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1969

Poder y libertad

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Discurso inaugural de la VIII Reunión de amigos de la Ciudad Católica

DISCURSO INAUGURAL DE LA VIII REUNION
DE
AMIGOS DE LA CIUDAD CATOLICA
POR
M. ]EAN OussET.
Es muy difícil no dejarse influir por el clima social, por el
clima religioso, en el que se está llamado a vivir cada día.
Estoy dispuesto a reconocerlo: la exposición que va a seguir
corre el riesgo de e'star demasiado sensibilizada por la situación
francesa actual.
Pienso, no obstante, que, con pocas diferencias, lo que puede
ser dicho de horotros ... puede serlo, también, aunque en grado
menor, de todos los países de hoy.
La flor del día no es sino la "contestación", es decir, una puesta
en cuestión sistemática de todo, y
más particularmente de lo que,
hasta ahora, parecía ser y debía permanecer intangible.
¿ Cómo explicar semejante crisis?
Un cierto gusto por la revuelta y la insumisión nunca ha ce­
sado de inquietar el corazón humano desde el pecado original ...
nada nuevo hay, pues, que señalar en este aspecto.
La explicación es suficientemente conocida y frecuentemente
repetida: crisis de autoridad.
Crisis
de autoridad en la Iglesia ...
El prestigio de ciertos errores es tal que quienes formulan su
condena en
el fondo de su corazón no dejan meno_s libre curso
a estos errores.
Jamás, tal vez, tanto como
en nuestra época, ha sido posible
ver hasta qué punto
el hecho consumado de una desobediencia
cínica
¡x>día ser reconocido con fuerza de ley a la mañana siguiente:
Crisis
de autoridad, pues.
Lo que implica que la vuelta al orden, que deseamos defender
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M. JEAN OUSSET
o restablecer, ya no puede conseguirse por el recurso directo y,
pudiera decirse, simple, a los poderes vigentes.
Es cada uno quien, según sus posibilidades, debe guardar lo
que debe ser, defender lo
que está amenazado, recordar la verdad
desconocida, restablecer este mínimo de orden y de armonía in­
dispensable en la pequeña esfera donde uno puede ejercer su
propia influencia personal.
* * *
Tantas verdades indispensables, a mi parecer, para compren­
der de modo conveniente nuestra obra y el trabajo que preconi­
zamos.
Allí donde falta o no puede ejercerse una autoridad direc­
ta, amplia, plena, constante, el mal es grande y, en cierto sentido,
irreparable
...
Queda la posibilidad, si no de curarlo, de atenuar al menos
sus efectos.
Ante la ruina o trastorno de las autoridades sociales más in­
dispensables es preciso que nos esforcemos en mantener los frutos
de cierta acción.
Acción que puede aparecer como fragmentada, capilarizada
excesivamente ...
Pienso, por lo. que a mi toca, que su fórmula es aquella que, en
estas horas de debilitación de la autoridad, permite progresar con
el mínimo de riesgos.
Y
es así porque este método, si bien no llega a suplir del todo
aquello de que nos privan las debilidades evidentes de las más altas
autoridades, este método,
digo yo, tiene por lo menos la ventaja
de mantener a cada uno en contacto con sus propios deberes de
estado
más inmediatos. Lo cual es un modo de encontrarse man­
dado, si se puede decir así, no
por hombres altamente responsables,
sino
por el mismo orden de cosas.
Si hubiera necesidad de un ejemplo, me contentaría con evo­
car los riesgos inmensos, las reacciones desastrosas que amena­
zarían al pueblo cristiano de hoy si se les propusiera una fórmula
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de acción global, sin estructuras especializadas, una acción general
destinada a luchar
contra la proliferación de ciertas ideas, de cier­
tas innovaciones en la Iglesia.
En caso de proponerse a la mayoría un combate difícil o dema­
siado alejado de sus conocimientos y de su competencia ( sea cual
fuere la excelencia de sus intenciones) se correría el riesgo de
colocar a esa mayoría fuera de su ruta.
Juntar en una coalición general, contra los abusos actuales, al
conjunto del pueblo cristiano ... no es menos que levantar una
masa cuyos impulsos no tardarían en convertirse en incontrolables.
Situación en la cual, precisamente, la falta de autoridad será
más sensible y, por tanto, más desastrosa.
Por el contrario, si perseveramos en parcelar las dificultades,
en especializar a cada uno en el ejercicio de sus competencias o de
sus intereses, esta misma competencia y el juego de su interés
suplirán la autoridad desfalleciente, centrando, limitando, orde­
nando, poco o mucho,
la acción más particularizada de cada uno.
Por ejemplo, pedir a las madres de familia que tomen más
atentamente en mano
la educación catequística de sus hijos mues­
tra las posibilidades de acción en el sector preciso, y el mismo
razonamiento puede hacerse en cada categoría social.
Método en
el cual la nonna general podría ser: 1Tlantener a
cada cual en su
camino_. en el ejercicio de sus deberes de estado
más estrictamente considerados.
¿ No es acaso éste uno de los puntos más característicos del
mensaje de
Nuestra Señora de Fátima?
Acción educadora por excelencia en tanto se halle .estrecha­
mente sometida a la naturaleza de las cosas. Naturaleza que, sin
duda, impone muchas servidumbres, pero ofrece también mil
po­
sibilidades de dar la vuelta a los obstáculos. Lo cual resÚlta mucho
más difícil cuando se permanece
en el plano universal de las
lógicas puras.
Quien, en efecto, no concibe la acción sino en forma de
tesis
a proclamar, corre el más extremo_ peligro de olvidar todo matiz
concreto y de pasar de
un salto a1 límite.
Aquellos que,
por el contrario, saben apoyarse en el orden de
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las cosas, consiguen duplicar y dar variedad a sus recursos de ac­
ción.
En este juego, los activistas se aquietan,· pues el orden de las
cosas es siempre lento y pesa.do de iemover:
Con este juego, los menos diplomáticos se pulen, ya que por
segura que sea la doctrina no basta en el plano de lo concreto de
la naturaleza de las cosas con ser lógico y ser veraz. Hace falta
tener paciencia. A veces ser firme, a veces suaves. Hábil para
comprender a los hombres, para asir las ocasiones, para evitar los
fallos. Habilidad que la formación doctrinal no implica necesaria­
mente por elevada que ésta sea.
Nadie duda de que un justo sentido de
lo posible (esa fuerza
decisiva
en la acción) es más fácil de adquirir por la cultura de
nuestros mediadores naturales que en el plano de estas opera­
ciones en las cuales su universalidad tiende a desencarnar sus ca­
raderes esenciales.
La _experiencia demuestra, por · el contrario, que se encuen­
tra siempre en las realidades concretas, armoniosamente es­
tudiadas, algún elemento feliz, alguna divina sorpresa, algún per­
sonaje providencial que permite superar la crisis ... sin compromiso
doctrinal,_ sin
rotura excesiva de las instituciones.
¡ A condición, está claro, de batirse bien! y i de batirse a este
grado!
Pues ciertamente se
trata de combate ... y no ya de un simple
testimonio ideal y platónico. Lucha humana concreta que exige
que se pongan en acción fuerzas juiciosamente organizadas, un
aparato,' tanto corno un dispositivo conveniente.
Y,
por lo tanto, ¿ estamos decididos a comprometernos debi­
damente, resueltamente, en
esta lucha, sabiendo conducirla, te­
niendo en cuenta los caracteres
y condiciones del combate revo­
lucionario moderno, a
pesar de nuestro escaso número y la de­
bilidad de nuestros medios?
Combate, todo él, intensivo, cualitativo, de agilidad, .de escru­
pulosa prudencia, de santa habilidad, de astutas complementa­
riedades.
Método de "acción capilar".
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Método de acciones plurales, multiformes, Complementarias,
¡ciertamente! Y, a pesar de eso, organizadas.
De ahí, en lo que nos concierne, algunas reservas, ciertos
silencios, ciertas ausencias, que tales amigos no parecen entender,
ni admitir, tanto y
tan fuerte es su hábito de no concebir la eficacia
si no es recurriendo a medios gregarios. Fórmulas
más favorables
al establecimiento de alguna notoriedad publicitaria que a una
real, duradera
y fecunda acción.
Y
esto porque esas fórrmulas son precisamente demasiado
ideales, ¡x>rque tienen el carácter demasiado universalista de las
nociones doctrinales, sobre todo porque
no corresponden a las
leyes de la vida (y por lo tanto, de la resurección) del verdadero
orden social.
¡Ah! Qué seductor resultaría tratar de realizar grandes cosas
sin necesidad de sufrir las servidumbres orgánicas, sino la pesadez
psicológica de esos mediadores naturales de la acción política y
social que constituyen los grupos, asociaciones, cuerpos inter­
medios, diarios, revistas, etc. Y cuán fácil resulta hablar simple­
mente de la defensa del orden y de la fe, en tanto uno no se ocupe
apenas de los medios y métodos que únicamente pueden permi­
tirnos realizar esta defensa eficaz y duradera.
Muy al contrario, desde el momento en que se tiene la preocu­
pación de
un resultado concreto, de un resultado duradero, el
recurso a los mediadores naturales idóneos se hace indispensable
juntamente con
la cultura humana e intelectual, científica o técnica
que este recurso implica.
Se comprende, a
partir de ahí, cuál es la importancia de mo­
vilizar lo que pueda haber de mejor en el laicado cristiano.
"Hoy -dijo Pío XII-la responsabilidad de los hombres ca­
tólicos parece mayor y más urgente, dada la organización más
adelantada de la sociedad y el papel que en ella cada uno está
llamado a
jugar ( ... )." En torno a nosotros, las fuerzas del mal
están poderosamente organizadas: trabajan sin tregua.
·
,rBajo este aspecto, los fieles, y más especialmente los laicos,
se encuentran en las primeras líneas de la vida de la Iglesia ... ".
,iEn las primeras líneas ... "
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Fórmula decisiva y que indica claramente, esta vez, el carác­
ter nuevo de esta promoción del laicado, particularmente a nuestra
época.
¡ Promoción no honorífica !
Pero promoción conforme a ·10 que es y a lo que debe ser
toda verdadera promoción, según el Evangelio:
-Una promoción
por la prueba-. Una promoción por el combate.
Deber, por lo tanto, de combatir
al enemigo donde él_ se atrin­
chera más especialmente en la actualidad: ¡ en la organización de
la Sociedad !
Si bien es verdad que en muchos capítulos --empleo del latín,
liturgia, catequesis, música sagrada, etc. . .. - los laicos pueden
. expresar un deseo, dar una opinión, formular una crítica (puesto
que
el mismo Concilio lo acaba de recordar), no les corresponde
cortar ni decidir en estas materias. Y a
que este dominio corres­
ponde total y muy legítimamente a la soberanía sacerdotal.
Y es la prueba de una confusión de espíritu, de una falta
penosa de sentido crítico imaginar que puedan mantenerse a
la
vez (bajo el signo de una misma organización, según los mismos
métodos) dos clases de acción: de las cuales una corresponde
al
¡,oder de los laicos, y la otra al poder de los clérigos.
Y por consiguiente... los organismos, el objeto de las in­
tervenciones,
sti orientación y su estilo, pueden y deben dife­
rir. . . según se proyecta una acción temporal ( esto es : una acción
donde libremente el poder de decisión corresponde a los laicos);
... o bien se enfoque una acción específicamente religiosa, espiri­
tual, litúrgica (esto es:
una acción que corresponde a la auto­
ridad de los clérigos).
No
se trata de que el laicado cristiano torne un poder que no
tenga actividad, sino de ejercer este poder temporal que es suyo.
PODER QUE NO TIENE QUE TOMAR PORQUE LO TIE­
NE, Poder que, simplemente, se trata de ejercer, de darle dina­
mismo.
En realidad, el poder temporal cristiano de los seglares pa­
rece inexistente porque en lo temporal no ha sido ofrecida a ese
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laicado ninguna fórmula de sincronización práctica suficiente­
mente flexible y general
...
Por consiguiente, ?ería un completo error si se llegara a
pensar en la organización de algtlna agrupación gregaria, uni­
taria
y groseramente coaligante.
Como
ha dicho J ean Madiran, si ciertos hombres de Iglesia
creen poder rehusar su apoyo
"a la defensa de ciertas patrias
carnales", no pueden en absoluto,
11.o pueden sin abuso, "no pue­
den sin crimen disuadir a los ciudadanns de que defiendan
el
honor de sus casas paternas, la libertad de la ciudad, el interés
legítimo, la vida misma de la
patria ...
"Cada vez más, las posibilidades de desaparición o de sobre­
vivencia de las fuerzas políticas, de las clases
sociales, de los pue­
blos y de las civilizaciones constantemente son modificadas por la
acción de los laicos. Y es su deber, su vocación, modificarlas, sin
creerse aprisionados en el pronóstico especulativo qtie haya ¡x:>dido
ser dado, incluso con toda exactitud, en un momento dado:
"Por ejemplo, se puede formular, en tal momento, el pronós­
tico según
el cual el comunismo , tiene todas las probabilidades
de adueñarse de
un país o de un grupo de países. Ante este
pronóstico, los hombres de Iglesia pueden tomar las disposiciones
o precauciones apostólicas que crean deber tomar.
De ellas son
jueces y responsables ante Dios. Pero si, en función de éste
pronóstico, los hombres de Iglesia emprenden, por su parte, la
acción de persuadir al conjunto de los católicos de que deben de
desolidarizarse de todo anticomunismo
temporal ... , entonces esos
hombres
de Iglesia aseguran de ese modo positivamente la vic­
toria del comunismo, desmovilizando, dispersando o paralizando
la resistencia.
Ya que es precisamente cuando el comunismo tiene
posibilidades objetivas de adueñarse de
Un país cuando es más
importante combatir sus posibilidades, volcar ese pronóstico es­
peculativamente fundamentado, hacer la historia en lugar de su­
frirla".
Ciertamente, esto implica un combate; y pndsamente este
combate "en las primeras líneas" que, corno hemús visto, cons­
tituye
la gran promoción moderna del laicado.
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Se adivina, a la vista de estas evocaciones, ¡ cuán indispen­
sable
y decisiva puede ser una justa, una inteligente, distinción
del poder espiritual y del poder temporal !
-en el interés del santuario,
-en el interés de la Ciudad.
Sólo esta distinción puede ofrecer
al apostolado, a la evan­
gelización, de una parte, y a la acción cívica, social, política,
de otra parte, la libertad indispensable para sus misiones respec­
tivas y complementarias.
Es éste el sentido en que resulta la verdadera, la justa promo­
ción del laicado cristiano.
La cual no puede menos que implicar a
un laicado, ante todo en su lugar y dueño de su poder temporal
cristiano.
Unicamente ella puede permitírnoslo todo armoniosamente.
Sin excesos o abandonos culpables en lo temporal. Sin pusilani­
midad apostólica en
lo espiritual.
Ya que el laicado cristiano es, ante todo, el conjunto de los se­
glares cristianos omnipresentes en la Ciudad. Conjunto no sólo
variado, sino sumamente lleno de contrastes. Miles de gentes en­
cargadas de tareas diversas, ocupando cargos desiguales, con de­
beres diferentes, etc., . .. la doctrina social de la Iglesia enseña
que el buen orden, la plena salud de la ciudad consisten precisa­
mente en esta diversidad de funciones y de cargos, y que es mu­
tilar lo real (¡ reemplazar las piernas por las muletas!) violentar
las flexibles disposiciones de esta geografía social para imponer
el planismo de una agrupación artificial ...
Un verdadero restablecimiento del poder temporal cristiano
del
laica.do no puede ser sino según la imagen de la misma realidad
social. Debe, por lo tanto, respetar las condiciones de vida y de
organización social de los laicos que viven en la ciudad.
Y
si la necesidad de una acción unificadora no es menos evi­
dente, es preciso que esta acción sea flexible,
que incomode lo
menos posible, que nada suprima, sino que tonifique lo que existe,
que ayude en lugar de acaparar ... ; ... que se aplique a crear, a
mantener un espíritu común, fundado en la única doctri-
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na; que se empeñe, por fin, en dar a todos hábitos de accio­
nes variadas, háb:tmente complement.arias.
Esto es lo que constituye toda la ambición, todo el trabajo
de "Office intemational des CEUvres de forrnation civique et d'ac­
tion culturel le selon le droit naturel et chrétien".
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