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Número 531-532

Serie LIII

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Donoso, Veuillot y el «Syllabus» de Pío IX

1. Introducción

[ ... ] En 1852, el cardenal Fornari escribió al famosísimo Luis Veuillot, por encargo del Papa, una carta invitándole a tomar parte en los estudios que en Roma se habían emprendido sobre los errores dominantes en aquella época. Esta carta se publicó hace ya bastantes años y con razón se la tiene por uno de los primeros pasos que se dieron en las tareas de preparación del famosísimo Syllabus, que tanto ha hecho rabiar a la incredulidad. Casi íntegramente se copia dicha carta en la extensa y notabilísima biografía que del gran escritor redactó su hermano, confidente y compañero de penas y fatigas, pero no aparece en ninguno de los cuatro abultados volúmenes rastros de lo que pudiera ser la solicitada colaboración; como tampoco se encuentran en los cuarenta nutridos tomos que forman la colección de las obras completas de aquel maestro de periodistas católicos. No faltan quienes afirman que la colaboración tuvo lugar y aun dicen que se conocen por lo menos sus líneas principales. En las páginas que siguen se verá, cómo con la autoridad de los más fehacientes testimonios, puede afirmarse sin género de duda que no hubo tal colaboración del gran escritor francés en los trabajos preparatorios del Syllabus.

Quien tuvo en ellos parte, y notabilísima parte, fue un gran amigo de Veuillot, a su vez muy célebre escritor, cuya fama brilla cada día con mayor esplendor. Se trata del español don Juan Donoso Cortés, Marqués de Valdegamas, autor del Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo recién publicado en aquella fecha, tan apasionadamente discutido y celebrado que su autor pudo anunciar a su amigo Tejado que el libro había hecho explosión en París. Y es curiosísimo observar cómo durante un siglo ha sido ignorada la colaboración de Donoso, por más que su aportación no ha estado nunca oculta en el recóndito rincón de algún archivo, sino que anda en manos de todos, desde que en 1855 la dio a luz en la colección de sus obras completas su gran amigo Tejado. Y ha de añadirse que se trata de una de las obras más celebradas entre cuantas brotaron de su mente soberana: a la Carta al eminentísimo cardenal Fornari sobre el principio generador de los errores modernos, nos referimos. De esta Carta y de la algo posterior, dirigida al director de la Revue des Deux Mondes, escribió Veuillot lo que sigue en el magnífico trabajo dedicado a estudiar a su amigo: «Estos dos escritos, que se completan, son lo más poderoso y bello que Donoso Cortés ha escrito. Los trazaba en el momento de morir, como si una inspiración le hiciera resumir su pensamiento para dar al mundo un último aviso». Y últimamente, un teólogo tan eminente como el P. Garrigou-Lagrange no se cansa de encomiar la Carta en cuestión en la correspondencia cruzada con el sabio sacerdote argentino don Julio Meinvielle, a propósito de la notable obra de este último De Lamennais a Maritain.

Aunque en la magistral colección de encíclicas del sabio Pontífice León XIII, se encuentra una clara y profunda exposición de las doctrinas opuestas a los errores condenados en el Syllabus, es corriente, aun entre ciertos católicos, ensalzar la egregia figura de dicho Papa atribuyéndole un espíritu de transigencia muy distinto de la intransigencia que el Syllabus revela. Y es el caso que, antes que nadie, apremió al gran Pío IX a la condenación de los errores a la sazón más difundidos. Arzobispo de Perusa, todavía no cardenal, asistió al concilio provincial que se reunió en Spoletto el año 1849, en el que muy particularmente se examinaron los medios de combatir los errores provocados profusamente por la perversa semilla de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Si bien con su elevada autoridad advertía que ya la Iglesia los había condenado, juzgó de máxima importancia una nueva condenación que les hiriera en las nuevas formas que iban tomando, y encareció al concilio que tomara el siguiente acuerdo:

«Pedimos insistentemente a nuestro Padre Santo el Papa, que nos dé una constitución en donde –enumerando los diversos errores concernientes a este triple objeto (la Iglesia, la libertad y la propiedad), cada uno con su nombre propio y en forma tal que se pueda, por decirlo así, abrazarlos de una sola ojeada– les aplique la censura teológica deseada y les condene en las formas ordinarias. En efecto, por más que estos mismos errores modernos hayan sido condenados separadamente por la Iglesia, el santo Concilio está, no obstante, persuadido de que sería de gran provecho para la salud de los fieles, presentar dichos errores de esta manera agrupados en un cuadro en la forma que han adoptado en nuestros días, infligiéndoles la nota específica».

La revolución de 1848, que en Francia empezó halagando a los católicos, había sembrado entre ellos la confusión que había de parar en dividirlos hondamente, esterilizando sus esfuerzos. Veuillot y Montalembert, reconciliados, primero, no tardaron en separarse y combatirse ahincadamente. Mgr. Dupanloup, apoyado por Montalembert, Ravignan y su grupo, había comprado el Ami de la religion, disgustado del Univers, el gran diario de Veuillot. Falloux entró en el ministerio, impulsado por Mgr. Dupanloup y Montalembert, en donde preparó su famosa ley de enseñanza, que desagradó enormemente a los católicos porque, prescindiendo de la libertad, conservaba el monopolio del Estado. Veuillot la combatió duramente desde el Univers y se ahondaron las diferencias que le separaban de Mgr. Dupanloup y Montalembert. El catolicismo liberal, impulsado por estas dos relevantes figuras de mucho talento y gran actividad, trataba de arrastrar a los católicos, que se mantenían firmes, en gran parte por la magna labor de Veuillot en el Univers, a quien años después había de llamar el santo Pío X, «gran hombre de bien, defensor irreductible de los derechos de Dios y de la Iglesia»; «pensador de genio» cuya «pluma fue a la vez tajante espada y luminosa antorcha» que «durante medio siglo (hubo) proyectado sobre los acontecimientos de la Historia la luz más viva de la doctrina católica y perseguido sin tregua ni paz al error que se manifiesta y al que serpentea entre sombras»; «con el calor, el entusiasmo y la bravura de un hombre que posee la verdad y que sabe que la verdad tiene derechos imprescriptibles»; «con grande y absoluto desinterés, sin ceder jamás a las alabanzas, ni a las promesas, desafiando la impopularidad, las intrigas, las antipatías, las acusaciones calumniosas de sus adversarios y aun la desaprobación de sus compañeros de armas».

En España había muerto Balmes, después de su meritorio intento de acabar con el triunfo de la revolución liberal, zanjando la cuestión dinástica, principal instrumento de su fuerza, mediante el matrimonio de doña Isabel con el Conde de Montemolín, Carlos VI de la dinastía legítima, a lo que se opusieron con todas sus fuerzas los doctrinarios Narváez, Mon, Pidal y lo rechazó la misma doña Isabel. Los carlistas estaban nuevamente en armas en la segunda guerra civil, campaña montemolinista o Guerra dels matiners, como se la conoce en Cataluña, principal teatro de la misma. Se convertía Donoso, rompía sus lazos con los doctrinarios, pronunciaba los grandes discursos de resonancia europea y preparaba el Ensayo.

Época aquella de gran confusionismo, de enconadas polémicas entre los católicos a quienes quería imponerse el catolicismo liberal que ellos rechazaban con todas sus fuerzas. Pío IX, el gran Pontífice de la época, hablaba una y otra vez en documentos y alocuciones verdaderamente admirables, sin que, aferrados a sus errores, los católico-liberales cejaran en su empeño. No es raro que la aguda inteligencia del entonces Mgr. Pecci, y más adelante León XIII, y los padres del concilio, sintieran la necesidad de una condenación más solemne de unos errores que, apoyados por poderosos valedores, se iban filtrando en las filas de los católicos.

2. Donoso Cortes, Veuillot y el cardenal Fornari

En enero de 1849 había pronunciado Donoso, en las Cortes, un discurso del que Veuillot escribió: «Su discurso sobre la Dictadura, traducido por un periódico francés (el Univers), fue inmediatamente repetido por cien ecos, y Europa aprendió, para no olvidarlo, el nombre de don Juan Donoso Cortés, Marqués de Valdegamas. Al año siguiente, y también en enero, pronunció el dedicado a examinar la situación de Europa, de tanta resonancia que un embajador de Rusia lo enviaba a su ministro para que pudiera leerlo el Zar. Siguió, luego, el de 31 de diciembre de 1850 sobre la situación de España, de parecida resonancia. Donoso había alcanzado la cima de la celebridad y su nombre se citaba a la par de los más célebres personajes de la época, como Metternich, Guizot, Montalembert». «En dos años, sin pretenderlo, escribió Veuillot, había llegado a ser uno de los jefes de la sociedad francesa».

En 1849 planeaba Veuillot su Bibliothèque Nouvelle, cuando en la redacción del Univers recibió la visita de Donoso, a la sazón de paso, al regreso de su embajada en Berlín. Aquella primera entrevista entre los dos grandes atletas del pensamiento católico fue raíz de una amistad tan entrañable que luego diría Veuillot no haber tenido mejor amigo que Donoso. Es curioso anotar la visita que aquel mismo año hizo el gran periodista francés al famosísimo Metternich, por aquel entonces retirado en Bélgica, quien de momento le deslumbró, pero al fin de sus conversaciones con tan eminente hombre de Estado, hubo de escribir lo que sigue:

«He visto a Metternich, tranquilo, apacible, misericordioso, honesto, inteligente, cristiano. Cuanto me ha dicho me ha parecido prudente y reflexivo. No obstante, nada se sale de lo vulgar. Después del deslumbramiento de la primera sorpresa, tan sólo me ha dejado la impresión de un libro de moral escrito por un protestante. Le faltan calor, la visión deslumbradora, este no se qué que penetra en el fondo de las cosas, que inflama, da firmeza y no se olvida jamás. He aquí lo que sentía el otro día escuchando a Donoso Cortés, que no es un hombre de Estado».

Veuillot convenció a Donoso de que redujera a un solo volumen para su Bibliothèque un libro, que éste planeaba en varios tomos, comprometiéndose por su parte a imprimirlo traducido a medida que fuera recibiendo las galeradas de la edición española. Así se hizo y en 1851 en Madrid y París salía de las prensas el Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, con pocos días de diferencia.

Enseguida atrajo la atención del mundo entero. Guizot le escribió a Donoso que «no le quitaría una tilde». Metternich que es «admirable», «severo como el pensamiento de usted y luminoso como su inteligencia. Para mi es cuestión de conciencia el asegurarle lectores en Alemania; y por eso se publicará pronto una traducción, que estoy bien cierto ha de producir en estas vastas regiones todo el bien que se ha propuesto».

No todo fueron elogios. Abundaron ¡cómo no! las censuras. El catolicismo liberal, muy exacerbado, sobre todo en Francia, sintió el daño que había de producirle una tan formidable máquina de guerra. Así, pudo escribir Donoso que el libro hizo explosión en París. Pero antes de que esta reventara con toda su malicia, cronológicamente nos encontramos con la Carta al eminentísimo cardenal Fornari sobre el principio generador de los errores modernos, escrita poco antes de morir.

En ella son de notar las siguientes particularidades:

1ª su destino: evidentemente al cardenal, pero el último de sus párrafos le da el más elevado que una carta puede tener, como es llegar hasta los pies del Padre Santo;

2ª la ocasión: contestar, se dice en ella, a «las breves indicaciones que se sirvió pedirme (vuestra eminencia) por su carta...»;

3ª su objeto: el propio autor lo declara con estas palabras: «las indicaciones que creo de mi deber hacer sobre los más perniciosos entre los errores contemporáneos»; para concluir «que la negación de uno solo de los atributos divinos lleva el desorden a todas las esferas y pone en trance de muerte a las sociedades humanas»;

4ª las fechas: 19 de junio de 1852, de la carta de Donoso, y «mayo último» de la carta del cardenal a la cual c o n t e s t a.

A la vista de tales particulares, salta a los ojos que la Carta... no fue una espontánea disertación de Donoso; tampoco puede pensarse que se trate de un cambio de puntos de vista entre dos amigos preocupados por una cuestión de grave transcendencia. Si así fuera, no vendría a cuento que Donoso suplicara al cardenal que hiciera llegar su carta hasta los pies de Su Santidad. La humilde y delicada condición de nuestro autor, el respeto y veneración que siempre tuvo al Papa, excluyen la impertinencia de dirigirse a éste, bien fuera para darle una lección, bien para lucir sus propios conocimientos en materia tan ardua y propia de la Iglesia docente. Todo parece indicar un motivo particularmente grave en relación con las necesidades de la Iglesia; y sorprende y maravilla que nadie se haya preocupado de averiguar quién haya podido ser el que ha dado ocasión de regalarnos con una joya de tan alto precio. Aparte lo que en la propia Carta... se trasluce, nada se vislumbra en lo demás que de Donoso se ha publicado; ni tampoco en la extensa biografía que de él escribió su gran amigo Tejado. Ha de pensarse que si de ello hubieran quedado rastros en los papeles de Donoso, dado el tiempo transcurrido y las varias personas que los han examinado, no hubiera quedado en la oscuridad un punto de tanto interés.

¿Podrá averiguarse algo por el lado del cardenal Fornari? ¿Qué papel desempeñaba su eminencia, en aquel entonces? Es este un punto que interesa dilucidar. En la lamentable edición de las obras de Donoso hecha por la Biblioteca de Autores Cristianos, el recopilador y anotador, señor Jurestchke, en una nota dice que «el cardenal era en aquel entonces nuncio de Su Santidad en París». No hay tal: el cardenal, que realmente había sido nuncio en París, había dejado de serlo desde hacía tiempo. En una carta, de enero de 1851, de Veuillot al abate Bernier, residente en Roma, se lee lo siguiente: «Le envío por medio de Mgr. Lasagni (auditor de la nunciatura en París y más adelante cardenal), quien nos deja al mismo tiempo que su jefe, el cardenal Fornari, los menudos objetos que me ha pedido». En efecto: siendo nuncio en París, en el consistorio de 21 de diciembre de 1846, fue elegido cardenal in petto; más adelante, en el consistorio de 30 de noviembre de 1850, se hizo pública su designación, y enseguida, el 30 de diciembre del mismo año, dejó la nunciatura, sucediéndole en ella Mgr. Garibaldi. Ya en Roma era Prefecto de la Sagrada Congregación de Estudios y fue designado presidente de la comisión nombrada por Pío IX en 1849 para la proclamación del dogma de la Inmaculada. Desde Roma, y en posesión de tan importantes cargos, escribió el cardenal la carta que Donoso contestó. Es este un dato importante y no ofrece dudas cuando se relacionan las noticias públicas que se han reseñado.

Por el testimonio de Donoso en su Carta... consta que el cardenal le escribió en mayo de 1852. Pero no fue esta la única carta escrita por su eminencia en dicho mes; conocemos el texto íntegro de otra que es del mayor interés, sobre todo para nuestro objeto. Es la carta dirigida a Veuillot de la que reproduce los principales párrafos su hermano, en la extensa biografía a que antes nos hemos referido. Su texto íntegro lo tomamos de un trabajo sobre el Syllabus, publicado por el sacerdote de Bayona don Pedro Hourat, quien, a su vez, parece que lo tomó de alguna obra italiana. La traducción íntegra del original italiano es la que sigue:

«Señor:

»Habiendo la Santidad de nuestro Señor decidido emprender estudios sobre el estado intelectual de la sociedad moderna en lo que toca a los errores más generalmente difundidos relativos al Dogma y a sus puntos de contacto con las ciencias morales, políticas y sociales, ha deseado que se recurra, para tener más amplias y seguras informaciones, a los personajes que por sus trabajos y por su situación se juzguen más capaces de desempeñar esta misión.

»Habiendo sido encargado por Su Santidad de dar cumplimiento a sus órdenes, y apreciando, por otra parte, el merito de los conocimientos de V. S. y la pureza de su celo por cuanto concierne al bien de la Iglesia Católica, no he dudado un momento en invitarle a tomar parte en este trabajo que no puede dejar de ser útil a toda la Cristiandad.

»A fin de lograr cierta uniformidad en las respuestas, se le ruega seguir el modelo adjunto en tanto lo permitan las notas que tenga a bien enviarnos, notas que podrá escribir en la lengua que le sea más familiar.

»Para el feliz y rápido cumplimiento de los deseos del Padre Santo es de suma necesidad:

»1º Que se guarde un religioso silencio sobre todo este asunto;

»2º Importa aún más la rapidez del trabajo. Como no se trata ahora de desarrollar las materias, sino únicamente de ofrecer indicaciones, es intención de Su Santidad que en el término de un mes, a partir de la recepción de esta carta, se me envíe el primer fruto de sus investigaciones. Digo el primero porque todas las observaciones serán aceptadas con placer y provecho.

»Estoy persuadido, señor, de que el celo por la causa de la Religión y la voluntad de Su Santidad el Papa, el cual atribuye a este asunto la más alta importancia, serán dos poderosos móviles que le inducirán a favorecernos con el concurso de sus luces y de su piedad.

»Dígnese, señor, recibir los sentimientos de mi más alta consideración

»Roma, 20 de mayo de 1852.

»Su afectísimo servidor,

»R. Card. Fornari.

»Al señor Luis Veuillot».

Dejando para una nota aparte el Syllabus complemento de esta carta, conviene compararla con la de Donoso a este mismo cardenal. La de Donoso dice contestar a la de «mayo último», y la del cardenal lleva la fecha de 20 de mayo; si en la de este urgía la contestación en el término de un mes, el plazo iba a cumplirse cuando Donoso puso al pie de la suya la fecha de 19 de junio de 1952. El cardenal encarecía un «religioso silencio» en negocio de tantísima importancia; tan severamente lo guardó Donoso, que nada se ha traslucido hasta muy cerca de un siglo después. Como el cardenal dice en la suya que se trata de un encargo de Su Santidad, ello ofrece explicación concluyente al expreso deseo de Donoso de llegar con su carta hasta los pies del Papa. Si el cardenal de momento pide sólo «indicaciones» acerca del «estado de la sociedad actual en lo que toca a los errores más generalmente difundidos», Donoso dice: «tales son las indicaciones sobre los más perniciosos entre los errores contemporáneos». Si se compara el Syllabus enviado por el cardenal, para que sirva de guión con el texto de la carta de Donoso, se ve enseguida su estrecho parentesco.

Por otra parte, Donoso estaba en el apogeo de su gloria y de su celebridad; era embajador en París, en donde brillaba como un astro de primera magnitud; vivía en toda Europa el recuerdo de sus grandes discursos y acababa de publicar el Ensayo, que hizo explosión en aquella Europa tan atormentada, del cual se estaba preparando en los Estados Pontificios la edición de Foligno, que vio la luz aquel mismo año. Bien puede afirmarse que si no se hubiera consultado a quien tantas pruebas había dado del profundo estudio que había hecho de la cuestión, no se hubieran cumplido del todo los manifiestos deseos de Su Santidad de «recurrir a los personajes que por sus trabajos y por su situación se juzguen más capaces». Ello no puede pensarse de la prudencia del cardenal Fornari, con mayor razón si se tiene en cuenta que Veuillot, gran amigo del cardenal y de Donoso, dejó escrito lo siguiente: «la carta dirigida al cardenal Fornari, antes nuncio apostólico en París, en donde Donoso Cortés y él se habían conocido y apreciado».

Si se tiene en consideración cuanto se acaba de decir, sería verdaderamente temerario poner en duda que el 20 de mayo de 1852, el cardenal Fornari, además de escribir la carta a Veuillot, que se ha conservado y publicado, escribió a Donoso Cortés otra exactamente igual o poco menos, que se ha perdido, antes de llegar a ser conocida, quizás destruido por el mismo Donoso, al sentirse morir, firme en su propósito de guardar el religioso silencio que se le había encargado. No es aventurada esta suposición en quien por su cargo había de sospechar cómo se revolvería el mundo político dominante en Europa en aquella fecha, si llegaba a sospechar que el Papa amenazaba con una solemne condenación de los errores que le alcanzaban de lleno.

El cardenal fue más afortunado en la consulta a Donoso que en la a Veuillot, por cuanto la primera dio lugar a la obra maestra conocida y encomiada por todos desde los primeros tiempos, de la que muy bien puede afirmarse que fue un anticipo del futuro Syllabus. De Veuillot y del conde Avogadro de la Motta, también consultado, se lee en el citado estudio del señor Hourat, que sus respuestas las «conocemos por lo menos en sus grandes líneas». «Estos dos eminentes defensores de la Iglesia, añade, hicieron, pues, observar cómo la Inmaculada Concepción de María era un privilegio tal que parecía exigir una Bula especial. Opinaban, en consecuencia, conveniente no unir con él la condenación de los errores modernos». Salía esto al paso de una opinión manifestada públicamente, incluso en notables trabajos de la tan autorizada revista La Civiltà Cattolica, encaminados a propugnar la proclamación del dogma de la Inmaculada, incluyendo en la Bula la condenación de los errores de la época. La opinión de Veuillot y de la Motta, que fue atendida por el Papa, no es evidentemente contestación a la conocida carta del cardenal Fornari, que para nada se refiere al dogma de la Inmaculada. Ha de tenerse, dicha opinión como una aportación a los trabajos concernientes a dicho dogma, pero en manera alguna a los relativos al Syllabus. Tanto es así, que el propio Veuillot escribía lo que sigue, al cardenal, con fecha 21 de junio de 1852, dos días después de la famosa Carta... de Donoso: «Estaba de viaje cuando me ha llegado la circular de vuestra eminencia relativa a los errores de estos tiempos. Ocupado desde mi regreso con todas las preocupaciones que le confío, no he podido contestar a su comunicación, cuyas materias en general son ajenas a mis estudios y muchas de ellas están más allá de mis alcances». Confirma este testimonio autorizadísimo el, también muy autorizado, de su hermano Eugenio, quien, al publicar esta carta, años después de haber visto la luz el Syllabus, le puso la siguiente nota: «Esta circular era un cuestionario dirigido por orden del Padre Santo a un cierto número de personalidades católicas eclesiásticas y seglares con miras a la preparación del Syllabus, sin rectificar lo que en la carta se dice de no contestar». Y tampoco habla Eugenio Veuillot de la solicitada cooperación, en los cuatro tomos de la biografía de su hermano, por más que reproduzca varios párrafos de la carta del cardenal. Ha de pensarse que ni entonces ni nunca contestó a la consulta que se hizo; sólo podría convencernos de lo contrario el texto indiscutible de lo que atendiéndola escribiera.

3. La preparación del Syllabus

Tenemos, pues, que en 1852 hubo una consulta a Donoso, Veuillot y Avogadro de La Motta, que nosotros sepamos; claro es que debió de comprender a otras personas, sobre todo eminentes prelados, aunque se cree que no fue demasiado extensa, en atención al riguroso secreto que se quería guardar. Se sabe que no fue consultado en dicha ocasión Mgr. Dupanloup, de quien tanto se hablaba por aquel entonces. Y no es menos cierto que dicha consulta debía tener una continuación, así como lo es que el guión enviado por el cardenal Fornari lleva el título de Syllabus.

Por aquel entonces la atención del orbe cristiano estaba atenta a la proclamación del dogma de la Inmaculada, en vías de definición desde hacía algunos años. Ya se ha visto cómo La Civiltà Cattolica, revista fundada por un breve de Pío IX, el cual había confiado la dirección a la Compañía de Jesús, se ocupaba de ello, enlazándolo con la condenación de los errores modernos. No era esta la opinión de Veuillot y Avogadro, ni fue lo que se resolvió, pero es lo cierto que desde el primer momento de algún modo anduvieron ligadas la definición y la condenación, pues ya se ha visto cómo el cardenal Fornari presidente de la comisión encargada de preparar la definición, fue quien cursó las consultas acerca de los errores. Es un hecho, así mismo, la condenación de los errores en la alocución Singulari quadam, pronunciada en el consistorio secreto del día siguiente a la definición, 9 de diciembre de 1854; como también ha de notarse que la Quanta cura y el Syllabus que la acompañaba, se publicaron el 8 de diciembre, día de la Inmaculada. A la definición y el consistorio del día siguiente asistieron casi todos los prelados del orbe, al efecto convocados por el Papa; pero no pudo asistir el cardenal Fornari, quien había fallecido aquel mismo año. Y consta, además, por lo que dice el sabio jesuita P. Clemente Schrader, en su obra De theologia generatim, lo que se lee en las siguientes palabras:

«Sabemos, y consta con seguridad, que la comisión esta blecida para ahondar la causa de la Inmaculada Madre de Dios, tal como lo había señalado Su Santidad, fuera, una vez terminado su trabajo, transformada en comisión encargada de investigar los errores de nuestro tiempo, como igualmente le había indicado el Soberano Pontífice; y que el supremo Pastor y Doctor de la Iglesia universal, llegada la ocasión se ha servido de sus trabajos, como de las demás Congregaciones Romanas, para herir poco a poco los diversos errores diseminados por todas partes».

Por tanto, no puede dudarse de que la comisión donde debió ir a parar la famosa Carta... de Donoso, contra lo que pudiera suponerse, siguió firme en su trabajo, por orden expresa del Sumo Pontífice.

En su Histoire du catholicisme libéral et du catholicisme social en France, dice Barbier que en el año 1860 fue consultado sobre este tema Mgr. Pie, y ha de pensarse que a otros se consultaría. Lo cierto es que con fecha 23 de julio de este año, Mgr. Gerbet, obispo de Perpiñán, publicó una Instrucción pastoral en la que insertó una lista de proposiciones que condensaba los errores más notables. Son 85 proposiciones, divididas en XI secciones, que Pío IX quiso conocer personalmente; las hizo imprimir con el título de Las muy notables proposiciones condenadas por Mgr. el obispo de Perpiñán, en su instrucción pastoral de 23 de julio de 1860, y las hizo repartir a todos los teólogos que formaban parte de dicha comisión, a la sazón presidida por el cardenal Santucci, Prefecto de la Congregación de Estudios. Además, el Papa designó, dentro de la comisión general, otra más reducida encargada de estudiar especialmente dichas proposiciones, comisión que fue presidida por el cardenal Caterini, Prefecto de la Congregación del Concilio; su secretario fue Mgr. Jacobini y teólogos consultores Mgr. Pie Delicati, el dominico P. Jacinto de Ferrari y el jesuita P. Perrone.

Mgr. Gerbet era un escritor magnífico, de mucho encanto y de gran fama, del grupo de los llamados ultramontanos y muy amigo de Veuillot, quien se entusiasmó al leer tan precioso documento, si bien hubo de lamentarse de no poder rendirle los honores debidos, desde el Univers, suspendido a la sazón por el gobierno imperial, a causa de haber publicado la encíclica Nullis certe. El periódico Le Siècle combatió la pastoral y Veuillot se dolía de no poder entrar en liza para defenderla.

Aquel negocio, que desde hacía años se iba desenvolviendo en el mayor silencio, salía indirectamente a la luz pública en virtud del documento oficial de un prelado francés. No ha de pensarse que fuera por ligereza. Lo más probable es que Mgr. Gerbet estuviera seguro de que su acto no desagradaría a Roma; quizás, incluso, obedeciera a sus intenciones. Y tampoco sería raro que el índice de errores lo hubiera recibido de allí, como anteriormente y en ocasión semejante lo recibieron Donoso y cuantos fueron consultados por el cardenal Fornari en 1852. El asunto iba llegando a su madurez y a nadie puede sorprender que se quisiera hacer un sondeo que permitiera apreciar determinadas reacciones. De todos modos Mgr. Gerbet cuando escribió la pastoral, debía conocer el Ensayo y la Carta... de Donoso, que estaban en las manos de cuantos en Francia se ocupaban de tales cuestiones.

No ha de creerse que Donoso fuera el padre del Syllabus pero tampoco, como dicen algunos franceses, lo fue Mgr. Gerbet, a quien se adelantó, Donoso, con su Carta... No tiene el Syllabus otra paternidad que el Sumo Pontificado; ello es patente en la magnífica colección de documentos pontificios que en él se citan. En germen está ya en el Syllabus adjunto a la carta del cardenal Fornari de 1852, que alcanzó un mayor desarrollo en el índice del obispo de Perpiñán; entre uno y otro está la Carta... de Donoso que es un desarrollo sintético del futuro Syllabus.

4. La promulgación del Syllabus

En julio de 1862 se reunieron en Roma los obispos de todo el mundo, convocados con el ostensible motivo de asistir a la canonización de San Miguel de los Santos y los Mártires del Japón. Lo cierto es que durante su estancia en la Ciudad Eterna, recibió cada uno de ellos una lista de proposiciones que resumían el pensamiento heterodoxo de aquel entonces, acompañada cada una de la censura correspondiente de los teólogos romanos. Los obispos debían estudiarlas, cada uno por separado, con auxilio de un teólogo de su confianza, y calificarlas en un cierto plazo, guardando el mayor secreto. En el consistorio secreto de 9 de junio, reunidos los obispos de casi todo el mundo, Pío IX condenó el naturalismo y los errores más en boga.

En esta ocasión fue consultado por primera vez el famoso Mgr. Dupanloup, quién hizo un rápido y apresurado examen del conjunto y de algunas proposiciones, a la vez que hacía notar su sorpresa por haber recibido una lista casi exactamente copiada del documento de un prelado francés, cuando en Roma abundan los teólogos de mayor fama.

Este mismo año de 1862, y después de la reunión de Roma, hubo otra en La Roche-en-Brenil, posesión del Conde de Montalembert, famosa en la historia del catolicismo liberal, de la que quisieron los reunidos dejar recuerdo lapidario que lo perpetuase. Al efecto se labró una lápida en mármol, que se fijó en las paredes de la capilla del castillo, con la siguiente leyenda: En este oratorio, Félix, obispo de Orleans, ha distribuido el pan de la palabra y el pan de la vida cristiana a un pequeño rebaño de amigos, que, acostumbrados desde hace tiempo a luchar juntos por la iglesia libre en la patria libre, han renovado el pacto de consagrar los años que les quedan de vida a Dios y la libertad. 13 de octubre del año del señor, 1862. Estaban presentes: Alfredo, conde de Falloux; Teófilo Foisset; Agustin Cochin; Carlos, conde de Montalembert; ausente por el cuerpo, pero presente en espíritu, Alberto, príncipe de Broglie.

El porqué de esta reunión lo explicó el P. Lecanuet, quien ha escrito una extensa biografía apologética del Conde de Montalembert con el diario del famoso Conde a la vista. He aquí lo que dice:

«Montalembert sabía que una serie de proposiciones, resumen de los principales errores modernos trazada por su antiguo amigo Mgr. Gerbet, acababa de ser sometida al examen de las Congregaciones romanas. Era el futuro Syllabus. Montalembert se inquietaba por ello y suplicaba al obispo de Orleans que previniese a los designios de sus adversarios mediante un libro...» del que, añade el mismo autor, Mgr. Dupanloup prometió ocuparse activamente.

Conviene notar, además, que como recordó Luis Veuillot, el Conde de Montalembert había precisado con palabras muy claras, en una polémica con Cavour, cómo entendía lo de la Iglesia libre en la patria libre, escribiendo el 26 de Octubre en Le Correspondant, lo que sigue: «Lo digo yo sin vacilar: la Iglesia libre en el seno de un Estado libre; he aquí para mí el ideal. Añado que en la sociedad moderna, la Iglesia solo puede ser libre allí en donde todo el mundo lo es. A mis ojos esto es un gran bien y un gran progreso». Es decir, como escribió Du Val de Bealieu: «el error libre en el Estado libre»; o como el sabio sacerdote andaluz Mateos Gago: «la Iglesia liebre en el Estado galgo».

El religioso silencio que hasta entonces se había guardado, alguien lo violó cuando dio cuenta al Conde de lo que con el encargo de callarlo se le había confiado. Aquel grupo de eminentes personalidades, presidido por un prelado ilustre, al pie del altar tomaba posiciones contra el futuro Syllabus y se aprestaba a tratar de impedir que llegara a nacer. En 1863 hubo un congreso católico en Malinas y en él pronunció el conde de Montalembert dos discursos: uno sobre el progreso creciente de la democracia; otro sobre las relaciones de la Iglesia y el Estado, en los que desarrolló con tanta crudeza la tesis católico-liberal, que, alarmados, se dirigieron no pocos prelados al Papa para que condenara dichos discursos. En atención, sin duda, a grandes servicios que el Conde había prestado a la Iglesia en las cuestiones del poder temporal de la Santa Sede y la lucha por la libertad de enseñanza, el Papa decidió enviarle una amonestación privada que su biógrafo P. Lecanuet hizo pública años más tarde. En el segundo de dichos congresos, el año 1864, ante el escándalo que había producido el año anterior Montalembert con sus discursos, este no habló y en su lugar lo hizo Mgr. Dupanloup, en tonos más suaves pero dentro de la misma tesis. Pío IX no aguardó más y aquel mismo año, el día de la Inmaculada, publicó la encíclica Quanta cura y el Syllabus que la acompaña, doce años después de la famosa Carta... de Donoso.

5. La importancia del Syllabus

Esta sumaria historia del proceso de elaboración del Syllabus, demuestra cómo, contra lo que muchos creyeron y Mgr. Dupanloup había pensado, no fue tan precioso documento fruto de la impresión de momento. Con la sabia prudencia que preside las grandes decisiones de la Iglesia, aún contando con la asistencia especialísima del Espirito Santo, se pusieron a contribución la ciencia de los más grandes talentos de la Cristiandad, y la experiencia de cuantos por su posición pudieran aportar algunas luces. Todo ello el Papa lo pesó y meditó durante años y años, en presencia de Dios, hasta que con la plenitud de su poder pronunció la última palabra, aquella que no podría borrar todo el poder de los hombres conjurados contra ella, como efectivamente se conjuró contra el Syllabus y el Pontífice, que había osado proclamar que ni podía ni debía «reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y la civilización moderna».

Los tiempos han cambiado, pero el Syllabus sigue firme como una roca. Con el Syllabus quiso decir, Pío IX, que si el mundo no se apartaba de aquellos errores, que eran la sustancia de la civilización y del derecho nuevos, que iban invadiendo las legislaciones de todos los Estados, el mundo corría hacia una horrenda catástrofe. No se hizo caso de su autorizadísima advertencia; se hizo víctima, al Papa, de sañuda persecución; se le arrancó todo vestigio de poder temporal y se creyó haber triunfado de las recias palabras de aquel anciano que hablaba en nombre de Dios. Pero, como no podía menos de ocurrir, la augusta palabra se cumplió; y el mundo estremecido se ve a un paso de perderse sumido en la más horrible esclavitud. Quiso y pudo romper, el mundo político, los amorosos lazos que le unían al Pontificado y siente ahora el espanto de perderse en los que Stalin ha ido forjando con el hierro que del mismo mundo ha ido recibiendo. Prisionero el Pontífice, se miraba el Syllabus con menosprecio. No hay nadie, hoy, medianamente inteligente, que no sienta ante él la veneración, el respeto o el temor que inspira lo grande. La misma incredulidad, cuando es inteligente y libre de odios y prejuicios, le rinde su homenaje. Maurras, agnóstico, positivista, incrédulo, ha escrito que «en efecto el Syllabus es, entre todos los documentos emanados de Roma, el más ultramontano y por eso el más libre de los embrollos galicanos, que nada tienen de común con el amor al pasado de nuestra nación; es a la vez en el Syllabus en donde se muestra y se define la política católica más rigurosa y más precisa, y en donde al mismo tiempo aparece, se resume y plantea con mayor brillo el genio realista o el espíritu de organización». Más adelante añade:

«Algunos católicos parece defienden expresamente que el Syllabus no les obliga en conciencia, porque no emana de la autoridad sobrenatural, habiéndose limitado Pío IX a expresar en él sus opiniones personales. ¡Bien! Desearía, yo, asimismo, por otras razones, que todos los buenos y verdaderos católicos pudieran pensar así, pues entonces, sin riesgo de herir ninguna amistad, podría yo escribir: he aquí una obra maestra de la sabiduría y de la providencia del genio humano».

A esta obra está asociado ¡y de qué manera! el genio de nuestro Donoso Cortés; de ello es expresión manifiesta su magnífica Carta... Abundan por todas partes quienes sienten admiración por el gran escritor español; son legión en toda América y abundan en el Brasil. Se acerca el centenario de la aparición del Ensayo..., que cumple el año 1951, en 1952 vence de la Carta... y el siguiente el de su santa muerte. Reunidos en uno convendría, y ha de creerse que así se hará, conmemorarlos dignamente. Y para ello podría ser una excelente preparación la ejecución de una idea expuesta por el eminente domínico y sabio teólogo P. Garrigou-Lagrange, quien en su carta de 28 de septiembre de 1946 al Rdo. Sr. Meinvielle escribía lo siguiente:

«Convendría, creo, reeditar su admirable informe titulado “El principio generador de los errores de nuestros días”. (Carta de 30 páginas dirigida en 1852 al Card. Fornari para ser presentada a Pío IX) y hacerle seguir de extractos de su discurso sobre el estado general de Europa en 1850.

»Una noticia histórica sobre el autor demostraría como previó admirablemente lo que ha ocurrido desde hace un siglo al decir: cuando los pueblos han abandonado en su legislación los principios cristianos y católicos, caen en el liberalismo, que no resuelve nada, lo cual no basta para obrar; luego, cuando es preciso obrar, si no quieren remontarse a los principios, se precipitan en el radicalismo de la negación, luego en el socialismo, después en el comunismo materialista y ateo. Preveía que este último se desarrollaría en Rusia, y que para resistirle no hay más que una fuerza: la fe católica. España en 1936 ha contenido la caída. Se replicará: “no basta contener la caída; es necesario ascender”. Pero es preciso moderar o frenar cuando todavía es tiempo; de otra manera con el divorcio, la escuela atea ¿que serían las generaciones sucesivas?

»Todas estas páginas han de meditarse. Hace 30 años no se osaba citarlas por miedo a ser tratado de profeta de calamidades; ahora se ve que son una realidad. Hay una aceleración en el descenso como en la caída de los cuerpos; ello ha empezado con el protestantismo. Bien lo saben los enemigos de la Iglesia».

En esta edición preconizada por el P. Garrigou-Lagrange, que tan a maravilla podría preparar el centenario, no pueden faltar la carta a doña María Cristina, ni, menos todavía, la dirigida al director de la Revue des Deux Mondes, escrita poco después de la dirigida al cardenal Fornari.

6. El modelo enviado por el cardenal Fornari

En la carta del cardenal Fornari a Donoso y Veuillot, se hace referencia a un «modelo adjunto» que permita dar «cierta uniformidad en las respuestas». Se trata del siguiente índice que tomamos de la carta dirigida a Veuillot la cual se ha conservado.

«Syllabus de los diversos puntos que se pueden tener a la vista para recoger y calificar los errores.

»I. - Unidad de la substancia divina. - Panteísmo.

»II - Trinidad de personas. - Diversos errores y nuevas formas de sabelianismo.

»III - Creación y su razón ortodoxa. - Sistemas de la emanación.

»IV - Origen del hombre. - Teorías de los materialistas, preexistencia de las almas, su transmisión, el alma universal y el intelecto universal.

»V - Concepto católico de lo que llamamos sobrenatu - Teorías de los racionalistas.

»VI - Destino sobrenatural del hombre. - Antropolatria.

»VII - Prevaricación y ruina del hombre. - Su autonomía.

»VIII - Efectos de la culpa original; la muerte, la ignorancia, la concupiscencia y el odio a Dios.

»IX - Orden moral. - Idealismo de Kant y materialismo de los Utilitarios.

»X - Reparación del género humano. - Sus explicaciones

»XI - Manera de la reparación y su cumplimiento por - Errores muy graves sobre este punto.

»XII - Cristo substantivamente Dios-Hombre. - Múltiples maneras de Socinianismo encaminadas a mirar a Cristo como Dios-Hombre únicamente en el sentido de que Dios se ha manifestado en él de un modo supereminente.

»XIII. - Misión de Cristo, que es al mismo tiempo la suprema formación religiosa del hombre. - Sistemas del progreso indefinido.

»XIV - Inmutabilidad objetiva de la Revelación cristiana, bien sea teórica, bien prácticamente. - Errores sobre el Cristianismo considerado como una forma temporal de religión.

»XV - Necesidad de la fe. - Pietismo y afirmaciones de los

»XVI- Necesidad de la expiación y de la penitencia. - Puntos capitales de las doctrinas que favorecen y satisfacen las pasiones.

»XVII - Continuación de la misión de Cristo por la Iglesia y en la Iglesia. - Errores sobre la Iglesia, que sería una institución humana sujeta a cambios.

»XVIII - Unidad de la Iglesia. - Error sobre la libertad concedida a cada hombre de escoger por sí mismo la secta cristiana que él prefiera.

»XIX - Derechos de la Iglesia. - Opiniones de las Regalistas.

»XX - Derecho de enseñar. - Errores opuestos a este

» XXI- Derecho de dirigir. - Errores contrarios a este

»XXII - Jerarquía y su origen inmediato y mediato. - Errores relativos a las elecciones.

»XXIII- El cristiano en la sociedad civil.

»XXIV - Derechos y deberes de la Sociedad civil cristia

»XXV - Prescripción del Despotismo así como de la Anarquía y de las rebeliones.

»XXVI - Deberes del cristiano con respecto a la sociedad

»XXVII- De la muerte y de la otra vida. - Errores que se refieren a la explicación de la muerte, a la inmortalidad de las almas y a la expiación en el Purgatorio y a la eternidad de las penas.

»N. B. – 1º Al proponer estos puntos no tenemos la intención de excluir cualesquiera otros que se crean oportunos; deseamos tan sólo dar una indicación. 2º Al señalar los errores, se tendrá a la vista con todo cuidado y en cuanto sea posible, anotar con el mayor esmero las palabras mismas de los autores, indicando las páginas. 3º Será útil intercalar algunos puntos que ayuden a determinar la antítesis católica».