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Los derechos y los deberes temporales del seglar según el Concilio

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· Actas del Congreso de Lausanne 11
Los derechos y los deberes temporales
del seglar según
el Concilio
Comunicado de HENRI RAMBAUD
(Francia)
Fundaci\363n Speiro

LOS DERECHOS Y LOS DEBERES TEMPORALES
DEL SEGLAR
SEGUN' EL CONCILIO
Después de lo que acabáis de oír, tengo la impresión de que
no voy a añadir gran cosa. Voy a hablar en todo caso dentro
del mismo espíritu.
Mi tema se intitula de este modo:
Derechos y deb·eres tem.­
p,orales del seglar... "tempoTales", es decir, que conciernen al
cuidado de nuestra ciudad terrena, de la faz de este mundo que
pasa: labor que concierne más particularmente a esta parte del
pueblo de Dios que no le está especialmente consagrado.
Pero
hay que decir que los derechos de los cuales nos vamos a ocupar
se definen por la materia de la obigación y no por su principio,
que evidentemente es de orden moral, es decir, espiritual, puesto
que no puede ser más que sumisión a la ley de Dios, de Dios
que desea que nos ocupemos también de estas labores más hu­
mildes
que no le tienen directamente a Él por objeto.
Es por lo que no nos ocuparemos del
aposto/Jldo seglar:
puesto que tiende directamente a incrementar la vida espiritual, no
forma parte de nuestro tema.
Aun así,
la materia es inmensa, abarcando casi la totalidad
de nuestra actividad cotidiana. Pero mi título me trae una nueva
limitación: "Según el Cmcilio", es decir, .con qué espíritu nos
pide el Concilio que abordemos esta labor temporal.
Aquí hay que resguardarse de dos errores: el uno, consiste
en creer que el Concilio lo ha cambiado todo; el otro, en pensar
que no ha aportado nada.
El primer error es quizá el que más a menudo se comete.
No hablaremos de la "Iglesia" únicamente, sino de la Higlesia
del Vaticano II", expresión evidentemente irreprochable en sí,
puesto que es a la Iglesia de hoy a la que debemos ser fieles,
pera que tiene el inconveniente de dar a entender que esta Iglesia
no es la misma que la de antes. O aún más
---y esto lleva mucho
más lejos--, hablaremos de la "Iglesia viva que el Cristo quiere
suscitar", ¡como si la Iglesia no hubiera estado viva antes del
Vaticano II !
Pero, inversamente, sería totalmente falso pensar que .. el Va-
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HENRI RAMBAUD
ticano II no ha aportado nada. Es verdad que no ha aportado
ninguna definición dogmática nueva, puesto que fue convocado
para ser
un Concilio pastoral. Pero, aun en el plano dogmático,
hay muchos puntos en los que ha profundizado y precisado la
doctrina de la Iglesia. Sobre todo, ha querido caracterizar el
espír#u que juzga deber ser exigido por la pastoral de hoy, y no
es poca cosa.
Ahora bien, de lo referente a los seglares, se ha ocupado
mucho. Y por muchas razones. Primero, porque
el Vaticano II
había sido concebido por Juan XXIII para dirigirse no sola­
mente a
los fieles sino a toda la humanidad Esto es, por el des­
tinatario. Y, además, es un Concilio que se ha abierto a los se­
glares, en el
cüal los seglares han tenido ocasión de hacerse. oír.
Por fin, hay que añadir la publicidad de los debates, de la cual
resultó cierta intervención de lo que hemos convenido en llamar
la opinión pública.
Ne:,· obstante, si bien existe un documento expresamente con­
sagrado a los seglares ___.,¡ Decreto sobre el Apostolado de los
seglares~, no existe ninguno que esté propiamente consagrado. a
los deberes temporales. Pero, de hecho, esta preocupación está
presente en muchos textos, y principalmente en aquel que fue
durante largo tiempo
el famoso esquema 13 y que es hoy la
Constitución Pastoral
Ga,.dimn et Spes, sobre la Iglesia en el
mundo de éste tiempo, promulgada por su Santidad Pablo VI
el 7 de diciembre de 1%5.
Es a esta Constitución. a la que principalmente vamos a con­
sultar para conocer el pensamiento de la Iglesia acerca de la
ordenación del mundo de nuestro tiempo y sobre la labor que
nos pertenece a nosotros,. los séglares. De ahí las dos partes
de esta conferencia :
Examinaré
prin1ero el espíritu de Gaudim,m et S pes, su juicio
sobre el mundo de nuestro tiempo
y, ·en segundo lugar, bus­
caremos las enseñanzas que debemos sacar de ello en lo refe­
rente a nuestros deberes temporales y a los derechos que se
derivan.
I
¿ Cómo ve, pues, la Galliáium el S pes el mundo de hoy puesto
que también es de la constatación de una situación de hecho de
la que parte Gaudium et S¡,es?
¡ Pues bien l Lo ve ante todo como un mundo en mutación.
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ACCION SEGLAR SEGUN EL CONCILIO
Es el primer rasgo que deduce de él y que expone desde las
primeras líneas de la exposición preliminar :
"El género humano
vive hoy una edad nueva de su historia, caracterizada por cam­
bios rápidos y profundos que se extienden poco a poco al con­
junto del globo". Y, entonces, si preguntamos, como c.orres­
·ponde: "¿ Qué es lo que cambia?", la respuesta del Concilio es
bien clara: "condicwwes de vida y m"neras de pensar". En otras
palabras, lo que vivimos es una nueva edad de la humanidad ;
es, si se quiere
-aunque podría discutirse el término--, un cam-.
bio de civilización, como la humanidad ya ha conocido un cierto
número de ellas desde la edad de las cavernas y nada nos ga­
rantiza todavía que pueda ser el último. Pero, el Concilio
lo
precisa, cambio que debe dejar subsistir "valores permanentes",
aunque
"a un gran número de nuestros contemporáneos -dice-­
les cueste trabajo discernirlos". Observa por fin que del hecho de
esta aceleración de la historia de la que ha hablado Daniel Halévy,
los cambios de hoy son mucho más rápidos que aquellos que
po­
demos constatar en el pasado.
Sobre
el hecho mismo, no hay nada que decir, sino que es
incontestable. Pero, sobre la manera en la que el Concilio
lo
presenta, lo que más impresiona es la prudencia con la que se
abstiene de unir la constatación de esta mutación a una teoría de
la Evolución generalizada. Ningún anuncio de un ultra-humano"
hacia el cual fuéramos. Y no solamente es tal expresión lo que
le falta en Gaudiwm1 et S pes, sino que resultaría propiamente in­
concebible en la trama del discurso, sería como un cuerpo extraño
que se vería inmediatamente rechazado, como el invitado de la pa­
rábola que se presentó al banquete del Rey sin llevar puesto
el
traje nupcial.
Se nos ha dicho que "el hombre moderno avanza hacia un
desarrollo más completo de su personalidad, hacia una afirma­
ción siempre creciente
de sus derechos" y que "la Iglesia tiene
en gran estima al dinamismo de nuestro tiempo que, en todos
sitios,
da un nuevo impulso a esos derechos". Pero se trata de
la constatación de un hecho y de un juicio de valor, no de una
profecía.
Y,
si· reflexionamos sobre ello, 10 comprenderemos muy bien.
Basta pensar en la regla evangélica, que a cada día le basta su
pena. Saber
lo que será el mundo de pasado mañana es una
cuestión muy interesante para las personas que tienen imagina­
ción, pero no era esto lo que preocupaba al Concilio: se inte-
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HENRI RAMBAUD
rrogaba sobre el mundo de hoy y sobre la actitud que conviene
tomar ante él para permanecer fiel
al espíritu del Evangelio.
Hay que subrayar aquí, ante esta mutación, que la actitud
de la Iglesia no es de ningún modo una actitud de negativa. Na­
turalmente, podemos estar tentados a decir: volvamos al pasado,
¡ el mundo era entonces tanto más tranquilo que ahora! Que
fuese más tranquilo, es posible. Y, Dios mío, viendo el estado
actual de nuestro planeta, no me escandalizaría si juzgaran que
el balance de miserias humanas más bien ha aumentado que
bajado desde hace medio siglo o un siglo. Esto no implica que
el regreso
al pasado sea una solución, porque es imposible. Pode­
mos, ciertamente, sacar lecciones del pasado, encontrar ejemplos
de lo que hay que hacer porque aquello resultó un éxito, y de
lo que hay que evitar porque eso otro no ha conducido más que
a la catástrofe. Pero esos préstamos, para ser efectivos, debe­
rán siempre incorporarse a una solución que deberá ser subs­
tancialmente nueva.
¿
Cuáles son ahora en definitiva tas características de esta
mutuación?
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2. Resumiré en cuatro rasgos la descripción más detallada
que de ella ha hecho
Gaudium, et Spes.
-un aumento verdaderamente prodigioso del poder del hom­
bre sobre la materia, gracias al desarrollo de las ciencias
y a la puesta a punto de técnicas precisas ;
-una aspiración general hacia una mayor libertad tra­
duciéndose, en todos los órdenes, por la búsqueda de la
autonomía: promoción de la mujer, promoción de la clase
obrera, promoción del
laicado, y también supresión de las
desigualdades raciales
1 descolonización,
etc ... ;
-al mismo tiempo, el individuo aislado, constatando que
es débil, desarrolla las actividades de grupo, la extensión
de todos los fenómenos que expresa el término de "so­
cialización'1 ;
- por
~' puesta de nuevo en causa del modo más general
del S!Slema de valores hasta ahora aceptado por los pue­
blos civilizados en materia de moral y religión: "Recha­
zar a Dios o a la religión, no preocuparse de ello --dice
el Concilio-no es ya, como en otros tiempos, un hecho
excepcional, exclusivo
de algunos individuos; hoy, en
efecto, se presenta buenamente
tal comportamiento como
una exigencia del progreso científico o de cualquier nuevo
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ACCION SEGLAR SEGUN EL CONCILIO
humanismo", y añade el Concilio que, en numerosos casos,
no es solamente alejamiento, sino hostilidad y persecu­
ción. Pienso aquí en
la frase de Madiran dicha en el
Congreso de Sión, según creo: "Nuestra época es pro­
bablemente aquella en la cual la Iglesia cnenta con más
mártires".
El primer rasgo no tiene por qué inquietar particnlarmente
a la Iglesia, de ser de por
si los progresos de la ciencia y el
desarrollo de la técnica, evidentemente, cosas buenas que res­
ponden a la vocación que la Génesis asigna al hombre para do­
minar la tierra. Pueden crear problemas difíciles en su aplica­
ción pero, en sí, son una cosa excelente. ¿ Pero y los otros tres
rasgos? ¿No hay acaso peligro de que el deseo de liberación lleve
al hombre a pensar que
no seria realmente libre más que sus­
trayéndose a la ley divina?
¿ Y no es esto, enarto rasgo que he
resumido, lo que, como vemos, está ocurriendo?, o más aún: ¿ Cómo
conciliar el desarrollo de la persona con las exigencias de la so­
cialización, y cómo evitar que por ahí vayamos hacia una sociedad
de robot~?
He ahí las cllestiones graves. No obstante, tomando al mundo
moderno en su conjunto
-no digo sin reservas ni advertencias­
Gaud1fUm.; et S pes acoge estas aspiraciones con simpatía. "'Por su
actitud -dirá Pablo VI-es netamente y voluntariamente opti­
mista".
Es que todas las veces que nos encontramos ante algo mezclado
de verdad y de falsedad, de bien y de
mal, dos actitudes contra­
rias son posibles, entre las cuales corresponde a la prudencia
elegir:
Podemos, por un lado, retener sobre todo las aportaciones
positivas limitándonos a señalar las lagunas. Recordemos, por
ejemplo, la frase del Padre de Monteheuil (que menciono sola­
mente de memoria) : "no basta con amar la verdad cuando
es
pura y brilla con todo su esplendor, hay que amarla en medio
de las alteraciones y de las impurezas". Nada es más . cierto,
desde el punto de vista especulativo. Y hay gran número de
rasos en los que será
la prudencia la que tendrá que adaptarse
a esta actitud.
Esto no impide que exista
el peligro de aceptar el error al
mismo tiempo que la verdad y, si el peligro es apremiante,
puede ser perfectamente prudente adoptar la actitud contraria;
y es entonces el error el que trataremos de poner a plena luz,
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HENRI RAMBAUD
conviniendo en que existen al lado verdades. ¿ Es esto desco­
nocer lo verdadero? De ninguna manera. Es simplemente pensar
que es siempre, a causa de la parte de verdad que lleva, por lo
que el error es contagioso y peligroso o, si lo prefieren, que el
diablo conoce su oficio y no ignora que soplándonos verdades
-'Y callando otr..-nos hace cometer tonterías (ya que es siem­
pre la verdad lo más persuasivo).
Entre estas dos actitudes,
el Concilio, frente al mundo mo­
derno ha optado claramente por la primera. Y ello
se comprende
muy bien
si pensamos en la intención pastoral del Concilio. La
Iglesia, en el Vaticano II, no se dirige solamente a los fieles,
sino al mundo moderno en su totalidad, no creyente inclusive.
Es así, partiendo de esto, muy natural decirles: "esa expansión
del hombre que ustedes desean lo deseamos
como ustedes, lo de­
seamos aún más que ustedes, puesto que sabemos, nosotros, que
es el propio Dios el que nos lo pide. Y, además, tenemos otra
ventaja sobre ustedes, y es que sabemos mejor que ustedes
lo
que se opone a ella y cómo deben conducirse". Puesto que no
habrá que creer que, por haber tomado una actitud "claramente
y voluntariamente optimista",
Gaudium et Spes no ha visto las
sombras o
las ha disimulado. Oigan, _sobre este punto, lo que
dijo Pablo
VI en su alocución del 13 de enero:
"Un crüerio i:m,pregna eüda esta emeñanza de·l Concilio: el
op•lmllismo. Si }a Iglesia ha mtirado al mundo un poco como el
p,ro,pio Dios, después de la creación, moró sru obra admirable e
inmmsa. Dios, dicen las Escrituras, vio que todas las cosa,s que
había cread-O eran buenus. La Iglesia ha querid-0 hoy considerar
al miÍtnd-0 en todas sus expresionies, cósmicas, humanas, histó­
ricas, culturales
y sociales, etc .... , ha qu,eri;do considerar todas
estas cosas con una in-m1ensa ad'lffWació1V, con, un gran respeto,
con una smilfJ la Iglesia haya cerrado los ojos ante los males del homrbre, el
petado que es la ruina fundam,ental, la muerte, y también la mi­
seria, el hambre, el sujrimicn,to, la discordia, la gWerra, la ig­
norancia, la taduci;dad de la vida y de las cosas y· del hombre,
n,¡últi¡,le
y también am1ena,:adora. No, "" ha cerrad-O los ojos
U/Wte esto1s nrales,. sino que los ha, mrirado con un-mnyor amor,
com'O el m1édico m'Wa a su enfermo, como el saniaritano miró
al deisgraciado abandonado miedio muerto en el camino de Je­
ric'ó".
Llegamos, en efecto, a la característiea que hay que destacar
del mundo moderno, un mundo lleno de desaliento. Desaliento
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ACCION SEGLAR SEGUN EL CONCILIO
en los pensamientos y en las reglas de conducta, disminución
cierta_ y general de la moral, como es natural en una civilización
que Bergson ha calificado de "afrodisíaca" ; desequilibrio entre
las diversas categorías sociales, entre los pueblos qne rebosan y
aquellos que tienen hambre; amenaza de una guerra más terrible
que la auterior,
y, en la espera, la realidad de guerras que no
se declaran para guardar la ficción de la paz, pero que no por
ello producen menos muertes ;
el asesínato y el rapto se han hecho
tan frecuentes
como forma de liquidar las diferencias políticas,
hasta tal punto que hay pocos Jefes de Estado que no
se rodeen
de medidas de segnridad que no hubiéramos imaginado autes
de 1914.
Renan pensaba que ]as razas científicas forman las razas mo­
rales.
¿ Sería ensombrecer el cuadro de nuestra época presentado
por
Gaudiwm et Spes decir que su característica es por el con­
trario la alianza de la cultura científica más adelantada con una
verdadera barbarie moral e intelectual? Pero si bien
Gaudw,m1 et
S
pes no llega hasta este calificativo, no es menos cierto que en
ella
los términos de angustia, de desequilibrio, de desaliento se
repiten varias veces, y que, en su conjunto,· no presenta cier­
tamente a nuestra sociedad como
un éxito siquiera moderado.
Porque el hecho capital es que el hombre moderno dispone de
más poder sobre la naturaleza de los que ninguno de sus pre­
decesores hubiera nunca soñado. Tiene a su disposición una can­
tidad de comodidades y de placeres que nunca hubiéramos creído
posibles, y
no obstante el hombre moderno no es feliz. Y no
es solamente la felicidad interior lo que le falta; sino, para mu­
chos,
la segu,ridad.
Una primera explicación, mencionada por Gaudiwm1 et Spes,
es que los cambios se han operado demasiado rápidos y sin
orden -y no nos faltarían ejemplos mencionar en su apoyo :
esto ocurre con
la descolonización : Había ciertamente que hacer
algo -siempre hay algo que hacer-, pero lo que se ha hecho ha
dado como más claro resultado el de librar a las poblaciones de
las que estábamos a cargo, a
. un monstruoso incremento de la
miseria y de la violencia.
Queda que
si Gawiiwm et S Pes se parara ahí, la explicación
sería corta y, además, no sería cristiana. Tampoco, el Conci­
lio, tampoco se ha detenido así: "En verdad -declara Gaudi,,.,,
et Spes-los desequilibrios que afectan_ al mundo moderno están
ligados a un desequilibrio más fundamental que echa raíces en
el mismo corazón del hombre." ¿ Qué desequilibrio? Consiste que
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HENRI RAMBAUD
"establecido por Dios en un estado de justicia, el hombre, se­
ducido por el Diablo, desde el principio de la historia, ha abu­
sado de su libertad, enfrentándose a Dios y deseando llegar a
su fin fuera del alcance de Dios". Así, "ha roto el orden que
le orientaba hacia su último fin, se ha dividido él mismo, ha
hecho de toda la vida de los hombres, individual y colectiva,
una lucha dramática entre el bien y el mal, entre la luz y las
tinieblas". Pero, añade el Concilio: "El Señor en persona ha
venido para restaurar al hombre en su libertad y en su fuerza",
tan bien que "el misterio de] hombre no se esclarece verdade­
ramente más que en el misterio del Verbo hecho carne" a la do­
ble luz del pecado de Adán, el primer hombre, y del advenimien­
to del Redentor, "el nuevo Adán, el Cristo", el cual, "en la
revelación tnisma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente el hombre a él mismo y le descubre la sublimidad
de su vocación".
V en así la originalidad de la diligencia apologética de Gau­
d.,,.... et Sp'Cs. Este documento conciliar no parte de la Reve­
lación, sino que llega a ella. Diríase que realiza una constatación
propiamente pascaliana. Pascal, en su Apolagú,, se proponía no
partir de la existencia de Dios, sino de la condición hwnana, de
la imposibilidad para el libertino de comprender "el enigma que
es el hombre, su prodigiosa mezcla de bajeza y de grandeza" J.,
hasta que la Revelación cristiana le propone la idea de una caMa.
Asimismo, Gaudium et Spe's toma como punto de partida, no la
enseñanza de la Iglesia, que no puede tener autoridad para el
no-creyente, sino un análisis del estado actual del mundo,
el cual
hay más posibilidades de que sea accesible al no-creyente; pues:
"Refiexionad : somos
los únicos capaces de explicar este mundo
desgarrado, porque sabemos nosotros, porque predicamos,
que
esta doble capacidad de lo mejor y de lo peor no es más que un
episodio de esta lucha de la luz
y de las tinieblas que comenzó
con el pecado de Adán, y a la que, yo, la Iglesia, sé que venceré,
porque Dios mismo ha venido a reparar la falta del hombre y
porque
me ha prometido que las puertas del Infierno no pre­
valecerían contra mí."
Esto es, creo yo, lo esencial del espíritu de Gaudiwm et Sp'es,
y si bien es verdad que su forma es nueva en la historia de los
documentos conciliares y utio puede por ahí desviarse, debo decir
que cuanto más leo esta constitución pastoral, más me llena de
admiración con una
sola Condición: la de tomar en cuenta todo
lo que ella' dice, y de no privarle de su característica principal,
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que es la de emanar de la Iglesia y la de p,-edicar a Jesucristo.
Desgraciadamente, m-uchos no la leerán- como un documento de
Iglesia, sino como un documento profano, y a poco imaginarían
que
las referencias a la Revelación no son más que cláusulas de
estilo. Supongo que estaréis de acuerdo conmigo, si digo que
esta forma de leer
no es la de un buen crítico, le falta conceder la
importancia que le corresponde al ''género literario", para utilizar
la expresión favorita de la exégesis actual, y también a las inten­
ciones indudables
de Su Santidad Pablo VI al promulgar Gau­
diwm
t!t Spes. Lo que debemos tratar de encontrar en ella es
una enseñanza de la· Iglesia.
II
¿ Qué enseñanza nos da, pues, Gaud'iu,m, et Spes en lo que
atañe a nuestros derechos y nuestros deberes de seglares?
No recorreré los diferentes capítulos de la segunda parte :
"De algunos probkmas mtás U1Ygmtes", porque no terminaríamos
nunca y porque sobre varias de las cuestiones evocadas no tengo
competencia. Añadidl que si algunos de esos problemas, tales como
el hambre en el mundo o la salvaguardia de la paz, son real­
mente problemas sobre los cuales era necesario que la Iglesia
tomara posición, la mayor parte de los pequeños seglares que
somos nosotros nos sentimos
incapaces ante ellos de ejercer nin­
guna acción real, directa, si no es, y no es ¡xx:o, por la plegaria
y la limosna.
Me parece, por lo tanto, que haré una obra más útil, más
práctica, tratando de deducir las actuaciones que la Iglesia nos
pide que tengamos
para cumplir con nuestra labor temporal de
seglares.
La primera es que no debe de haber divorcio entre las acti­
vidades propiamente terrenas y la vida religiosa. Es el punto
más importante. Este divorcio puede ¡,,-educirse de dos maneras :
o bien por negligencia a nuestras tareas humanas, juzga­
das sin importancia con vistas a la vida futura. Error, puesto
qne implica un desp,-ecio del mundo en el cual Dios nos ha
puesto y del cual desea que nos ocupemos. No tenemos por qué
ser de esos obreros que piden a cada momento audiencia al patrón:
mientras tanto, el trabajo no se hace;
o bien, por el error inverso, que sería el de entregarse a
esas labores humanas separándolas
de nuestra. vida religiosa, que
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entonces confinamos en un recinto cerrado, sin influencia sobre el
restd de nuestra vida. Como el caso del obrero que trabajara sin
pensar en lo que
el patrón espera de él. En realidad, nuestras
labores profanas forman en sí mismas ·parte de nuestra vida re­
ligiosa.
En resumen, lo que el Concilio concibe en esto es-la dis­
tinción fundamental de dos formas de plegaria: explícita e im­
p&ita. Tiene que haber en toda vida momentos especialmente
consagrados a la plegaria, pero para un seglar esos momentos
no pueden
ser sino cortos, y aun incluso para el clérigo no
pueden ocupar toda su vida. No obstante, Cristo nos pide que
recemos siie-m1p·re: Hace falta, pues, que al lado de esos momentos
de plegaria explícita haya una plegaria implícita que es la de
cumplir nuestras propias actividades profanas por amor a Dios
y con sumisión a su voluntad.
Solamente,
si bien el Concilio nos pide impregnar nuestra labor
temporal de vida religiosa
y al mismo tiempo llevar esta labor
de manera autónoma, nos señala el deber de usar nuestros de­
rechos.
Y
el primer derecho es un deber de cumplimiento. Es cul­
tivar los dones que hemos recibido y desarrollar nuestras apti­
tudes. Encontra_remos demasiado pronto sus límites, lo sabemos
de sobra,
pero llevar esos límites lo más lejos ,posible es rendir
homenaje a la excelencia de las capacidades que
Dios ha puesto
en nosotros.
Está claro, en· efecto, que la Iglesia no podría pro­
clamar su estima por "el dinamismo de nuestro tiempon para
despreciar el de los individuos. Siempre con la condición de que
el movimiento de uno y otro dinamismo "esté impregnado del
espíritu del Evangelio y garantizado contra toda idea de falsa
autonomía". Y además, este deber de cumplimiento no es tan
nuevo: ¿ qué es, en el fondo, sino la aplicación de la parábola
de los talentos?
No es, sin embargo ... inútil que el Concilio haya vuelto a decir
que Dios nos permite
no solamente nuestro cumplimiento, sino
que lo desea y que así, pidiéndole "que su voluntad sea hecha
en la tierra como en el cielo", nos rezaremos contra nosotros,
sino
por nosotros. Pienso siempre sobre este punto en verso tan
rico de sentido: "Per tuas semitas dUC nos qua ten-di-rn:rus" (1).
Porque es exactamente eso: la meta es reahnente lo que nos-
(1) ·"Por tus senderos llévanos donde deseamos." Satris Soleninis. Him­
no de los mártires del Oficio del Santo Sacramento.
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otros, nosotros deseamos, nosotros deseamos verdaderamente (y no
es siempre lo que creemos querer) : ese misterioso cumplimiento que
en cada uno de nosotros colmará mejor las aspiraciones par~
ticulares que Dios ha puesto en él. Mas en cuanto a los caminos
que allí llevan, sólo Él puede conocerlos.
Y ¡ qué diferentes son
por lo general de los que nos imaginábamos !
Otra regla que la Iglesia impone a los seglares: es que su
cumplimiento sirva a los demás: "la vida social no es para el
hombre algo superpuesto: Es por el intercambio con el prójimo,
por la reciprocidad dt servicios, por el diálogo con los hermanos,
por lo que el hombre crece según sus aptitudes y puede responder
a su vocación". Nos llevaría aquí demasiado lejos .el pensa­
miento del Concilio creyendo ver dibujarse, tras esas palabras,
la sombra de la palma valeriana:
"Parecido a aquel que· piensa
Y cuya alma se entrega
A acrecentarse con sus dones".
En verdad ¡ nada nos enriquece más que aquello que hemos
dado!
Además, en nuestros intercambios con el prójimo no hay
que olvidar ni la igual dignidad de las personas, ni las diversi­
dades y las desigualdades que existen en el plano de la crea­
ción.
Reúno aquí los dos términos de la antinomía, porque sería
falsear el pensamiento del Concilio el omitir uno u otro.
-No debernos olvidar que la esencia de la humanidad es
la misma en todos los hombres: todos marcados por
el pecado
original (excepto la Virgen, claro está, pero el caso no volverá
a ocurrir), todos llamados a ser salvados por Dios y a gozar
de la visión de Dios --de lo que resulta que no podemos rehusar
a nadie los derechos que se deducen de su calidad de
hombre-'---,
derechos que. por otra parte, pueden adoptar formas diversas,
según las épocas y los medios ambientes.
-
Ni que los miembros de la única familia humana tienen
diversas capacidades, que Dios nos ha creado diferentes y que
es intención suya que uno haga mejor esto y peor aquello;
en
resumen, que no todos tenemos la misma manera de cumplir
nuestra finalidad, porque, en este sentido, las naturalezas son
diferentes. Digamos que la diferencia de los hombres entre sí
no es la misma que media entre las diferentes partes de un lin­
gote de oro que no difieren más que por el lugar o la dimen-
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HENRI RAMBAUD
sión, sino la que hay entre las diferentes partes del cuerpo, todas
las cuales forman todas
parte de nosotros pero no tienen las mis­
mas funciones.
Ahora bien, las consecuencias son muy grandes : podremos
tener
adversarios contra los cuales deberemos luchar, pero no
serán, hablando con propiedad unos enemigos: deberemos continuar
tratándolos como hombres y no como perros; deberemos respetar
en ellos la dignidad de la persona. Deberemos, asimismo, ad­
vertir que existen diferentes formas de cumplir en otros, y no
veremos en ello una ofensa que nos hacen, sino un complemento
que nos ofrecen;
"non omnia possumus, omnes: no podemos
todos hacer todo". Está bien que aquél pueda hacer aquello que
yo no puedo. El Concilio nos dirige, pues, hacia un panorama de
la sociedad netamente pluralista.
Sólo hay una familia humana, pero
repartida en grupos más
pequeños, y las diversidades no tienen por qué desaparecer. Todo
hombre tiene derecho a una cultura, pero existen culturas dife­
rentes y es bueno que estemos apegados a la nuestra.
En fin, hay un deber de independencia.
Aquí, el texto es tan importante -que, para no omitir nada7
voy a leerlo :
"A los seg/,ares les wrresponden propiamente, aunque no ez­
clwwam,ente, las profesiO'YIJes y /,as acti'lfidades seglares. Cu<>ndo
actúan, ya sea imdividrualm1ente o calecfivam'ente, comk'J ciuda­
danos del mwndo, tendrán, pues, emipeño no solamente en res­
petar las leyes propias a ta.da disciplina, sino en adqwi,rir en, ella
una verdadera aptitud. Les gwtará co/,aJ/Jorar c1J111 aqueilos que
p,ersiguen
los mismos objetivo's que ellos. Cunscientes de las exi­
gtmdas de su fe y ali.m,entados por su, fuerza, n,o dudarán, en
el m1om~lo opO'TtwniD, en tollfiM nuevas in,cw.tivas y en asegu­
t'arse de su rreal.iizac1Jón. Es a sw comciiene'ia, previamente for­
mada, a la que corresponde inscribir la ley di'lfina en la ciudad
terrena.
Que espe,-en de los sacerdotes luces y fu tuutes.
Qu,e nv pwnsen p,o-r ello que sus pastores ter,g'O,nJ wna
ap,t;tud tal que puedan dar ulla sohu:ión concreta e mm~diata
a todo problema, aun grave, qwe se les presenle, o bien qwe
tal sea su mJ.sión. Smo más bkn, al-1brados por la saúiduria
crntw.na, prestando fielmen,te
atención a, la ewseñanza del Ma­
gister;o, es por lo que tomarán ellos mismlüs sws resp,rmsabi!i­
dad.es."
No creo que sea posible ser más claro : es a nosotros, segla­
res, "a la luz de la sabiduría cristiana y prestando particularmente
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ACCION SEGLAR SEGUN EL CONCILIO
atención a la enseñanza del Magisterio", a los que nos pertene­
ce decidir sobre los problemas
que son de nuestra incumbencia.
Y no, desde luego,
para sustraerlos a nuestra vida espiritual.
Sino porque nuestra
vida espiritual misma quiere que tomemos
nuestras responsabilidades,
y porque seríamos ·menos fieles a
Dios temiendo usar de la libertad de los hijos de Dios.
¿ No llevo razón después de esto en ver en Gaudvum, el Spes
un verdadero código del laicado cristiano? Nos abre todo el vasto
dominio de
lo temporal como nuestro dominio propio, como el
terreno que nos
ha sido asignado para profesar el cristianismo
y desarrollar nuestra vida espiritual.
Y, sin duda, todos, en tanto
que somos, no podemos más que muy poco. Pero este poco no
es una razón por ser poco para no hacerlo. Ved vosotros, lo que
hay de terrible en el Evangelio es que nos pide una exacta fide­
lidad en las cosas pequeñas, en aquellas que "podemos" hacer
(y es mucho más difícil que tomar grandes resoluciones). Pero:
"Quia super panca fuisti fidelis ... " "Porque has sido fiel en pe­
queñas cosas,
te estableceré sobre grandes ... "
Porque no es nuestra actividad la que obtiene este resultado.
Es Dios el que da la victoria. Y me permitiréis, para finalizar,
aprovecharme de una circunstancia que oso llamar feliz : la ausen­
cia de
Juan Ousset en esta mesa. Me siento mucho mejor para
decir lo que deseo decir, puesto que él no está: Viéndoos tan
numerosos en este Congreso,
pensaba en el primer Congreso de
la "Ciudad católica" de entonces: Eran exactamente siete: Pues
bien, creo verdaderamente que hay una fidelidad a la cual Dios
da la victoria.
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