Índice de contenidos
Número 291-292
Serie XXX
- Textos Pontificios
-
Actas
-
Recuerdo de nuestra IX Reunión, y presentación del tema de esta XXIX, de amigos de la Ciudad Católica: La «praxis» democrática
-
La religión democrática
-
Contradicciones de la partitocracia
-
Psicología de masas y manipulación política
-
Los medios de comunicación de masas en la democracia
-
Democracia y educación
-
La praxis democrática en las grandes instituciones del Estado
-
Moralidad y democracia
-
Parlamentarismo y realidad extraparlamentaria
-
El coste económico de la democracia
-
El lenguaje en la práctica democrática
-
La democracia educativa en EGB
-
Democracia educativa en BUP
-
- Información bibliográfica
- In memoriam
Autores
1991
Moralidad y democracia
MORALIDAD Y DEMOCRACIA
POR
JAVIER NAGORE YÁRNOZ
INTRODUCCIÓN
El tema común para la XXIX Reunión de amigos de la Ciu
dad Católica, que estamos celebrando -«La praxis democráti
ca»-, parece indicamos que dejemos de lado toda teoría, para
poner de manifiesto los
frutos democráticos en las áreas de diario
vivir. Frutos religiosos, morales, éticos, culturales, informativos,
etcétera, nacidos de los principios que informan una democracia
tal
y como se configura ésta; al menos tal y como se nos aparece
hoy en los Estados, en las formas de gobierno, en
la sociedad
en suma. Conferencias y foros han puesto de relieve, en estos
días, vatios de esos
frutos; muchos, en realidad, si contamos
tantas intervenciones de nuestros amigos. Sin embargo, la abun
dancia de esos frutos no
significa su bondad. Al contrario, del
axioma evangélico
--«por sus frutos los conoceréis»-que pu
diéramos aplicar, que debemos aplicar, mejor dicho, a los
prin"
cipios democráticos, conocemos que del tronco de donde nacen,
la democracia,
no pueden salir frutos mejores. Porque una de
mocracia, tal como hoy se entiende, fundada casi exclusivamen
te en una legalidad convencional -perverso fruto de una igual
dad y una libertad desviadas de sus fines
esenciales-, no puede
cohonestarse con la legitimidad moral ( 1
).
Poco tiene que ver la democracia, tal y como se entiende,
tal
y como se practica, es decir, empapada en un neoliberalismo
(1) d'ÜRs, Alvaro, Carta, el 20-VIII-1990.
Verbo, núm. 291-292 (1991). 161
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JAVIER NAGORE YARNOZ
socializante (o en un socialismo liberal, como más guste), con
la Democracia genuinamente cristiana
-
designaré con mayúsculas, para distinguirla de esas otras demo
cracias, incluso la demócrata-cristiana-, la que acata el orden
absoluto de
los seres y de sus fines ; poco tiene que ver ésta con
las democracias tan lejanas de aquel acatamiento a la base moral
racional, inherente a la humana naturaleza, como para ignorarla
e, incluso, combatirla. Tales democracias se convierten automá
ticamente en formas, descaradas o encubiertas, del absolutismo
del Estado (2), en
el que --con forma totalitaria o democrática
se produce igualmente una subordinación de la moralidad a la
utilidad. Esto, repito, cuando la Moral no se ve eliminada del
hdrizonte colectivo y personal, en un proceso que afecta a las
esferas pública y privada de la convivencia;
y que repercute,
además, gravísimamente en el Derecho positivo;
ya que la mo
ralidad genuina es la única fuente segura para un correcto desa
rrollo del ordenamiento jurídico. Y esta crisis afecta no solamen
te a
las exigencias espedficas de la moral cristiana, basada en la
Revelación, sino que afecta, también directísimamente, a las
exi
gencias comunes de la moral natural, moral racional, basada en
la esencia y en la naturaleza del hombre.
«Ninguna experiencia política, ninguna democracia puede
so
brevivir si menosprecia la moralidad común de base ... Ninguna
ley escrita garantiza suficientemente la convivencia humana
si
nd extrae su fuerza íntima de ese fundamento moral» (3 ). Estas
palabras de nuestro Santo Padre Juan Pablo
II, resumen siglos
de historia, de regímenes políticos y formas de gobierno.
Tal vez porque no ignoran
esa verdad fundamental -aun
que la silencien e intenten olvidarla-, Estado y gobiernos que
predican hoy el relativismo moral
y niegan la determinación de
principios morales o éticos universales, rinden, sin embargo, a
la moral y a la ética aquel tributo que, según
el dicho popular
y profundo, el vicio rinde a la virtud ; y que
es el concepto más
cabal de la hipocresía.
(2) Pío XII, Benignitas et humanitas (AA, 37), 1945.
(3)
JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos de Milán, el '19-I-1982.
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
En efecto, esos Estados y· gobiernos -tanúsimos de éstos
democráticos-apelan constantemente a los derechos de la per
sona, a su dignidad, a su libertad, a tantos otros derechos hu
manos -la tabla de ellos figura destacadam,,nte en sus progra
mas
y constituciones demdcráticas-, y que no pueden ser tales
derechos humanos si no
se fundamentaran -mal que les pese
a
esos Estados y gobiernos-en una invariante moral. Precisa
mente, esta invariante moral, este absoluto, también en la esfe
ra del orden político,
es lo que justifica a Estados y gobiernos;
es decir, la que cualifica
sus decisiones; aquellas decisiones de las
que nacen las leyes, los actos
de gobierno y del poder coercitivo
y las sentencias judiciales ; la que califica a los sujetos
-quienes
quiera que sean-de tales decisiones; la que hace, en última ins
tancia, que se reconozcan subordinados a ciertos fines y normas
que
son superiores a la voluntad de cada uno, a los pactos de
muchos, y hasta a un pensamiento generalizado o
casi unánime
en
la sociedad ( 4 ).
Sí, ¡ ya lo creo!, existe una invariante moral incluso en las
democracias fundadas en la legalidad convencional y en un
rela
tivismo o permisivismo moral, consecuencia de tal legalidad. Y
es a esa invariante moral a la que aquellas democracias rinden
el tributo análogo al que a la virtud rinde el vicio. Tal es tam·
bién su
hipocresía, su falsedad.
Poner tal hipocresía, tal falsedad, de relieve, pretende ser
el
objetivo de este trabajo, que voy a repartir en muy pocos epígra·
fes. Los enuncio aquí mismo para el buen orden expositivo:
l. La moralidad: postulados y principios.
2.
La características de la moralidad: objetividad, universa
lidad, legitimidad.
3. Postulados
y principios democráticOs.
4. Las características de la democracia al uso: subjetividad,
relativismo, legalidad convencional.
(4) GUERRA CAMPOS, José, La invariante moral del Orden PoUtico,
Conferencia en el Club Siglo XXI, el 29-IV-1982.
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5. Dos preguntas con sus respuestas poéticas.
6. Un final de
esperanza, ·
l. La moralidad: postulados. y principios.
La moralidad es la conformidad de una acción o una doctrina
con los preceptos de la moral, es decir,. de todo lo relacionado
con la clasificación de las actos humanos en buenos y
malos desde
el punto de vista del bien en general. Provenga la palabra del
latín
mos, morís = costumbre, o filológicamente de modo, mo
deratio = templanza, moderación, justo medio, en todo caso su
giere algo relativo a las costumbres, que es menester moderar o
atemperar según determinadas normas. Es, pues, cualidad
de las
acciones humanas que las hace buenas.
De .ahí que la moralidad
pública haya de referirse a una función del Estado y de su
Ad
ministración para velar por la conservación de la moralidad (5),
pues en la conservación de la
mo.ral se <:ontienen aquellas formas
y exigencias que han de reconocerse como el límite asignado a
la libertad de conducta del individuo en la vida social ;
es una
de las funciones de Estados y gobiernos ; tal
vez la de mayor
importancia.
A «groso modo», en
el desarrollo de la moralidad pública
pudieran distinguirse tres períodos. En
el primero, el Estado se
limita a asegurar la máxima observancia del sistema moral de la
Iglesia. (Estamos hablando, naturalmente,
de un tiempo en el
que
el Estado, cuando éste surge en la Edad Moderna, adquiere
la función de guardián de
la moralidad). En un segundo período,
a consecuencia. del eudemonismo, que persigue solamente la
feli
cidad temporal de los individuos y de los pueblos ( como si pu
dieran ponerse frenos a las pasiones en nombre de la materia),
el Estado
dicta unas disposiciones encaminadas a esa felicidad
temporal, contemplada como fin exclusivo.
Por último, en el ter
cer período, el actual,
el Estado, influido por un liberalismo ra-
(5) MAili MoLINER, Diccionario del uso del español, H-Z, II, 1980,
pág. 453; RoYO MAR.fN, A.¡ Teólogía moral para. seglares, 1973, pág. 3 . .
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MORALIDAD Y· DEMOCRACIA
dical --que tiñe a su vez todas las manifestaciones democráticas-,
elimina
gran númeto de las leyes reguladoras de la moralidad
....,-privada y pública-, y la policía de las costumbres no atiende
a la .inmoralidad en sí, sino únicamente en cuanto que
su difu.
si6n a la excitaci6n a ella amenace intereses tutelados por una ley
humana
--desarraigada, por tanto, para el Estado, de su bases en
la ley natural
y. divina-y protegidos, tales inteteses, por el Es·
tadcJ mismo. En este tercet petlodo no existe, l6gicamente, un
criterio superior
al bien del Estado, y la expetiencia enseña que,
con semejante sistema, la moralidad pública se convierte en
pú·
blica inmoralidad.
«Hay quien
no acepta --decía el Papa Pablo VI-ningún
principio moral absoluto: es el petmisivismo modetno ( el teteer
período de que hablamos) que rechaza toda norma superior vin·
culante» (Alocuci6n del 20-VII-1977). Pues bien, la sociedad pet·
misiva, formada por hombres que se dicen aut6nomos, caracte
riza buena parte
del mundo occidental, democrático. El humanismo
sin dimensi6n trascendente ha logrado configurar una sociedad
en la que predomina la pérdida del pudor, la exaltaci6n del sexo,
y, como consecuencia, el envilecimiento de la condici6n del hom
bre. Un factor decisivo -manifestaci6n de otros más graves-
ha sido
la actitud de los medios de comunicaci6n sodaL A tra·
vés de la prensa, del cine, de la televisi6n, de los anuncios, el
hombre de
hoy está som~tido a una presi6n que alcanza el ám·
bito familiar, la intimidad de las conciencias.
En una sociedad totalmente permisiva -«ideal» de la demo
cracia, tal y como se predica por los dem6cratas---, se pone en
peligro
la igualdad, la seguridad y, en último término, la misma
libettad que es reducida a una ficci6n. Es decir, se destruyen los
principios mismos en que, dicen los demócratas, se fundamenta
la democracia por ellos alabada. Sí, hasta la libertad se reduce a
una ficción, pues,
¿ quién es libre para negar y combatir esos dog
mas democráticos sin ser tachado de fundamentalista o fascista,
confundiendo así los
principios morales con las ideas políticas?
Y no solamente se reduce la libertad de los demás --de los que
niegan
la petmisividad a ultranza-, sino que, también, en el. as·
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pecto moral se desarrolla algo peor que la hipocresía; pues si
antaño
se hacía el mal pero se daba a entender lo contrario, ho
gaño el permisivista hace el
mal, proclama que está bien, y, con
una violencia que no se detiene ante nada, pretende imponer en
la vida social su ruina personal.
Ni el
más acérrimo defensor del permisivismo suele negar
que la pornografía representa una amenaza para la gente joven.
Sin embargo,
es más corriente oir decir, por ejemplo, que lacen'
sura moral es conveniente para la juventud, pero innecesaria para
los adultos. Se
dan así soluciones distintas para un mismo pro
blema, olvidando que lo que afecta a un joven afecta también a
un adulto { «lo que mancha a un niño, mancha a un viejo», solía
decir el Venerable Siervo de Dios José María Escrivá de
Balagner,
fundador del Opus Dei); porque, en ambos casos, es la natura
leza humana la que
se degrada con un tratamiento que la rebaja
al nivel de las bestias. Y cuando
se reduce al hombre a sus ne
cesidades fisiológicas, nada queda a su capacidad espiritual y
equilibrio psicológico que
lo distinga de las bestias. Su libertad
se resuelve entonces en
el condicionamiento absoluto al deter
minismo físico.
Insisto: este comercio de los instintos del hombre
es una nue•
va esclavitud que
se contempla con indiferencia por muchos que
se dicen
--como se dicen todos los demócratas-amantes de la
libertad. Lo cual lleva consigo
la negación del derecho de la per,
sona a la moralidad pública; y este derecho a la pública morali,
dad por parte de todo ciudadano es uno de los derechos humanos
más importantes y más olvidados -¿ aparece en la famosa decla
ración de Helsinki?; yo, al menos no lo recuerdo--, puesto que
sin
ese. derecho, de todos y cada uno, a salvaguardar su moralidad,
el hombre se ve privado de una
cualidad que, junto con la ra
cionalidad del pensar, lo ha hecho, precisamente, hombre; lo ha
separado y puesto por encima del reino animal ( 6
).
(6) La crisis moral se resume, como en el texto, en las encíclicas y
Documentos pontificios: Mater et Magistra (AA, 53. 1961); Summi Pon
tificatus, 26 (AA, 425-426; 1939); y Siammo particolarmente (AA, 52,
1960; en GuTIÉRREZ GARCÍA, J. L., La concepción cristiana del ordpz so-
cial, BAC, 1978, págs. 226 y sigs. ,
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
No hay más que mirar en torno para darse cuenta -a poco
que se ejerciten la vista y el raciocinio----que hoy se está pro
duciendo, en progresión geométrica, una
pérdida de la moralidad
objetiva; e, incluso, una inversión acentuada en
la recta aprecia,.
ción de los valores individuales y sociales.
Y aquí caben
dos preguntas básicas en esta materia: ¿ Cómo
se ha llegado a tal crisis moral? Y, ¿ cómo conocer en materia
de moralidad lo que es degradante, si previamente no se conoce
con certeza qué
es el hombre?
Bien ; no
se alarmen ustedes ante la envergadura de estas pre
guntas que exigirían, para su respuesta completa, muchos trata
dos filosóficos, jurídicos, políticos, etc.
Yo voy a contestarlas
desde el sentido común, que es, también, fundamento esencial
del sentido cristiano o, mejor dicho, católico de
la vida. Pues,
no cabe olvidar que si la
virtud natural se eleva a sobrenatural
por la Grada, también
el sentido común, propio de la natura
leza humana racional,
se desarrolla por completo con ayuda de
aquélla ; llega a ser un don: el de Sabiduría.
Que el fin natural del hombre
se halle en estrecha relación
con la norma de moralidad
es una proposición de sentido común.
Pero ...
«Hubo un hombre nefasto, llamado Juan Jacobo Rousseau»
han de recordarse aquí estas palabras, pronunciadas
por José
Antonio Primo de Rivera en
un acto político cual fue el cele
brado en el Teatro de la Comedia, en Madrid, el 20 de octubre
de 1933, en
el que se fundó Falange Española; y las recuerdo
porque las tesis
de aquel «hombre nefasto», para degradar am
bos conceptos -que pensaba que toda voluntad es naturalmente
buena, justa y
sana-afectaron por igual a la moralidad y a la
democracia. Su antropologfa -----seguida por ideologías anticristia
nas tales como el liberalismo, el socialismo y la democracia
libe
ral-socialista o socialismo democrático, que viene a ser igual en
el fondo, e indusd en la
forma-olvida el pecado y la grada,
vllCÍa de todo valor positivo los conceptos de conciencia y de
responsabilidad, y disuelve el de libertad,
para tomar como re
gla de la naturaleza su propia corrupción, ya que si el hombre
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realiza actos que no son adecuados al fin de su natutaleza que
da en un nivel infrahumano. Olvida o desprecia así su condición
de
ser creadc que tiene una dependencia absoluta en su natuta
leza con respecto
al fin que Dios le ha dada. Pues el fin natutal
del hombre
-y, por eso, su primera obligación moral ya en el
orden
natural-es conocer y amar a Dios sobre todas las cosas,
y referir
el amor de sí mismo y de las demás cosas al amor de
Dios como su fin.
Esta exigencia de la moralidad natural la conoce el hombre
con su razón
en sus aplicaciones concretas: en la Constitución
Gaudium et spes (núm. 16) se expresa esto muy bien: «En Id
más profunde de la conciencia, el hombre descubre una ley que
él no se da a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz
resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón: h·az
esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por
Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste su propia dig
nidad».
Sí, el sentido común nos dice que todo hombre debe aceptar
una norma recta de conducta y vivir conforme a ella,
y que sólo
en la medida en que esta norma sea verdadera,
el hombre será
libre. Pero a nadie
se le oculta que la actuación frecuente en con
tra
de la recta conciencia, acaba por deformar ésta y se termina
en la ceguera para reconocer la
ley natural, negando así, también,
el sentido común.
Para contestar a la segunda
de las preguntas -¿ cómo se ha
llegado a esta crisis,· a esta negación del sentido común, de la
racionalidad característica de la humana naturaleza?-hay una
explicación que abarca todas las posibles
«razones» de la ética
y de la moral humanas.
La explicación no es otra sino la de que
se niega el magisterio supremo de la Iglesia.
Pío
XI, citando unas palabras de Manzoni, explicó en qué
sentido
-'-COncurrente y no exclusivo-es la Iglesia guardianá
y defensora de la moralidad natural: «La Iglesia no dice que la
moral pertenezca exclusivamente a
ella, sino que pertenece a ella
totalmente. Nunca
ha pretendido que fuera de su seno y sin su
enseñanza el hombre nii · pueda conocer alguna verdad moral;
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MORALIDAD -Y DEMOCRACiA
por el contrario, ha reprobado esta opjnión más de una vez,
porque ha aparecidd en más de una forma. Dice solamente, como
ha dicho siempre, que por la institución, recibida por Jesucristo
y por el Espíritu Santo, que el Padre le envió en nombre de
Cristo, es ella la única que posee originaria y perpetuamente
la
verdad moral toda entera («omnem veritatem») (7).
Los sucesivos pontífices han reiteradd esta verdad: «Que
Jesucristo, al comunicar a Pedro
y a los apóstoles su autoridad
divina, los constituía en custodios y en intérpretes auténticos de
toda ley moral,
es decir, no sólo de la ley evangélica, sino tam·
bién de la natural, expresión de la voluntad de Dios, cuyo cum
plimiento fiel
es igualmente necesario para salvarse» (8). Cual
quier intento de sustentar
el orden moral en· otros principios
será deficiente, y
más tarde o más temprano se resuelve en una
degradación del hombre.
Y
es que, en suma, la realidad más profunda de la moral
consiste en su conexión con la rdigión; con Dios, suprema rea
lidad. No hay moral sólida si no se fundamenta en Dios. Por eso,
en
el fondo de todo problema moral hay una cuestión de teología
moral;
es decir, de «aquella parte de la teología que trata de los
actos humanos en orden al fin sobrenatural». Pues si bien es
cierto que los problemas morales son objeto material de estudio
por
la ética o filosofía moral, ésta sólo considera a los actos hu
manos a la luz de la razón natural y en orden a un fin honesto
natural, en tanto
· la teología formal se apoya en la divina reve
lación y los considera a
la luz de la razón iluminada por la fe y
(7) Pío XI, Divini illius Magistri, 15 (AA, 22, 1930).
(8) PABLO VI, Humanae vitae, 4, 25-IV-1968. He de advertir que
considero mejor decir «Iglesia cató_lica», «católicos», que «Iglesias cristia
nas», «cristianos», para evitar imprecisiones; en modo alguno con intención
peyorativa o con
·intención de contrapOner los términos respectivos. Sigo,
en estó. al profes'ór ÜRLAND1s, J., que en su estudio titulado, ¿Qué es ser
católico?, explica: «El católico es d cristiano por excelencia, el cristiano
que
goza de la plena comunión_ de la única :Iglésia de Jesucristo. Pero hay
otros cristianos que no gozan de esa plena comunión y, sin embargo, lle
van el nombre. Conviene, pues, precisar la terminología, para rio caer en
ambig(iedades» (op. cit., pág. 13). .
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JAVIER NAGORE YARNOZ
conduce a los actos humanos al fin último sobrenatural. Y este
fin es la ra;s6n · misma de la existencia del hombre sobre la
tierra (9).
De ahí que la moralidad, al ser elemento que entra como
componente en todos los actos humanos, implica necesariamente
la existencia
de Dios y de la religión. Sin la verdad, sin el bien
no hay moral digna de este nombre. Por eso, el orden moral
se
fundamenta en la ley eterna, en Dios .mismo. Tal es la base
única de
la moralidad; si se niega la existencia de Dios, los pre
ceptos morales se desintegran completamente. No puede haber
moral intranscendente. En todos los sistemas
-también los po·
líticas--cerrados a la trascendencia divina, queda separada la
obligatoriedad moral de la realidad de Dios y surge, necesaria
mente,
la consecuencia de que la ley positiva -sin vínculo ni
con la ley eterna ni con
la natural, que es su reflejo-queda
sin fuerza intrínseca para obligar en conciencia. Tal
es la actual
«legalidad convencional» democrática que,
separando la moral de
la religión, quita a toda su ley su legítimo fundamento.
El negar un conocimiento de la ley eterna que opera
dentro
de nosotros mismos es tanto como negar la existencia de una
ley moral natural. Tal negación no sólo prescinde de lo que es
evidente, sino que llega al absurdo de hacer del hombre una es
pecie de oborto de la naturaleza, la única criatura sin ley. Todas
las leyes están ligadas a la ley etetna, como los vagones
de un
tren a la locomotora; por muy a la cola del
tren que vayamos,
hasta el último vagón
depende del impulso de aquélla. Ninguna
ley humana que viola la ley moral natural puede llamarse ley,
porque deja de estar dirigida a los fines de la naturaleza hu
mana y de setvir, por lo tanto, al bien común del individuo, de
la sociedad y del Estado.
Así, pues, toda ley humana es ley en
la medida en que está en: armonía con la ley moral natural, que
no es otra cosa que la ley eterna vista desde la perspecriva del
hombre.
' Ciettamente, la religión no es causa de la moralidad propia
(9) Royo MARÍN, A., Teologla moral par seglares, BAC, 1973, págs. 3-5.
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
de la ley natural, sino un efecto, un mandato emanado de ella.
Una religión revelada añade muchas cosas a los motivos de
mo
ralidad y a las sanciones propias de la ley moral natural, pero
ésta no presupone bondades y maldades ajenas a
la naturaleza
humana ; sólo presupone
la existencia de una primera causa, pero
la moralidad que establece la establece por sí misma.
El que la
ley moral natural no exija el conocimiento de Dios no quiere
decir que Dios sea superfluo en
el orden moral. Nadie necesita
-dice Farrell-saber que Dios existe para freir un par de hue
vos, pero si Dios no existiera, no habtía huevos
ni posibilidad
de que alguien los friera. El que una causa segunda sea eficaz
no quiere decir que no dependa de la primera.
Si ésta desapare
ciese,
la segunda perdetía toda causalidad; sólo refiriendo la
indudable causalidad de la segunda causa a la primera, aquélla
es inteligible ? explicable.
La fuente próxima de la obligatoriedad de la ley moral na
tural es el orden esencial de las cosas, tal como lo comprende
la razón natural y lo propone la voluntad, pero la suprema y
primera causa de esa obligatoriedad
es la ley eterna, cuyo autor
es Dios. De ahí que -quedó subrayado-toda cuestión moral
resulta ser, en definitiva, no
ya una cuestión ética, de filosofía
moral, sind de teología ; aplicándole los principios
de la ética,
sin
más, no puede resolverse ( 10). Con palabras de Pío XI, «so
bre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del gé
nero; todos los intentos de separar la doctrina del orden moral
de la base granítica de
la fe, para reconstruir sobre la arena mo
vediza de las normas humanas, conduce, pronto o tarde, a los
individuos y a las naciones, a la decadencia moral» ( 11 ).
' La historia no ha hecho, en los años que vivimos -lo mis
md . que hizo en siglos de vida humana-, sino ratificar estas
palabras.
(10) FARRELL, W .• O. P., Guía de la Suma Teol6gica. La búsqueda de
la feliddaá, vol 2.º, 2.• ed., Madrid, 1988, págs. 135-136.
· (11) Id., págs. 142-145.
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JAVIER N.AGORE. -YARNOZ
2. Las. caracteriticas de la. moralidad: objetividad, universa,•
lidad, legitimidad.
La ley moral natural, base de . toda moralidad, es indepen
diente
de toda circunstancia o eventualidad, y engloba la totalidad
de
la vida humana, mejor dicho de la conducta humana, en
cuanto que se extiende a todas. las esferas de la vida personal,
individual y
. colectiva. De hecho es universal, la misma en todo
hombre y
para todos los hombres. A la luz de la raz6n, no hay
dificultad en admitir esto respecto a las inclinaciones naturales
primarias, pues
se encuentra en todos los hombres. «Haz el bien
y evita
el mal», es un absoluto universal; los hombres persiguen
siempre
el bien, aunque sea s6lo una apariencia de bien. Los
preceptos secundarios -los diez mandamientos-- son moralmen
te universales, es decir, son conocidos por una abrumadora ma
yoría de hombres, pues son conclusiones que se pueden extraer
con la raz6n, fácilmente
de aquel primer principio; aunque al
gunos hombres pueden ignorar algunos de ellos a causa de la
corrnpci6n de sus apetitos,
de los malos hábitos, de la educaci6n
o
de la traclici6n (en sentido de costumbre). Lo cual tiene una
considerable importancia coando la · educaci6n es materialista,
hedonista o atea.
Por otra parte, las normas morales son obligatorias, no
de:
penden de la apreciaci6n subjetiva, ni de las situaciones coyun
turales de carácter individual o colectivo, personal. El hombre
ha de someterse a aquéllas, pues el orden esencial de las cosas,
y, más concretamente, el bien racional propio del hombre, es la
fuente pr6xima de la obligatoriedad de la ley moral natural. Esa
obligatoriedad no
se deriva -hay que repetirlo, como lo repetía
Santo Tomás-de un conocimiento de Dios como legislador,
como tampoco los primeros principios del orden especulativo
(no puede haber un
si y un no a la vez; 2 X 2 = 4, etc.) exi
gen. ese conocimiento para tener validez, sino que la obligatorie
dad de la
ley moral se deriva del principio de finalidad que, como
todos los demás, tiene un valor ontol6gico. (El hipotético des-
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
cubrimiento de una ttibu que se atuviera a los diez mandamien
tos y, al mismo tiempo, desconociera la ·existencia de un supremo
legislador, no implicaría una contradicción porque la ley moral
natural
es intrínseca y fluye de la misma naturaleza humana; en
cuanto a la obligatorieda, es una
parte esencial de la noción de
ley, que es, a su vez, primordialmente una
regla de orden, pero una
regla efectiva que, por eso, incluye en ella la idea de obligación).
De estos razonamientos,
basados en el sentido común, el Ma
gisterio de la Iglesia subraya la obligatoriedad, siempre estricta,
de la norma moral en razón de su universalidad, de su última
procedencia
-Dios-y de su fundamento próximo, la natura
leza humana; que es siempre la misma aun' dentro de la diver
sidad, en tiempo y en espacio,
de. los contextos histórico-cultu
rales en los que el hombre se mueve.
Pues bien, la legitimidad de las normas morales se deriva,
muy precisa y lógicamente, de esas características esenciales.
La
identificación de la vida humana con la vida moral indica inme
diatamente la íntima conexión existente entre ley y moralidad,
porque
ésta no es otta cosa que la conformidad con la norma
que regula la vida humana:
la norma o regla de razón, es decir,
la ley. La vida humana
es una vida basada en la razón, no el
resultádo de un capricho,
ni siquiera del capricho divino. Y la
ley que establece esa moralidad y regula una vida razonable, es
producto de la razón.
Se ttata de una orden11eión, de dar una
dirección efectiva a
un movimiento, por lo que es un acto inte·
lectual,
aunque presuponga, naturalmente, el movimiento de la
voluntad. De
ahí que la visión que se tenga de la vida determina la
concepción que
se tiene de la ley. Si la vida se entiende como
un movimiento hacia un fin, ese fin determinará tanto nuestra
concepción de la vida como de la ley. Y así como la vida hu
mana existe a causa de ese fin, que es la felicidad del hombre,
y la moralidad es el medio para alcanzar ese fin, la ley es el ca,
mino seguro para evitar que .el hombre se desvíe y no lo pueda
conseguir. Pero hoy en
día la concepción que se tiene de la vida
y de cuál
es su fin es muy confusa y contradictoria. Se duda de
173
Fundaci\363n Speiro
JAVIER NAGORE YARNOZ
que la vida humana tenga una fina]klad propia ; se niega, inclu
so, que
la tenga. Tal es la causa de la turbia visión del concepto
de ley que muchos tienen hoy, de su absurda
fe en ella, del so
metimiento de la vida a la tiranía de la ley, y, al mismo tiempo,
del paradójico desprecio
de la ley que reina en muchos ánimos
y del resentimiento hacia ella.
Y, sin embargo, los Estados siguen
produciendo leyes masivamente. Olvidados de la
ley fundamen
tal, primera de todas, de la que todas las demás leyes emanan:
olvidados de
la ley eterna, fuente y raíz de todo gobierno, de
toda verdad y de todo orden. No
es extraño, pues, que habiéndola
olvidado, no
se sepa que la ley moral natural no es más que la
participación del hombre en la
ley eterna, ni que la única fina
lidad de la ley humana positiva sea determinar los preceptos de
esa ley moral natural impresa por Dios en el corazón del hombre.
Y en cuanto a las contradicciones,
¿ cabe alguna mayor que
inclinarse ante el poder y el orden de la naturaleza y, a la vez,
querer exceptuar al hombre de ese orden
natural? Contradicción
inevitable, pues si
se quiere suprimir la idea de moralidad
--como en tantas ocasiones se quiere-de la mente humana,
y, por lo tantd, también la de responsabilidad, entonces resulta
imposible insertar
el hombre en el orden natural, reconocer que
está gobernado (como todo el universo) por una
ley que no
viola sino que
perfecciona la naturaleza, y, al mismo tiempo,
suprimir la moralidad.
La naturaleza del hombre es libre ; sus
acciones no pueden ser
el resultado de una necesidad física inelu
dible sin dejar de ser libre. Por lo tanto, la única
ley capaz de
gobernar una naturaleza moral como la del hombre sin hacerla
violencia
es una ley moral.
He procurado resumir ese concepto abstracto de «invariante
moral» en
los postulados, principios y características de la mo
ralidad. La ley moral natural que gobierna al hombre ha de ser
intrínseca, fluir inmediatamente de su propia naturaleza y
dis
poner de todos los elementos necesarios para responder a la
ndción de ley. La ley moral natural no es un producto de la
religión, sino de la naturaleza;
es la naturaleza la que reclama
la religión y no
al revés. La ley es necesaria para la vida huma-
174
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD Y DEMOCRACIA
na porque es una vida Ubre, es decir, moral, y la ley protege esa
libertad.. Su carácter moral es una contundente prueba de lo
mucho que Dios respeta la libertad humana
y de lo mucho que
espera
de ella. Los límites que establece cuando los hombres
desarrollan
esa ley en preceptos positivos justos emanados de
la autoridad, son una garantía para el hombre, pues le
dan la
seguridad de que sigue estando en la cima del universo, por
encima de todas las cosas establecidas por Dios, creadas por El:
por encima de los minerales,
de los animales y de las plantas y
por encima, asimismo, del Estado y de la sociedad.
¿ Se reconoce por la democracia tal invariante mota!? La
respuesta a esta pregunta no exigirá un desarrollo tan extenso
como
el punto antecedente. Sin embargo, exige algunas preci
siones.
3. Postulados
y principios democráticos.
Eugenio Vegas Latapie -a quien tanto debemos-escribió
en uno de
sus trabajos más racional y apasionado -¡ nada hay
que tenga
más carga de pasión que la razón, esa razón que
acaba en la
verdad!-, lo que sigue: «Pueden reducirse a tres
las acepciones de la democracia:
l.ª) el gobierno en que el pue
blo ejerce la soberanía; 2.ª) la sociedad igualitaria que no
reco
noce privilegios de clase; y, 3.ª) la clase popular. La primera
acepción tiene un contenido político y responde a la etimología
de la palabra ( «demos
= pueblos; «kratos» = autoridad, poder).
Las otras dos tienen un significado sociológico ( 12). A la
de
mocracia como clase popular, con su carácter sociológico, no pue
de oponerse, sino al revés, afirmarse en ella aquel principio de
la radical igualdad de los hombres ante Dios, afirmado por
San Pablo, y que hizo desde entonces que el ser hombre fuera
título bastante para que
se les reconozcan derechos innatos ( 13 ).
(12) VEGAS LATAPIE, E., Consideraciones sobre la democracias (Sine
ira et studio), Madrid, 1965, pág. 27.
(13) Cor., 1.•, XII, 13.
175
Fundaci\363n Speiro
JAVIER NAGORE YARNOZ
Por esto --afirmaba Enrique Gil y Robles---, «no se considera
aserción infundada,
ni aventurada siquiera, que la sociedad cris:
tiána, inspirada en la constitución de la ciudad de Dios, deba
ser en todo tiempo y caso
democrática, y que la Democracia es
jurídica exigencia y elemento esencial de las constitucidnes, sea
cual fuere la forma de gobierno, factor y cuestión ajenos a una
materia común a todo
organismo social y político, y que se re
fiere al fondo y base, a la vez que al espíritu informador de la
vida nacional» (14). Esta auténtica Democracia, que
afumó los
postulados, principios y características de la ley moral natural,
de la moralidad, transformó la sociedad antigua, e
hizo, en la
Edad Moderna, cuando surge el Estado representativo orgánico,
que aquella igualdad
se afirmará en lo esencial ( en cuanto al
origen, desenvolvimiento y fin del hombre), perd no en lo ac
cidental (en las diferentes clases sociales), porque semejante igua
litarismo hubiera supuesto la atrofia de la sociedad misma.
Ahora bien, ese igualitarismo en lo accidental fue la enseña
del Renacimiento, primero, de la Reforma, después, y, por
fin
de la Revolución. La soberanía del número fue uno de los dog
mas revolucionarit>s, atribuyéndose, en consecuencia, a todos los
individuos partes rigurdsamente iguales en el ejercicio del poder
supremo,
ya no dimanante de Dios, secularizando el Estado y
no solamente al Estado, sino a la misma sociedad.
La deificación
del hombre
es doctrina pagana resucitada por la Revolución. Y,
así, el cristianismo, religión del Dios-Hombre, parece transfor
marse
-lo quieren transformar-en la religión del hombre-dios.
Las palabras que siguen, también de Enrique Gil Robles, son
perfectamente aplicables a
la situación actual de la sociedad: «Ca
racterizadas la edad y sociedad contemporáneas por principios,
leyes y costumbres divorciados y
enemigds del cristianismo, ya
no hay pueblo, sino masa, y es la democracia vano y sarcástico
nombre que encubre una servidumbre efectiva. Despojado
el
hombre de su valor natural y sobrenatural, y el pobre de la dig
nidad superior de su pobreza, bajd las abstracciones igualitarias,
(14) GIL ROBLES, E., El absolutismo y la democracia, s/f, pág. 17.
176
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD Y DEMOCRACIA
puramente fantásticas, resurgen las antiguas desigualdades; ahora,
originadas del poder
.físico y matetial, el de la riqueza, especial
mente en estas sociedades de tipo industrializado»
(15).
No voy a tratat de las distintas formas de democracia, sino
de su actual concepci6n, politica y social: la democracia
arque
tipo de «instituci6n corruptora» --como la denomin6 Eugenio
Vegas Latapie--, basada en el falso dogma de la bondad natural
del hombre, la de la libertad sin limites y la absoluta igualdad,
la que hoy
se consideta -después, incluso, del desplome de los
principios
democráticos «libetales» y «populares» que inspiraron
las llamadas «democracias libetales» y «democracias
populates
como «condici6n de la dignificaci6n del hombre, quintaesencia
del desatrollo
de la humanidad, presupuesto pata la paz mun
dial» ( 16); de la que, apatte de su contenido político, implica
un sistema cultural; de esa democracia que,
«ya no es, simple
mente, una Qrganizaci6n estatal, sino, además, una forma espe
cial de pensamiento y de vida» (17).
De pensamiento y de vida, basándose en dos principios que se
estimaron axiomáticos ; no se demostraron, sino que se aplicaron
tal y como erróneamente fueton predicados: libertad e igualdad.
El hombre moderno, en consecuencia, se niega a tolerar coacción
y prohibici6n alguna. Los dictados de su propia voluntad setán
su única norma, su única ley. Y, supuesto que es precisOI vivir
en sociedad, la ley será la expresi6n de la voluntad general. Mas,
ese falso principio de que
sólo es políticamente libre el que no
se encuentra sometido más que a su voluntad, y no a una volun
tad extraña, unido al dogma de que todos los hombres nacen
libres e iguales, planteaba un indisoluble conflicto que oblig6
a
los dem6cratas a abandonar sus principios para no verse obli
gados a
reconoeet la legtimidad de la anarquía. Se prescindió del
principio de unanimidad
y se adoptó el principia mayoritario.
( 15) Id., págs. 25 y sigs.
(16) LucAS VBRDÚU, P., Democracia, «Nueva Enciclopedia Jurídica
Seb<», VI, 1954, pág. 771.
(17) ADAMOVICH, L., cit. por LucAS VERDÚ, op. cit., pág. 771.
177
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JAVIER NAGORE YARNOZ
Pero esto tampoco supone libertad, sino libertad de la mayoría
solamente; y, así, el campo
de la libertad individual está tan
sometido a los caprichos
de lá mayoría como en el Estado no
democrático lo están los ciudadanos a los caprichos de los gober
nantes.
Por eso, resulta que en una democracia como la actual se
produce en la aplicaci6n del principio de lo que se considera
hbertad una sola alternativa:
si el principio se confiesa en abs
tracto como valor supremo del individuo, se concluye en la anar
quía,
es decir, en la supresión de la libertad para la masa de los
débiles ; pero si
se aplica el principio como libertad de la ma
yoría, entonces se produce la muerte de las libertades concretas
de todos los demás.
En el otro campo, el de la igualdad, la afirmación democrá
tica de que los hombres nacen iguales en derechos, y que las
distinciones sociales
no pueden ser fundadas más que en la utili
dad común, choca con
la realidad de tal modo que hace impo
sible la aplicación del principio ; y, por ello, todas las democra
cias de hoy están tan alejadas como cualquier Estado no
demoL
crático del ideal de igualdad de los ciudadanos ante los deberes
de obediencia. Y
lo mismo pudiera decirse de los derechos fun
damentales, que
no son tales por haberse proclamado así en las
constituciones, sino por ser reconocidos por
la ley natural y ser
atemperados por el bien común. Porque no
se puede sacar de
la igualdad la fraternidad, como quieren los demócratas. El pun
to
de partida no es la igualdad, sino la fraternidad, porque los
hombres somos
-no a. título simbólico, sino realmente-her
manos: este vínculo
de sangre, reforzado en nuestras creencias
por el
vínculo sobrenatural de la filiación divina, crea la igual
dad sustancial, la que exige hacer lo posible por igualar diferen
cias. En cambio, el igualitarismo nivelador no
,puede crear la
fraternidad; sólo engendrará rivalidades. Su símbolo dirá Gon
zalo Fernández de la Mora, es la envidia (18).
(18) CHEVROT, G., Sim6n Pedro, 11.' ed., Madrid, 1977, págs. 182-
183; FERNÁNDEZ DE LA MoRA, La envidia igualitaria, Barcelona, 1954.
178
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD Y DEMOCRACIA
4. Las características de la democracia al uso: subjetividad,
relativismo, legalidad convencional
La democracia se basa en leyes convencionales dependientes
de las circunstancias de
época y lugar; pero fundamentar la ac
tuaci6n del hombre en el comportamiento moral de la mayoría,
implica el reconocer que la moralidad depende de estados de
opini6n. Hoy, con el apoyo de
la Sociología, se da apariencia de
asepsia científica a
técnicas utilizadas con unos juicios de valor
previos.
Se procura por cualquier medio -estadístico, por ejem
plo--. Así, al de cierto número de personas que piensan, ejemplo
también, que no es un crimen el aborto o que viven en una situa
ci6n
desarreglada moralmente. Luego ese dato sociol6gico se saca
del entorno del que se ha obtenido y
se utiliza como un ariete con
tra los principios más elementales del Derecho natural. La tercera
fase de este rápido proceso
es una consideraci6n que pretende
justificarse en la historia. Afirma que lo que ayer era considerado
escanadaloso, hoy no tiene por qué serlo; el hombre es distinto
-dicen-, ha progresado. De este modo tan sencillo se preten
de primero
justificar, y después imponer, un mal moral como
algo bueno (19).
De esta pretendida objetividad -que no es tal, por supues
to, pero que tiene su justificación en que la democracia hace lo
imposible
por objetivar el subjetivismo de sus principios a fin
de que sean obedecidos por todos, como si fueran leyes univer
sales-, se deriva lo que cabe llamar el relativismo democrático;
es decir, el proclamar, como
se proclama, que el Estado no debe
intervenir directamente en actos contrarios a la tutela personal.
Parece como si los gobiernos democráticos solamente se preocu
pasen de la
administraci6n de las cosas, y no del desarrollo de
las personas con
sus necesidades también espirituales. Se objeta
también, dentro de ese relativismo, que como la moralidad pú
blica depende de la conciencia
de cada persona, no se puede, ni
(19) GABIOLA, S., La moralidad pública, «Cuestiones y respuestas>1>,
VIII, 1979, pág. 100.
179
Fundaci\363n Speiro
JAVIER NAGORE YARNOZ
se debe, imponer una legislación para los que nd piensan como
católicos, por ejemplo. Y todo esto
al mismo tiempo que el in·
tervencionismo estatal sofoca a casi todos los sectores de la vida
social. ¡ Un caso más de hipocresía democrática !
Si con estas características la democracia, tal como hoy se
practica, se aparta tanto de aquellas otras específicas de la mo
ralidad, lo hace todavía más en una última: la legalidad.
La legalidad en la democracia actual
se contrapone, drásti·
camente, a la legitimidad de las normas morales, puesto que
el
reconocimientd del Derecho natural se halla fuera del campo de
la
teoría y de la praxis democráticas.
Una sociedad secularizada ignora
--o pretende ignorar-la
ley natural, porque aunque a
veces -democráticamente-no
se niegue su existencia, ni la de Dios, siempre suele negarse la
condición de Dios como Legislador Supremo.
Se descdnectan as!
las normas jurídicas de cualquier inspiración religiosa. La ley ya
no es «ordenación de la razón, dirigida al bien común y promul
gada por el que
sea halla al frente de la comunidad», sino una
«ordenación de la razón del Estado, dirigida
al bien que el Es
tado considera como tal, y promulgada por el poder del Estado».
Un
po
blo-desligada de Dios y de toda ley divina, apoyada en una
voluntad mayoritaria de ese pueblo representado por
los partidos
políticos.
Se llega así a entronizar comd ley humana positiva algo que
puede estar
en desarmonía con la comunidad, con la naturaleza
y con Dios, puesto que las leyes humanas deben estar en armonía
con la religión, con el orden establecido y contribuir al bienes
tar ; lo que equivale a decir que han de estar en armonía con la
la ley divina y con
la ley moral natural, y favorecer el bien co·
mún (20).
Nos dice un constitudonalista español -el profesor Sánchez
Agesta-que «un gobierno responsable que realice el ideal de
la dignidad humana» es el principio esencial de la democracia
(20) FARRELL, op. cit., pág. 152.
180
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD Y DEMOCRACIA
actual. Y, sigue dicendo: «El carácter representativo de las ins
tituciones podrá asegurarse por vías diversas; pero lo impor
tante es que, en alguna manera, sea un cauce auténtico para que
sea tenida en cuenta la voluntad y los intereses de los miembros
de una comunidad en las decisiones políticas. La libertad de ex
presión del pensamientd y la publicidad podrán estar rodeadas
de mayores o menores cautelas, pero es condición esencial para
que exista ese
diálogo responsable entre gobernantes y goberna
dos, que
es consecuencia y condición de la dignidad humana.
Por
lo mismo que es un ideal en realización es compatible in
cluso cOn situaciones de excepción en que sean desconocidos uno
o varios de estos elementos de su estructura (la de la democra
cia), siempre que
se respete ese principio básico de la dignidad
humana y,
en alguna medida, se garantice la responsabilidad del
gobernante» (21).
«En alguna manera», «diálogo responsable», «en alguna
me
dida» ... , perd, ¿de qué modo, de qué forma, se cumplen en la
democracia de hoy estos condicionantes ?
La indiferencia ante el bien y el mal, ante la verdad y el
error, constituye la base
de los Estados modernos. Y, por lo
tanto, de una democracia antagónica a «un orden democrático
justo y sano, fundado en los inmutables principios de la ley na
tural y de las verdades reveladas, contrario a aquella corrupción
que atribuye a la legislación del Estado un poder sin límites»;
«en
el respeto al orden absolutd de los seres y de los fines, del
origen y ejercicio del
poder políticio con su primera causa en
Dios» (22). Puesto que
si es el pueblo quien da el poder, lo da
como retransmitido de Dios; de otro modo se llega a un abso
lutismo democrático análogamente a como se llegó a un absolu
tismo monárquico (23
).
(21) SÁNCHEZ AGESTA, L., Curso de Derecho Constitucional Compa
rado, 5." ed., 1973, pág. 94. (Los subrayados del texto son míos).
(22) Pío XII, Alocuci6n al Sacro Colegio, el 2-VI-1947; PAULO VI,
AloCUción a la Uni6n Internacional de ]6venes Dem6cratas Cristianos, en:
«Comentarios a la 'Pacem interris'», BAC, 1963, págs. 21-23.
(23)
d'C>Rs, A., La violencia y el orden, añade: .«Resulta interesante
181
Fundaci\363n Speiro
J.AVIER NAGORE YARNOZ
La contraposición de pn11C1p1os y características entre mo
ralidad y democracia es difícilmente salvable: objetividad, uni
versalidad, legitimidad, es lo mismo que decir voluntad de Dios,
Derecho natural, moral ajustada a la ley divina
y natural; y
subjetividad, relativismo y legalidad, análogo a voluntad del hom
bre, postivismo jurídico y permisivismo moral. Entonces, ¿ dónde
puede situarse en el orden político demócrata la invariante
mo
ral necesaria a todo orden político?
Pienso que en una hipócrita invocación de la ética o de la
moral, dándoles la significación de opinión vigente o costum
bres extendidas,
lo cual conduce -expresó Monseñor Guerra
Campos-, «en ese pemisivismo moral, a una dejación de fun
ciones de la autoridad con daño para muchos, puesto que se les
fuerza a
sufrir sin razón moral la imposición de opiniones de
otros que no comparten ; suplantándose así el absoluto moral,
por invariantes o absolutos convencionales» (24).
Hoy, la democracia, al eliminar los principios de la moralidad
parece, sustentarse en una especie
de plataforma de principios co
lectivos en utilidad del Estado, definida por el propio Estado en
sus leyes convencionales, sin sombra de legitimidad a lo
qm, de
nomina ética. Una ética sin fundamento objetivo alguno, ya que
se basa solamente en la afirmación de la voluntad soberana
y
autónoma y que puede cambiar 4 cambia a menudo-- según
esa voluntad colectiva,
La ruina de una concepción como ésta
observar cómo algunos católicos, fundándose precisamente en aquella doc
trina que ve una derivación del poder provenientes de Dios a través del
Pueblo, llegan a
hablar de 'soberanía popular', pero luego cuando el Pue
blo hace uso de esa soberanía, por ejemplo, aprobando una ley contra el
derecho
natural, se indigna, sin darse cuenta de que ese abuso deriva de
las premisas que ellos mismos empezaron por admitir. Así ha ocurrido
recientemente en
España con los que censuraron a cuantos, como yo, ha
bíamos declarado la incompatibilidad de la 'soberanía popular' con la or
todoxia católica, y luego se indignaron con la aprobación de varias leyes
contra el derecho natural; aunque fueran 'teólogos', la Teología política
no
era su especialidad. La doctrina de la ~soberanía del pueblo' es así tan
incompatible con el Reinado de Cristo como el absolutismo monárquico»,
(págs. 56-57).
(24) GUERRA CAMPOS, J., op. cit,, p,lg, 6.
182
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD Y DEMOCRACIA
comienza a proclamarse por pensadores que preconizan la ne
cesidad de recuperar, al menos, la tradición aristotélica, es decir,
una ética de
las virtudes .capaz de devolver la unidad y el sentido
a la vida humana (25).
5. Dos preguntas con sus r'espuestas poéticas.
¿ Dónde nos han llevado los principios democráticos contra
puestos a los principios que informan la moralidad?
¿ Qué fru
tos ha producido en este campo la praxis democrática?
Pudiera transcribir
aquí miles de referencias y noticias de
decenas de países democráticos sobre la situación a la que les
ha llevado en el campo moral el fundamentar sus leyes conven
cionales, usos y costumbres en lo que llaman ética, honestidad,
derechos humanos, virtudes civiles (ya no las llaman morales),
etcétera, envolviendo en esa fraseología la invariante moral que
todo orden político ha de llevar consigo, quiéralo o
no. Es de
cir, que con esa fraseología envuelven su hipocresía, rindiendo
a la moralidad auténtica el tributo que
se le debe. Sin embargo,
no deseo cansarles más con un discurso ya excesivo, y que sería
todavía más pesado si lo llenara de citas y de siglas, de nombres
y de leyes de tantas naciones que se definen como democráticas
o
como democrático-sociales.
Por eso,
me parece que será más breve recitarles unos ver
sos en los que, de manera espléndida, Miguel d'Ors Lois, gran
poeta, profundo poeta, sintetiza muchos de los frutos de la pra
xis democrática, luego que la
democracia se desprendió de las
raíces de
la moralidad. Estos versos son de un poema, Lecciones
de Historio
(La larga marcha hacia ninguna parte). Transcribo
aquí los versos referentes a aquéllos frutos democráticos de «la
(25) MAclNTYRE, A., Tras la virtud, 1988; ABBÁ, G., Felicitá, vita
buona e virtú~ Roma, 1989; dos de· los autores más recientes que redescu·
bren el valor de una ética de las virtudes como antesala de una vida -de
un vivir-conforme al orden moral. (Vid. «Aceprensa», Servicio 89/90, el
13-VI-1990).
183
Fundaci\363n Speiro
JAVIER NAGORE YARNOZ
segunda mitad del siglo veinte» ; esa segunda mitad del siglo en
que
la democracia resutgió como un estilo y una filosofía de la
vida para toda la humanidad. Tal fue la pretensión y estos son
los frutos:
184
Olvido o negación de Dios.
«La segunda mitad del siglo xx
no tuvo Dios ni, dioses, ni siquiera
un poste de colores como Caballo Loco
que ser menos salvaje que hombre blanco.
Y vino lo que vino:
si Dios no existe, el hombre es un fosfato
(un fosfato que vota, miren qué delicado)
Si Dios no existe -déjense de bromas
no existen argumentos contra el horno
crematorio, el Gulag, la clínica asesina,
las bombas
de neutrones, las Brigadas
Rojas, los Mao-Tse-Tung
...
Si Dios no existe, sálvase quien pueda.
Si Dios no existe el Mandamiento Nuevo
es jodéos los unos a los otros.
Considerad, hermanos, con qué fidelidad
Id cumplió la segunda mitad del siglo xx».
Negación de la humanidad.
«La segunda mitad del siglo xx
la humanidad del hombre dimitió.
¿ Por qué perder el tiempo
en ser humanos, Aldo Moro, José María
Ryan, Manuel Expósito, almirante Carrero,
Anwar El Sadat,
por qué muertos y muertas
cuyos nombres se mezclan y confunden
en el olvido igual que las mandíbulas,
los zapatos, los trozos de chatarra, los dedos
en el súbito asfalto ensangrentado,
por qué perder el
tiempo en ser humanos
pudiendo ser un cóctel Molotov,
un Cetme, una
P0-3, un artilugio?».
Fundaci\363n Speiro
MORA,LIDAD Y DEMOCRACIA
Desprecio de la vida, que es sagrada.
La segunda mitad del siglo XX
llevó la compasión a un grado alejandrino.
Para ayudar al viejo de lentos sufrimientos
nada tan tierno como asesinarlo.
Para que
no haya niños de mirada famélica
eliminar los niños.
Durante
la segunda mitad del siglo xx
el ctimen fue la forma más sublime
de la filantropía.
La segunda mitad del siglo xx
proclamó la bandera
de la paz y la vida
Muy bien, señores, pero
mientras el Universo se llenaba
de palomitas rosas, mieritras todos ustedes
hadan el amor y no la guerra
Cinco, veinte, sesenta millones, ochocientos
millones de personas -Dios lleva cuenta exacta
asfixiadas, quemadas, trituradas
( con absoluta higiene y música ambiental
para que nadie diga).
Yo he escuchado
sus llantos diminutos,
he visto sus milímetros de espanto,
sus deditos de leche desvalida
moviéndose en
el cubo funerario.
Negaci6n del amor.
La segunda mitad del siglo xx
fue una escena de cama
de dimensiones cósmicas.
El Arte fue la oópula,
la Cultura la oópula,
Diversión la oópula
y
la Revolución también la cópula.
185
Fundaci\363n Speiro
JAVIER NAGORE Y ARNOZ
186
De todas las lll'1!leras
inferior a los perros.
Permisivismo.
La segunda mitad del . siglo xx
se propuso llegar al Paraíso
ahorrándose
el viaje.
Para
volar tan alto,
tan alto, les vendieron un atajo:
pastillas, sobrecillos, jeringuillas,
perfectos sucedáneos -pensaban-de la ascética.
Ascética sintética.
Una fumata, tío,
y el éxtasis. Un sorbo
de este rollo
y las ínsulas extrañas.
Un pinchacillo aquí
y escuchas en diez pistas
el hosanna de oro de los cords angélicos.
Lo malo que el atajo era mentira.
Lo malo que aquél cielo era mentira.
La segunda mital del siglo xx
fue amiga de los ríos
y los quebrantahuesos
de la ballena azul y los
otoñds
Muy bien, me apunto a tddos esos bosques,
a las corrientes aguas
puras, al Aconcagua, a las aves ligeras
A lo que no
me apunto ni borracho
es a clamar por la Naturaleza
con un dispositivd en la vagina,
una funda de plástico,
ya saben,
un kilo de pastillas en
el ahna
y millones de hermanos que no llegan
a especie protegida.
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD Y DEMOCRACIA
Relativismo y subjetivismo.
La segunda mitad del siglo XX
dijo que la verdad no era verdad,
que cada cual con su opinión, y todos
a ser homini lupus en
paz y compañía.
No
es verdad que hoy es martes,
no
es verdad esta lluvia, ni es verdad Paraguay
ni mi bigote ni
sus estornudos
ni
dos y dos son cuatro: todo son opiniones
Pero
¡ qué digo usted !
Usted es solamente
una opinión. Yo soy una opinión,
Esto es sencillamente
una conversación entre opiniones.
La segunda mitad del siglo xx
funcionó por razones
que
la raison jamás conocerá
Giambattista se hizo socialista
dicen que por la rima,
Daña Pura
testigo de Jehová
por una minipimer,
Juan y Pedro mormones por razones
de estricta sastrería.
Insondables abismos del organismo humano:
durante la segunda mitad del siglo xx
nadie fue calvinista por Calvino,
ni sartriano por Sartre, ni budista por Buda,
sino que por, o sea, que sentían
un no sé qué, que quedan balbuciendo
aquellos antropoides.
Soberania popular: un hombre un voto.
La segunda mitad del siglo xx
atinó con la llave
de la Sabiduría: un hombre, un voto.
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JAVIER NAGORE YARNOZ
El manejo es sencillo:
un drogadicto, un voto;
un premio Nobel
un voto; dos maricas, dos votos; un apóstol
un voto; un loco, un voto; un cuerdo, un voto
Acto seguidd
una rápida suma,
y miren qué sencillo
fue para la mitad del siglo xx
el Wahreitserkenntnisweg ( 26 ).
¡ Qué cierto es que la poesía llega donde no llegan los razo
namientos! En qué
pocos renglones han quedado radiografiados
los malsanos frutos de una praxis democrática que arrumbó
los
principios morales. Pero que, a pesar de ello, tal vez por intui
ción,
se da cuenta de la ruina a que se halla abocada. Como es
cribió Kelsen: «De hecho, la causa de la democracia aparecerá
desesperada
si se parte de la idea de que el hombre puede al
canzar verdades y poseer valores absolutos» (27). Más concreta
mente, una de las raíces de las amenazas a la democracia actual
-ratifica el Cardenal Ratzínger--es «el intento de dejar como
superflua
la dimensión moral por estimarla irracional ; esto trae
como consecuencia que
el Derecho no puede referirse a una
imagen fundamental de la justicia, sino que
se convierte en el
espejo de las ideas dominantes» (28).
(26) d'Ons, M., Lecciones de Historia (La larga marcha hacia ninguna
pJZrte, en «Es cielo y es azul», Universidad de Granada, 1984, págs. 51-71;
la palabra alemana «Wahreitserkenntnisweg», significa, literalmente, «ca
mino del conocimiento de la verdad», o «camino para buscar la verdad»;
Miguel d'Ors la emplea como parodia de la conocida anécdota alemana
de los dos anuncios de empresas distintas: una anunciaba «d camino de
la verdad»; la otra, una «conferencia, a las 15,30 horas, sobre el modo
posible de buscar la verdad»; al primer anuncio nadie hizo caso; en cam
bio el local para oir la segunda conferencia se llenó.
(27) KELSEN, Teorla general del Estado 1934, pág. 470, cit. por VEGAS
LATAPIE en «Consideraciones sobre la democracia», 1965, pág. ·s1.
(28) RATZINGER, Joseph, Cardenal, lg~esia, Ecumenismo y Politica,
BAC, 1987, págs. 228-230.
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
6. Un final de esperanza.
La democracia actual constituye, en efecto, una arquetipo de
institución corruptora. Contra sus peligros un antídoto --dijo
muy bien Eugenio Vegas-: el de la práctica de las virtudes (29).
No ya tan sólo esas «virtudes éticas» que, como hemos visto,
comienzan de nuevo a predicarse para salvar a la democracia,
virtudes fundadas en un humanitarismo sumamente frágil al no
estar fundamentado en la
ley divina, sino en las virtudes cris
tianas, en su legitimidad moral (30). Pues, «las estructuras es
tatales -escribe Solzheoitsyn en un recientísimo análisis a la
evolución de
las Unión Soviética-son menos importantes que
el
clima de relaciones humanas ( ... ) La vida política no es en
absoluto el primer aspecto de la vida del hombre (
... ) La pure
za de las relaciones sociales -su moralida~ es más fundamen
tal que el grado de abundancia.
Si una nación ha agotado sus
reservas espirituales, no la salvará de la muerte
ni el mejor sis
tema estatal -¿ la democracia como "el peor de todos los siste
mas políticos, si exceptuamos todos los demás", según
el 'calem
bour' de Churchill ?-ni el mayor desarrollo industrial: un
árbol no se tiene de pie con las raíces podridas» (31).
Sí, tenemos que practicar las
virtudes con ese optimismo que
nace de la
fe y la oración confiada. Hace muy poco terminaban
las celebraciones conmemorativas del centenario de una
gran figu
ra intelectual, el Cardenal Newman, también declarado Venera
ble por la Iglesia. Ante la degradación moral
-ya en sus tiem
pos-que parecía desbaratar los mismos fundamentos de la
I!Jles[a -royas bases son el Dogma y la Moral-, escribía:
(29) VEGAS LATAPm, E., op. cit., págs. 273-274.
(30) ÜRLANDIS, J., Los cristianos hacen la Historia, 1977, pág. 93; y
Los cristianos en un tiempo de prueba3 1975, pág. 20, dice: «En la socie
dad permisiva, la noción de legalidad jurídica habrá de distinguirse neta
mente de la idea de licitud moral».
(31) SoLZHENITSYN, A., C6mo revitalizar Rusia, «Aceprensa», Servicio
140/90, de 26-VI-1990.
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JAVIER NAGORE Y.A.RNOZ
«Optimismd. La Iglesia ha estado demasiadas veces en lo que
parecía un fatal peligro, como para que ahora nos vaya a
atemorizar una nueva prueba. Son imprevisibles las vías por las
que la Providencia rescata y salva a sus elegidos. A veces, nues
tro enemigo se convierte en amigo;
a veces, se ve despojado de
la capacidad de mal que le hacía temible; a veces, se destruye
a sí mismo; o, sin desearlo,. produce
efectos beneficiosos, para
desaparecer a continuación sin dejar rastro. Generalmente, la
Iglesia
-guardiana de la moral, con depósito que no puede al
terarse-no hace otra cosa que perseverar y rezar, con paz y
confianza, en el cumplimiento
de sus tareas, permanecer serena,
y esperar en Dios la salvación»
(32).
Practicar y predicar las virtudes ; nosotros, con nuestros nom
bres y apellidos ; siendo «luminosos rebddes», como si en nues
tra confianza en el triunfo
éste dependiera de nuestro solo es
fuerzo, pero sabiendo que solamente lo da Dios.
Con este final de esperanza termina también Miguel d'Ors
su poema:
190
«La segunda mitad del siglo xx
dio pasos de gigante.
Hubo, no obstante, algunos reaccionarios,
gentes que se negaron a avanzar con
su tiempo
una monja ruinosa de Calcuta, unos papas,
Escrivá, Solzhenitsyn, Lech Walesa,
Jeróme Lejeune y otros,
sin olvidar
los pérez con su codos gastados
en
el amargo roce de los lunes y martes
y unos pocos millares de silencios postrados
bajo la lucecita latiente del
Sagrario-,
gentes insolidarias, no cabe duda, gentes
reacias a vivir a cuatro patas
y a dar aquellos pasos de gigante
camino de la nada.
Nadie lo supo, y ellos sostenían
la máquina del mundo.
(32) NEWMAN, J. H., Cardenal, Big/ieto Speech, 12-V-1879.
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA.
Lumindsos rebeldes, ellos fueron
el rumbo de la Historia
durante la segunda mitad del siglo xx» (32).
Contracorriente: en la teoría
y en la práctica. Enseñar la
buena doctrina en sus principios ; enseñar a ponerlos en prác
tica. Siempre
con la sentencia de sabiduría de que «si largo es el
camino de
la enseñanza por medio de las · teorías, breve y, eficaz
por medio de los ejemplos» (
34 ).
Epilogo.
Al corregir las pruebas de imprenta para la publicación en
Verbo de esta conferencia, me ha parecido necesario añadir una
referencia al «Documento sobre la moralidad pública» del Episco
pado español que, luego de lenta gestación, vio
la luz el 20 de
noviembre de 1990.
Se trata de un documento admirable, en el
fondo
y en la forrna, cuyo propósito último no es otro que im
pulsar «a los católicos a proponer la moral cristiana en todas sus
exigencias y originalidad». El documento, con la altísima
auto
ridad que le da su aprobación por la Plenaria del Episcopado
español, ofrece
como claves en la lectura de su rico y profundo
contenido, las siguientes, que tomo del periódico
ABC del día 22
de noviembre de 1990:
-La eficacia se ha convertido, en el mundo do hoy, en el
único criterio moral válido.
-La perrnisividad hace que todo se considere objetivamente
indiferente.
-La Administración ( el Estado español) presenta la moral
cristiana como enemiga del progreso.
(33) d'ORS LoIS, M., op. cit., pág. 72.
(34) SÉNECA, L. A., Obras completas, 1951, pág. 99: «Longum iter
est per praecepta, breve et éfficax per ex:empla».
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-Se intenta (y parece estar lográndose) un desmantela
miento sistemático
de la moral tradicional sin construir
nada a cambio, llegándose a una especie de nihilismo en
la moral y en la ética de
las conductas, privadas y públicas.
-La vida pública está afectada del transfuguismo y del trá
fico de influencias.
-El «voto subsidiado» y el negocio que se hace con el
paro corrompe la democracia.
-Se trivializa frívolamente la sexualidad humana, infrava
lorando la fidelidad conyugal.
-No hay proporci6n entre el peso social de los cat6licos y
su importancia política.
En este esquema periodístico del ABC nada se dice, aunque
el documento lo resalta, de la ilegitimidad absoluta de las «le
yes» sobre divorcio, aborto ( «abominable crimen») y eutanasia ( «en
trance de legalizaci6n»
), del «cáncer de la volencia», del tráfico
de drogas, de
la venta de armamentos, etc. (35), frutos, en la so
ciedad de hoy, de la democracia permisiva que nos aflige, y que,
como expuse en
la conferencia, el poeta Miguel d'Ors sintetiz6
en versos estupendos.
Por otra parte,
el documento de los obispos españoles re
cuerda, entre otras cosas necesarias para la participaci6n de los
cat6licos en
la vida pública ( objeto, como es sabido, de otro
documento anterior del Episcopado español), que «la vida
po
lítica tiene también sus exigencias morales [ ... ] y es preocupan
te el hecho de que pese a
la importante presencia de los cat6licos
en
el cuerpo social, éstos no tienen el correspondiente peso en
el orden político ;
la fe tiene repercusiones políticas y demanda,
por tanto,
la presencia y la participaci6n política de los creyen
tes, pues la
no beligerancia de la Iglesia, consistente en no iden-
(35) Documento sobre la moralidad pública, puntos 19 y 20.
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
tificarse con ningún partido como exponente cabal del Evange
lio, no debe confundirse con la indiferencia» ( 36).
En las palabras, subrayadas por mi, de
no beligerancia, me
parece entender -de hechd así se interpretaron en una ocasión
durante la
II Guerra Mundial cuando España se declaró no be
ligerante
en el conflicto-un cuidadoso equilibrio entre la beli
gerancia activa y militante y la neutralidad. La Iglesia no ha de
confundirse con partido político alguno, pero no puede ser in
diferente a las doctrinas que éstos profesen e impartan. Con
palabras de Alvaro d'Ors: «Así, pues, la Iglesia no impone,
or
dinariamente, directrices de carácter politico a los fieles, pero les
señala límites morales infranqueables.
En la medida en que estos
límites se hallan constitucionalmente defendidos por la potestad,
los fieles pueden gozar de una mayor libertad de opción politica;
en
la medida en que no ocurre así, viene a imponerse inexorable
mente una mayor uniformidad de conducta y, por ello, disminu
ye la libertad política. En este sentido, suelo decir que hay que
decidirse entre Estado confesional
d partido político confesio
nal. De hecho, en España, la doctrina que ha insistido en la liber
tad política pudo difundirse gracias a la confesionalidad del
Estado; pero, desaparecida ésta, quizá volvamos a ver como algo
necesario la unión politica de los católicos como único medio
de defender a
la Iglesia y la moral cristiana. Libertad política y
acdnfesionalidad a la vez
me parece una forma de renunciar a
defender a la Iglesia en el orden temporal» (37).
No parece estar lejos de esta lógica interpretación el llama
miento episcopal para que
los católicos estén presentes, y parti
cipen activamente, en las decisiones políticas, de tanto peso, a
su vez, en la defensa de
la moral de la Iglesia.
También en este campo habremos de actuar, en
las circuns
tancias actuales, contra corriente. Sin embargo, el documento de
los obispos de España viene en apoyo de nuestra lucha. En un
significativo
párrafo se nos dice a los católicos, «a la comunidad
(36) Ibid., punto 61.
(37) d'ÜRS, A., La violencia y el orden, pág. 115.
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JAVIER NAGORE YARNOZ
católica en la que también se refleja la crisis moral», lo siguiente:
«Para superar el peligroso desencantd de nuestros conciudadanos
respecto a
la política y a los politicos ( cuya ejemplaridad es fun
damental y totalmente exigible para que el cuerpo social se re
genere), es necesario el liderazgo moral de quienes han sabido
integrar, en duradera identificación, lo que
son y lo que repre
~entan,
lo que proponen, lo que piensan y lo que dicen y hacen.
Son éstas las personas que cuentan con verdadera autoridad,
estén o no en el ejercicio del poder. Carecen, por el contrario,
de autoridad, aunque no siempre de poder, quienes nos encubren
que son
en verdad quienes cuentan con nosotros sólo como
votantes y no como personas» (38).
Ciertamente, no se trata aquí de una condenación para
la
democracia que hoy rige en España y que produce frutos tan
contrarios a la moral y a la ética, pero
sí -el último párrafo
transcrito es revelador-de una condena de quienes politica
mente ostentan un poder sin autoridad moral alguna, pese a los
votos -democráticamente
conseguidos-que los llevaron al
poder.
«¡ Quod erat demostrandum !». La convencional legalidad de
mocrática es difícilmente compatible con la legitimidad moral.
(38) Documento ... , Punto 64
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POR
JAVIER NAGORE YÁRNOZ
INTRODUCCIÓN
El tema común para la XXIX Reunión de amigos de la Ciu
dad Católica, que estamos celebrando -«La praxis democráti
ca»-, parece indicamos que dejemos de lado toda teoría, para
poner de manifiesto los
frutos democráticos en las áreas de diario
vivir. Frutos religiosos, morales, éticos, culturales, informativos,
etcétera, nacidos de los principios que informan una democracia
tal
y como se configura ésta; al menos tal y como se nos aparece
hoy en los Estados, en las formas de gobierno, en
la sociedad
en suma. Conferencias y foros han puesto de relieve, en estos
días, vatios de esos
frutos; muchos, en realidad, si contamos
tantas intervenciones de nuestros amigos. Sin embargo, la abun
dancia de esos frutos no
significa su bondad. Al contrario, del
axioma evangélico
--«por sus frutos los conoceréis»-que pu
diéramos aplicar, que debemos aplicar, mejor dicho, a los
prin"
cipios democráticos, conocemos que del tronco de donde nacen,
la democracia,
no pueden salir frutos mejores. Porque una de
mocracia, tal como hoy se entiende, fundada casi exclusivamen
te en una legalidad convencional -perverso fruto de una igual
dad y una libertad desviadas de sus fines
esenciales-, no puede
cohonestarse con la legitimidad moral ( 1
).
Poco tiene que ver la democracia, tal y como se entiende,
tal
y como se practica, es decir, empapada en un neoliberalismo
(1) d'ÜRs, Alvaro, Carta, el 20-VIII-1990.
Verbo, núm. 291-292 (1991). 161
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JAVIER NAGORE YARNOZ
socializante (o en un socialismo liberal, como más guste), con
la Democracia genuinamente cristiana
-
cracias, incluso la demócrata-cristiana-, la que acata el orden
absoluto de
los seres y de sus fines ; poco tiene que ver ésta con
las democracias tan lejanas de aquel acatamiento a la base moral
racional, inherente a la humana naturaleza, como para ignorarla
e, incluso, combatirla. Tales democracias se convierten automá
ticamente en formas, descaradas o encubiertas, del absolutismo
del Estado (2), en
el que --con forma totalitaria o democrática
se produce igualmente una subordinación de la moralidad a la
utilidad. Esto, repito, cuando la Moral no se ve eliminada del
hdrizonte colectivo y personal, en un proceso que afecta a las
esferas pública y privada de la convivencia;
y que repercute,
además, gravísimamente en el Derecho positivo;
ya que la mo
ralidad genuina es la única fuente segura para un correcto desa
rrollo del ordenamiento jurídico. Y esta crisis afecta no solamen
te a
las exigencias espedficas de la moral cristiana, basada en la
Revelación, sino que afecta, también directísimamente, a las
exi
gencias comunes de la moral natural, moral racional, basada en
la esencia y en la naturaleza del hombre.
«Ninguna experiencia política, ninguna democracia puede
so
brevivir si menosprecia la moralidad común de base ... Ninguna
ley escrita garantiza suficientemente la convivencia humana
si
nd extrae su fuerza íntima de ese fundamento moral» (3 ). Estas
palabras de nuestro Santo Padre Juan Pablo
II, resumen siglos
de historia, de regímenes políticos y formas de gobierno.
Tal vez porque no ignoran
esa verdad fundamental -aun
que la silencien e intenten olvidarla-, Estado y gobiernos que
predican hoy el relativismo moral
y niegan la determinación de
principios morales o éticos universales, rinden, sin embargo, a
la moral y a la ética aquel tributo que, según
el dicho popular
y profundo, el vicio rinde a la virtud ; y que
es el concepto más
cabal de la hipocresía.
(2) Pío XII, Benignitas et humanitas (AA, 37), 1945.
(3)
JUAN PABLO II, Discurso a los Obispos de Milán, el '19-I-1982.
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
En efecto, esos Estados y· gobiernos -tanúsimos de éstos
democráticos-apelan constantemente a los derechos de la per
sona, a su dignidad, a su libertad, a tantos otros derechos hu
manos -la tabla de ellos figura destacadam,,nte en sus progra
mas
y constituciones demdcráticas-, y que no pueden ser tales
derechos humanos si no
se fundamentaran -mal que les pese
a
esos Estados y gobiernos-en una invariante moral. Precisa
mente, esta invariante moral, este absoluto, también en la esfe
ra del orden político,
es lo que justifica a Estados y gobiernos;
es decir, la que cualifica
sus decisiones; aquellas decisiones de las
que nacen las leyes, los actos
de gobierno y del poder coercitivo
y las sentencias judiciales ; la que califica a los sujetos
-quienes
quiera que sean-de tales decisiones; la que hace, en última ins
tancia, que se reconozcan subordinados a ciertos fines y normas
que
son superiores a la voluntad de cada uno, a los pactos de
muchos, y hasta a un pensamiento generalizado o
casi unánime
en
la sociedad ( 4 ).
Sí, ¡ ya lo creo!, existe una invariante moral incluso en las
democracias fundadas en la legalidad convencional y en un
rela
tivismo o permisivismo moral, consecuencia de tal legalidad. Y
es a esa invariante moral a la que aquellas democracias rinden
el tributo análogo al que a la virtud rinde el vicio. Tal es tam·
bién su
hipocresía, su falsedad.
Poner tal hipocresía, tal falsedad, de relieve, pretende ser
el
objetivo de este trabajo, que voy a repartir en muy pocos epígra·
fes. Los enuncio aquí mismo para el buen orden expositivo:
l. La moralidad: postulados y principios.
2.
La características de la moralidad: objetividad, universa
lidad, legitimidad.
3. Postulados
y principios democráticOs.
4. Las características de la democracia al uso: subjetividad,
relativismo, legalidad convencional.
(4) GUERRA CAMPOS, José, La invariante moral del Orden PoUtico,
Conferencia en el Club Siglo XXI, el 29-IV-1982.
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JAVIER NAGORE YARNOZ
5. Dos preguntas con sus respuestas poéticas.
6. Un final de
esperanza, ·
l. La moralidad: postulados. y principios.
La moralidad es la conformidad de una acción o una doctrina
con los preceptos de la moral, es decir,. de todo lo relacionado
con la clasificación de las actos humanos en buenos y
malos desde
el punto de vista del bien en general. Provenga la palabra del
latín
mos, morís = costumbre, o filológicamente de modo, mo
deratio = templanza, moderación, justo medio, en todo caso su
giere algo relativo a las costumbres, que es menester moderar o
atemperar según determinadas normas. Es, pues, cualidad
de las
acciones humanas que las hace buenas.
De .ahí que la moralidad
pública haya de referirse a una función del Estado y de su
Ad
ministración para velar por la conservación de la moralidad (5),
pues en la conservación de la
mo.ral se <:ontienen aquellas formas
y exigencias que han de reconocerse como el límite asignado a
la libertad de conducta del individuo en la vida social ;
es una
de las funciones de Estados y gobiernos ; tal
vez la de mayor
importancia.
A «groso modo», en
el desarrollo de la moralidad pública
pudieran distinguirse tres períodos. En
el primero, el Estado se
limita a asegurar la máxima observancia del sistema moral de la
Iglesia. (Estamos hablando, naturalmente,
de un tiempo en el
que
el Estado, cuando éste surge en la Edad Moderna, adquiere
la función de guardián de
la moralidad). En un segundo período,
a consecuencia. del eudemonismo, que persigue solamente la
feli
cidad temporal de los individuos y de los pueblos ( como si pu
dieran ponerse frenos a las pasiones en nombre de la materia),
el Estado
dicta unas disposiciones encaminadas a esa felicidad
temporal, contemplada como fin exclusivo.
Por último, en el ter
cer período, el actual,
el Estado, influido por un liberalismo ra-
(5) MAili MoLINER, Diccionario del uso del español, H-Z, II, 1980,
pág. 453; RoYO MAR.fN, A.¡ Teólogía moral para. seglares, 1973, pág. 3 . .
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MORALIDAD Y· DEMOCRACIA
dical --que tiñe a su vez todas las manifestaciones democráticas-,
elimina
gran númeto de las leyes reguladoras de la moralidad
....,-privada y pública-, y la policía de las costumbres no atiende
a la .inmoralidad en sí, sino únicamente en cuanto que
su difu.
si6n a la excitaci6n a ella amenace intereses tutelados por una ley
humana
--desarraigada, por tanto, para el Estado, de su bases en
la ley natural
y. divina-y protegidos, tales inteteses, por el Es·
tadcJ mismo. En este tercet petlodo no existe, l6gicamente, un
criterio superior
al bien del Estado, y la expetiencia enseña que,
con semejante sistema, la moralidad pública se convierte en
pú·
blica inmoralidad.
«Hay quien
no acepta --decía el Papa Pablo VI-ningún
principio moral absoluto: es el petmisivismo modetno ( el teteer
período de que hablamos) que rechaza toda norma superior vin·
culante» (Alocuci6n del 20-VII-1977). Pues bien, la sociedad pet·
misiva, formada por hombres que se dicen aut6nomos, caracte
riza buena parte
del mundo occidental, democrático. El humanismo
sin dimensi6n trascendente ha logrado configurar una sociedad
en la que predomina la pérdida del pudor, la exaltaci6n del sexo,
y, como consecuencia, el envilecimiento de la condici6n del hom
bre. Un factor decisivo -manifestaci6n de otros más graves-
ha sido
la actitud de los medios de comunicaci6n sodaL A tra·
vés de la prensa, del cine, de la televisi6n, de los anuncios, el
hombre de
hoy está som~tido a una presi6n que alcanza el ám·
bito familiar, la intimidad de las conciencias.
En una sociedad totalmente permisiva -«ideal» de la demo
cracia, tal y como se predica por los dem6cratas---, se pone en
peligro
la igualdad, la seguridad y, en último término, la misma
libettad que es reducida a una ficci6n. Es decir, se destruyen los
principios mismos en que, dicen los demócratas, se fundamenta
la democracia por ellos alabada. Sí, hasta la libertad se reduce a
una ficción, pues,
¿ quién es libre para negar y combatir esos dog
mas democráticos sin ser tachado de fundamentalista o fascista,
confundiendo así los
principios morales con las ideas políticas?
Y no solamente se reduce la libertad de los demás --de los que
niegan
la petmisividad a ultranza-, sino que, también, en el. as·
165
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pecto moral se desarrolla algo peor que la hipocresía; pues si
antaño
se hacía el mal pero se daba a entender lo contrario, ho
gaño el permisivista hace el
mal, proclama que está bien, y, con
una violencia que no se detiene ante nada, pretende imponer en
la vida social su ruina personal.
Ni el
más acérrimo defensor del permisivismo suele negar
que la pornografía representa una amenaza para la gente joven.
Sin embargo,
es más corriente oir decir, por ejemplo, que lacen'
sura moral es conveniente para la juventud, pero innecesaria para
los adultos. Se
dan así soluciones distintas para un mismo pro
blema, olvidando que lo que afecta a un joven afecta también a
un adulto { «lo que mancha a un niño, mancha a un viejo», solía
decir el Venerable Siervo de Dios José María Escrivá de
Balagner,
fundador del Opus Dei); porque, en ambos casos, es la natura
leza humana la que
se degrada con un tratamiento que la rebaja
al nivel de las bestias. Y cuando
se reduce al hombre a sus ne
cesidades fisiológicas, nada queda a su capacidad espiritual y
equilibrio psicológico que
lo distinga de las bestias. Su libertad
se resuelve entonces en
el condicionamiento absoluto al deter
minismo físico.
Insisto: este comercio de los instintos del hombre
es una nue•
va esclavitud que
se contempla con indiferencia por muchos que
se dicen
--como se dicen todos los demócratas-amantes de la
libertad. Lo cual lleva consigo
la negación del derecho de la per,
sona a la moralidad pública; y este derecho a la pública morali,
dad por parte de todo ciudadano es uno de los derechos humanos
más importantes y más olvidados -¿ aparece en la famosa decla
ración de Helsinki?; yo, al menos no lo recuerdo--, puesto que
sin
ese. derecho, de todos y cada uno, a salvaguardar su moralidad,
el hombre se ve privado de una
cualidad que, junto con la ra
cionalidad del pensar, lo ha hecho, precisamente, hombre; lo ha
separado y puesto por encima del reino animal ( 6
).
(6) La crisis moral se resume, como en el texto, en las encíclicas y
Documentos pontificios: Mater et Magistra (AA, 53. 1961); Summi Pon
tificatus, 26 (AA, 425-426; 1939); y Siammo particolarmente (AA, 52,
1960; en GuTIÉRREZ GARCÍA, J. L., La concepción cristiana del ordpz so-
cial, BAC, 1978, págs. 226 y sigs. ,
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
No hay más que mirar en torno para darse cuenta -a poco
que se ejerciten la vista y el raciocinio----que hoy se está pro
duciendo, en progresión geométrica, una
pérdida de la moralidad
objetiva; e, incluso, una inversión acentuada en
la recta aprecia,.
ción de los valores individuales y sociales.
Y aquí caben
dos preguntas básicas en esta materia: ¿ Cómo
se ha llegado a tal crisis moral? Y, ¿ cómo conocer en materia
de moralidad lo que es degradante, si previamente no se conoce
con certeza qué
es el hombre?
Bien ; no
se alarmen ustedes ante la envergadura de estas pre
guntas que exigirían, para su respuesta completa, muchos trata
dos filosóficos, jurídicos, políticos, etc.
Yo voy a contestarlas
desde el sentido común, que es, también, fundamento esencial
del sentido cristiano o, mejor dicho, católico de
la vida. Pues,
no cabe olvidar que si la
virtud natural se eleva a sobrenatural
por la Grada, también
el sentido común, propio de la natura
leza humana racional,
se desarrolla por completo con ayuda de
aquélla ; llega a ser un don: el de Sabiduría.
Que el fin natural del hombre
se halle en estrecha relación
con la norma de moralidad
es una proposición de sentido común.
Pero ...
«Hubo un hombre nefasto, llamado Juan Jacobo Rousseau»
han de recordarse aquí estas palabras, pronunciadas
por José
Antonio Primo de Rivera en
un acto político cual fue el cele
brado en el Teatro de la Comedia, en Madrid, el 20 de octubre
de 1933, en
el que se fundó Falange Española; y las recuerdo
porque las tesis
de aquel «hombre nefasto», para degradar am
bos conceptos -que pensaba que toda voluntad es naturalmente
buena, justa y
sana-afectaron por igual a la moralidad y a la
democracia. Su antropologfa -----seguida por ideologías anticristia
nas tales como el liberalismo, el socialismo y la democracia
libe
ral-socialista o socialismo democrático, que viene a ser igual en
el fondo, e indusd en la
forma-olvida el pecado y la grada,
vllCÍa de todo valor positivo los conceptos de conciencia y de
responsabilidad, y disuelve el de libertad,
para tomar como re
gla de la naturaleza su propia corrupción, ya que si el hombre
167
Fundaci\363n Speiro
JAVIER NAGORE YARNOZ
realiza actos que no son adecuados al fin de su natutaleza que
da en un nivel infrahumano. Olvida o desprecia así su condición
de
ser creadc que tiene una dependencia absoluta en su natuta
leza con respecto
al fin que Dios le ha dada. Pues el fin natutal
del hombre
-y, por eso, su primera obligación moral ya en el
orden
natural-es conocer y amar a Dios sobre todas las cosas,
y referir
el amor de sí mismo y de las demás cosas al amor de
Dios como su fin.
Esta exigencia de la moralidad natural la conoce el hombre
con su razón
en sus aplicaciones concretas: en la Constitución
Gaudium et spes (núm. 16) se expresa esto muy bien: «En Id
más profunde de la conciencia, el hombre descubre una ley que
él no se da a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz
resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón: h·az
esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por
Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste su propia dig
nidad».
Sí, el sentido común nos dice que todo hombre debe aceptar
una norma recta de conducta y vivir conforme a ella,
y que sólo
en la medida en que esta norma sea verdadera,
el hombre será
libre. Pero a nadie
se le oculta que la actuación frecuente en con
tra
de la recta conciencia, acaba por deformar ésta y se termina
en la ceguera para reconocer la
ley natural, negando así, también,
el sentido común.
Para contestar a la segunda
de las preguntas -¿ cómo se ha
llegado a esta crisis,· a esta negación del sentido común, de la
racionalidad característica de la humana naturaleza?-hay una
explicación que abarca todas las posibles
«razones» de la ética
y de la moral humanas.
La explicación no es otra sino la de que
se niega el magisterio supremo de la Iglesia.
Pío
XI, citando unas palabras de Manzoni, explicó en qué
sentido
-'-COncurrente y no exclusivo-es la Iglesia guardianá
y defensora de la moralidad natural: «La Iglesia no dice que la
moral pertenezca exclusivamente a
ella, sino que pertenece a ella
totalmente. Nunca
ha pretendido que fuera de su seno y sin su
enseñanza el hombre nii · pueda conocer alguna verdad moral;
168
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD -Y DEMOCRACiA
por el contrario, ha reprobado esta opjnión más de una vez,
porque ha aparecidd en más de una forma. Dice solamente, como
ha dicho siempre, que por la institución, recibida por Jesucristo
y por el Espíritu Santo, que el Padre le envió en nombre de
Cristo, es ella la única que posee originaria y perpetuamente
la
verdad moral toda entera («omnem veritatem») (7).
Los sucesivos pontífices han reiteradd esta verdad: «Que
Jesucristo, al comunicar a Pedro
y a los apóstoles su autoridad
divina, los constituía en custodios y en intérpretes auténticos de
toda ley moral,
es decir, no sólo de la ley evangélica, sino tam·
bién de la natural, expresión de la voluntad de Dios, cuyo cum
plimiento fiel
es igualmente necesario para salvarse» (8). Cual
quier intento de sustentar
el orden moral en· otros principios
será deficiente, y
más tarde o más temprano se resuelve en una
degradación del hombre.
Y
es que, en suma, la realidad más profunda de la moral
consiste en su conexión con la rdigión; con Dios, suprema rea
lidad. No hay moral sólida si no se fundamenta en Dios. Por eso,
en
el fondo de todo problema moral hay una cuestión de teología
moral;
es decir, de «aquella parte de la teología que trata de los
actos humanos en orden al fin sobrenatural». Pues si bien es
cierto que los problemas morales son objeto material de estudio
por
la ética o filosofía moral, ésta sólo considera a los actos hu
manos a la luz de la razón natural y en orden a un fin honesto
natural, en tanto
· la teología formal se apoya en la divina reve
lación y los considera a
la luz de la razón iluminada por la fe y
(7) Pío XI, Divini illius Magistri, 15 (AA, 22, 1930).
(8) PABLO VI, Humanae vitae, 4, 25-IV-1968. He de advertir que
considero mejor decir «Iglesia cató_lica», «católicos», que «Iglesias cristia
nas», «cristianos», para evitar imprecisiones; en modo alguno con intención
peyorativa o con
·intención de contrapOner los términos respectivos. Sigo,
en estó. al profes'ór ÜRLAND1s, J., que en su estudio titulado, ¿Qué es ser
católico?, explica: «El católico es d cristiano por excelencia, el cristiano
que
goza de la plena comunión_ de la única :Iglésia de Jesucristo. Pero hay
otros cristianos que no gozan de esa plena comunión y, sin embargo, lle
van el nombre. Conviene, pues, precisar la terminología, para rio caer en
ambig(iedades» (op. cit., pág. 13). .
169
Fundaci\363n Speiro
JAVIER NAGORE YARNOZ
conduce a los actos humanos al fin último sobrenatural. Y este
fin es la ra;s6n · misma de la existencia del hombre sobre la
tierra (9).
De ahí que la moralidad, al ser elemento que entra como
componente en todos los actos humanos, implica necesariamente
la existencia
de Dios y de la religión. Sin la verdad, sin el bien
no hay moral digna de este nombre. Por eso, el orden moral
se
fundamenta en la ley eterna, en Dios .mismo. Tal es la base
única de
la moralidad; si se niega la existencia de Dios, los pre
ceptos morales se desintegran completamente. No puede haber
moral intranscendente. En todos los sistemas
-también los po·
líticas--cerrados a la trascendencia divina, queda separada la
obligatoriedad moral de la realidad de Dios y surge, necesaria
mente,
la consecuencia de que la ley positiva -sin vínculo ni
con la ley eterna ni con
la natural, que es su reflejo-queda
sin fuerza intrínseca para obligar en conciencia. Tal
es la actual
«legalidad convencional» democrática que,
separando la moral de
la religión, quita a toda su ley su legítimo fundamento.
El negar un conocimiento de la ley eterna que opera
dentro
de nosotros mismos es tanto como negar la existencia de una
ley moral natural. Tal negación no sólo prescinde de lo que es
evidente, sino que llega al absurdo de hacer del hombre una es
pecie de oborto de la naturaleza, la única criatura sin ley. Todas
las leyes están ligadas a la ley etetna, como los vagones
de un
tren a la locomotora; por muy a la cola del
tren que vayamos,
hasta el último vagón
depende del impulso de aquélla. Ninguna
ley humana que viola la ley moral natural puede llamarse ley,
porque deja de estar dirigida a los fines de la naturaleza hu
mana y de setvir, por lo tanto, al bien común del individuo, de
la sociedad y del Estado.
Así, pues, toda ley humana es ley en
la medida en que está en: armonía con la ley moral natural, que
no es otra cosa que la ley eterna vista desde la perspecriva del
hombre.
' Ciettamente, la religión no es causa de la moralidad propia
(9) Royo MARÍN, A., Teologla moral par seglares, BAC, 1973, págs. 3-5.
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
de la ley natural, sino un efecto, un mandato emanado de ella.
Una religión revelada añade muchas cosas a los motivos de
mo
ralidad y a las sanciones propias de la ley moral natural, pero
ésta no presupone bondades y maldades ajenas a
la naturaleza
humana ; sólo presupone
la existencia de una primera causa, pero
la moralidad que establece la establece por sí misma.
El que la
ley moral natural no exija el conocimiento de Dios no quiere
decir que Dios sea superfluo en
el orden moral. Nadie necesita
-dice Farrell-saber que Dios existe para freir un par de hue
vos, pero si Dios no existiera, no habtía huevos
ni posibilidad
de que alguien los friera. El que una causa segunda sea eficaz
no quiere decir que no dependa de la primera.
Si ésta desapare
ciese,
la segunda perdetía toda causalidad; sólo refiriendo la
indudable causalidad de la segunda causa a la primera, aquélla
es inteligible ? explicable.
La fuente próxima de la obligatoriedad de la ley moral na
tural es el orden esencial de las cosas, tal como lo comprende
la razón natural y lo propone la voluntad, pero la suprema y
primera causa de esa obligatoriedad
es la ley eterna, cuyo autor
es Dios. De ahí que -quedó subrayado-toda cuestión moral
resulta ser, en definitiva, no
ya una cuestión ética, de filosofía
moral, sind de teología ; aplicándole los principios
de la ética,
sin
más, no puede resolverse ( 10). Con palabras de Pío XI, «so
bre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del gé
nero; todos los intentos de separar la doctrina del orden moral
de la base granítica de
la fe, para reconstruir sobre la arena mo
vediza de las normas humanas, conduce, pronto o tarde, a los
individuos y a las naciones, a la decadencia moral» ( 11 ).
' La historia no ha hecho, en los años que vivimos -lo mis
md . que hizo en siglos de vida humana-, sino ratificar estas
palabras.
(10) FARRELL, W .• O. P., Guía de la Suma Teol6gica. La búsqueda de
la feliddaá, vol 2.º, 2.• ed., Madrid, 1988, págs. 135-136.
· (11) Id., págs. 142-145.
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JAVIER N.AGORE. -YARNOZ
2. Las. caracteriticas de la. moralidad: objetividad, universa,•
lidad, legitimidad.
La ley moral natural, base de . toda moralidad, es indepen
diente
de toda circunstancia o eventualidad, y engloba la totalidad
de
la vida humana, mejor dicho de la conducta humana, en
cuanto que se extiende a todas. las esferas de la vida personal,
individual y
. colectiva. De hecho es universal, la misma en todo
hombre y
para todos los hombres. A la luz de la raz6n, no hay
dificultad en admitir esto respecto a las inclinaciones naturales
primarias, pues
se encuentra en todos los hombres. «Haz el bien
y evita
el mal», es un absoluto universal; los hombres persiguen
siempre
el bien, aunque sea s6lo una apariencia de bien. Los
preceptos secundarios -los diez mandamientos-- son moralmen
te universales, es decir, son conocidos por una abrumadora ma
yoría de hombres, pues son conclusiones que se pueden extraer
con la raz6n, fácilmente
de aquel primer principio; aunque al
gunos hombres pueden ignorar algunos de ellos a causa de la
corrnpci6n de sus apetitos,
de los malos hábitos, de la educaci6n
o
de la traclici6n (en sentido de costumbre). Lo cual tiene una
considerable importancia coando la · educaci6n es materialista,
hedonista o atea.
Por otra parte, las normas morales son obligatorias, no
de:
penden de la apreciaci6n subjetiva, ni de las situaciones coyun
turales de carácter individual o colectivo, personal. El hombre
ha de someterse a aquéllas, pues el orden esencial de las cosas,
y, más concretamente, el bien racional propio del hombre, es la
fuente pr6xima de la obligatoriedad de la ley moral natural. Esa
obligatoriedad no
se deriva -hay que repetirlo, como lo repetía
Santo Tomás-de un conocimiento de Dios como legislador,
como tampoco los primeros principios del orden especulativo
(no puede haber un
si y un no a la vez; 2 X 2 = 4, etc.) exi
gen. ese conocimiento para tener validez, sino que la obligatorie
dad de la
ley moral se deriva del principio de finalidad que, como
todos los demás, tiene un valor ontol6gico. (El hipotético des-
172
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
cubrimiento de una ttibu que se atuviera a los diez mandamien
tos y, al mismo tiempo, desconociera la ·existencia de un supremo
legislador, no implicaría una contradicción porque la ley moral
natural
es intrínseca y fluye de la misma naturaleza humana; en
cuanto a la obligatorieda, es una
parte esencial de la noción de
ley, que es, a su vez, primordialmente una
regla de orden, pero una
regla efectiva que, por eso, incluye en ella la idea de obligación).
De estos razonamientos,
basados en el sentido común, el Ma
gisterio de la Iglesia subraya la obligatoriedad, siempre estricta,
de la norma moral en razón de su universalidad, de su última
procedencia
-Dios-y de su fundamento próximo, la natura
leza humana; que es siempre la misma aun' dentro de la diver
sidad, en tiempo y en espacio,
de. los contextos histórico-cultu
rales en los que el hombre se mueve.
Pues bien, la legitimidad de las normas morales se deriva,
muy precisa y lógicamente, de esas características esenciales.
La
identificación de la vida humana con la vida moral indica inme
diatamente la íntima conexión existente entre ley y moralidad,
porque
ésta no es otta cosa que la conformidad con la norma
que regula la vida humana:
la norma o regla de razón, es decir,
la ley. La vida humana
es una vida basada en la razón, no el
resultádo de un capricho,
ni siquiera del capricho divino. Y la
ley que establece esa moralidad y regula una vida razonable, es
producto de la razón.
Se ttata de una orden11eión, de dar una
dirección efectiva a
un movimiento, por lo que es un acto inte·
lectual,
aunque presuponga, naturalmente, el movimiento de la
voluntad. De
ahí que la visión que se tenga de la vida determina la
concepción que
se tiene de la ley. Si la vida se entiende como
un movimiento hacia un fin, ese fin determinará tanto nuestra
concepción de la vida como de la ley. Y así como la vida hu
mana existe a causa de ese fin, que es la felicidad del hombre,
y la moralidad es el medio para alcanzar ese fin, la ley es el ca,
mino seguro para evitar que .el hombre se desvíe y no lo pueda
conseguir. Pero hoy en
día la concepción que se tiene de la vida
y de cuál
es su fin es muy confusa y contradictoria. Se duda de
173
Fundaci\363n Speiro
JAVIER NAGORE YARNOZ
que la vida humana tenga una fina]klad propia ; se niega, inclu
so, que
la tenga. Tal es la causa de la turbia visión del concepto
de ley que muchos tienen hoy, de su absurda
fe en ella, del so
metimiento de la vida a la tiranía de la ley, y, al mismo tiempo,
del paradójico desprecio
de la ley que reina en muchos ánimos
y del resentimiento hacia ella.
Y, sin embargo, los Estados siguen
produciendo leyes masivamente. Olvidados de la
ley fundamen
tal, primera de todas, de la que todas las demás leyes emanan:
olvidados de
la ley eterna, fuente y raíz de todo gobierno, de
toda verdad y de todo orden. No
es extraño, pues, que habiéndola
olvidado, no
se sepa que la ley moral natural no es más que la
participación del hombre en la
ley eterna, ni que la única fina
lidad de la ley humana positiva sea determinar los preceptos de
esa ley moral natural impresa por Dios en el corazón del hombre.
Y en cuanto a las contradicciones,
¿ cabe alguna mayor que
inclinarse ante el poder y el orden de la naturaleza y, a la vez,
querer exceptuar al hombre de ese orden
natural? Contradicción
inevitable, pues si
se quiere suprimir la idea de moralidad
--como en tantas ocasiones se quiere-de la mente humana,
y, por lo tantd, también la de responsabilidad, entonces resulta
imposible insertar
el hombre en el orden natural, reconocer que
está gobernado (como todo el universo) por una
ley que no
viola sino que
perfecciona la naturaleza, y, al mismo tiempo,
suprimir la moralidad.
La naturaleza del hombre es libre ; sus
acciones no pueden ser
el resultado de una necesidad física inelu
dible sin dejar de ser libre. Por lo tanto, la única
ley capaz de
gobernar una naturaleza moral como la del hombre sin hacerla
violencia
es una ley moral.
He procurado resumir ese concepto abstracto de «invariante
moral» en
los postulados, principios y características de la mo
ralidad. La ley moral natural que gobierna al hombre ha de ser
intrínseca, fluir inmediatamente de su propia naturaleza y
dis
poner de todos los elementos necesarios para responder a la
ndción de ley. La ley moral natural no es un producto de la
religión, sino de la naturaleza;
es la naturaleza la que reclama
la religión y no
al revés. La ley es necesaria para la vida huma-
174
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
na porque es una vida Ubre, es decir, moral, y la ley protege esa
libertad.. Su carácter moral es una contundente prueba de lo
mucho que Dios respeta la libertad humana
y de lo mucho que
espera
de ella. Los límites que establece cuando los hombres
desarrollan
esa ley en preceptos positivos justos emanados de
la autoridad, son una garantía para el hombre, pues le
dan la
seguridad de que sigue estando en la cima del universo, por
encima de todas las cosas establecidas por Dios, creadas por El:
por encima de los minerales,
de los animales y de las plantas y
por encima, asimismo, del Estado y de la sociedad.
¿ Se reconoce por la democracia tal invariante mota!? La
respuesta a esta pregunta no exigirá un desarrollo tan extenso
como
el punto antecedente. Sin embargo, exige algunas preci
siones.
3. Postulados
y principios democráticos.
Eugenio Vegas Latapie -a quien tanto debemos-escribió
en uno de
sus trabajos más racional y apasionado -¡ nada hay
que tenga
más carga de pasión que la razón, esa razón que
acaba en la
verdad!-, lo que sigue: «Pueden reducirse a tres
las acepciones de la democracia:
l.ª) el gobierno en que el pue
blo ejerce la soberanía; 2.ª) la sociedad igualitaria que no
reco
noce privilegios de clase; y, 3.ª) la clase popular. La primera
acepción tiene un contenido político y responde a la etimología
de la palabra ( «demos
= pueblos; «kratos» = autoridad, poder).
Las otras dos tienen un significado sociológico ( 12). A la
de
mocracia como clase popular, con su carácter sociológico, no pue
de oponerse, sino al revés, afirmarse en ella aquel principio de
la radical igualdad de los hombres ante Dios, afirmado por
San Pablo, y que hizo desde entonces que el ser hombre fuera
título bastante para que
se les reconozcan derechos innatos ( 13 ).
(12) VEGAS LATAPIE, E., Consideraciones sobre la democracias (Sine
ira et studio), Madrid, 1965, pág. 27.
(13) Cor., 1.•, XII, 13.
175
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JAVIER NAGORE YARNOZ
Por esto --afirmaba Enrique Gil y Robles---, «no se considera
aserción infundada,
ni aventurada siquiera, que la sociedad cris:
tiána, inspirada en la constitución de la ciudad de Dios, deba
ser en todo tiempo y caso
democrática, y que la Democracia es
jurídica exigencia y elemento esencial de las constitucidnes, sea
cual fuere la forma de gobierno, factor y cuestión ajenos a una
materia común a todo
organismo social y político, y que se re
fiere al fondo y base, a la vez que al espíritu informador de la
vida nacional» (14). Esta auténtica Democracia, que
afumó los
postulados, principios y características de la ley moral natural,
de la moralidad, transformó la sociedad antigua, e
hizo, en la
Edad Moderna, cuando surge el Estado representativo orgánico,
que aquella igualdad
se afirmará en lo esencial ( en cuanto al
origen, desenvolvimiento y fin del hombre), perd no en lo ac
cidental (en las diferentes clases sociales), porque semejante igua
litarismo hubiera supuesto la atrofia de la sociedad misma.
Ahora bien, ese igualitarismo en lo accidental fue la enseña
del Renacimiento, primero, de la Reforma, después, y, por
fin
de la Revolución. La soberanía del número fue uno de los dog
mas revolucionarit>s, atribuyéndose, en consecuencia, a todos los
individuos partes rigurdsamente iguales en el ejercicio del poder
supremo,
ya no dimanante de Dios, secularizando el Estado y
no solamente al Estado, sino a la misma sociedad.
La deificación
del hombre
es doctrina pagana resucitada por la Revolución. Y,
así, el cristianismo, religión del Dios-Hombre, parece transfor
marse
-lo quieren transformar-en la religión del hombre-dios.
Las palabras que siguen, también de Enrique Gil Robles, son
perfectamente aplicables a
la situación actual de la sociedad: «Ca
racterizadas la edad y sociedad contemporáneas por principios,
leyes y costumbres divorciados y
enemigds del cristianismo, ya
no hay pueblo, sino masa, y es la democracia vano y sarcástico
nombre que encubre una servidumbre efectiva. Despojado
el
hombre de su valor natural y sobrenatural, y el pobre de la dig
nidad superior de su pobreza, bajd las abstracciones igualitarias,
(14) GIL ROBLES, E., El absolutismo y la democracia, s/f, pág. 17.
176
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
puramente fantásticas, resurgen las antiguas desigualdades; ahora,
originadas del poder
.físico y matetial, el de la riqueza, especial
mente en estas sociedades de tipo industrializado»
(15).
No voy a tratat de las distintas formas de democracia, sino
de su actual concepci6n, politica y social: la democracia
arque
tipo de «instituci6n corruptora» --como la denomin6 Eugenio
Vegas Latapie--, basada en el falso dogma de la bondad natural
del hombre, la de la libertad sin limites y la absoluta igualdad,
la que hoy
se consideta -después, incluso, del desplome de los
principios
democráticos «libetales» y «populares» que inspiraron
las llamadas «democracias libetales» y «democracias
populates
como «condici6n de la dignificaci6n del hombre, quintaesencia
del desatrollo
de la humanidad, presupuesto pata la paz mun
dial» ( 16); de la que, apatte de su contenido político, implica
un sistema cultural; de esa democracia que,
«ya no es, simple
mente, una Qrganizaci6n estatal, sino, además, una forma espe
cial de pensamiento y de vida» (17).
De pensamiento y de vida, basándose en dos principios que se
estimaron axiomáticos ; no se demostraron, sino que se aplicaron
tal y como erróneamente fueton predicados: libertad e igualdad.
El hombre moderno, en consecuencia, se niega a tolerar coacción
y prohibici6n alguna. Los dictados de su propia voluntad setán
su única norma, su única ley. Y, supuesto que es precisOI vivir
en sociedad, la ley será la expresi6n de la voluntad general. Mas,
ese falso principio de que
sólo es políticamente libre el que no
se encuentra sometido más que a su voluntad, y no a una volun
tad extraña, unido al dogma de que todos los hombres nacen
libres e iguales, planteaba un indisoluble conflicto que oblig6
a
los dem6cratas a abandonar sus principios para no verse obli
gados a
reconoeet la legtimidad de la anarquía. Se prescindió del
principio de unanimidad
y se adoptó el principia mayoritario.
( 15) Id., págs. 25 y sigs.
(16) LucAS VBRDÚU, P., Democracia, «Nueva Enciclopedia Jurídica
Seb<», VI, 1954, pág. 771.
(17) ADAMOVICH, L., cit. por LucAS VERDÚ, op. cit., pág. 771.
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JAVIER NAGORE YARNOZ
Pero esto tampoco supone libertad, sino libertad de la mayoría
solamente; y, así, el campo
de la libertad individual está tan
sometido a los caprichos
de lá mayoría como en el Estado no
democrático lo están los ciudadanos a los caprichos de los gober
nantes.
Por eso, resulta que en una democracia como la actual se
produce en la aplicaci6n del principio de lo que se considera
hbertad una sola alternativa:
si el principio se confiesa en abs
tracto como valor supremo del individuo, se concluye en la anar
quía,
es decir, en la supresión de la libertad para la masa de los
débiles ; pero si
se aplica el principio como libertad de la ma
yoría, entonces se produce la muerte de las libertades concretas
de todos los demás.
En el otro campo, el de la igualdad, la afirmación democrá
tica de que los hombres nacen iguales en derechos, y que las
distinciones sociales
no pueden ser fundadas más que en la utili
dad común, choca con
la realidad de tal modo que hace impo
sible la aplicación del principio ; y, por ello, todas las democra
cias de hoy están tan alejadas como cualquier Estado no
demoL
crático del ideal de igualdad de los ciudadanos ante los deberes
de obediencia. Y
lo mismo pudiera decirse de los derechos fun
damentales, que
no son tales por haberse proclamado así en las
constituciones, sino por ser reconocidos por
la ley natural y ser
atemperados por el bien común. Porque no
se puede sacar de
la igualdad la fraternidad, como quieren los demócratas. El pun
to
de partida no es la igualdad, sino la fraternidad, porque los
hombres somos
-no a. título simbólico, sino realmente-her
manos: este vínculo
de sangre, reforzado en nuestras creencias
por el
vínculo sobrenatural de la filiación divina, crea la igual
dad sustancial, la que exige hacer lo posible por igualar diferen
cias. En cambio, el igualitarismo nivelador no
,puede crear la
fraternidad; sólo engendrará rivalidades. Su símbolo dirá Gon
zalo Fernández de la Mora, es la envidia (18).
(18) CHEVROT, G., Sim6n Pedro, 11.' ed., Madrid, 1977, págs. 182-
183; FERNÁNDEZ DE LA MoRA, La envidia igualitaria, Barcelona, 1954.
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
4. Las características de la democracia al uso: subjetividad,
relativismo, legalidad convencional
La democracia se basa en leyes convencionales dependientes
de las circunstancias de
época y lugar; pero fundamentar la ac
tuaci6n del hombre en el comportamiento moral de la mayoría,
implica el reconocer que la moralidad depende de estados de
opini6n. Hoy, con el apoyo de
la Sociología, se da apariencia de
asepsia científica a
técnicas utilizadas con unos juicios de valor
previos.
Se procura por cualquier medio -estadístico, por ejem
plo--. Así, al de cierto número de personas que piensan, ejemplo
también, que no es un crimen el aborto o que viven en una situa
ci6n
desarreglada moralmente. Luego ese dato sociol6gico se saca
del entorno del que se ha obtenido y
se utiliza como un ariete con
tra los principios más elementales del Derecho natural. La tercera
fase de este rápido proceso
es una consideraci6n que pretende
justificarse en la historia. Afirma que lo que ayer era considerado
escanadaloso, hoy no tiene por qué serlo; el hombre es distinto
-dicen-, ha progresado. De este modo tan sencillo se preten
de primero
justificar, y después imponer, un mal moral como
algo bueno (19).
De esta pretendida objetividad -que no es tal, por supues
to, pero que tiene su justificación en que la democracia hace lo
imposible
por objetivar el subjetivismo de sus principios a fin
de que sean obedecidos por todos, como si fueran leyes univer
sales-, se deriva lo que cabe llamar el relativismo democrático;
es decir, el proclamar, como
se proclama, que el Estado no debe
intervenir directamente en actos contrarios a la tutela personal.
Parece como si los gobiernos democráticos solamente se preocu
pasen de la
administraci6n de las cosas, y no del desarrollo de
las personas con
sus necesidades también espirituales. Se objeta
también, dentro de ese relativismo, que como la moralidad pú
blica depende de la conciencia
de cada persona, no se puede, ni
(19) GABIOLA, S., La moralidad pública, «Cuestiones y respuestas>1>,
VIII, 1979, pág. 100.
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JAVIER NAGORE YARNOZ
se debe, imponer una legislación para los que nd piensan como
católicos, por ejemplo. Y todo esto
al mismo tiempo que el in·
tervencionismo estatal sofoca a casi todos los sectores de la vida
social. ¡ Un caso más de hipocresía democrática !
Si con estas características la democracia, tal como hoy se
practica, se aparta tanto de aquellas otras específicas de la mo
ralidad, lo hace todavía más en una última: la legalidad.
La legalidad en la democracia actual
se contrapone, drásti·
camente, a la legitimidad de las normas morales, puesto que
el
reconocimientd del Derecho natural se halla fuera del campo de
la
teoría y de la praxis democráticas.
Una sociedad secularizada ignora
--o pretende ignorar-la
ley natural, porque aunque a
veces -democráticamente-no
se niegue su existencia, ni la de Dios, siempre suele negarse la
condición de Dios como Legislador Supremo.
Se descdnectan as!
las normas jurídicas de cualquier inspiración religiosa. La ley ya
no es «ordenación de la razón, dirigida al bien común y promul
gada por el que
sea halla al frente de la comunidad», sino una
«ordenación de la razón del Estado, dirigida
al bien que el Es
tado considera como tal, y promulgada por el poder del Estado».
Un
po
voluntad mayoritaria de ese pueblo representado por
los partidos
políticos.
Se llega así a entronizar comd ley humana positiva algo que
puede estar
en desarmonía con la comunidad, con la naturaleza
y con Dios, puesto que las leyes humanas deben estar en armonía
con la religión, con el orden establecido y contribuir al bienes
tar ; lo que equivale a decir que han de estar en armonía con la
la ley divina y con
la ley moral natural, y favorecer el bien co·
mún (20).
Nos dice un constitudonalista español -el profesor Sánchez
Agesta-que «un gobierno responsable que realice el ideal de
la dignidad humana» es el principio esencial de la democracia
(20) FARRELL, op. cit., pág. 152.
180
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD Y DEMOCRACIA
actual. Y, sigue dicendo: «El carácter representativo de las ins
tituciones podrá asegurarse por vías diversas; pero lo impor
tante es que, en alguna manera, sea un cauce auténtico para que
sea tenida en cuenta la voluntad y los intereses de los miembros
de una comunidad en las decisiones políticas. La libertad de ex
presión del pensamientd y la publicidad podrán estar rodeadas
de mayores o menores cautelas, pero es condición esencial para
que exista ese
diálogo responsable entre gobernantes y goberna
dos, que
es consecuencia y condición de la dignidad humana.
Por
lo mismo que es un ideal en realización es compatible in
cluso cOn situaciones de excepción en que sean desconocidos uno
o varios de estos elementos de su estructura (la de la democra
cia), siempre que
se respete ese principio básico de la dignidad
humana y,
en alguna medida, se garantice la responsabilidad del
gobernante» (21).
«En alguna manera», «diálogo responsable», «en alguna
me
dida» ... , perd, ¿de qué modo, de qué forma, se cumplen en la
democracia de hoy estos condicionantes ?
La indiferencia ante el bien y el mal, ante la verdad y el
error, constituye la base
de los Estados modernos. Y, por lo
tanto, de una democracia antagónica a «un orden democrático
justo y sano, fundado en los inmutables principios de la ley na
tural y de las verdades reveladas, contrario a aquella corrupción
que atribuye a la legislación del Estado un poder sin límites»;
«en
el respeto al orden absolutd de los seres y de los fines, del
origen y ejercicio del
poder políticio con su primera causa en
Dios» (22). Puesto que
si es el pueblo quien da el poder, lo da
como retransmitido de Dios; de otro modo se llega a un abso
lutismo democrático análogamente a como se llegó a un absolu
tismo monárquico (23
).
(21) SÁNCHEZ AGESTA, L., Curso de Derecho Constitucional Compa
rado, 5." ed., 1973, pág. 94. (Los subrayados del texto son míos).
(22) Pío XII, Alocuci6n al Sacro Colegio, el 2-VI-1947; PAULO VI,
AloCUción a la Uni6n Internacional de ]6venes Dem6cratas Cristianos, en:
«Comentarios a la 'Pacem interris'», BAC, 1963, págs. 21-23.
(23)
d'C>Rs, A., La violencia y el orden, añade: .«Resulta interesante
181
Fundaci\363n Speiro
J.AVIER NAGORE YARNOZ
La contraposición de pn11C1p1os y características entre mo
ralidad y democracia es difícilmente salvable: objetividad, uni
versalidad, legitimidad, es lo mismo que decir voluntad de Dios,
Derecho natural, moral ajustada a la ley divina
y natural; y
subjetividad, relativismo y legalidad, análogo a voluntad del hom
bre, postivismo jurídico y permisivismo moral. Entonces, ¿ dónde
puede situarse en el orden político demócrata la invariante
mo
ral necesaria a todo orden político?
Pienso que en una hipócrita invocación de la ética o de la
moral, dándoles la significación de opinión vigente o costum
bres extendidas,
lo cual conduce -expresó Monseñor Guerra
Campos-, «en ese pemisivismo moral, a una dejación de fun
ciones de la autoridad con daño para muchos, puesto que se les
fuerza a
sufrir sin razón moral la imposición de opiniones de
otros que no comparten ; suplantándose así el absoluto moral,
por invariantes o absolutos convencionales» (24).
Hoy, la democracia, al eliminar los principios de la moralidad
parece, sustentarse en una especie
de plataforma de principios co
lectivos en utilidad del Estado, definida por el propio Estado en
sus leyes convencionales, sin sombra de legitimidad a lo
qm, de
nomina ética. Una ética sin fundamento objetivo alguno, ya que
se basa solamente en la afirmación de la voluntad soberana
y
autónoma y que puede cambiar 4 cambia a menudo-- según
esa voluntad colectiva,
La ruina de una concepción como ésta
observar cómo algunos católicos, fundándose precisamente en aquella doc
trina que ve una derivación del poder provenientes de Dios a través del
Pueblo, llegan a
hablar de 'soberanía popular', pero luego cuando el Pue
blo hace uso de esa soberanía, por ejemplo, aprobando una ley contra el
derecho
natural, se indigna, sin darse cuenta de que ese abuso deriva de
las premisas que ellos mismos empezaron por admitir. Así ha ocurrido
recientemente en
España con los que censuraron a cuantos, como yo, ha
bíamos declarado la incompatibilidad de la 'soberanía popular' con la or
todoxia católica, y luego se indignaron con la aprobación de varias leyes
contra el derecho natural; aunque fueran 'teólogos', la Teología política
no
era su especialidad. La doctrina de la ~soberanía del pueblo' es así tan
incompatible con el Reinado de Cristo como el absolutismo monárquico»,
(págs. 56-57).
(24) GUERRA CAMPOS, J., op. cit,, p,lg, 6.
182
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD Y DEMOCRACIA
comienza a proclamarse por pensadores que preconizan la ne
cesidad de recuperar, al menos, la tradición aristotélica, es decir,
una ética de
las virtudes .capaz de devolver la unidad y el sentido
a la vida humana (25).
5. Dos preguntas con sus r'espuestas poéticas.
¿ Dónde nos han llevado los principios democráticos contra
puestos a los principios que informan la moralidad?
¿ Qué fru
tos ha producido en este campo la praxis democrática?
Pudiera transcribir
aquí miles de referencias y noticias de
decenas de países democráticos sobre la situación a la que les
ha llevado en el campo moral el fundamentar sus leyes conven
cionales, usos y costumbres en lo que llaman ética, honestidad,
derechos humanos, virtudes civiles (ya no las llaman morales),
etcétera, envolviendo en esa fraseología la invariante moral que
todo orden político ha de llevar consigo, quiéralo o
no. Es de
cir, que con esa fraseología envuelven su hipocresía, rindiendo
a la moralidad auténtica el tributo que
se le debe. Sin embargo,
no deseo cansarles más con un discurso ya excesivo, y que sería
todavía más pesado si lo llenara de citas y de siglas, de nombres
y de leyes de tantas naciones que se definen como democráticas
o
como democrático-sociales.
Por eso,
me parece que será más breve recitarles unos ver
sos en los que, de manera espléndida, Miguel d'Ors Lois, gran
poeta, profundo poeta, sintetiza muchos de los frutos de la pra
xis democrática, luego que la
democracia se desprendió de las
raíces de
la moralidad. Estos versos son de un poema, Lecciones
de Historio
(La larga marcha hacia ninguna parte). Transcribo
aquí los versos referentes a aquéllos frutos democráticos de «la
(25) MAclNTYRE, A., Tras la virtud, 1988; ABBÁ, G., Felicitá, vita
buona e virtú~ Roma, 1989; dos de· los autores más recientes que redescu·
bren el valor de una ética de las virtudes como antesala de una vida -de
un vivir-conforme al orden moral. (Vid. «Aceprensa», Servicio 89/90, el
13-VI-1990).
183
Fundaci\363n Speiro
JAVIER NAGORE YARNOZ
segunda mitad del siglo veinte» ; esa segunda mitad del siglo en
que
la democracia resutgió como un estilo y una filosofía de la
vida para toda la humanidad. Tal fue la pretensión y estos son
los frutos:
184
Olvido o negación de Dios.
«La segunda mitad del siglo xx
no tuvo Dios ni, dioses, ni siquiera
un poste de colores como Caballo Loco
que ser menos salvaje que hombre blanco.
Y vino lo que vino:
si Dios no existe, el hombre es un fosfato
(un fosfato que vota, miren qué delicado)
Si Dios no existe -déjense de bromas
no existen argumentos contra el horno
crematorio, el Gulag, la clínica asesina,
las bombas
de neutrones, las Brigadas
Rojas, los Mao-Tse-Tung
...
Si Dios no existe, sálvase quien pueda.
Si Dios no existe el Mandamiento Nuevo
es jodéos los unos a los otros.
Considerad, hermanos, con qué fidelidad
Id cumplió la segunda mitad del siglo xx».
Negación de la humanidad.
«La segunda mitad del siglo xx
la humanidad del hombre dimitió.
¿ Por qué perder el tiempo
en ser humanos, Aldo Moro, José María
Ryan, Manuel Expósito, almirante Carrero,
Anwar El Sadat,
por qué muertos y muertas
cuyos nombres se mezclan y confunden
en el olvido igual que las mandíbulas,
los zapatos, los trozos de chatarra, los dedos
en el súbito asfalto ensangrentado,
por qué perder el
tiempo en ser humanos
pudiendo ser un cóctel Molotov,
un Cetme, una
P0-3, un artilugio?».
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MORA,LIDAD Y DEMOCRACIA
Desprecio de la vida, que es sagrada.
La segunda mitad del siglo XX
llevó la compasión a un grado alejandrino.
Para ayudar al viejo de lentos sufrimientos
nada tan tierno como asesinarlo.
Para que
no haya niños de mirada famélica
eliminar los niños.
Durante
la segunda mitad del siglo xx
el ctimen fue la forma más sublime
de la filantropía.
La segunda mitad del siglo xx
proclamó la bandera
de la paz y la vida
Muy bien, señores, pero
mientras el Universo se llenaba
de palomitas rosas, mieritras todos ustedes
hadan el amor y no la guerra
Cinco, veinte, sesenta millones, ochocientos
millones de personas -Dios lleva cuenta exacta
asfixiadas, quemadas, trituradas
( con absoluta higiene y música ambiental
para que nadie diga).
Yo he escuchado
sus llantos diminutos,
he visto sus milímetros de espanto,
sus deditos de leche desvalida
moviéndose en
el cubo funerario.
Negaci6n del amor.
La segunda mitad del siglo xx
fue una escena de cama
de dimensiones cósmicas.
El Arte fue la oópula,
la Cultura la oópula,
Diversión la oópula
y
la Revolución también la cópula.
185
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JAVIER NAGORE Y ARNOZ
186
De todas las lll'1!leras
inferior a los perros.
Permisivismo.
La segunda mitad del . siglo xx
se propuso llegar al Paraíso
ahorrándose
el viaje.
Para
volar tan alto,
tan alto, les vendieron un atajo:
pastillas, sobrecillos, jeringuillas,
perfectos sucedáneos -pensaban-de la ascética.
Ascética sintética.
Una fumata, tío,
y el éxtasis. Un sorbo
de este rollo
y las ínsulas extrañas.
Un pinchacillo aquí
y escuchas en diez pistas
el hosanna de oro de los cords angélicos.
Lo malo que el atajo era mentira.
Lo malo que aquél cielo era mentira.
La segunda mital del siglo xx
fue amiga de los ríos
y los quebrantahuesos
de la ballena azul y los
otoñds
Muy bien, me apunto a tddos esos bosques,
a las corrientes aguas
puras, al Aconcagua, a las aves ligeras
A lo que no
me apunto ni borracho
es a clamar por la Naturaleza
con un dispositivd en la vagina,
una funda de plástico,
ya saben,
un kilo de pastillas en
el ahna
y millones de hermanos que no llegan
a especie protegida.
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD Y DEMOCRACIA
Relativismo y subjetivismo.
La segunda mitad del siglo XX
dijo que la verdad no era verdad,
que cada cual con su opinión, y todos
a ser homini lupus en
paz y compañía.
No
es verdad que hoy es martes,
no
es verdad esta lluvia, ni es verdad Paraguay
ni mi bigote ni
sus estornudos
ni
dos y dos son cuatro: todo son opiniones
Pero
¡ qué digo usted !
Usted es solamente
una opinión. Yo soy una opinión,
Esto es sencillamente
una conversación entre opiniones.
La segunda mitad del siglo xx
funcionó por razones
que
la raison jamás conocerá
Giambattista se hizo socialista
dicen que por la rima,
Daña Pura
testigo de Jehová
por una minipimer,
Juan y Pedro mormones por razones
de estricta sastrería.
Insondables abismos del organismo humano:
durante la segunda mitad del siglo xx
nadie fue calvinista por Calvino,
ni sartriano por Sartre, ni budista por Buda,
sino que por, o sea, que sentían
un no sé qué, que quedan balbuciendo
aquellos antropoides.
Soberania popular: un hombre un voto.
La segunda mitad del siglo xx
atinó con la llave
de la Sabiduría: un hombre, un voto.
187
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JAVIER NAGORE YARNOZ
El manejo es sencillo:
un drogadicto, un voto;
un premio Nobel
un voto; dos maricas, dos votos; un apóstol
un voto; un loco, un voto; un cuerdo, un voto
Acto seguidd
una rápida suma,
y miren qué sencillo
fue para la mitad del siglo xx
el Wahreitserkenntnisweg ( 26 ).
¡ Qué cierto es que la poesía llega donde no llegan los razo
namientos! En qué
pocos renglones han quedado radiografiados
los malsanos frutos de una praxis democrática que arrumbó
los
principios morales. Pero que, a pesar de ello, tal vez por intui
ción,
se da cuenta de la ruina a que se halla abocada. Como es
cribió Kelsen: «De hecho, la causa de la democracia aparecerá
desesperada
si se parte de la idea de que el hombre puede al
canzar verdades y poseer valores absolutos» (27). Más concreta
mente, una de las raíces de las amenazas a la democracia actual
-ratifica el Cardenal Ratzínger--es «el intento de dejar como
superflua
la dimensión moral por estimarla irracional ; esto trae
como consecuencia que
el Derecho no puede referirse a una
imagen fundamental de la justicia, sino que
se convierte en el
espejo de las ideas dominantes» (28).
(26) d'Ons, M., Lecciones de Historia (La larga marcha hacia ninguna
pJZrte, en «Es cielo y es azul», Universidad de Granada, 1984, págs. 51-71;
la palabra alemana «Wahreitserkenntnisweg», significa, literalmente, «ca
mino del conocimiento de la verdad», o «camino para buscar la verdad»;
Miguel d'Ors la emplea como parodia de la conocida anécdota alemana
de los dos anuncios de empresas distintas: una anunciaba «d camino de
la verdad»; la otra, una «conferencia, a las 15,30 horas, sobre el modo
posible de buscar la verdad»; al primer anuncio nadie hizo caso; en cam
bio el local para oir la segunda conferencia se llenó.
(27) KELSEN, Teorla general del Estado 1934, pág. 470, cit. por VEGAS
LATAPIE en «Consideraciones sobre la democracia», 1965, pág. ·s1.
(28) RATZINGER, Joseph, Cardenal, lg~esia, Ecumenismo y Politica,
BAC, 1987, págs. 228-230.
188
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MORALIDAD Y DEMOCRACIA
6. Un final de esperanza.
La democracia actual constituye, en efecto, una arquetipo de
institución corruptora. Contra sus peligros un antídoto --dijo
muy bien Eugenio Vegas-: el de la práctica de las virtudes (29).
No ya tan sólo esas «virtudes éticas» que, como hemos visto,
comienzan de nuevo a predicarse para salvar a la democracia,
virtudes fundadas en un humanitarismo sumamente frágil al no
estar fundamentado en la
ley divina, sino en las virtudes cris
tianas, en su legitimidad moral (30). Pues, «las estructuras es
tatales -escribe Solzheoitsyn en un recientísimo análisis a la
evolución de
las Unión Soviética-son menos importantes que
el
clima de relaciones humanas ( ... ) La vida política no es en
absoluto el primer aspecto de la vida del hombre (
... ) La pure
za de las relaciones sociales -su moralida~ es más fundamen
tal que el grado de abundancia.
Si una nación ha agotado sus
reservas espirituales, no la salvará de la muerte
ni el mejor sis
tema estatal -¿ la democracia como "el peor de todos los siste
mas políticos, si exceptuamos todos los demás", según
el 'calem
bour' de Churchill ?-ni el mayor desarrollo industrial: un
árbol no se tiene de pie con las raíces podridas» (31).
Sí, tenemos que practicar las
virtudes con ese optimismo que
nace de la
fe y la oración confiada. Hace muy poco terminaban
las celebraciones conmemorativas del centenario de una
gran figu
ra intelectual, el Cardenal Newman, también declarado Venera
ble por la Iglesia. Ante la degradación moral
-ya en sus tiem
pos-que parecía desbaratar los mismos fundamentos de la
I!Jles[a -royas bases son el Dogma y la Moral-, escribía:
(29) VEGAS LATAPm, E., op. cit., págs. 273-274.
(30) ÜRLANDIS, J., Los cristianos hacen la Historia, 1977, pág. 93; y
Los cristianos en un tiempo de prueba3 1975, pág. 20, dice: «En la socie
dad permisiva, la noción de legalidad jurídica habrá de distinguirse neta
mente de la idea de licitud moral».
(31) SoLZHENITSYN, A., C6mo revitalizar Rusia, «Aceprensa», Servicio
140/90, de 26-VI-1990.
1S9
Fundaci\363n Speiro
JAVIER NAGORE Y.A.RNOZ
«Optimismd. La Iglesia ha estado demasiadas veces en lo que
parecía un fatal peligro, como para que ahora nos vaya a
atemorizar una nueva prueba. Son imprevisibles las vías por las
que la Providencia rescata y salva a sus elegidos. A veces, nues
tro enemigo se convierte en amigo;
a veces, se ve despojado de
la capacidad de mal que le hacía temible; a veces, se destruye
a sí mismo; o, sin desearlo,. produce
efectos beneficiosos, para
desaparecer a continuación sin dejar rastro. Generalmente, la
Iglesia
-guardiana de la moral, con depósito que no puede al
terarse-no hace otra cosa que perseverar y rezar, con paz y
confianza, en el cumplimiento
de sus tareas, permanecer serena,
y esperar en Dios la salvación»
(32).
Practicar y predicar las virtudes ; nosotros, con nuestros nom
bres y apellidos ; siendo «luminosos rebddes», como si en nues
tra confianza en el triunfo
éste dependiera de nuestro solo es
fuerzo, pero sabiendo que solamente lo da Dios.
Con este final de esperanza termina también Miguel d'Ors
su poema:
190
«La segunda mitad del siglo xx
dio pasos de gigante.
Hubo, no obstante, algunos reaccionarios,
gentes que se negaron a avanzar con
su tiempo
una monja ruinosa de Calcuta, unos papas,
Escrivá, Solzhenitsyn, Lech Walesa,
Jeróme Lejeune y otros,
sin olvidar
los pérez con su codos gastados
en
el amargo roce de los lunes y martes
y unos pocos millares de silencios postrados
bajo la lucecita latiente del
Sagrario-,
gentes insolidarias, no cabe duda, gentes
reacias a vivir a cuatro patas
y a dar aquellos pasos de gigante
camino de la nada.
Nadie lo supo, y ellos sostenían
la máquina del mundo.
(32) NEWMAN, J. H., Cardenal, Big/ieto Speech, 12-V-1879.
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD Y DEMOCRACIA.
Lumindsos rebeldes, ellos fueron
el rumbo de la Historia
durante la segunda mitad del siglo xx» (32).
Contracorriente: en la teoría
y en la práctica. Enseñar la
buena doctrina en sus principios ; enseñar a ponerlos en prác
tica. Siempre
con la sentencia de sabiduría de que «si largo es el
camino de
la enseñanza por medio de las · teorías, breve y, eficaz
por medio de los ejemplos» (
34 ).
Epilogo.
Al corregir las pruebas de imprenta para la publicación en
Verbo de esta conferencia, me ha parecido necesario añadir una
referencia al «Documento sobre la moralidad pública» del Episco
pado español que, luego de lenta gestación, vio
la luz el 20 de
noviembre de 1990.
Se trata de un documento admirable, en el
fondo
y en la forrna, cuyo propósito último no es otro que im
pulsar «a los católicos a proponer la moral cristiana en todas sus
exigencias y originalidad». El documento, con la altísima
auto
ridad que le da su aprobación por la Plenaria del Episcopado
español, ofrece
como claves en la lectura de su rico y profundo
contenido, las siguientes, que tomo del periódico
ABC del día 22
de noviembre de 1990:
-La eficacia se ha convertido, en el mundo do hoy, en el
único criterio moral válido.
-La perrnisividad hace que todo se considere objetivamente
indiferente.
-La Administración ( el Estado español) presenta la moral
cristiana como enemiga del progreso.
(33) d'ORS LoIS, M., op. cit., pág. 72.
(34) SÉNECA, L. A., Obras completas, 1951, pág. 99: «Longum iter
est per praecepta, breve et éfficax per ex:empla».
191
Fundaci\363n Speiro
JAVIER NAGORE YARNOZ
-Se intenta (y parece estar lográndose) un desmantela
miento sistemático
de la moral tradicional sin construir
nada a cambio, llegándose a una especie de nihilismo en
la moral y en la ética de
las conductas, privadas y públicas.
-La vida pública está afectada del transfuguismo y del trá
fico de influencias.
-El «voto subsidiado» y el negocio que se hace con el
paro corrompe la democracia.
-Se trivializa frívolamente la sexualidad humana, infrava
lorando la fidelidad conyugal.
-No hay proporci6n entre el peso social de los cat6licos y
su importancia política.
En este esquema periodístico del ABC nada se dice, aunque
el documento lo resalta, de la ilegitimidad absoluta de las «le
yes» sobre divorcio, aborto ( «abominable crimen») y eutanasia ( «en
trance de legalizaci6n»
), del «cáncer de la volencia», del tráfico
de drogas, de
la venta de armamentos, etc. (35), frutos, en la so
ciedad de hoy, de la democracia permisiva que nos aflige, y que,
como expuse en
la conferencia, el poeta Miguel d'Ors sintetiz6
en versos estupendos.
Por otra parte,
el documento de los obispos españoles re
cuerda, entre otras cosas necesarias para la participaci6n de los
cat6licos en
la vida pública ( objeto, como es sabido, de otro
documento anterior del Episcopado español), que «la vida
po
lítica tiene también sus exigencias morales [ ... ] y es preocupan
te el hecho de que pese a
la importante presencia de los cat6licos
en
el cuerpo social, éstos no tienen el correspondiente peso en
el orden político ;
la fe tiene repercusiones políticas y demanda,
por tanto,
la presencia y la participaci6n política de los creyen
tes, pues la
no beligerancia de la Iglesia, consistente en no iden-
(35) Documento sobre la moralidad pública, puntos 19 y 20.
192
Fundaci\363n Speiro
MORALIDAD Y DEMOCRACIA
tificarse con ningún partido como exponente cabal del Evange
lio, no debe confundirse con la indiferencia» ( 36).
En las palabras, subrayadas por mi, de
no beligerancia, me
parece entender -de hechd así se interpretaron en una ocasión
durante la
II Guerra Mundial cuando España se declaró no be
ligerante
en el conflicto-un cuidadoso equilibrio entre la beli
gerancia activa y militante y la neutralidad. La Iglesia no ha de
confundirse con partido político alguno, pero no puede ser in
diferente a las doctrinas que éstos profesen e impartan. Con
palabras de Alvaro d'Ors: «Así, pues, la Iglesia no impone,
or
dinariamente, directrices de carácter politico a los fieles, pero les
señala límites morales infranqueables.
En la medida en que estos
límites se hallan constitucionalmente defendidos por la potestad,
los fieles pueden gozar de una mayor libertad de opción politica;
en
la medida en que no ocurre así, viene a imponerse inexorable
mente una mayor uniformidad de conducta y, por ello, disminu
ye la libertad política. En este sentido, suelo decir que hay que
decidirse entre Estado confesional
d partido político confesio
nal. De hecho, en España, la doctrina que ha insistido en la liber
tad política pudo difundirse gracias a la confesionalidad del
Estado; pero, desaparecida ésta, quizá volvamos a ver como algo
necesario la unión politica de los católicos como único medio
de defender a
la Iglesia y la moral cristiana. Libertad política y
acdnfesionalidad a la vez
me parece una forma de renunciar a
defender a la Iglesia en el orden temporal» (37).
No parece estar lejos de esta lógica interpretación el llama
miento episcopal para que
los católicos estén presentes, y parti
cipen activamente, en las decisiones políticas, de tanto peso, a
su vez, en la defensa de
la moral de la Iglesia.
También en este campo habremos de actuar, en
las circuns
tancias actuales, contra corriente. Sin embargo, el documento de
los obispos de España viene en apoyo de nuestra lucha. En un
significativo
párrafo se nos dice a los católicos, «a la comunidad
(36) Ibid., punto 61.
(37) d'ÜRS, A., La violencia y el orden, pág. 115.
193
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JAVIER NAGORE YARNOZ
católica en la que también se refleja la crisis moral», lo siguiente:
«Para superar el peligroso desencantd de nuestros conciudadanos
respecto a
la política y a los politicos ( cuya ejemplaridad es fun
damental y totalmente exigible para que el cuerpo social se re
genere), es necesario el liderazgo moral de quienes han sabido
integrar, en duradera identificación, lo que
son y lo que repre
~entan,
lo que proponen, lo que piensan y lo que dicen y hacen.
Son éstas las personas que cuentan con verdadera autoridad,
estén o no en el ejercicio del poder. Carecen, por el contrario,
de autoridad, aunque no siempre de poder, quienes nos encubren
que son
en verdad quienes cuentan con nosotros sólo como
votantes y no como personas» (38).
Ciertamente, no se trata aquí de una condenación para
la
democracia que hoy rige en España y que produce frutos tan
contrarios a la moral y a la ética, pero
sí -el último párrafo
transcrito es revelador-de una condena de quienes politica
mente ostentan un poder sin autoridad moral alguna, pese a los
votos -democráticamente
conseguidos-que los llevaron al
poder.
«¡ Quod erat demostrandum !». La convencional legalidad de
mocrática es difícilmente compatible con la legitimidad moral.
(38) Documento ... , Punto 64
'194
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