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Deber y condiciones de eficacia. [La acción] (IX)

Deber y condiciones de eficacia
Tercera parte
Instrumentos y métodos
CAPÍTULO I 11: VER
y ÚPÍTULO IV: EscuCHAR
por
)EAN ÜUSSET
Fundaci\363n Speiro

VER.
DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
TERCERA PARTE
INSTRUMENTOS Y METODOS
CAPÍTULO III.
Es decir : lo que se lee.
¿ La correspondencia?
Cuántas energías pueden ser despertadas, mantenidas, por
medio del envío
de algunas cartas bien escritas y pensadas.
Cartas estrictamente personales. Cartas manuscritas.
Pero también cartas a destinatarios múltiples. Cartas circu­
lantes
... (como lo fueron las "Provinciales"). O cartas circulares,
escritas a máquina o en multicopista. Actualmente existen al­
gunas muy difundidas.
Por eso se las puede asimilar a los impresos.
Se adivina con esta frase la importancia de este medio, pues­
to que puede designar tanto al periódico, como a la revista, al
libro, al cartel o la hoja suelta.
Resulta imposible imaginar hoy ningún combate ideológico
sin "impresos". Subestimar su valor podría ser desastroso.
¿ Quién podrá negar el papel del impreso en la preparación de
la Revolución? Los impresores de Amsterdam o de Londres
¿ no
han mantenido, durante los siglos XVI, xvn y XVIII una propa­
ganda más o menos clandestina?
Libritos, decía Voltaire, que se ha tenido el cuidado de dise­
minar por todas partes cuidadosamente ... ; que se entregan a
personas adictas para
que los 663
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JEAN OUSSET
Y, desde entonces, la influencia del impreso no ha dejado de
aumentar.
Se recurre al impreso como por reflejo; sin casi reflexionar.
Todo el que desea emprender cualquier acción no la concebirá
sino
en forma de periódico o de libro. Y de simples medios, que
son, estas
fónnulas tienden a convertirse en verdaderos fines.
La prosperidad del periódico, la difusión del libro, se confunden
con la causa que defienden.
Esta confusión constituye una peligrosa ilusión, que hace
perder el sentido justo de la acción al tender ésta a convertirse
en una simple relación entre escritores y lectores.
Los primeros redactan, los segundos leen. Las suscripciones
al periódico, las ventas del
ibro aumentan o disminuyen. Tal es
para muchos el todo de la acción. Los más celosos se dedican,
sobre todo, a
buscar nuevos lectores. Lo que es muy valioso, sin
duda.
Pero que no deja de ser la forma más rudimentaria del
combate.
Un estado mayor que escribe.
Un ejército de lectores que se contenta, lo más a menudo, en
deleitarse ---que no es
otra cosa-con la lectura de los buenos
artículos que recibe.
¡ Vaya ejército brillante!
¡ En el que sólo combaten los "leaders" ! ¡ Y en el que la tro­
pa no hace más que leer los comunicados !
¿-Hay quien
crea que esto basta para tener en jaque a las
fuerzas actuales de la Subversión?
De verdad, sería injusto negar el título de acción a la in­
fluencia del escritor lúcido y verídico, valiente y de talento.
Pero ese mismo título de acción no puede atribuirse al placer
del que se contente con leer un buen artículo o un bnen libro.
Nadie podrá creer que es necesario un valor heroico para su­
mirse,
por ejemplo, en la lectura de una excelente revista, como
"Itinéraires". ¿No es más bien un grán placer y una confor­
tación?
Es evidente que esta confortación y este placer puedan ser ui1a
ayuda de importancia para la acción del lector. Pero esta confor-
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DEBER Y CONDÍCIONES DE EFICACIA
tación y este gozo no suplen la carencia de acción del lector, si
resulta que ese lector se queda en simple lector.
¡Ay! Ciertamente es menos agradable irse a reanimar a las
gentes, a mantenerlas en su labor, que
sumirse en la claridad y
dulce calor de un hermoso artículo.
Esto nos hace recordar la imagen del "buen rancho", que ya
se sabe es indispensable para la mejor moral del soldado. A con­
dición, empero, de que esta mejor moral, debida a la calidad d<;l
rancho, favorezca la belicosidad del combatiente, y que no se
reduzca a un simple fenómeno de euforia digestiva en un ejército
en posición de sestear a la sombra.
Porque esa es la suerte de los mejores impresos. Que pueden
no ser más que elementos de euforia para un ejército de cobardes.
Insuficiencia actual del impreso.
Hoy, el impreso ha dejado de ser, como lo fue a comienzos de
siglo, el solo medio verdaderamente poderoso de difusión rápida
de las ideas, consignas o mandatos. La radio, la televisión, el cine,
adquieren cada día
mayor importancia con respecto al impreso.
Los acontecimientos de Argelia han mostrado hasta qué pun­
to puede ser decisiva una gran diseminación de "transistores"
en período de disturbios o barricadas.
Por otra parte, la prensa verdaderamente libre, la edición y la
difusión del libro realmente independiente, están pasando por
momentos difíciles.
La "gran prensa" es una esclava, cada vez más pasiva, del
yugo del totalitarismo moderno. Y en cuanto a la radio y a la
televisión, ya se sabe que en muchos países dependen oficialmente
del Estado.
Por tanto, y dado que el impreso, en lo que tiene de más po0
tencia, está fuera de nuestro alcance, sería una locura esperar
vencer con esta sola
afma.
No Quiere esto decir que· tengamos que suprimirla de nues-
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tro arsenal. Lo que sencillamente nos interesa es no esperar de
ella lo que actualmente y en lo sucesivo es incapaz de darnos.
Ante las potencias de la propaganda moderna, la eficacia de
un pequeño semanario, de una revista "equilibrando" a penas su
presupuesto, es irrisoria, si se crienta solamente en sus virtudes
de impreso. Pero no será lo mismo si este pequeño semanario,
si esta pequeña revista, están sostenidos
por una red apretada de
amistades activas. O dicho de
otra forma: es preciso que el celo
de algunos consiga contrabalancear la pujanza del gran número,
siempre más amorfo.
No nos damos la debida cuenta de cómo la multiplicación de
los "impresos" tiende a ahogar su propia influencia. La sensi­
bilidad de la opinión se embota con ese desbordamiento. Es segu­
ro que los libelos distribuidos antaño
por los amigos del señor
Voltaire debieron provocar mayores reacciones.
Hay demasiadas revistas, demasiados diarios, demasiados li­
bros. Los títulos tienen que
ser cada día más gordos, más "sen­
sacionalistas", para que el público se conmueva un poco. ¡ Cuán­
tos reciben
una revista de la que tan sólo leen uno o dos artícu­
los!
¡ A cuántos libros nunca se les abren ·más que las primeras
páginas!
Se comprende, que hojas o cartas privadas de información,
cuando están bien hechas, si
son serias e inteligentes, tengan, no
solamente tendencia a multiplicarse, a
pesar del precio muy ele­
vado de
su suscripción, sino también una gran influencia en el
público
sin proporción con una difusión aparentemente irrisoria.
Se comprende que un impreso de tirada no muy grande, pero
valioso, bien
"sostenido" por redes de militantes ardientes, pue­
da tener una influencia netamente superior a la que pudiera es­
perarse de su tirada.
¿ No ha dicho un inglés que cuanto mayor es la tirada de un
periódico, menos sensible es su influencia? Lo que, de verdad, es
paradójico. Este inglés· se apoyaba, sin embargo, en hechos como
el siguiente: en 1945 los tres cuartos de la prensa de la Gran
Bretaña realizaron una .campafia contra el "Labour Party", el
que, a pesar de todo, consiguió la victoria. Y así se podrían citar
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DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
otros ejemplos, en particular el del partido· comunista, que con­
siguió cuatro millones de votos, que provenían de electores que
leían habitualmente una prensa no comunista, pero que estaban
influenciados
por militantes del Partido.
Una red de "personas adictas".
Tales son las verdaderas relaciones de fuerza: por encima de
todo, el celo de un cierto número de hombres que, gracias a la
propaganda que realizan, aseguran la potencia del impreso.
Por eso, en la cita de V oltaire, la gran importancia no depen­
día
tanto de los "libritos" distribuidos, cuanto de la red de "con­
jurados" distribuidores" (1).
El escrito no basta, por indispensable y precioso que sea. Es
menester, es necesario encontrar los hombres entusiastas.
"El comunismo no inquietaría a nadie, decía no hace mucho
un jefe marxista, si su irradiación se hubiese limitado a la difu­
sión de
L' H umanité o la de otrtos periódicos."
Lo malo es que hemos contado demasiado sobre la fuerza sola
del impreso.
Porque nuestros padreS no carecieron de nada en
este orden: discursos y encíclicas de Gregorio XVI, de Pío IX,
de León XIII, de San Pío X ... ; Obras del Cardenal Pie, de
Dom Guéranger, de Monseñor de Ségur,
de Balmes, de De Mais-
(1) ¿ Cómo, entonces, no admirarse de que algunos autores, muy ente­
rados, empero, de
los métodos y de las fuerzas de la Revolución, continúen
esperando la difusión plenamente dinámica de sus obras solamente
en los
métodos clásicos de edición? ¿ Para qué sirve estar instruidos en la estra­
tegia y en la táctica del adversario, si resulta que en la acción, que se pre­
tende llevar a cabo, nos comportamos como
el primer ignorante venido al
combate revolucionario?
Por eso, por una especie de snobismo, dOcumen-.
tos extremadamente preciosos "no explotan", o son editados en las ,peores
condiciones de expansión. Lo que bien difundido por grupos organizados
de
éntusiast.as sería suficientemente rentable para el autor y singularmen­
te más
eficaz, no tarda en convertirse en ~'stock" polvoriento de alguna casa
editorial, renombrada ciertamente, pero
poco decidida-a comprometerse
por un celo intempestivo.
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IBAN OUSSET
tre, de Bonald, de Blanc de Saint-Bonet, de Le Play, de Carlos
Maignen, de Alberto de
Mun, de Ernesto Bello, etc .... ¡L'Univers
de Veuillot! La Croi.x-y La Bonne Presse de los Padres Picard
y Bailly.
La Revolución tuvo entonces, frente a ella, una fuerza -el
"impreso"-tan pujante y tan rica como la suya. Pero si la
Revolución supo y sabe servirse de la líteratura ( cf. La Enciclo­
pedia, los
"salones", etc .... ) sus verdaderos jefes no fueron sólo
publicistas
... Désaguliers, Weishaupt, Knigge, Nubius y, más
cerca de nosotros, Engels, Marx, Lenin, 'l'rotsky, Stalin, Hitler,
Mao ...
Nosotros hemos tenido escritores prestigiosos, pensadores ad­
mirables. Y sabe Dios lo que importa tenerlos. Hemos tenido,
gracias a ellos, "impresos" de una calidad excepcional. Y no
obstante, no hemos dejado de retroceder, porque nos ha faltado
la
trama suficientemente apretada de las redes humanas seguras,
bien formadas, constantemente renovadas
y decididas a entre­
garse en cuerpo y ahna.
Méritos del impreso.
Y dicho esto, hay que proclamar muy alto los méritos del
impreso
(2).
¿Cómo.negar, que ante la NOCIÓN 1 (unidad doctrinal y estra-
(2) j Proclamar solamente los méritos del_ impreso ... ! Ya que no se
podría describir en detalle, en el cuadro de
un estudio ta:tl breve; las posibi­
lidades
del impreso. Lo que de él se dice, .generalillénte, se refiere más bien
a los libros, a los periódicos, a
la prensa. Armas por excelencia en la lucha
social y política.
El cartel, el dibujo, la caricatura, son menos mencionados
de ordinario.
El fenóíneno p,uede producirse, sin embargo, del cual seña­
lamos
el principio al comienzo de esta tercera parte : fenómeno de la he­
rramienta mediocre, de la Que tin obrero excepcional saca eféctos m·uy su'­
periores a las realizaciones habituales de la herramientá en cuestión.
Por eso, las posibilidades del cartel (fórmula secundaria, por más que se
diga) se presentaron: 'cetltuplicadas cuando, no haCe mtlchó, la intreP-ideZ . .-.­
y los medios poderosos de un Coty (el perfwnista) Se lanzáron a publicar
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DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
tégica) el impreso no sea el instrumento más CÓMODO para reali­
zar esta comunidad de espíritus y de corazones, esta UNIÓN estra­
tégica y táctica indispensables a la fecundidad de la acción?
¿ No
es susceptible de adaptarse a todos los públicos, de responder a
las
:1ecesidades más diversas? Desde el periódico ilustrado para
niños, hasta la Suma Teológica, pasando por la revista de mo­
das,
el boletín sindical, la revista de información, los folletos pu­
blicitarios, las "cotizaciones" de la Bolsa, etc., todas las esferas
de la sociedad pueden
ser alcanzadas, interesadas, defendidas,
educadas
por medio del "impreso" (NocIÓN 2, de la armonía so­
cial y de los intereses comunes).
En cuanto a la NOCIÓN 3 (continuidad y frecuencia) el impre­
so,
bajo la forma de periódico, ha llegado a ser el más claro ex­
ponentte de la
VIDA de un movimiento. Que se suspenda la pu­
b1icación o que tarde en aparecer, y ya se cree que la acción ha
muerto, que la organización ha sido destruida o que va mal. No
hay fórmula más automática para regular la continuidad ele una
acción política
y socia], que la salida regular de un impreso.
Lo cual favorece, por añadidura, a esa confortación~ a ese
sostén moral evocados
en la NOCIÓN 4.
¿ Qué cosa más fácil, además, que la compra de un libro, la
suscripción a una revista?
(NocróN 5 ... de simplicidad). Las
posibilidades de impresión ¿ no están en constante progreso? Y
en cuanto al propio texto, no hay que decir que el más sencillo
no es menos
"imprimible" que el más oscuro.
en carteleras t,an altas como casas de seis pisos, legibles de muy lejos, los
textos
de verdaderos artículos, juiciosamente concisos y penetrantes.
Observaciones análogas en lo concerniente al dibujo, a
la caricatura ... ;
que casi no pasan, corrientemente, ·del estadio de un "emba1aje" agradable,
apenas corrosivo.
Pero basta que se presente un Pablo Iribe, y el dibujo,
la caricatura, se vuelven más peligrosos que
el artículo mejor "dirigido"
Qué contemporáneos no recuerdan
la fuerza tráfica de aquellos dibujos del
"Témoin" sobre el "affaire" 9taviski (1934) que llevaban por pie: "la
justicia sigue
s:u camino". (¡ Ataúd del Magistrado Prince deslizándose a
la orilla del agua!). Y bajo un catafalco de gran riqueza, con el nombre
de
Staviski: "un mueble firmado Camilo Chautemps está garantizado por
mucho tiempo".
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¡ 6.ª NOCIÓN! j DE ECONOMÍA! Aun aquí, los recursos de la
imprenta· son tales,
que una asociación es cosa mezquina si no
puede tener algún impreso para su propaganda.
¡ 7._ª NOCIÓN l ¡ DE SEGURIDAD! Bajo la ocupación, multitud
de tiradas clandestinas han podido mostrar lo que era posible
hacer,
por este medio, aun en tiempos de persecución.
Y en cuanto a la posibilidad continua de PERFECCIONAMIENTO
(NOCIÓN 8) ... ¡ cuántos folletos, míseros en sus comienzos, acaba­
ron siendo con el tiempo publicaciones suntuosas !
Por lo que respecta, en fin, a la NOCIÓN 9 ( DÉ LA OBLIGACIÓN
MORAr,) nada le impide al impreso respetarla plenamente. Si es
cierto que las peores ideas
pueden ser difundidas por este medio,
la prudencia y la santidad en la acción también pueüen ser ser­
vidas por el impreso.
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CAPÍTULO IV.
ESCUCHAR.
"El primero de todos los apostolados -ha dicho el P. Ra­
mi,ere----, es el de la palabra; nada puede reemplazarlo."
Vamos a tratar de mostrar cuánta verdad encierra esta frase.
Debemos precisar que esta acción mediante la palabra puede
ser de dos clases, si no de dos grados.
Puede haber, ante todo, la acción de la palabra de uno solo ...
que podría decirse en sentido único. Uno solo habla mientras otros
escuchan. Tal es el caso de los sermones, emisiones, discursos,
conferencias, cursos, etc.
Puede haber también la acción por intercambio de palabras.
Por "diálogo" ... entre dos o más personas. Esta forma de ac­
ción añade a la virtud de la palabra en sí misma, la virtud cien
veces más
. eficaz de los contactos perscmales, de los verdaderos
encuentros.
Pues, en un determinado sentido, el hecho de que un auditorio
de cierto número de personas se haya reunido
para escuchar un
sermón, un discurso, una conferencia, un curso y, con mayor
razón,
una emisión radiofónica, una película o una pieza de t_ea­
tro' ... no merece, en su sentido estricto, el título de encuentro.
Estas personas no hacen más que ESCUCHAR y, a pesar de
estar sentadas unos
junto a. otras, no intercambian, por la gene­
ral, palabra alguna,
no tienen prácticamente ningún contacto.
Oyentes pasivos, cuando no indiferentes o distraídos.
Lo cual explica que no nos hayamos preocupado de estudiar
conjuntamente estos dos modos de acción
por la palabra ... y a
remitir
al capítulo: "encuentros" la crítica de estas fórmulas
mediante las cuales, ciertamente, se puede
VER y ESCUCHAR,
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IBAN OUSSET
pero además, y sobre todo, permiten establecer contactos, inter­
cambios y alianzas.
Discursos, conferencias y cursos, tales son como hemos dicho,
las fórmulas de acción de la palabra en sentido único. No "en­
cuentros" en sentido estricto.
Lo cual, apresurémonos a añadir, es un argumento ficación, ya
que la realidad pueda ser mucho-más compleja. Pues,
si hay conferencias de. las que cada wio se retira sin haber diri­
gido la palabra a su vecino, en otras
se establecen contactos pre­
ciosos o se fraguan amistades.
Por lo que al bien que produce
la palabra oída se suma el bien de estos contactos y de estas
amistades.
Las conferencias.
Es cierto que pueden tener una gran influencia. Y es incon­
cebible sin ellas establecer
un "consensus" suficiente (nociones
1 y 2 de unidad intelectual y sicológica).
Para que una serie de conferencias sea más fecunda, será
necesario un previo acuerdo entre los oradores: vocabulario casi
común, esquemas
de pensamientos análogos, etc. El género "con­
ferencia" tiende a favorecer, ¡ ay! lo que podría denominarse el
individualismo, el deseo de ser original, de brillar... lo cual no
deja de tener peligros con respecto a la noción 5 (... la com­
prensión más fácil de lo que se deba decir, hacer, etc.).
Si con frecuencia y continuidad (noción 3) son relativamente
fáciles de asegurar (aun cuando haga falta afanarse en ello) la
seguridad de toda reunión
un poco numerosa es bastante más
incierta en casos de persecución (noción 7).
Las conferencias pueden dar fuerza y aliento, desde luego
(NOCIÓN 4), pero presentan el peligro de que la atmósfera muy
frecuentemente mundana, de tantas de ellas, impida todo debate
serio, toda la necesaria aclaración de lo que pueda resultar mal
dicho o mal comprendido.
En cuanto a la economía (noción 6) las variantes pueden ser
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DEBER V CONDTCIONES DE EFICACIA
extremas. Tales conferencias, con auditorio selecto, pueden cele­
brarse gratuitamente en un "salón" ofrecido por amistad. Tales
otras exigen arrendamiento de salas a precios elevados, retri­
buciones a los conferenciantes, etc.
Los cursos.
Designamos con este nombre toda fórmula más sistemática­
mente pedagógica, la cual presenta con respecto a la
noción 1
(unidad intelectual) una superioridad evideute. Para enseñar bim,
nada mejor que hacer un curso. La fórmula es, ¡ay! sicológica­
mente austera. De ahí la necesidad de compensar por obras ane­
xas los inconvenientes fáciles de adivinar.
Fuera del caso del profesor verdaderamente excepcional, el
entusiasmo normahnente es poco delirante. El maestro habla.
Los discípulos escuchan. Y como "las leyes de toda sana pedago­
gía exígen que se insista, ante todo
y mucho, sobre los principios,
este género de trabajo
es, generalmente, poco di~ámico.
Incluso la misma superioridad del profesor puede resultar un
peligro. Lleva el riesgo, efectivamente, de disminuir la familia­
ridad
de los debates. El alumno evitará tímidamente contradecirle
o confesar
una ignorancia demasiado grande. Como los cursos
de que hablamos no pueden tener la frecuencia de los cursos de
nuestros institutos o colegios, donde
el alumno encuentra a su
maestro cada día, siempre faltará la deseable intimidad. Por ser
reducido
el número de horas, se tendrá menos tiempo para charlar.
El giro pedagógico y más netamente dogmático de la fómula
no deja de favorecer, además, cierto espíritu escolar demasiado
carente de matices.
Ahora bien, el combate político y social, más
que cualquier otro, exige
un_ sentido muy agudo de la compleji­
dad de lo real. Siendo así que
el enemigo nos acusa de no ser de
nuestra época, debemos mostrar,
tanto más, que vivimos, no sola­
mente de principios intertemporales, sino que sabemos observar
las exigencias concretas de nuestro tiempo.
Así, pues, en los casos de
un concurso necesariamente sucinto,
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JEAN OUSSET
el oye.'lte recibe las ideas demasiado elaboradas. De abí, el peli­
gro de vincularse a la coherencia exclusivamente lógica de estas
ideas. Escuchar, entender, aprobar al maestro, son los pasos
principales del discípulo.
Lo que basta, en cierto sentido, para
conocer y profesar la verdad. Lo que no es suficiente para llenar
todas las condiciones de una irradiación eficaz. Pues si escuchar,
comprender, aprobar, bastan para ser un buen discípulo, he aquí
que esto
no es demasiado fácil de obtener de quienes en modo
alguno están decididos a
entrar en nuestra escuela.
Para el discípulo excesivamente discípulo de un curso dema­
siado perfecto, tódo se divide
y se clasifica con relación a lo ver­
dadero o a lo falso de las ideas. Ignora el camino doloroso, laS
dificultades de una ascensión personal hacia la luz. Por esto la
fórmula del curso puro es· menos perfecta de lo que se cree, si
uno se atiene
tan sólo a su perfección misma.
En cuanto a la facilidad de funcionamiento (noción 5) es
evidente que
una fórmula tal no es posible sin profesor. Si éste
es de gran valor, la influencia será importante aunque local­
mente limitada al no poder asistir a esos cursos más que los
ha­
bitantes de la población o de la región susceptibles de hallarse
libres a la
hora y en los días señalados.
En cuanto a las nociones de armonía sicológica, de intereses
c~munes, de frecuencia, de continuidad, de mutuo auxilio, de se­
guridad, de economía, de perfeccionamiento continuo
... (nociones
2, 4, 6, 7, 8) la fórmula
"curso" ofrece una flexibilidad tal que
impide todo juicio preciso.
Si hay cursos en los que la asistencia es abigarrada, es eviden­
te que pueden organizarse otros dé asistencia muy homogénea.
Si
hay cursos muy costosos, puede y debe haberlos gratuitos; si
los hay fácilmente vulnerables, puede haberlos
muy discretos : su
frecuencia puede variar en forma extrema, sin olvidar de a-daptar
progresivamente la fórmula a las mil exigencias de tiempo, lugar
y medio
...
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