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El populismo en la Europa contemporánea

EL POPULISMO EN LA EUROPACONTEMPORÁNEAJavier Barraycoa
1. Introducción
Las primeras experiencias populistas a las que apuntan
algunos autores, como Álvaro Vargas Llosa en El Renacimiento
del Populismo , o Margaret Canovan en Los Populismos, una de
los referentes en estos temas, se remontarían al siglo XIX. A
modo de ejemplo y en contextos totalmente diferentes, los
narodniki rusos (1) y el Greenback Party (2) estadounidense
nacieron de forma inconexa y distante pero simultánea. No
obstante, toda discusión académica sobre el origen del popu-
lismo es estéril. Es imposible especificar el origen fenomeno-
lógico de una categoría política difícilmente acotable y
definible. Estos dos primeros ejemplos que nos propone Canovan,
ya nos avisan de futuras contradicciones y diferencias entre
los autores que han querido pontificar sobre el populismo.
Por ejemplo, en Rusia, se trató de un movimiento dirigido
por una élite urbana que se dirigía a masas campesinas
populares. Sería el ejemplo de un tipo de populismo dirigi-
do por las elites y con un señalado carácter intelectualista.
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(1) Los narodniki de Rusia fueron unos revolucionarios de las déca-
das de 1860 y 1870. Aparecieron como respuesta a los conflictos crecien-
tes entre el campesinado y los terratenientes. En la primavera de 1874, los
conflictos se trasladaron a los centros urbanos de Rusia y sus inquietudes
fueron recogidos por una intelligentziaque marchó a los pueblos para
estar «entre la gente». (2) En Estados Unidos, el Greenback Party, se estableció como partido
en 1875. Su base eran los agricultores que estaban sufriendo una dismi-
nución de los precios agrícolas, el aumento de las tasas de ferrocarril y las
políticas deflacionarias del gobierno de la divisa.
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JAVIER BARRAYCOA
Por otro lado, el ejemplo propuesto que emerge en la socie-
dad norteamericana, es una reacción de sectores populares
y agrícolas contra una élite industrial y financiera que empe-
zaba a despuntar y ponía en peligro sus intereses y subsisten-
cia (3).La arqueología para clasificar todos los posibles populis-
mos decimonónicos y del primer tercio del siglo XX, sería
interminable. Por otro lado, tenemos a los denominados
neopopulismos . Estos son fenómenos políticos mucho más
recientes, que se han ido forjando aproximadamente desde
el último tercio del siglo XX hasta hoy. Para constatar la difi-
cultad de una taxonomía, baste decir que la mayoría de
movimientos o partidos que los politólogos consideran
populistas, rechazarían este adjetivo. Igualmente muchos no
aceptarían ser englobados junto a otros movimientos que, a
los ojos de los politólogos, guardan concomitancias. Los
modelos Le Pen, Haider o Pym Fortuyn; el pseudoseparatis-
mo no nacionalista de la Liga del Norte; los neopopulismos
de tendencias marxistas hispanoamericanos o corrientes
etno-populistas post-comunistas de Europa del Este, entre
otros son denominados frecuente populismos, pero muchos
entre ellos se despreciarían. Guy Hermet, uno de los pensadores de referencia en el
campo del populismo, reflexiona sobre el carácter de los anti-
guos y nuevos populismos: «El dogma del clásico populismo
de los antiguos descansa en un imaginario fusional y rebel-
de frente a la idea del pluralismo social e ideológico y en un
moralismo dicotómico del combate entre el Bien y el Mal
[…]. Por el contrario, el resorte del populismo de los
modernos es muy distinto. […] [E]s el producto de una
impresión de vuelco absoluto del modo de intervención de
una potencia pública que ha perdido para algunos su rostro
protector para revestir el rostro de un factor de riesgo que
cabe desacerbar con urgencia. Cabe solamente notar a
modo de conclusión que la reacción en contra de esta deri-
va empezó hace tiempo, en el marco de políticas que se
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(3) A estas experiencias denominadas «clásicas» por la literatura polí-
tica, añadiríamos otros ejemplos como el Social Credit en Alberta, o el
Levantamiento Verde de Europa del Este.
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dedican a recuperar los argumentos y las recetas populistas,
en beneficio de la gobernanza establecida» (4).Esta primera aproximación al concepto, ya nos indica
que el populismo tiende a ser un movimiento más reactivo
que pro-activo. Y se aleja también de una visión, por lo
demás vulgarizada, que lo propone una reproducción de los
pasados totalitarismos del siglo XX. Parafraseando a
Tocqueville y a lo que él llamara la tiranía de la mayoría,
Robert Dahl propone el populismo más como un defecto de
la democracia que como una propuesta de régimen totalita-
rio. Así afirma que se podrían definir los populismos como una
defensa de la sociedad frente a la tiranía de la mayoría y su pensa-
miento único controlado por las elites sociales . Por mucha retórica
que se le añada, los populismos tienden a generar discursos
más contra el poder y abogando por su limitación y control
que no tanto una obsesión por el ejercicio del poder.
Aunque quizá esta primera apreciación sea demasiado abs-
tracta e indefinida. El intento por parte de muchos intelectuales de izquier-
das de querer mantener un hilo conductor entre el fascismo
y el nazismo y los neopopulismos europeos sería erróneo. No
obstante, son muchos los politólogos que así lo describen,
intentando argumentar que los populismos europeos son
adaptaciones estratégicas de los viejos fascismos para sobre-
vivir tras la derrota de la Segunda Guerra Mundial. Sin
embargo, detectamos demasiados saltos que imposibilitan
afirmar una continuidad homogénea del fascismo o el nazis-
mo oculta bajo «tácticas» de los movimientos populistas.
Sospechosamente, estos autores no consideran que los
populismos hispanoamericanos sean continuación del tota-
litarismo comunista, aunque mantengan vinculaciones sim-
bólicas, de discurso y relacionales más intensas que los
populismos europeos. Hans-Georg Betz, por ejemplo, estudió este fenómeno
en su obra Radical right-wing populism in Western Europe (5),
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(4) Guy H
ERMET, Populismo, democracia y nueva gobernanza , Barcelona,
El Viejo Topo, 2008, pág. 31. (5) Hans-Georg B
ETZ, Radical right-wing populism in Western Europe ,
Nueva York, St. Martin´s Press, 1994, pág 223.
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donde exponía la aparición de un populismo de derechas,
pero en un contexto de estabilidad política en Europa y sin
ánimos de derrocar los regímenes democráticos para volver
a recrear los totalitarismos de antes de la Guerra Mundial.
Este fenómeno duró poco, pues el populismo (en abstracto
o como fenómeno de movilización de masas) quedó domina-
do por una imparable hegemonía cultural de las izquierdas
europeas a finales de los 60, semillas de futuros populismos
pero de otro signo. La revolución del 68 fue sólo una mani-
festación más de esta hegemonía, que de cultural pasó a polí-
tica en los 80, con la omnipresencia de los Partidos
socialdemócratas en los gobiernos europeos; y desde finales
del siglo XX es una hegemonía en la conciencia de los ciuda-
danos incluso en aquellos que se autodenominan de derechas.
Ciertamente, la caída del muro de Berlín iba a suponer
un duro golpe para la hegemonía política de la izquierda,
pero no su desaparición en los marcos mentales de los indi-
viduos. En cierta manera la estructura mental revolucionaria
comunistas, era sustituida por la estructura mental revolucio-
naria liberal. Este hecho, dejó amplios espacios de incerti-
dumbre en muchos sectores sociales; especialmente cuando
las promesas de una nueva primavera liberal tampoco flore-
cieron. Pero la caída de las ideologías y de la clase política
que diseñó la arquitectónica europea o el atasco político eco-
nómico del viejo continente, no ha dado lugar a «ideologías
de reemplazo» ni a cosmovisiones identificativas. El populis-
mo es «aquello prácticamente indefinible» que ocupa el
vacío que ha producido la quiebra de las categorías políticas
propias de la modernidad. Esta indefinición, en función de
la sociedad receptora, sea hispanoamericana, sea europea, le
dará unos tintes aparentemente opuestos, pero con elemen-
tos comunes.
2. El populismo, un concepto «difuso» para la ciencia política
El populismo, en tanto que movimientopolítico, ha sido
ampliamente estudiado y ha generado una inmensa literatu-
ra política, especialmente en Hispanoamérica. Sin embargo,
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sorprendentemente, no existe un consenso sobre su natura-
leza. Peor aún, es prácticamente imposible encontrar en los
teóricos propuestas de denominadores comunes a fenóme-
nos diversos que son acotados bajo la misma categoría de
populismo. Si bien, desde el pensamiento marxista, hubo
una época en que los movimientos populistas eran alabados,
especialmente en Hispanoamérica; por el contrario la inte-
lectualidad de izquierdas, al aplicarlos a movimientos socia-
les en Europa, lo suele hacer de forma peyorativa.El populismo, pues, se trata de un término extenso (por
la cantidad ingente de movimientos que se han denomina-
do así) e incluso carente de significación para muchos. Casi
podríamos decir que cada movimiento populista es como
los ángeles: constituye cada uno una especie en sí mismo.
Por ello, si queremos entender el fenómeno en la Europa
contemporánea, deberemos recurrir a comparaciones cons-
tantes entre otros movimientos populistas alejados. Y más
que procurar una taxonomía, alcanzaremos un gran logro si
logramos descubrir las causas que posibilitan la existencia
movimientos tan diversos. Por ello es más interesante enfo-
car este tipo de estudio como una búsqueda del sentido del
populismo como sintomatología de lo que está ocurriendo
en las estructuras sociales, y no tanto como hecho en sí. Si la literatura marxista ha puesto su mirada en las «cla-
ses desfavorecidas» a la hora de justificar revoluciones
«populares», lo que se ha denominado el «neopopulismo»,
en palabras de Guy Hermet: «Es la expresión de una pobla-
ción semiacomodada que se opone ya no a los Gordos, a los
Ricos, o a los Poderosos, sino a los desfavorecidos con quie-
nes no se sienten de ninguna manera solidarios» (6). Este
cambio de paradigma, más que imprescindible para compa-
rar los populismos europeos con los hispanoamericanos no
es suficiente. Nos asaltan preguntas de por qué unos popu-
lismos según se sitúen geográficamente son considerados de
ultra-derecha (y curiosamente casi nunca de ultra-izquier-
da); en cambio, al otro lado del atlántico se consideran sim-
plemente «populismos».
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(6) Guy H
ERMET, op. cit. , pág. 26.
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Así, Hermet apunta: «En Europa del este, se dice tam-
bién extrema-derecha , pero sobre todo no extrema-izquierda, tra-
tándose en particular de los anti-mundialistas que son por lo
tanto populistas de un tipo totalmente inédito (es decir que
presentan notoriamente algunas analogías con los Grangers
americanos de los años 1890). Por el contrario, en América
Latina, las expresiones de populismo de la extrema-derecha
no son utilizadas como sinónimos por razones evidentes y
antiguas. Pues, ¿qué habría que hacer con Hugo Chávez,
L u l a , C a s t r o , P e r ó n , i n c l u s o c o n e l s u b - c o m a n d a n t e
Marcos?» (7).
Sigamos con las dificultades de encasillar el término.
Algunos autores han determinado que el populismoes mera-
mente una palabra ruido(el ejemplo más claro es nuestro
tan afamado «fascista» o «nazi») que se utiliza no con una
finalidad comprensiva sino como reprobación. Con otras
palabras, más que un concepto es una «locución» que no
pretende comunicar un significado sino reafirmar la actitud
del locutor y censurar el razonamiento posible del interlocu-
tor. A ello contribuye que el propio populismo es un conver-
sador difícil, ya que, per se, no es una ideología con la que se
puedan consensuar ciertos parámetros de discusión (8).
Más bien, ha sido definido como no como un movimiento,
sino como un estilo político (9) o un estilo de comunicación polí-
tica (10) alejado de un sistema coherente de ideas articula-
das sin contradicciones. La caracterización del populismo
como un estilo político se debe a que se considera que en estas
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(7) Cfr. Guy H
ERMET, «El populismo como concepto», Revista de
Ciencia Política (Santiago de Chile), vol. XXIII, núm. 1, 2003, págs. 5-18.
(8) El populismo de izquierdasquiere que se hable en público, y se
imponga un lenguaje, que a nadie interesa y usa en privado (la corrección
política vendría a ser ello). El populismo de derechasquiere llevar al ámbi-
to público lo que la gente piensa y dice en privado. (9) Pierre-Andre T
AGUIEFF, «Interpretar la ola populista en la Europa
contemporánea: entre resurgencia y emergencia», en Miguel Ángel S
IMÓN
(ed.), La extrema derecha en Europa desde 1945 a nuestros días , Madrid,
Tecnos, 2007. (10) Jan J
AGERSy Stefaan WALGRAVE, «Populism as political communi-
cation style: An empirical study of political parties’ discourse in Belgium»,
European Journal of Political Research (Nottingham), vol. 46, núm. 3 (2007),
págs. 319 y sigs.
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formaciones «se expresa más una protesta que una cualidad
programática» (11).Como todo movimiento social o político, el populismo
necesita generar un discurso y un imaginario colectivo. En
esto, se muestra un fenómeno especialmente dotado para
jugar con los estereotipos –se ajusten o no a la realidad– y
transmitirlos de forma prácticamente estandarizadas a dife-
rentes sectores sociales muy diferenciados entre sí. Por
ejemplo, en palabras de una de los mayores expertos en el
estudio de movimientos de este tipo, Xavier Casals: «El
populismo, simplificando, denuncia una distancia entre
gobernantes y gobernados, los de “arriba” y los de “abajo”:
la existencia de unas élites oligárquicas que se han apodera-
do de la soberanía popular y nacional y la emplean en la
defensa de sus propios intereses, constituyendo una “casta”
alejada de los verdaderos intereses de los ciudadanos. Para
acabar con su poder, las opciones populistas exhortan al
“pueblo sano” a movilizarse y recuperar sus derechos, sien-
do el anti-elitismo el rasgo definitorio de su mensaje» (12).
Esta síntesis –y la exposición de cómo se manejan los estere-
otipos– es bastante preclara y acertada, aunque aún faltan
elementos definitorios que más adelante propondremos. Sin embargo, seguimos ahora a Xavier Casals en otras
anotaciones de interés sobre el tema. Está de acuerdo con la
línea argumentativa que seguimos en este artículo de que:
1) no existe consenso en su definición desde la Ciencia
Política; 2) tiene más de movilización social que no de
estructura organizativa de Partido; 3) su mera existencia
denota una pérdida de legitimidad de ciertos mecanismos
que hasta entonces parecían funcionar; 4) el sujeto político
al que se dirigen, contra lo que pueda parecer, no es a la
«nación», sino a los restosque de ella quedan, reflejados en
expresiones como el «hombre de la calle», la «buena gente»
o «el pueblo» genérico; estos hombres buenos, sociedad sanao
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(11) Michael M
INKENBERG, «La derecha radical populista en Alemania»,
en Miguel Ángel S
IMÓN(ed.), La extrema derecha en Europa desde 1945 a
nuestros días , cit., pág. 334.
(12) Cfr. Francisco P
ANIZZA(comp.), «Introducción», en El populismo
como espejo de la democracia , Buenos Aires, FCE, Buenos Aires, 2009, pág. 13.
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gente normal, son el último recurso contra unas elites que se
han alejado de sus funciones; y 5) como clave muy importan-
te que volveremos a retomar, y como advierte el politólogo
Marco Tarchi, el populismo pretende «refundar la democra-
cia, no destruirla, pretensión que a veces desemboca en un
riesgo de hiperdemocratismo, es decir, en una idealización
de la disponibilidad del hombre de la calle como ciudadano
activo” y, como tal, dispuesto a soportar los costes de su afán
de “reapropiarse del ejercicio del poder» (13). Por ello,
podemos afirmar que el populismo, al menos el denomina-
do de derecha o ultraderecha, no es en sí mismo ni una revolu-
ción ni una contrarrevolución.
3. Acotando el concepto del populismo.
El populismo es un fenómeno, por tanto, que sólo podrá
definirse por acotación, e incluso por ensayo y error entre
las definiciones teóricas y la observación empírica de sus
manifestaciones. Autores como Hermet proponen empezar
por una pre-definición que sea concebida como una «hipó-
tesis corregible» en la medida que la confrontemos con
casos reales. Para ello hay que ser consciente de que «1) de
la carencia de significación intrínseca del término populis-
mo, que constituye la regla en el plano del savoir-vivrepolíti-
co; 2) de la contingencia o del oportunismo declarado de su
uso; 3) de su deficiencia teórica extrema como concepto,
lamento tener que evaluarlo en este mismo plano teórico.
No puede ser de otra forma» (14). Margaret Canovan siempre advirtió que el populismo no
es tanto una ideología sino que su esencia la constituye una
forma de acción política especialmente polémica al romper
con ciertos cánones políticos institucionalizados y de fronte-
ras muy difusas. Esta acción política se fundamenta en una
retórica en la que, de una manera u otra, el discurso siem-
pre está centrado en el pueblo (con todas las dificultades
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(13) Marco T
ARCHI, L’Italia populista. Dal qualunquismo ai girotondi ,
Bolonia, Il Mulino, 2003, pág. 32. (14) Guy H
ERMET, «El populismo como concepto», loc. cit., pág. 6.
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que entrañará definir qué es el pueblo) y que busca fuertes
reacciones emocionales en el sujeto al que se dirige (15). Por el contrario, E. Shils considera a los populismos
como una ideología. Para él, el populismo sería «una ideolo-
gía que identifica la voluntad del pueblo con la justicia y la
moral» (16). El inconveniente de esta precisión es cómo
–desde un pensamiento de izquierdas– se puede identificar
una ideología con todo el colectivo, cuando en puridad mar-
xista sólo puede serlo de la clase dominante y proyectada,
por alienación, a la clase oprimida. Por eso, no han faltado
autores marxistas que no han querido abandonar este
dogma a la hora de interpretar el populismo. Este es el caso
de Ernesto Laclau. Para él, siguiendo una interpretación
gramsciana , los líderes populistas no son, en ningún caso,
revolucionarios o anti-capitalistas, a pesar de que su discurso
lo parezca. Sigue a Gramsci cuando éste afirma: «Si la clase
dominante ha perdido el consenso, ya no es más clase diri-
gente, es únicamente dominante, detenta la pura fuerza
coercitiva, lo que indica que las grandes masas se han aleja-
do de la ideología tradicional, no creyendo ya en lo que
antes creían» (17). En esta perspectiva, el populismo es un
interregno en el que las elites consiguen el dominio precario
sobre las masas, hasta que no se produzca un recambio de
elites que sean capaces de dotar a las masas de ideología. Por
lo tanto el populismo es una mera de «retórica de confron-
tación» (18), nunca la manifestación de una lucha de clases. En cierta medida la tesis de Laclau coincide con la del
argentino Torcuato Di Tella, aunque éste último identifica
–––––––––––– (15) Margaret C
ANOVAN, Populism , Nueva York, Harcourt-Brace
Jovanovich, 1981, pág. 123. (16) Edward S
HILLS, The torment of secrecy, Nueva York, The Free Press,
1956, p. 98. (17) Antonio G
RAMSCI, Quaderni del Carcere, Turín, Einaudi 1975, vol.
1, 3, § 34, pág. 311. (18) Esta visión gramsciana de la relación entre elites dominantes y
«pueblo», podría compararse con el análisis del colapso de una civiliza-
ción que realiza Toynbee. El historiador inglés coincide con describir esta
fenomenología de unas elites que mueven por fascinación y que se trans-
forman en elites que se siguen por mera imitación mecánica, en la fase de
colapso.
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el populismo con los movimientos específicamente hispano-
americanos del segundo tercio del siglo veinte; es decir la
de un «movimiento político que goza del apoyo de la masa de
la clase obrera urbana o del campesinado, pero que no es el
resultado de la capacidad de organización autónoma de uno
u otro de estos sectores». De ahí que –afirma– los movimien-
tos populistas sean difícilmente eficaces a la hora de recons-
truir o instaurar comunidades estables. Con términos más
nuestros, diríamos que son mecanismo de retroalimenta-
ción o ajuste de los sistemas para que nada cambie realmen-
te. Por eso los neopopulismos hispanoamericanos suelen
arrastrar la condena de la inestabilidad política (el populis-
mo de izquierdas español o griego se ajustaría más a esta
categoría). Esto ocurre precisamente, como veremos más
abajo, por su excesiva dependencia de un liderazgo caris-
mático. Un liderazgo que en palabras de Taguieff es parte
esencial del populismo y con altas dosis de atributo «provi-
dencial». No es de extrañar que los liderazgos carismáticos
–quasi religiosos– emerjan con facilidad en Hispanoamérica
y no en Europa.La literatura política al respecto del «liderazgo» en los
populismos, se ha puesto más o menos de acuerdo en estable-
cer una «proporcionalidad». En la medida que los sistemas
políticos están más institucionalizados (léase burocratizados)
el liderazgo carismático queda mitigado. En las sociedades
que están poco institucionalizadas u organizadas burocrática-
mente, este liderazgo carismático se convierte en uno de sus
rasgos definitorios. Este tipo de liderazgo personal, a diferen-
cia de Europa, busca la concentración de poderes del Estado
para hacerlos suyos e intenta generar todo tipo de resortes
para no ser discutido (Decretos, reformas constitucionales,
etc.). Respecto al tema del liderazgo, las diferencias entre los
populismos hispanoamericanos y los europeos son notorias
las más de las veces (19).
–––––––––––– (19) Robert Dahl, por ejemplo, propone que el populismo contem-
poráneo se caracteriza, antes que nada, por la presencia de un líder polí-
tico carismático, cfr. Robert D
AHL, Un prefacio a la teoría democrática ,
Méjico, Gernika, 1987. Respecto al liderazgo americano, Franco Savarino
recoge esta idea cuando habla de liderazgo como una característica del
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Otros elementos que trastocan la labor de encontrar una
definición consensuada es la tendencia a tomar como sinó-
nimos los términos populismo y nacionalismo. Esta identifi-
cación suele crear más confusión aún pues depende de la
polisemia del concepto nación, al igual que la de pueblo. En
todo populismo es inevitable las constantes alusiones al pue-
blo, pero ¿con cuál versión de pueblo nos quedamos?: ¿el
pueblo cívico de los republicanos, el pueblo-clase social del
marxismo, el pueblo étnico o el etno-cultural? Igualmente,
más abajo, intentaremos identificar mejor esta complejidad. El populismo, especialmente el europeo, no es una
negación en sí misma del Estado de Derecho, ni siquiera
una enmienda a la totalidad a un sistema. El populista, lo
que afirma, es que hay fallos en la estructura que imposibi-
lita que se manifieste la «verdadera voluntad del pueblo».
Este fallo –dicen– puede darse por unas incorrectas o mani-
pulables normas de representatividad, por embotamiento
del sistema atribuido a la corrupción, por el poder de una
élite que impide que una parte del pueblo se organice y
pueda participar en las elecciones, y así un largo etcétera de
argumentos. Pero nunca se negará la mayor. Por su parte, Pierre-André Taguieff, añade otro punto de
reflexión como la relación del populismo con los partidos u
organizaciones que lo soportan. Taguieff define este fenó-
meno como algo que puede expresarse en pequeños cená-
culos de elites o en movimientos de masas. Aunque
parezcan fuentes diferentes, fácilmente se retroalimentan
las dos. Igualmente, nuestro autor se centra en los movi-
mientos surgidos especialmente tras la caída del mundo
soviético, y por ello concibe el populismo como una expre-
––––––––––––
populismo: El líder asciende directamente del pueblo para expresar en
forma directa, inmediata, sus reclamos, aspiraciones e ideales. Este tipo
de liderazgo permite la identificación clara y unívoca con el pueblo,
mediante las características peculiares del líder. Es un hombre surgido del
pueblo, que expresa casi un estereotipo de sus vicios y virtudes en su esti-
lo «descamisado», en su forma franca o vulgar de expresarse y en sus con-
tactos directos con los humildes de la calle, cfr. Franco S
AVARINO,
Populismo: perspectivas europeas y latinoamericanas , Méjico, Espiral, 2006,
pág. 87. Esta definición costaría de encajar en muchos líderes populistas
europeos.
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––––––––––––(20) Guy H
ERMET, «El populismo como concepto», loc. cit., pág. 10.
sión desarticulada ideológicamente (en referencia a com-
plejos sistemas ideológicos como el marxismo) que inevita-
blemente sólo puede expresarse en códigos políticos
primarios: sentimiento de Patria, etnia, religión o mesianis-
mo (alejados de complejidades ideológicas como llegó a ser
el marxismo).
En este epígrafe nos quedan –para la acotación del con-
cepto– algunas observaciones relativas a sus condiciones de
emergencia o su relación con la temporalidad: «La condición
de emergencia de una movilización populista es una crisis
de legitimidad que afecta al conjunto del sistema de repre-
sentación» (20). Si tomamos esta «condición» previa, y la
aplicamos a Europa, podríamos tener una primera aproxi-
mación: el populismo –señala Hermet– es un fenómeno
antipolítico de naturaleza temporal. Al utilizar la expresión
«antipolítico» nos referimos a que se produce una ruptura
del concepto clásico de política,incluso del que usó la litera-
tura revolucionaria. En ambos conceptos, como mínimo, se
define la relación de la parte con el todo, esto es, del ciuda-
dano con la Polis; e igualmente se establecen las reglas de
legitimación del juego político (formas de gobierno, bien
común, fundamento de las leyes). Hermet, aludiendo indi-
rectamente a las características de la modernidad, señala que
el resorte central del populismo –y que es otro de los atribu-
tos de su definición– consiste en «la explotación sistemática
del sueño en tiempo real, en vivo». Es indudable que el neopopulismo europeo –a diferen-
cia del hispanoamericano– es un fenómeno más posmoder-
no que moderno. Se produce bajo unas condiciones sociales
que autores como Lipovetsky han determinado como pro-
pias de la posmodernidad: hiperindividualismo que genera
falsas sensaciones de sentimiento colectivo y solidaridad,
pero que no es real; dominio de lo efímero y la moda sobre
el sentido del tiempo histórico; dictadura del presente sobre
el pasado, de los afectos sobre la racionalidad, sobre dimen-
sión de lo carismático combinado con lo burocrático y racio-
nal, etc. Mientras que los cubanos llevan décadas esperando
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––––––––––––(21) Donald M
ACRAE, «Populism as an ideology», en G. IONESCUy E.
G
ELLNER(comps.), Populism: its Meaning and National Characteristics ,
Londres, Macmillan, 1969. (22) Ibid., pág. 168. Para MacRae es preciso que, con todo, se dé un
movimiento político a corto plazo y no un partido político serio y real
para poder hablar de populismo en su forma más típica.
que se culmine el proceso revolucionario, el europeo quie-
re soluciones inmediatas, pues la vida se le escapa.
Donald McRae, por ejemplo, autor de Populismo como ideo-
logía (21), describe el discurso populista como: « […] un
apocalipsis inmediato, inminente, mediado por el carisma
de líderes y legisladores heroicos» (22). El populismo euro-
peo, a diferencia de los populismos que aún emergen de la
ideología marxista, o de los movimientos agrarios como los
definidos por MacRae, no aspiran a violentas y dolorosas
revoluciones, pero tampoco a cubrir largas etapas de la his-
toria (como las diseñadas por el marxismo) para conseguir
sus sueños. El tempoes muy diferente al de las grandes ideo-
logías que pretenden encuadrarse en una estructura tempo-
ral histórica con etapas racionalmente definidas. Esta
exigencia de urgencia política atenta las más de las veces
contra el arte de la política y la prudencia como su virtud
propia. Su argumento es la simultaneidadentre las reclama-
ciones y las soluciones.
4. El populismo europeo contemporáneo
A partir de la década de los ochenta del siglo XX, en un
importante número de países se ha vivido lo que Taguieff ha
calificado como la «ola populista». Esto es, la aparición, con
mayor o menos suerte electoral, de formaciones que se
caracterizan por a) un discurso y posicionamiento hasta
entonces inusitado frente a la inmigración (en terminología
gramsciana se está produciendo una ruptura de la ideología
dominante o, en un sentido vulgarizado, la corrección políti-
ca); y b) un intento de distanciarse tanto en las propuestas,
formas organizativas y dialéctica empleada, de los partidos
tradicionales, o más propiamente institucionalizados.
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––––––––––––(23) Hans-Georg B
ETZ, La droite populiste en Europe. Extrême et démocra-
te?, París, Autrement, 2004
(24) José Luis R
ODRÍGUEZ, «De la vieja a la nueva extrema derecha
(pasando por la fascinación por el fascismo)», Historia Actual Online, núm.
9 (2006), http://www.historia-actual.com/hao/pbhaoabs.asp?idi=ESP&pgt=
2&pid=4&pbl=HAO&vol=1&iss=9&cont=9 (25) Cas M
UDDE, Populist Radical Right Parties in Europe, Cambridge,
Cambridge University Press, 2007. (26) Piero I
GNAZI, Extreme Right Parties in Western Europe, Oxford,
Oxford University Press, 2003. (27) Cas M
UDDE, op. cit.
(28) Piero I
GNAZI, op. cit.
Entre esta ola populista podríamos incluir una infinidad
de partidos, de los cuales algunos han subsistido, otros se
han transformado y otros han desaparecido: el Partido del
Progreso, de Dinamarca, fundado en 1972; el Frente
Nacional, en Francia, fundado en 1972; el Partido Anders
Lange, de Noruega, fundado en 1973; el Bloque Flamenco,
de Bélgica, fundado en 1978; el Partido Nacional Británico,
fundado en 1980; el Partido Liberal Austriaco (FPÖ), funda-
do en 1986; la Nueva Democracia Sueca, fundada en 1991
(algunos politólogos incluyen la Liga Norte, de Italia, funda-
da también en 1991. Ello denota la dificultad de la clasifica-
ción antes aludida). Los apelativos usados por los politólogos para intentar
clasificaciones son de lo más variopintas: «populismo de
derecha radical» (23); «nueva extrema derecha» (24); «dere-
cha radical populista» (25). Muchos, forzando el aparato
conceptual, quieren relacionar directamente los partidos
aparecidos con en los ochenta con el fascismo o el nazismo,
llamándolos «extrema derecha tradicional» (26) o «de tradi-
ción fascista» (27). Por el contrario populismo como el caso
de Podemos en España o Syriza en griego que representa un
acrónimo que la prensa europea no suele destacar: coalición
de la Izquierda Radical.
Centrándonos en el epíteto «populismo» con connota-
ciones negativas (esto es, de extrema derecha), el politólogo
Piero Ignazi reconoce que es necesario distinguir entre dos
tipos de partidos en la extrema derecha europea: 1) los de
«extrema derecha tradicional» y 2) una «extrema derecha
post-industrial» o «nueva extrema derecha» (28). Mudde va
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––––––––––––(29) Cas M
UDDE, op. cit., pág. 31.
(30) Yves M
ÉNYe Yves SUREL, Par le peuple, pour le peuple. Le populisme et
la démocratie, París, Fayard, 2000.
(31) Hans-Georg B
ETZ, La droite populiste en Europe. Extrême et démocra-
te?, cit.; Jens R
YDGREN, «The Sociology of the Radical Right», Annual
Review of Sociology (Lafayette), vol. 33 (2007), págs. 241-262; Cas M
UDDE,
Populist Radical Right Parties in Europe, cit.
(32) Pierre-Andre T
AGUIEFF, «Interpretar la ola populista en la Europa
contemporánea: entre resurgencia y emergencia», loc. cit.
más allá y distingue como fenómenos totalmente distintos la
«derecha radical populista» y simplemente la «extrema
derecha». Con esta distinción Mudde establece, como ya
vimos, la diferencia fundamental entre ambas familias de
partidos: «derecha radical populista» es «[…] democrática,
aunque se opongan a algunos valores fundamentales de las
democracias liberales» (29); situación que no se atribuiría a
la mera «extrema derecha».
Una vez acotado, mínimamente, el concepto de populis-
mo en el epígrafe anterior, y considerando las dificultades
taxonómicas, ahora debemos realizar una aproximación por
sus rasgos comunes:
1. Una de las características del populismo es su tacticis-
mo extremo y su oportunismo, por lo que es prácticamente
imposible clasificarlos desde una perspectiva ideológica tra-
dicional (30) y ni siquiera por una estrategia coherente con-
tinuada en el tiempo. Es por ello que debemos rechazar la
tesis de un grupo de autores, que hemos expuesto más arri-
ba, que insisten en que el fundamento del populismo es el
nacionalismo (31). De hecho el nacionalismo como ideolo-
gía exige una continuidad estratégica en el tiempo. Taguieff, ratificando esa tesis, apunta que el populismo
debe diferenciarse del nacionalismo (32). El nacionalismo,
como ideología, apela a enemigos externos, exaltación de la
comunidad propia y necesidad de cohesión de clases socia-
les. Sin embargo, el populismo fácilmente puede confundir
ciertas clases populares o con toda la comunidad política
que apela a un enemigo externo (los inmigrantes o élites
globalizadoras) y otro interno (los políticos propios que han
traicionado a su comunidad). El populismo, partiendo de
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––––––––––––(33) Apud Pascal P
ERRINEAU, European Movements between the Inherited
Past and the Need to Adapt to the Future, Barcelona, Institut de Ciències
Polítiques i Socials, 2005, pág. 23. (34) Franco S
AVARINO, Populismo: perspectivas europeas y latinoamericanas ,
cit., pág. 83.
una definición difusa, variable y moldeable de «pueblo»,
puede reinterpretar los amigos y enemigos con suma rapi-
dez y facilidad. Un ejemplo claro es la admiración de
muchos populismos hacia la actual Rusia, la que era otrora
el mayor enemigo de Occidente.
2. Otro de los elementos del populismo es la constante
referencia al pueblo, proporcional a la dificultad de definir-
lo. La definición de lo que es la comunidad propia en el
populismo no deja de ser una «intuición» y no una defini-
ción intelectual, en mayor o meno grado –según los populis-
mos– se mezclan o confunden dos términos: el ethnos(la
nación étnica, más o menos pura) y el demos(las clases popu-
lares «incorruptas», «sanas», o que conservan la esencia de
la moralidad popular). Curiosamente, en Europa, se apela
más al hombre ordinario que no a los salva patrias (33).
Actualmente los populismos, en sus constantes variantes
conceptuales, parecen decantarse a identificarse con el con-
cepto «identitario». El término «identitario» sigue siendo
igualmente difícil de acotar y definir. Y puede abarcar un
amplio abanico de gradaciones y combinaciones entre el
ethnos y el demos. El concepto identitarioconformaría una
extraña mezcla de racialismode baja intensidad, con el acen-
to puesto en la identidad cultural y una referencia a un resto
moral de la sociedad, especialmente de las gentes sencillas,
en las que residiría la esencia de la nación o la Patria. Esta
fascinante combinación posibilita que el término pueda ser
usado en muchos sentidos y escaparse de muchas acusacio-
nes, como la de «viejo totalitarismo». Así, se confirma en
parte la tesis de Franco Savarino al afirma que: «El pueblo
del populismo es, obviamente, una abstracción, una ideali-
zación, que pretende referirse a la totalidad de la población,
o más bien a aquella parte de la población que posee las
características más nobles, auténticas y puras» (34).
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–––––––––––– (35) Roger G
RIFFIN, «Interregnum or Endgame? Radical Right Thought
in the “Post-fascist” Era», The Journal of Political Ideologies (Oxford), vol. 5,
núm. 2 (2000), págs. 163-78.
3. Esto nos lleva a otra consideración relacionada con el
pueblo. La propuesta de Griffin, al respecto, es que el popu-
lismo europeo podría definirse como «liberalismo etnocrá-
tico», donde el concepto ethnos, se mezclaría con la cultura
y lo «identitario» (35). Al igual que la izquierda ha domina-
do un discurso de la multiculturalidad y la diferencia, el
populismo ha adoptado el discurso de los derechos propios
como una forma de reivindicar también la propia identidad
dentro de la «tiranía de la diferencia». Es propio de los dis-
cursos populistas de izquierdas aceptar que existan puntos
de vista discordantes a tener en cuenta como parte del «pue-
blo»: otras identidades, poblaciones inmigrantes de oríge-
nes diversos, heterogeneidad étnica. Por otra parte, el
populismo de derechas reclama también la diferencia, pero
para exigir un trato preferencial a los que se consideran
como miembros de pleno derecho del «pueblo». Esta tesis
asume los postulados del sistema democrático liberal del
que quieren que los beneficios sean repartidos bajo criterios
no igualitarios de los que quiere imponer la izquierda. No
es que se reniegue de la igualdad, sino que la igualdad debe
establecerse entre aquellos que entran en el concepto de
«pueblo». Quizá una de las expresiones más curiosas para
definir esto, sea la de Perrineau: «chovinismo del bienes-
tar».
5. Las contradicciones del populismo, en cuanto que esperanza
política
En Hispanoamérica se produce a una apelación directa
al «pueblo», cuya esencia muchas veces se redirige hacia el
indigenismo (una forma de etnocentrismoque la izquierda
nunca condena) y que muchas veces raya con el mesianismo
político donde la identificación del líder populista y el pue-
blo es casi total. En Europa, los neopopulismos alejados de
los viejos movimientos fascistas no identifican el líder con el
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pueblo y se carece de expresiones o concreciones de ese
mesianismo. Bien al contrario, si en Hispanoamérica los
líderes populistas se consideran absolutamente necesarios
en la arquitectónica populista, hasta intentar inmortalizar-
los, en Europa viene siendo lo contrario. Los populismos
pueden sobrevivir a sus líderes y éstos ser relevados con
«normalidad democrática». El mesianismo popular hispano-
americano lleva a que el pueblo espere alcanzar una pleni-
tud en un futuro. En Europa, el sentimiento populista está
invadido de un sentimiento de decadencia. No se busca una
glorificación del pueblo, sino simplemente su supervivencia
en unas condiciones de bienestar que ya se han experimen-
tado y que se temen perder.El populismo hispanoamericano no puede deslindarse
de una retórica histriónica y muchas veces caricaturesca
contemplada desde fuera. Aunque el populismo europeo,
recurre a veces a una retórica enfática, ésta pocas veces ten-
drá concreciones prácticas. El populismo europeo, más
bien, busca las claves o piedras angulares para remover el
edificio sin la pretensión de que este caiga. Quiere ser como
la conciencia vengadora del pueblo, pero deseando (en el
fondo) que sea el propio sistema el que se regenere sin nece-
sidad de sustituirlo por un ensayo social revolucionario.
Franco Savarino afirma que «el populismo expresa un recla-
mo popular auténtico de renovación política, donde se per-
cibe un anquilosamiento de los sistemas representativos, una
deriva oligárquica de la clase política y un déficit democráti-
co de las instituciones y de los centros de decisión» (36).
Renovación y regeneración sí, pero revolución no. Populismo puede entenderse también como un anti-inte-
lectualismo . Por este término debe entenderse una sintoma-
tología posmoderna en cuanto agotamiento de la Razón(en
sentido kantiano). El anti-intelectualismoes la prevención de
las clases populares frente a una tecnocracia que ha elabora-
do un mensaje que apenas nadie entiende. Frente a las com-
plejas ideologías y un lenguaje extremadamente ajeno como
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(36) Franco S
AVARINO, Populismo: perspectivas europeas y latinoamerica-
nas, cit., pág 84.
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EL POPULISMO EN LA EUROPA CONTEMPORÁNEA
el burocratizado –propio del funcionariado– o el de la
corrección política, el populismo se refugia en la afirmación
de una soberanía popular auténtica. Esta tiene su expresión
en el reclamo del sentido común, en expresiones como que
«los políticos han de hablar con el lenguaje de la gente», del
hombre de la calle. Tras el anti-intelectualismo también se
muestra una desconfianza hacia el exceso de la racionaliza-
ción, tecnocracia o sospecha de ser sujetos de ingeniería
social; también está el rechazo de la hiperburocratización de
la vida y de la natural desconfianza hacia un poder excesiva-
mente concentrado; esto es, hacia oligarquías político-econó-
micas (37). En esta línea, Larr y Gambone define al
populismo como una filosofía política transversal que desafía
las tradicionales dicotomías ideológicas entre burgués/obre-
ro e izquierda/derecha... El capitalismo cosmopolita y las éli-
tes burocráticas son vistas como una amenaza para el
«pueblo», es decir, como elementos alógenos que no com-
prenden sus verdaderas necesidades e intereses (38). El populismo, por definición, no es un agente externo
social a modo de ideología inculcada desde fuera de la
sociedad para transformarla. De ahí que siempre demuestre
una tremenda debilidad a la hora de generar cosmovisiones
coherentes y holísticas. Desde la perspectiva de Ernesto
Laclau, el populismo sólo surge desde el interior de una
sociedad y debido especialmente a la necesidad patente de
rearticular demandas sociales fragmentadas y variadas en
torno a un eje vertebrador, tenga o no lógica interna: «[…]
Por lo tanto, cierto grado de crisis de la antigua estructura
es necesaria como precondición del populismo, ya que las
identidades populares requieren cadenas equivalenciales de
demandas insatisfechas» (39). Igualmente, Fernando Mires
opina que el populismo carece de lógica ideológica: el cau-
dillo o representante populista está obligado al difícil inten-
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(37) Alessandro C
AMPI, «Populismo, oltri gli sterotipi», Ideazione(Roma),
núm. 2 (2000). (38) Larry G
AMBONE, El verdadero rostro del populismo , que puede con-
sultarse en red en http:// www40.brinkster.com/celtiberia/populismo/com. (39) Ernesto L
ACLAU, La razón populista , Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2007, pág. 222.
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–––––––––––– (40) Fernando M
IRES, Populismo en Europa y América Latina , confe-
rencia dictada el 29 de mayo de 2007 en el Goethe Institut de Caracas y
actualizada en abril del 2011. Disponible en http://polisfmires. blogspot.
com.es/2011/04/fernando-mires-populismo-en-europa-y-en.html#!/
2011/04/fernando-mires-populismo-en-europa-y-en.html. (41) Ernesto L
ACLAU, op. cit., pág. 238.
(42) Sobre las dificultades de la extrema derecha para formar un
grupo propio en Estrasburgo, cfr., Xavier C
ASALS, Ultrapatriotas. Extrema
derecha y nacionalismo de la guerra fría a la era de la globalización, Barcelona,
Crítica, 2003, págs. 139-156.
JAVIER BARRAYCOA
to de homogeneizar la heterogeneidad de las demandas
populistas. Así, se produce la paradoja de que al tener que
responder a muchas lógicas –incluso contrarias– la lógica
populista nunca es demasiado lógica (40).
6. Conclusiones La ilógica y las contradicciones del populismo, no impli-
can que no respondan a una «lógica sociológica». Ya señala-
mos más arriba la diferencia entre los liderazgos en los
populismos hispanoamericanos y los europeos. La relación
entre carisma y organización es inevitable e inversamente
proporcional. Las sociedades o Estados con bajos niveles de
institucionalización política o excesivamente corruptos,
generan discursos populistas como único instrumento polí-
tico de transformación. La «palabra» parece ser, y de hecho
puede llegar a ser, un instrumento de movilización incluso
revolucionaria que transforme un régimen. Por el contrario
en sociedades muy institucionalizadas, como las europeas, la
retórica es principalmente un instrumento de réditos electo-
rales, pero no necesariamente de trasformación social (41).
Por eso pueden entenderse ciertas contradicciones con las
que se encuentran los populismos europeos. Por ejemplo, es
patente la dificultad de los partidos populistas por configu-
rar un gran grupo parlamentario en el Parlamento de
Estrasburgo muchas veces debido a posturas enconadas res-
pecto a temas identitarios, que les impiden uniones estraté-
gicas (42); otra contradicción es que las diferentes leyes
electorales dificultan grandes éxitos electorales en los pro-
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EL POPULISMO EN LA EUROPA CONTEMPORÁNEA
pios países (su ámbito propio de actuación), pero por el con-
trario, la ley electoral para el Parlamento Europeo es la que
más les favorece, siendo precisamente una de las instituciones
que más en duda se ponen desde los populismos europeos. El
populismo, hemos intentado demostrar, es un concepto con-
fuso y difuso. Es difícilmente identificable con un partido tra-
dicional, aunque pueden establecerse categorías bien
diferenciadas como el populismo hispanoamericano y el
europeo. Más allá, cada caso debe ser analizado aparte.
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