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Número 531-532

Serie LIII

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La imposición socio-económica de la ideología contraria a la naturaleza del hombre

 

1. Introducción

El hombre en esta segunda década del siglo XXI es confrontado por una ideología liberal radicalizada que atenta contra la naturaleza substancial de la persona humana. Esta ideología combate directamente la existencia humana promoviendo el aborto y la eutanasia. Atenta contra la familia que es el origen de la persona en su naturaleza física y la fuente primaria de su educación. Esta ideología con perf e cta coherencia con sus orígenes busca eliminar la presencia de Dios de la sociedad. Debemos ser plenamente conscientes de que la raíz del totalitarismo moderno hay que verla en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible. Vivimos en un mundo de dictaduras, dictaduras de una sola persona, de un partido, de intereses económicos o de la mayoría de las personas que tienen el derecho legal de participar en las elecciones políticas. Dictaduras que lentamente están estableciendo sociedades totalitarias. En el siglo XIX ya se veían claramente las tendencias totalitarias de liberalismo, cuando se establecía un monopolio del Estado de la enseñanza universitaria[1] y una sistemática exclusión de los católicos de posiciones de responsabilidad política. Lo que unifica a estas diversas dictaduras es el rechazo de la presencia de Dios en la sociedad y del bien común, así como la promoción de un máximo nivel de permisividad para asegurar a las personas que puedan vivir dominadas por sus pasiones sin que aparentemente paguen las consecuencias del uso de la libertad negativa que es destructiva de la verdadera libertad humana. Pero por otro lado tenemos que tener presente, que la sociedad contemporánea que la exalta la libertad como su ideología de base, pone radicalmente en duda esta misma libertad[2], porque no cree en el valor intrínseco de la persona humana.

En estos últimos meses hemos recordando el trágico inicio de la Primera Guerra Mundial. Este aciago evento fue terrible por los millones de víctimas humanas que causó, pero también fue trágico por la destrucción de lo que quedaba del orden tradicional en Europa. Dos grandes monarquías fueron destruidas: el Imperio Austro-Húngaro, sobre el que reinaba el Beato Carlos de Austria, y el Imperio Ruso. Una de las consecuencias de esta guerra fue la pérdida de autoridad de las elites tradicionales en muchos de los países contendientes, y la disminución de la autoridad de la Iglesia Católica. Esto trajo como consecuencia una disminución de la práctica de la fe en varios países europeos y una sanguinaria persecución contra la Iglesia Ortodoxa y la Iglesia Católica en Rusia. Es indudable que la crisis que muchos países sufrieron después de esta guerra, estimuló el crecimiento de una visión agnóstica de la existencia y como consecuencia se fortalecieron las tendencias hacia la secularización y el materialismo ya existentes en muchos países europeos, en los Estados Unidos de Norte América y tantos países hispanoamericanos. Debemos recordar también la terrible persecución que sufrió la Iglesia en Méjico, directamente relacionada con este proceso de secularización.

Podemos demostrar que existe en una concertación entre diversos órganos de los Estados nacionales, los organismos internacionales y poderosas organizaciones económicas y financieras para levantar una amenazadora estructura de pecado que promueve la cultura contraria a la vida, como afirmó Juan Pablo II[3]. Es una amenaza que afecta a toda la civilización, que paulatinamente se está convirtiendo en una civilización de la muerte[4]. Esta estructura de pecado tiene múltiples aspectos que se entrelazan entre ellos y se influencian mutuamente. Tenemos el peso de la ideología liberal que promueve la libertad de elección entre la vida y la muerte y tenemos aspectos de la sociedad de consumo capitalista que es una consecuencia del liberalismo que favorece la cultura de la muerte y en particular el aborto, como explica Matthew Tan en un importante artículo[5]. Al mismo tiempo no comparto la opinión de este autor cuando sostiene que debemos considerar que el aborto es causado principalmente por la presión de poderosas estructuras sociales[6]. Esta afirmación llevaría a poner en tela de juicio la capacidad de la persona humana de resistir el mal, por más que sea evidente que estas estructuras de pecado pueden influenciar en una forma intensa a las personas y encontrar una receptividad en la naturaleza herida de los seres humanos. Al mismo tiempo debemos insistir en que tanto la Iglesia como las personas individuales mantienen su total libertad de resistir a esta estructura aunque parezca un Leviatán irresistible. Los cristianos mantienen su libertad natural y con el buen uso de su inteligencia crítica, la ayuda de la gracia y el apoyo de la comunidad de fieles pueden resistir esta amenaza. El uso de la inteligencia crítica es particularmente significativa, pues la sociedad de consumo busca en algunos aspectos su justificación en los restos del orden natural que aparentemente permanecen en la sociedad.

Juan Pablo II en Veritatis splendor habló sobre «el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético», que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad. Nos recordaba lo que había dicho en Centesimus annus «si no existe una verdad última –que guíe y oriente la acción política–, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia»[7]. Ahora bien, en 1993, cuando Juan Pablo II publica esta encíclica, la alianza entre la democracia y el relativismo ético era una realidad que tenía ya bastante más de doscientos años pues su origen está en la Revolución Francesa. Lo que hoy día podemos decir es que el abandono y rechazo de la verdad por parte de la mayoría de las democracias contemporáneas ha continuado creciendo.

Eso nos hace comprender cómo los promotores de la cultura contraria a la vida han pasado a una fase de mayor agresividad. Vemos un verdadero empeño en transformar lo que es contrario a la naturaleza en la estructura normativa dominante de la sociedad. Esta agresividad ya se podía ver en los organismos financieros internacionales cuando condicionaban la concesión de préstamos para el llamado desarrollo a la adopción por parte de los países pobres receptores de esta asistencia de políticas contrarias a la vida. Ya al final de los años sesenta se propone que se niegue todo tipo de solidaridad internacional a los países que no se esfuercen a limitar el crecimiento de la población[8]. Michel Schooyans[9] demuestra cómo las Naciones Unidas y muchas de sus diversas agencias se inspiran en una ideología antinatalista de naturaleza malthusiana. Para esa organización, en el mundo hay demasiados pobres y el mejor remedio a la pobreza sería eliminar a los pobres impidiéndoles que se reproduzcan. En esto las Naciones Unidas no hacen otra cosa que actuar en conformidad con la ideología dominante en muchos sectores de las sociedades occidentales. Vemos cómo el Fondo para la Población de las Naciones Unidas ha dado asistencia al gobierno más opresivo del mundo que es la China continental. La política del hijo único de este país ha sido estimulada por este Fondo[10]. Se ve esta mayor agresividad en el desconocimiento de la resistencia a las leyes inicuas, aunque sea a través del derecho a la objeción de conciencia, o su paulatina erosión, como sucede en muchos países europeos[11], o como ahora está comenzando a suceder en Italia[12]. Ahora se ve en la transformación en delitos como la crítica a la homosexualidad y el tratar de considerar el aborto como un derecho humano y, consiguientemente, reputar que la prohibición del aborto es una forma de tortura, como lo ha declarado recientemente un funcionario de las Naciones Unidas[13]. Todo esto nos demuestra cómo el liberalismo se está transformando en un totalitarismo[14].

Un proyecto que comparten los marxistas con los liberales es el empeño para la destrucción de la fe en Dios. La consecuencia históricamente visible de este odio a Dios es una destrucción del hombre pues los que no respetan los derechos de Dios no respetarán tampoco los derechos del hombre. Este odio a Dios y al hombre tiene una evidente raíz demoníaca. Una de las formas de atentar contra Dios y el hombre es desconocer o negar que el hombre tenga una naturaleza permanente, la promoción de una total «libertad sexual», y la promoción de la ideología del género. La negación de una naturaleza permanente es la base de la ideología del género que sostiene que los seres humanos tienen el derecho de elegir su orientación sexual.

2. La coexistencia entre el socialismo y el capitalismo

En el mundo contemporáneo debemos comprender la preocupante relación y coexistencia entre el socialismo y el capitalismo que están entrelazados en la mayoría de los países desarrollados. Si bien no comparto muchas de las soluciones de Hilaire Belloc a los problemas del capitalismo, su reflexión sobre que el capitalismo lleva al Estado servil es válida, sobre todo cuando vemos la concentración contemporánea del poder de las empresas transnacionales y su concertación con políticas socialistas de los Estados. Se sostiene que hasta ahora el capitalismo debido a ciertas reformas no ha «traído consigo el restablecimiento del Estado servil, sino algo en principio muy diferente: el Estado de bienestar. Con todo, retomando la tesis de Belloc, cabría que nos preguntáramos si el Estado de bienestar podría ser una etapa intermedia de un proceso más largo de regreso a la esclavitud. Se trata de una pregunta inquietante»[15]. Frente a esto debemos agregar que la sociedad de bienestar está en crisis en la mayoría de los países industrializados, debido a las contradicciones internas de la sociedad de consumo, pues ésta estimula la disminución de la población reduciendo el número de trabajadores activos con lo que se erosiona fatalmente a la sociedad de bienestar, con una obvia disminución de la base impositiva.

Para comprender mejor debemos distinguir entre el socialismo, que es un mal en sí mismo, y el capitalismo que también es un mal en sí, y por otro lado el deber de la sociedad políticamente organizada de instaurar diversas estructuras sociales que reflejando los planes de Dios aseguren la justicia y al mismo tiempo el uso más eficiente de los recursos. Esta instauración de estructuras sociales justas se debe hacer en conformidad con las tradiciones particulares de las diversas sociedades donde el Evangelio se ha encarnado o podría encarnarse. Debemos recordar que estamos al servicio del hombre concreto de la tradición y no del hombre abstracto de la revolución. Tenemos el deber de administrar bien y eficientemente los recursos limitados con los que contamos como le es impuesto al hombre por Dios inmediatamente después de su Creación, como enseña el Génesis[16]. Estas estructuras deben proteger a los más débiles con medidas jurídicas efectivas que promuevan la justicia social de conformidad con la constante enseñanza de la Iglesia. El católico que vive en forma integral la doctrina de la Iglesia es el mejor amigo de todas las personas que puedan sufrir injusticias o pobreza. Nuestro empeño por la justicia no está basado en ningún interés demagógico, sino en la justicia objetiva y en la caridad cristiana. Un error de algunos conservadores es defender un cierto liberalismo económico que excluye la función de una seria vigilancia del mercado para evitar sus abusos. Debemos distinguir entre el capitalismo no regulado y el libre mercado. El Estado tiene el deber de vigilar el mercado para evitar los abusos del poder financiero, las tendencias monopolísticas de algunos empresarios y los abusos de las grandes empresas transnacionales en la explotación económica y la promoción de una ideología inmoral. Desgraciadamente la historia del siglo veinte y del actual nos muestra a prominentes empresarios financiando diversas políticas para controlar y disminuir los nacimientos y promover diversas conductas inmorales. Lo vemos desde las primeras décadas del siglo XX en las que diversos grandes capitalistas financiaron programas eugenésicos de naturaleza racista y luego lo vemos en los herederos de esos capitalistas y otras personalidades financieras comenzando en los años sesenta a caer en la obsesión de la sobre-población del planeta e invirtiendo enormes capitales en la financiación de la industria del aborto y de la contracepción en todo el mundo, en particular en la búsqueda de la disminución de la población de los países pobres. Frente al gran número de capitalistas que financian el aborto, los empresarios de alto nivel que están dispuestos a ayudar financieramente al movimiento pro-vida son una pequeña minoría[17].

Debe ser claro «que, tanto en el nivel de las naciones, como en el de las relaciones internacionales, el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades». Al mismo tiempo es un sistema que por sí solo no puede satisfacer todas las necesidades humanas[18]. Se afirma que el libre mercado contribuye a la creación de riquezas pero no asegura que estas riquezas sean distribuidas en forma debida. Esta es una crítica con un valor parcial pues está en el interés de las empresas que se aumente el número de consumidores, que un mayor número de personas se incorpore a los mercados. Una crítica al capitalismo muestra el verdadero valor de la libre empresa y del libre mercado, pero al mismo tiempo debemos hacer constar que tanto la verdadera libertad empresarial y un honesto libre mercado han sido debilitados en la mayoría de los países por la peligrosa concentración del poder económico de las empresas multinacionales y el socialismo que es practicado en diversas formas en diversos Estados. Tenemos que tener presente al mismo tiempo que una justificada crítica del socialismo y del capitalismo no otorga tampoco legitimidad a las soluciones propuestas por la Democracia Cristiana, que trata de ser un camino intermedio entre ambos errores y que al mismo tiempo acepta los yerros de la democracia liberal.

3. El aparente triunfo de la praxis sobre el derecho natural

Las coordenadas espacio-temporales del mundo sensible, las constantes físico-químicas, los dinamismos corpóreos, las pulsiones psíquicas y los condicionamientos sociales son para muchos de los integrantes de la sociedad contemporá- nea los únicos factores realmente decisivos de las realidades humanas. Tan sostiene que la legitimidad de los sistemas de conocimiento en la sociedad tecnológica contemporánea no se puede fundar en la actualidad en una serie de criterios universales validos que puedan ser objetivamente conocidos, por lo tanto se puede argüir que la legitimidad de las normas que rigen la sociedad de nuestros días tiene solamente su fundamento en un sistema que pueda ser vivido en la práctica[19]. Una praxis sistemática que está basada en la experiencia de lo material y en la tecnología que regula y ordena esta realidad material, dominando la sociedad, asume una función normativa. O sea que la legitimidad de las normas que rigen la sociedad de nuestros tiempos, no se deriva de normas objetivas, o sea del derecho natural, sino de las praxis que en la realidad de los hechos rigen la sociedad. Otra forma de ver esta situación es que la sociedad contemporánea en vez de ser dominada por el derecho natural está dirigida en su organización social por criterios técnicos de eficiencia y productividad y de desarrollo tecnológico. Esta concepción de la sociedad lleva al aislamiento de los miembros de la sociedad, que a su vez conduce a la violencia, porque los individuos que forman parte de la sociedad entran en una relación conflictiva[20], que es una de las consecuencias del capitalismo.

Es particularmente preocupante que, después de que por siglos la Iglesia haya afirmado la existencia de la capacidad de los hombres de conocer el derecho natural como forma de acceso a Dios y como medio de regular la conducta humana, existan personas en la Iglesia que expresen escepticismo sobre la capacidad de los hombres de conocer el derecho natural, como se ve en el reciente Instrumentum laboris para la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización[21]. Para contrarrestar este escepticismo sobre el derecho el derecho natural se debería comprender que, «abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana puede conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora; sino que más bien se está orientado a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. Esta visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás»[22].

4. La cultura del consumo

El primer impacto en la cultura de la ascendencia de la mentalidad tecnológica es el predominio de la ideología del positivismo. Cuando la tecnología domina la organización social, lo material, lo que es concreto, lo que se puede experimentar materialmente, se convierten en el fundamento de la sociedad en vez de la filosofía o la religión. Pero si miramos las cosas desde un punto de vista histórico vemos que el considerar la utilidad temporal como preocupación predominante de la sociedad es un criterio que tiene antiguas raíces. Tenemos que precisar que si bien históricamente la sociedad de consumo surge con la revolución industrial y se incrementa en gran parte en el mundo contemporáneo después de la segunda revolución industrial, la tendencia de los hombres de adquirir bienes y servicios no necesarios siempre ha existido. Esta tendencia es parte de la naturaleza herida del ser humano, que busca seguridad en la posesión de bienes materiales y sobre todo suntuarios, que en su parecer aumentan su prestigio y bienestar. Ejemplos de este consumo inmoderado se pueden ver tanto en la Roma Imperial como en el Renacimiento. También debemos considerar el aspecto positivo de los esfuerzos de las sociedades tradicionales para moderar el consumo, como las leyes antisuntuarias de la Casa de Austria en la España del seiscientos. Al mismo tiempo tenemos que ser prudentes con la crítica no matizada a la sociedad de consumo, pues una retracción generalizada de la compra de productos y servicios que no son esenciales causaría una grave crisis económica y se perderían miles de puestos de trabajo. Por lo tanto tenemos que promover una superación firme pero paulatina del consumismo. Hemos también de distinguir entre el consumo desordenado y la promoción del arte verdadero y la cultura auténtica como manifestación de los elementos más altos de la naturaleza humana. Es un gran servicio al bien común de la sociedad el financiar obras de enjundia intelectual que ayuden a comprender mejor la verdad y auténticas obras de arte que hagan participar al hombre de la belleza del Creador. Desgraciadamente desde el Renacimiento grandes mercaderes o en el presente potentes capitalistas financian obras intelectuales o sedicentes obras de arte que atentan contra el bien común.

El consumismo se manifiesta con claridad en la Ilustración y es adoptado en forma su plena en el siglo XIX. Por ejemplo en la primera mitad del siglo XVIII, la oligarquía whig, buscaba la paz y la tranquilidad necesarias para enriquecerse sin que la Iglesia interfiriese en sus asuntos con cuestiones de moral[23]. Condorcet sostenía que el objetivo de la sociedad debía ser el progreso de la industria y el bienestar. Con respecto de los futuros miembros de la sociedad proponía la eugenesia. Sostenía que a los seres humanos no se les debe dar la existencia sino la felicidad, se debe asegurar el bienestar general de la especie humana y dejar de lado la idea pueril de cubrir la tierra con seres inútiles e infelices[24]. El vacío moral, que han dejado las ideologías cientificistas o laicistas imperantes en Europa en los últimos doscientos años, es una de las explicaciones de la hipertrofia del materialismo consumista[25]. Este materialismo usando una expresión de origen agustiniano curva al hombre sobre sí mismo y lo cierra a una comunicación con Dios y los otros hombres. Sáenz, describiendo las enseñanzas del Cardenal Pie, muestra que «al considerar la utilidad temporal como la preocupación predominante, la educación parece haber alcanzado su meta cuando logra la obtención de los títulos habilitantes que permiten el ejercicio de las distintas carreras. Tal tesitura bastardea el sentido del quehacer cultural, o mejor dicho destruye la cultura del espíritu. Y cuando falta dicha cultura, el hombre pierde la distinción y el garbo intelectual, todo en él se hace común, vulgar. Esto afecta principalmente a la clase dirigente, pero junto con ella se degrada el entero tejido social, que aquella estaba destinada a mantener a cierto nivel»[26].

Tan afirma que la primacía de lo material impide la formulación de preguntas de naturaleza filosófica y que el pensamiento pasa a ser dominado sólo por los hechos que se pueden experimentar[27]. En esta posición gnoseológica la razón humana se limita tomar conciencia de lo que sucede, de los datos materiales, de los hechos, pero niega o es escéptica sobre su capacidad de conocer el sentido intrínseco de las cosas. Esto le impide al hombre la posibilidad de conocer lo que trasciende[28]. El mundo material deja de ser un camino que indica una vía hacia el Creador. La sociedad de consumo busca cerrarles los ojos a sus miembros en forma tal que no se cumpla lo que enseña San Pablo en la Carta a los Romanos[29]. Cuando una sociedad está dominada por la glorificación de lo material, la economía –como la ciencia que determina la forma más eficiente de producción y distribución de los bienes materiales– domina a la sociedad y se convierte en una norma ética exclusiva que rige la organización política, pues lo que en definitiva cuenta en este tipo de sociedad como «valor ético» primario es la eficiencia, el desarrollo de metodologías para fomentar el comercio y el crecimiento económico[30]. El silencio ontológico y axiológico de la experiencia de las cosas materiales lleva consigo como consecuencia que la ética pierde sus bases objetivas y se convierte en algo hecho por el hombre.

En el caso de la sociedad de consumo está dominada por una falsa ética que tiene como objetivo el crecimiento constante de la economía y el goce de placeres materiales por parte de los consumidores. Se establece una sociedad «en la cual muchos hombres piensan y viven como si Dios no existiera. Nos encontramos ante una mentalidad que abarca –a menudo de manera profunda, vasta y capilar– las actitudes y los comportamientos de los mismos cristianos, cuya fe se debilita y pierde la propia originalidad de nuevo criterio de interpretación y actuación para la existencia personal, familiar y social. En realidad, los criterios de juicio y de elección seguidos por los mismos creyentes se presentan con frecuencia –en el contexto de una cultura ampliamente descristianizada– como extraños e incluso contrapuestos a los del Evangelio»[31]. Tenemos que ser pues prudentes con ciertos enfoques pastorales de apertura al mundo, ya que pueden llevar a una aceptación que dejará de ser crítica de la sociedad materialista en la cual vivimos. Hemos de tener cuidado en ciertas alianzas con grupos «libertarios» que si bien defienden la vida, son partidarios de una globalización injusta. Como veremos más adelante, tenemos que permanecer en el mundo para evangelizarlo, pero al mismo tiempo no nos debemos dejar influenciar por este mundo. Siempre debemos mantener una actitud de discernimiento crítico frente a un mundo que está tomando posiciones cada vez más agresivas en un contexto de una creciente apostasía de la fe[32]. En muchos países industrializados tales como el Canadá, Australia, Nueva Zelanda, el Japón, la China, y en Europa occidental, y desgraciadamente también esta triste realidad se ve con claridad en Hispanoamérica, la práctica de la fe continúa disminuyendo, ahogada por la marea secularizadora. Aparentemente existe un creciente número de personas en esos países que si bien no se han transformado en ateos militantes, son indiferentes a la realidad de la religión[33]. La sociedad de consumo busca llenar la vida de los hombres con el trabajo y un constante flujo de entretenimientos, de modo que –como consecuencia– muchas personas de nuestros tiempos flotan en la superficialidad y aparentemente no experimentan la angustia causada por la ausencia de Dios de sus vidas.

Una ética basada en el materialismo obviamente deja de ser una ética universal pues está condicionada por las cambiantes situaciones económico-culturales de cada sociedad en sus circunstancias históricas. Algunos se preguntan si acaso es posible afirmar como universalmente válidas para todos y siempre permanentes ciertas determinaciones racionales establecidas en el pasado, cuando se ignoraba el progreso que la humanidad habría hecho sucesivamente. Frente a esa pregunta cabe responder que el progreso de la humanidad es un mito que tiene su origen en la Ilustración. Si miramos la historia del siglo XX, que probablemente ha sido el siglo más sangriento de la historia, marcado por un número enorme de atrocidades, no podemos hablar honradamente de un progreso de la humanidad. Pero en vez de una ética basada en la naturaleza del hombre nos da acceso a una ley natural inmutable que es siempre valida a pesar de las cambiantes circunstancias históricas[34]. Una ética universal que es siempre válida para todos los tiempos y lugares. La existencia en sí de esta ética universal puede producir una experiencia interesante. La ética de las sociedades secularizadas es una ética parcial y en muchos aspectos contraria a la ética universal. Como recordaba el cardenal Bergoglio, «la globalización como imposición unidireccional de valores, practicas y mercaderías se acompaña de una integración vista como subordinación cultural»[35]. Las sociedades secularizadas contemporáneas más avanzadas tecnológicamente tratan de imponer su ética materialista a las sociedades menos avanzadas tecnológicamente; ahora bien estas sociedades que sufren la imposición de una ética que es contraria a ley universal podrán rebelarse contra las injustas imposiciones de sociedades tecnológicamente más avanzadas pues comprenderán que lo que se les exige es contrario a la naturaleza.

La búsqueda consciente por diversas fuerzas ideológicas y económicas de establecer en forma totalitaria la primacía de lo material no necesariamente excluye de por sí las preguntas filosóficas o religiosas, pues su aparente ausencia en la sociedad empuja al hombre a formular estas preguntas. La ausencia de la dimensión trascendente de la sociedad, porque es contraria a la naturaleza del hombre, le causa angustia, e impelido por esta angustia de la ausencia social de una dimensión esencial de la naturaleza humana, le hace comenzar a buscar. Esta experiencia externa de vacío se unirá a la experiencia interna de la nada y empujará a una búsqueda porque es profundamente inhumano el cerrarse a lo trascendente[36]. En esta búsqueda será ayudado por su razón y por la gracia, y seguramente el Señor lo llevará a encontrarse con creyentes que lo guiarán en esta búsqueda. Al mismo tiempo tenemos que ser cuidadosos y saber discernir, pues los dirigentes de la sociedad de consumo fomentan formas de religiosidad erróneas o hasta un retorno al politeísmo[37]. Promueven formas religiosas falsas que tratarán de llenar el vacío causado por la explícita ausencia de Dios, que al mismo tiempo no presenten un desafío o una amenaza a la sociedad de consumo.

5. La sociedad de consumo y el aborto

Tan hace bien en darle importancia a las prácticas y tecnologías que son parte de la sociedad de consumo y que tienden a fomentar una lógica cultural que inclina a la elección de cometer un aborto[38]. Dentro de la lógica de la sociedad de consumo un enfoque racionalista financiero puede inclinar hacia al aborto. Podemos ver diversas motivaciones que actúan conjuntamente para llevar hacia el aborto, y en primer lugar los recursos económicos limitados, la falta de certeza sobre la evolución de la situación económica tanto personal como general de la sociedad, los costos difíciles de prever que serán causados por un parto, obviamente los costos de educar y mantener un niño y los costos o daños que el tener un hijo le pude causar a la carrera profesional de una mujer[39]. El embrión también se puede presentar como un elemento de riesgo para la madre, pues afecta su autonomía[40]. Pero se puede demostrar que si bien para las personas individuales el tener un niño tiene un coste económico que puede ser pesado, y coloca a la madre bajo cierto riesgo, el coste no cuantificable del aborto por cierto puede ser más pesado que su coste económico: el aborto además de asesinar a un ser humano le causa un daño demostrable a la madre, tanto de naturaleza física como de naturaleza psicológica[41].

6. La persona humana transformada en una mercadería en la sociedad de consumo

Una visión materialista del hombre comporta que la persona humana sea valorada no en relación con su sustancial dignidad sino en relación con su mayor o menor utilidad social juzgada bajo parámetros económicos. Por lo que vemos que el hombre es reducido al status de un mero agente económico. El hombre es convertido en una mercadería y es insertado en una serie de estructuras de poder que le dan un determinado valor económico, como un bien que en cierta forma puede ser consumido[42]. La persona humana es vista principalmente como productor y consumidor. Ambas categorías son fundamentales para el sistema productivo materialista. En el capitalismo se tiende a dar prioridad a la persona como consumidor. Tenemos diversas formas en las cuales la persona humana es transformada en una mercadería como consecuencia de una visión materialista de la existencia. En los regímenes comunistas se ve la persona fundamentalmente como un productor, pero es evidente que en esos regímenes se premia a las personas que son apreciadas por el sistema asignándoles un mayor nivel de consumo. Pero tanto bajo el sistema capitalista como el comunista la persona humana es evaluada a un nivel más animal por sus energías físicas, o por sus capacidades deportivas o por su atractivo físico y por sus capacidades reproductivas.

En primer término las personas son jerarquizadas en función de su capacidad productiva. Las personas son juzgadas en función de su capacidad como gestores o ejecutivos, porque es indudable que en la sociedad contemporánea el talento más apreciado es la capacidad para organizar con la mayor eficacia posible los diversos factores de producción. Ahora bien, este juicio sobre la capacidad de gestión está influenciado por la capacidad del administrador de adaptarse, aceptar y hacer propia la ideología dominante, lo que en cierta forma vicia la racionalidad del juicio sobre la efectividad económica de un ejecutivo. Pues se hace pesar en su evaluación profesional la adhesión a una ideología como sucedía en la Unión Soviética o bajo el Tercer Reich. Esta es una demostración adicional de las tendencias totalitarias del liberalismo. Vemos cómo en nombre de la libertad se destruye la libertad de los otros. Tenemos un ejemplo reciente en la persecución que sufre un ejecutivo en los Estados Unidos por no aceptar la ideología liberal. Brendan Eich, presidente ejecutivo de Mozilla, una compañía que produce el producto informático «Mozilla browser», fue obligado a renunciar por la presión de grupos homosexuales porque en 2008 había donado mil dólares a la campaña que promovió en California una iniciativa constitucional para declarar que el matrimonio está constituido por la unión de un hombre con una mujer[43].

En segundo lugar, en proporción a su mayor o menor capacidad de consumo. La diferencia fundamental del marxismo con el capitalismo en este caso es que en el marxismo los niveles de consumos son fijados por una planificación centralizada que premia a las personas que le son más útiles al régimen y el sistema capitalista por las preferencias expresadas por los consumidores en el mercado. Esto se ve en forma particular en las investigaciones de mercado, en las que se les da siempre preferencia a las personas que hayan demostrado una mayor capacidad de consumo. Aquí conviene hacer una distinción: efectuar una correcta investigación de mercado es un instrumento que cualquier empresa puede y hasta debe usar para planificar su producción y hasta para diseñar mejor la presentación de sus productos a fin de hacerlos más atractivos a los consumidores. Al mismo tiempo que este análisis del mercado no se deben desconocer las necesidades de las personas de menores recursos económicos. Por otro lado, uno de los aspectos positivos del proceso de crecimiento económico que se da a través de la protección de la libre empresa es que aumenta la cantidad de personas que se incorporan activamente al mercado. Acá obviamente se debe hacer la distinción entre los aspectos positivos desde un aspecto meramente económico de la incorporación al mercado y los riesgos espirituales, morales y culturales que trae consigo esta incorporación.

El hombre que vive en la sociedad de consumo trata conscientemente de proyectar una imagen exagerada de sí mismo para ser más atractivo socialmente, para tener más valor en el mercado. Es evidentemente que éste no es un problema moderno, pues por vanidad o por interés muchos hombres buscaron en el pasado mejorar artificialmente su imagen social y esconder sus debilidades y limitaciones. Pero esta tensión que existe entre la imagen que se presenta y la realidad es mayor cuando las personas humanas son conscientes de que están siendo evaluadas como mercaderías. Tenemos que tener muy presente que «la condición real de la persona humana es la de ser una persona frágil en un contexto social que lo obliga a presentarse como fuerte, triunfador e invulnerable. En esta trágica ambivalencia tenemos uno de los grandes dramas del mundo contemporáneo: vive en una falsa representación de la realidad. Los hombres y las mujeres tienden a presentarse en público como personas de acero y esconden con vergüenza sus debilidades y limites»[44]. Esta trágica contradicción entre la imagen que se presenta y la realidad causa grandes tensiones y angustias que puede llevar a enfermedades psicológicas o a trastornos psíquicos. Al mismo tiempo cuando una persona es plenamente consciente de esta contradicción, esto puede constituir un camino hacia la conversión. El hombre que experimenta primero y luego reconoce y acepta su debilidad, puede ser impelido a reconocer su dependencia del Señor e implorar su asistencia y su misericordia.

Se sostiene que la comunicación social promueve los negocios y el comercio, contribuye a estimular el progreso económico, el empleo y la prosperidad, facilita mejoras en la calidad de los bienes y servicios existentes así como el desarrollo de otros nuevos, fomenta la competencia responsable con vistas al interés público y permite que las personas escojan informadamente, dándoles a conocer la disponibilidad y las características de los productos. Frente a este enfoque positivo de los medios de comunicación para estimular a que las personas tomen decisiones racionales con respecto de sus necesidades económicas, es legítimo efectuar una evaluación más objetiva. Así, es razonable tener en cuenta que no existe una verdadera democracia de los consumidores. Las preferencias de los compradores potenciales son manipuladas por un sistema publicitario manejado por grandes estructuras de poder económico. Los graves problemas de los medios comunicación de masa han sido señalados en múltiples ocasiones por el magisterio de la Iglesia. En 1929 Pío XI juzgaba que «estos poderosísimos medios de divulgación, que, regidos por sanos principios, pueden ser de gran utilidad para la instrucción y educación, se subordinan, por desgracia, muchas veces al incentivo de las malas pasiones y a la codicia de las ganancias»[45]. El sistema de comunicación de masa, manipulando las pasiones humanas, crea deseos más o menos artificiales. El consumismo es un elemento fundamental de la estructura capitalista porque necesita acumular y forzar a la compra y la venta. Ahora bien, en la misma medida que las estructuras de pecado no son determinantes de la conducta de los hombres, las personas humanas cuando buscan satisfacer sus necesidades materiales son libres de resistir las presiones publicitarias. La conciencia del hombre debe considerar lo que es justo y bueno y lo que es inútil. Ese es el camino de la liberación para que no se transforme en un comprador compulsivo. Esta capacidad de resistencia a las presiones publicitarias puede ser fortalecida por una enseñanza tradicional recibida en la familia sobre la administración sobria y racional de los recursos económicos. Las enseñanzas de la Iglesia sobre la necesidad de conducir una vida guiada por la virtud de la templanza y por un cierto nivel de austeridad permiten a las familias donar a diversas obras de caridad los recursos que no son necesarios para el propio sustento y el cumplimiento de otras obligaciones que la persona puede tener debido a su situación en la vida. Un ejemplo de este último caso es la obligación de sustentar a parientes cercanos caídos en la indigencia o la obligación del empresario de reinvertir sus ganancias en su empresa para asegurar su futuro y el trabajo de sus empleados.

Si bien no comparto cierto optimismo de quienes han hablado del «rostro benévolo» de la sociedad de consumo[46], tenemos que ser prudentes respecto de cómo transformamos la sociedad de consumo en una sociedad que responda en forma justa a las reales necesidades humanas, pues un rápido desmontaje de aquélla puede causar una crisis económica masiva causando pobreza y desempleo.

7. Crisis demográfica

Para que la población no disminuya, se requiere una tasa de fertilidad que oscila entre el 2,1 y el 2,2. En todos los países europeos, con la excepción de Albania, la tasa de fertilidad es inferior a la necesaria para remplazar a la población, o sea que en todos estos Estados, la población tiene la tendencia a disminuir y, como consecuencia, la edad media de la población cada año es más elevada, encontrándonos por ende con un envejecimiento de la población. Esto es lo que los demógrafos llaman «invierno demográfico». En Hispanoamérica, desde 1965, podemos ver una rapidísima disminución de la tasa de fertilidad. Se pueden mencionar varios países como Brasil, Cuba, Barbados, Martinica y Uruguay, donde vemos tasas de fertilidad inferiores a las necesarias para mantener los actuales niveles de población. El caso más grave es Cuba, donde la tasa de fertilidad es del 1,5, o probablemente menor, teniendo en cuenta los intereses del régimen que gobierna esa isla.

Desde un punto de vista estrictamente naturalista la promoción de un enfoque social basado en el consumo y una visión del sexo como una actividad primariamente recreativa tiende a producir una disminución de la población. La sociedad de consumo tiende a cancelar la llamada de la naturaleza del hombre a tener hijos. A consecuencia de estos factores se disminuye el estímulo para hacer los sacrificios necesarios para tener hijos. Obviamente tenemos otros factores que promueven la disminución de la natalidad como es la carencia de una filosofía y de una religión que le den sentido a la vida. Una de las características del mundo en que vivimos es el miedo a la vida, que es la consecuencia de una pérdida o erosión de la fe, que estimula al hombre a hacer sacrificios para el futuro[47]. El hombre que se convierte en un engranaje de la sociedad de consumo está dominado por el presente. A lo más mira al futuro con aprensión y esto es un factor contrario a establecer compromisos permanentes y, como consecuencia, a tener hijos. Vemos un creciente número de parejas que no se casan y establecen una vida en común. Esta decisión se explica –como señala el Cardenal Caffarra[48]– por el temor de los jóvenes a tomar compromisos definitivos.

Frente a esta disminución de la población se preocupan amplios sectores de la sociedad contemporánea, pues esto tiene claras implicaciones negativas desde un punto de vista económico. Una disminución de la población implica una disminución de los consumidores, una disminución de los contribuyentes al erario público, por lo tanto es demostrable que desde un punto meramente económico, las medidas de disminución de los nacimientos se han transformado en un verdadero boomerang en contra de las sociedades que las han promovido.

8. La política de visibilidad

Los sistemas de comunicación de masa le dan una nota preferencial a lo que es visible y que se puede experimentar, como hemos visto. Esto forma parte de la lógica de la modernidad, que le da total prioridad a la exterioridad sensible. La forma visible en este enfoque prevalece sobre la sustancia que es desconocida[49], o ignorada aposta. Esto se ve en forma particular en la explotación sexual del cuerpo como elemento de promoción de ventas. Este énfasis en lo que es visible debilita la lucha contra el aborto. Pues permite privilegiar la posición de la madre contra los derechos del niño no nacido que es menos visible[50]. Ahora bien se debe tener presente que es un error entrar en la dialéctica de la oposición entre los derechos de la madre y los derechos del niño no nacido. Los posibles inconvenientes que un embarazo le pueda causar a una mujer no le dan jamás el derecho de asesinar al niño que tiene en sus entrañas. Para contrarrestar la invisibilidad del no nacido hace bien el movimiento pro-vida en promover el uso de la ecografía que le da visibilidad al niño.

9. Eutanasia

La reducción del cuerpo humano a una mercadería es una de las motivaciones de la eutanasia. Una motivación que puede ser compartida por los sistemas marxistas y capitalistas. El hombre es considerado socialmente útil cuando es un agente de producción y cuando pierde su capacidad productiva se convierte según esta lógica en un peso muerto para la sociedad que conviene eliminar. Esta visión lleva también a la toma de decisiones en muchos casos arbitrarias por parte de los sistemas nacionales de salud en los procesos de adjudicación de sus siempre limitados recursos. Vemos este proceso arbitrario de adjudicación de recursos médicos en una reciente decisión de la Sociedad Americana de Oncología Clínica que limita el acceso de medicinas a los pacientes de cáncer[51]. Si un trabajador puede ser recuperado y hay esperanzas que recupere su capacidad productiva, debe dársele asistencia médica; si en cambio no es posible su curación no tendría sentido dentro de la lógica materialista gastar los recursos del sistema de salud en su tratamiento. Las presiones para la adopción de la eutanasia aumentan en la medida en que crecen los gastos médicos debido a dos razones: en primer lugar el crecimiento constante de los costes de las nuevas tecnologías médicas y en segundo lugar por el invierno demográfico al disminuir el porcentaje de los trabajadores activos constantemente en relación con los jubilados. Se hace propaganda del derecho de autodeterminación para incluir entre los nuevos y falsos derechos humanos la posibilidad de que las personas puedan escoger el momento de su muerte, pero detrás de esta afirmación ideológica la verdadera motivación es económica: reducir los gastos de atención médica. Si bien ésta es una conclusión racional de una visión materialista de la adjudicación de los recursos de la salud, su aplicación total será difícil, pues uno de los elementos que motivan la adhesión de los individuos a los sistemas marxistas o capitalistas es la convicción de que el sistema le dará todos los tratamientos médicos necesarios.

Ofrecer al enfermo que está al fin de su vida y al que dos médicos no le den una expectativa de vida de más de seis meses la posibilidad de obtener un veneno letal es enviar al enfermo un mensaje muy claro: ciertas vidas en su crepúsculo son inútiles y carecen de esperanza. De ahí será fácil pasar al modelo propuesto por la asociación Suiza Exit y Dignitas que ofrece el suicidio asistido a personas que están deprimidas o cansadas de vivir o a personas que se sienten demasiado ancianas[52].

10. La industria reproductiva y la industria genética

Dentro de la comercialización de los seres humanos tenemos que considerar brevemente a la industria reproductiva. Es una forma de producción de niños que los hace objeto de una operación mercantil[53]. Muchas de las personas que promueven la fecundación artificial hablan en términos altruistas del bien que pueden hacer. Pero en realidad es un engaño: están promoviendo un negocio para obtener ganancias[54]. Un sector industrial, si lo podemos llamar así, que está creciendo en forma sistemática[55]. Pero al mismo tiempo se podría afirmar que es una industria que explota a las parejas que la usan debido a su bajo nivel de resultados. En Italia, según informaciones recientes, se llega a un nivel promedio de 12,8 % de la implantación exitosa de los embriones concebidos[56], o sea que una amplia mayoría de los embriones o mueren en el proceso de implantación o son congelados sin mayores esperanzas de vivir. Los gametos tanto los femeninos como los masculinos en muchos países son tratados como mercadería y se paga por su utilización en el caso de la fecundación heteróloga.

Esta industria parte de bases absolutamente inhumanas. En primer lugar la visión errónea de que todas las parejas tienen el derecho a tener un hijo. Que los hijos no son un don que libremente nos da el Creador, sino que son un derecho humano. Esta visión del hijo como un derecho cambia la relación natural de paternidad. El hijo debe ser engendrado en su beneficio y no en el de sus progenitores. Obviamente que esto no quiere decir que los padres no experimenten el gozo de tener un hijo, que es una felicidad totalmente natural y buena que Dios otorga como parte de la naturaleza. En segundo lugar, se sostiene que los seres humanos tienen el derecho de escoger cómo será su hijo y por lo tanto reclaman el derecho de construirlo según sus deseos. La concepción artificial es parte de una visión prometeica de la vida humana, en la cual el hombre se considera el artífice de su propio destino. Por ende, existe poca distancia filosófica entre la fecundación homóloga, donde se utilizan gametos provenientes de la pareja, y la heteróloga, donde se obtiene un gameto fuera de la pareja, y ésta –a su vez– dista poco de la fabricación de niños de acuerdo a las preferencias de la pareja con características que eligen. La fecundación extra corporal también se vincula al aborto selectivo, que elimina a todos los niños que se consideran «defectuosos» en una forma u otra, o sea con el eugenismo.

En esta industria se encuentran una concepción falsa de los derechos humanos con una explotación del cuerpo humano. En primer lugar es fácilmente demostrable que la fecundación artificial lleva consigo la explotación en primer lugar del cuerpo femenino y obviamente del cuerpo masculino. La fecundación artificial cuando utiliza úteros de alquiler viola en primer lugar el derecho del niño de crecer dentro del útero de su madre. Es obvio que este desarrollo en el útero de la madre produce una particular unión entre la madre y el hijo. En el caso de que se utilice un útero alquilado porque la madre genética no es capaz de llevar a término su embarazo tenemos obviamente un grado de innaturalidad[57]. Ahora bien, tenemos una responsabilidad moral mucho más grave cuando una mujer pudiendo llevar a término un embarazo no lo hace o por razones de comodidad o para no perjudicar su carrera profesional. Una cosa que es bien sabida es que la mayoría de las mujeres que alquilan sus úteros son mujeres pobres de países en desarrollo que son verdaderamente explotadas.

«Una libertad que pretenda ser absoluta acaba por tratar el cuerpo humano como un ser en bruto, desprovisto de significado y de valores morales hasta que ella no lo revista de su proyecto»[58]. Acá tendríamos una de las bases teóricas que justificarían una visión totalmente prometeica que lleva a la manipulación del cuerpo humano por la ingeniería genética para «mejorarlo» y hacerlo un instrumento más eficaz y productivo. Este enfoque está basado en el eugenismo de fines del siglo XIX y XX y en el transhumanismo que busca «mejorar» de forma radical la condición humana. El eugenismo pretende el incremento de personas más fuertes, sanas, inteligentes o de determinada raza o grupo social, y como consecuencia promueve directa o indirectamente la no procreación de aquellos que no poseen esas cualidades, llegando a considerar su aplicación como una ventaja en el ahorro de recursos económicos para los países. A la vez sería una etapa en la imposición del ser humano mejorado u optimizado del transhumanismo. Este es tanto un concepto filosófico como un movimiento intelectual internacional que apoya el empleo de las nuevas ciencias y tecnologías para mejorar las capacidades mentales y físicas con el objeto de corregir lo que considera aspectos indeseables e innecesarios de la condición humana, como el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento o incluso en última instancia la mortalidad[59].

11. Socialismo y capitalismo y la familia

El socialismo real sofocaba a la familia con el mito del súper-trabajador. El capitalismo sofoca a la familia exigiendo largas jornadas de trabajo a los trabajadores y en particular a los ejecutivos y a los profesionales. También sofoca a todos los trabajadores estimulándolos en momentos de prosperidad a que trabajen horas extras para disponer de mayores recursos de forma tal que puedan consumir más. El hombre sin responsabilidades familiares es visto en algunos casos como potencialmente más productivo pues tiene menos limitaciones y puede trabajar más horas. También importantes sectores de la sociedad contemporánea buscan la paulatina eliminación de la familia natural y sostienen que esta debe coexistir con otros modelos de familia, como la homosexual, la monoparental y la familia abierta. (O sea un grupo de hombres y mujeres que «libremente» tengan relaciones entre sí). Ahora bien esto se debe afirmar con matices, pues más de una empresa americana prefiere hombres casados con matrimonios estables para cargos directivos pues la experiencia lleva a considerar que los hombres que tienen una familia normal son más estables y por tanto más fiables.

12. Las motivaciones capitalistas de la promoción de la homosexualidad

La principal razón de la promoción de la homosexualidad es la visión libertaria de que toda persona es libre de escoger su género. Es una ideología que sostiene que la identidad sexual no está dada por la naturaleza, sino que es fruto de la elección libre de cada persona humana.

Vemos en distintos países del mundo una constante presión contra las empresas que se niegan a adoptar las posiciones del lobby homosexual. En los Estados Unidos la junta de accionistas de ExxonMobil se ha negado recientemente a adoptar una política de empleo que favorezca a los homosexuales. Éstos están amenazando con presionar al gobierno para que le retire los contratos a esta empresa. Se debe tener presente que, como otras grandes compañías petroleras como Chevron y BP han adoptado políticas de empleo favorables a los homosexuales, es difícil predecir hasta cuando Exxon Mobil podrá resistir esta presión[60]. El riesgo de que se ceda a la presión de estos grupos viene obviamente por las diversas presiones económicas causadas por estos grupos, pero quizás una causa más importante es la falta de firmes bases filosóficas y religiosas de los dirigentes de esas compañías que están dominados por diversos grados pensamiento liberal. El capitalismo promueve la homosexualidad, pues por lo general los homosexuales al no tener cargas de familia tienen una mayor capacidad de consumo. Pero al mismo tiempo es evidente que el sistema capitalista no puede ser ignorante los costes personales y sociales de la homosexualidad.

13. Como responder al desafío de la sociedad contemporánea

La realidad del proceso de secularización comenzó en el otoño de la Edad Media y desgraciadamente ha continuado creciendo en forma tal que en la actualidad en muchos países que otrora eran católicos la Iglesia tiene una posición casi marginal. Tenemos que ver también que los esfuerzos de evangelización lanzados después del II Concilio Vaticano estadísticamente no parecen haber tenido resultados m u y alentadores. Ha de tenerse presente en este sentido lo que dice el decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y vida de los sacerdotes, que probablemente sea uno de los mejores documentos de dicho Concilio. Dice que los sacerdotes «deben comportarse […] no según el beneplácito de los hombres, sino conforme a las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana, enseñándoles y amonestándoles como a hijos amadísimos, a tenor de las palabras del apóstol: “Insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda longanimidad y doctrina” (2 Tim., 4, 2)». Contra el riesgo de una presentación selectiva de la doctrina, este mismo documento insiste que deben ser «defensores valientes de la verdad, para que los fieles no se vean arrastrados por todo viento de doctrina»[61]. Este fue un tema que desarrolló el entonces cardenal Ratzinger, el 18 de abril del 2005, en la misa Pro eligendo Pontifice que celebró antes del Cónclave. Es evidente que la cultura secularizada basada en el relativismo y el materialismo «que contraponen y separan entre sí libertad y ley, y exaltan de modo idolátrico la libertad, llevan a una interpretación “creativa” de la conciencia moral, que se aleja de la posición tradicional de la Iglesia y de su Magisterio»[62]. Por eso debemos combatir activamente la cultura de la muerte que ha sido denunciada por Juan Pablo y sus sucesores[63]. Pero esta crítica, que es muy importante en sí misma, sería insuficiente si no presentásemos en forma conjunta la doctrina de la fe en todos sus aspectos como la única alternativa válida a la cultura de la muerte.

Es indudable que nos debe mover el mandato de Cristo: «Id, y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»[64]. Pero hay aquí algo mucho más importante que la obediencia: hemos recibido una fe que amamos profundamente y que se encarna en nuestra naturaleza, y por ende se puede llamar connatural, y como consecuencia de esta fe tenemos el firme deseo de ofrecer esta verdad que salva a todos los otros seres humanos, para que se conviertan en hijos de Dios como nosotros. Esta evangelización tiene una multiplicidad de elementos complementarios.

Tenemos que defender y poner evidencia la existencia de una naturaleza común a todos los hombres y, como consecuencia, un acceso universal a una ley natural que el Creador ha incorporado a nuestra naturaleza. En virtud de la razón natural, que deriva de la sabiduría divina, la ley moral es, al mismo tiempo, la ley propia del hombre. La ley natural, es la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios ha donado esta luz y esta ley en la creación[65]. San Agustín define la ley natural como «la razón o la voluntad de Dios que manda conservar el orden natural y prohíbe perturbarlo»[66]. Santo Tomás la identifica con «la razón de la sabiduría divina, que mueve todas las cosas hacia su debido fin»[67]. La criatura racional, «participa, pues, de la razón eterna; ésta le inclina naturalmente a la acción y al fin debidos. Y semejante participación de la ley eterna en la criatura racional se llama ley natural»[68]. Tenemos que demostrar que existe una estrecha relación de dependencia entre la verdad y la libertad[69]. Cuanto más actúe el hombre de acuerdo con la verdad mayor será su libertad. Tenemos que poner en evidencia que la ley natural es universal e inmutable como la naturaleza humana es compartida universalmente por todos los hombres en su sustancia y no está sujeta a cambios en su esencia. La ley natural, en cuanto inscrita en la naturaleza racional de la persona, se impone a todo ser dotado de razón por su experiencia histórica debidamente analizada e internalizada. Para perfeccionarse en su orden específico, la persona debe realizar el bien y evitar el mal, preservar la transmisión y la conservación de la vida, mejorar y desarrollar las riquezas del mundo sensible, cultivar la vida social, buscar la verdad, practicar el bien, contemplar la belleza[70]. Es evidente que podremos demostrar que la propuesta de la sociedad secularizada es contraria a la naturaleza humana y a la ley que está inscrita en esta naturaleza, pero esta demostración tiene que estar acompañada por una propuesta orgánica e integrada de la fe en su totalidad, anclada en la manera concreta de cómo la fe ha echado raíces en diversas sociedades históricas, formando parte de la tradición concreta de esas sociedades. Tenemos que mostrar en una forma convincente que solamente el conocimiento de la verdad y una vida vivida en coherencia con esta verdad nos da la verdadera libertad[71].

Debemos fortalecer el conocimiento de la fe, tanto a nivel dogmático como moral. La religión no puede estar basada en una adhesión más o menos sentimental a un Dios que se conoce poco o, peor, que es una proyección de nuestros deseos. Es necesaria una presentación bien desarrollada y fundada de la totalidad de las enseñanzas morales de la Iglesia, basada en las verdades de la fe y la razón debidamente iluminada por la fe. Si la verdad es conocida y amada, traerá como consecuencia un actuar coherente. Un actuar que debe estar inspirado por el conocimiento de los planes llenos de amor de Dios para el hombre. Dentro de ese cuadro, debemos presentar los planes de Dios para la familia y la vida. Tiene que basarse en conceptos objetivos y precisos, tal como los enseña la Iglesia, pues Cristo sólo puede ser encontrado en su plenitud en unión con la Iglesia[72]. Al mismo tiempo, como señalaba Benedicto XVI, sin embargo, no basta conocer a Dios para poder encontrarlo realmente; también hay que amarlo: «El conocimiento se debe transformar en amor. El estudio de la teología, del derecho canónico y de la historia de la Iglesia no es sólo conocimiento de las proposiciones de la fe en su formulación histórica y en su aplicación práctica; también es siempre inteligencia de las mismas en la fe, en la esperanza y en la caridad»[73].

No nos debemos desanimar por el mal que encontramos en el mundo y en nosotros mismos: «La razón y la experiencia muestran no sólo la debilidad de la libertad humana, sino también su drama. El hombre descubre que su libertad está inclinada misteriosamente a traicionar esta apertura a la Verdad y al Bien, y que demasiado frecuentemente, prefiere, de hecho, escoger bienes contingentes, limitados y efímeros. Más aún, dentro de los errores y opciones negativas, el hombre descubre el origen de una rebelión radical que lo lleva a rechazar la Verdad y el Bien para erigirse en principio absoluto de sí mismo: “Seréis como dioses” (Gen., 3, 5)»[74]. Tanto la experiencia del mal que experimentamos en el mundo como el mal que sentimos que opera en nosotros mismos nos debe llevar a convencernos profundamente de la nuestra total dependencia del Señor.

Tenemos que enseñar las consecuencias morales de la fe, basándonos en la ley natural y la revelación. Existe una total conexión entre la enseñaza de la fe y el magisterio moral de la Iglesia[75]. En el estado actual de naturaleza caída, la razón humana depende de la Sabiduría divina, por lo tanto existe la necesidad y la realidad efectiva de la divina Revelación para el conocimiento de verdades morales incluso de orden natural[76]. La generosidad con la vida debería ser una de nuestras principales preocupaciones, teniendo en cuenta los signos de los tiempos que nos da la demografía. No existe ninguna duda de que uno de los principales problemas morales que debemos enfrentar en nuestra labor pastoral, es la lucha contra la mentalidad anticonceptiva, como veía con gran preocupación Juan Pablo II en la exhortación Familiaris Consortio[77]. En la encíclica Evangelium vitae, vuelve a denunciar con fuertes énfasis este problema[78]. En la defensa de la vida y la familia, debemos saber utilizar argumentos naturales y sobrenaturales, como siempre ha hecho la Iglesia en toda su historia. Más aún, debemos estudiar y afinar estos argumentos, para presentarlos con objetividad y seriedad científica.

La mentalidad anticonceptiva tiene sus orígenes en muchos factores: 1. En primer lugar un enfriamiento de la fe, con la consecuente pérdida del sentido sobrenatural de la existencia, que lleva a la pérdida del verdadero sentido del matrimonio. También eso causa una disminución de la confianza en la Divina Providencia. 2. En el difuso miedo de vivir, que hace que muchos tengan un verdadero pánico de asumir compromisos. Este miedo de vivir está conectado también, por un lado, con un creciente hedonismo y consumismo y, por otro, con un problema que debería ser estudiado con más atención, que es el retraso de la madurez psicológica de muchos jóvenes de nuestros tiempos. 3. En un cambio de la visión del papel de la mujer en la sociedad: la mujer en el pasado veía su misión en la vida principalmente como esposa y madre; hoy en día, en vez de ello, un alto porcentaje de mujeres buscan su función en la vida principalmente en el mundo del trabajo. Esta incorporación está fomentada en forma más o menos artificial por la sociedad de consumo para aumentar el número de consumidores, pero también es causada por el bajo nivel de salarios en muchos países.

Debemos ver la anticoncepción como una rebelión contra Dios, porque el matrimonio que con conciencia y voluntad coloca un obstáculo a la concepción en cierta forma está rechazando el papel que Dios le ha otorgado en la continuación de la creación. Es evidente también que la mentalidad anticonceptiva en muchas formas es un preludio a la mentalidad abortiva. Una pareja que rechaza la concepción probablemente esté dispuesta a abortar el fruto de su unión, en el caso de que los medios que ha utilizado no funcionen. Además, hay que tener presente que muchos medios anticonceptivos también son abortivos.

El reverso de la medalla de la anticoncepción es la fecundación extra-corporal. Si una pareja cree que tiene «derecho» a separar los aspectos unitivos y procreadores del matrimonio, también estará dispuesta a considerar que tiene derecho a obtener un hijo por medios no previstos en los planes de Dios. Más aún, probablemente estará inclinada a ver al hijo como un «derecho» y no como un don de Dios. La concepción artificial es parte de una visión prometeica de la vida humana, en la cual el hombre se considera el artífice de su propio destino. Por ende, como hemos dicho antes, existe poca distancia filosófica entre la fecundación homóloga y la heteróloga, donde se obtiene un gameto fuera de la pareja y ésta, a su vez, es poco distante a la fabricación de niños de acuerdo a las preferencias de la pareja. La fecundación extra corporal también la tenemos que vincular al aborto selectivo, que elimina a todos los niños que se consideran «defectuosos» en una forma u otra.

Al luchar contra el aborto y la mentalidad anticonceptiva, debemos utilizar argumentos tanto naturales como sobrenaturales: 1. Para fortalecer el sentido de la generosidad con la vida, deberemos prestarle toda la atención posible a la debida preparación de las parejas al matrimonio. Debemos explicarles cómo Dios les ha dado la vocación de ser co-creadores y fieles administradores del don de la vida. 2. Que su generosidad con la vida traerá como consecuencia que sus hijos tendrán la posibilidad de cantar por una eternidad la gloria de Dios en cielo. 3. Hacerlos meditar sobre cómo promoverán el bien común de la sociedad y de la Iglesia con su generosidad. Una de las causas de la alarmante disminución de las vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa es la disminución de las familias numerosas. 4. Las estadísticas demuestran cómo los esposos que siguen la ley de Dios y no utilizan medios artificiales de control de la natalidad tienen una mayor probabilidad de permanecer unidos. 5. La Iglesia debe tener el coraje enseñar sobre la anticoncepción y el aborto con claridad y precisión. El que incurre en un aborto o coopera directamente con él, recibe la pena de la excomunión. El uso de medios artificiales de control de la natalidad es una grave falta moral y excluye por ende a los que la usan de la comunión. A nivel natural, debemos señalar que existe amplia evidencia científica de que hay una fuerte conexión entre el aborto y las diferentes formas de anticoncepción y un aumento del riesgo del cáncer del seno y del útero[79]. 8. Deberemos hacer todo lo posible para asistir a las familias numerosas. Esta asistencia podrá variar en las diversas realidades sociales donde debemos actuar, pero lo importante es demostrarles a las familias numerosas que no están solas y que cuentan con el apoyo real y efectivo de la comunidad.

Sería un error supervalorar los nuevos medios tecnológicos de comunicación. Pueden ser útiles, pero debemos comprender bien que la fe se trasmite principalmente a través de los contactos humanos. El hombre es un ser social por naturaleza y por lo tanto debemos incorporar a todos los que nos escuchen a una verdadera comunidad. Una comunidad litúrgica con una fuerte dimensión social y política. Una comunidad que se base en la tradición histórica concreta de la sociedad donde vive.

La Iglesia debe representar su doctrina social, anclándose en la sabiduría que le viene de su experiencia histórica y su firme convicción de que el hombre como causa segunda es instrumento de la Divina Providencia. Como explica Santo Tomas «la criatura racional, entre todas las demás, está sometida a la divina Providencia de una manera especial, ya que se hace partícipe de esa providencia, siendo providente para sí y para los demás. Participa, pues, de la razón eterna; ésta le inclina naturalmente a la acción y al fin debido. Y semejante participación de la ley eterna en la criatura racional se llama ley natural»[80]. Debe desafiar con buenas razones y practicas convincentes la cultura de la sociedad de consumo. Obviamente comparto la preocupación de Tan de que la Iglesia debe marcar su tajante separación de este tipo de sociedad[81]. Debemos tener presente que «el séptimo mandamiento proscribe los actos o empresas que, por una u otra razón, egoísta o ideológica, mercantil o totalitaria, conducen a esclavizar seres humanos, a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a cambiarlos como mercancía. Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales reducirlos mediante la violencia a la condición de objeto de consumo o a una fuente de beneficios»[82]. Al mismo tiempo, la comunidad cristiana no puede aislarse de la sociedad donde el Señor la ha colocado. Durante los primeros siglos de nuestra era, los cristianos acosados por las diferentes oleadas de persecuciones romanas continuaron viviendo en la sociedad y no buscaron esconderse dentro de comunidades aisladas, ni abandonaron ciudades marcadas por la inmoralidad como Corinto en el siglo primero. Tenemos que tener presente la importante afirmación de la Carta a Diogneto: «Los cristianos no se diferencia de los otros hombres, ni por el territorio, ni por la lengua, ni por la forma de vestir. No habitamos en nuestras propias ciudades, no usamos un idioma particular, ni tenemos un régimen de vida especial». Luego el autor agrega: «Vivimos diseminados en diversas ciudades griegas y bárbaras, como a cada uno le ha tocado en suerte, y vivimos de conformidad con los usos y costumbres locales en el vestido, en la comida y en todo los aspectos de la vida, pero al mismo tiempo mostramos el carácter admirable y extraordinario de nuestra vida en común»[83]. El cristiano no se debe acomodar al mundo presente, sino que se debe transformar a sí mismo y en este proceso tratar de cambiar al mundo. Debemos recordar que la familia no vive aislada, sino que está insertada en la sociedad y necesita el apoyo y la protección de la comunidad política, para cumplir su misión procreadora y educativa.

Como católicos debemos presentar un modelo integral de una sociedad que busque la instauración concreta del reinado social de Jesucristo. No nos podemos limitar a una presentación de los aspectos económicos de la sociedad, debemos hacer una presentación integral describiendo los aspectos sociales y políticos. Debemos reconstruir las realidades orgánicas del pasado adaptándolas con prudencia a las realidades del presente. Debemos administrar con eficiencia los recursos económicos que el Señor nos ha dado, siguiendo su mandato en el libro del Génesis, pero esta administración para que sea realmente justa debe integrar los derechos y deberes de todos los trabajadores, tanto manuales como intelectuales o administrativos. Debemos ejercer al mismo tiempo, como ya hemos señalado, un fuerte espíritu crítico con respecto de la sociedad de consumo y al mismo tiempo tratar de ejercer una libertad creadora que inspirándose en los logros de la tradición concreta de nuestras sociedades busque incorporar la tecnología del presente al servicio integral del hombre. Obviamente con un debido discernimiento, porque algunas de las tecnologías del presente son decididamente antihumanas e inmorales por eso se deben descartar en forma total.

La imposición totalitaria de una ideología contraria y destructora de la naturaleza humana nos lleva a concluir que se está buscando de imponer el mal común, lo que nos lleva a recordar la naturaleza del bien común. El bien común es el bien que le es propio al hombre en cuanto hombre y por lo tanto es común a todos los hombres. Es un bien intrínseco a la naturaleza del ser humano y por ende inalienable[84]. Es un bien que le es propio a la comunidad política en tanto que mantiene y crea el marco necesario para que se viva una vida que sea conforme a la naturaleza humana. Pero en realidad debe ir más allá. La sociedad política debe instaurar todas las condiciones necesarias para el que el hombre viva virtuosamente para su propio bien y el de sus semejantes y eventualmente le permita llegar a su destino eterno que es el objetivo para el cual hemos sido creados. Con respecto de la cuestión fiscal se debe precisar que el derecho y la legitimidad de la sociedad política de exigir el pago de los impuestos están basados sólo sobre el bien común. Estoy obligado en justicia a pagar los impuestos sólo cuando son motivados por el bien común y pagándolos contribuyo al bien común. Si los impuestos no están basados en el bien común su cobro coactivo por el Estado es un acto injusto y violento, un robo y una rapiña[85]. En los abusos fiscales de los Estados contemporáneos nos encontramos con una agresión injustificada contra la propiedad privada y un elemento más que demuestra las tendencias totalitarias de los Estados liberales contemporáneos. En la clarificación de lo que es del bien común la Iglesia tiene una fundamental función de docencia enseñando lo que es la naturaleza que nos ha dado el Creador. Este ataque masivo a la naturaleza del hombre la podrá herir pero jamás destruir porque el hombre utilizando su razón y con la ayuda de la gracia siempre podrá resistir y finalmente restablecer la verdad integral sobre el ser humano.

Debemos exigir a los políticos que se consideran católicos o tratan de obtener el voto de los católicos, que sean coherentes con las enseñanzas de la Iglesia. Benedicto XVI, dirigiéndose a un grupo de obispos canadienses indicaba: «En el seno de la misma comunidad cristiana existen falsas dicotomías, que son particularmente dañinas cuando los líderes cristianos de la vida civil sacrifican la unidad de la fe y sancionan la desintegración de la razón y los principios de la ética natural, rindiéndose a efímeras tendencias sociales y a falsas exigencias de los sondeos de opinión. La democracia sólo tiene éxito si se basa en la verdad y en una correcta comprensión de la persona humana. Los católicos que participan en la vida política no pueden aceptar componendas con respecto a este principio; de lo contrario, se silenciaría el testimonio cristiano del esplendor de la verdad en la esfera pública y se proclamaría la autonomía de la moral»[86].

El cristiano debe comprometerse también con obras de caridad concreta buscando aliviar los males de la sociedad contemporánea, como siempre han hecho los fieles a lo largo de la historia. Podemos dar muchos ejemplos de este empeño caritativo. Como he manifestado en otras ocasiones uno de los males de nuestro tiempo es la soledad, en particular de los enfermos, los ancianos, y los pobres. De ahí que se deben organizar grupos inspirados en las Conferencias de San Vicente de Paúl que identifiquen a estas personas, evalúen con seriedad sus necesidades y las ayuden. Frente a la eutanasia se deben organizar hospicios para los pacientes terminales, donde sean acompañados espiritualmente y afectivamente hasta que el Señor los llame. Esto los ayudara a luchar contra la tentación que hoy es promovida por la sociedad de desear la muerte.

Contribuyen al progreso de la estructura global de pecado los cristianos que están dispuestos a entrar en compromisos con el liberalismo o que no consideran que la lucha contra las insidias del liberalismo sea una cuestión esencial. La Iglesia debe predicar siempre y en todo lugar en forma prioritaria la verdad que salva. Si miramos a la historia de la Iglesia siempre ha denunciado el error. El omitir la denuncia del error es una forma de no recoger con Cristo[87]. Esta denuncia es una forma de presentar la verdad en toda su integridad, con un sentido de vigilancia constante en medio de sacrificios y luchas[88]. El no denunciar o callar delante de los males de la sociedad contemporánea envía el a muchos fieles el mensaje erróneo de que la Iglesia está dispuesta a aceptarlos o por lo menos a tolerarlos. Esto nos recuerda el problema de la desobediencia a las enseñanzas de Humanae vitae sobre la contracepción. Una de las causas de esta desobediencia es que son muy pocos los miembros de la jerarquía de la Iglesia que han predicado sobre esta verdad.

Todo lo que es antihumano es antinatural y a corto o a largo plazo fracasará. Debemos estar totalmente seguros de que lo que es natural acabará por imponerse y las arrogantes teorías del humanismo revolucionario fracasarán[89]. Tenemos que tener presente que no sólo la acción del hombre contra la naturaleza y sus leyes está destinada al fracaso, sino también que el rechazo en sí mismo de la fe es antinatural, como explica Santo Tomas: «La fe no es, por cierto patrimonio de la naturaleza humana, pero está en la naturaleza humana que la mente del hombre no rechace el movimiento interior, ni la predicación exterior de la verdad; por ello, desde este punto de vista la infidelidad es contraria a la naturaleza»[90]. Por lo tanto podemos estar seguros de que en un breve o largo plazo la ideología revolucionaria que amenaza la sociedad será derrotada y veremos la instauración del Reino Social de Cristo.

 

[1] Alfredo SÁENZ, El Cardenal Pie. Lucidez y coraje al servicio de la verdad, Buenos Aires, Gladius, 2007, pág. 268.

[2] JUAN PABLO II, Veritatis Splendor, núm. 33: «Paralelamente a la exaltación de la libertad, y paradójicamente en contraste con ella, la cultura moderna pone radicalmente en duda esta misma libertad. Un conjunto de disciplinas, agrupadas bajo el nombre de “ciencias humanas”, han llamado justamente la atención sobre los condicionamientos de orden psicológico y social que pesan sobre el ejercicio de la libertad humana. El conocimiento de tales condicionamientos y la atención que se les presta son avances importantes que han encontrado aplicación en diversos ámbitos de la existencia, como por ejemplo en la pedagogía o en la administración de la justicia. Pero algunos de ellos, superando las conclusiones que se pueden sacar legítimamente de estas observaciones, han llegado a poner en duda o incluso a negar la realidad misma de la libertad humana».

[3] JUAN PABLO II, Evangelium vitae, 25 de marzo de 1995, núm. 59.

[4] JUAN PABLO II, Carta a las Familias, 2 de febrero de 1994, núm. 21.

[5] En la redacción de este trabajo he tenido en cuenta en particular el artículo de Matthew TAN, «Abortion in/as a consumer structure», Solidarity: The Journal of Catholic Social Though and Secular Ethics, vol. 4 / I, artículo 7, The University of Notre Dame Australia, accesible en researchonline.ned.edu.au/solidarity/vol4/iss1/7. Es un artículo que da importantes pistas para la investigación, pero que al mismo tiempo presenta complejidades que merecen reservas.

[6] M. TAN, «Abortion in/as a consumer structure», loc. cit., pág. 2.

[7] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 101.

[8] Emérentine DE LAGRANGE, Marguerite-Marie DE LAGRANGE, René BEL, Il complotto contro la vita, Milán, Edizioni Ares, 1987, pág. 79.

[9] Michel SCHOOYANS, Anne-Marie LIBERT, Terrrorismo dal volto umano, Siena, Cantagalli, 2009.

[10] Giulio ME O T T I, «Ricchi che odiano la vita. Da Buffet a Bloomberg, cosi i miliardari d’America riempino di soldi l’industria del aborto», Il Foglio (Milán), 31 de mayo 2014, pág. III.

[11] Roger KISKA, «Firing health professionals who refuse to abort babies is watershed moment for Europe. Poland, Scotland, Sweden see violation of human rights», Zenit (Roma), 30 de julio de 2014.

[12] Luca LIVERANI, «Lazio, stop agli obiettori nei consultori familiari», L’Avvenire (Roma), 24 de junio de 2014, pág. 12. Alessia GUERRIERI, «Decreto Lazio medici obiettori sotto pressione», L’Avvenire (Roma), 3 de julio de 2014, pág. 15.

[13] Stefano GENARI, «Allow abortion – or you’re guilty of torture, so says the UN», http://www.firstthings.com/web-exclusives/2014/05/allow-abortionor-youre-guilty-of-torture.

[14] Michel SCHOOYANS, The totalitarian trend of liberalism, Saint Louis, 1997, Central Bureau, CCVA. Acá es del caso hacer una precisión. El liberalismo siempre ha sostenido que la libertad es la suprema regla, pero que en realidad es la defensa de la libertad negativa y que existe total libertad de adherir a esta ideología. Ahora bien, tanto la historia como la realidad del presente nos demuestran que el liberalismo está dispuesto a implantarse con la fuerza. Como ya ha comenzado a hacer en tiempos de la Revolución Francesa.

[15] Daniel IGLESIAS GRÉZES, «¿El regreso de la esclavitud?», reseña del libro de Hilaire Belloc, El Estado Servil, La Espiga de Oro, Buenos Aires, 1945. Traducción de la tercera edición del original inglés: The Servile State. http://www.feyrazon.org/Revista/FeyRazon101.htm#Libros.

[16] Gen., 1-28.

[17] Giulio MEOTTI, «Ricchi che odiano la vita», cit. pág. III.

[18] JUAN PABLO II, Centesimus annus, 1 de mayo de 1991, núm. 34: «Da la impresión de que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades. Sin embargo, esto vale sólo para aquellas necesidades que son “solventables”, con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son “vendibles”, esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas. Además, es preciso que se ayude a estos hombres necesitados a conseguir los conocimientos, a entrar en el círculo de las interrelaciones, a desarrollar sus aptitudes para poder valorar mejor sus capacidades y recursos. Por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad. Este algo debido conlleva inseparablemente la posibilidad de sobrevivir y de participar activamente en el bien común de la humanidad».

[19] M. TAN, «Abortion in/as a consumer structure», loc. cit., pág. 3.

[20] M. TAN, «Abortion in/as a consumer structure», loc. cit., pág. 10.

[21] SÍNODO DE LOS OBISPOS (III Asamblea General Extraordinaria), Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización, Instrumentum laboris, Ciudad del Vaticano 2014, publicado el 26 de junio 2014 (ver págs. 20-30).

[22] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 32.

[23] John RAO, «La ilusión americanista», en Bernard Dumont, Miguel Ayuso y Danilo Castellano (eds.), Iglesia y política. Cambiar de paradigma, Madrid, Itinerarios, 2013, pág. 206.

[24] Marie-Jean-Antoine CARITAT DE CONDORCET, Esbozo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, vers. italiana, Turín, Einaudi, 1969, págs. 172-180.

[25] Ricardo YEPES STORK, Las claves del consumismo, Madrid, Palabra, 1989, pág. 55.

[26] Alfredo SÁENZ, El Cardenal Pie. Lucidez y coraje al servicio de la verdad, cit., pág. 268.

[27] M. TAN, «Abortion in/as a consumer structure», loc. cit. pág. 4.

[28] ) Laura PALAZZANI, Introduzione alla biogiuridica, Turín, G. Giappichelli, 2002, pág. 10

[29] «Porque todo cuanto se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa» ( I Rom., 19-20).

[30] M. TAN, «Abortion in/as a consumer structure», loc. cit. págs. 4-5

[31] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 88.

[32] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 106: «La descristianización, que grava sobre pueblos enteros y comunidades en otro tiempo ricos de fe y vida cristiana, no comporta sólo la pérdida de la fe o su falta de relevancia para la vida, sino también y necesariamente una decadencia u oscurecimiento del sentido moral: y esto ya sea por la disolución de la conciencia de la originalidad de la moral evangélica, ya sea por el eclipse de los mismos principios y valores éticos fundamentales. Las tendencias subjetivistas, utilitaristas y relativistas, hoy ampliamente difundidas, se presentan no simplemente como posiciones pragmáticas, como usanzas, sino como concepciones consolidadas desde el punto de vista teórico, que reivindican una plena legitimidad cultural y social»

[33] Alfonso BERARDINELLI, «La statistica eclissi della Fede e la disumanità di non credere niente», Il Foglio (Milán), 2 de agosto de 2014, pág. 2.

[34] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 53: «Poner en tela de juicio los elementos estructurales permanentes del hombre, relacionados también con la misma dimensión corpórea, no sólo entraría en conflicto con la experiencia común, sino que haría incomprensible la referencia que Jesús hizo al “principio”, precisamente allí donde el contexto social y cultural del tiempo había deformado el sentido originario y el papel de algunas normas morales (cf. Mt. 19, 1-9)».

[35] Jorge Mario BERGOGLIO, «Se il gaucho c’insegna che la crisi è un problema morale», L’Osservatore Romano (Ciudad del Vaticano), 30 de julio de 2014, pág. 5.

[36] Alfonso BERARDINELLI, «La statistica eclissi della Fede e la disumanità di non credere niente», cit., pág. 2.

[37] Marco VENTURA, «Il nuovo politeismo», C o rr i e re della Sera (Roma), 20 de julio de 2014, pág. 5. Bernardino MONTEJANO y Juan VERGARA DEL CARRIL, Declaración del Instituto de Filosofía Práctica acerca de la Idolatría de algunos de nuestros políticos, Buenos Aires, 6 de agosto de 2014.

[38] M. TAN, «Abortion in/as a consumer structure», loc. cit., pág. 1.

[39] M. TAN, «Abortion in/as a consumer structure», loc. cit., pág. 5.

[40] M. TAN, «Abortion in/as a consumer structure», loc. cit., pág. 12.

[41] http://www.vignadirachele.org/

[42] M. TAN, «Abortion in/as a consumer structure», loc. cit., pág. 11.

[43] Ben JOHNSON, «Mozilla Ceo Brendan Eich steps down after homosexual backlash over his support of marriage», Lifesitenews.com, 3 de abril de 2014. Puede verse en http://www.lifesitenews.com/news/mozilla-ceo-brendan-eich-steps-down-after-homosexual-backlash-over-his-supp

[44] Gualterio BASSETTI, «La cultura dell’apparenza», L’Osservatore Romano (Ciudad del Vaticano), 23 de julio de 2014, pág. 1.

[45] PÍO XI, Divini Illius Magisti, 31 de diciembre de 1929, núm. 76.

[46] Ricardo YEPES STORK, Las claves del consumismo, cit., pág. 41.

[47] JUAN PABLO II, Ecclesia in Europa, 28 de junio de 2003, núm. 8: «Esta pérdida de la memoria cristiana va unida a un cierto miedo a afrontar el futuro. La imagen del porvenir que se propone resulta a menudo vaga e incierta. Del futuro se tiene más temor que deseo. Lo demuestran, entre otros signos preocupantes, el vacío interior que atenaza a muchas personas y la pérdida del sentido de la vida. Como manifestaciones y frutos de esta angustia existencial pueden mencionarse, en particular, el dramático descenso de la natalidad, la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la resistencia, cuando no el rechazo, a tomar decisiones definitivas de vida incluso en el matrimonio».

[48] Aldo CAZZULLO, «Il Cardinale e le coppie di fatto: “Nienti aiuti, lo Stato li ignori”», Corriere della Sera (Roma), 14 de diciembre de 2006, pág. 13

[49] M. TAN, «Abortion in/as a consumer structure», loc. cit., pág. 8.

[50] M. TAN, «Abortion in/as a consumer structure», loc. cit., pág. 9.

[51] http://nypost.com/2014/07/13/the-cancer-death-panel-app/

[52] «Il suicidio assistito inglese. Una legge in stile svizzero che spaccia la morte di stato per libertà», editorial de Il Foglio (Milán), 19 de julio 2014, pág. 3.

[53] Lucetta SCARAFFIA, «Un nodo antropológico fondamentale», L’Osservatore Romano (Ciudad del Vaticano), 18 de julio de 2014, pág. 1.

[54] Emanuele BO F F I, «Il Big Bang della fecondazione», Tempi (Milán), 24 de febrero de 2005, pág. 26.

[55] Viviana DALOISO, «Provetta, cresce il business delle cliniche», L’Avvenire (Roma), 10 de julio de 2014, pág. 6.

[56] Daniela NADI, «In provetta solo cresce il business», Si alla Vita (Roma), año XXXVI, núm. 7-8 (julio-agosto de 2014), pág. 9.

[57] Una mujer no tiene el derecho de tomar en su útero un embrión de otra mujer aunque lo haga por razones altruistas, pues esto constituye un acto contrario a la naturaleza. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Dignitas Personae sobre algunas cuestiones de Bioética, 8 de septiembre de 2008, núm. 19.

[58] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 48.

[59] Juan Claudio SANAHUJA, Noticias Globales (Buenos Aires), 28 de julio de 2014.

[60] Kristen ANDERSEN, «ExxonMobil votes against expanding prohomosexual employment policy for the 17th time». Puede verse en http://www.lifesitenews.com/news/exxonmobil-votes-against-expanding-pro-homosexual-employment-policy-for-the

[61] Presbyterorum ordinis, núm. 9.

[62] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 54.

[63] El Papa Francisco, en un reciente mensaje a todos, y en particular a los jóvenes que participaron en el Día anual por la vida en el Reino Unido que se celebra el 27 de julio recomienda fuertemente que combatan la cultura de la muerte. Véase en http://www.lifesitenews.com/news/ pope-francis-urges-uk-and-irish-youth-to-combat-the-culture-of-death.

[64] Mt., 28.19

[65] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 40.

[66] Contra Faustum, lib. 22, cap. 27 (PL 42, 418).

[67] S. th., I-II, 93, 1.

[68] S. th., I-II, 91, 2.

[69] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 61: «Así, en el juicio práctico de la conciencia, que impone a la persona la obligación de realizar un determinado acto, se manifiesta el vínculo de la libertad con la verdad. Precisamente por esto la conciencia se expresa con actos de juicio, que reflejan la verdad sobre el bien, y no como decisiones arbitrarias. La madurez y responsabilidad de estos juicios –y, en definitiva, del hombre, que es su sujeto– se demuestran no con la liberación de la conciencia de la verdad objetiva, en favor de una presunta autonomía de las propias decisiones, sino, al contrario, con una apremiante búsqueda de la verdad y con dejarse guiar por ella en el obrar».

[70] Cfr. S. th., I-II, 94, 2.

[71] «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn., 8, 32).

[72] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 7.

[73] BENEDICTO XVI, Discurso durante su visita a la Pontificia Universidad Gregoriana, 3 de noviembre de 2006.

[74] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 86.

[75] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, núm. 7.

[76] Cfr. PÍO XII, Humani generis (12 de agosto de 1950): AAS 42 (1950), 561-562.

[77] JUAN PABLO II, Familiaris consortio, núm. 6.

[78] JUAN PABLO II, Familiaris consortio, núm. 13.

[79] Thaddeus BAKLINSKI, «Review of 72 studies finds evidence supports abortion-breast cancer link», http://www.lifesitenews.com/news/ review-of-72-studies-finds-evidence-supports-abortion-breast-cancer-link

[80] S. th., I-II, 91, 2

[81] M. TAN, «Abortion in/as a consumerstructure», loc. cit., págs. 13-14.

[82] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2414.

[83] Lettera a Diognetum, Bergamo, Servitium Editrice, 2000, II, 5, págs. 29-30.

[84] Danilo CASTELLANO, «¿Qué es el bien común?», en Miguel Ayuso (ed.), El bien común. Cuestiones actuales e implicaciones político-jurídicas, Madrid, Itinerarios, 2013, págs. 13 y sigs.

[85] Samule CECOTTI, «Sulla questione fiscale», Instaurare (Údine), XLIII, núm. 1 (enero-abril 2014), pág. 5.

[86] BENEDICTO XVI, Discurso al Tercer Grupo de Obispos de Canadá en visita «ad limina», 8 de septiembre de 2006. El Santo Padre cita la Nota doctrinal de la Congregación de la Doctrina de la Fe, Sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, de 24 noviembre de 2002, núms. 2-3, 6.

[87] «Cuando nuestro Señor Jesucristo, en el Evangelio, declara que aquellos que no están con El son sus enemigos, no designa una herejía en particular, sino denuncia como a sus adversarios a todos aquellos que no están enteramente con El, y que no recogiendo con El ponen en dispersión su rebaño: El que no está conmigo –dijo– está contra mí, y el que no recoge conmigo esparce». SAN CIPRIANO DE CARTAGO, Epist. 50 ad Magnum, núm. 1.

[88] JUAN PABLO II, Audiencia General, 20 de agosto de 1997: «Conservar la integridad de la fe representa una tarea ardua para la Iglesia, llamada a una vigilancia constante, incluso a costa de sacrificios y luchas. En efecto, la fe de la Iglesia no sólo se ve amenazada por los que rechazan el mensaje del Evangelio, sino sobre todo por los que, acogiendo sólo una parte de la verdad revelada, se niegan a compartir plenamente todo el patrimonio de fe de la Esposa de Cristo».

[89] Cfr. Ricardo YEPES STORK, Las claves del consumismo, cit., pág. 28.

[90] S. th., II-II, 10, 1, ad. 1.