Índice de contenidos
1968
Los mitos actuales
- Programas
- Pláticas
-
Ponencias
-
Discurso inaugural del Excmo. Sr. D. José María de Muller y de Abadal, Presidente de la diputación Provincial de Barcelona
-
Discurso del Delegado del «Office International», Mr. Amédée d’Andigné
-
Sentido religioso en la historia de España
-
El mito del punto Omega del Padre Teilhard de Chardin. Notas a una hipótesis
-
El reino mesiánico
-
¿Hacia una religión sin Dios?
-
El mito del progreso: El progreso de la historia y el progreso en la historia
-
El mito del diálogo
-
El mito del contrato social
-
El mito de la libertad revolucionaria ante el totalitarismo moderno
-
El mito del igualitarismo
-
El mito del marxismo
-
El Fórum sobre el futuro de los colegios profesionales
-
Fórum sobre dificultades para la adaptación de la empresa actual a la doctrina pontificia
-
El mito de la desaparición del Derecho
-
El mito tecnetrónico: la automación como encrucijada
-
Los mitos en la agricultura
-
La agricultura contemporánea, el hombre y la nueva coyuntura técnica
-
La participación en los diversos países
-
Crítica de los sistemas de participación
-
Participación del hombre en la empresa
-
El urbanismo: su presente y su futuro
-
Autores
1968
Homilía final del Rvdo. P. Juan Roig y Gironella, S. I., Director de Balmesiana.
H0MILIA FINAL DELRVD0. P. JUAN R0IG
Y GIR0NELLA, S. l., DIRECTOR DE BALMESIANA
HLa desconfianza que, hasta en los ambientes católicos,. se
ha difundido acerca de la validez de los principios fundamentales
de la razón, o sea de nuestra philosophi,a perenniis, nos ha des
armado frente a los asaltos, con frecuencia radicales y capciosos,
de pensadores de moda." ·
Estas fueron las palabras que, mirando las cosas desde su
alto puesto de observación, pronunció Pablo VI en Bogotá en
agosto pasado ante la segunda asamblea
del episcopado latino
americano.
Prosiguió señalando certeramente auá1 es la actitud de ser
vilismo de muchos intelectuales respecto de
la moda, después
de haber abandonado tan gratuitamente nuestro patrimonio
doc
trinal : "el vacío dejado en nuestras escuelas filosóficas por el
abandono de la confianza en los grandes maestros del pensamiento
cristiano, muchas veces
está compenetrado de una superficial y
casi servil aceptación de filosofías
de moda, con frecuencia tan
simplistas ~orno abstrusas; y éstas han sacudido nuestro modo
normal, humano, juicioso, de pensar la verdad; estamos tentados
de historicismo, de relativismo,
de sujetivismo, de neo-positi
vismo, que en el canilp¡o de la fe inducen a un espíritu de crítica
subversiva y a
la falsa persuasión de que para acercarse y "evan
gelizar a los hombres de nuestro tiempo, hemos de renunciar al
patrimonio doctrinal, acumulado en siglos por el magisterio de
la Iglesia; como
si pudiéramos modelar -no ya para mejorar
lar virtudes de claridad y expresión, sino para alterar
el contenido
dogmátic0-----< un cristianismo nuevo, hecho a mediada del hombre
y no a medida de la auténtica pala,bra de Dios".
Nunca olvidaré la impresión de sorpresa que me produjo
allá en los años de mi juventud, cuando empezaba a iniciarme en
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Fundaci\363n Speiro
JUAN ROIG Y GIRONELLA, S. l.
la filosofía, comprobar que había de hacer simultáneamente una
doble experiencia: de un lado, la de la filosofía entendida como
contenido doctrinal que se ~resenta con pruebas, demostraciones,
cuya evidencia cada uno ha de comprobar por sí mismo, movido
por
el amor a la verdad; de otro lado, la filosofía que vive en
muchos llamados filósofos, como actitud, como moda, como bús
queda del prestigio y del nombre. Tanto admiraba lo primero
como me
repugnaba lo segundo.
Pronto
empezó a desaparecer mi sorpresa cuando aprendí que
el mal ya era antiguo, s.egún decía Santo Tomás en su comen
tario a
la Metafísica de Aristóteles.: "A fines distintos orde
nan su vida y sus acciones el filósofo y el sofista. EJ filósofo,
cierto, a conocer la verdad ;
pero el sofista a que parezca que
sabe, aunque no
sepa" (Libr. IV, n. 575). Unos dirigen su
trabajo a conocer "co,sas" y otros a conocer "nombres de filó
sofos", y de esto se pavonean, aunque no conozcan la verdad
de las rosas. Es el mismo Santo Tomás quien ya decía : "El
estudio de la filosofía no se dirige a saber qué han opinado
lt;,s hombres, sino de qué manera está la verdad de las cosas,,
(De caelo, I, 22).
También San Agustín, con aquella humildad apasionada en
pos de
la verdad, me enseñó: "A esta humildad salubérrima,
que para ensefíárnosla Nuestro Señor Jesucristo se humilló, a
ésa, digo, más que nada se ie opone cierta ignorantísima ~ ciencia,
por decirlo así, mientras gozamos de saber qué ha opinado
Anaxímenes, qué Anaxágoras, qué Pitágoras, qué Demócrito y
así
por el eslilo, a fin de tener el talante de doctos y eruditos,
siendo así que esto está separado de
la verdadera doctrina y
erudición"
(Epístola ad Dioscorwm., cap. IV, n. 23; Migne,
vol. 33, col. 442).
Ala,ba San Agustín a Anaxágoras, si, por cuanto reconoció
en
las cosas una Inteligencia latente, que lo podía llevar a
Dios ; pero añade : u no ha de ser amada la verdad porque no
fue desconocida de Anaxágoras, sino porque es verdad, aunque
nadie de ellos
la hubiese conocido" (Ibid., n. 26, col. 445). Y
prosigue: HPor tanto, si ni el conocimiento de este hombre, que
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HOMILIA FINAL
tal vez haya visto la verdad, ha de hinchamos de tal manera
que con ella parezcamos ser sabios ni con la misma realidad fir
me de lo verdadero, con lo cual podríamos serlo, ¡ cuánto me
nos los nombres y las opiniones de aquellos hombres que han
opinado falsamente, podrán
ayudar nuestra doctrina y hacer
que las cosas escondidas queden manifiestas ! Puesto que siendo
hombres, más nos conviene contristamos de los errores de
tantos y tan nobles hombres, si nos sucediese tener que e&
cucbarlos, que buscar todo esto curiosamente con el fin de
que, colocados entre aquellos que no las conocen, nos gloriemos
en una jactancia vanísima (jactatione inanissirmxz. ven.tilemur).
i Cuánto mejor habría sido ni siquiera haber oído el nombre
de Demócrito antes que pensar con dolór de no sé quién que
en su tiempo fue tenido por grande, cuando imagínaba que
eran dioses las imágenes qne emanaban de los cuerpos!"
(Ihid,
n. ZT).
El mismo hábito de verdad, de nobleza, de rectitud, que me
ambientaba cuando aprendí esta disposición en Santo Tom3.s
y en San Agustín, me hizo concordar pronto con nuestro gran
Bahnes, tan enemigo como ellos de la infame farándula de
quienes reducen la filosofía a una mera literatura, pagados con
nombres fastuosos de filósofos altisonantes, de libros y es
critos
en que todo se les va en citas, y citas de las citas con
que otros han citado lo
que el primero soñó. Balmes era radi
calmente opuesto a esta comediografía que hoy día nos corroe:
''Hay bastantes cabezas que son libros y-hasta bibliotecas.; pero
hay pocas inteligencias!", escribió entre sus pensamientos pu
blicados el 7 de septiembre de 1844, Como también escribió:
"Tenemos un nuevo pauperismo: los jóvenes ilustrados." Y
aun añadió : "Hobbes decía que si lrubiese leído tanto como
otros, sería tan ignorante como ellos; ésta es una exageración
que encierra un significado profundo. Conocemos más los libros
que las cosas; y el ser sabio consiste en saber cosas y no libros."
j Qué habría dicho Balmes si hubiese visto que tantos tan fá
cilmente
arrumbaban hoy día nuestra filosofía de siglos, de sa
biduría humana y divina, sin ni discutir, ni examinar siquiera
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JUAN ROIG Y GJRONELLA, S. J.
la verdad de sus pruebas, movidos 'tan sólo por la varita má
gica de
"lo que es de moda", "lo que triunfa", "lo que todos
dicen",
"el porvenir"!
Suenan al unísono las palabras que el 6 de agosto de 1%4
escribió Pablo VI en su primera Encíclica: "¡ Cuánto puede la
moda incluso en
el reino del pensamiento, que d~bería ser autó
nomo
y libre y sólo ávido y dócil ante la verdad y la autoridad
de probados maestros!"
(Ecclesiam suam, n. 43.)
Este es el llamamiento a una gran misión, que en medio de
nuestro
mundo superficial, vanidoso y vocinglero, resuena en
nuestros días con
palabras decisivas de afán de verdad.
Esta es también la razón del gozo que siento -y sentimos
todos-al llegar al término de la "VIII Reunión de Amigos
de la Ciudad Católica".
Aquí ha palpitado un espíritu de amor a la verdad ; de su
misión al orden divino;
de aprecio de la doctrina de la tra
dición secular de la Iglesia.
Es la condición fundamental para el verdadero progreso :
nuestra inserción, cada vez más profunda y plena, en la vid
divina, para que seamos sarmientos vivos, vivificados por el Es
píritu Santo, alma del Cuerpo Místico de Jesucristo, que es nues
tra santa madre la Iglesia Católica.
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HLa desconfianza que, hasta en los ambientes católicos,. se
ha difundido acerca de la validez de los principios fundamentales
de la razón, o sea de nuestra philosophi,a perenniis, nos ha des
armado frente a los asaltos, con frecuencia radicales y capciosos,
de pensadores de moda." ·
Estas fueron las palabras que, mirando las cosas desde su
alto puesto de observación, pronunció Pablo VI en Bogotá en
agosto pasado ante la segunda asamblea
del episcopado latino
americano.
Prosiguió señalando certeramente auá1 es la actitud de ser
vilismo de muchos intelectuales respecto de
la moda, después
de haber abandonado tan gratuitamente nuestro patrimonio
doc
trinal : "el vacío dejado en nuestras escuelas filosóficas por el
abandono de la confianza en los grandes maestros del pensamiento
cristiano, muchas veces
está compenetrado de una superficial y
casi servil aceptación de filosofías
de moda, con frecuencia tan
simplistas ~orno abstrusas; y éstas han sacudido nuestro modo
normal, humano, juicioso, de pensar la verdad; estamos tentados
de historicismo, de relativismo,
de sujetivismo, de neo-positi
vismo, que en el canilp¡o de la fe inducen a un espíritu de crítica
subversiva y a
la falsa persuasión de que para acercarse y "evan
gelizar a los hombres de nuestro tiempo, hemos de renunciar al
patrimonio doctrinal, acumulado en siglos por el magisterio de
la Iglesia; como
si pudiéramos modelar -no ya para mejorar
lar virtudes de claridad y expresión, sino para alterar
el contenido
dogmátic0-----< un cristianismo nuevo, hecho a mediada del hombre
y no a medida de la auténtica pala,bra de Dios".
Nunca olvidaré la impresión de sorpresa que me produjo
allá en los años de mi juventud, cuando empezaba a iniciarme en
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la filosofía, comprobar que había de hacer simultáneamente una
doble experiencia: de un lado, la de la filosofía entendida como
contenido doctrinal que se ~resenta con pruebas, demostraciones,
cuya evidencia cada uno ha de comprobar por sí mismo, movido
por
el amor a la verdad; de otro lado, la filosofía que vive en
muchos llamados filósofos, como actitud, como moda, como bús
queda del prestigio y del nombre. Tanto admiraba lo primero
como me
repugnaba lo segundo.
Pronto
empezó a desaparecer mi sorpresa cuando aprendí que
el mal ya era antiguo, s.egún decía Santo Tomás en su comen
tario a
la Metafísica de Aristóteles.: "A fines distintos orde
nan su vida y sus acciones el filósofo y el sofista. EJ filósofo,
cierto, a conocer la verdad ;
pero el sofista a que parezca que
sabe, aunque no
sepa" (Libr. IV, n. 575). Unos dirigen su
trabajo a conocer "co,sas" y otros a conocer "nombres de filó
sofos", y de esto se pavonean, aunque no conozcan la verdad
de las rosas. Es el mismo Santo Tomás quien ya decía : "El
estudio de la filosofía no se dirige a saber qué han opinado
lt;,s hombres, sino de qué manera está la verdad de las cosas,,
(De caelo, I, 22).
También San Agustín, con aquella humildad apasionada en
pos de
la verdad, me enseñó: "A esta humildad salubérrima,
que para ensefíárnosla Nuestro Señor Jesucristo se humilló, a
ésa, digo, más que nada se ie opone cierta ignorantísima ~ ciencia,
por decirlo así, mientras gozamos de saber qué ha opinado
Anaxímenes, qué Anaxágoras, qué Pitágoras, qué Demócrito y
así
por el eslilo, a fin de tener el talante de doctos y eruditos,
siendo así que esto está separado de
la verdadera doctrina y
erudición"
(Epístola ad Dioscorwm., cap. IV, n. 23; Migne,
vol. 33, col. 442).
Ala,ba San Agustín a Anaxágoras, si, por cuanto reconoció
en
las cosas una Inteligencia latente, que lo podía llevar a
Dios ; pero añade : u no ha de ser amada la verdad porque no
fue desconocida de Anaxágoras, sino porque es verdad, aunque
nadie de ellos
la hubiese conocido" (Ibid., n. 26, col. 445). Y
prosigue: HPor tanto, si ni el conocimiento de este hombre, que
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tal vez haya visto la verdad, ha de hinchamos de tal manera
que con ella parezcamos ser sabios ni con la misma realidad fir
me de lo verdadero, con lo cual podríamos serlo, ¡ cuánto me
nos los nombres y las opiniones de aquellos hombres que han
opinado falsamente, podrán
ayudar nuestra doctrina y hacer
que las cosas escondidas queden manifiestas ! Puesto que siendo
hombres, más nos conviene contristamos de los errores de
tantos y tan nobles hombres, si nos sucediese tener que e&
cucbarlos, que buscar todo esto curiosamente con el fin de
que, colocados entre aquellos que no las conocen, nos gloriemos
en una jactancia vanísima (jactatione inanissirmxz. ven.tilemur).
i Cuánto mejor habría sido ni siquiera haber oído el nombre
de Demócrito antes que pensar con dolór de no sé quién que
en su tiempo fue tenido por grande, cuando imagínaba que
eran dioses las imágenes qne emanaban de los cuerpos!"
(Ihid,
n. ZT).
El mismo hábito de verdad, de nobleza, de rectitud, que me
ambientaba cuando aprendí esta disposición en Santo Tom3.s
y en San Agustín, me hizo concordar pronto con nuestro gran
Bahnes, tan enemigo como ellos de la infame farándula de
quienes reducen la filosofía a una mera literatura, pagados con
nombres fastuosos de filósofos altisonantes, de libros y es
critos
en que todo se les va en citas, y citas de las citas con
que otros han citado lo
que el primero soñó. Balmes era radi
calmente opuesto a esta comediografía que hoy día nos corroe:
''Hay bastantes cabezas que son libros y-hasta bibliotecas.; pero
hay pocas inteligencias!", escribió entre sus pensamientos pu
blicados el 7 de septiembre de 1844, Como también escribió:
"Tenemos un nuevo pauperismo: los jóvenes ilustrados." Y
aun añadió : "Hobbes decía que si lrubiese leído tanto como
otros, sería tan ignorante como ellos; ésta es una exageración
que encierra un significado profundo. Conocemos más los libros
que las cosas; y el ser sabio consiste en saber cosas y no libros."
j Qué habría dicho Balmes si hubiese visto que tantos tan fá
cilmente
arrumbaban hoy día nuestra filosofía de siglos, de sa
biduría humana y divina, sin ni discutir, ni examinar siquiera
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JUAN ROIG Y GJRONELLA, S. J.
la verdad de sus pruebas, movidos 'tan sólo por la varita má
gica de
"lo que es de moda", "lo que triunfa", "lo que todos
dicen",
"el porvenir"!
Suenan al unísono las palabras que el 6 de agosto de 1%4
escribió Pablo VI en su primera Encíclica: "¡ Cuánto puede la
moda incluso en
el reino del pensamiento, que d~bería ser autó
nomo
y libre y sólo ávido y dócil ante la verdad y la autoridad
de probados maestros!"
(Ecclesiam suam, n. 43.)
Este es el llamamiento a una gran misión, que en medio de
nuestro
mundo superficial, vanidoso y vocinglero, resuena en
nuestros días con
palabras decisivas de afán de verdad.
Esta es también la razón del gozo que siento -y sentimos
todos-al llegar al término de la "VIII Reunión de Amigos
de la Ciudad Católica".
Aquí ha palpitado un espíritu de amor a la verdad ; de su
misión al orden divino;
de aprecio de la doctrina de la tra
dición secular de la Iglesia.
Es la condición fundamental para el verdadero progreso :
nuestra inserción, cada vez más profunda y plena, en la vid
divina, para que seamos sarmientos vivos, vivificados por el Es
píritu Santo, alma del Cuerpo Místico de Jesucristo, que es nues
tra santa madre la Iglesia Católica.
766
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