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Número 291-292

Serie XXX

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Santos Lalueza Gil: Martirio de la Iglesia de Barbastro (1936-1938); Antonio Sospedra Buye, C.P.C.R.: Las nueve rosas de sangre del Monasterio de Monjas Mínimas de Barcelona

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Santos Lalueza Gil: MARTIRIO DE LA IGLESIA
DE BARBASTRO (1936-1938)
(*)
Antonio Sospedra Buyé, C. P. C. R.: LAS NUEVE ROSAS
DE SANGRE DEL MONASTERIO DE MONJAS MINIMAS
DE
BARCEWNA (**)
Afortunadamente han pasado aquellos vergonzosos días en
los que la Iglesia española ocultaba e incluso negaba a sus már­
tires. Aunque, es penoso decirlo, mucho más por voluntad del
Santo Padte que por lo que debió haber sido clamor unánime de
nuestros obispos, de nuestros sacerdotes y de todos los fieles.
Gracias a Dios y
a Juan Pablo
II ya están en los al tates varios
de aquellos mártires y van a ser legión los que en los próximos
años recibirán
el reconocimiento público de la Iglesia como héroes
de una de las gestas más gloriosas de toda su historia, compa­
rable sólo a
las persecuciones romanas.
Todo ello ha llevado a que se multipliquen los libros que
natran el
mattirio de muchos de aquellos que, en un plazo bre­
vísimo de tiempo -la gran masacre ocurrió en cuatro o cinco
meses, aunque después se produjeran algunos asesinatos más-,
probaron con su sangre el gran amor que tenían a Cristo y a su
Iglesia. Dando no pocos de ellos incluso muestras de un inmenso
amor a los mismos que los asesinaban.
Hoy presentamos a
los lectores dos libros =celentes, tanto
pata la historia como pata el aprovechamiento espiritual de quien
los lea. El primero de ellos, escrito por
el deán jubilado de la
catedral de Batbastro, don Santos Lalueza Gil, refleja el
mattirio
de aquella pequeña diócesis que pasó a ser la más grande de
España porque en
ella no quedó prácticamente ni un sacerdote.
Todos fueron asesinados por odio a Jesucristo. Y cuando digo
todos no estoy exagerando. Antonio Montero,
el actual obispo
de Badajoz, en su libro in=plicablemente no reeditado,
LtJ per­
secuci6n religiosa en España (Madtid, 1961), nos dice que di'
140 sacerdotes incatdinados en
la diócesis fueron asesinados 120,
lo que supone un 87,8 por ciento, cifra realmente escalofriante.
Y que
no tiene parangón con ninguna otra diócesis de España,
Después de la de Batbastro la más castigada fue la de Lérida
que perdió
al 65,8 por ciento de su clero. Lalueza, con datos
más recientes
y más sobre el lugar, pues no en vano fue deán. de
la diócesis, confirma el número de los ineatdinados y reduce en
6 el de los asesinados. Que según él fueron 114. Pero los que
(*) Barbastro, 1989, 172 págs.
(**) Barcelona, 1989, 184 págs.
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realmente murieron fueron casi el doble, pues tres órdenes rdi­
giosas asentadas en aquel pequeño territorio ofrendaron también
numerosisimas víctimas. Lalueza da la cifra total
de 197 con sus
nombres y apellidos. Y a ellos habría que
aliadir los laicos ...
Bien podemos decir, pues, que jamás se dio página igual en la
historia de la Iglesia. Y
yo creo que hasta el cielo mismo se sor­
prendió cuando vio llegar a aquel obispo, don Florentino Asensio
Barroso, seguido
de 196 sacerdotes, seminaristas y novicios, to-·
dos con la palma del martirio en la mano, que acudían a recibir
el abrazo amoroso de Jesucristo.
De cada uno de los sacerdotes diocesanos hace una breve
semblanza y relata los datos que hasta él llegaron de su martirio.
El resumen da 114 sacerdotes, incluyendo al obispo, 5 semina­
ristas, 51 claretianos, 9 escolapios y 18 benedictinos.
El
.P. Sospedra, cooperador parroquial de Cristo Rey, en otro
hermoso libro con numerosas fotografías, algunas sobrecogedoras,
nos narra otro martirio especialmente atroz, pues se ejecutó en
nueve pobres mujeres, monjas mínimas de Barcelona. El autor
recrea el ambiente de persecución que
se vivió aquellos días, las
zozobras de las monjas hasta que fueron apresadas y llevadas
al.
lugar de la ejecución. Numerosos testimonios avalan su relato
que en todo momento huye de imaginar lo que no consta. Por
ello, desconocemos lo que ocurrió en
el último momento cuando
aquellas nueve mujeres ofrendaron
sus vidas al Esposo. Parece
que salieron contentas lo que, 'en medio de los malos
tratos que
recibían, pues fueron artojadas como fardos al camión, indica que
bien sabian lo que les esperaba y que lo aceptaban con sobrena­
tural alegria. También quedó el testimonio de quien oyó a algu:­
no de los asesinos comentar en un bar, cuando regresaban de
cometer el horrendo crimen: «¡Vaya unas monjas valientes esas
nueve que han caído
hoy !'».
Debemos felicitamos de la aparición de libros como éstos
que, escritos ya desde la serenidad del tiempo pasado, recuerdan
una gesta gloriosa de nuestra Iglesia y de nuestra patria. Y no
quisiera terminar este comentario sin mencionar un hecho cuya
veracidad no he podido comprobar pero que refiero tal como me
lo narraron. Sin no fuera exacto, téngase
por no dicho. Parece
que en· algún lugar de la catedral de Barbastro, una lápida
con­
merdraba el martirio de tantos sacedotes recogiendo sus nom­
bres como piadoso recuerdo. Y en aquellos años oscuros a los
que en las primeras líneas aludía, el actual obispo lo mandó re­
tirar. Si así fue, todo comentario sobra.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA.
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