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Sobre el Concilio

Sobre el Concilio
por
· T•AN OussET
Fundaci\363n Speiro

SOBRE EL CONCILIO
Como se puede suponer, el Concilio no ocupa el último lugar
en las cartas que recibimos
ni_ en nuestras conversaciones.
Entre nuestros conocidos, unos son optimistas, otros, ingenuos ;
algunos tienen ideas confusas al respecto y unos pocos las tienen
inadmisibles. Sin olvidar que también hemos escuchado reflexiones
de este jaez: "Como no se sabe en qué acabará todo esto, prefiero
quedarme tranquilo y esperar a que las cosas se aclaren". O tarn­
bié_n: ''¿Vais a reeditar ''La familia''? ¡ No os fiéis! ¿ No sería me­
jor esperar a que termine el Concilio? ¡ Cambiarán tantas cosas!
¿ Habéis leído lo que dice
París Match sobre la píldora contracon­
ceptiva? Y
respecto del divorcio se dice que el Concilio adoptará
una posición muy distinta de
la antigua. ¡ Quién sabe ... !"
Y siempre la misma pregunta: ¿ Qué pensáis del Concilio? ¿ Por
qué no habláis de él? ¿Por dejadez? ¿Por habilidad? ¿Por hastío?
Un viejo amigo religioso nos urge: ¿ Cuándo hablaréis del Con­
cilio?
No para dictar al Espíritu Santo lo que éste debe hacer (¡ !),
sino para defender ante la opinión pública, en un campo que es
vuestro, las verdades más elementales, con
demasia_da frecuencia
obscurecidas
por la prensa que conocéis. Tantas insolencias, tantas
tonterías son divulgadas y propuestas en nombre de los laicos
...
¿ No os sentís comprometidos por esta farsa? ¿ No sois laicos?
Bien se advierte el sentido de la argumentación.
Como
es mucho lo que tenernos que decir a unos y a otros, pre­
ferimos decirlo en un solo artículo, no fragmentariamente. Y he
aquí el plan del mismo: l.0 Por qué rehusamos habitualmente ha­
blar
del Concilio. 2.0 Lo que de él pensamos. 3.0 Breves considera­
ciones sobre la expectación de algunos y sobre la seguridad de nues­
tros derechos a ser intelectualmente coherentes.
1.-¿POR QUÉ NO HABLAR MÁS DEL CONCILIO?
Porque el Concilio, como tal, no .pertenece más que muy indi­
rectamente al orden cívico que constituye nuestro dominio de laicos
resueltos a dar p.uevarilente un sentido cristiatlo a nuestras in&
tituciones políticas y sociales. No queremos, pueS, desviarnos dé
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este fin por intervenciones que, aunque loables, podrían debilitar
la eficacia de nuestro esfuerzo principal, haciendo perder a nues­
tros amigos el sentido de nuestra competencia.
El Concilio es ante todo una empresa que depende directamente
del poder espiritual. En este dominio nosotros no nos reconocemos
más que un derecho y un deber: escuchar, obedecer, compartir
cuanto el poder éspiritual nos comunicare con su misión. Lo cual
no significa, naturalmente, que estemos más obligados que los otros
a admitir
... lo que se dice del Concilio, o, lo que es lo mismo, lo
que se dice en el Concilio, Sino únicamente lo que ha dicho o dirá
el Concilio bajo la sola y suficiente autoridad del Papa.
* * *
¡ Por cuántos motivos los escritores escandalizan al pequeño
-pueblo de Dios! Dictan su deber al Espíritu Santo, dispensan des­
caradamente
la crítica o el elogio, se asombran de que Pedro no
haya sido invitado al Concilio, o no lo haya sido Pablo; tocan alar­
ma o cantan victoria, deciden que el Concilio avanza o se detiene,
declaran antes que el Papa que el Concilio va a hacer esto o aque­
llo, etc.
Rehusamos engrosar las filas de esos folicularios que quizá sin
advertirlo dividen a la Iglesia en sus miembros, su historia y su en­
señanza. ¿ Cómo podríamos "colegiarnos" con quienes descuartiza­
rían a la misma Trinidad santísima? Incapaces de advertir los ma­
tices de la realidad sin oponerlos entre sí, creadores de dualismos
no sa_ben escribir, describir ni explicar nada sin arbitrar dilemas de
una pavorosa indigencia entre el motor y el freno, la pastoral y la
doctrina, el porvenir y el pasado, la acción y la reacción, la derecha
y
la izquierda.
Admitamos que
en otro tiempo las tormentas que siempre sacu­
dieron
la barca de Pedro fueron descritas con fórmulas menos dig­
nas de antropopitecos que empiezan a evolucionar. Y todavía se
pretende que tomemos en serio esas majaderías de escuela prima­
ria marxista.
* * *
Sin duda, conociendo menos que otros las intenciones del Espí­
ritu Santo, declaramos que ignoramos las futuras decisiones conci­
liares. Más aún, rehusamos predecirlas apoyándonos en lo que se
dice o se pretende saber.
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SOBRE EL CONCILIO
Menos felices que algunos, pero mucho más dóciles, no tene­
mos tesis
_ni programas que proponer, sostener o hacer triutifar en
esta venerable asamblea. Y puesto que se nos pregunta lo que pen­
sarnos, declaremos que nuestras ideas son las que, desde el Cenácu­
lo, han sido siempre las ideas de la Iglesia. Admitimos que un
éxito tan continuo obliga a callar
-y ser modestos, ·excepto a quienes
estiman que desde hace veinte siglos
de lamentables incertidum­
bres y
ejem,,fos poco gratos de recordar, la Trinidad debería vigilar
inás de cerca a la desconcertante Esposa de su segunda Persona.
No teniendo nada personal que proJX)ner, sostener ni hacer
triunfar, esperamos del Concilio lo que tendremos el deber de adop­
tar para nosotros y de proponer, defender y hacer triunfar en torno
nuestro.
Por esto, dejamos a otros esas manifestaciones espectaculares de
humildad que hacen declarar modestamente que tales o cuales ten­
dencias conciliares son el término laborioso (¡ !) de cuanto siempre
se pensó y preconizó durante los precedentes pontificados y a pesar
de éstos.
·
Así, rechazando ambas actitudes, rehi.tsamos elegir entre quie­
nes lo esperan todo de su ciencia o de sus intrigas y quienes, suble­
vados por estas insolencias,
se agrían y se turban. En efecto, por
justificados que estén los peores y más severos diagnósticos suscita­
dos por
el Concilio, un cristiano no puede nunca perder la esperan­
za, dejar que su fe se obscurezca
o su caridad se entibie, ni sobre
todo regocijarse con la amargura, porque si cede, puede
afirmarse
que todo este ardor, aunque esté quizá al servicio de Cristo y de
la Iglesia, no procede ya de Dios (1). Por tanto, nada de malos
humores.
Pero también rehusamos ese optimismo de propaganda que tien­
de a ser el método más usado para insuflar determinadas ideas. En
silencio atendemos a lo que pasa y deseamos no perder ninguna en­
señanza natural o sobrenatural.
Sabemos que no hay ni habrá otra enseñanza que la explícita y
canónicamente formulada por el Concilio, la cual -no se compone
hasta ahora más que de la constitución sobre la liturgia y del decreto
sobre los medios de comunicación social (2).
No obstante, tenemos y tendremos también-la enseñan-za silen­
ciosa y abundantísima, esclarecedora, de los hechos conciliares de
'
(1) Cf. las "Reglas .para disc.emimiento de espírih.ts", de San Ignacio
de Lo yola, en los "Ejercicios espirituales".
(2) Este artículo fue escrito antes de que termitiara la tercera etapa
de1 Concilio. ·
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. lo que suscitan o se dice por causa de ellos. Y esto, aunque despre­
ciado
por la prensa, es permitido y querido por el Espíritu Santo
para mayor gloria de Dios.
11.-¿QUÉ PENSAMOS DEL CONCILIO?
Ante todo, que es un concilio. Por esto, y exceptuando el caso
de
un milagro que hasta ahora no se ha producido, es normal que
por ca.Usa de este concilio suceda lo que ha sucedido con ocasión
de todos los demás, incluso los que fueron
más grandes y más éxi­
to tuvieron.
Lo cual· es lógico, pues, según Paul Boncour, desde que
existe una institución lleva consigo
tcxlas las consecuencias de esa
existencia.
En efecto, todo concilio siempre ha arrastrado más o menos de­
trás de sí, como una cadena, tristezas humanas, agitación, rivalida­
des, ambiciones, intrigas miserables, intervenciones insolentes, opo­
siciones insidiosas o cínicas al poder pontificio, declaraciones reso­
nantes destinadas a reportar a quienes las dicen las felicitaciones o
las complacencias de los poderosos del momento: en
otro tiempo,
reyes y emperadores; hoy,
la opioión mundial o nacional.
Y
como sucedió con otros, alrededor de este concilio rondan los
agentes más o menos ocultos de las principales fuerzas tempo­
rales, de las principales ideologías sociales o políticas : movimiento
ideológico policíaco comunista "Pax", alta masonería exclusivamen­
te judía de B'nai B'rith, etc. (3).
Por negar esto o .pretender pudorosamente que se lo ignora,
le pasa a uno lo que le pasa a quien quiere dárselas sin esfuerzo
de ángel : que sobre todo resulta una bestia.
El querer edificar a toda costa y expresar siempre buenos senti-
(J) En efecto, se sabe que el presupuesto anual! asignado a "Pax" fue
duplicad.o con .. ocasión del_ Concilio: cien millones de zlotys, en lugar de
cinCuenta. Además, ",cien distritos conio ci.mpo de actividades, en lugar
de treinta",
leemos en un' documento de la Secretaría de Estado del Vati­
cano. Tal es el ¡precio, ·pagado -de antemano, con que se paga a Piasecld
.porque éste colabora con quienes explotan el Concilio en provecho del 11cam­
po socialista". Y en cuanto a los B'nai B!rith, que tienen que estar inte­
resados por· cuanto en el Concilio concierna á los judíos, basta decir que
constituyen uno d'e-los engranajes supremos de las fuerzas que tratan de
gobernar el mundo. Por tanto, considerarlos interlocutores útiles para tra­
tar las· relaciones entre católicos y judíos sería lo mismo que dirigirse al
Gran Oriente
para hablar con Francia.' A Dios gracias, existen otros or­
ganismos y otras
personas que pueden responder en nomhre del pueblo
judío a los padres conciliares.
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SOBRE EL CONCIUO
mientos consigne Jo contrario de lo qne se busca. Este afán es es­
túpido, porque pretende neciamente olvidar, negar lo que
es noto­
rio; pretende obscurecer
la evidencia y responder a preguntas que
no
se hicieron, destruyendo así hasta el más elemental respeto a la
verdad. Parece rechazar la legitimidad de todo juicio fundado, pero
poco agradable; contribuye a propagar un poco más un significado
totalmente subjetivo de
lo que es; pasa por superchería, ciega obs­
tinación, exceso de ilusiones ; hace considerar a quien procede de
este modo como un soñador sin sensatez o un ignorante de lo que
habla; exaspera al interlocutor y hace que lo que se quiere defender
le parezca despreciable a quien se pretende conquistar. .
Es, pues, necesario evitar en esto dos excesos que, más que
otros, pueden amenazar a los fervorosos: el de lois católicos escru~
pulosamente formalistas que habrían creído conveniente tildar a
Juana
de Arco de hechicera para complacer a Cauchon, y el de
aquellos que
se sublevan en cuanto descubren la presencia siempre
posible de algún Cauchon en la Iglesia.
Acertadamente ha dicho
el obispo Helder Camara en el actual
Concilio: ''La Iglesia no necesita nuestras mentiras piadosas''.
Por tanto, habría que ser mny ingenuo e ignorar completamente
la historia de la Iglesia y de sus concilios para imaginarse que tal
acontecimiento, sobre todo en un mundo tan violento y desgarrado
como el nuestro, se
iba a desarrollar amenizado por una grata mú­
sica, sin disputas, en medio
de la patriarcal euforia de reciprocas
congratulaciones.
No conoce nada de los caminos divinos quien los
imagina tapizados de rosas y destilando miel.
Un concilio no es ni ha sido nunca una fórmula fácil para ·re­
solver silenciosa y dulcemente los problemas. Si la fórmula tiene
grandes méritos, no es
el mencionado uno de ellos, La época con­
ciliar no es necesariamente una época de unanimidad gozosa y edi­
ficante para los católicos, y no digamos para los clérigos. No en
ella muestra el episcopado su aspecto más favorable.
Todo
lo que puede decir un padre del concilio no es fórmula del
Espíritu Santo. E incluso
lo que sostiene una abrumadora mayoría
puede resultar nulo
si el Papa no lo confirma y sanciona.
Estas verdades son desagradables,
ya lo sabemos, pero hoy más
que nunca se debe recordarlas, cuando es tan grande una propagan­
da que no tiene otro fin que embrutecer los espíritus, y sobre todo
tan grande
el número de los fieles escandalizados por lo que creen
saber o les dicen sobre el concilio.
En otro tiempo, los Concilios teriían la ventaja de que sólo per­
.mitían que la masa del pueblo cristiano conociera de ellos las líneas
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JEAN OUSSBT
más importantes. Mayores distancias, lentitud de comunicaciones, in­
evitable laconismo de la información, etc., impedían conocer minu­
ciosamente discusiones y disputas.
Ciertamente,
la Iglesia ha conocido en algunos concilios horas
sublimes, y también conoció otras horas, más num·erosas y no me­
nos sublimes sin concilios. Son los detentadores de la democracia
clerical quienes quieren hacer admitir la superioridad esencíal de los
tiempos concilares en la doctrina de la Iglesia: Y uno termina cre­
yéndolo cuando iguora lo que verdaderamente ocurrió.
La verdad es que hubo concilios admirables, otros mediocres y
algunos bastante desgraciados, como el de Basilea, que
por haberse
descarriado cesó de ser concilio auténtico, debiendo el Papa re­
hacerlo todo en Florencia, con las consiguientes molestias.
• * *
Pero aunque los concilios hayan variado totalmente, todos, hasta
los más mediocres, hasta el de Basilea, siempre han manifestado
claramente el estado general de la Iglesia en una época determina­
da. Así, antes de adivinar cómo juzgará la Historia al Vaticano II,
uno puede estar seguro de que este concilio, como los otros y toda­
vía mejor, gracias al gran número y diversidad de los participantes
en
él, mostrará la situación actual de la Iglesia y revelará el fondo
de
los corazones.
Es tan precioso este último, que, en el Evangelio, el santo an­
ciano Simeón presenta como un bien supremo de la venida del Sal­
vador y de la compasión de Nuestra Señora el que "puedan ser
descubiertos los pensamientos de muchos". (Luc. II, 35.)
Aunque no fuera más
que por esto, el Vaticano II habrá hecho
un bien inmenso.
Pasaban y se decían cosas cuyo peligro no se podía aprecíar
convenientemente y de las· que ciertas expresiones recientes muy
significativas sobre una insidiosa resistencia a Pío XII sólo dan una
débil idea. A despecho de la prnpaganda a menudo engafíosa, era
necesario que la Iglesía conociese la verdad.
¡ Cuántos sentimientos
profundos, cuántas "náuseas" se han revelado en el Concilio y -por
el Concilio.
Se han reveiado sentimientos respecto de
la autoridad pontificía,
voluntad manifiesta de considerar que basta el voto mayoritario en
favor de una proposición para justificar el que se la aplique inme­
diatamente, tendencia notoria de presentar al Papa
el hecho consu­
mado, tendencia no menos notoria de un obispo que anuncia como
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SOBRE EL CONCILIO
el término de una pesadilla el advenimiento
de un catolii:ismo nuevo
y respetable; voluntad mucho más amplia de lo que se hubiera po­
dido creer, de mantenerse serenamente por encima de las normas,
como profetizando el mañana deseado: vistiendo el clergyman cuan­
do se usa la sotana, y el traje civil cuando se usa el clergyman;
misa en francés, sin aguardar ninguna indicación. ¡ Y qué violen­
cia se ha desencadenado sobre el católico medio que no oculta su
sorpresa y no aplaude de buena gana!
Y no olvidemos las prevencion.es alegres y ... psiquiátricas de
la revista T em,aignage Chrétien respecto de los devotos atrasados,
excesivamente enc:ariñados con la Madre de Dios, a los que tan
delicadamente se ha llamado fans de la Virgen. ¡ Pobre Grignon de
Montfort !
¡ Pobres trasnochados de la santa esclavitud, que os
creíais seguros detrás de un santo canonizado!
También en el Concilio de la abundancia del corazón habla la
boca. ¡ Y cuán provechoso ha sido que Roma y nosotros mismos
hayamos sido p,revenidos ! Engañados por un cristianismo con­
formista al que nuestros trusts de prensa afeitaban y teñían, ne­
cesitábamos este huracán para desem¡x:ilvar las vidrieras que nos
ocultaban demasiado la exacta fisonomía de cosas y personas. Si
Pentecostés comenzO con un ruidoso y violento vendaval para ter­
minar manifestándose con bolas de fuego, y si, como lo deseaba
Juan
XXIII, el presente Concilio debe ser un nuevo Pentecostés,
no hay que extrañarse
de ver algunas llamas e incluso de que el
viento arranque algunas colgaduras.
Y si Dios permite esto, es sin duda para robustecer nuestra
fe,
para afirmar nuestro espíritu sobrenatural, para que tengamos
una noción menos dulzona de
la Ig1es1a, en lo que concierne a lo
divino y a lo humano de la misma; para damos un verdadero
amor, una verdadera inteligencia cristiana de la Cruz.
* * *
La mayor enseñanza, el mayor efecto del Concilio consisten en
la vívida exaJt,idón de la Iglesia y del papado.
Las naciones han sido como forzadas a_ descubrir, a reconocer
(a veces, incluso por boca de sus enemigos) que la Iglesia está
llena de dulzura, de misericordia, de condescendencia, de celo de­
vorador y de afán pastoral; que es humilde, confiada, dócil, inge­
niosa para salvar lo que se ha perdido o corre el riesgo de perder­
se ; que obra con una libertad sin precedentes y está decidida a
separar y olvidar cuanto constituye un obstáculo y no es esencial ;
que es la Iglesia que escucha a los pecadores. He ahí lo que han
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tenido que admitir quienes consideraban que la Iglesia es sectaria,
celosa, replegada sobre sí misma por un temor y nna misantropía
seculares, acre, duia, esencialmente desolada, orgullosa de sus pre­
rrogativas, inaccesible a las más justas aspiraciones, inútilmente ta­
jante y dogmática, implacable para los pobres y los débiles.
Pero también ha sido exaltado el jefe visible de la Iglesia. Y
esta exaltación no ha sido sólo dogmática, teórica, acuñada en una
medalla, Por así decirlo, como ocurrió sobre todo en el primer con­
cilio vaticano;
·ha sido experimental, concreta, vivida, análoga a ·la
de la Iglesia, porque también en este caso se han demostrado la
bondad, la dignidad soberana, la liberalidad, la paciencia, la hu­
mildad, la dulce seguridad, apacible
y firme, en su divino derecho,
áel Papa y de la Curia.
¡ Cuánta nobleia, cuánta grandeza, cuánto señorío en ese silen­
cio durante los
ataques y críticas más rabiosos! Bien se compren­
de que algunos protestantes hayan sido más impresionados por todo
ello que por los gorgoritos de algunos tenores conciliares que a
menudo, después de cantar, volvían más desplumados que lo que
pensaban.
¡ Con cuánta delicadeza Juan XXIII se adelantó para dar en
un sínodo ejemplo
de las reformas y fidelidades deseables! ¡ Y cuán
poco recuerdan esto precisamente quienes exaltan
de modo tan
sintomático
al Papa! ¡ Y Juego, Paulo VI, en la encíclica Ecc/esiam
suam,, en la que, por consideración a los padres conciliares, el Pon­
tífice elude oportunamente todo dogmatismo, aunque su enseñanza
sea de las más claras
! Y, en fin, para no omitii nada, ¡ cómo no
recordar a quien tiene
la honra de aparecer como la encamación de
la Curia romana y que es golpeado en lugar del Papa: el cardenal
Ottaviani, tan escarnecido, tan insultado, a quien honran, odián­
dole, todos los enemigos de la Iglesia!
¡ Cuán conveniente ha sido que todo esto se haya revelado con
tanta claridad, sin duda, para edificarnos, aunque también para que
sean juzgados acertadamente ciertos ataques!
* * *
Se conocen tales ataques, cuyo objeto ha sido designado con
una complacencia muy característica: se juzga anacrónico el secre­
to absoluto cuando
se condenan obras a cuyos autores no se les
permite defenderse.
Son comunes estas acusaciones contra
el Santo Oficio y la Cu-
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SOBRE EL CONCILIO
ria romana ( 4). Sin embargo, han sido tan virulentas durante el
Concilio, qne justifican la indignación de todos los cristianos que
no quieren ser engañados por las apariencias detrás de las que se
esconden los conflictos provocados por la ambición de ciertos ecle­
siásticos. Y
el colmo es que tales maniobras sean realizadas a me­
nudo
en nombre de ese mismo laicado, escandalizado, según se dice,
por los métodos romanos.
Desgraciados los tiempos en que nadie quiere. arriesgarse con­
fiándose a
la Curia romana, en tanto que las curias nacionales o
diocesanas ( que también existen, como la romana, ·"y a las que nada
impide llamarlas con
el mismo nombre que a aquélla) tienen cada
vez más conciencia de autoridad y menos consideraciones al actuar.
Lo cierto es que el totalitarismo romano es mucho menos evi­
dente que el totalitarismo de muchas oficinas, comités, comisiones
"periféricas"; como se las llama, todos los cuales son también se­
cretos y condenan con
máS fuerza que la Curia romana a personas
que no fueron citadas
para defenderse.
A este lado de los Alpes ( 5) sabemos muy bien cómo y quié­
nes practican
el método ( siempre eficaz para derribar a quienquiera
qúe sea) llamado de la amalgama ; sabemos quiénes difunden, sin la
ffienor prueba documental, sin la menor confrontación, las acusa­
ciones de ser partidario o miembro de la O. A. S., de fomentar
atentados, de ser los peores enemigos de la Iglesia, de estar con­
denados o en trance de serlo por la autoridad eclesiástica. Sabe­
mos quiénes, pretendiendo
polemizar con' nosotros, substituyeron en
un texto nuestro el término u.pena" por el término utortura", lo
{4) No será útil trá.scri,bir aquí lo que responde el cardenal Ottaviani
a
esas acusaciones (en 1.Ja Croix de 1 de diciémbre de 1963): "Si Jos pro­
cedimientos
de1 Santo Oficio están protegidos por et secreto, esto se debe
sobre todo al deseo de proteger el huen nombre y la reputa,ción de las per·
sonas sometidas a ,proceso ... Por otra parte, el objeto del juicio es el -1:iihro
impreso, siendO superfluo averiguar el pensamiento del autor. No es lo
que éste piensa, sino lo que ha escrito, lo incrimina.do. En efecto, el daño
que
un libro ,puede-causar. a las a1mas depende del contenido de aquél, no
de lo que piense el autor· del
misqio ... Podría añadir tamhién que el se­
creto del procedimiento es necesario
para_ dejar en plena Hbertad a con­
su,ltores y jueces, qUJe son los cardenales, con el fiit de que ho se pueda
influir sobre ellos en un sentido o en otro. En ciertas circunstancias se ha
tra~do de actuar sobre las decisiones del Santo Oficio median.te los .fun­
cionarios diplomáticos.
5'e comprende, pues, cómo el secreto protege al mis­
mo tiempo la reputación de las personas interesadas y
salvaguar dependencia de los
jueces".
(5) Nota de Speiro.-Adviértase que el autor es frances y se refiere a
1a situación del catolicismo en Francia.
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JEAN OUSSET
cual les sirvió para acusarnos encarnizadamente de ser partidarios
del tormento.
Cuando
se sabe todo esto y se ha advertido la imposibilidad
práctica de recurrir a los tribunales eclesiásticos, hasta
el punto de
que nunca se nos ocurre tal cosa (6), uno se siente tentado de reír
a carcajadas cuando oye el tono y los argumentos de estos nuevos
jueces de
la Curia romana. Nunca ha sido tan adecuada corno en
este caso la parábola de la paja en el ojo ajeno y la viga en el
propio.
Los abusos de autoridad
de las curias diocesanas o nacionales
son mucho más frecuentes que los
de la Curia romana. No fue
Pío XII quien hizo que el mundo admirara a Fidel Castro, sino
ciertos obispos y ciertas publicaciones clericales. No
es Juan XXIII
el responsable de que el Derecho natural de los padres cristianos
-derecho de vigilar e intervenir-fuera totalmente menosprecia­
do cuando se elaboró el lamentable estatuto escolar vigente en
Francia. Tampoco fueron Paulo VI y la Curia romana los que
incitaron a admirar la obra de Bloch-Lainé, -sino ciertas organi­
zaciones diocesanas.
En realidad, Roma es siempre el bastión de la verdadera liber­
tad eclesiástica; enemiga de esos totalitarjsmas· niveladores, planifica­
dores, que talan el inmenso bosque de obras e iniciativas que son el
signo de la vitalidad de la Iglesia; guardiana de la autoridad perso­
nal del obispo, amenazada hoy más que nunca por el anonimato, por
la colectivización de un supuesto episcopado nacional ( en el que do­
mina la voluntad
de algunos prelados o incluso de simples secreta­
rios, como
la Historia lo ha demostrado muchas veces y lo demues­
tra hoy).
Por otra parte, ¡ sería tan fácil reducir dulcemente la importan­
cia de la Curia romana! Por ejemplo, impidiéndole que, en el pla­
no nacional o diocesano, interviniera en materia de fe, moral, doc­
trina, o en materia disciplinaria y jurisdiccional; porque son los
abusos en estos asuntos los que en gran
parte motivaron que se
desarrollasen los dicasterios pontificios, tan odiosamente atacados
actualmente.
Si la "periferia" hubiera cumplido su deber, las ofici­
nas del Vaticano cabrían holgadamente alrededor del patio de San
D·ámaso. Pero, en realidad, sólo Roma ( o, .por lo menos, en mayor
grado que otros poderes eclesiásticos) puede ver y estudia, las co­
sas desde la altura necesaria para dominar tiempos y pasiones. Y
(6) 'Ciertos artículos del Código de Derecho Canónico (ese gran desco­
nocido
en Francia, como decía el cardenal Su.hard) no -figuran en él más
que pro forma.
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SOBRE EL CONCILIO
los reproches que se le hacen de no caminar con el ritmo actual prue­
ban que uno se está encerrando en sí mismo, sin preocuparse se-
riamente
por el futuro. .
Y porque ese gusto desordenado por lo inmediato, por lo pre­
sente es
más común en el plano diocesano y en el nacional, en es­
tos planos
más que en Roma se han encontrado, se encuentran y se
encontrarán siempre las mayores tentaciones para abusar
de· la auto­
ridad y las tendencias más taimadas hacia
el totalitarismo. Fácihnen­
te resulta tiránico el gusto

inmoderado
de lo inmediato, de lo actual,
en tanto que el gusto de la doctrina, de los principios universales
se adapta mucho mejor al paso del tiempo y a los diversos lugares.
Jll.-BREVES CONSIDERACIONES SOBRE LAS ESPERANZAS DE ALGU­
NOS Y LA SEGURIDAD DE NUESTROS DERECHOS A LA COHERENCIA
INTELECTUAL.
Es necesario decirlo sin rodeos: es escandaloso el comportamien­
to e inadmisible el razonamiento de quienes no osan emprender ni
sostener nada poT causa del Concilio, pareciendo que temen y su­
ponen que mañana se les impondrá lo contrario de lo que la Igle­
sia siempre demandó hacer y profesar.
Porque si es cierto que el
Concilio puede modificar profundamente muchas cosas y actitudes
y promulgar nuevas fórmulas, en cambio es escarnecer a la Iglesia
pretender un solo instante que
ella puede demandarnos algo esen­
cialmente contrario a lo que
siempre enseñó.
Decimos algo esencialmente contrario, lo que supone ciertamen­
te comprender con justeza la palabra "esencial", porque si se toma
como ley fundamental
de la doctrina católica la norma del ayuno
eucarístico, por ejemplo, seguramente se puede esperar cualquier
cosa.
Quizá jamás han sido tan evidentes las desastrosas consecuen­
cias del pecado de igoorancia doctrinal, denunciado
por el cardenal
Richaud.
Es también dolorosamente actual la amarga reprimenda
de Jesucristo a sus apóstoles:
''i No tenéis inteligencia l'' Lo cual
prueba que nuestra fe es superficial, aunque ciertos impulsos sen-
·
timentales le den una apariencia fervorosa. Y prueba también una
extrema falta de reflexión, desmostrando que nunca
se estuvo ple­
namente dedicado a comprender que la doctrina y
el. comporta-
111iento cristianos deben ser coherentes, que seguimos ciegamente a la
Iglesia, con esa fe del carbonero, a menudo exaltada, pero que el
jesuita Bourdaloue combatía sin piedad.
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!EAN OUSSET
Créemos frecuentemente con la fe de quienes consideran punto
de honor seguir a la Iglesia, pero sin tratar de comprenderla, aun­
que no sea por pereza, o porque teman perder
la fe o debilitarla
si. meditan seriamente en los fundamentos del cristianismo. Por el
contrario, no se procupan de profundizar la doctrina quienes no la
juzgan rigurosamente, dudan de ella o creen que resultará trivial
si la
.examinan más atentamente, Lo cual no es señal de fe, sino
de falta de fe; es una suerte de somnambulismo espiritual e inte­
lectual que ofende a Dios e insulta a la Iglesia. ¡ Como si la luz de
la doctrina cristiana no fuera más que .un espejismo y la enseñanza
de la Iglesia, demasiado frágil, inconsistente y trasnochada para
sufrir con éxito un examen serio !
Tal es esta fe, llamada del carbonero, que, por lo menos, tiene
la ventaja de callarse.
Mientras que aquellos de los que antes hablamos creen que
se
puede esperar todo, que con la Iglesia nunca se está seguro de na­
da, que ella puede efectuar sorprendentes mudanzas, condenando
mafiana lo que ayer exaltaba. Así, expresan del modo más delicado
posible un total escepticismo respecto de la coherencia doctrinal
del
catolicismo. '
Pío XII sostenía, en cambio, todo lo contrario : "Debéis ser
capaces de razonar vuestras convicciones... Es inestable el senti­
miento ... , superficial y efímero el fervor que sólo procede del há­
bito ... Si no se quiere que este entusiasmo se desinfle un día como
una pelota en manos de ur.. niño, es necesario que brote de una
convicción clara y fuerte ; es necesario que conozcáis razonada y
profundamente vuestra fe; que el objeto de la misma brille ante vos­
otros con el esplendor de. 1a verdad, que os manifieste su pu.reza,
su poder y la plenitud de sus exigencias; es necesario que sepáis
que la doctrina católica no es contraria a la razón (7).
Pero, en el plano de lo esencial, uno de los signos más evi­
dentes de una razón segura es el amor de la unidad, el deseo de
una estricta coherencia intelectual -:--- encuentra tanto como en la Iglesia-. Esta habría desaparecido
hace mucho tiempo si hubiera permitido en
su doctrina la mitad. de
las contradicciones o cambios que afectan a las. ideas que desde
hace dos siglos pretenden ilustrar al género humano.
Si ciertos padres
del Concilio no han creído .errar cuando plan­
tearon
el complejo problema de los llamados derechos de la con­
ciencia
errónea, tampoco han negado los derechos de la recta con-
(7) Pío XII, Discurso del 8 de didemb;o de 1947.
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SOBRE EL CONCILIO
ciencia, que obra estrictamente
y elige con rigor s1._1s argumentos,
exigiendo pruebas y hallándose debida y profundamente entusias­
mada por la coherencia moral e intelectual. Así, pues, t cuán diver­
tido resulta ver a los tontos alegrarse porque la Iglesia seguirá por
fin un camino nuevo,_ purificada de tantos errores. profesados has­
ta hoy!
Pero, si como
se pretende, desde los tiempos de Constantino la
Iglesia se ha descarriado, ¿ qué criterios, qué jueces serán suficien­
temente fuertes para volvernos a dar fe y confianza, después de que
tantos papas y santos, exaltados durante siglos, no fueron capaces
de denunciar, o por lo menos de distinguir, los pretendidos erro­
res de que los acusan nuestros modernos censores? Si los papas
de las cruzadas se dejaron arrebatar miserablemente par el vértigo
de su tiempo; si San P'ío V se extravió; si Pío IX cometió una
tontería publicando el Syllab,,s; si al escribir la encíclica Hwmu­
num1 gen'rUs contra los masones, León XIII no hizo más que res­
ponder con un arrebato a una algarada estudiantil; si, según la ex­
presión bien conocida, San Pío X ha dirigido a tientas, dando
palos de ciego, la barca de Pedro; si Pío XI se dejó seducir por
un hálito medioevalesco
cuando redactó la encíclica Quas primas
para recordar al mundo la. realeza social de Nuestro Señor Jesu•
cristo; si el inmenso desarrollo doctrinal de Pío XII es sólo un
fruto de la herencia aristocrática y reaccionaria de los príncipes
Pacelli, ¿ se cree que podrán balancear esta abrumadora carga de
errores los artículos del dominico Congar en
Iniformatio'1!s Cat'ho­
liques Inlernationales, los del jesuita Rouquette en Eludes, los del
asuncionista Wenger en La Cr--0ix, o los del abate Laurentin en
Le Fígaro? ¿ Será posible que ciertas fórmulas sostenidas en el
Concilio nos parecerán grávidas de porvenir. sólo porque las aprue­
ben y aplaudan vigorosamente los especialistas del llamado sentido
de la Historia, que escriben en L)Humanité, L'Express, Frwnce
Observateur o Le Monde? ¿Es ya tan grande la necedad de los
cristianos que se pueda hasta ese punto hacerles comulgar con rue­
das de malino?
La Iglesia no ha obligado nunca a sus hijos a ser tan ciegos ni
tan veleidosos. Es cierto que ella no exige obediencia, pero aún
más exige
que asintamos a lo que enseña y prescribe, si bien no
quiere ese asentimiento exterior, propio
de insconscientes o de pol:-­
trones, p~estos siempre a decir sí para seguir durmiendo en paz.
Para ser meritorio, el acto de fe debe ser libre, suficientemente
consciente, inteligente.
La enseñanza de la Iglesia no podría ser-luminosa si cada uno
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JEAN OUSSET
pudiera negarse sin inconvenientes a cerrar los ojos para no verla.
Mucho desprecio, mucha negligencia
se ocultan, en realidad, en la
actitud de quienes siguen a
la Iglesia rehusando conocerla me­
jor.
¿ Qué amante daría fe a las más inflamadas declaraciones, si la
persona amada no manifestara
el menor deseo de verlo ? La Iglesia
no tiene nada que temer de
las miradas más penetrantes. No po·
demos probarle en forma más hermosa que la amamos cuando 1a
queremos como es y con todo lo que tiene.
Si es cierto que no existe una página de la Historia de la Igle·
sia que no esté manchada por hechos deplorables o terribles, pro·
posible que se
encuentre una de esas páginas donde los cristianos
resulten culpables
por haber permanecido demasiado tiempo fieles
a lo qne
la Iglesia siempre enseñó? Los evolucionistas tendrán que
esforzarse mucho
para encontrar esa. página, pues ni siquiera una
jota
ha cambiado ni cambiará en la doctrina depositada en la Igle·
sia: V eritas Domlini maniet ini aet'ern,uim1.
Apoyándose sobre esa doctrina no se corre el riesgo de do·
blarla, como dice la Escritura, o de que se rompa como una caña
y traspase la mano que la oprimía. No en vano, durante siglos,
los moralistas cristianos han podido enseñar y probar, sin ser des·
mentidos,
que no es necesario conocer el porvenir para saber el
deber imnediato.
Se preguntó al joven San Luis de Gonzaga:
t,¿ Qué haríais si supierais que ibais a morir dentro de una hora?
Seguiria jugando -respondió el Santo-, porque es el tiempo del
recreo". Creemos que esta respuesta debiera bastar para que se ilus­
tren los que han decidido no hacer nada, porque no saben qué dirán
mañana el Papa y el Concilio.
Pero,
¿ no atestiguan suficientemente la fe y la Historia que ellos
no decidirán nada que pudiera alterar
la coherencia intelectual y
moral (8)
de los católicos en general, y más todavía la de quienes
(8) En nombre ·de esta coherencia intelectual y moral, será conveniente
dar su justo, miserable valor a los comentarios aberrantes· de ciertas afir­
maciones
que, según parece, fueron dichas en el Concilio. -Que la Iglesia
estime que resulta contraproducente
tratar en toda ocasión de deicida al
pueblo
judío es un problema que puede efectivamente plantearse. lguaL
~ente, que se haga observar que todos somos deicidas por nuestros peca­
dos.
Pero que ciertos clérigos ironicen sobre el sentido del término "deici­
dio",
pretendiéndolo inconcebible, sólo procede de un extraño prejuicio res­
·pecto del pueblo elegido. ·Con este mismo criterio, tam1bién puede ser .puesto
en solfa el título de
madre de Dios, porque paree.e insensato, según el ra­
cionalismo. Los clérigos y laicos que se burlan
del concepto de deicidio no
parecen haber reflexionado sobre las condiciones del rescate del género hu­
mano. ·En efecto, si no hay deicidio, ¿ en qué consiste la Redención? En
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SOBRE EL CONCILIO
gustan de la doctrina y se han hecho un deber el estudiar en qué
se distiguen doctrina y programa, así como el problema de los uni­
versales, únicas nociones que pueden ilustrar suficientemente a quien
procura no confundir lo qu~ pasa o debe pasar, con lo 'que perma­
nece y debe permanecer?
El tiempo del Concilio no es de reposo o de incertidumbre, sino
de trabajo;
es un tiempo donde se mide con más exactitud que en
otras ocasiones la fe, la esperanza y la caridad de cada uno.
otras pa.laibras, si -quien fue crucificado en el Calvario no era Dios, ¿ cuál
puede ser la virtud salvifica de esa ejecución, tan normal entonces, aunque
fuese injusta?
¿ Se habrá engañado en esto la Iglesia, durante siglos, en­
sefíándonos que sólo una víctima divina podría pagar un ,precio suficiente­
mente
grande para rescatarnos y borrar todos los. pecados del mtl'lldo para
que ya no los viera la infinita justicia de Dios?
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