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Por un sano laicismo del laicado cristiano

Por un sano laicismo del laicado cristiano
por
J•AN OussET
Fundaci\363n Speiro

POR UN SANO LAICISMO DEL LAICADO CRISTIANO
"Llegará un día en que los laicos rechaza,rán m.ás
enérgicamente que nosotros mismos
ciertos axiomas de
secularización exclusiva y sistemática por los que ha­
brán sufrido aún más que la propia Iglesia".
CARD:(NAI., Pr~.
Distinción de lo espiritual y lo temporal, del poder religioso
y del poder civil: he aquí uno de los principios más característicos
del orden cristiano.
Esta distinción excluye, o, por lo menos, debiera excluir todo
totalitarismo, sea espiritual, sea temporal.
"La cristiandad propia­
mente dicha -observa André Malraux-no era -totalitaria. Los
estados modernos han nacido de la voluntad de encontrar una to­
talidad sin religión.-La cristiandad, por el contrario, allnque era
un todo, conoció por lo menos al papa y al emperador" (1).
Fue un todo, ciertamente no totalitario: un TODO que era,
o que debería ser, el TODO de la Iglesia, porque según las pa­
labras de San Ambrosio: "El Emperador está en la Iglesia, es
hijo de la Iglesia. Y al recordársele esto, no se le injuria, se le
honra".
Aunque la distinción de los dos poderes pueda favorecer la
coexistencia de la Iglesia con un régimen políticosocial no cristiano,
no es éste su carácter
principal ni su fin esencial. Una Iglesia
católica que cumpla su misión espiritual en una sociedad seculari­
zada, musulmana, etc., no
podría formar un TODO con dicha
sociedad, ni, a
fortiori, un TO_DO llamado cristiano.
No obstante, que en una sociedad animada únicamente por
el
espírjtu cristiano se impone la distinción de los dos -poderes, espi­
ritual y temporal, he aquí algo que el cristianismo ha sostenido
siempre
y es uno de los rasgos más característicos del orden cris­
tiano.
• * •
Un TODO. Porque esta distinción no es sinónimo de oposi-
(1) Les voiz d,u silen.ce, citado por Jean Madiran en L~homme face
au totalitarisme moderne, pág. 12 (obra en ~nta en Sp-eiro, General San­
jurjo, 38).
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e10n, de ruptura entre lo espiritual y lo temporal. Al contrario.
Ella determina, sin duda, planos diferentes de actividad y zonas en
,que se ejercen las respectivas jurisdicciones, aunque sin destruir
1a jerarquía de éstas
ni ignorar la importancia del único espíritu
<¡ue las debe animar.
Este espíritu se impone a los dos poderes y dirige a ambos)
pero no sin proceder, como es normal, de lo espiritual _hacia lo
temporal, encontrándose por esto el último subordinado al
-p.rimero. Pero esta subordinación se establece sólo en atención
a lo específico de lo espiritual: guardián de los ·principios, maestro
-que atañe a la esencia, a la ortodoxia de la enseñanza (2). De nin­
guna manera se trata, pues, de subordinase a un poder espiri­
tual que se erigiría en rector, organizador, gobernador, defensor
:DIRECTO de lo temporal, en lo que éste tiene de específico.
(2) De aquí procede la advertencia de Pío XII (pronunciada el 31 de
:mayo de 1954, en la víspera de la canonización de Pío X) contra una
"Teología laica",
es decir~ una Teología que establecería una suerte de auto­
nomía, de "poder espiritual" propio de los laicos, y que sería por esto no
.sólo distinto, sino independiente del poder espiritual, del magisterio ecle­
:siástico. "Teólogos laicos
-dice Pío XII-que se declaran autónomos"
y que "distinguen su magisterio del magisterio público de la Iglesia y
oponen en cierto modo este último
al suyo. Por el contrario, hay que sos­
tener que en la Iglesia no hubo nunca, ni hay, ni habrá jamás magisterio le­
;gítimo de los laicos sustraído .por Dios a la autoridad, a la dirección, a la
-vigilancia no signifique que la Iglesia prohibe a los laicos la profesión ( como un eco,
·para
aplicada o difundirla más ampliamente) de la única y verdadera doc­
trina : la del magisterio sagrado al cual se acaba de mencionar. Tal conduc­
ta, lejos de oponer al magisterio espiritual eclesiástico otro magisterio
-espiritual, que sería laico, indica, por el contrario, la subordinación espi­
ritual que debe existir entre el poder temporal del laicado y el poder espiri­
tual de los clérigos. Nunca tendrá la Iglesia demasiados laicos para poder
hacer penetrar hasta el subsuelo de lo temporal el fermento de la doctrina de
-vida elaborada por la jerarquía eclesiástica. Lo que reprueba Pío XII es
la tesis que tendería a hacer al laicado autónomo del poder es·p1ritual en
1o que éste tiene
precisamente de espiritual y en cuanto puede propor­
cionar doctrina a los seglares. Bien lo ha dicho León XIII: "Por derecho
1.'livino, la carga de predicar, esto es, de enseñar, pertenece a los doctores,
a los obispos que el
Espíritu Santo ha establecido para la Iglesia de Dios.
Pertenece, además,
por encima de todo al -pontífice romano, vicario de
Cristo, prepósito con potencia soberana de
!a Iglesia universal y maestro
de fe y de costumbres. Sin embargo, hay que guardarse mucho de creer
{}U esté ·prohibido a los particulares cooperar en cierta manera con este
:apostolado
... Cuantas veces la necesidad lo exigiere. aquéllos podrán fácil­
mente,
no, arrogarse la misión de doctores, pero sí comunicar a los otros
1o que han recibido y ser, por así decirlo, eco de la enseñanza de los
maestros"
(Sapimtiae christianae¡.
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Por esto, el poder temporal está obligado a recibir, a acatar
lealmente, sinceramente cuanto el poder espiritual debe propor­
cionarle, esto es, todas las. directivas que conciernen a la doctrina, la
moral, la fe, la vida espiritual. Pero, luego de cumplido escrupu­
losamente este deber,
lo temporal es dueño de pensar y regular
sus asuntos como estime que debe hacerlo.
Si no existiera esta reserva, es decir, si el ,poder espirituaF
pudiera mandar legítimamente y regir directamente lo temporal,.
la distinción. de ambos poderes carecería de sentido.
Tan cierta es, pues, la autoridad de lo espiritual sobre lo tem­
poral, como la autonomía (en su orden) del último respecto def
primero. Por esto, es posible hablar de la distitución entre ambas..
esferas y llamar "un TODO" la unidad armoniosa de las mutuas.
relaciones de las mismas.
Sin embargo, no se trata de una distinción que tendería,­
ª relegar a la Iglesia en su santuario para dejar librado lo tem-­
poral al poder de alguna "no Iglesia". Pío XII lo ha proclamado,
con energía: "La Iglesia no puede encerrarse en el secreto de sus.
templos y abandonar la misión que le ha confiado la divina Provi­
dencia: formar
al hombre completo y, por este medio, colaborar
incesantementé para que se pongan fundamentos sólidos a la socie­
dad. Esta es para ella una misión esencial. Y considerada desde este·
r,unto de vista, puede decirse que la Iglesia es la sociedad de·
quienes, bajo la influencia sobrenatural de la gracia, según la·
perfección de su dignidad personal de hijos de Dios y mediante·
el desarrollo armonioso de todas las inclinaciones y energías
hu­
manas, edifican poderosa armazón de la comunidad humana" (3)-
Tal es el orden cristiano, que cuenta en su totalidad dos po-
deres distintos.
·
Por tanto, es notorio el error de quienes se atreven hoy a
sostener que esta distinción sólo es útil
para resolver los pro­
blemas que plantean las relaciones de la Iglesia ( espiritual) con
poderes civiles extraños, si no hostiles, al catolicismo.
Y no pretendemos decir que la distinción entre temporal y
espiritual no sea provechosa en este asunto. Pero no es menos
abusivo afirmar que sólo sirve para esto la doctrina cuyo fin es
ante todo otras cosas.
¿ Se puede afirmar que en estos casos extremos (relaciones de
la Iglesia con poderes no cristianos) se trate únicamente de una
distinción entre lo espiritual y lo temporal? En otros términos, ¿ son
esos poderes temporales (
extraños u hostiles al catolicismo) estric-
(3) Pío XII, discurso del 20 de febrero de 1946.
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tarnente temporales para corresponder con exactitud a la distin­
ción mencionada?
En realidad, ellos son tan espirituales como
temporales,
y, por esto, tata1itarios. Se trata de estados modernos
que tienden a ser su propio sumo pontífice, y por esto acaparan,
monopolizan, no separan lo espiritual. Ellos mismos elaboran su
ideología y determinan su moral. Dogmatizan sobre su mesianis­
mo y reclutan cuidadosamente sus doctores y sus clérigos, formando
un caricaturesco sacerdocio laico, inmenso ejército de la religión
del César.
Por tanto, el problema de las relaciones entre el poder espi­
ritual de la Iglesia
y la potencia de esos estados es el problema de
las relaciones entre la Iglesia y la no-Iglesia, no el problema de
las relaciones entre un poder espiritual y otro temporal, distintos,
sin duda, pero animados por el mismo espíritu.
Este último caso es, en realidad, el caso típico, el ejemplo
esencial de
la distinción evocada hace un momento por Malraux.
Constituye la distinción característica según la cual (incluso en
una sociedad completamente católica) la Iglesia enseña que el
poder espíritual y el temporal no deben ser confundidos. Es, por
otra parte, el caso de la cristiandad, que tenía dos poderes, simbo­
lizados
por el papa y el emperador.
* * *
Distinción de lo temporal y lo espiritual que fue humana y
convenientemente a,plica.da a esa cristiandad, tanto en la teoría
como en la práctica.
Si, para comprender más fácilmente, concebimos al emperador
como un signo, debemos también recordar que en la cristiandad,
el emperador nO sólo era un símbolo, sino un ser de carne y hueso.
Y
no solamente el emperador, sino también el rey, el príncipe, el
barón, incluso el bravo
burgués de muchas comunas. En otras
palabras, todos eran encarnaciones cristianas de los poderes ci­
viles de entonces.
Todos ellos no eran fórmulas imponderables y tenues, legibles
tan sólo en los manuales de Derecho Canónico. El emperador no
era u_no de esos ostentosos parroquianos que se adelantan para
cubrir a su cura o para ser manipulados por él. No eran marione­
tas incapaces de expresarse por sí mismas y en nombre de las
cuales "se" habla, como· sucede al famoso laicado de nuestro
tiempo, del que
una falange de religiosos tira los hilos y pretende
.ser el único mandatario, el exclusivo portavoz. Pero,
¿ apoderado
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por quién? La respuesta es significativa: por algunas comisiones
eclesiásticas.
Emperador, reyes, príncipes, etc., eran personajes con los
cuales había que contar,
de los que no se podía prescindir de un
manotazo, que podían causar algunas dificultades, incluso cuando
se llamaban San Luis, el cual evitó siempre que los clérigos man­
gonearan los asuntos temporales de Francia y no vaciló en enfren­
tarse a los obispos.
Dicho de otro modo: frente a la innegable realidad del poder
espiritual (cristiano) del
papa, los obispos, los curas, existe la
realidad innegable de un poder
tempera] (cristiano) ejercitado por
personalidades no menos notorias y que difícilmente pueden ser
escamoteadas. Así, pues, nada
de falsas simetrías1 porque en arn­
bos lados todo
era real, bien encarnado.
Huelga· decir que no siendo espejismos
emperador, reyes, prín­
cipes, concejales, resultaban
más embarazosos que los actuales. Lo
cual explica, sin duda, que muchos clérigos contemporáneos
se
feliciten por haberse desligado del poder temporal (cristiano) de
esas robustos compañeros. Son aquellos clérigos que, al verse
convertidos en los únicos dueños de
una autoridad cristiana orga­
nizada, no disimulan
la alegría que sienten al comprobar que en
la Iglesia no subsiste más que un poder: el de ellos.
Lo cual puede satisfacer a esos clérigos, pero ya no constituye
el orden cristiano, porque éste entraña dos poderes, cuya juris­
Si en Lourdes la Santísima Virgen ordenó a Bernardette que
fuera a buscar a los sacerdotes
para que se edificara una capilla
(porque de ellos dependía que fuera construida), en cambio, hay
-que advertir que las "voces" de Santa Juana de Arco no le indi­
caron
el mismo camino. En este caso, no fueron designados curas
ni obispos, ni siquiera como introductores oficiosos ante el señor
de Beaudricourt. No hubo delegación eclesiástica alguna (4), sino
(4) En este punto suele darse la siguiente respuesta: "Juana, enviada
directamente
por el cielo, no necesitaba mandato ec1esiástico. En tanto que
nosotros, simples laicos, no dirigidos por ángeles, estamos
en situación
muy distinta, muy inferior ... " Sin duda, es así. Precindiendo de que un
razonamiento análogo podría hacerse respecto de la capilla pedida a
Ber­
nardette -razonamiento que, sin embargo, no acude a ningún espíritu-,'
-es instructivo subrayar que este carácter muy distinto y· superior de la
misión de Juana no imr)ide las siguientes reflexiones: en el estado de
nuestras sociedades democráticas,
tanto nuestro deber como nuestro derecho
de laicos
de trabajar por la salvación pública y por el bien común tem­
poral son comúnmente más ,evidentes
que la misión divina de Juana en
su tiempo, hasta el punto que excelentes católicos hayan podido negar
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que fué al representante del poder temporal de entonces, al re­
presentante del rey de Francia, a quien Juana buscó directamente.
Es cierto que el Delfín hizo examinar a Juana en Poitiers por
un tribunal de teólogos; pero el príncipe no pidió a los exami­
nadores que copfirmasen
la misión de Juana o delegaran en ella
cualquier género de autoridad, sino simplemente que determinaran
si aquélla era buena cristiana, si tenía buenas costumbres y pro­
fesaba sana doctrina y santa fe. Todo esto sí dependía de la
autoridad espiritual
y del examen de un tribunal eclesiástico.
Admirablemente ilustra este suceso
la distinción de lo espiri­
tual y lo temporal : este último
es autónomo en la gestión de sus
propios asuntos, pero depende del :poder espiritual en lo que
concierne a la moral, la -doctrina y la fe.
De estos dos poderes sólo subsiste el espiritual. Hay que re­
conocer,
en. efecto, que cuando se habla del laicado actual, casi
siempre se trata del laicado directamente sometido a la autoridad
de los clérigos, encargado por ellos de alguua tarea apostólica
y dependiendo legítimamente
por ello del poder espiritual.
De aquí procede la importancia del "mandato", porque para
comprümeterse en el dominio del poder espiritual un laico no
tiene ninguna autoridad.
Es, pues, justo que necesite para actuar
en este campo
un "mandato" de la jerarquía.
Pero, si en este punto no hay dificultades, el otro no parece
tan sencillo.
Si se ad1nite que el laico es mucho más que el clérigo el hom­
bre de lo temporal, ¿ qué ha ocurrido con ese poder seglar desde
que el flujo revolucionario ha barrido a emperador, reyes, bur··
gueses
libres (cristianos) ... , de los que nuestro laico es el muy
democrático heredero?
Ciertamente, a veces emperador, reyes, etc., no rep,resenta­
ron los intereses temporales legítimos de la sociedad política
cris-·
tiana (sociedad de laicos); pero, al menos emperador, reyes, etc.,
lícitamente que la Doncella tuviera misión alguna. En efecto, en lo que
concierne a los caminos extraordinarios por los que la Iglesia ha visto
ir
a tantos hijos suyos, ésta es siempre -prudente y dogmatiza raramente
y muoho tiempo después de los sucesos. Por tanto, en tiempos de Juana~
aunque no se pudiera prenderla por hechicera y condenarla a 1a hoguerar
sí se podía no creer en ella y desconfiar de su misión. En tanto que hoy.
en las actuales condiciones sociales y políticas, nadie puede negar
la rea­
lidad
consiguiente, tales deberes y derechos del seglar cristiano en lo temporal son
más seguros, en
el sentido de que son más evidentes, que el derecho y el
deber de admitir como generalísimo de
un ejército a una jovencita inculta
que pretendía ser enviada
de Dios.
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POR UN SANO LAICISMO DEL LAICADO CRISTIANO
ofrecían la ventaja de no ser formas intangibles, sino que eran_
capaces de hacerse escuchar, respetar, incluso temer. Eran ca­
paces, en lo temporal, de defender
al pueblo cristiano y a su
"ciudad carnal", a la que sin temor a equivocarse puede uno
llamar "cuerpo de la ciudad de Dios". Sin duda, no sólo el poder
temporal debe interesarse en ,proteger esta ciudad y en reedifi­
carla, pero, estando más interesado que
el clero en ella, sólo el
poder temporal debe defenderla hasta
el fin, es decir, hasta mucho
más allá de
los límites que el poder espiritual pueda sostener
eficazmente.
En este sentido, pues, el laicado cristiano existía realmente
antaño (existía como tal, en lo temporal), porque no era meno~
defendido en el plano temporal. Esta defensa no se reducía a
algunas declaraciones o .protestas de cátedra, incluso firmes y no
ambiguas, sino que
se respaldaba, según las necesidades, por es­
padas, mosquetes, armas de toda especie. Todo lo cual no impe­
día,
por otra parte, los proyectos de apostolado propuestos ( en
el plano del poder espiritual) por la jerarquía eclesiástica.
Bien lo
ha dicho un autor que no es agente del anticlericalismo~
J ean de Fabr,egues : "Cuando los clérigos pretenden dirigir como
tales
el mundo temporal, son muy capaces de sacrificar el mundo
cristiano a las ambigüedades del poder clerical" (5).
Frente a ciertas "orientaciones" episcopales referentes a Arge~
lia, por ejemplo, ¿cuál ha sido el influjo del laicado (cristiano
pied-noir?
No solamente es irrisorio el poder temporal del laicado cris­
tian9, en tanto que tal, sino que se encuentra aplastado entre
dos totalitarismos. Y decimos exactamene totalitarismos, porque
se trata de poderes que por principio, por fórmula pretende"
avasallar a todo el hombre.
Dicho en otras palabras: si hoy quedan
aún dos grandes po­
deres, ellos se presentan así:
-Por una parte, el poder clerical, aunque privado· del com­
pañero, complemento o compensador que constituye
para él un:.:t
potencia temporal distinta, suficientemente autónoma en su esfera.
(Se considera que
el orden cristiano depende sólo del poder
eclesiástico.
De donde deriva la tendencia característica de con­
siderar sospechoso e ilegítimo todo
lo que, sin haber recibido po­
deres del clero, se atreve a llamarse católico en
el plano temporal.)
-Por otra parte, el totalitarismo de los poderes no cristianos,
incluso anticristianos, que no son solamente temporales, sino tam-
(5) Bernardos, pág. 137.
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JEAN OUSSET
bién espirituales, es decir, el cesarismo del estado moderno que
se conVierte en principio absoluto de todo Derecho, monopolizador
de cuanto le permite erigirse en maestro de espíritus y almas:'
espectáculos, propaganda, ''información" (tendencias}, univer-si­
dades, etc.
A pesar de todo,
el ¡,oder espiritual católico está obligado a
mantener relaciones con este totalitarismo, relaciones que parecen
prolongar las que unían en la cristiandad la común fe del sacerdo­
cio y el imperio.
Lo cierto es que, si existe todavía una potencia espiritual del
laicado cristiano
-en tanto que ese laicado participa, bajo las ór­
denes de la autoridad eclesiástica, en el apostolado promovido
por la jerarquía (según reza la definición de la Acción Católica)-,
es innegable que ese laicado carece completamente de la fuerza
necesaria
para ser considerado una potencia tem}X)ral.
Podemos decir que esa potencia nació cuando fué fundada la
Federación Nacional Católica (F. N.
C.) por el general de Cas­
telnau, el cual, sin ser ' que con dificultad se dejaba escamotear.
Se pudo creer entonces que la distinción entre un poder espi­
ritual (cristiano)
y una potencia temporal de un laicado (no menos
cristiano) iba a ser incontestablemente real.
Pero poco después
de la muerte del general, la transformación de su obra en Fede­
ración Nacional de Acción Católica (F. N. A. C.) (que algunos
consideraron como un .progreso) manifestó, por el contrario, sin
equívocos, que
la autoridad eclesiástica confiscó en el solo pro­
vecho del clero la independencia y las iniciativas de la Federación.
Así acabó
el legítimo poder que hubiera podido ejercer en lo
temporal un laico cristiano que se reputa adulto.
Entonces,
¿ es para compensar estos abusos que se le habla
tanto de "promoción"? Pero, ¿ qué clase de promoción? Es
sumamente sugestivo que la promoción mencionada es de orden
espiritual, mediante la cual se pretende hacer participar al seglar
en el sacerdocio, como si al permitirle que se acerque al santuario
se
pudiera hacer olvidar al seglar católico que en el dominio
temporal es el ciudadano que se encuentra en peor situación.
El laico es el ciudadano vergonzante que no se puede 11amar
católico sin que
se le rep·roche que "compromete" a una autoridad
eclesiástica que sobre todo no quiere conflictos con la república.
Lo cual, paradójicamente, no deja a los seglares cristianos más
que un solo camino libre que se reputa no comprometedor para
los cléricos. Pero este camino, donde el seglar está seguro de no
tropezar con ninguna admonición eclesiástica, es el de la ideolof!Ía
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POR UN SANO LAICISMO DEL LAICADO CRISTIANO
moderna o de la ideología oficial, la cual es práctic.amente no
.cristiana. De donde resulta que uno tiene menos inconveriientes
cuando cita a Mencles-France que cuando cita
el Syllahus.
Es muy grande el número de clérigos que prefieren que no
exista un laicado cristiano (dueño de su justo poder temporal)
para no tener que tratar más que con el poder político social ( de
hecho,
no cristiano y a veces, anticristiano) de un Iaicado hete­
rogéneo
y conducido por elementos indiferentes, si no hostiles
al catolicismo. Todos los progresos de la Acción Católica no han
.conseguido derrotar, ni siquiera detener, los progresos de un na­
tural.ismo político
y social tan evidente, que ciertos clérícos, pese a
la constante enseñan-za de los soberanos pontífices, pretenden sa­
car-argumento de él para afirmar que no se puede combatir una
situación tan hondamente arraigada, que comprometerse en esta
lucha es envolver a la jerarquía en una contienda peligrosa, etc.
En realidad, el argumento de que la jerarquía se· compromete
por las iniciativas temporales del laicado cristiano sólo es válido
en la medida en que ese laicado sea sólo una marioneta cuya acti­
vidad (reputada cristiana) temporal
es sólo una operación dirigida
bajo cuerda por la autoridad espiritual. Pero si esta dirección no
fuera
tan notoria, tan exclusiva, es decir, si el laicado (cristiano)
fuera un
.poco más independiente en lo temporal, no sería tan
fácil pretender que la jerarquía
se compromete en un dominio
del que se podría creer que
es distinto del de los clérigos.
Por desgracia, es evidente que toda actividad cristiana un
poco eficaz en lo temporal, propia de un laicado no menos cristiano,
,choca con la intervención de clérigos atemorizados. Este fenómeno
ensombrece con brumas
de traición muchas páginas de guerras
de la V endée.
El fenómeno es todavía más doloroso cuando se firman ciertos
acuerdos entre la jerarquía católica
y poderes civiles progresis­
tas, comunistas, etc. Las fórmulas de ellos son conocidas: se pro­
mete, incluso se jura, respetar lealmente
el régimen de esas de­
mocracias populares, no combatir al estado, etc.
¿ Quién se compromete en todo ello? ¿ Los laicos o los clérigos?
,¿ O solamente los clérigos? El malestar comienza cuando uno se pre­
gunta en qué medida la actividad tem,poral cristiana de un laico no
menos cristiano se encuentra regulada por esos acuerdos.
¿ Es ad­
misible que por
una tácticá presuntamente apostólica el poder ecle-:­
siástico pueda comprometer, e incluso sacrificar los intereses tempo­
rales cristianos
de un laicado no menos cristiano?
Y no tratamos de Hungría, Polonia o de Africa del Norte,
cuyos problemas bien pudieran ser mencionados aquí.
Existe
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entre nosotros el casó reciente de la elaboración de un estatuto
escolar, a la cual sólo fué invitado el poder espiritual. El funda­
mental derecho temporal de los laicos cristianos, padres de los
discípulos) fue escandalosamente despreciado, sin que los clérigos
parecieran afectados por la injusticia cometida.
Todos estos ejemplos
prueban cuán necesario es recordar la
distinción entre lo temparal y lo espiritual, y cómo es ella siempre
actual. Sólo ella puede permitir la actividad, la mano izquierda,
incluso la diplomacia indispensable para que sobreviva cuanto
me­
rece ser defendido en este mundo. Sólo ella puede dar al laicado
moderno lo influencia temporal cristiana que aquél debe tener.
Sin embargo, se desprecia esta lección, se finge que la men­
cionada distinción no merece existir o que no interesa más que a
las relaciones entre la Iglesia y lo que no es la Iglesia, se actúa.
como si
la autoridad de los clérigos bastara para dirigir todo el
orden cristiano, y así no cesa de aumentar la confusión.
¿ Quién se atrevería a sostener que el celo en defender la reale­
za social de Nuestro Señor Jesucristo es proporcional a la cola­
boración y a,poyos eclesiásticos de que pueden honrarse tantos
grupos o periódicos que se ofrecen hoy a los laicos cristianos?­
O a la inversa,
¿ puede sostenerse que el celo en defender o pro­
poner explícitamente esta causa del Derecho natural y cristiano
decrece en la medida en
que tales grupos o publicaciones tienen
1nenos poderes o no tienen ninguno? Más bien, parece lo con­
trario.
Nos ha confiado un seglar muy comprometido en la Acción Ca­
tólica: "Desde que el cura me pide comentar el Evangelio a los
hombres de la parroquia, lo veo totalmente resuelto a hacerme
aceptar consignas o ideas
políticas y sobre todo a rechazar a La
Ciudad Católica porque no recibió ningún mandato."
A pesar de todo, será necesario elegir: O bien, como
tant0:
se afirma, no existe clericalismo en la Iglesia y un laico cristiano,
apoyándose en la doctrina cristiana, puede combatir en lo tem­
poral al liberalismo, socialismo, progresismo, comunismo, etc.,
sin
delegaciones de la jerarquía; o bien, es necesario un mandato
para cumplir una labor tan necesaria para defender la Ciudad,
y entonces hay que tener la honestidad de admitir que existe un
flagrante clericalismo.
* * •
¿ Qué hacer? F..s necesario devolver al laicado cristiano como
tal la clara conciencia y el justo ejercicio del poder temporal cris-
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tiano que la evolución democrática de los regímenes modernos
le atribuye de derecho y de hecho. Decimos bien: poder temporal
cristiano, porque si se tratara de un poder temporal no cristiano,
es evidente que la revolución se hubiera encargado ya desde
mucho tiempo atrás no sólo de distinguir ese poder secular, sino
de hacer de él una máquina de guerra contra la Iglesia, lo cual
le habría permitido proscribir a Jesucristo de todo el orden
temporal.
Y no se vaya a creer que para devolver al laicado cristiano
su justo poder en lo temporal ha de ser necesario apoderarse
del gobierno, despreocupándose de los demás asuntos. Antes de
que Dios nos haga la gracia de concedernos un estado conforme
con el Derecho .natural
y cristiano, hay mil funciones culturales,
sociales, cívicas, políticas en las
que el laicado puede comprome­
terse sin "mandato" y sin temor de ir a la ventura.
Para que esta actividad sea eficaz, es preciso también educar
seriamente por lo menos una élite de laicos cristianos. En otras
palabras,
hay que volver a tomar conciencia de los propios dere­
chos, forn1arse, organizarse, constituyendo grupos
tan diversos como
lo exija la naturaleza de las cosas. Nuestros amigos saben que
éste es nuestro
fin y nuestra razón de ser, ésta la tarea que quere­
mos realizar,
de la que nadie se aparta sin traicionar.
Nada de revueltas ni de usurpaciones.-Nada de "tomas de
la Bastilla", nada de emancipaciones modernas de un laicado que
se cree ilegítimamente avasallado durante veinte siglos -velei­
dades de rebelión que Pío XII condenó en su discurso al Con­
greso del Apostolado
Seglar-. Piénsese, ,por el contrario, que
el laicado fué emancipado desde el comienzo, porque se aplicó efec­
tivamente la repetida distinción de lo espiritual y lo temporal. Y
si
hoy se denuncia una tutela perniciosa e ilegítima, ella no es de
ayer, sino de hoy.
Así, pues,
nada de desórdenes.
Bien lejos está
de nosotros el sublevarnos contra una regla,
porque más bien pedimos el retorno a las reglas, al orden de
siempre. Lejos de sacudir en nada
la autoridad espiritual de la
Iglesia, no podemos concebir ni amar nada sin referirlo a esta
fuente luminosa.
Nada de amarguras que puedan turbar nuestra confianza en
la
autoridad y la orientación suprema de la Iglesia, madre nues­
tra, conducida
y animada siempre por el Espíritu Santo. Evitemos
tocia baja complacencia en críticas cuya esterilidad muestra el
más elemental discernimiento de espíritus, lo mismo que en la delec­
tación morosa que paraliza en vez de impulsar al trabajo.
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IBAN OUSSET
No tenemos que pedir ni desear otra cosa que lo que la
misma Iglesia ha dicho siempre que los laicos necesitamos desear
y pedir. Siendo éste el orden divino, ¿ cómo desesperaríamos de su
poder y su fecundidad ? ·
En este sentido estriba la verdadera y justa promoción del
laicado cristiano, la cual
entraña indefectiblemente un laicado
que ocupe
el lugar que le corresponde y sea dueño del poder
temporal cristiano.
He aquí lo que creemos. que hay que entender por: ese "sano
laicismo" del que tanto se habla.
Fundaci\363n Speiro