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Nuestra acción

NUESTRA ACCION
POR
FRANCISCO JosÉ FERNÁNDEZ DE LA ÜGOÑA.
La sociedad que nos ha tocado vivir no complace a nadie. De un
lado, los grupos de extrema izquierda pretenden su destrucción para
edificar en su lugar no se sabe qué utopía; de otro, se alzan numero­
sas voces que sabiendo lo que quieren tal vez ignoran los modos
concretos de conseguirlo. La diferencia radical entre unos . y otros
está en que los primeros quieren arrasar cuanto existe mientras que
los segundos intentan eliminar s013.,!Ilente lo que se ha introducido
de perjudicial en
la sociedad para que los elementos sanos puedan
crecer vigorosamente.
Y aquí es preciso evocar dos frases clásicas que han de ser la
estrella polar de nuestra tarea: "Hay que recordarlo enérgicamente
en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que cada indi­
viduo se convierte en doctor y legislador ... , no se reedificará la ciu­
dad
de

un modo distinto a como Dios la ha edificado; no se levan­
tará la

sociedad si la Iglesia no pone los
cimientos y dirige los

tra­
bajos; no, la civilización no está
por inventar, ni la nueva ciudad por
construir en

las nubes, Ha existido, existe; es la civilización cristiana,
es la ciudad católica. No se trata
mas que de instatWarla y restaurarla
sin

cesar sobre sus
fundamentos naturales y divinos, contra los ataques
siempre
?iuevos de

la utopía malsana, de la revolución
y de la im­
piedad:
omnia instaurare

in Ch.risto"
(S. Pío X: NOTRE CHARGE
APOSTOLJQUE, 1, 11). "La Revolución e.r una docu-ina que pretende
fundar
la sociedad sobre la voluntad del hombre, en lugar de fundar­
la

sobre
la voluntad de Dios, La contrarrevolución es el -principio con­
trario, es la doctrina
que hace

apoyar· la sociedad
so.bre la ley

cris­
tiana"
(Alberto de Mun, Discurso en la Cámara de Diputados y Dis­
curso en la 3.' Asamblea General del Círculo Católico).
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
En ellas están. contenidos los fundamentos de nuestra acción. Bien
merecen, pues, una sucinta glosa. La sociedad que pretendemos no
puede ser
el fruto de los sueños _sino que ha de estar profundamente
enraizada en la naru.raleza. Quienes creen en la Divina Providencia
han de considerar atentamente los designios de Dios sobre el hom­
bre
y la socidead. Y en la adecuación de nuestros esfuerzos a esos
designios se hallará la fórmula feliz que ha de couseguir una socie­
dad humana tan perfecta
como la

perfección le sea dada a los hom­
bres. Por tanto no cabe soñar en una sociedad que sea la bondad abso­
luta, sino más bien en la máxima
OOndad posible

dada la naturaleza
humana caída
y redimida por Cristo. Hay que huir, pues, de la "uto­
pía malsana" y buscar de nuevo la civilización cristiana tal como
Dios, Suprema inteligencia, la
ha concebido.
Y para conseguirla no hay que hacer una revolución en contra
de la Revolución que padecemos, sino lo conrrario de lo que hace esa
Revolución. Es decir, hay que volver a fundamentar la sociedad sobre
la ley de Cristo. Hay que intentar que en lo posible la sociedad sea
ese Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia,
de amor y de paz, que·Cristo ha venido a instaurar.
Para lograrlo es preciso atender a la base sobre la que hay que
actuar, a los instrumentos con
que se

cuenta, a los fines que se
qriie­
ren

conseguir y a las circunstancias externas que pueden influir sobre
la base y sobre los instrumentos. Los fines están claramente señalados en las palabras de San Pío X
y
de Albert de Muo que hemos citado. Es preciso que estén claros
en la mente de todos, y que, aunque en un momento dado puedan
parecer inalcanzables, no
seah sustiru.idos por

males reales aunque
menores que los que en estos momentos se pueden padecer. Un
ejemplo ilustrará

lo que se quiere decir. En la Rusia de Stalin
cabía desear la Rusia de Breznev e incluso combatir para que esta
adviniese. Pero este combate sería estéril desde nuestro punto de vista
si se cifrara en la segunda
síru.ación el

fin a alcanzar como si ello
fuese el bien social.
Solamente teniendo

candencia clara de que es
también un mal, aunque menor que el anterior, y que, por tanto,
tam­
bién habrá que combatir, en su día, puede organizarse una acción po-
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NUESTRA ACCION
sitiva para restaurar la sociedad. El considerar el mal menor como un
bien es el mayor obstáculo para la acción que propugnamos. Ello
nada tiene
que ver con otra postura-·posible y también estéril cual
es un purismo tal que todo aquello que no sea
el bien no -ha de me­
recer nuestros trabajos. Debemos dedicar esfuerzos y sacrificios para
conseguir males menores, pero teniendo siempre idea clara de lo que
pretendemos
y de cual debe ser nuestra meta final. Es la virtud de
la Prudencia la que debe guiar nuestros pasos también en este te­
rreno.
Todo ello implica tener una doctrina. Lo que no supone unos
conocimientos tan profundos y exhaustivos que nos lleven toda una
vida conseguirlos
y que, a la hora de la muerte, aún no hubiésemos
alcanzado. Son más bien unos principios sólidos los que se necesitan
para permitirnos en todo momento saber lo que queremos. Y esos
principios han de llevarnos forzosamente a la acción. Porque, como
decía Eugenio Vegas, ya en
1933, acción sin doctrina vale como edi­
ficar sobre arena y doctrina sin acción es un levantar-castillos en el
aire.
No basta actuar; hay que hacer obras útiles. Por lo que es indis­
pensable, antes de actuar,
saber con

precisión qué es lo que se debe
hace.L·, según

dice Eugenio Vegas. Cuántos esfuerzos malgastados por­
que quienes se habían entregado a la acción no sabían
exactamente
qué

querían. Y cuántas veces esos esfuerzos a la larga sirvieron más
al adversario que a las intenciones de quienes en ellos arriesgaron
tiempo, dinero y
tal vez la vida.
Que el deseo de saber no posponga
la acción hasta que ésta ya sea
imposible. Y que el impulso de actuar no nos lleve a una acción sin
el menor futuro. Una vez más la Prudencia iluminando nuestro es­
tudio y nuestro hacer.
Una vez considerado
el fin, esto es, la doctrina, es preciso ana­
lizar
a quien esa doctrina se dirige. Los hombres, tal como son, como
viven y quieren y sienten, han de ser objeto de nuestra meditación.
Porque esos hombres han de edificar la sociedad y en caso de que
deserten de sus obligaciones padecerán las consecuencias de sus aban­
donos
y complicidades.
Lenin había dicho: Si hubiera habido en Petrogrado, en 1917,
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFU
solamente algunos millares de hombres que supiesen bien lo que
querían, nunca hubiéramos podido tomar el poder en Rusia. P_ero si
las palabras de Lenin pueden animarnos a concebir esperanzas sobre
la importancia ·de una minoría consciente
y decidida, también deben
hacernc;,s recapacitar

que los hombres, por lo general, son -
apático~ y
pusilánimes· y que más bien lamentan el bien perdido que se esfuer­
zan decididamente en conservarlo. Jean Ousset en su libro
La Acci6n t_iene acertadas consideracio­
nes sobre psicología humana·
y a él nos referimos principalmente en
este tem.a.
Esperar el éxito únicamente de la bondad de las instituciones o
de la verdad de las ideas es insensato. Tienen gran· valor unas
y otras.
Pueden facilitar_ nuestro trabajo como la buena herramienta decuplica
las posibilidades del buen artesano. Pero la herramienta no consigue
nada sin el obrero. Y un buen obrero puede sacar partido de una mala herramienta mientras que un instrumento excelente en manos
de un chapucero es de poquísima utilidad.
De ahí la importancia primordial de contar con el hombre. Pero
no todos los hombres están dotados para los mismos trabajos ni tie­
nen los mismos intereses e inclinaciones. Por ello es precisa la exis­
tencia de una minoría capaz de suscitar el trabajo de los demás en
los campos en que estén dispuestos, por capacidad, por-afic,ión, por
temperamento, a trabajar.
Esa minoría es la que ha de saber utilizar los instrumentos con
el mayor rendimiento posible a fin de que su
acruación se

multipli­
que en la de los de.tnás. Para ello se requiere entrega, sacrificio, co­
nocimiento
y, sobre todo, conciencia de que se realiza un deber que­
rido por Dios
y de ral importancia que es la única posibilidad de
construir la sociedad
tal como Dios quiere que exista.
Se trata, pues, de un problema de reclutamiento de efectivos. Pero
de efectivos muy cualificados
y que· no tienen por qué ser muy nume­
rosos. Cuánras veces hemos oído decir: Si fuéramos 50.000, 100.000, un millón, esto cambiaría. Ahora bien, un millón ¿para qué? Basta­
rían mil_ personas resueltas
y con conciencia de las necesidades para
movilizar ese millón que se. juzga necesario. Ahí está, pues, el pro­
blema. En el reclutamiento de los mil.
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NUESTRA ACCION
Como dice Ousset, es preciso saber realmente cuáles son los hom­
bres que se necesitan. El hombre concreto
y completo. De nada valen
esas conversaciones ridículas y ·deprimentes, evocadoras del personaje
señalado con sus nombres y apellidos, que es muy conocido por nos­
otros y en la sociedad ... muy impuesto en esto, muy competente .en
aquello, que serviría perfectamente, que podría . . . si quisiese. Pero
que precisamente no querrá o no podrá nunca. Porque es débil, por­
que está enfermo, porque su mujer se lo_ prohíbe, porque es capri­
choso, porque prefiere la casa, el fin de semana o el confort, porque
acaba de ser nombrado para un importante puesto . . . en Caracas,
porque su profesión no le deja ni un segundo, porque el aire le aca­
tarra o porque se acuesta temprano.
No sirve para nada, o para casi nada, el amigo admirable, oculto
en la intimidad de su hogar
y que sería capa_z de salvar el mundo ...
pero que morirá sin haber hecho otra cosa que decirnos en secreto que está totalmente
de· acuerdo

con nosotros. Más que un millón de
éstos vale un Pablo de Tarso, un
Hernán Cortés,

un Ignacio de
lo­
yola, o un Mao Tse Tung. Y es necesario tenerlo muy presente para
evitarnos
desilusiones y decepciones que podrían acabar incluso con
nuestra moral.
Hombres que saben lo que quieren y decididos a conseguirlo, con
prestigio en el
ámbit0 en

que se
.thueven, cualquiera
que sea éste,
es lo que hay que buscar en estos momentos.
Lo que requiere un
profundo conocimiento de la condición humana. Porque de la elec­
ción de los hombres
y de su ubicación en el lugar donde realmente
pueden ser útiles depende el
éxita de la, acción.
Cuántas empresas
han fracasado porque a
un sujeto

con grandes cualidades de pluma,
por
ejemplo, y que podría escribir magníficos artículos de periódico,
se le ha asignado una misión de relaciones públicas, para lo cual no
sólo no estaba capacitado sino que incluso era contraproducente.
Este agudo sentido para calibrar cualidades
y aptitudes debe ser
ejercitado en todo
·momento porque

si bien hay que tener niuy
en
cuenta

que el campo de actuación normal de los hombres es su me­
dio social
y en él es donde corriente.mente obtendrá mejores resul­
tados,
es necesario
saber detectar la excepción que puede ser mucho
más útil ampliando
~u actividad

a otros terrenos.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOFlA
Los ejemplos citados por Jean Ousset ilustrarán estas considera­
ciones:
¿Se trata de campesinos? NormaJmente no hay clase social menos
revolucionaria. Sin embargo, gracias a los campesinos de la Vendée
fue detenida la Revolución
désde sus comienzos, mientras que en
tiempos de la Reforma en Alemania fueron· la clase más revolucio­
naria.
Si nos referimos a la élite intelectual: filósofos, escritores, artis­
tas, profesores, pocas clases sociales tendrán más influencia que ellos.
Y, sin embargo, doce pescadores judíos, analfabetos en su mayoría,
cambiaron el mundo con
el l;l,nuncio de una "buena nueva".
¿Quiénes más alejádos de los problemas de la vida ·política inme­
diata que los monjes? Pero pueden convertirse en el árbitro de Euro­
pa si se llaman San Bernardo, o, por el contrario, deshacerla, si se
llaman Martín Lutero.
Las jóvenes campesinas esperan el matrimonio ayudando a su
madre en las faenas de
la casa. Excepto Juana de Arco que salvó a
Francia al frente del ejército. Y los pintores de la construcción nor­
malmente pasan
la vida con sus brochas, excepto en el caso de Adol­
fo Hitler. Lo que viene a confirmar que el hombre, con sus virtudes y sus
defectos, es elemento básico en la acción que se quiere emprender. Y
no estamos en situación de perder ningún talento por falta de aten­
ción para descubrirlo. Y mucho menos entregar a un inepto unos
medios que él se encargará de inmilizar, mientras que en manos de
otro producirían excelentes resultados. ¿Cuáles son los instrumentos al servicio de los hombres en su ac­
ción? ¿Qué métodos producirán mejor resultado?
Es también. éste un capítulo esencial por su importancia. Y den­
tro de
ell?s hay que hacer ·una referencia, de_ nuevo, a la doctrina
aunque ahora considerado desde otro punto de vista del utilizado en
páginas anteriores. Hemos dicho que
la doctrina era imprescindible para saber los
fines de nuestra acción
y de este modo tiene un carácter fundamental
y no instrumental. Pero la doctrina es también algo para transmitir
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NUESTRA ACCION
a los demás a fin de que en comunión de ideales se unan a nuestra
tarea.
Es, desde este punto de vista, como puede considerarse a la doc­
trina un medio de acción. Y hay que considerar cuáles son los me­ jores métodos para exponerla
y difundirla. Teniendo en cuenta la
mentalidad del hombre de hoy, sus intereses y motivaciones y, sobre
todo, la necesidad que tiene de recibirla. Una vez más la Prudencia.
A éste se llegará mejor con la doctrina católica, sobre fa empresa;
a aquél hablándole de
la política en su sentido cristiano. Con uno
habrá que ir con sumo cuidado porque sus prejuicios le hacen ver
en
la doctrina social católica algo caduco y reaccionario y sólo con­
venciéndole de la bondad de sus principios, tal vez sin decirle si­
quiera que son católicos, llegará a aceptarla. Otro, en cambio,
la re­
cibirá gozoso desde el primer momento. No hay que ser maximalista en el sentido de pretender que desde el primer momento se ha de
aceptar íntegramente la doctrina de la Iglesia, sino que se trata más
b;en de

una labor de siembra y de
aa.ltivo que

con la ayuda de
Dios
ha de granar en espléndida cosecha. Cada hombre es un caso y no
valen, pues, reglas generales. Pero esta· parcelación de la
verdad no
quiere

decir en modo alguno una tergiversación de
la misma. Nada
tiene que ver
el explicar a un padre de familia los porqués de la
Humanae Vitae y no hablarle de la Quadragessimo Anno1 con defen­
der el uso de la píldora anticonceptiva para caer más simpático con vistas a más tarde exponerle la verdad.
También hay que considerar aquí los medios económicos. Tan
convenientes y casi siempre tan escasos. Aunque como muy bien dice
J ean Ousset, una cierta pobreza no es obstáculo para la acción. Sino
que más bien despierta el ingenio, templa las almas y suscita mayo­
res energías

y adhesiones en quienes combaten. Hay que
téner pre­
sente

que nuestro combate nunca tendrá a su disposición las canti­
dades que la subversión recoge fácilmente de fuentes más o menos
ocultas y algunas de ellas insospechadas .. Por ello existen dos reglas
que nunca deben olvidarse: No intentar acciones superiores a las pro­
pias disponibilidades y entre varias, a un mismo costo, emprender
aquella que dé más rendimiento.
Es sumamente peligroso el ilusionarse con empresas condenadas
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
de antemano al fracaso por falra de disponibilidades materiales. Ade­más
del desánimo que el fracaso de las mismas produce, se ha per­
dido un tiempo precioso que habría fructificado en otras empresas
más rentables. Y, sobre todo, hay que convencerse de que la
.falta
de recursos para intentar determinada acción no nos excusa para no
emprender ninguna .. Tal vez hoy no
sea factible
hacer
Un -periódico,
pero

lo que siempre está a nuestro alcance es convencer a un amigo,
a un compañero de_ trabajo, a un vecino o a los padres de un amigo
del colegio de_ nuestros hijos.
Este tipo de acciones está siempre a nuestro alcance. Y no supone
en absoluto despreciar las otras mucho más vistosas
y resonantes pero
tal vez más ineficaces. Y, además, ésta preparará las otras. Porque
¿de qué valdrá editar con grandes sacrificios un periódico de nues­
tras ideas si luego
·no lo

comprase nadie? Y ¿para qué organizar
_gran­
des

ciclos de conferencias si luego iba a estar vacía-la sala?
Es preciso
este trabajo

previo de conquista de espíritus. Una vez realizado, serán
,,posibles todas' las demás

acciones. Y
·en esta

acción humilde y silen­
ciósa pero

sumamente eficaz tenemos que verter todos los recursos
del ingenio
y de la simpatía. Y abí deben trabajar los padres y los
hijos, pues todos tienen algo que hacer. Es ya una primera labor.
La
esposa que conquista al marido, que tal vez. tiene las mismas ideas
pero muy enterradas por su trabajo profesional, por
desániffio o
sim­
plemente porque nunca se ha detenido a pensar en ellas. El marido
que ilusiona a su mujer, tal vez demasiado ocupada en cuidar a los hijos o en hacer que los ingresos del esposo lleguen hasta fin de mes.
Cuántos padres han perdido a sus hijos porque
nunca se

preocuparon
· de

que sus ilusiones continuaran en ellos y cuántos hijos modelos de
propagandistas de una idea hablan a todo el
mundo de

ella ... menos
a sus padres. Y de la famila a los amigos, a los compañeros de trabajo, a todas
aquellas personas con las que la vida nos pone en relación. Hay que
hablar, hay que reunirse, hay que programar acciones. Y una vez conseguido esto ya es muy fácil el Congreso, la gran conferencia, la
revista o el periódico.
O,mo dice

el magnífico libro
El Reto, que con La Acción debía
ser un libro de lectura
y meditación diaria para:' prepararnos al com-
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NUESTRA ACCION
bate ideológico al que estamos llamados, por voluntad de Dios y por
nuestro propio interés, hace falta un
grupo de hombres no solamente
formales, hábiles,. resueltos, tenaces, sino también diferentes entre
sí, repartidos por todos los lugares y medios; ·valerosos y _conscientes
de sus responsabilidades.
Un grupo de hombres que, habiendo captado bien el espíritu_ de
lo que hay que hacer,
es-capaz

de
sugerir, promover,
orientar, ejecutar
incansablemente.
Un grupo de hombres unidos por una misma voluntad, pero no
agrupados en una formación compacta.
Un grupo de hombres con temple suficiente para que estando
unidos en los métodos, en la persecución de un mismo fin, no se
sientan desalentados al sentir la impresión de combatir en un aisla­
miento inevitable. Un grupo de hombres que estén a la vez unidos
y dispersos, que creen a la vez unidad y diversidad.
Un grupo de hombres que, sea cualquiera su
procedencia, social,
sus

opiniones políticas, tenga
por encima
de todo uri espíritu común
que les impida fijarse solamente en su actividad particular. Su com­ promiso no será fecundo si no se actúa. Podrán luchar unos en el
campo sindical, otros en
el religioso o universitario, pero todos debe­
rán tener en cuenta
la circunstaricia del combate general, dentro de
los cuales su acción
part.icular encuentre
su justificación y sus límites.
Un grupo de hombres que creen centros de energía, donde un
mínimo de hombres impulse a un máximo de ellos. La constitución de un grupo tal no se logra por decreto.
Se tra­
baja
y se esfuerza uno ·en formarlo.
Hasta aquí la larga cita tomada de
El reto, pero que ilustra al
máximo lo que se debe hacer dadas las características de nuestro com­ bate y los medios a nuestra disposición. Hay que reunir a esos
hom­
bres

y esa es
la primera y más urgente tarea.
TeniendO en cuenta también cuál es el mundo que nos rodea,
su mentalidad ambiente, sus filias y sus fobias, las posibilidades que nos ofrece con la existencia de instituciones· utilizables
y mejorables
a las que hay que dar una vida
y una efectividad de la que ahora
carecen. De esta
manera, en esta acción

múltiple y flexible, podrá
_recons-
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FRANCISCO /OSE ,FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
truirse la ciudad tal y como que.remos que· sea. Pero con-nuestro es­
fuerzo ilusionado. Porque de nada -vale el pe.osar que sería· inuy her­
moso que esta tarea fructificase si no agarramos el arado y esparci­
mos la semµIa. Y si no abonamos, regamos, podamos ...
BIBLIOGRAFIA ESPECIALMENTE RECOMENDADA
Se ha buscado la facilidad de su localización por lo que prácticamente se
ha reducido a trabajos ·aparecidos en VERBO,
]EAN ÜUSSET: La Acción. Speiro, Madrid; 1969.
EDUARDO COLOMA: El reto, Escelicer, Madrid, 1972.
GONZALO CUESTA: HombreJ de principios y acción: VERBO núm. 33.
}EAN

ÜUSSET:
Fátima o el deber de estado. VERBO núm. 58.
EUGENIO VEGAS LATAPIÉ:
Doctrina y Acción, VERBO núm. 60.
Feo. JosÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA: Acción. VERBO núm. 84.
MICHEL CREUZET: EJ Congreso de un método. VERBO Q.úm. 85-86.
JUAN
V ALLET: La revolución francesa y su refleio ulterior en la ordenación
de los
Municipios. VERBO núm. 97-98.
JUAN
VALLET:
La Octogesima Adveniens, ¿ha derogado la doctrina social
católica? XII, VERBO núm. 97-98.
JEAN
OussET: _Las razones de nuestra esperanza: VERBO núm. 117-118.
RAFAEL GAMBRA: Sentido cristia110 de la acción. VERBO núm. 119-120.
250
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