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Número 531-532

Serie LIII

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Sebastián Sánchez, Diccionario de autores católicos de habla hispana desde 1850

Sebastián Sánchez, Diccionario de autores católicos de habla hispana desde 1850, Buenos Aires, Vórtice, 2013, 374 págs.

Sebastián Sánchez (Lomas de Zamora, 1968), doctor en historia, enseña hoy en la Universidad de Salta y es el autor –señaladamente– de Tres ensayos de historia indiana (Buenos Aires, 2003). Con este diccionario emprende una tarea de largo aliento, cuyas imperfecciones presentes comienza reconociendo tan modesta como sensatamente en el prólogo, al tiempo que anuncia el deseo de remediarlas en una segunda edición. Vaya por delante el reconocimiento del meritorio esfuerzo y la orientación en principio sana que se hallan detrás de la obra. De manera muy sumaria, como corresponde a una simple reseña y no a un comentario de mayor amplitud, cabría formular varias observaciones críticas.

En primer lugar, dando principio por aquellas que tocan a los aspectos más relevantes, la elección de los autores es desigual y con frecuencia discutible. Desigual por la procedencia temporal y nacional. También por los quehaceres en que se han ocupado y el relieve alcanzado. Desde los ángulos de espacio y tiempo el desequilibrio es notorio a favor de los más cercanos. Los más contemporáneos gravitan con mayor fuerza que los iniciales. Y los argentinos (en buena medida también los españoles) más que los demás Es natural, pero en una obra más acabada no sería bueno que se produjeran esas asimetrías. Esto sin entrar a considerar los que sobran (algunos) y los que se echan en falta (muchos). Discúlpesenos, en todo caso, de ofrecer una lista aquí. Pero es que una de las más notorias fuentes de asimetría deriva del criterio ecléctico seguido –ya desde el título, sin que por cierto se explique el por qué del punto de partida, puesto en 1850, y que no acertamos a comprender– en la elección de los nombres: dejando de lado el asunto del «habla hispana», más fácilmente objetivable, pero que –interpretado de un cierto modo– llevaría a incluir a un brasileño (como José Pedro Galvão de Sousa) o a un estadounidense (como Frederick D. Wilhelmsen), por no salir de los más próximos, ¿a qué se refiere con «autores católicos»? Para empezar, en el mundo hispánico, y pese al sesgo que le dio precisamente el siglo XIX, el de las independencias y la revolución liberal, católicos lo eran casi todos. Menéndez Pelayo escribió la Historia de los heterodoxos españoles porque era inasequible hacer la de los ortodoxos. Si bien es cierto que las páginas más apretadas de nombres son precisamente las últimas. Son tantos los «católicos» que probablemente no permiten su reducción a un diccionario. Y por ahí enlaza otro asunto: el diccionario mezcla literatos, historiadores, filósofos y escritores políticos. Y, claro, de ahí es de donde brota la mayor debilidad pues es donde se aprecia más claramente la asimetría. Respecto de metafísicos o filósofos de la política resulta en principio posible, puesto que existen la filosofía y el orden político cristianos. Aunque el catolicismo liberal y las contaminaciones modernas introducen un factor de complicación a la hora de insertar o de excluir, no siempre bien resueltas. La cosa es netamente más difícil cuando se traslada a la creación literaria: ¿qué es lo que convierte a un poeta o novelista en católico? ¿Han de tenerse en cuenta, más allá de la profesión de fe, los temas y el tratamiento de los mismos que se hallan en su obra? Lo mismo cabría decir de los historiadores. ¿Por qué, sin salir de la vieja península, y de nuestros días, figuran algunos relevantes miembros del Opus Dei (aunque no otros) mientras no aparecen algunos jesuitas bien notorios? ¿Qué hace que entre los teólogos se encuentre el recordado Urdanoz pero no el hermano de orden Fraile cuya Historia de la Filosofía aquél completó? No quisiera –de verdad– ser polémico, de ahí los ejemplos puestos, sino tan sólo arrojar algunas ideas a la reflexión para la reelaboración de la obra según la propia invitación del autor. Pero es que parece que, al final, son algunas afinidades personales o de escuela, quizás inconscientes, las que tiñen las opciones. De las que quedan algunos rastros, a veces pintorescos, como cuando se califica a alguien de «una de las jóvenes promesas del pensamiento español». Y conste que, desde Verbo, el agradecimiento al autor debe manifestarse acrecido por la generosidad demostrada respecto a sus colaboradores.

Un segundo orden de consideraciones, en las que no vamos a insistir sino simplemente a apuntar, es la del tratamiento dado a los distintos autores. Para empezar, está ausente toda ordenación, que es lo que resulta más útil en una obra del género. Nombres de distinta procedencia, según hemos dicho, se entreveran sin jerarquía alguna. Para seguir, tampoco está satisfactoriamente definida la estructura de las voces, en este orden también demasiado desiguales. Y, para terminar, aparecen distorsionadores los lemas y los párrafos citados (en ocasiones con versos). La antología es un género muy oportuno, para dar a conocer en su fibra más auténtica obras que hoy yacen sepultadas en el olvido. Pero no es miscible con el diccionario. Si se presentaran todas las voces de un modo más semejante y con una estructura perfectamente definida se ganaría mucho. Tampoco es correcto reducir, aun a título de ejemplo, el pensamiento de un autor, a unas líneas y a un motto. El género diccionario tiene sus exigencias.

Por lo dicho, y sin negar el interés evidente y objetivo que encierra el libro, por el que damos sinceramente la enhorabuena a autor y editor (el benemérito Alejandro Bylik), creemos que hubiera requerido una mayor reflexión previa a su ejecución y una preparación más meditada y cuidada. Tomémoslo, pues, como una prueba y aguardemos a la segunda edición prometida. Aunque si el autor sigue algunos de los (sin duda bienintencionados) consejos que se le dieron con ocasión de su presentación bonaerense, tememos que volverá a confundirse.

Manuel ANAUT