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Número 465-466

Serie XLVI

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El bicentenario, el «otro» bicentenario y los «otros» bicentenarios

EL BICENTENARIO, EL “OTRO” BICENTENARIO YLOS “OTROS” BICENTENARIOS
POR
MIGUELAYUSO
1. Los “o t ro s” bicentenarios y el “ o t ro” bicentena ri o .
Las conmemoraciones del bicentenario del 2 de mayo de
1808 han venido a confirmar, incluso con usura, los temores y no
simples aprehensiones que cabía razonablemente albergar a la
vista, no sólo de la deriva, sino propiamente de la instalación de
la cultura y política patrias en el desconcierto, cuando no la per-
versión. Con grave falsedad se ha esparcido a los cuatro vientos
que España habría nacido entonces y que la sublevación contra el
“ f r a n c é s ” habría venido signada por el liberalismo auroral. Se hace
p rec iso alzar, por lo mismo, el ve rd a d e ro ro s t r o del bicentenario
en cuestión, lo que cabría llamar el “ o t ro” bicentenario (1). Q u e
es el comienzo de una serie, pues comprende el alzamiento, la
guerra posterior, el proceso institucional e incluso (merced a un
a rdi d) constitucional, así como sus reflejos en sede americana.
Ante los mismos habrá que ir tratando de presentar de nuevo su
faz real, esto es, los “ o t r o s” bicentenarios. A la postre, sin embar-
go, el plural se r e s u e l ve en singular, pues la razón del desconoci-
miento y la manipulación es la misma en todos ellos. Así pues,
quienes quieren conservar el patrimonio moral de la tradición
Verbo, núm. 465-466 (2008), 363-374. 363
____________
(1) Si no fuera por ciertos juicios sobr e las Cortes y la Constitución gaditanas
podríamos considerar ejemplar el libro del admirado J osé Manuel Cuenca Toribio, La
guerr a de la Independencia: un conflicto decisiv o (1808-1814), Madrid, 2006.
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
Fundaci\363n Speiro

Tales etiquetas por el momento no responden tanto a los nom-
b res con que son conocidas en los manuales de historia, sino más
bien a una percepción de las tendencias fluidas que se encontraban
en la sociedad española. Veámoslo un poco más por menudo. En primer lugar puede aislarse un grupo humano de acue rd o
conscientemente con la gobernación borbónica de finales del
XVIII. Grupo reducido, pero selecto, integrado en buena par t e
por el alto clero y la nobleza cortesana, ha sido ganado por los ide-
ales de la Ilustración. Regalistas en materia religiosa, centralistas
en cuanto a la política territorial, indiferentes a las (decadentes)
instituciones re p re s e n t a t i v as tradicionales, que ven como una ré-
mora o un residuo del pasado caduco. Cuando decimos c o n s e rva d o r ,
pues, estamos diciéndolo en el sentido de conservación de un an-
tiguo régimen ahormado por un absolutismo monárquico de ve n i-
do en despotismo ilustrado. Las otras dos actitudes, por contra, se presentan inicialmente
acomunadas por las ansias de reforma, pero ahí terminan sus
semejanzas, abriéndose en cambio las radicales diferencias. P o rq u e
el reformismo sólo implica un deseo de cambio, que puede enca-
minarse hacia senderos no sólo diversos sino aún divergentes. Eso
es lo que ocurrió. Pues la denominada innovadora buscó la salida
a la evidente crisis en la cancelación de la situación presente a
c o m i e n zos de siglo, sí, pero también en la de la tradición españo-
la de la que ésta era desleída heredera. Grupo igualmente re d u c i-
do, sus fuentes probablemente no eran tan distantes de las del
g r upo precedente, pero se iban a encaminar más resueltamente a
atajar la coyuntura. En tal sentido, eran igualmente re g a l i s t a s
(cuando no directamente anticristianos) y centralistas, y en cuan-
to a la re p resentación postulaban una re p resentación nacional
d i f e r ente radicalmente de la estamental hasta entonces vigente,
aunque (como ha quedado dicho) decadente. Son los que podría-
mos apodar de liberales. La actitud re n ovadora, por su parte, no
dejaba de ser leal al Re y, aunque coexistiendo con una difusa crí-
tica a su gobierno. Católicos sinceros, amantes de los fueros y
l i b e r tades locales y ligados a las instituciones tradicionales en que
se basaba la vie ja re p resentación, puede decirse que la mayor par t e
de la población, con mayor o menor conciencia y vigor, pero en
EL BICENTENARIO, EL “O T RO” BICENTENARIO Y LOS “O T RO S” BICENTENARIOS
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( “quod pietas se extendit ad patriam” (2), escribió el Aq u i n a t e )
tienen por delante el esclarecimiento de importantes pr o b l e m a s
teóricos o de interpretación histórica que giran en torno al senti-
do de nuestra historia contemporánea.
2. Una revisión de las tendencias políticas actuantes.
La historiografía liberal fue la primera en apoderarse del 2 de
m a yo, en el cuadro de la llamada (no de modo totalmente inocuo)
“guerra de la I n d e p e n d e n c i a”. Don Federico Su á rez Ve r d e g u e r
realizó en los últimos años cuarenta y primeros cincuenta una
p rofunda revisión de la historia contemporánea española que
resulta oportuno r e c o rdar aquí. La interpretación dominante de la
crisis política del antiguo régimen y los balbuceos del régimen
liberal, esto es, el período que se extiende entre 1800 y 1840,
hasta entonces había venido tocada por la limitación sectaria de
las fuentes, excluidas las no liberales, y por la repetición acrítica
de las mismas (3). Siendo grave la primera de las deficiencias, la
más nociva con todo era la segunda. Pues hubiera bastado l a re f l e-
xión problemática a partir de las fuentes de parte comúnmente
utilizadas para que hubieran emergido netas las contradicciones,
en suma, las falsedades. Frente a la presentación corriente de un
realismo (luego con ve rtido en carlismo) sinónimo de absolutis-
mo, conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno, y un
liberalismo identificado con todos los bienes, sin sombra alguna
de mal, el sabio historiador descubrió por el contrario la existen-
cia de tres actitudes, descritas inicialmente como conser va d o r a ,
i n n ovadora y re n ovadora (4).
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(2) S. th., II-IIae, q. 101, a 3, ad 3.
(3) Cfr . Federico S uárez Verdeguer, La crisis política del antiguo régimen en E spaña
(1800-1840), Madrid, 1950. (4) Id., Conservadores, innovadores y renovadores en las postrimerías del antiguo régi -
men, P amplona, 1955. Con especial r eferencia al período aquí concernido, véase tam-
bién, del mismo, Las tendencias políticas dur ante la guerra de la Independencia, Z aragoza,
1959. Se trata de una separata de las actas del “II Congreso H istórico Internacional de
la guerra de la independencia y su época ”, donde hace justicia a Melchor Ferrer y los
autores de la Historia del tr adicionalismo español, Sevilla, 1941-1979, como precursores
de esa revisión.
Fundaci\363n Speiro

Tales etiquetas por el momento no responden tanto a los nom-
b res con que son conocidas en los manuales de historia, sino más
bien a una percepción de las tendencias fluidas que se encontraban
en la sociedad española. Veámoslo un poco más por menudo. En primer lugar puede aislarse un grupo humano de acue rd o
conscientemente con la gobernación borbónica de finales del
XVIII. Grupo reducido, pero selecto, integrado en buena par t e
por el alto clero y la nobleza cortesana, ha sido ganado por los ide-
ales de la Ilustración. Regalistas en materia religiosa, centralistas
en cuanto a la política territorial, indiferentes a las (decadentes)
instituciones re p re s e n t a t i v as tradicionales, que ven como una ré-
mora o un residuo del pasado caduco. Cuando decimos c o n s e rva d o r ,
pues, estamos diciéndolo en el sentido de conservación de un an-
tiguo régimen ahormado por un absolutismo monárquico de ve n i-
do en despotismo ilustrado. Las otras dos actitudes, por contra, se presentan inicialmente
acomunadas por las ansias de reforma, pero ahí terminan sus
semejanzas, abriéndose en cambio las radicales diferencias. P o rq u e
el reformismo sólo implica un deseo de cambio, que puede enca-
minarse hacia senderos no sólo diversos sino aún divergentes. Eso
es lo que ocurrió. Pues la denominada innovadora buscó la salida
a la evidente crisis en la cancelación de la situación presente a
c o m i e n zos de siglo, sí, pero también en la de la tradición españo-
la de la que ésta era desleída heredera. Grupo igualmente re d u c i-
do, sus fuentes probablemente no eran tan distantes de las del
g r upo precedente, pero se iban a encaminar más resueltamente a
atajar la coyuntura. En tal sentido, eran igualmente re g a l i s t a s
(cuando no directamente anticristianos) y centralistas, y en cuan-
to a la re p resentación postulaban una re p resentación nacional
d i f e r ente radicalmente de la estamental hasta entonces vigente,
aunque (como ha quedado dicho) decadente. Son los que podría-
mos apodar de liberales. La actitud re n ovadora, por su parte, no
dejaba de ser leal al Re y, aunque coexistiendo con una difusa crí-
tica a su gobierno. Católicos sinceros, amantes de los fueros y
l i b e r tades locales y ligados a las instituciones tradicionales en que
se basaba la vie ja re p resentación, puede decirse que la mayor par t e
de la población, con mayor o menor conciencia y vigor, pero en
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( “quod pietas se extendit ad patriam” (2), escribió el Aq u i n a t e )
tienen por delante el esclarecimiento de importantes pr o b l e m a s
teóricos o de interpretación histórica que giran en torno al senti-
do de nuestra historia contemporánea.
2. Una revisión de las tendencias políticas actuantes.
La historiografía liberal fue la primera en apoderarse del 2 de
m a yo, en el cuadro de la llamada (no de modo totalmente inocuo)
“guerra de la I n d e p e n d e n c i a”. Don Federico Su á rez Ve r d e g u e r
realizó en los últimos años cuarenta y primeros cincuenta una
p rofunda revisión de la historia contemporánea española que
resulta oportuno r e c o rdar aquí. La interpretación dominante de la
crisis política del antiguo régimen y los balbuceos del régimen
liberal, esto es, el período que se extiende entre 1800 y 1840,
hasta entonces había venido tocada por la limitación sectaria de
las fuentes, excluidas las no liberales, y por la repetición acrítica
de las mismas (3). Siendo grave la primera de las deficiencias, la
más nociva con todo era la segunda. Pues hubiera bastado l a re f l e-
xión problemática a partir de las fuentes de parte comúnmente
utilizadas para que hubieran emergido netas las contradicciones,
en suma, las falsedades. Frente a la presentación corriente de un
realismo (luego con ve rtido en carlismo) sinónimo de absolutis-
mo, conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno, y un
liberalismo identificado con todos los bienes, sin sombra alguna
de mal, el sabio historiador descubrió por el contrario la existen-
cia de tres actitudes, descritas inicialmente como conser va d o r a ,
i n n ovadora y re n ovadora (4).
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(2) S. th., II-IIae, q. 101, a 3, ad 3.
(3) Cfr . Federico S uárez Verdeguer, La crisis política del antiguo régimen en E spaña
(1800-1840), Madrid, 1950. (4) Id., Conservadores, innovadores y renovadores en las postrimerías del antiguo régi -
men, P amplona, 1955. Con especial r eferencia al período aquí concernido, véase tam-
bién, del mismo, Las tendencias políticas dur ante la guerra de la Independencia, Z aragoza,
1959. Se trata de una separata de las actas del “II Congreso H istórico Internacional de
la guerra de la independencia y su época ”, donde hace justicia a Melchor Ferrer y los
autores de la Historia del tr adicionalismo español, Sevilla, 1941-1979, como precursores
de esa revisión.
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a d m i n i s t r a t i va, militar y hacendística, pero sobre todo con el
golpe de estado legislativo que abrió la sucesión femenina, instru-
mental a la instauración del nuevo régimen. Por algo puede
haberse dicho que éste debe más a la “década ominosa” que al
“trienio liberal”, esto es a un período considerado absolutista que
a otro que encarna el liberalismo más extremo (9). Para seguir con la singularidad de un realismo, eminentemen-
te popular y al inicio principalmente espontáneo y no formaliza-
do, pero que pronto hallamos cuajado doctrinalmente en el
“ Manif iesto de los persas” (10), de 1814, contrafigura de la
Constitución doceañista, y movilizado militarmente en 1820,
contra el trienio, en lo que Rafael Gambra llamó “la primera gue-
rra civil de España” (11), para postular decididamente a D o n
Carlos contra Fernando VII a partir del “Manifiesto de la federa-
ción de realistas pu ro s” en 1827 (en plena “década ominosa ” ,
n u e va anomalía carente de sentido en la lectura heredada) y ter-
minar propiamente en el carlismo en 1833 a la muerte del R e y
Fernando, una vez intentada la usurpación luego consumada. Más
allá de la falta de depuración de algunos conceptos (la pr o f u n d i z a-
ción de la teorización tradicionalista se ha ido produciendo confor-
me iba debilitándose la vivencia) (12), el tradicionalismo político
español está en pie con el lema “Di o s - Pa t r i a - Re y ”, que más adelan-
te se perfeccionaría en “D i o s - P a t r i a - Fu e ro s - Re y” .
3. Una revisión del pe ríodo: la herida de la “indepe ndencia” y el “e s p í r itu de 1812”.
Dicho lo anterior, absolutamente imprescindible para la com-
EL BICENTENARIO, EL “O T RO” BICENTENARIO Y LOS “O T RO S” BICENTENARIOS
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todo caso, engrosaba este grupo, que fue conocido como re a l i s t a
y que fue el concluyó en el carlismo (5). La anterior presentación, por escueta que haya sido, rompe la
bipolaridad absolutismo (al que se adscribe al carlismo) y libera-
lismo, cargado éste con todas las valencias positivas mientras que
se atribuyen a aquél todas las negat iva s .
Para empezar muestra una mayor proximidad entre absolutis-
mo y liberalismo que la que estamos acostumbrados a encontrar,
así como distingue el realismo netamente de los anteriores. Qu e
e n t re absolutismo y liberalismo se da una íntima continuidad no
es ningún secreto desde que Tocqueville lo hubiera tematizado
para Francia (6). Desde un ángulo teorético está igualmente bien
asentado que el esquema de Locke o Rousseau, al que se acogen
hasta el día de hoy todos los liberales que en el mundo han sido,
re s p e c t i v amente en su versión inglesa o francesa, no son en el
fondo sino revisiones del de Hobbes, padre de la ciencia política
moderna y forjador del Leviatán del Estado moderno, nacido con
las monarquías absolutas (7). P e ro es que en la historia hallamos
constatación de tales nexos. Ciñéndonos tan sólo a la de España,
en el período crucial de la guerra contra Napoleón, en primer
l u g a r , es de observar la naturaleza religiosa y patriótica (en senti-
do tradicional) que la anima, inscribible por lo mismo en el seno
espiritual del “r e a l i s m o”, mientras que liberales y absolutistas o
son “ a f r a n c e s a d o s ” o (como escribiera M e n é n d ez Pe l a yo) sólo por
una “loable inconsecuencia” dejaron de afrancesarse (8). P e ro
s o b re todo, en segundo término, es en la llamada significativa-
mente por los liberales “década ominosa” cuando encontramos
una evidencia aún más contundente: pues mientras en apariencia
los liberales están siendo perseguidos, los absolutistas están sen-
tando las bases del régimen liberal, a comenzar por la r e f o r m a
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____________
(5) Francisco J osé Fernández de la Cigoña, “Liberales, absolutistas y tradiciona -
les ”, Verbo (Madrid) n.º 157 (1977), págs. 965 y sigs.
(6) En su libro L’ancien régime et la R evolution(París, 1856), menos conocido que
La démocr atie en Amerique (París, 1835-1840), pero no menos importante.
(7) P uede verse mi ¿Después del Leviathan? Sobr e el Estado y su signo, M adrid, 1996,
págs. 40 y sigs. (8) Marcelino M enéndez Pelayo, Historia de los heter odoxos españoles, M adrid,
1880-1882, libro VII, capítulo I. ____________
(9) Federico S uárez Verdeguer , lo explica muy bien en su ya citada obra La crisis
política del antiguo régimen en España (1800-1840), págs. 121 y sigs.
(10) P ueden verse los estudios de Cristina D iz-Lois, El manifiesto de 1814,
P amplona, 1967, y F rancisco José Fernández de la Cigoña, “El manifiesto de los per-
sas ”, Verbo (Madrid) n.º 141-142 (1976), págs. 179 y sigs.
(11) Rafael Gambra, La primera guerra civil de E spaña (1820-1823). Historia y
meditación de una lucha olvidada , Madrid, 1950.
(12) Si hacemos caso a Álv aro d´Ors toda obra de teorización en política, en cuan -
to que entraña una proy ección hacia el futuro, implica una reforma subsiguiente a un
fracaso y viene inseparablemente unida a una crisis. Véase, por ejemplo, Ensayos de teo -
ría política, P amplona, 1979, pág. 56.
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a d m i n i s t r a t i va, militar y hacendística, pero sobre todo con el
golpe de estado legislativo que abrió la sucesión femenina, instru-
mental a la instauración del nuevo régimen. Por algo puede
haberse dicho que éste debe más a la “década ominosa” que al
“trienio liberal”, esto es a un período considerado absolutista que
a otro que encarna el liberalismo más extremo (9). Para seguir con la singularidad de un realismo, eminentemen-
te popular y al inicio principalmente espontáneo y no formaliza-
do, pero que pronto hallamos cuajado doctrinalmente en el
“ Manif iesto de los persas” (10), de 1814, contrafigura de la
Constitución doceañista, y movilizado militarmente en 1820,
contra el trienio, en lo que Rafael Gambra llamó “la primera gue-
rra civil de España” (11), para postular decididamente a D o n
Carlos contra Fernando VII a partir del “Manifiesto de la federa-
ción de realistas pu ro s” en 1827 (en plena “década ominosa ” ,
n u e va anomalía carente de sentido en la lectura heredada) y ter-
minar propiamente en el carlismo en 1833 a la muerte del R e y
Fernando, una vez intentada la usurpación luego consumada. Más
allá de la falta de depuración de algunos conceptos (la pr o f u n d i z a-
ción de la teorización tradicionalista se ha ido produciendo confor-
me iba debilitándose la vivencia) (12), el tradicionalismo político
español está en pie con el lema “Di o s - Pa t r i a - Re y ”, que más adelan-
te se perfeccionaría en “D i o s - P a t r i a - Fu e ro s - Re y” .
3. Una revisión del pe ríodo: la herida de la “indepe ndencia” y el “e s p í r itu de 1812”.
Dicho lo anterior, absolutamente imprescindible para la com-
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todo caso, engrosaba este grupo, que fue conocido como re a l i s t a
y que fue el concluyó en el carlismo (5). La anterior presentación, por escueta que haya sido, rompe la
bipolaridad absolutismo (al que se adscribe al carlismo) y libera-
lismo, cargado éste con todas las valencias positivas mientras que
se atribuyen a aquél todas las negat iva s .
Para empezar muestra una mayor proximidad entre absolutis-
mo y liberalismo que la que estamos acostumbrados a encontrar,
así como distingue el realismo netamente de los anteriores. Qu e
e n t re absolutismo y liberalismo se da una íntima continuidad no
es ningún secreto desde que Tocqueville lo hubiera tematizado
para Francia (6). Desde un ángulo teorético está igualmente bien
asentado que el esquema de Locke o Rousseau, al que se acogen
hasta el día de hoy todos los liberales que en el mundo han sido,
re s p e c t i v amente en su versión inglesa o francesa, no son en el
fondo sino revisiones del de Hobbes, padre de la ciencia política
moderna y forjador del Leviatán del Estado moderno, nacido con
las monarquías absolutas (7). P e ro es que en la historia hallamos
constatación de tales nexos. Ciñéndonos tan sólo a la de España,
en el período crucial de la guerra contra Napoleón, en primer
l u g a r , es de observar la naturaleza religiosa y patriótica (en senti-
do tradicional) que la anima, inscribible por lo mismo en el seno
espiritual del “r e a l i s m o”, mientras que liberales y absolutistas o
son “ a f r a n c e s a d o s ” o (como escribiera M e n é n d ez Pe l a yo) sólo por
una “loable inconsecuencia” dejaron de afrancesarse (8). P e ro
s o b re todo, en segundo término, es en la llamada significativa-
mente por los liberales “década ominosa” cuando encontramos
una evidencia aún más contundente: pues mientras en apariencia
los liberales están siendo perseguidos, los absolutistas están sen-
tando las bases del régimen liberal, a comenzar por la r e f o r m a
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(5) Francisco J osé Fernández de la Cigoña, “Liberales, absolutistas y tradiciona -
les ”, Verbo (Madrid) n.º 157 (1977), págs. 965 y sigs.
(6) En su libro L’ancien régime et la R evolution(París, 1856), menos conocido que
La démocr atie en Amerique (París, 1835-1840), pero no menos importante.
(7) P uede verse mi ¿Después del Leviathan? Sobr e el Estado y su signo, M adrid, 1996,
págs. 40 y sigs. (8) Marcelino M enéndez Pelayo, Historia de los heter odoxos españoles, M adrid,
1880-1882, libro VII, capítulo I. ____________
(9) Federico S uárez Verdeguer , lo explica muy bien en su ya citada obra La crisis
política del antiguo régimen en España (1800-1840), págs. 121 y sigs.
(10) P ueden verse los estudios de Cristina D iz-Lois, El manifiesto de 1814,
P amplona, 1967, y F rancisco José Fernández de la Cigoña, “El manifiesto de los per-
sas ”, Verbo (Madrid) n.º 141-142 (1976), págs. 179 y sigs.
(11) Rafael Gambra, La primera guerra civil de E spaña (1820-1823). Historia y
meditación de una lucha olvidada , Madrid, 1950.
(12) Si hacemos caso a Álv aro d´Ors toda obra de teorización en política, en cuan -
to que entraña una proy ección hacia el futuro, implica una reforma subsiguiente a un
fracaso y viene inseparablemente unida a una crisis. Véase, por ejemplo, Ensayos de teo -
ría política, P amplona, 1979, pág. 56.
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ría católica y monárquica del país habría encauzado la convive n c i a
en formas estables, tan alejadas de las forzadas de nuestros siglos
XIX y XX (14). En sede de conclusión v o l ve remos sobre el asunto.
Se ha dicho que todas las naciones, para su configuración his-
tórica, precisan del sacrificio de una guerra civil (15). Desde el
ángulo de la formación de las naciones históricas la afirmación
requeriría probablemente de algún matiz. En cuanto a la afirma-
ción de las naciones re volucionarias parece, en cambio, evidente,
de las guerras que siguieron a la R e volución francesa a las de
emancipación americanas, de la de secesión de los Estados U n i d o s
a la que forjó la unidad italiana. Está claro, en cuanto a las prime-
ras, que entre nosotros esa guerra fue la Reconquista, aunque no
haya dejado de discutirse su naturaleza “ c i v i l”, y de su dese nvo l v i-
miento, duración y resultado viene nuestro destino histórico.
También por eso la religión ha tenido un peso singular, en re a l i-
dad sin parangón entre las naciones católicas, en nuestra configu-
ración (16). En lo que toca a las segundas, aparece con luz
p a r ticular la guerra de la independencia. Desde luego que 1808,
con el vigor de la intervención popular, pudo haber reatado la
mejor tradición aportando savia nueva, y vigorosa, a la misma. S i n
embargo, como acabamos de decir, la coyuntura no estaba exe n t a
de riesgos. Por eso aparece luego 1812, con la astucia del “ g o l p e”
liberal, de signo antitradicional. Pues la minoría enciclopedista,
que no participaba de los sentimientos de rabia y fervor que ani-
maban al pueblo, y que no dejaban de ver en el ejército invasor el
espíritu y los ideales por ellos propugnados frente al régimen tra-
dicional que les repugnaba, tras las primeras victorias españolas
a p rove chó la ausencia del rey para introducir las mismas re f o r m a s
constitucionales que los i nva s o res portaban (17). De ahí viene la
EL BICENTENARIO, EL “O T RO” BICENTENARIO Y LOS “O T RO S” BICENTENARIOS
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p rensión de los complejos fácticos y doctrinales ent re m ezc l a d o s
que presenta el período, es posible proceder a ofrecer una inter-
p retación distinta. Desde luego que se trató de uno de esos acon-
tecimientos únicos, que marcan el curso de la historia y que tocan
el hondón de las profundidades de la conciencia humana. El giro
de Goya hacia un casticismo desgarrado, tras los “los hor ro res de
la guerra”, quizá pueda simbolizarlo mejor que ninguna otra
explicación. Y es que, suceso espontáneo e imprevisto, aunque
constituyó una exhibición de vitalidad y heroísmo populares, no
dejó de resultar en el fondo una catástrofe, que dejó una pr o f u n-
da “herida ” .
En efecto, frente al tópico de la decadencia y afrancesamien-
to de la España borbónica, del que en ve rdad no está exento de
culpa el propio don Ma rcelino (13), lo cierto es que tras la guerra
de sucesión, durante los reinados de Felipe V, Fernando VI y
Carlos III, no obstante las dificultades de una difícil lucha marí-
tima con Inglaterra, e incluso pese a la aparición ya bajo Carlos
III de las tendencias enciclopedistas, con las lamentables conse-
cuencias de la expulsión de los jesuitas, se produjo una estimable
recuperación política y económica. El ambiente de serenidad y
cooperación permitía, así, aventurar una recuperación del o rd e n
comunitario cristiano en que se asentaba nuestra convivencia, a
través de un proceso de sana reincorporación que re s t a b l e c i e s e
s o b re bases más amplias la armonía espiritual.
Es cierto, también, que el reinado de Carlos IV resultó desas-
t roso para esa augurada recuperación, con los impopulares años
de G o d oy y el desprestigio de la familia real. P e ro permanecía el
anhelo de que un nuevo reinado, por lo mismo d e s e a d o, re a n u d a -
ra el período ascensional. La invasión napoleónica, sin embargo,
y la guerra subsiguiente, que fue también guerra civil, acabar o n
por desarticularlo todo, abortando los procesos de incorporación
pacífica, precipitando los de disolución violenta y abriendo simas
insondables entre los españoles. De no haberse producido, ¿habría
cedido al afrancesamiento impío la ilustración española o habría
seguido su curso católico? ¿Se habría abierto incluso el desdicha-
do período constituyente? Quizá sin aquella guerra la gran mayo-
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____________
(13) Cfr .Historia de los heterodo xos españoles, libroVI, capítulo I, 1. ____________
(14) La idea está apuntada en Rafael Gambra, La monarquía social y representati -
va en el pensamiento tr adicional, Madrid, 1954.
(15) Álv aro d´Ors, La violencia y el or den, Madrid, 1987, págs. 22 y sigs.
(16) Es la tesis de M anuel García Morente en Ideas para una filosofía de la historia
de España, Madrid, 1942, glosada magistralmente por Rafael Gambra, “E l García
M orente que yo conocí”, Nuestro tiempo (Madrid) n.º 32 (1957), págs. 131 y sigs. Últi -
mamente lo he r ecordado en mi “Manuel García M orente et l´hispanité”, Catholica
(P arís) n.º 95 (2007), págs. 29 y sigs.
(17) José María Pemán, en frases que Eugenio Vegas gustaba citar, lo puso en
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ría católica y monárquica del país habría encauzado la convive n c i a
en formas estables, tan alejadas de las forzadas de nuestros siglos
XIX y XX (14). En sede de conclusión v o l ve remos sobre el asunto.
Se ha dicho que todas las naciones, para su configuración his-
tórica, precisan del sacrificio de una guerra civil (15). Desde el
ángulo de la formación de las naciones históricas la afirmación
requeriría probablemente de algún matiz. En cuanto a la afirma-
ción de las naciones re volucionarias parece, en cambio, evidente,
de las guerras que siguieron a la R e volución francesa a las de
emancipación americanas, de la de secesión de los Estados U n i d o s
a la que forjó la unidad italiana. Está claro, en cuanto a las prime-
ras, que entre nosotros esa guerra fue la Reconquista, aunque no
haya dejado de discutirse su naturaleza “ c i v i l”, y de su dese nvo l v i-
miento, duración y resultado viene nuestro destino histórico.
También por eso la religión ha tenido un peso singular, en re a l i-
dad sin parangón entre las naciones católicas, en nuestra configu-
ración (16). En lo que toca a las segundas, aparece con luz
p a r ticular la guerra de la independencia. Desde luego que 1808,
con el vigor de la intervención popular, pudo haber reatado la
mejor tradición aportando savia nueva, y vigorosa, a la misma. S i n
embargo, como acabamos de decir, la coyuntura no estaba exe n t a
de riesgos. Por eso aparece luego 1812, con la astucia del “ g o l p e”
liberal, de signo antitradicional. Pues la minoría enciclopedista,
que no participaba de los sentimientos de rabia y fervor que ani-
maban al pueblo, y que no dejaban de ver en el ejército invasor el
espíritu y los ideales por ellos propugnados frente al régimen tra-
dicional que les repugnaba, tras las primeras victorias españolas
a p rove chó la ausencia del rey para introducir las mismas re f o r m a s
constitucionales que los i nva s o res portaban (17). De ahí viene la
EL BICENTENARIO, EL “O T RO” BICENTENARIO Y LOS “O T RO S” BICENTENARIOS
369
p rensión de los complejos fácticos y doctrinales ent re m ezc l a d o s
que presenta el período, es posible proceder a ofrecer una inter-
p retación distinta. Desde luego que se trató de uno de esos acon-
tecimientos únicos, que marcan el curso de la historia y que tocan
el hondón de las profundidades de la conciencia humana. El giro
de Goya hacia un casticismo desgarrado, tras los “los hor ro res de
la guerra”, quizá pueda simbolizarlo mejor que ninguna otra
explicación. Y es que, suceso espontáneo e imprevisto, aunque
constituyó una exhibición de vitalidad y heroísmo populares, no
dejó de resultar en el fondo una catástrofe, que dejó una pr o f u n-
da “herida ” .
En efecto, frente al tópico de la decadencia y afrancesamien-
to de la España borbónica, del que en ve rdad no está exento de
culpa el propio don Ma rcelino (13), lo cierto es que tras la guerra
de sucesión, durante los reinados de Felipe V, Fernando VI y
Carlos III, no obstante las dificultades de una difícil lucha marí-
tima con Inglaterra, e incluso pese a la aparición ya bajo Carlos
III de las tendencias enciclopedistas, con las lamentables conse-
cuencias de la expulsión de los jesuitas, se produjo una estimable
recuperación política y económica. El ambiente de serenidad y
cooperación permitía, así, aventurar una recuperación del o rd e n
comunitario cristiano en que se asentaba nuestra convivencia, a
través de un proceso de sana reincorporación que re s t a b l e c i e s e
s o b re bases más amplias la armonía espiritual.
Es cierto, también, que el reinado de Carlos IV resultó desas-
t roso para esa augurada recuperación, con los impopulares años
de G o d oy y el desprestigio de la familia real. P e ro permanecía el
anhelo de que un nuevo reinado, por lo mismo d e s e a d o, re a n u d a -
ra el período ascensional. La invasión napoleónica, sin embargo,
y la guerra subsiguiente, que fue también guerra civil, acabar o n
por desarticularlo todo, abortando los procesos de incorporación
pacífica, precipitando los de disolución violenta y abriendo simas
insondables entre los españoles. De no haberse producido, ¿habría
cedido al afrancesamiento impío la ilustración española o habría
seguido su curso católico? ¿Se habría abierto incluso el desdicha-
do período constituyente? Quizá sin aquella guerra la gran mayo-
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____________
(13) Cfr .Historia de los heterodo xos españoles, libroVI, capítulo I, 1. ____________
(14) La idea está apuntada en Rafael Gambra, La monarquía social y representati -
va en el pensamiento tr adicional, Madrid, 1954.
(15) Álv aro d´Ors, La violencia y el or den, Madrid, 1987, págs. 22 y sigs.
(16) Es la tesis de M anuel García Morente en Ideas para una filosofía de la historia
de España, Madrid, 1942, glosada magistralmente por Rafael Gambra, “E l García
M orente que yo conocí”, Nuestro tiempo (Madrid) n.º 32 (1957), págs. 131 y sigs. Últi -
mamente lo he r ecordado en mi “Manuel García M orente et l´hispanité”, Catholica
(P arís) n.º 95 (2007), págs. 29 y sigs.
(17) José María Pemán, en frases que Eugenio Vegas gustaba citar, lo puso en
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de la idea socialista y el fatalismo pasivo del mundo oriental, se ha
alzado amenazadora ante el llamado mundo occidental. El euro-
peo ve esto como un h e c h o, un hecho histórico incompatible con
la coexistencia liberal de Estados e ideologías, es decir, con la secu-
larización política que, desde la paz de Westfalia, constituye el
ambiente y la organización de Eu ro p a .
” P ara los españoles de 1936, en cambio, el comunismo no se
p res entó como algo nuevo y anómalo; ni siquiera fue nuestra gue-
rra e xc l u s i vame nte contra el comunismo. Este constituyó, antes
bien, el rótulo –o uno de los varios rótulos– con que a la sazón se
p res entaba un enemigo muy viejo que el español había visto cre-
cer y evo l u c i o n a r . Aquella guerra no fue la r e p resión circ u n s t a n-
cial de un hecho hostil, sino, más bien, la culminación de un largo
p ro c e s o . Sólo así puede explicarse nuestra guerra como una re a l i-
dad histórica (...). ” En realidad, España vivía espiritualmente en estado de gue-
rra desde hacía más de un siglo. No puede encontrarse ve rd a d e r a
solución de continuidad entre aquella guerra y las luchas civiles
del siglo pasado. Como tampoco, si se viven los hechos en la his-
toria concreta, entre aquéllas y las dos resistencias contra la re vo-
lución francesa, la de 1793 y la antinapoleónica de 1808. En las
cuales, a su vez, puede reconocerse un eco clarísimo de las guerras
de religión que consumieron nuestro poderío en el siglo XVII. ” Y, ¿cuál es la causa de esta profunda inadaptación del espa-
ñol al ambiente espiritual y político de la Eu ropa moderna? Pu e d e
pensarse, ante todo, y a la vista de esa génesis histórica, en un pro-
fundo motivo religioso por debajo de los motivos históricos pro-
pios de cada guerra. Con ello se habrá llegado a una gran ve rd a d :
sin duda la raíz última de este largo proceso de disconformidad
habrá de buscarse en una íntima y cordial vivenci a re l i g i o s a” (19).
El texto recién transcrito incide en una lectura religiosa de la
historia contemporánea española, al encontrar en ella una cons-
tante de vivencia comunitaria de la fe que se alza frente al desig-
EL BICENTENARIO, EL “O T RO” BICENTENARIO Y LOS “O T RO S” BICENTENARIOS
371
p retensión del origen de la nación. De una nueva nación, claro
está, distinta de aquella por la que el pueblo que desprecian tomó
las armas con ferocidad inusitada cuatro años antes (18). A la
larga quizá fue una mezcla de las dos, de la vieja que se resistía a
morir y de la nueva que quería darle sepultura. Ese es el curso de
nuestra edad contemporánea.
4. Un siglo y medio de resistencia: la historia de una continui-
d a d .
Rafael Gambra, a quien (como se ha podido ver en lo ante-
rior) se deben algunos ensayos originales de caracterización histó-
rica, en cabeza de un libro de 1954, en plena guerra fría, con una
Eu ropa atemorizada ante la expansión comunista subsiguiente a la
segunda guerra mundial, y con una España aislada del concier t o
internacional de resultas de la victoria contra el comunismo en su
guerra civil, escribía las siguientes palabras, que pese a su exten-
sión re p ro d u zc o :
“La oposición de la Eu ropa de hoy contra el comunismo tiene
un sentido muy diferente del que tuvo para los españoles en 1936.
Eu ropa ha visto surgir en la realización rusa del comunismo, o
más bien, en el crecimiento de su potencia, un peligro para la neu-
tral coexistencia de pueblos y de grupos. La Unión Soviética, en
cuanto r e p resenta la estrecha alianza entre la organización cerrada
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370
____________
labios del Filósofo Rancio: “Y que apr enda España entera / de la pobre Piconera, / cómo
van el mismo centro / r oyendo de su madera / los enemigos de dentro, / cuando se v an
los de afuera. / M ientras que el pueblo se engaña / con ese engaño mar cial / de la gue-
rra y de la hazaña, / le está roy endo la entraña / una traición criminal… / ¡La Lola
murió del mal / del que está muriendo España!”. Los versos, redondos, que ev ocan a
la protagonista, Lola la Piconera, son de Cuando las Cortes de Cádiz, de 1934. Y Vegas,
que los citaba a menudo, lo hizo con toda intención, sugiriendo el pa\
ralelismo, en plena
guerra de España, en el editorial “ Vox clamantis in deserto”, con el que encabezó la
“Antología ” de Acción Española , publicada como número 89, en marzo de 1937 en
Burgos. (18) En mi estudio “La identidad nacional y sus equívocos ”, pendiente de publi-
cación, a partir del libro de J ean de Viguerie, Les deux patries. Essai historique sur l´idée
de patrie en F rance,Grez-en-Bouèr e, 1998, expongo sucintamente el juego de las “ dos
patrias ” tanto en F rancia, en primer término, como luego en España y , finalmente, en
I talia e Hispanoamérica. ____________
(19) Rafael G ambra, La monar quía social y r epresentativa en el pensamiento tr adi -
cional, cit., págs. 8 y 9. U na ilustración histórica de la tesis puede verse en el libro del
mismo autor ya citado La primer a guerra civil de España (1820-1823). M editación e his-
toria de una lucha olvidada.
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de la idea socialista y el fatalismo pasivo del mundo oriental, se ha
alzado amenazadora ante el llamado mundo occidental. El euro-
peo ve esto como un h e c h o, un hecho histórico incompatible con
la coexistencia liberal de Estados e ideologías, es decir, con la secu-
larización política que, desde la paz de Westfalia, constituye el
ambiente y la organización de Eu ro p a .
” P ara los españoles de 1936, en cambio, el comunismo no se
p res entó como algo nuevo y anómalo; ni siquiera fue nuestra gue-
rra e xc l u s i vame nte contra el comunismo. Este constituyó, antes
bien, el rótulo –o uno de los varios rótulos– con que a la sazón se
p res entaba un enemigo muy viejo que el español había visto cre-
cer y evo l u c i o n a r . Aquella guerra no fue la r e p resión circ u n s t a n-
cial de un hecho hostil, sino, más bien, la culminación de un largo
p ro c e s o . Sólo así puede explicarse nuestra guerra como una re a l i-
dad histórica (...). ” En realidad, España vivía espiritualmente en estado de gue-
rra desde hacía más de un siglo. No puede encontrarse ve rd a d e r a
solución de continuidad entre aquella guerra y las luchas civiles
del siglo pasado. Como tampoco, si se viven los hechos en la his-
toria concreta, entre aquéllas y las dos resistencias contra la re vo-
lución francesa, la de 1793 y la antinapoleónica de 1808. En las
cuales, a su vez, puede reconocerse un eco clarísimo de las guerras
de religión que consumieron nuestro poderío en el siglo XVII. ” Y, ¿cuál es la causa de esta profunda inadaptación del espa-
ñol al ambiente espiritual y político de la Eu ropa moderna? Pu e d e
pensarse, ante todo, y a la vista de esa génesis histórica, en un pro-
fundo motivo religioso por debajo de los motivos históricos pro-
pios de cada guerra. Con ello se habrá llegado a una gran ve rd a d :
sin duda la raíz última de este largo proceso de disconformidad
habrá de buscarse en una íntima y cordial vivenci a re l i g i o s a” (19).
El texto recién transcrito incide en una lectura religiosa de la
historia contemporánea española, al encontrar en ella una cons-
tante de vivencia comunitaria de la fe que se alza frente al desig-
EL BICENTENARIO, EL “O T RO” BICENTENARIO Y LOS “O T RO S” BICENTENARIOS
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p retensión del origen de la nación. De una nueva nación, claro
está, distinta de aquella por la que el pueblo que desprecian tomó
las armas con ferocidad inusitada cuatro años antes (18). A la
larga quizá fue una mezcla de las dos, de la vieja que se resistía a
morir y de la nueva que quería darle sepultura. Ese es el curso de
nuestra edad contemporánea.
4. Un siglo y medio de resistencia: la historia de una continui-
d a d .
Rafael Gambra, a quien (como se ha podido ver en lo ante-
rior) se deben algunos ensayos originales de caracterización histó-
rica, en cabeza de un libro de 1954, en plena guerra fría, con una
Eu ropa atemorizada ante la expansión comunista subsiguiente a la
segunda guerra mundial, y con una España aislada del concier t o
internacional de resultas de la victoria contra el comunismo en su
guerra civil, escribía las siguientes palabras, que pese a su exten-
sión re p ro d u zc o :
“La oposición de la Eu ropa de hoy contra el comunismo tiene
un sentido muy diferente del que tuvo para los españoles en 1936.
Eu ropa ha visto surgir en la realización rusa del comunismo, o
más bien, en el crecimiento de su potencia, un peligro para la neu-
tral coexistencia de pueblos y de grupos. La Unión Soviética, en
cuanto r e p resenta la estrecha alianza entre la organización cerrada
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labios del Filósofo Rancio: “Y que apr enda España entera / de la pobre Piconera, / cómo
van el mismo centro / r oyendo de su madera / los enemigos de dentro, / cuando se v an
los de afuera. / M ientras que el pueblo se engaña / con ese engaño mar cial / de la gue-
rra y de la hazaña, / le está roy endo la entraña / una traición criminal… / ¡La Lola
murió del mal / del que está muriendo España!”. Los versos, redondos, que ev ocan a
la protagonista, Lola la Piconera, son de Cuando las Cortes de Cádiz, de 1934. Y Vegas,
que los citaba a menudo, lo hizo con toda intención, sugiriendo el pa\
ralelismo, en plena
guerra de España, en el editorial “ Vox clamantis in deserto”, con el que encabezó la
“Antología ” de Acción Española , publicada como número 89, en marzo de 1937 en
Burgos. (18) En mi estudio “La identidad nacional y sus equívocos ”, pendiente de publi-
cación, a partir del libro de J ean de Viguerie, Les deux patries. Essai historique sur l´idée
de patrie en F rance,Grez-en-Bouèr e, 1998, expongo sucintamente el juego de las “ dos
patrias ” tanto en F rancia, en primer término, como luego en España y , finalmente, en
I talia e Hispanoamérica. ____________
(19) Rafael G ambra, La monar quía social y r epresentativa en el pensamiento tr adi -
cional, cit., págs. 8 y 9. U na ilustración histórica de la tesis puede verse en el libro del
mismo autor ya citado La primer a guerra civil de España (1820-1823). M editación e his-
toria de una lucha olvidada.
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“ En España –añade Gambra– siempre hemos oído decir a los
p e r s e g u i d o r es que no perseguían a sus víctimas por católicos, sino
por f a c c i o s o s o por enemigos de la libe rt a d. Claro que las víctimas
hubieran podido contestar, en la mayor parte de los casos, que su
actitud política procedía, cabalmente, de su misma fe religiosa. Es
d e c i r , que el cristianismo ha sido, desde la caída del antiguo régi-
men, f a c c i o s o en España. O lo que es lo mismo, que nunca ha
aceptado su relegación a la intimidad de las conciencias, ni en el
sentido protestante de la mera relación del alma con Dios, ni en
el kantiano de vincularse al mundo personal y vo l i t i vo de la ra z ó n
p r á c t i c a . El ser cristiano ha continuado siendo para los españoles
lo que podríamos llamar un sentido total o una i n s e rción en la
e x i s t e n c i a , y, por lo mismo, ningún terreno del espíritu, es decir,
de la vida moral individual o colectiva, ha podido considerarse
ajeno a su inspiración e influencia. ” No vamos a juzgar aquí por qué este sentido total de la exis-
tencia ha vivido siempre en pugna con el espíritu y las re a l i z a c i o-
nes políticas de la re volución, ni si tal hostilidad es, teórica y
religiosamente, justa o no. Sólo vamos a señalar que esta oposi-
ción religiosa hacia el orden político no se dio siempre en España,
es decir, no se dio antes de la re volución. Podría pensarse que si la
religión es la inserción de un mundo sobrenatural y eterno en el
o rde n finito de la naturaleza, esa insatisfacción ante cualquier pro-
ducción humana será connatural al punto de vista religioso, pre-
cisamente por su misma esencia. P e ro la inadaptación y
permanente hostilidad del catolicismo español contra el ambien-
te espiritual y político moderno no son de este género, y ello se
demuestra por el hecho, ya indicado, de que no siempre fue así.
Antes bien, el antiguo régimen, la monarquía histórica que nació
de la Reconquista y duró hasta principios del siglo pasado re p re-
sentó una unidad tan estrecha entre el espíritu nacional y la con-
ciencia religiosa, que el español de aquellos siglos creyó vivir en el
o rde n natural –único posible– y obedecer a Dios obedeciendo al
re y ” (21).
EL BICENTENARIO, EL “O T RO” BICENTENARIO Y LOS “O T RO S” BICENTENARIOS
373
nio individualista y secularizador característico de la r e vo l u c i ó n
l i b e r a l . Don Mar celino M enéndez P elayo, el gran historiador de finales
del siglo XIX y principios del XX, con referencia a las “ matanzas de
frailes ” de 1834, uno de los primeros estallidos de persecución r eli-
giosa sangrienta, a poco de instaurado el liberalismo en España, tras\
la muer te de Fernando VII y el inicio de la primera guerra carlista,
escribe también a este propósito unas palabras muy iluminadoras: “Desde entonces la guerra civil creció en intensidad y fue gue-
rra como de tribus salvajes, guerra de exterminio y asolamiento, de
degüello y repr esalias feroces, que ha lev antado la cabeza después
otras dos veces y quizá no la postrera, y no ciertamente por interés
dinástico ni por interés fuerista, ni siquiera por amor declarado y
ferv oroso a éste o al otro sistema político, sino por algo más hondo
que todo esto, por la íntima reacción del sentimiento católico bru-
talmente escarnecido y por la generosa repugnancia a me zclarse con
la turba en que se infamaron los degolladores de los frailes y los jue-
ces de los degollador es, los robadores y los incendiarios de las igle-
sias, y los vendedores y los compradores de sus bienes” (20).
Palabras que aciertan, pese a los conocidos prejuicios anticar-
listas de su autor, a señalar el signo tradicional y católico del carlis-
mo –más allá del legitimismo o del foralismo también p re s e n t e s –
f rent e a la re volución liberal, que es lo que tan precisa como neta-
mente hacía Gambra en su texto. Y palabras que podrían extender-
se sin dificultad a la guerra de 1936, en que tantos fueron víctimas
por sus solas ideas religiosas, al tiempo que otros tomaron las
armas sin otro móvil que el de la re l i g i ó n .
Bien es cierto que no podría comprenderse ese móvil re l i g i o-
so si se le considerara encerrado en el interior de las conciencias y
aislado e indiferente en materia política. En tal caso no habría
sucedido lo mismo en España, sino que, probablemente, como
ocurrió en los países protestantes, y también, en cierta medida,
aunque menor, en muchos países católicos, las ideas políticas de
l a re v olución no habrían encontrado nunca un enemigo en el sen-
timiento religioso:
M I G U E L AY U S O
372
____________
(20) M arcelino Menéndez P elayo, Historia de los heter odoxos españoles , libro VIII,
capítulo I, 1. ____________
(21) Rafael G ambra, La monar quía social y r epresentativa en el pensamiento tr adi -
cional, cit., págs. 10-12.
Fundaci\363n Speiro

“ En España –añade Gambra– siempre hemos oído decir a los
p e r s e g u i d o r es que no perseguían a sus víctimas por católicos, sino
por f a c c i o s o s o por enemigos de la libe rt a d. Claro que las víctimas
hubieran podido contestar, en la mayor parte de los casos, que su
actitud política procedía, cabalmente, de su misma fe religiosa. Es
d e c i r , que el cristianismo ha sido, desde la caída del antiguo régi-
men, f a c c i o s o en España. O lo que es lo mismo, que nunca ha
aceptado su relegación a la intimidad de las conciencias, ni en el
sentido protestante de la mera relación del alma con Dios, ni en
el kantiano de vincularse al mundo personal y vo l i t i vo de la ra z ó n
p r á c t i c a . El ser cristiano ha continuado siendo para los españoles
lo que podríamos llamar un sentido total o una i n s e rción en la
e x i s t e n c i a , y, por lo mismo, ningún terreno del espíritu, es decir,
de la vida moral individual o colectiva, ha podido considerarse
ajeno a su inspiración e influencia. ” No vamos a juzgar aquí por qué este sentido total de la exis-
tencia ha vivido siempre en pugna con el espíritu y las re a l i z a c i o-
nes políticas de la re volución, ni si tal hostilidad es, teórica y
religiosamente, justa o no. Sólo vamos a señalar que esta oposi-
ción religiosa hacia el orden político no se dio siempre en España,
es decir, no se dio antes de la re volución. Podría pensarse que si la
religión es la inserción de un mundo sobrenatural y eterno en el
o rde n finito de la naturaleza, esa insatisfacción ante cualquier pro-
ducción humana será connatural al punto de vista religioso, pre-
cisamente por su misma esencia. P e ro la inadaptación y
permanente hostilidad del catolicismo español contra el ambien-
te espiritual y político moderno no son de este género, y ello se
demuestra por el hecho, ya indicado, de que no siempre fue así.
Antes bien, el antiguo régimen, la monarquía histórica que nació
de la Reconquista y duró hasta principios del siglo pasado re p re-
sentó una unidad tan estrecha entre el espíritu nacional y la con-
ciencia religiosa, que el español de aquellos siglos creyó vivir en el
o rde n natural –único posible– y obedecer a Dios obedeciendo al
re y ” (21).
EL BICENTENARIO, EL “O T RO” BICENTENARIO Y LOS “O T RO S” BICENTENARIOS
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nio individualista y secularizador característico de la r e vo l u c i ó n
l i b e r a l . Don Mar celino M enéndez P elayo, el gran historiador de finales
del siglo XIX y principios del XX, con referencia a las “ matanzas de
frailes ” de 1834, uno de los primeros estallidos de persecución r eli-
giosa sangrienta, a poco de instaurado el liberalismo en España, tras\
la muer te de Fernando VII y el inicio de la primera guerra carlista,
escribe también a este propósito unas palabras muy iluminadoras: “Desde entonces la guerra civil creció en intensidad y fue gue-
rra como de tribus salvajes, guerra de exterminio y asolamiento, de
degüello y repr esalias feroces, que ha lev antado la cabeza después
otras dos veces y quizá no la postrera, y no ciertamente por interés
dinástico ni por interés fuerista, ni siquiera por amor declarado y
ferv oroso a éste o al otro sistema político, sino por algo más hondo
que todo esto, por la íntima reacción del sentimiento católico bru-
talmente escarnecido y por la generosa repugnancia a me zclarse con
la turba en que se infamaron los degolladores de los frailes y los jue-
ces de los degollador es, los robadores y los incendiarios de las igle-
sias, y los vendedores y los compradores de sus bienes” (20).
Palabras que aciertan, pese a los conocidos prejuicios anticar-
listas de su autor, a señalar el signo tradicional y católico del carlis-
mo –más allá del legitimismo o del foralismo también p re s e n t e s –
f rent e a la re volución liberal, que es lo que tan precisa como neta-
mente hacía Gambra en su texto. Y palabras que podrían extender-
se sin dificultad a la guerra de 1936, en que tantos fueron víctimas
por sus solas ideas religiosas, al tiempo que otros tomaron las
armas sin otro móvil que el de la re l i g i ó n .
Bien es cierto que no podría comprenderse ese móvil re l i g i o-
so si se le considerara encerrado en el interior de las conciencias y
aislado e indiferente en materia política. En tal caso no habría
sucedido lo mismo en España, sino que, probablemente, como
ocurrió en los países protestantes, y también, en cierta medida,
aunque menor, en muchos países católicos, las ideas políticas de
l a re v olución no habrían encontrado nunca un enemigo en el sen-
timiento religioso:
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(20) M arcelino Menéndez P elayo, Historia de los heter odoxos españoles , libro VIII,
capítulo I, 1. ____________
(21) Rafael G ambra, La monar quía social y r epresentativa en el pensamiento tr adi -
cional, cit., págs. 10-12.
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De nuevo aquí, las observaciones del autor a quien ve n g o
siguiendo tienen confirmación en los apuntes de M e n é n d ez
P e l a y o, cuando, en el epílogo de su obra antes citada, que tanto
éxito tuvo en su día, estampa: “ Dos siglos de incesante y sistemática labor pa ra producir a rt i f i-
c i a l m e n t e la re volución aquí donde nunca podía ser orgánica...” (22).
Idea que sugiere que la r evolución liberal no tuvo en España
–como en otros países– una génesis orgánica y lineal, pr oducto de
la decadencia natural de las antiguas instituciones políticas, a trav\
és
de la evolución de las monarquías hacia el absolutismo. P or el con-
trario, la falta en el suelo hispánico de un proceso de centralización
y absorción de las energías sociales como el que pr ecedió en Francia
a la revolución, o de subsunción e incorporación casi natural de las
nuevas ideas como el que se dio en Inglaterra, determina el carácter
dialéctico y agresiv o de un quehacer volcado a la destrucción siste-
mática de todo cuanto existía con vistas a la r ecreación artificial de
un nuevo estado de cosas. La inicial resistencia francesa, pr onto tor-
nada en una general adhesión al nuevo régimen, sin más excepción
que la de un grupo de familias y de intelectuales, como de otra
par te la metabolización liberal inglesa, se corr esponden así con el
siglo y medio español de continuada protesta popular que ha hecho
que la rev olución no pudiera considerarse nunca como un hecho
consumado sino en fechas bien recientes (23). De ahí también el
actual desfondamiento, con la dilapidación del patrimonio religio-
so-comunitario y sin reser vas acumuladas.
P e ro estamos apenas iniciando el via cru c i s. Quedan muchas
estaciones. Con sus r e s p e c t i vos motivos de meditación. Por ahora
sólo hemos trazado el plan. Tras el recodo irán apareciendo los
distintos bicentenarios. A los que habremos de re s t i t u i r, con la
ayuda de Dios, su ve rd a d e ro sentido.
M I G U E L AY U S O
374
____________
(22) Marcelino M enéndez Pelayo, Historia de los heterodox os españoles, epílogo.
(23) La guerra desenvuelta entr e 1936 y 1939, ha dicho también Álvaro d´O rs,
fue más una C ruzada que una guerra civil ( op. ult. cit., pág. 28). P or eso, por el momen -
to en que se produjo, en el contexto intelectual y político dados, tr\
as la victoria, sólo de
modo inestable se restituyó la unidad católica como basamento de l\
a comunidad nacio -
nal, mientras que la mentalidad militar y las fuerzas culturalmente modernas también
operantes (e incluso, como la F alange, imperantes) en el bando “ nacional” habían de
impedir la refundación nacional según la matriz clásica.
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