prác-
ticas de acción colectiva movilizantes y antagonistas» (30). Hay una interacción entre estos tres elementos de tal
manera que no existe uno sin el otro. De ahí la importancia,
deducimos nosotros, de un discurso y de un imaginario dis-
puestos a crear un «líder», un «pueblo» en función de él, y
una acción movilizante que los una y los nutra. El populismo no sería, de acuerdo con esta perspectiva,
«un fenómeno híbrido o residual sino un fenómeno especí-
fico de la democracia» (31).
–––––––––––– (29) Ibid., págs. 283-284.
(30) Ibid., pág. 284.
(31) Ibid., pág. 285.
JULIO ALVEAR TÉLLEZ
892Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
Fundaci\363n Speiro

En este plano, Kitschelt caracteriza el discurso populista
con las notas de personalista, emocional, inclusivo, movili-
zante, anti-élite e inestable. Se diferencia así, nítidamente,
del discurso democrático típico, que es programático, insti-
tucional, estable e ideológico (32). Ambos serían variables de la práctica democrática. Si la
ciencia política contemporánea no lo ha visto así, al extre-
mo de considerar el populismo como un atavismo pre-
moderno o una amenaza a la democracia, es porque aquélla
«se encuentra comprometida normativamente con el pro-
yecto político de la democracia pluralista, de manera un
tanto similar a como la economía moderna se encuentra
normativamente comprometida con el proyecto del libre
mercado. […] No busca entender la política en sí, sino
hacerlo con el objetivo normativo de defender la democra-
cia liberal de partidos». De ahí que la ciencia política contemporánea mire
reductivamente la realidad a través del «par conceptual dico-
tómico democracia-autoritarismo, suponiendo que todos los
regímenes políticos existentes deben poder subsumirse en
una u otra de estas categorías excluyentes» (33). Es claro. Si
democracia es equivalente a régimen de partidos políticos, y
de partidos políticos a la usanza clásica, no hay más alterna-
tiva que excluir el populismo de cualquier variante o fenó-
meno democrático. Frente a la democracia en forma, el
populismo representa la más fatal de las distopías. Superando estos condicionamientos, Casullo hace notar
que el populismo entremezcla elementos liberales con anti-
liberales, por lo que, salvo que se identifique democracia
con liberalismo, no se puede decir, de plano, que el populis-
mo sea anti-democrático. Afirma la autora que «el problema es que el populismo en
tanto fenómeno político desafía cualquier intento de clasifi-
cación dicotómica. Por una parte, los regímenes populistas a
menudo comparten características profundamente democrá-
–––––––––––– (32) Herbert K
ITSCHELT, «Linkages between citizens and politicians in
Democratic Politics», Political Studies(Londres), vol. 33 núm. 6/7 (2000).
(33) María Esperanza C
ASULLO, «¿En el nombre del pueblo? Por qué
estudiar el populismo hoy», loc. cit., págs. 285 y 286.
EL POPULISMO EN HISPANOAMÉRICA: UNA LECTURA DIFERENTE
Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
893
Fundaci\363n Speiro

ticas (expansión del voto, expansión de derechos, énfasis en
democracia directa) con otras características autoritarias
(énfasis en la autoridad personalista, tendencia a privilegiar la
voluntad de la mayoría por sobre las libertades de las mino-
rías). […] En la gran mayoría de los regímenes populistas se
mantienen los aspectos de la democracia formal, tales como
elecciones libres y el funcionamiento de los parlamentos,
mientras que tienen una relación tirante con libertades polí-
ticas como la libertad de prensa» (34).Pero, aun con estos defectos, para Casullo el populismo es
un producto de la lógica democrática, dado que la «moviliza-
ción populista obtiene su impulso de la propia promesa demo-
crática de participación y soberanía universal sobre lo público;
una promesa de actualización del poder soberano de la mayo-
ría ya siempre presente en nuestras democracias» (35).
h) Definición histórica: es la que proponemos nosotros, a
partir del marco teórico enunciado al inicio de este artículo.
Nuestra tesis es que el populismo emerge como réplica, res-
puesta o alternativa a la crisis institucional de la democracia
de partidos. Y como dicha crisis es habitual en Latinoamérica,
el populismo hace parte del panorama generado por dicho
régimen. El populismo es, dice Torres, «parte constitutiva de
la democracia» (36). Discutir si el fenómeno encaja o no con la teoría liberal
de partidos, a fin de otorgarle la credencial de «democráti-
ca», es algo banal. La democracia como encarnación de la
filosofía política de la modernidad no exige, en rigor, el fun-
cionamiento de todas y cada una de las instituciones de la
racionalidad liberal. La lógica de la democracia es la lógica
–––––––––––– (34) Ibid., pág. 287.
(35) Ibid., pág. 289. Una disputa en torno al punto en Margaret
C
ANOVAN, «Trust the People! Populism and the Two Faces of Democracy»,
Political Studies (Londres), vol. 47, núm. 1 (1999); Benjamín A
RDITI, «El
populismo como espectro de la democracia: una respuesta a Canovan»,
Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales (México), vol. 47, núm. 191
(2004). (36) Carlos D
E LATORRE, «Masa, pueblo y democracia: un balance
crítico de los debates sobre el nuevo populismo», Revista de Ciencia Política
(Santiago de Chile), vol. XXIII, núm. 1 (2003), pág.78.
JULIO ALVEAR TÉLLEZ
894Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
Fundaci\363n Speiro

de la soberanía popular, de la ampliación de la participación
ciudadana en las decisiones colectivas, metas que el populis-
mo parece satisfacer –al menos en un primer momento– de
manera mucho más eficaz que el régimen de partidos.Régimen que, por lo demás, ha sido ultrapasado, desna-
turalizado o se encuentra en estado de caducidad dentro del
propio sistema clásico, en la medida en que ni el Congreso,
ni los partidos tradicionales, ni el sistema representativo,
cumplen hoy, a cabalidad, la función que la teoría democrá-
tica les había asignado. La democracia de partidos se parece
más a un régimen oligárquico donde grupos de ciudadanos
se transfieren el poder unos a otros en nombre del pueblo.
A tal régimen, mejor le conviene el nombre de «partitocra-
cia», de acuerdo al conocido estudio de Fernández de la
Mora (37). Podríamos seguir por las vías del escepticismo democrá-
tico y afirmar que este sistema, tal como fue acuñado por la
modernidad racionalista, nunca pudo realizarse. Es lo que
opina el mismo filósofo español: «En una sentencia famosa,
Lincoln definió la democracia como el gobierno por el pue-
blo. Tal modelo no ha existido y no existirá nunca. No es la
descripción de algo real, ni la formulación de un ideal posi-
ble; es pura retórica. Los grupos humanos, tanto más cuan-
to más numerosos, sólo pueden ser gobernados por unos
pocos» (38). Ni siquiera en el lenguaje se puede llegar a un
acuerdo fundamental, según hace ver Ortega y Gasset: «La
palabra democracia ha quedado prostituida, porque ha reci-
bido sobre sí los nombres más diferentes» (39). Y Bergson
remata con notable ironía: «La verdadera democracia es la
comunidad de obediencia, libremente consentida, a la supe-
rioridad de la inteligencia y de la virtud» (40).
–––––––––––– (37) Gonzalo F
ERNÁNDEZ DE LAMORA, La partitocracia , Madrid, Instituto
de Estudios Políticos, 1977. Un estudio del fenómeno en Chile, Pablo
R
ODRÍGUEZGREZ, El mito de la democracia en Chile (1833-1973). De la autocracia
a la democracia formal , Santiago, Eves ediciones, 2010, págs. 33-304.
(38) Gonzalo F
ERNÁNDEZ DE LAMORA, «Contradicciones de la partito-
cracia», Verbo (Madrid), núm. 291-292 (1991), pág. 55
(39) José O
RTEGA YGASSET, Meditaciones de Europa , 2.ª ed., Madrid,
Revista de Occidente, 1966, pág. .23. (40) Henri B
ERGSON, Mélanges , París, PUF, 1972, pág. 1283.
EL POPULISMO EN HISPANOAMÉRICA: UNA LECTURA DIFERENTE
Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
895
Fundaci\363n Speiro

Si aceptáramos esta postura escéptica, tanto daría la
democracia de partidos como el populismo: ambos no logra-
rían realizar el principio del gobierno del pueblo. Pero
habría que aceptar, al contrario de lo que afirma la ciencia
política liberal, que el populismo se halla más cerca de
lograrlo, en cuanto su resurgencia supone, al menos al inicio
del proceso, el acercamiento de los mecanismos representa-
tivos a las masas y la movilización popular hacia el espacio
público. Pero hay que notar asimismo que el proceso popu-
lista se encuentra tarado de rasgos verticalistas. Bien puede definirse el populismo de un modo funcio-
nal, tomando prestado el modelo de Casullo. Hay populis-
mo donde encontramos una masa movilizada alrededor de
un liderazgo personal carismático, capaz de generar políti-
cas de acción colectiva movilizantes y antagonistas. Sin embargo, la discusión central en torno al populismo
no gira, como cree Casullo, en torno a la aptitud democrá-
tica del fenómeno. Parece evidente que el populismo es
«democrático», que forma parte del sistema, pero en un sen-
tido y en una forma muy distinta a lo comúnmente plantea-
do. El populismo profundiza la lógica totalitaria de la demo-
cracia moderna de origen rousseauniano, en cuanto supo-
ne o concibe la utilización de la soberanía popular de un
modo absoluto. En el ejercicio de apelar al pueblo no hay
contrafuegos conductuales ni contrapesos institucionales.
La democracia populista puede «comerse» a la democracia
liberal de partidos sin ningún remordimiento. Es la antro-
pofagia del pueblo respecto de sí mismo. Porque es el pue-
blo en marcha el que se presenta como soberano a través de
un conjunto de actos de voluntad desnudos de limitaciones
previas. De ahí el uso del poder constituyente como poder
demiúrgico a través de asambleas «populares», convocadas
por el caudillo de turno. La Venezuela de Chávez es el más
nítido ejemplo.
JULIO ALVEAR TÉLLEZ
896Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
Fundaci\363n Speiro

5. El populismo hispanoameriacanoSi tras las constituciones escritas existieran realmente
constituciones históricas indiscutidas, el populismo no podría
ser ni antropofágico ni demiúrgico. Pero en Hispanoamérica
no existen dichas constituciones históricas. La orfandad polí-
tica que derrumbó la «patria grande» en los procesos de inde-
pendencia nunca logró ser resuelta. Importamos, copiamos y
nos nutrimos de la modernidad política racionalista, pero
nunca la digerimos del todo. Dos siglos de ensayos de estabi-
lidad constitucional y en eso quedamos. Tras los ensayos, la
reacción populista. Y es que el populismo, tal como dijimos al principio, es
una respuesta a la artificialidad del racionalismo político
implantado en América y un síntoma de su falta de arraigo.
Un poco de calor humano a tanta abstracción. Pero ese calor humano en realidad incendia. Con las
dimensiones antropofágica y demiúrgica, el populismo hispa-
noamericano quema lo torcido de los regímenes de partidos,
pero también lo bueno de la relativa estabilidad institucional
y de la (a veces escasa) racionalidad política y económica. Lo que vulgarmente se denomina «demagogia» populis-
ta –como técnica de captar y controlar las adhesiones más
allá de los marcos de la racionalidad– en realidad debe ser
analizado dentro de un género más amplio: el abuso y la
degradación del lenguaje político. El populismo hispanoamericano, particularmente el lla-
mado «neo-populismo» a partir de la década de los noven-
ta, se ha caracterizado por aislar la palabra respecto del
objeto. El lenguaje político deja de tener como finalidad la
comunicación y se transforma en puro instrumento de
dominio. El viejo recurso a la retórica antagonista y dicoto-
mizante ahora no admite la controversia, ni siquiera la
argumentación. El contrapunto es el mal absoluto. Chile no ha conocido estas características del populismo.
Aun en los gobiernos calificados en su época como «dema-
gógicos» –el de Alessandri Palma, por ejemplo– nunca se
EL POPULISMO EN HISPANOAMÉRICA: UNA LECTURA DIFERENTE
Verbo, núm. 549-550 (2016), 883-898.
897
Fundaci\363n Speiro

renunció al «ideal jurídico de Estado», aun cuando se vio
entrampado sucesivamente por la democracia caudillesca,
en el decir de Góngora, y posteriormente por los gobiernos
planificadores (41). En las últimas décadas, el país ha sido
considerado una excepción por su continuidad política y su
tranquilo desenvolvimiento económico.Sin embargo, y a modo de conclusión, las notas caracterís-
ticas del populismo latinoamericano –antropofagia, designio
demiúrgico, degradación y abuso del lenguaje– comienzan a
permear el escenario chileno. Es lo que se ha notado en la
ejecutoria del gobierno de la Nueva Mayoría, particularmen-
te en materia constitucional. Un análisis de fondo se impone
en este campo. Pero aún no es tiempo de hacerlo.
–––––––––––– (41) Mario G
ÓNGORA, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile
en los siglos XIX y XX, Santiago, Ediciones Universitarias, 1986.
JULIO ALVEAR TÉLLEZ
898Verbo,núm. 549-550 (2016), 883-898.
Fundaci\363n Speiro