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Patria, Nación, Estado (III)

Patria -Nación -Estado
(continuaci6n)
por
JEAN OussET
Fundaci\363n Speiro

Plan ya seguido.
PATRIA-NACION-ESTADO
(Continuación.)
IV
Recuérdese que, a manera de preámbulo, hemos sentado y des­
crito someramente
el hecho patria-nación, es decir, el hecho bruto
de la solidaridad de los hombres en el plano social, cívico y na­
donal.
Despué!l., el estudio se hizo más preciso, más analítico, y tinguirnos lo que podríamos llamar "los cuerpos simples", o los
elementos más característicos que en diversos grados entran, o
pueden entrar, en ese todo muy complejo que los hombres, tan
:imprecisos en este asunto, designan indiferentemente con la palabra
patria, nación, estado ...
Una vez recordadas estas distinciones fundamentales, continua­
mos lógicamente describiendo a grandes rasgos las características
de un patriotismo sano y de un justo espíritu nacional, pero sin
clvidar los desarrollos que -est.a materia entraña en lo que concierne
a las relaciones de la pequeña
y -la gran patria, más aún, en lo que
atañe a ese sentido
de lo universal tan indispensable y tan per­
fectamente conciliable con el más ardiente patriotismo.
Plan que seguiremos.
Mil rasgos quedan aún por precisar. Pero, en lugar de indicar­
los
de forma positiva por la enseñanza directa de la verdad, conti­
nuaremos nuestro trabajo criticando los errores más frecuentes.
La
verdad no se encontrará por ello menos ilustrada y, sobre todo, será
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JEAN OUSSBT
mejor defendida contra las deformaciones o los errores que en este
oominio la amenazan hoy
tan peligrosamente.
Ante todo, el internacionalismo revolucionario. La crítica de
este error es en realidad la continuación lógica de aquello que tra­
tábamos: patriotismo_ y sentido de lo universal. Por tanto, vamos
a denunciar ese falso sentido de lo universal que es el interna­
cionalismo, denunciando los principales sofismas que son sus ar­
gumentos habituales.
Después
de criticar este desconocimiento del orden natural~
esta negación de la patria-nación, pasaremos a la de los diversos
<.:rrores que, sin suprimir en sentido estricto el patriotismo y el
justo sentido nacional, lo deforman
y corrompen.
Así, denunciaremos:
1-.º El nacionalismo jacobino o jacobinizante.
2.·0 Las concepciones opuestas, pero igualmente ruinosas que
consisten o bien en materializar excesivamente las nociones
de
patria y nación, o bien en desencarnarlas.
3. º El racismo.
4.'º Un error más temible aún porque es más común, más
actual, más universalmente profesado y admitido : el error deI
maquiavelismo en el sentido estricto
y filosófico de esta palabra
-error de una cierta estatización de la patria y la nación, y que
consiste .en mirar la voluntad, cuando no los caprichos del "prín­
cipe", como los fundamentos legítimos, las reglas,. la ley de la
vida o del progreso de la patria y de la nación. Todo ello, con
desprecio
más o menos evidente de los deberes que en tal dominio
impone una sabiduría iluminada
por la inteligencia rigurosa del
orden natural y de la Historia.
CIUDADANO DEL MUNDO
O EL ERROR DEL INTERNACIONALISMO
Ciudadano del mundo -convengamos en que la fórmula es
sedúctora.
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PATRIA-NACJON-ESTADO
Atractivo de la fórmula.
Por partidario que se sea de la defensa de un patrimonio nacio­
nal, ella no deja de tener un cierto atractivo y al oírla uno siente
como el encanto
de una redención, digamos más: como el encanto
de
una verdad auténtica. Esa seducción es sin duda reflejo de
la cettidumbre 'que no es inoportuno reconocer y recordar desde
el comienzo; que estamos hechos
para algo más vasto, más
abierto, menos estrechamente particular y más universal que los
blenes, los cuidados, las inquietudes y los problemas específica­
mente nacionales y patrióticos.
Afirmarse ciudadano del mundo en este caso es una manera
c!e rechaiar el dejarse encerrar dentro de los límites de un país
y el reducir el universo a lo que pasa en la casa de cada cual.
Es rechazar el creernos dispensados de todo deber respecto de
otros pueblos, el admitir que sólo
hay una forma legítima de con­
dderar las cosas: aquella que corrientemente practican nuestros
conciudadanos, etc.
Nada más legítimo y más santo que sacudir de este modo
cuanto
hay de indudablemente ruinoso en esa visión egoísta-de
un patriotismo miope, por sagrado que lo llamen (!).
No es dudoso, como muy bien lo ha o_bservado el dominico
Ducatillon en un pequeño
y excelente folleto (2), que el cristia­
nismo llama a "la humanidad entera para formar una misma so­
ciedad única, la Iglesia, en el seno de la cua! se borran todas
(1) También se podría apuntar que, por el hecho de los progresos ma­
teriales, los grandes
problemas humanos se plantean cada vez más en el
plano mundial, como
lo muestra Juan XIII en Mater et magistra (3.ª parte):
"Los progresos. de las ciencias y de las técnicas en todos los sectores
de
la convivencia multiplican e intensifican las relaciones entre las comu­
nidades políticas,
haciendo así que la interdependencia de éstas sea cada
vez más iprofunda y vital.
"Por consiguiente, puede decirse que los problemas humanos de alguna
importancia, sea cual fuere su contenido científico, técnico, económico,
social, político o cultural, presentan
hoy dimensiones supranacionales. y
muchas veces mundiales. Luego
las comunidades políticas. separadamente
y con solas sus fuerzas,
ya no tienen posibilidad de resolver adecuada­
mente
sus mayores problemas en el ámbito propio."
(2) Patriotism,e et colonisation (Desclée et Cie.), pág. 75.
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JEAN OUSSET
las diferencias nacionales, pues para ella, según la palabra de San
Pablo,
ya no hay griego, ni judío, igual que no hay hombre libre
o esclavo ... Además, el cristianismo no solamente derriba las barre­
ras intangibles ·que dividían a la humanidad en grupos cerrados
y herméticos, favoreciendo de este modo una continua comunica­
ción fraternal entre los hombres, sino... que arrastra hacia una
organización temporal universal del mundo que doble de alguna
manera su unificación espiritual. Fue hacia una realización de esta
clase hacía la que la cristiandad medieval no cesó jamás de tender,
y en gran parte, la crisis del mundo moderno es consecuencia de
la disgregación de esta cristiandad, cuyo desarrollo histórico se
-é:caba en eI mismo momento en que el desenvolvinúento de la
civilización exige cada vez más 1a organización unificada de toda
la tierra, no sólo como ideal de perfección, sino como una urgente
necesidad vital
... " (3).
Patriotismo y preocupación por lo universal.
El error y el equívoco consisten en pensar o en dejar creer
que el patriotismo sea un obstáculo para esta unidad o esta unión.
Ya hemos visto (4) q\le, lejos de oponerse a lo humano y a lo
universal, un verdadero patriotismo y un juicioso espíritu nacio­
nal implican y reclaman esta búsqueda, este cultivo, este servicio
de bienes, de valores que sobrepasan y trascienden lo que sería
mezquina
y patrioteramente nacional o patriótico.
El problema está en saber si esta preocupación por lo univer­
sal, si esta sed de lo _ humano, indispensables para armonizar el
sentimiento patriótico y la vida nacional, son del mismo orden
(3) Nos parece muy provechoso subrayar en este asunto, en el que
las oposiciones son a menudo tan violentas, el acuerdo de espÍritus tan dis­
tintos en apariencia como el de Maurras y el de Ducatillon. En efecto,
aquél escribía como
el dominico : "El género humano está menos unificado
que en tiempos de San Luis, en que todas las coronas cristianas estaban
federadas bajo 1a tiara. La Reforma del siglo XVI y, en consecuencia,
la Guerra
de los Treinta Afios, han constituido las nacionalidades como
otros tantos cismas
... "
(
4) Cf. V erbu, n,úm. 34'35.
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PATRIA-NACION-EST ADO
y pueden conciliarse con lo que hoy se entiende por internaciona­
lismo o con lo que recubre la etiqueta "ciudadano del mundo".
Veremos que la respuesta a esta pregunta será negativa.
Resultaría sorprendente que un católico rehusara convenir que
el hombre está hecho para amar y servir algo más que su patria,
<¡ue su nación. Pero volviendo a tomar la imagen de Gustave
Thibon, evocada
al comienzo de estos estudios, ¿ cuántos son los
,que hablan de "rebasar" lo que jamás han "alcanzado"? ¿ Cuántos
son los que se imaginan qne están en las cnmbres del amor di­
vino porque no aman ni nunca han amado a nadie?
Estamos frente a una inversión y una perversión radicales.
A aquellos, pues,
que fueron tentados de despreciar el "ser­
vicio de la patria" como algo caduco y egoísta para así poder
evadirse más fácilmente
hacia un internacionalismo menos cos­
toso, recordémosles estas palabras de
Pío XII: "Se encuentran
a veces ciudadanos poseídos de una especie de temor a mostrarse
señaladamente leales
a la pátria, como si el amor hacia su país
pudiera signiticar necesariamente el desprecio hacia los otros
países, como si
el deseo natural ·de ver a su patria bella y prós­
pera en el interior, estimada y respetada en el extranjero, debiera
ser inevitablemente una causa de aversión hacia los otros pueblos.
Ciertamente,
es necesario decir que no es el signo menor de la
,desorientación de los espíritus esta disminución del amor a 1a
patria, a esta mayor familia que Dios nos ha dado" (S).
Tal enseñanza es clara. A su luz aparece que la verdad no con­
·siste
en la egoísta negativa de ver o escuchar lo que está por
encima o más allá de la nación y de la patria, ni en el vértigo de
un internacionalismo desdeñoso del amor y del servicio de la
-patria, so pretexto de remontarse más alto o de ir más lejos.
No es necesario elegir entre dos fórmulas, sino que hay qué tomar
1as dos, tanto
el servicio de la patria como el deseo del mayor bien,
de la mayor unidad, de
la mayor paz de las otras naciones de la
tierra.
(5) Alocución a la colonia de las Marcas de 23 de marzo de 1958.
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JEAN OUSSET
Amistad entre los pueblos y civismo internacional.
Se trata de una actitud. difícil, sin duda, cuyas exigencias
a.dmiten ciertamente la jerarquía que consiste en dedicarse pri­
mero al servicio del prójimo más próximo, y que tiene que ser
defendida tanto contra el pesimismo de un pragmatismo sin auda­
cia y sin santas ambiciones, como contra la ingenuidad de aventu­
reros plagados de utopías y cargados de fracasos. Bien escribe
el arzobispo Feltin, de París (6): "La paz no se nutre de quimeras,
sino que éstas la devoran. Pero tampoco admite que quienes pre­
tenden servirla renuncien por prudencia timorata a la inventiva
y a la osadía que ella exige. Es necesario prever en el presente
para poder en e1 porvenir.
"¿ Qué nos enseña el presente, esta edad atormentada e inde­
cisa que es la
nuestra? Las opiniones están divididas.
"Los espíritus optimistas, sensibles a las técnicas de cambios
y ubicuidad que constituyen las invenciones modernas, piensan
que
una unificación del planeta está muy próxima y que los
hombres que se ven,
se oyen y se visitan en cada momento, de
un continente a otro, son compatriotas y conciudadanos. Sin em­
bargo, esta
fe en la ciudad mundial encuentra más censores que
partidarios. El hombre de la calle se inquieta cuando abre el
periódico y ·ve surgir, en enormes titulares, los conflictos abiertos
o latentes que, como otros tantos ciclones,
se despliegan del uno
al otro polo. Y no es a él a quien se le hará creer que la cuestión
internacional está resuelta.
"A su vez, juristas, histeria.dores y sociólogos hacen notar que
no se pueden confundir las conexiones económicas y culturales,
la buena inteligencia y hasta la amistad entre los pueblos, con el
civismo. Este designa otra cosa distinta del apego afectivo e in­
clnso de la virtud sobrenatural de la caridad.
"Todo hombre pertenece a un pueblo, a una patria grande o
(6) Discurso al IV Congreso Internacional de Pax Christi, de sep­
tiembre de 1956.
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PATRIA-NACION-ESTADO
pequeña, a la que da su corazón, sus servicios o su sangre. Pero
muchos de estos grupos humanos que creen y recurren al deber
tituyen la sociedad organizada, la realidad política
swi gene>ris que
bace de ellos una persona moral evolucionada y consciente de su
destino común. Quien dice civismo, dice ciudad.
Ahora bien, ¿ se
puede decir que el mundo en su con junto sea en la hora presente
una ciudad? Ciertos espíritus generosos se titulan "ciudadanos del
mundo". Su intención es loable, pero van más de prisa que la
Historia, suponiendo que ésta llegue algún día a ese término.
Miembros de
la humanidad, sí ; pero ciudadanos del mundo del
universo, no. Al menos en el sentido técnico de la palabra.
"En una deliberación de su consejo ejecutivo, el 25 de no­
viembre de 1953,
en París, la U. N. E. S. C. O., al preconizar
«programas a largo plazo, propios
para engendrar actitudes. ne­
<.esarias para mantener la paz, dando a los hombres el sentido de
que forman parte de una comunidad mundial y haciéndoles com­
prender el deber que tienen los individuos, los grupos y las na­
.dones de trabajar en la común prosperidad de la humanidad»,
señala,
al mismo tiempo, que el desarrollo de los medios de comu­
nicación tiene también su
parte mala y con frecuencia ha hecho
nacer tensiones. Incluso a veces, la conciencia de que los pueblos
dependen unos de otros puede provocar conflictos entre ellos,
en
vez de favorecer el establecimiento de relaciones amistosas.
"Delante de esta ambivalencia tantas veces señalada por los
teólogos, se tiene el derecho de responder que
un civismo interna­
cional es simultáneamente utopía
y realidad, o más exactamente,
que si un día se instaura, lo será solamente en estado incompleto
y continuamente puesto en tela de juicio por los fracasos de una
historia
que se quería común.
"Hoy es exacto decir que, en el mismo momento en que el
mundo va hacia su unidad cultural y política, está regido por
una dialéctica de oposiciones y desmembraciones. Nuevos con­
juntos se forman, pero otras comunidades se dividen y por todas
partes s~ exasperan los nacionalismos ... "
"Que los cristianos recuerden que en este esfuerzo ampliado
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IBAN OUSSET
hasta las dimensiones mismas del mundo, primeramente deben
cumplir con
su· deber cívico en el seno de su propia comunidad
nacional. Así
se podría trasponer la palab¡-a de San Juan: Aquel
que se muestre mal ciudadano de su patria ( que no tiene hacia
la autoridad de su país
la actitud de obediencía y de sana crí­
tica necesarias para el buen funcionamiento de la vida pública),.
¿ cómo podría, sin hipocresías, sin ingratitud y también sin peli­
gro, pretender ser buen ciudadano en el plano de la tierra entera?''"
Propiamente hablando~ el mundo no forma una ciudad.
"Para concluir -prosigue el citado eclesiástico---, responderé
sin equívoco a la pregunta planteada por
el con junto de estas
breves consideraciones.
"Propiamente hablando, el mundo no forma una ciudad. Es
posible, y sin duda es probable, que no la forme nunca, o que en
todo caso no la forme antes de mucho tiempo.
"Por este motivo es cierto que seria una utopía pretender im­
poner a los pueblos deberes y actitudes en todo comparables a las.
que los individuos asumen en el interior de sus fronteras.
"Pero sería un sofisma renunciar a lo que aún no existe o
a
lo que es incompleto, so pretexto de que no está plenamente
realizado.
Mejor sería, en este caso, renunciar a la virtud y al
progreso, tomando como argumento el pecado y la decadencia de
fas civilizaciones. Los cristianos, y especialmente los que trabajan
por la paz, deben esforzarse en crear las condiciones objetivas
y subjetivas de un auténtico civismo internacional. Su primer de­
ber es prepararse para ello mediante una información y una for ....
mación serias, realizadas diariamente. Y aquellos de entre ellos
que, en virtud de su educación y vocación. o de su competencia,.
puedan aceptar responsabilidades políticas internacionales, deben
desde hoy prepararse para ello, tanto sin ambición como sin timi­
dez, con un
esp{ritu de desinterés evangélico que evitará la obje-
ción de que
1a Iglesia intenta acapararlo todo "
* * *
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PATR/A-NACION-ESTADO
No creemos que debamos excusarnos por haber citado un pa­
saje
tan largo del sugestivo discurso de Feltin, ya que nos parece
que ilumina admirablemente el problema que nos ocupa al defen­
der lo que, en el orden nacional y patriótico, merece serlo contra
los olvidos y las negaciones que una acción política internacional
arriesga y siempre arriesgará suscitar. Además, al no dejarse
apartar de este ideal católico de unidad y de paz entre los pueblos,
so pretexto de que se esté y verosímilmente siempre estaremos.
muy alejados de él.
Vemos en estos caracteres el armonioso equilibrio de una en­
señanza cristiana en la que ·no se nos pide que abandonemos nada,.
ni lo que poseemos, ni lo que tenemos el deber de esperar y de
· desear.
Si Feltín hubiera aconsejado dejar la presa por la sombra,
habría pecado contra la prudencia.
Pero esto no ocurre desde
que se admite que
el servicio de la patria no puede s,er objeto de
,abandono y que sólo después de esta seguridad se invita a trabajar
resueltamente para desarrollar las condiciones objetivas de un ci­
vismo internacional. Por otra parte, se pide que en esta última,
posibilidad no se crea
más que lo que es neéesario.
La más inmediata realidad, ¿ no confirma esta forma de ver
las cosas? ¿No es evidente que desde hace uno o dos siglos se
han realizado progresos más constantes, más sistemáticos en el
Derecho internacional? Pero también, ¿ no está claro que, a pesar
de todo, estos progresos no han impedido que se despliegue esa
dialéctica de oposiciones y desmembraciones de que nos hablaba
Fe1tin hace
un momento?
¿ Cómo explicar una oposición tan cruel y una impotencia tan
dolorosa? ¿ Qué obstáculos, qué dificultades pueden presentarse
en ese dominio que hacen
de tal modo difíciles y hasta falaces
tantos esfuerzos generosos intentados con
un fin tan deseado? Es
]o que ahora examinaremos detapadamente.
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JEAN OUSSET
Civismo y ciudad.
Ante todo, observemos que para que haya c1v1srno es necesa­
iio que haya· ciudad. Ahora bien, la ciudad internacional no existe
en el sentido estricto de la palabra "ciudad", lo mismo que en el
sentido estricto de la palabra "sociedad".
Es fácil notar esto si recordamos lo dicho en el segundo capí­
tulo de estos estudios (7) : la simple reunión, la sola consideración
global de una multitud no basta
para que haya ni se pueda hablar
de sociedad. Se necesita mucho más que una reunión, incluso que
una reunión cordial. Así,
por ejemplo, los que asisten a una co­
mida nupcial no constituyen necesariamente una sociedad.
La noción de sociedad, ya lo hemos dicho, implica la sumisión a
un conjunto de leyes y de reglas comunes. Es la reunión de per-
6onas que tienen relativamente conciencia de tender así, en común,
solidariamente hacia
un mismo fin. Y esto no de manera accidental,
fortuita, transitoria, sino de forma duradera.
Además era necesaria, decíamos, una cierta participación ac­
tiva, cierta resolución común.
Todo esto no eXiste manifiestamente o falta demasiado en el
escalón de la humanidad considerada en su conjunto y que por
esto no puede ser llamado sociedad internacional.
No hay, pues, sociedad internacional. Por eso es tan difícil sus­
citar previamente un movimiento de civismo internacional
en pro­
vecho de una ciudad internacional inexistente.
Para eludir esta di­
ficultad sería necesario que,
en primer lugar, existiera la ciudad
internacional para que así
pudiera nacer en seguida, y como por sí
mismo,
un auténtico civismo internacional.
Pero entonces aparece un nuevo peligro.
Nación y acción coordinadora del Estado.
En efecto, si admitimos, como parecen indicarnos las constantes
lecciones de la Historia, que no puede haber civismo
más que si
(7) Cf. Verbo, núm. 34-35.
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PATRIA-NACION-ESTADO
hay ciudad, históricameute es también evidente que no ha habido
sociedad, ciudad, ni nación más que después de
la acción coordina­
dora de
un Estado, de un príncipe, de un organismo de gobierno.
Es cierto, como ya hemos dicho (8), que ]as nociones de patria
y nación no están absolutamente ligadas como tales a la noción de
Estado (9) ; pero no menos cierto e importante es que las nociones
de patria
y nación han sido prácticamente inexistentes o insignifi­
cantes donde no hubo Estados para informar al menos inicialmente
ú una comunidad humana. En todo caso, la Historia casi parece
demostrar que no ha podido haber una nación, es decir, una colec­
tividad conscientemente fiel a un patrimonio o a
una patria sin
que simultáneamente haya existido
la acción unificadora y, para
hablar claramente, la acción gobernante de alguien: príncipe, Es­
tado, etc. Lo que tácitamente responde a la objeción que puede
constituir el caso de las naciones que
·han sobrevivido o continúan
sobreviviendo a los Estados que
las formaron, dirigieron, etc., sea
que dichos Estados desapareciesen pura y simplemente, sea que
fuesen absorbidos, fundidos, asumidos
en otros o pnr otros.
Si bien el Estado, como hemos dicho, no es absolutamente ha­
blando fuente de derechos ni principio
de existencia, reconozcamos
que
no por eso deja de dar igualmente a-la patria y a la nación
un elemento formal que, sobre todo al principio, les permite ad­
quirir una clara conciencia de sí mismas (10).
(8) Cf. Verbo, núm. 34-35.
(9) Puesto que muchas veces ha sucedido que una nación esté some­
tida al poder símplemente antinacional
por felonía o necedad.
(10) Sin duda, el Estado moderno, jacobino, nivelador, totalitario, usurpa
unas competencias y una soberanía que no le pertenecen cuando .aplasta,
nivela y destruye a las diversas patrias y naciones que vivei;i en el inte­
rlor de sus fronteras. Pero fu.era de estos abusos manifiestos de la centra­
lización
estatal, estas diferentes patrias o naciones pueden insertarse en
una patria, una nación más vastas. Y esto, gracias a la sabia y prudepte
ceción política del Estado. O lo que es igual, la nación no es una persona
moral que exista
espontán'eamente, y al menos para que tome conciencia
de sí. misma y viva como nadón, son necesarios unos órganos jurídicos
del Estado, una cabeza, un mando.
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Peligro del super-Estado.
He aquí el punto donde se manifiestan la dificultad y el peligro
que denunciábamos hace un momento.
Si para tener un civismo internacional es necesaria una ciudad
internacional, y si
para que haya una ciudad internacional es ne­
cesario un Estado internacional, ¿ cómo evitar el Estado-Moloch1 el
super-Estado, sueño de las sectas y de los revolucionarios de todo
pelaje? También Feltin denunció el peligro en otro pasaje del
Giscurso ya citado:
"Bien comprendido, un civismo internacional parece
posible,.
pero es importante entenderse sobre las palabras y las tareas del
mismo. No se trata de establecer
un Estado-Molocb, un super-Esta­
do totalitario que mediante una nivelación destructora volatilizaría
todas las comunidades existentes: pueblos, razas, regiones o con­
tinentes. El cristianismo no ha dejado de manifestarse como la res­
puesta al problema de lo uno y lo múltiple. La Iglesia, que no
:ie une inescindiblemente a ninguna socie~d, realiza ese mismo mi­
lagro· de respetar a todas las personas humanas y a todas las
autonomías sociales legítimas sin renunciar por
eso a hacerlas
comulgar en
el amor ... "
Y ésta no es la solución concreta, como fijada por decreto,.
sino
el único medio seguro (no decimos fácil) de tender sabia y
prudentemente hacia una solución. Hacia este orden internacional
que, para emplear nuevamente
los términos del citado eclesiástico~
"si un día se instaura, lo será solamente en forma incompleta y
sin cesar
lo harán vacilar los fracasos de una historia que se
pretendía que fuera común".
Está bien claro que si en el mundo existe alguna potencia que
pueda realizar ese milagro, esa potencia sólo
es la Iglesia. Ella:
no es un super-Estado ; sin embargo, y aunque no se la considera
más que en su aspecto terrenal, es una institución internacional, su­
pranacional, animada por un solo espíritu
y quien ha educado con
más vigor a las más ilustres instituciones internacionales.
Toda
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PATRIA-NAC!ON-ESTADO
su historia prueba su preocupación por la unidad, tanto como su
respeto a las multiplicidades y diversidades nacionales. ¿ Por qné,
entonces,
no confiar en ella para esta empresa? ¿ Por qué no ayu­
darla teniendo
en cuenta que es nn hecho que de todas formas
trabaja en dicha empresa y que en el pasado realizó maravillas
en
este sentido? ¿ Por qué no podría lograrlo otra vez más? (11 ).
Se habla de un
civjsmo internacional. La fórmula es sin duda
legítima, ya que
cada uno adivina confusamente qué deseo de con­
cordia y de paz se expresa con ella. Pero el término de civismo
empleado, ¿ es conveniente, rigurosamente exacto? Creemos que no~
Decir civismo jm,pJica que por lo menos sea posible la exis­
tencia
de una ciudad. En sentido estricto, ¿ se puede hablar de una
ciudad mundial? Ya sabemos bien qué desviaciones sufre el patdo­
tismo cuando tiene por objeto la herencia de una colectividad
demasiado vasta y combatida.
¡ Qué pocos ciudadanos poseen un
~entido justo, un sentido armonioso de las exigencias vitales, ra­
zonables, de su nación! ¿ Cuántos están animados por un espfritu
nacional sabio, iluminado y ferviente? ¿ ·Qué nos reserva, pues, 1a
esperanza de un civismo mundial? ¿ Cuántos lo profesarán? E&
decir, ¿ cuántos lo ,profesarán como interesa que sea vivido y pro­
fesado ?
¿ Quién lo profesará ? A lo sumo, algunos especialistas
cuyo principal trabajo será defenderse de
las trampas o las presio-
(11) "La Iglesia, como es sabido -escribe Juan XXIII en Mater et
magistra-1 es universal ]X)r derecho divino y lo es también históricamente
por el hecho de estar presente, o de tender a estarlo, en todos los pueblos ... "'
" ... la Iglesia, al_ penetrar ,en la vida de loo pueblos no es ni se siente
jamás como una institución impuesta desde fuera ... "
"«La Iglesia de Cristo-observa sabiamente nuestro predecesor Pío XII-,
fidelísima depositaria de la divina ,prudencia educadora, no puede pensar
ni piensa en menoscabar y desestimar las características particulares que
cada pueblo, con celoso cariño y comprensible orgullo, custodia y guarda
cual precioso patrimonio. Su fin es la. unidad sobrenatural en el amor uni­
versal, sentido y practicado; na lo uniformidad exclusivamente externa,
superficial y como tal debilitadora. Todas las normas y cuidados que sirven
para desenvolver prudente y ordenadamente las fuerzas y tendencias par­
ticulares que tienen su raiíz en las más recónditas entrañas de toda estirpe,
siempre que
no se opongan a las obligaciones que los hombres tienen por
su unidad de origen y común destino, son saludados jubilosamente por la
Iglesia, quien los acompaña con sus maternales
cuidados» (encíclica Swmrmi
Pontificatus)".
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JEAN OUSSET
nes ocultas, tan temibles en el plano de los asuntos mundiales, tanto
más temibles cuando que ha llegado a ser de buen tono no hablar
.son ejercidas por las potencias de los intereses económicos, poten­
cias sinárquicas, ideológicas, que pretenden la revolución universal.
En resumen, ¿ podemos hablar de civismo cuando vemos que
sólo los miembros de un gobierno con el equipo de sus auxiliares
inmediatos se interesan por
la cosa pública? ¿ Quién va a pensar
jamás seriamente que un grupo de iniciados o de especialistas
pueda constituir, no digamos una· corriente superficial soberbiamen­
te orquestada por la propaganda de las sectas, sino un verdadero
civismo internacional, un civismo que sea algo más que un artificio
.sostenido únicamente por la acción psicológica de dos o tres "gran­
des" que han llegado, o están a punto de llegar, a ser dueños del
mundo? (12).
La Iglesia, educadora de las inteligencias y de los corazones.
Un civismo en sentido estricto parece muy difícil de concebir
en cumbre tan alta. Pero, ¿ y un civismo en sentido amplio? Un
consenso mundial suficientemente iluminado, ¿ no constituiría un
inmenso progreso?
No hablamos de los estúpidos y groseros temas que sirven de
fondo común a los grandes centros internacionales de
la propagan­
da,
la prensa, la radio, etc., ni los resortes de una acción psicológica
que orienta los cerebros apelando a los más bajos instintos, sino
una formación, una educación seria de las conciencias,
las inteli­
gencias y los corazones, realizada en todo
el mundo.
Ahora bien,
¿ quién ha hecho siempre eso, rigurosamente, hon­
radamente, excepto la Iglesia? ¿ Quién la ha convencido nunca de
haberse dejado ganar en esta carrera para establecer un espíritu
(12) En lo que concierne a esta partición del mW1do, véase el artículo
"'Un document capital du cardinal Spellman".
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PATRIA-NACION-ESTADO
las razas? ¿ De quién viene y ha venido siempre la iniciativa de
misiones lanzadas como semilla de fraternidad internacional? Y esto
no solamente entre unos escasos maestros, doctores o iniciados, sino
en la misma masa del pneblo, como lo atestigua el desarrollo de
tantas obras apostólicas internacionales que al principio casi siem­
pre conocieron sólo el impulso de un celo y una fuerza muy humil­
des, casi populares (13).
Vitoria y el Derecho de gentes.
Y hoy mismo, cuando los especialistas se asoman a los orígenes
del Derecho internacional, ¿ a quién encuentran? Encuentran af.
ilustre teólogo de la Universidad de Salamanca en el siglo xvr, a[
dominico fray Francisco de Vitoria (1480-1546), "a quien no se ha
dudado en llamar, escribe su
hermano de hábito Ducatillon, funda­
dor del moderno Derecho internacional". Y a quien se
ha llamado
también doctor del Derecho de gentes.
Ahora bien; el Derecho de gentes fue algo muy notable, pues
hizo reinar durante siglos, entre pueblos que no eran todos cristia­
nos, un consenso que humanizaba y civilizaba las relaciones inter­
nacionales, incluso en tiempo de guerra, y que atenuaba los desga·
rrones producidos por la fiebre de los nacionalismos. Esto resultá
más notable
si se consideran cuán pequeños fueron los esfuerzos
para mantener dicho consenso. Después de
la muerte de Vitoria,
sus émulos y sus discípulos apenas actuaron.
Imaginemos
lo que pudiera llegar a ser el dima de nuestras
relaciones internacionales si en lugar de sufrir las simplezas y ne­
cedades que tan a menudo nos son presentadas por la propaganda
mundial como los principios fundament.ales que deben servir
para
resolver los problemas internacionales, la doctrina de la Iglesia
fuera calurosamente profesada, claramente presentada, afirmada
en toda circunstancia
por el pueblo tan variado, tan multiforme de
(13) Por ejemplo, la iniciativa de Pauline Jaricot en Lyon, en el siglo
pasado.
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JEAN OUSSET
los laicos cristianos repartidos por todo el mnndo. En cambio, un
puiíado de sectas ha llegado a imponer como fondo sonoro de las
conferencias mundiales los torcidos
y ensang-rentados esquemas de
un liberalismo cada vez más impregnado de marxismo.
Constituye una vergüenza para nosotros, laicos cristianos, no
comprender mejor que la simple difusión, la simple proclama -por
~upuesto, seria y suficientemente apoyada-por todas partes de
!a doctrina social de la Iglesia sobre estos problemas, haría psico­
lógicamente insostenible el que se propaguen las simplezas senten­
ciosas con que nos martillean los oídos.
Tanto más, cuanto que
muchos que no son cristianos pUeden adherirse a esta parte de la
enseñanza católica sin sentirse incómodos, hasta tal punto se mani­
fiesta naturalmente sabia y conforme a lo que la razón y el buen
sentido ofrecen de más universal.
Transposición revolucionaria del Derecho de gentes: el princi­
pio de las nacionalidades.
¿ En qué se transforma -y si llega el caso, bajo plumas cris­
tianas-este Derecho de gentes defendido por Vitoria cuando se
lo presenta a imagen y semejanza del de Rousseau?
En una teoríá
:i.penas
diferente del muy revolucionario principio de las naciona­
lidades, como si
el teólogo salmantino hubiera sentado: "La auto­
ridad viene
delos pueblos", parodiando el principio de J nan Jaco­
, bo: "La autoridad viene del pueblo." Por consiguiente, también
procederían de los pueblos las determinaciones más precisas del De­
recho internacional : principios, etc.
En los tiempos de Vitoria, aunque tal error hubiera sido come­
tido, no habría tenido graves consecuencias prácticas, porque enton­
ces no existía
un organismo que pretendiera reunir a los represen­
tantes de todos los pueblos de la tierra.
Pero hoy ese organismo
existe y su mecanismo de funcionamiento tiene por principio el
sufragio cuantitativo. Así que si mañana la mayoria de sus miem­
bros representaran a Estados comunistas, el Derecho de gentes
sería
el Derecho marxista, y el bien común de los pueblos, el triunfo
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PATRIA-N ACION-EST ADO
de la revolución. Huelga decir que si el último representante de un
Estado católico defendiera en tales condiciones
el Derecho natural
y cristiano, los insultos y los sarcasmos serían unánimes.
¿ Acaso es inverosímil esta eventualidad? Ella muestra hasta
qué punto las fórmulas más legítimas
y más afortunadas pueden
~er argumentos de corrupción desde que no existe una élite vigi­
lante que preserve su sentido contra
las desviaciones del error o
las deformaciones de la necedad. En realidad, el Derecho de gentes
defendido especialmente por Vitoria no se parece en nada a las
actuales caricaturas. No consiste en indagar qué puede expresar
la voluntad mayorista de una asamblea internacional para convertir
a esa voluntad en fuente del Derecho de gentes.
El Derecho de gentes que propugnamos no es el que subjeti­
vamente dichas "gentes" quieran que se ejerza o se reconozca. Es
el Derecho que según el orden divino de la naturaleza todos pueden
ejercitar legítimamente, piensen o no en ello. Por tanto, deriva
del orden natural de las cosas, es un Derecho natural, divino, que
ninguna mayoría puede anular.
¿ "Orden moral y orgánico" o ''universo mecánico"?
Recordemos la admirable enseñanza de Pío XII ( 14) : "¡ La
ley natural! He aquí el fundamento sobre el cual reposa la doc­
trina social de la Iglesia. Es precisamente su concepción cristiana
del mundo la que ha inspirado y sostenido a la Iglesia en la edifi­
cación de esta doctrina sobre tal fundamento. Cuando combate
para conquistar o defender su propia libertad, la Iglesia combate
a la vez por la verdadera libertad y por los derechos primordiales
del hombre."
El auténtico Derecho de gentes, en lo que tiene de más funda­
mental, más imprescriptible, no puede ser abolido ni por las más
aplastantes mayorías, ni por todos los pueblos de la tierra, aunque
éstos lo decidiesen unánimemente. "A los ojos de la Iglesia -pro-
(14) Alocución del 25 de septiembre de 1949 al Congreso de Estudios
Humanísticos.
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JEAN OUSSET
sigue Pío XII-estos derechos esenciales son tan inviolables
que contra ellos ninguna razón de Estado, ningún pretexto de
bien común puede prevalecer. Estos derechos están protegidos
por una barrera infranqueable. Del lado de acá, el bien común
puede promulgar leyes a su gusto. Pero del lado de allá, no.
No
puede tocar estos derechos porque ellos constituyen lo más valioso
del bien común. Si se re'spetara este principio, ¡ cuántas catástro­
fes y cuántos peligros amenazadores se mantendrían a raya! Por
sl solo este principio podría renovar la fisonomía social y política
de la tierra. Pero, ¿ quién tendrá ese respeto incondicional de los
derechos del hombre, sino aquel que tiene la conciencia de obrar
bajo la mirada de un Dios personal?''
Son también de
Pío XII estas palabras (15): "Vuestro movi­
miento, señores, trata de realizar una organización política eficaz
del mundo. Nada hay más conforme a la doctrina tradicional de la
Iglesia ... Os parece a vosotros que para que sea eficaz la organiza­
ción política mundial debe adoptar la forma federalista. Si con ello
entendéis que esta organización debe librarse del engranaje de un
unitarismo mecánico, también estáis de acuerdo en esto con los
¡}rincipios de la vida social y política firmemente enunciados y sos­
tenidos
por la Iglesia. De hecho, ninguna organización del mundo
podrá ser viable si no se armoniza con el conjunto de relaciones
naturales, con el orden normal y orgánico que rige las relaciones
particulares de los hombres y de los diversos pueblos. Si esto falta,
sea cualquiera la estructura que se adopte, le
será imposible man­
tenerse en pie y perdurar.
"Por esto Nos estamos convencidos de que el primer cuidado
ha de ponerse en establecer sólidamente o en restaurar estos prin­
cipios fundamentales en todos los dominios: nacional y constitu­
cional, económico y social, cultural y moral ... (16).
(15) Dirigiéndose a los miembros del Congreso del Movimiento Uni­
versal
para una Confederación Mundial el 6 de abril de 1951.
(16) Para atenernos más rigurosamente al argumento internacional
de este pasaje,
suprimimos las siguientes J.íneas : "... en el dominio nacional
y constitucional, por
toda-s partes, la vida de las naciones está disgregada
por el culto ciego del valor numérico.
El ciudadano es elector. Pero7 como tal, en realidad no es otra cosa que una mera unidad, constituyendo
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PATRIA-NACION-ESTADO
"Mientras no se haya afirmado sobre esta base indispensable
la organización política universal, se corre el riesgo de inocular
en ella
los gérmenes mortales del unitarismo mecánico. Nos qne­
rríamos invitar a reflexionar sobre esto
... a cuantos sueñan en sus
aplicaciones,
por ejemplo, respecto de un parlamento mundial.
De otra manera harán juego a las fuerzas disolventes de las que
ha sufrido tanto el orden político y social, y no harán más que
añadir un automatismo legal más a tantos otros que amenazan
ahogar a
la.s naciones y reducir al hombre a ser meramente un
instrumento sin vida. Si, pues ... , la futura organización política
mundial no puede, bajo ningún pretexto, dejarse enredar en el
juego de un mecanismo unitario, no gozará de autoridad efec­
tiva sino en
la medida en que salvaguarde y favorezca por todas
partes la vida propia de una sana comunidad humana, de una
sociedad cuyos miembros concurran solidariamente al bien de la
comunidad entera ... "
Necesidad de un orden moral trascendente, universal~ absoluto.
Más, para que pueda existir la unidad de este concurso y para
que pueda subsistir, es indispensable que de un extremo a otro
del mundo exista una profunda unidad moral. Dicho de otro modo,
siempre somos llevados de nuevo a este problema del consenso,
fundamental e indispensable
para el establecimiento de un civismo
internacional, incluso si éste
es concebido en sentido amplio.
!a suma de esa unidad una mayoría o una minoría que puede invertirse
por el
desplazamiento de algunas voces, o quizás de una sola. Desde el
punta
valor electoral, por el apoyo que presta su voz.
Su posición y su papel
en la familia y en la profesión no se consideran para nada.
"En el dominio económico y social no existe hoy unidad orgánica natural
alguna entre los
productores, desde el momento que el utilitarismo cuanti­
tativo, la sola consideración del precio de costo, es la única norma que
determina los lugares
de producción y la distribución del trabajo; desde
el momento en que es la clase el factor que -divide a los hombres en la
sociedad, 1110 su cooperación en la comunidad ,profesional. ·
"El dominio cultural y moral, la libertad individual, liberada de todo
lazo, de toda
regla, de todos los valores -0bjetivos y scciales no es, realmente,
sino
anarquía mortal, sobre todo en la educación de la juventud "
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JEAN OUSSET
"La falta de confianza mutua -leemos en la encíclica Mater
et magistr~ halla su explicación en el hecho de que los hom­
bres, particularmente los más responsables, cuando desarrollan su
calmente contrarias.
En algunas de estas concepciones, desgra­
dadamente no se reconoce el orden moral, trascendente, iniversal,
absoluto, igual y valedero para todos. Con esto viene a faltar la
posibilidad de relacionarse y entenderse plena y seguramente a
la
luz de una misma ley de justicia, admitida y observada por todos.
Es verdad que el término "justicia" y la expresión "exigencias de
la
justicia" siguen resonando en los labios de todos. Pero ese
término o esa expresión tiene,_ en los unos y en los otros, signi­
ficados diversos o contrapuestos. Por eso, los llamamientos repe­
tidos y apasionados a la justicia y a las exigencias de la justicia,
lejos de ofrecer posibilidad de relación o de inteligencia, aumen­
tan la confusión, agravan las diferencias, acaloran las contiendas
y, como consecuencia, se difunde la persuasión de que para hacer
valer los propios derechos y conseguir los propios intereses no
,e ofrece otro medio que el recurso a la violencia, fuente de males
gravísimos ... "
Y Juan XXIII precisa que "la confianza recíproca entre los
hombres y entre los Estados no puede nacer y consolidarse sino
sólo con el reconocimiento y con el respeto del orden moral ... ",
porque "el orden moral tan sólo en Dios tiene su fundamento: se­
parado de El se destruye totalmente ... El hombre no es sola­
mente un organismo material, sino también espiritual, dotado de
inteligencia y libertad. Exige, por lo tanto, un orden ético moral,
que más que cualquier orden material influye sobre la orienta­
ción y
las soluciones que se han de dar a los problemas de la vida
individual y social en el interior de las comunidades nacionales
y en sus mutuas relaciones ... ,-,
Desconocidas estas verdades, es vano esperar que se establezca
en el plano de las relaciones internacionales un clima
de unidad,
de acuerdo y de paz.
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PATRIA-NACION-ESTADO
El reino de Nabucodonosor.
Desde el momento que los individuos o los pueblos han perdido
esta comunión elemental de los espíritus que sólo en la verdad
puede fundarse con seguridad, las consectiencias son inevitables.
Y
a no se puede convencer, únicamente se puede vencer. De ahí
esas tensiones más o menos violentas, esa atmósfera de paz ar­
mada, de guerra fría, o de guerra de nervios que han llegado a
ser
el lote de nuestro mundo sin verdad y sin Dios.
Este mundo resulta aterrador si uno considera en qué estriba
el equilibrio o la seguridad del mismo: uno, dos, tres "grandes"
en torno de una mesa, y todo el género humano a merced de la
1ocura, la necedad o la tensión nerviosa de cada uno de ellos.
¿ Qué significa, al lado de nuestros actuales Nabucodonosores, esos
potentados espantosos, descritos y aborrecidos en la Biblia, que
pisoteaban a los pueblos
como el polvo del camino? Los de hoy,
por la fuerza de su propaganda, su prensa, su televisión o su
radio, constriñen a los espíritus a inclinarse delante del ídolo abs­
tracto de sus estúpidas o perversas ideologías.
La sabiduría del orden humano, la armonía de las relaciones
internacionales no pueden apoyarse en esa voluntad infinitamente
arbitraria. Se apoyan en el respeto de la diversidad providencial
de las naciones, en el concierto de todas que se unen o tienden
a unirse en un espíritu común que no sea el espíritu de nin­
guna de ellas, sino otro que las trascienda a todas : el Espíritu
de Aquél que ha hecho las naciones y que continúa adoctrinándolas
por medio de la Iglesia (17).
(Continuará.)
(17) Huelga decir que estas breves reflexiones sobre el internaciona­
lismo no se presentan como un estudio
de las más precisas cuestiones que
interesa abordar ·en este plano. Ellas sólo son adelantadas aquí para poner
en
guardia contra el error, tan frecuente hoy, que tiende a presentar a las
patrias, a
1as naciones, como entidades de un orden ya rebasado. Los
problemas de política exterior, el problema de las relaciones internacionales
!:>erán objeto de un estudio más profundo oportunamente.
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