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Deber y condiciones de eficacia. [La acción] (I)

Deber y condiciones de eficacia
por
JEAN OussET
Fundaci\363n Speiro

Este título es. el de una serie de estudios sobre la
acción, cuya publicaCión se continuará en números si­
guientes.
Llamamos la atención
de nuestros amigos sobre estos
capítulos.
¡ Son tantos los. que hablan de la acción sin detenerse
jamás en los vroblemas que ella plantea ... !
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
PREAMBULO
¿Cuáles la cuestión? ...
Saber si puede aún intentarse algo con eficacia para detener
los progresos de la Revolución.
¿ Cuál es la cuestión?
Saber si estamos definitivamente reducidos a combatir sin es­
peranzas de
vencer; habiendo tomado el partido de conseguir, bajo
los golpes del adversario, una honrosa aunque cons4tnte retirada.
¿ Cuál es la cuestión ?
Convencernos a nosotros mismos de lo que somos, de lo que
pretendemos ser.
Porque de acuerdo con la respuesta, el deber, las resoluciones,
los n1étodos, ell una palabra: la misma acción ... pueden cambiar
completamente.
¿No es sorprendente que estas preguntas, aunque fundamenta-
les, casi nunca se hayan planteado?
¿ Cuál es la cuestión ? ...
. . . Saber lo que pensamos de nosotros mismos.
¿ Estamos en la retaguardia encargada de permitir al grueso
del ejército,
ya replegado, que se desmovilice con las menores
pérdidas?
¿ Pretendemos conservar el derecho, que aún nos queda, de
ploclamar con enérgicas negativas solemnes exhortaciones?
¿ Somos los supervivientes de una especie en vías de desapari­
ción, dependiente sólo de
una obra ·protectora tipo "parque na­
cional", como. las que benefician a los sioux de América o los
muflones de los Alpes?
¿Nuestra ambición se debe limitar a cultivar un recuerdo, a
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constituir cierto número de grupos en los que serían conservados
y transmitidos, para el consuelo de una minoría, los elementos de
cierta doctrina, que ya nadie admite? Algo semejante a tantas
asociaciones, desde los
Hamigos de la vieja Niza" a los deposita­
rios del recuerdo de Alphonse Allais, o a los fieles del
tiro al arco,
o a los fervientes de Mozart o de Pergolesi.
Acciones, ocupaciones, que pueden ser .muy honrosas ...
Pero acciones, ocupaciones, que no dejan de estar muy aleja­
das de una empresa de reconquista social.
Ante todo querer.
De la respuesta a estas cuestiones no puede dejar de depender
la determinación del método, la determinación de los medios, muy
diíerentes, ya se trate de mantener un recuerdo, o de promover un
renacimiento profundo. Para mantener un recuerdo ; para man­
tener un relativo fervor a un rebaño de fieles ; para intentar si­
quiera aumentar su efectivo
... ; hace falta muy poco. Algunas
reuniones. Algunos boletines, revistas o semanarios.
La publica­
ción, a trancas
y barrancas, de un cierto número de obras, que sólo
los "fieles" compran
para "mantenerse" ...
Para ello, la acción puede quedar limitada al esfuerzo de algu­
nas personalidades de relieve que hablen, escriban, se afanen; con­
tentándose la masa con escuchar, leer
y aplaudir. Lo cual puede
ser consolador, meritorio. Y hasta puede llamarse acción. Pero no
ciertamente
una acción conquistadora.
La cuestión está en sabe.r lo que queremos. Ya sea contentarnos
(on ser una secta únicamente reconfortada por un sistema de
congratulaciones reciprocas; o crearnos
un deber de trabajar con
eficacia para el triunfo, universalmente salvador, de la Verdad.
La lucha ciertamente dura desde hace mucho. Y la falta de
ardor, el repliegue, la cobardía son fáciles cuando el ejército, cuya
misión es asegurar el relevo, no
ha cesado de batirse. en retirada.
Y
es ahí, finalmente, donde radica la cuestión. ¿ Cómo puede
ser, que tantos trabajos, tantos esfuerzos, no hayan conseguido
un mejor resultado?
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DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
¿ Por qué la realidad responde tan mal a nuestras intenciones?
Nos afanamos ;
y retrocedemós sin cesar.
Remamos; y la corriente nos arrastra, ¿ P·or qué?
¿ De dónde puede venir esto?, ¿ de qué puede depender?
¿ Son éstas, al menos, las cuestiones que intentamos proponer­
nos?
O de lo contrario, ¿ cómo justificar que seres, por otra parte
escrupulosos, concienzudos, razonables, puedan hasta ese punto,
dejar de ocuparse como conviene, cuanto conviene, del problema
del deber y de las condiciones de eficacia, en
el servicio de la más
santa causa en lo temporal?
* * *
Muy sospechosa, verdaderamente, es la noc10n de eficacia.
Algunos creen que
es de virtud rechazarla. Noción marxista,
pretenden. So pretexto de que
para el marxismo la noción de efi­
cacia es el principio supremo del juicio y de la acción.
¡ Lejos de nosotros, pues, este exceso!
Pero lejos también este otro exceso, tan favorable a la satis­
facción
dél menor esfuerzo, según el cual le bastaría al cristiano
con
"sembrar", como suele decirse; el resto ( entiéndase la buena
o la mala suerte de
la cosecha) pertenece a Dios solo. Lo que es
una forma muy libre de interpretar la parábola del sembrador. La
cual, lejos de enseñamos a descargar sobre Dios el mejor rendi­
miento
'de la siembra, hace observar, por el contrario, que produce
el ciento
por uno, o se vuelve estéril, según qiiga o no en una ·tie­
rra convenientemente preparada. Prueba, totalmente evangélica
esta vez, de que no basta,
en lo que a nosotros concierne, con un
esfuerzo inicial y a cortísimo plazo de proclamar la verdad para
garantizar el rendimiento de la cosecha; sino que hace falta la
virtud de un cultivo, es decir, de un esfuerzo, de una acción con­
veniente, so pena
de esterilidad.
Ciertamente, sabemos, que los designios
de Dios son impene­
trables.
Que sus caminos no son nuestros caminos.
Pera muy frecuentemente en nombre de esta impenetrabili-
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,.
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!EAN OUSSET
dad de la intención divina, y so pretexto de qne Dios puede triun­
far con NADA, no haciendo NADA nosotros (NADA conve­
niente, NADA suficiente), en nombre de lo sobrenatural, curiosa­
m·ente interpretado, no aguardamos una victoria, de la que se po­
dría decir esta vez, que Dios nunca la concedería, mientras nos­
otros así la esperemos.
Hay en esta evasión sobrenatural (aparentemente edificante)
una forma muy hábil de eliminar nuestra responsabilidad de la
desgracia de los tiempos; una forma inadmisible de eximirnos del
más elemental deber de autocrítica, y de preguntarnos ( con la hu­
mildad requerida) si hemos hecho verdaderamente lo que Dios
no puede dejar de esperar de nosotros.
¿ Será normal que la verdad sea tan continuamente estéril y
la mentira tan continuamente triunfante? j Sí! Las vías de Dios
son impenetrables. Y por lento que El parezca en concedernos la
victoria, no dejarnos de ·tener el deber estricto de la humilde re­
signación, de la sumisión constante, de la perseverancia paciente e
inquebrantable, ¿ Pero cómo olvidar que El es también quien ha
dicho:
"Pedid y recibiréis ... llamad y se os abrirá; porque quien
pide, recibe, y a quien llama, se le abre" ?
Es,. pues, demasiado cómodo . a,puntar en la cuenta de ios
insÓndables designios de la Providencia la impotencia,
la infecun­
did3.d ... imputables a nuestra sola pereza, a nuestra sola ignoran­
cia, a nuestro solo desprecio de lo que el más humilde de entre
nosotros
po.dría reconocer coino la META, que conséguir, y como
los MEDIOS, que promover ..
La eficacia en lo temporal.
Repitámoslo: cllé dentro del orden, es decir, cae dentro de
la prudencia de la acción, que vamos a estudiar, el estar convenien­
temente relacionados con
la noción de efiéacia.
Esa acción temporal, ¿ cómo podría ser sabiamente concebida
sin dar importancia al resultado, igualmente temporal, que la man­
da, que la especifica?
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Aún recordamos la conversación con un eminente religioso.
Como le hiciéramos partícipe de
la extrema dificultad que hay
en movilizar a los "hijos de la luz" ... : "No se inquiete usted
-me respondió---, no tiene importancia el resultado. ¡ Lo impor­
tante es que de esta forma se
gana el Cielo! -¡Ay! Indudable­
mente -respondimos nosotro.5--:-es consolador, Padre, saber que
trabajando, como lo hacemos, ganamos el Cielo".
No obstante, no creemos que este a!gumento pueda eximir­
nos del deber de la eficacia
temporal, que es como la raz?n de ser
del tipo de acción apuntado.
De que en la vida sobrenatural, en la vida interior y de puro
amor de Dios, podamos quedar privados de la evidencia del resul­
tado importa poco;
ya que en este orden de cosas el fin directo in­
mediato es
agradar a Dios; y se sabe que esta finalidad se consigue
moralmente por el mismo hecho de dedicarse a ello· generosa­
mente.
Sin embargo, ya no es así cuando se acomete el cuidado de
actividades menos directamente ordenadas a Dios, a finalidades
temporales específicas.
¡
Qué se diría por ejemplo, del fraile cocinero que so pretex­
to .de que gana el Cielo, afanándose en torno a los fogones, no se
inquietase
pór el efecto de sus mixturas, de sus platos quemados,
de sus salsas purgantes, de sus caldos fulminantes?
Y asimismo, ¿ qué se pensaría de la religiosa enfermera que, so
pretexto de que también gana
el Cielo, en cuanto a religiosa oran­
te
y ferviente, no se inquietase de la ineficacia habitual de los
remedios escogidos, de los cuidados prodigados?
¿ Y quién se
atrevería a decirle:
"Hermana, no se inquiete de que los enfermos
se le mueran
a chorros en cuanto quedan a su cargo. Poco importa
el resultado. ¡Animo! Lo importante es que de esta manera
gane V d.
el Cielo" ?
¡ Siniestro propósito!
¿ Y ¡x>r qué no lo sería aún más, cuando, en vez de aplicarse al
cocinero o a la enfermera, el mismo argumento se aplicara a los
desvelos de una acción cívica cristiana?
Ciertamente Dios puede permitir que
el trabajo más concien-
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IEAN OUSSET
zudo, el esfuerzo más prudente, el valor 1nás generoso, sean derro­
tados.
Hay que saber soportar estas pruebas. Pero sin que éstas,
por durareras, por dolorosas que sean, puedan transformarse en
un argumento de indiferencia con respecto a los resultados, de me­
nosprecio
con. respecto a la eficacia temporal, que una acción se­
mejante no puede
dejar de tener. ¿ De qué_ sirviría, en efecto, co­
cinar
y cuidar a los enfermos, como no fuera por el fin de alimentar
y aliviar (eficazmente) a los que tienen hambre y

a los que sufren?
Si
hay desastres prestigiosos -Sidi Brahim, Camerún-hay
una forma deshonrosa mucho más corriente, por desgracia, de afa­
narse.
La que consiste C;D casi no inquietarse nada por la victoria.
La que consiste en tomar con demasiada alegría el partido del fra­
caso.
La que consiste en encontrar normal la esterilidad de nues­
tra acción.
Demasiado frecuentemente se achaca a la adversidad la res­
ponsabilidad
de la suerte desdichada de operaciones destinadas al
fracaso,
por mal pensadas, por mal preparadas, por mal iniciadas,
por haber sido conducidas con falsos métodos.
No consiste todo en correr. San Pablo fue quien nos dijo que
por sí misma· la cosa no basta, que hay que hacer más que ·mover
las ,piernas batiendo el aire; que hay que correr propiamente
para conseguir el premio.
Los guerreros lucharán, y Dios dará la victoria.
Es odioso el engaño de ese piétismo, que se cree _sobrenatural,
porque está desencarnado, en el que
la oración más. bien que es­
clarecer, más bien que fortificar a la acción, resulta argumento
de negligencia, de pasividad, de inconsecuencia. Actitud que no
tiene más éxito porque favorece una tendencia natural a la pereza,
al esfuerzo brusco, violento, se podría
decir, pero elemental, su­
perficial, sin resultados
duraderos y serios.
Sobrenaturalismo siempre dependiente
de lo -que es camino
extraordinario en la piedad. Esperanza en un milagro. En la reali­
zación de
una profecía según la cual todo se arreglará algún día
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DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
por simple intervención divina, sin que haya necesidad de entre­
mezclarse en ello.
Pero ¿ quién tomará a esta caricatura por la piedad verdadera,
por aquélla por la que los santos han perecido? Esta piedad que
le valió al doctor de Poitiers la respuesta de
Juana: -"Decís que
Dios quiere librar al pueblo de
Francia de sus calamidades; pues
si lo quiere, no le será necesario poner en movimiento a los gue­
rreros". -."En nombre de Dios -respondió la joven-los gue­
rreros lucharán y Dios dará la.victoria."
Esta es, en efecto, la res.puesta más ortodoxa con respecto a
lo natural como a lo sobrenatural.
Orar, corno si nuestra acción debiera ser inútil, y actuar, como
si nuestra oración pudiera serlo t~bién.
¿No es monstruoso que la misma rectitud doctrinal pueda no
incitarnos a la acción?
Se ha dicho: "El mundo cristiano se considera como el defen­
sor de una mística verdadera, pero no
la vive; frente a un adver­
sario que es promotor de una mística falsa, pero-
vividaJ servida
intensamente".
¿ Hay perversión más sutil y 1nás grave, que la de una orto­
doxia del pensamiento satisfecha de sí misma, pero indiferente a
la infecundidad de lo verdadero, al triunfo del mal?
Una -ortodoxia completamente cerebral y especulativa no es
suficiente. Es necesario, para ser realmente, habitualmente, orto­
dOxo, no solamente la ortodoxia de la inteligencia; sino, si se pu­
diera decir, la ortodoxia de la voluntad.
La cual se manifiesta ante
todo
por una facultad normal de entusiasmo y de indignación. Y,
ciertamenteJ no por esta actitud de soberana indiferencia, que al­
gunos quisier_an llamar prudencia y dominio de sí mismos.
"La frecuencia, el poderío del crimen, escribe el Cardenal Ot­
taviani (1), han embotado, desgraciadamente, a la sensibilidad
(1) L'EgUse et la Citéi pág. 44. A la venta en el C. L. C., 49, rue _des
Rénaudes, Paris-XVIJe. Hay una traducción española de esta obra, con
el título "El Baluarte", Barcelona, 1%2, ed. Pub-lici;tciones Cruzado &­
pañol.
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JEAN OUSSET
cristiana, aun entre los cristianos. No solamente como hombres,
sino como cristianos, no reaccionan, no vibran. ¿ Cómo pueden sen­
tirse cristianos, si son insensibles a las heridas hechas al cristia­
nismo?.
"... Da escalofríos pensar en todos esos cristianos que están
prisioneros con sus pastores
... se creería que íbamos a asistir a
una protesta semejante al rugido del océano, a un levantamiento
de la humanidad, a un clamor de reprobación semejante a un grito
de lamentación incoercible.
Nada de eso. Cierta prensa totalmente
absorbida
por los hechos y gestas de los campeones, de los actores,
por los acontecimientos diversos, ignora lo que todo el mundo
sabe: que hay multitud de hombres en prisión o en trabajos for­
zados, multitud de seres encerrados en una mordaza feroz, que les
impide aun dejar, solamente por doS días, su país y su casa ...
"Todo se puede, menos vivir en este estado de insensibilidad.
Porqu.e la ·vida se evidencia con la sensación del dolor, con la vi­
vacidad (la palabra es sugestiva) por la cual se reacciona a la he­
rida, con
la prontitud y el poder de la reacción. En la podredum­
bre
y en la descomposición ya no se reacciona."
Dios no niega al impío el triunfo de su trabajo.
No hay ninguna organización, ninguna partida, ningún clan,
ninguna secta, que no tenga hoy un plan que proponer, y que no
se consagre a hacerlo aceptar. Sólo los cristianos vamos a re­
molque. Creyendo ser actos de virtud los de adoptar las tesis del
enemigo, en vez de proclamar "triunfalmente" las nuestras.
No procuramos exponer, o hacer prevalecer, o defender,
lo que
nosotros consideramos como la
Verdad; confiando, como los otros,
en aquello que puede conseguir la adhesión de las masas,
atraer
la opinión. "Actuamos como si no creyéramos más que en las
campañas de prensa, en los
pas-quines de las paredes, en las re­
uniones brillantes o alborntadas, en las octavillas y retazos de elo­
cuencia, en
los slogans, en las consignas." Brevemente en todo lo
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DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
que ·pueda ser un accesorio de trabajo sin-ser realmente trabajo,
sin ser la acción seriamente conducida y pensada.
De esta manera nos perdemos en fórmulas, en recetas y en
apaños. Campañas a plazo corto, clamores sin eco. Esperando la
salvación del éxito de alguna operación precipitada. Fundando
todas nuestras esperanzas en
el primero o en el último en llegar.
Empíricos de semanilla. A quienes ninguna experiencia enseña.
¿"Liosos" ... ? los que profesamos el orden y el método.
¿ Perezosos ... ? los que canonizamos el celo y el trabajo.
¿ Apasionados sin límite, en cuanto pretendemos actuar ... ?
los que proclamamos "querer siemp·re conservar la razón".
Y ¿ menos confiados, que los materialistas, en las fuerzas in­
telectuales
y espirituales ... ? los que las invocamos sin cesar.
Hasta el extremo, de reconocer que, si mañana la Revolución
venciese, ese triunfo sería de una gran justicia.
Porque, desde hace doscientos cincuenta y ocho años (2), des­
de cuando estas olas de asaltos se suceden y se renuevan, incan­
sablemente ingeniosas, siempre
más hábiles, más eficaces, se puede
decir que la Revolución
ha merecido su conquista del mundo. Sus
adeptos han sabido batirse; han sabido sostenerse; hao sabido en­
tregarse por entero,
han abierto sus carteras tanto como fuera ne­
cesario.
El aparato impresionante de las instituciones seculares, así
como la potencia material de las instituciones cristianas no les ha
descorazonado. A pesar de su pequeño número
y de su debilidad, al
menos inicial, no han retrocedido.
E igualmente en 1903.
Los sostenedores del movimiento de
Lenin
eran diecisiete. Sesenta años más tarde el aparato comunis­
ta en el mundo emplea dos millones aproximadamente de comités,
células, círculos, asociaciones. Cada año se gastan doscientos mil
millones de dólares;
cada año se proyectan doscientas grandes pe­
lículas (sin contar los millares de pequeñas); cada año se imprimen
ciento veinte millones de libros (sin contar los folletos o libelos);
cada año veinte mil propagandistas viajan
por el mundo, quinien-
(2) Escrito en 1965 con referencia a 1717, fecha de la gran empresa
de ta, Masonería moderna.
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JEAN OUSSET
tos mil' agentes.se afanan ... ; final.mente, cada semana se organizan
ciento treinta mil horas de propaganda radiofónica ...
. . .
Para el triunfo de la Revolución universal.
Lejos, pues,-de manifestar .una ausencia de la
justiéia divina,
los progresos coilstantes_ de la subve~sión expresan, por el contra­
rio,. magistralmente, cómo Dios sabe respetar: el determinismo .de
su obra no negando al impío el fruto normal de su trabajo.
Porque .si es ~ierto, como-está, escrito en el salmo CXI, que el
"deseo de los pec;adores perecerá - bit'} -~ no se ve por qué este indefectible castigo divino debería
corresponder al retorno victorioso de un ejército que no ha com­
batido, de
"hijos de la luz" que no han alumbrado. Retorno vic­
torioso, que 5ería el insolente triunfo de estos pretendidos "bue­
nos", de los que San Pío X no temía afirmar, que por su pereza,
por su abandono, son más que los otros el nervio del reino de
Satán.
Angustias como de dolor de muelas: "el que saca su espada ... "
Esta. insen_sibilidad, este miedo, esta deserción de los cristianos,
son, ciertamente,
el peor de los males.
Por la inacción, que éstos.implican, en principio.
Por_ los accesos de· exasperación desastrosos, que en las horas
más dolorosas, tanta inercia no dejan de provocar.
Angustias como de dolor de muelas, según dijo Saint-Exupéry
en alguna ,parte. Rabietas de
niños, que querrían curarlo todo, res­
taurarlo todo en
una hora. Pero para volver de nuevo_ a la apatía
inicial, que están furiosos de haberla enturbiado con la
coiunoción
de las estructuras sociales. Rabieta del dormilón, al que no deja
descansar el grifo que gotea. Se levanta de un salto, para poder
volver más rápidamente a la cama a continuar el sueño.
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"Se quiere combatir et mal en donde se manifiesta",
observa
ha Goethe." Y nadie se inquieta por saber de
dónde sale o desde dónde ejerce su acción. Por ello es
difícil deliberar con 4l multitud, que sólo juzsga los
negocios del día presente,
exten~iendo raramente sus
miradas al día de mañana."
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DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
De ahí la brusquedad de las reacciones: pret;:ipitadas, violentaS,
"dinamiteras" ...
·De esta forma, los que nunca han hecho nada, los que nunca
han reaccionado, o muy poco, ante el progreso del mal, 'los que lo
han, probablemente, favorecido en su principio, aceptado en sus
primeros pasos, sé sublevan bruscamente, estimando intolerable
que el incendio que
han visto encender, sin intervenir, amenace
en ese momento su confortable embobamiento.
Imagen evangélica, siempre actual, del sueño, del que los me­
jores apóstoles no consiguen salir, mientras Jesús está en agonía
y Judas enrola ya a sus hombres,
El despertar es amargo, pues provoca la irrupción de estos
últimos. Alguien se exaspera. Y saca la espada.
Pero ¿ qué hay de asombroso de que en estas condiciones el
Maestro repudiase su uso?
Asimismo, el símbolo de la oreja cortada no está probable­
mente bastante meditado.
Cuando
no se ha cumplido nada de lo que se debería haber
-hecho en orden a la .vigilancia espiritual y doctrinal_ ¿ no es normal
que el recurso de la espada, de la fuerza bruta, intempestivamen­
te desenvainada tiene
por único resultado el... suprimir aquello,
con lo que los hombres se oyen y se entienden? (3).
Cuando la preparación de las almas y de las inteligencias no ha
sido, suficientemente realizada, es normal y, en cierto sentido, es
justo, que la violencia de reacciones demasiado tardías produzca
su propio castigo. Quien se sirve por lo tanto de la espada perecerá
por la espada. Es prudente que Dios abandone a la lógica de su
(3) Cf. Lucas 22, 50-53 -Mateo 24, 50-53-. "Más ahora es la hora
y el poder de las tinieblas'1 ••• "y": habiéndosele acercado, pusieron la
mano sobre Jesús y le asieron. Y he aquí que uno de los _que estaban
con Jesús, levantando
la mano desenvainó la espada y golpeando al ser­
vidor del Sumo Sacerdote le cortó la oreja. Entonces Jesús le dijo:
"Vuelve tu espada a su vaina. Porque todos los que usan la espada pe­
recerán por la espada. ¿ No crees tú que yo -podría recurrir a mi Padre, que
me enviaría inmediatamente más de doce legiones de ángeles?" ...
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JEAN OUSSET
círculo mortífero, a una fuerza tan manifiestamente falta de pre­
paración espiritual e intelectual suficiente.
Añadamos que en la hora del poder de las tinieblas la única
fuerza de las armas no bastaría. Porque estamos en tiempos en los
que nada está suficientemente aclarado. Y

a que
lo que importa a
la gloria de Dios, a la mayor fecundidad de una victoria del
bien,
es menos la intervención represiva de una fuerza bruta, que pu­
siera todo en orden en un instante (¡ esta fuerza sería la de las
"doce legiones de
ángeles~'), que el testimoniq,. el 3.!postolado
de una verdad justificada, defendida en el plazo que en principio
es
el suyo: el del combate espiritual, el de la conquista, el de la
edificación, el de la historia de las almas.
Y es el colmo ver la Revolución dedicada con tanto esmero a
ganar los cerebros, a obtener la adhesión de las inteligencias, mien­
tras que los pretendidos fieles de la Verdad se molestan tan poco
en comprenderla inicialmente éllos mismos, y en extenderla a con­
tinuación. Fieles mucho más prontos a esperar en la fuerza, que
en esta lucha del espíritu.
Ahora bien, Dios, que es precisamente espíritu y verdad, no
puede permitir que sus fieles triunfen de esta forma.
Con un esfuerzo incansable de intoxicación espiritual e intelec­
tual la Revolución ha conquistado el mundo.
Y respecto a esta acción ¿ qué hemos hecho?
"¿ Nuestros adversarios nos han respondido?", observaba Jau­
r,es en la tribuna de la Cámara cuando se discutía la "ley de se­
paración". "¿Nos han opuesto doctrina a doctrina e ideal a ideal?
¿ Han tenido el valor de levantar contra el pensamiento de la Revo­
lución
el entero pensamiento católico?¡ No! Lo han eludido. Han
disputado sobre detalles de organización. No .han afirmado neta­
mente el principio, que es como el alma de la Iglesia ... "
Mientras la noción de eficacia --de una eficacia profunda,
durable--no se alíe en nuestros espíritus a la noción de Verdad,
tanto que, para ser eficaz, creamos preferible dejar lo Verdadero
de lado, confiando más en el engaño o en la fuerza, perderemos el
derecho de quejarnos de impotencia, de esterilidad crónicas.
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DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
Si los ''buenos" quisieran.
En estas condiciones, ¿ sería posible sostener que para volver
al punto en que la subversión ha precipitado a la sociedad, la suer­
te de un golpe brusco pudiera bastar, siendo así que la Revolución
es hoy día casi la sola en poseer cuadros formados y realmente
disponible, en
los que los más instruidos, los más calificados de
nuestro lado no quieren alistarse y comprometerse?
¿No sería ridículo imaginar que la salvación podría obtenerse
con pocos gastos, sin preparación conveniente?
No es que nosotros desesperemos de la salvación. Creemos por
el contrario, que sería relativamente fácil salvar a la sociedad; y
que nuestros recursos, nuestras fuerzas son más importantes de
lo que pensamos en otras ocasiones. Haría falta también que un
cierto número de los que llaman "los buenos" se aplique como
es conveniente y·con bastante perseverancia, a la acción que se im­
pone.
Lo inquietante, podríamos decir a la manera de Donoso Cor­
tés, no es que la sociedad esté como en la imposibilidad radical
de ser salvada. Lo inquietante está en que aquéllos de sus miem­
bros que parecen especialmente designados para luchar en salvarla
no se dediquen a ello en forma alguna.
No es que seamos pesimistas
por tener estos propósitos. Es
la única forma de poder ser optimista, porque es la única forma de
plantear convenientemente el problema atacando desde el prin­
cipio la principal dificultad.
El exceso de fuerza nunca falla, repiten los marinos.
Despreciando la dificultad es cuando en ella ciertamente se su­
cumbe. Por haberla subestimado continuamente, la causa del de­
recho natural y cristiano no ha dejado de retroceder en el mundo.
* * *
Para el comunismo todo es bueno, y su dialéctica sabe explotar
las menores contradicciones, provocar, mantener, envenenar los
conflictos entre clases, pueblos o razas.
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JEAN OUSSET
Guerra, que no deja de tener cierta analogía con aquella forma
de luchar, de la que habla San Ignacio en su célebre meditación de
las dos banderas ... , en la que los combatientes no están separados.
a una parte y otra de una -línea, reconocibles por sus uniformes ...
sino que hay
un ·entremezclamiento desconsolador, en el que eI
choque de los regimientos, la potencia del material, la movilización
de las fuerzas económicas no basta a determinar la marcha del
conflicto. Guerra, en
la que para distinguir a los partidos, el .es­
píritu cuenta más que el uniforme. Guerra, en la que el enemigo
real puede ser vecino de piso, un miembro de la familia, ganados
por la Revolución.
Guerra, en la que
por importante que sea el papel reservado a
los ejércitos, los puntos de apoyo, verdaderas células, están en los
espíritus, en los corazones:·· que, no solamente no deben virar y
zozobrar, sino que deben impedír que viren y zozobren los padres,.
los amigos, los vecinos, etc
....
Movilización universal de élites llamadas a realizar un papel
de fijación,
de defensa, de irradiación intelectual y moral. Guerra,.
en la que es necesario convencer
para vencer.
Contra este asalto, que con tanto método
y con tanta habilidad
lanza la Revolución
¿ podemos oponer alguna acción eficaz ?
¿ Poseernos una doctrina sobre la acción?
, Estamos preocupados en tener alguna? O dicho de otra ma­
nera: ¿ pensamos en ella seriamente? ¿ Nos esforzamos en apren­
derla para actuar mejor?
Somos en realidad especulativos estáticos. "Pensamos" en la
meta, ¡¡pensamos" en el término, ¡¡pensamos" en el ser, ¡¡pensa­
rnos"
en el orden hacia el cual vamos. No ¡¡pensamos" en la acción.
No "pensamos" en el movimiento, en el medio que permitiría con
más seguridad alcanzar la meta.
Sabemos a dónde
hay que ir ... pero no co1nentamos, no nos
inquietarnos nunca o casi nunca por el itinerario, por los medios de
locomoción eventuales.
Pongamos la imagen siguiente: dos estanterías
de una biblio­
teca.
En una: nuestros maestros en el pensamiento.
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DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
En la otra: los maestros de la Revolución.
Cuántos
.esplendores entre los primeros ... lo mismo si ·se trata
allí presentada, defendida con talento,_ a veces con ingenio.
El or­
den que hay que promover, la jerarquía de los bienes que hay que
defender. Aquello por lo que hay que vivir y a veces hacerse matar.
Todo está dicho y bien dicho. Pero en cuanto a los medios que hay
que emplear para quedar victorioso apenas hay una cuestión. Al­
gunos principios ¡ciertamente! Muchos, demasiado generales. Con­
fesamos no haber encontrado nunca un volumen de acción anti­
rrevolucionario algo completo. Solamente algunos folletos que pre­
tenden resolver un problema táctico extremadamente limitado.
,¿ Esta operación podría ser intentada? ¿ Aquel "golpe" sería po­
sible?
En total, casi nada.
Observamos,
por el contrario, la segunda estantería de la bi­
blioteca : la
de los teóricos de la Revolución. Comparados con un
Maistre, con un Blanc de Saint-Bonnet, con un Veuillot, con un
Pie: ¿qué parecen los trabajos de un Weishaupt (4), las direccio­
nes de la Alta-Venta, los escritos de Marx, Lenin, Trotsky, Sta­
lin, Mao-Tse-Tung ?
¡ Sí ! ¿ qué ofrecen estos últimos a una inteligencia rigurosa? Al­
gunos esquemas sobados y desarrollados hasta la saciedad, una
increíble multitud de proposiciones equívocas.
Mas, si nada se ofrece
por este lado para satisfacer a una inte­
ligencia ávida de verdaderos bienes
¡ qué profusión en la determi­
nación
de los medios, de los proceilimientos, de los métodos, de las
directrices!
Todo es estrategia táctica. ¡ Y qué realismo, qné habili­
dad, qué agudeza de observación! Nada que parezca en abandono.
Jerarquía en las intervenciones, profusión en las obras, progre­
sión de las etapas, simultaneidad de acciones múltiples.
O dicho de otra forma: si nuestros pensadores ordinarios se
destacan describiendo el fr,n, la meta, el orden de promover, pero
son incapaces en la determinación de.los medios y métodos de ac-
(4) Jefe de los Iluminados de Baviera.
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!EAN OUSSET
ción; la Revolución pone en práctü:a todo lo contrario. Si su fin,
su meta, parecen inconsistentes; todo es duro, preciso, metódica­
mente pensado y calculado, en orden a los medios, al movimiento
y a la acción.
¿ Es por tanto razonable que sigamos tan poco equiparados, tan
poco avisados en estos problemas?
Negocios, confort y absentismo cívicos.
El mal está en que los mejores de los nuestros viven en la
abstención.
Dios sabe, sin embargo,. la atención, el cuidado, el ingenio, el
celo que cada uno sabe consagrar al mayor éxito de sus negocios.
¿ Quién no se forma y no se informa en esta esfera de acción ?
¿ Quién no se documenta ? ¿ Quién no ha recurrido a técnicos avi­
sados? Días y noches pasan a veces en la búsqueda de la fórmula
que permita aumentar los beneficios, eliminar a un concurrente.
Mas, que se trate de la suerte de la sociedad ( de la que depende
sin embargo
el bienestar durable de los negocios privados), la ru­
tina, la negligencia, la irreflexión, la inconsecuencia, la pereza,
acaban siendo la ley de estos hombres, de los que se admira por
otro lado
la prudencia y la iniciativa.
Pasajeros que enjugan la humedad de su cabina, pero que
rehusan interesarse de
la realidad de que su navío naufraga de inme­
cliato.
La verdad es que perdemos nuestro tiempo en naderías, que
concedemos a
"tabús" mundanos más tiempo del necesario para
trabajar victoriosamente en la salvación de la Ciudad.
Un afán obsesionante de confort llega a constituir, aun entre
nosotros, un clima de materialismo inexpugnable. Materialismo
que no -se manifiesta como antaño con máximas viles, provocado­
ras. Que tenía la ventaja de alarmar a los mejores. Sino un mate­
rialismo de hecho implícito, que sin prohibir ir a misa, no deja de
realizar ciertamente el mayor fenómeno de absentismo político
desde la decadencia del Imperio Romano. Por el cual éste murió.
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Cristianos que se cre,en excelentes esposos, excelentes padres
de familia, excelentes empleados, excelentes feligreses.
El mundo puede contar con ellos.
¡ Pero no su Ciudad, pero no su Patria!
A sus ojos no hay seria obligación por este lado.
* * *
Deberes de estado.
"Para otros más brillarites que nosotros -dicen-el cuidado
de estas altas y graves cuestiones. Nuestro deber no nos obliga a
pasar de los cuidados de la vida doméstica. No se puede hacer todo.
Y a hay tantas cosas que nos preocupan."
Lo que parece una prudente contestación.
Lo que sin embargo no llega a legitimar el desprecio de un de­
ber cierto.
La verdad es que hay que hacer todo lo que por nuestro estado
debemos hacer.
¿ Qué marido osaría decir que deja de cumplir sus deberes de
padre para dedicar-se a sus deberes de esposo so pretexto de que
no podría hacerlo todo.?
¿ Qué hijo, por la misma razón, osaría justificar el abandono
de su padre enfermo para consagrarse solamente al apostolado pa­
rroquial?
Sería demasiado fácil escoger de nuestros deberes
de estado
el que nos agradara más y abandonar los otros.
La-ordenación de una vida virtuosa y santa no es otra que la
feliz solución llevada a este problema de la coexistencia de múlti­
ples e irreductibles deberes
de estado.
Deberes de estado
... hacia Dios; ya que somos por estado sus
criaturas.
Deberes de estado ... hacia nuestros padres; ya que por estado
somos sus hijos.
Deberes de estado ... hacia nuestro cónyuge; si por el estado
estuviésemos casados.
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JEAN OUSSET
Deberes de estado ... hacia nuestros hijos o nuestras hijas; si
por
el estado fuésemos padre o madre.
Deberes de estado .. ; hacia la Ciudad, hacia la Patria; porque
por estado somos miembros de estas comunidades.
Deberes de estado ... profesionales. Deberes de estado ... de
amistad. Deberes
de estado ... de buena vecindad ... , etc.
Ningún deber de estado puede ser rechazado mientras estemos
en el estado que precisamente nos lo impone.
Libre cada uno de lamentar que nuestras modernas democra­
cias hayan venido a aumentar nuestras cargas imponiendo a cada
ciudadano una mayor participación de la vida pública. Esta obli­
gación no es menos indiscutible. Obligación tanto más imperiosa
ya que entonces los bienes más sagrados correrían el riesgo de per­
derse por la defección de los mejores.
¡ A la acción, pues !
Es el gran deber de esta hora.
"No hay tiempo que perder, proclamaba ya Pío XII. El tiem­
po de la reflexión y de los proyectos ha pasado. ¡ Es la hora de la
acción! ¿ Estáis dispuestos? Los frentes opuestos en los campos
religioso y moral . se ·definen cada vez más claramente. Es la hora
de la prueba. La dura carrera de la que habla San Pablo ha sido
emprendida.
Es la hora del esfuerzo intenso. Algunos instantes so­
lamente pueden decidir
la victoria."
Posiblemente jamás la salvación de
la sociedad ha dependido
del esfuerzo
de tan pequeño número de gentes.
Pero es necesario que aun este pequeño número quiera y sepa
querer. Para ayudarle a conocer, a comprender las exigencias de la ac­
ción que se impone. hemos escrito estas líneas.
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