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Qué nos enseña la historia

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La concepción dialéctica de la historia a la luz del pensamiento cristiano

LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORIA
A LA
LUZ DEL PENSAMIENTO CRISTIANO
POR
ENRIQUE ZuLBTA PUCEIR.O.
PRESENTACIÓN.
La investigación propuesta enfrenta un campo de temas y pro­
blemas cuyo tratamienm ei ocasión. Supondría
no sólo la exposición de uno de los más formi­
dables sistemas de pensamiento de la modernidad -la Dialéctica-,
sino también la de sus implicaJCiones en el ámbim de la filosofía de
la historia
y, finalmente, su tratamiento crítico a la luz de la concep­
ción cristiana de
la bistotia. Hemos preferido, en cambio, el análisis
de
una de las cuestiones que el tema general suscita. Abandonando
las tentaciones y ventajas del esquema general y de su indudable
valor didáctico, nos ocuparemos tan sólo de la génesis de la con­
cepción dialéctica de la historia, tal como la
misma se presenta en
uni, de las áreas del pensamiento occidental: el pensamienm cris­
tiano o el pensamiento aceren de la historia influido, de una manera
u otra, por el hecho de la Revelación.
Si nuestra investigación es temáticamente histórica, desde un
punto de vista intencional es filosófica. La compleja simbología re­
lativa a la concepción dialéctica de la Histotia y sus aspectos co­
nexos setá, pues, objeto de una profundización de carácter filosófico,
a la búsqueda de la comprensión de su sentido último y de la inter­
pretación de sus proyecciones actuales.
Lo dicho impone aún otra precisión. Situada en el contexto ge­
neral del pensamiento
moderno, la concepción dialéctica acerca de
la bismria reconoce lazos esenciales con el umpismo. Podría decirse
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ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
que nos encontramos frente a aspectos diversos de un mismo pro­
blema. El sueño de la construcci6n de un orden de perfección defi­
nitiva
de los hombres y las sociedades en el seno de la historia
supone dos aspectos: la visión
de la meta o esrado final de la Hu­
manidad
liberrula de roda opresión constituye, en la conocida siste­
matizaci6n de
Troeltsch, el elemento axiol6gico del utopismo; la
tendencia o proceso
de consecución de dicha meta constituye el
componente
teleológico (1). Ambos componenres se suponen entre
sí, y sólo en virtud de exigencias metodológicas pueden ser distin­
guidos, aunque en definitiva se imponga la íntima unidad
de dia­
léctica y utopía. Por nuestra parte,
. nos intetesa el mérodo y no su
resultado, el proceso y no su rneta. De alguna manera, nuestro tra­
bajo viene a insertarse en una línea de investigaciones en la que
desracan ya· las obras de Voegelin, Molnar, Talmon, Cohn, Setviet,
Guardini o Pieper, entre muchas otras, y que en definitiva se orien­
ra a ponet de manifiesto los orígenes religiosos y filosóficos del
utopismo moderno. Este piensa a la historia en términos de proce­
so de libetación y progreso inmanente, a través de formas, símbolos
y representaciones elaboradas a partir
de la serularización e inma­
nentizaci6n
de conceptos clararnenre encaizados en la reología judeo­
cristiana. El análisis del fenómeno por
el que ciertos contenidos de
fe quedan vaciados de su sustancia religiosa originaria y pasan a
configurar elaboraciones ideológicas nbs lleva a pensa·r, como motivo
principal de nuestro trabajo, que la Utopía, más que insrancia de­
finitiva de liberación
del hombre es, en el fondo, la proyección del
pecado de soberbia. Pecado que sojuzga y oprime al hombre hasta
la desespetación de la egolatría y el tntalitatismo, en el sentido de
la palabra bíblica:
"Y esto se convittió en lazo para los hombres
-porque los hombres, queriendo secvir a la fortuna o a la titanía­
atribuyeton a la piedra o a los leños el nombre incomunicable"
(Sabiduría, 14, 21).
( 1) Según la esquematizaci6n propuesta por Troeltsch, reproducida por
Voegelin, E.: Los movimientos de masas gn6sticos como sucedáneos de la
religión. Madrid, 1966, pág. 15.
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LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORIA
I
Los ORÍGENES _DE LA SIMBOLOGÍA DIALÉCTICA ·MODERNA.
l. De.tino de la DiaJootioo.
El concepto de dialéctica posee una variadísima y diversa carga
significativa. Aludiendo a su presencia
en la metodología _de las
ciencias humanas, Gurvitch apuntaba que pertenece a esa clase de
palabras que, como
"empirismo", nunca han estado tan de moda
como hoy, pero que nunca han servido tanto para disimular tomas de
posición dogmáticas,
sean o no conscientes (2). En efecto, una de
las
formas actuales de eludir los compromisos de la razón con la
realidad
es la de sumergir categorías y demostraciones en el cli­
ma ambiguo de un pensamiento no riguroso y vagamente defi­
nido como "dialéaico". Acontece así una suene de sustantivización
del método, que de camino pasa a ser punto de llegada, y rergiver­
sación
-a juicio de Gurvitd,-de su esencial instrumenralidad. La
historia moderna de la dialéctica es la de la conversión de un medio
de rawnamienro en un verdadero coprindpio ontológico de la rea­
lidad.
La dilhléctica ronstiruye uno de los núcleos intelectoales de la
revolución moderna
y, en ese específico sentido, adquiere un sig­
nificado determinado, frente al cual
las sucesivas acepciones del
vocablo
en la tradición filosófica occidental pierden interés, desdi­
bujadas
en su papel de cierto modo. prefigurador de la evolución
final
En Platón la dialéctica -es forma suprema del saber; método de
ascenso del alma humana a la. región de las realidades absolutas, a
partir de la contingencia y a través del proceso de conversión de la
opinión
en auténtica sabiduría. El di4-Jogos proyecta al alma hacia
un destino supremo. En Aristóteles, ,estamos ante un sentido di­
ferente,
transmitido a Occidente a través de una azarosa historia
(2) Gurvitch, G.: Dialütka y rotiole>gia. Madrid, 1971, pág. 7.
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ENRJQUE ZULETA PUCEIRO
que vuelve a ocupar hoy la atención de los investigadores. El Es­
tagirita vio en ,la dialéctica un método universal, aplicable al es­
tudio de las cosas concretas contempladas en su aspecto de muta­
bilidad
y contingencia. La base del saber dialéctico son las opi­
niones verosímiles, razonables, múltiples y contradictorias, destina­
das a ser confrontadas y crascendidas hacia el campo de verdades
no definitivas y siempre revisables, adecuadas, por tanto, a la mu­
tabilidad del propio objeto de conocimiento, y diferentes de las
correspondientes a la ciencia en .sentido estricto, basadas en axiomas
y definiciones cierras. Como bien ha recalcado M. Villey en sus
estudios acerca de fa dialéctica clásica en el terreno del saber jurí­
dico, esta concepción acentúa el matiz social, y rolectivo de este nivel
discursivo, en el que el diá-logo compatibiliza y sintetiza la plura­
lidad de
la opinión. Tal vez resida aquí la clave del desmotonamiento
posterior de la dignidad de la dialéctica, desde las confusiones ter­
minológicas medievales, hasta el matiz peyorativo kantiano o
la
inscrumenralización hegeliana y marxista, de sentido radicalmente
diferente, destinada a calificar
sistemas por completo separados del
orden de lo
concroversial o problemático. Afirmada la primacía de
la praxis, la modernidad
desplazará el arre de la controversia hacia
su reclusión
en el campo de la retórica (3).
La
perspectiva moderna es radicalmente diferente. Los aspectos
gnoseológicos de la dialéctica no son considerados sino como epi­
fenómenos de la condición
dialéctica de fa propia realidad. El ser
se disuelve
en el devenir, y la eterna oposición de los contrarios da
razón del cambio
permanente. La focha es la condición última de
la rea!Mad y los contf'arios, asumidos críticamente por la inteligen­
cia, devienen, en el plano del logicismo, contradicCHJnes, instrumen­
tos de interpretación y, fundamentalmente, de modificación de la
realidad. El
pensamiento moderno. implica fa apertura de un parén­
tesis que encierra a la elaboración post socrática, y al mismo tiempo,
un salto hacia atrás, hacia la intuición de Heráclito de Efeso, cuya
poesía
d~l devenir fundara una de las formas de conciencia filosó-
(3) Villey, M.: Sur la dialectique comme art Ju dialogue. en «Arch. de
Phil. du Droit», XXI, 1976, pág. 217.
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LA CONCEPCION DIAI.ECTICA DE LA HISTORIA
fica de Occidente. "Con ~Hetáclito) -diría siglos después Hegel­
tocamos tietra; no he dejado de adoprar en mi lógica nna sola de
las posiciones de Heráclito" (4). En Hegel,
el devenir de lo real y
el devenir de pensar -su lógica consecuencia-se identifican en
un mismo proceso: todo lo real es racional y todo lo racional es
real; la idea se revela y se encarna en lo real, a través del proceso
de su propia
autorrealización.
Sin embargo, entre los fragmentos heracliteanos, expresados en
el lenguaje poético-alegórico anterior a la tradición propiamente
filosófica, y el sistema conceptual de
la Fenomenología del Espíritu,
hay
nn abismo que separa a .dos mnndos difetentes. En Hetádito es
posible apreciar la intuición de un devenir expetimentado desde el
ser. En la dialéctica idealista del siglo
XIX estamos, por el contrario,
frente al
siJtema construido a partir del concepto y frente a la es­
quetnatización de nn método que intetpreta y a la vez refleja el
hecho del devenir. En el idealismo, el sistema asume los contrarios
en términos de contradicciones. La antítesis dialéctica formaliza conM
ceptualmente el hecho de la lucha y la discordia como claves del
devenir y resortes del progreso.
La modernidad cuenta con nna teoría
de la
dialéctica fundamentalmente orientada hacia la Historia. En
un mundo que nace de la Historia y se disuelve en fa Historia, la
dialéctica es resorte de la realidad y del pensar, del ser y del espí­
ritu que devienen en la Historia.
Como núcleo de la conciencia filosófica modetna, desde el Dios
absoluto de Fichte, marginado del
devenir, hasta su disolución en el
ptoceso univetsal de la Historia, la dialéct!Íca pasa a desempefiar un
papel fundamental en el conjunto de símbolos a través de los cuales
el hombre
modetna intetpteta y modifica .su circunstancia política.
La indagación en tomo a los orígenes de la dialéctica modetna se
orienta así en la dirección del origen común de dicha simbología,
lo
cual implica, desde el punto de vista que hemos adoptado, la
necesidad de considerar el pensamiento cristiano, en sus variantes
heterodoxas, como una de sus matrices fundamentales.
(4) Hegel: Lecciones de Hr.ílO'l'ia de la Filosofía, cit. por Monerot, J.:
Dialéctica del Ma,rxismo, .Madrid, 1968, pág. 19.
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Es necesario tener en cuenta --como ha af:i.rma.do García Pela­
yo--que la autonomía y luego separación de la realidad polfrica
con respecro a la relig'ión es un fenómeno no sólo exclusivo de nues­
tro tiempo, sino además, relativamente tardío que sólo comienza a
manifestarse en el siglo XIII en el orden de las ideas, para lograr
concreciones instirucionales en épocas ,muy posteriores (5). La Im­
portancia de símbolos y representaciones de origen religioso en la
simbología propiamente política es, pues, decisiva, y justifica el in­
terés acrual por el estudio del rema.
2.
Orígenes gnóstiooo de 1a oimhología política moderna.
Con el título enunciado adelantamos nuestra tesis básica: la
simbología política moderna y, dentro de la misma, el conjunto de
símbolos
y representaciones que se refieren a la concepción dialéctica
de la historia, remonta sus orígenes al propio pensamiento cristiano
en sus v~siones heterodoxas y, articulado conjuntamente a elementos
de origen y contenido diverso, llega a nuestros días con la fuerza y
la vitalidad que le presta, precisa.mente, su originado carácter reli­
gioso. Esta tesis nos viene sugerida por los estudios de Voegelin,
Molnar
y Cohn en el terreno de la historia de las ideas políticas, y
en él de las preocupaciones estrictamente filosóficas, por las inves­
tigaciones de
Cassirer en tomo a las formas simbólicas y sus pro­
yecciones políticas
(6). Los logros con que se cuenta hasta el mo­
mento en este orden de estudios no permiten sino ronclÚSiones par­
ciales y provisorias, debido fundamentalmente a que los áspectos
documentales presentan aún importantes lagunas. Intentaremos, sin
embargo, explicitar ~gunos_ · de los aspectos centrales de nuestra tesis.
La
filosofía de la Historia se origina ron la fe judía y cristiana.
(5) García ·Pelay'o, M.: Mitos y simbo/os politico;, Madrid, 1964, pá­
gina 11.
(6) Voegelio, E.: Or(/er·and History, Louisiana Uníversity Press, 1956;
Nueva ciencia de la politica, Madrid, 1968; Los movimientos gnósticos ...
cit/ Molnar, Th.: El utopismo, la here¡ia perenne. Buenos Aires, 1970; Cohn, N::
En. pos del milenio: Barcelona, 197:l; Cassírer, E.: El mito del Estado .. Mé­
xico, 1968,
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LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORJA
El hombre de la antigüedad, instalado en un cosmos atmónico, de
leyes necesarias e ineluctables, no llega a una percepción de lo his­
tórico.
Sólo con la idea ,evelada de un cowenz<> y un fin de la
historia será
posible concebir la atribución de un sentido al devenir
y de un contenido al proceso histórico.
Los elementos que dominan la filosofía cristiana de la Historia
son,
a primera vista, el principio mesiánico, el principio escatoló­
gico, el principio de la dinámica histórica, la idea de la libertad
personal y la idea de la
fusión entre lo trascendente y lo histórico
(7).
Es en la tradición judeo-cristiana donde pot "ez primera se ma­
nifiestan de una manera conjunta estos componentes religiosos e
intelectwrles, como base de una concepción integral de la vida hu­
mana y de la historia. Frente al mesianismo escatológico de la
tra­
dición judía, la revelación neotes=ntaria agregará la idea de li­
bertad personal.
"A la interpretación cíclica, cerrada, de la Historia,
peculiar en el espíritu helénico, el mundo hebraico opone una
con­
cepción de la historia interpretada ttágicamenre, como drama, como
proceso, como finalidad" (8). Si bien es cierto que las imágenes
apocalípticas del Fin del Mundo se encuentran ya presentes en tra­
diciones religiosas y filosóficas anteriores
-como las grandes reli­
giones orientales, en la tradición mesoporámica, en la tradición mítica
griega recogida por
Platón, etc.-, lo cierto es que la concepción
judeo-cristiana presenta una innovación capital: el fin del mundo ya
no aparece como la clausura de un ciclo histórico y, a la vez, como
preludio de la apertura de otro nuevo; sino como un acontecimiento
único en una cosmogonía también única (9). Con la Revelación que­
da abolido el tiempo circular y se abre la perspectiva del tiempo
lineal e irreversible, como horizonte de la Salvación y escenario del
triunfo de la Hisroria Sagrada. Si para los judíos la venida del Me­
sías es anuncio del fin del mundo y de la restauración del Paraíso
primordial,
para el cristianismo es preámbulo de la segunda venida
de Cristo
y el Juicio Final. Frente al milenarismo de las épocas
(7) Uscatescu, J.: Historia y Escatología, Madrid, 1959, pág. 67.
(8) Uscatescu, J.: Op, ch., págs. 68-69.
(9) Eliade, M.:
Mito y realidad. Madrid, 1973, pág. 78.
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BNRJQUE ZULETA PUCEIR.O
históricas qire se interpretaron a sí mismas bajo el signo de la
catástrofe final, el Catolidismo presenta una aceptación de la his­
toria y de su misterio fumlammtal. La idea del fin del tiempo y
de ia historia es, para el cristiano, solidaria -a su correlativo: la.
idea de una creatio ex ni-hilo como acontecimiento fuera del tiempo
que soporta como fundamento la existencia de
lo creado. La Re­
velación
acerca del fin de la Historia habla de una verdadera trans­
posición del ser temporal del mundo histórico a
un estado de inme­
diata participación
en el modo de ser intemporal del Creator (10).
Para
el cristianismo, la cirestión acerca del fin de la historia es
idéntica a la de su contenido y, por consiguiente, a la de su sentido.
Fin, sentido y contenido son nociones íntimamente solidarias, en
el contexto de las realidades fundamentales de la Historia de la Sal­
vación (11). A la sola luz natural de la Razón --despojada del au­
xilio de
la Palabra revelada-resulta difícilmente aceptable la idea
de
la venida del Anticristo. Ello es concebible en la perspectiva de
conceptos fundamentales tales como la existencia del pecado ori­
ginal, falta cometida al comienzo del tiempo, que intraduce en el
hombre una carga que lo disminuye a lo largo de su existencia his­
tórica. Para la Revelación, el Logos, encarnado en Cristo, vence a la
degradación introducida por el
pecado en la naturaleza, y la Gracia
sobreeleva
al hombre a la posibilidad de la Salvación. En esta pers­
pectiva,
el hombre se enfrenta a la idea del mal, a su presencia en la
historia, a la posibilidad
inevitalile de la derrota final de la poten­
cias demoníacas y también --- a la realidad y sentido último del martirio.
Como acontecimiento histórico por antonomasia, la venida de
Cristo abre al hombre la perspectiva del pasado y del fututo como
fases temporales de la Historia de la Salvación, y como límites de
un presente en el que la libertad cobra toda su trascendencia y sen­
tido. A diferencia de la perseverancia de la actitud judía, la espe­
ranza cristiana reposa
en fa seguridad de un hecho históricamente
cumplido:
el cumplimiento del aspecto preliminar del designio di-
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(10) Pieper, J.: Sobre el fin de los tiempos. Madrid, 1955, pág. 96.
(11) Peieper, J.: Op. cit., pág. 175.
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LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORIA
vino, consumado con la venida del Salvador y el anuncio para el
cristiano
de la victoria final (12).
La Historia de la Salvación ilumina y otorga sentido a la historia
humana, aunque los acontecimientos terrenales no configuren la
preocupación principal para el mensaje del Nuevo Testamento. "Como
mensaje escatológico del
Reino de Dios, la teología del Nuevo Tes­
tamento carece esencialmente de una preocupación por la historia
política de este
mundo"" •.. ""Tal inteligencia teológica de la historia
de la
humanidad no puede ser transpuesta en términos de historia
mundial,
ni elaborada en sistemas filosóficos •. ;'" -acentúa aún más
Lowith-(13). El Reino de Dios no es de este mundo; se pre­
senta como una realidad
transtemporal, más allá de las estructuras
terrenas y de la Historia misma.
Si la reflexión griega insertó el tema del hombre y sus relacio­
nes con lo divino en el marco de una cosmología destinada a apre­
hender
el sentido racional del acontecer cíclico del tiempo, la refle­
xión cristiana funda, en cambio, la posibilidad de una teología y
de una filosofía de la historia como proceso lineal. La conciencia
histórica
propiamente dicha nace, pues, a partir del advenimiento
de la Revelación1 y su p.tlimera gran sistematización será precisa­
mente la Civitar _Dei,_ agustiniana.
3. Las tensiones iniciales.
El Cristianismo nace como una religión basada en la fe en una
revelación de carácter
sobrenatural, históricamente. apoyada en los
textos sagrados
y en la tradición, con una vocación de universalidad,
obligatotiedad
y verdad de la que carecían las religiones aoteriores y
contemporáneas (14). Si bien sus formulaciones primitivas distaton
(12) Lowith, K.: El sentido de la Historia. Madrid, 1973, pág. 214.
(13) Lowith, K.: Op. cit., pág. 215.
(14) Sobre el sentido del .mensaje cristianó· y su relación con la filoso­
fía de su tiempo, cfr. el completo esquema ofrecido por Fraile, G.: Historia
Je la Filosofía, ed. actualfaada por Urdanoz, T. Madrid, 1975, vol. II (1.2),
páginas 60 y sig,.
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de adoptar el carácter de la sistematización filosófica, en sus pro­
yecciones implica la propuesta de una visión total del universo y del
hombre,
. en sus relaciones con un Dios personal, único y salvador
que, en su trascendencia, provee con infinita justicia y misericordia
el sentido de la historia humana.
Este mensaje resuena en un mundo entrecruzado por las más
di"'rsas religiones y cultos, en el que el poder secular reconoce su
soporte espirituaJ en las formas agonizantes del paganismo antiguo.
La misión paulina es, fundamentalmente, la afirmación de la nueva
concepción frente a las tradiciones helénicas y judías. Y si la ex­
posición del Evangelio en las comunidades primitivas y en los Pa­
dres
ApostÓlicos no alcanza en un principio los niveles de elabo­
ración propiamente filosóficos, ello aparecerá como· una necesidad
perentoria
al suscitarse, contemporáneamente a la aparición del cris­
tianismo, las primeras tensiones doctrinales, producto precisamente
de la colisión con las tradiciones religiosas y filosóficas vigentes. De
hecho, la proyección de la revelación neotestamentaria en el mundo
de i~ primeros años de nriestra Era, marcó una evolución que va
desde la escatología milenarista del reino hist6rico, hasta la escato­
logía de la perfocción transhistórica y sobrenatural, proceso a través
del cual el Cristianismo se separó de sus lazos con la tradición del
mesianismo judío (15).
Si el Cristianismo dejara de influir, tanto re­
ligiosa como filosóficamente, sobre la cosmovisión judía, no ocurrirá
lo mismo a la inversa, ya que la presencia de elementos provenientes
del mesianismo judío aflorarían aún con carácter esporádico
en las
sucesivas etapas de la historia del pensamiento cristiano.
Los planteamientos milenaristas son uno de los ámbitos princi­
pales de esta reverberación esporádica,
y en el momento que no.,
ocupa lo., mismos contar0n con un cierto clima inicial favorable en
algunas orientaciones de la primera patrística, aunque bien pronto
fueron condenados por
su carácter herético. El contexto religioso y
filosófico, de tonalidades eminentemente sincteristas, caracterizado por
la
pervlvencia del platonismo medio y el neopitagotismo y exaltado
(15) Voegelin, E.: Nueva ciencia de la política, r:it., págs. 169' y sigs.
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LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA RISTORJA
por las persecuciones y el espíritu del martirio, operó favorablemente
en el afianzamiento de los movimientos milenaristas y su ooncep­
ción de la .venida inminente del Reino de Dios y de la posibilidad
de instauración
del mismo en la Historia, cuyas manifestaciones más
virulentas se dieron, sin duda, en el s·eno de las primeras sectas gnós­
ticas (16).
Estudiando el fondo
común de las soteriologías gnósticas de los
primeros siglos de
la era cristiana, N. Cohn afirma que el milenaris­
mo de las mismas describe a la salvación como:
") Colectiva, en el
sentido de que debe set disfrutada por los fieles como colectividad;
b) Terrestre, en el sentido de
que debe realizarse eu la tierra y no
en el cielo, fuera de este mundo; e) Inminente, en el sentido de que
ha de llegar pronto y de un modo repentino; d) Total, en el sentido
de que transformará
toda la vida en la tierra, de tal modo que la
nueva dispensa no será una mera mejoría del presente, sino la per­
fección definitiva; •) Milagrosa, en el sentido de que debe realizarse
por o con la ayuda de intervenciones sobrenaturales (17). El reino de
los santos supone un verdadero acontecimiento cósmioo en el que ia
transformación no sólo alcanza a la sociedad, sino, más profunda­
mente,
a la misma naturaleza humana y significa la plenitud del
espacio, del tiempo y de la Humanidad.
En los resultados de las tensiones iniciales entre el Cristianismo
y sus desviaciones heterodoxas queda definido ya el sentido de la
simbología política occidental.
La afirmación de la Iglesia "como
organización universal y espiritu"1 de santos y pecadores que profesan
la fe en Cristo, romo representante de la Civitas D"e1 en la Historia,
como un rayo de luz en la eternidad del tiempo", no pudo menos que
concluir oon la afirmación del poder secular como instancia de re­
presentación temporal
del hombre, "en el sentido específico de re­
presentación de aquella parte de la naturaleza humana que perecerá
al transfignrarse el tiempo en eternidad" (18).
( 16) Para. todo ésto, Orbe, A.: Cri.rtologia gnóstica, Introducción a la
soteriologia de los siglos II y III. M'.adrid, 1976, 2 vols.
(17) Cohn, N.: En pos del milenio, cit., págs. 11 y 12.
(18) Voegelin, E.: Nueva ciencia ... cit., pág. 172.
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ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
La articulación de un doble orden de representación -espiritual
y temporal-abandonaba la dimensión milenarista operante en el
pensamiento judío
y en la recepción gnóstica de la misma, y fundaba
a
Ja vez uno de los símbolos fundamentaJ!es de la visión occidental de
la sociedad política (19): el de la Corona, o el podet como símbolo
de la transpersonalidad y legitimidad del orden político, paso decisivo
en el proceso de objetivación y abstracción del orden político, que
desembocaría fioa:1mente en el moderno concepto de Estado.
Como
indica V oegelin, la idea del Impetio o Nueva Roma -pre­
sente en los movimientos de masas en la actualidad-o como· conti­
nuación del Imperio Romano, de importancia fundamental para la
comprensión
de la evolución del concepto de Estado, es a[go más que
una vaga nostalgia histórica;
formó parte de una concepción en la
cual· el fin de Roma significaba el fin del mundo en un sentido es­
catológico. Para la síntesis cristiana de los primeros siglos, hasta San
'Agustín, Roma encajruba en la idea de una sociedad cristiana, me­
diante
la referencia a la profecía daniélica de la Cuarta Monarquía
(Daniel, 2, 44), al "imperium sine fine" (Virgilio, Eneüla, I, 278-79)
como último reino antes del
fin del mundo. La Iglesia, en cuanto
representación históricamente concreta del destino espiritual del hom­
bre, encontró
su paralelo en el Imperio Romano, como rep,:-esentación
históricamente concreta de la temporalidad humana (20).
El análisis de las fuentes disponibles indica que la tendencia de
redivinización de la existencia terrena no apareció de una manera
totalmente definida en este momento del primet gnosticismo. Abundan
las referencias fragmentarias,
pero falta aún el sistema. Habría que
aguardar hasta el siglo XI y, más concretamente, hasta el siglo XIII
para ~et perfectamente definida la escatología del Reino como cous­
i:rucdón sistemática.
(19) Cfr. a este respecto los estudios de M. García Pelayo relativos a
la Corona como símbolo y como concepto político, y a Fa:lerico II de Suabia
y el Estado Moderno, incluidos en Del mito y de la 'IVzón en el pensamiento
político.
Madrid, 1968, págs. 13-64 y 141-223. Además, Mitr.>s y símbolos
políticos,
cit., págs. 23 y sigs., y El Reino de Dios ·como arquétipO político.
Estudio wbre las formas políticas de la Alta Edttd Media, Madrid, 1959.
(20) Voegelin, E.: Nueva ciencia ... cit., pág. 172.
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LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORIA
La gnosls de los siglos II y III d. J. C. se manifiesta a través de
innumerables sectas, cuyos puntos de divergencia son tal vez mayores
que los de
coincidencia, y si alguna consideración uniraria cabe, es
precisamente la
que parte de la constatación de su carácter herético y
contrario a la
fe de la Iglesia. Para Bonaiutti, el gnosticismo, aparece,
en su esencia
y programa, como una tentativa grandiosa de traducir el
anuncio de la Salvación cristiana
en rérrninos filosóficos y de diluir
el entusiasmo revolucionario
suscitado por la esperanza de la Parusía,
en la visión abstracta de un lento proceso de reintegración o reabsor­
ción del hombre en la
posibilidad de perfección terrena. Responde,
sobre
todo, a la exigencia inmanentista de ligar la experiencia reli­
giosa a los problemas
concernientes al origen del unii,erso y

a la
presencia del mal
y del sufrimiento en el mundo. Su culminación
necesaria es una gnosis o sabiduría esotérica y redentora, como
forma
superior de conocimiento capaz de liberar al hombre del pecado, a
través de la posesión individual
de lo divino (21).
En este sentido,
para De Faye, el gnosticismo, independientemente
de su carácter previo o posterior al Cristianismo, aparece como una
tendencia receptora de inquietudes religiosas y especulativas propias
de la
época, lo cual es especialmente evidente a través de la presencia
de ciertos
temas comunes a todas las tradiciones. La idea de la pose­
sión de
un conocimiento secreto y sublime -fondado para unos en
el mensaje bíblico y para otros en las cosmogonías paganas-arti­
culado como ciencia
de lo Invisible, despreocupada de lo real en virtud
del cerrado dualismo
que escinde io terrenal de lo trascendente -rema
de indudables ecos platónicos-se une en el gnosticismo a la aspi­
ración religiosa hacia una redención concebida en términos cósmicos,
fundada en una 11ocalio divina, y a la cual se llega sólo pO<' la vía de
un riguroso ascetismo liberador del espíritu, ideas éstas que son co­
munes al neoplatonismo, al estoicismo, a los cultos herméticos y a
las religiones orientales (22).
(21) Bonaiutti, E.: Storia del Cristianesimo. Milán, 1944, cap. IV, es­
pecialmente-págs. 98 y 99. Cfr. asimismo su I/ Gnostir:ismo. Storia d'anti(he
lotte religiose. Roma, 1907.
(22) Faye, E. de: Gnostiq11es et gnosticisme. París, 1925, págs. 439 y sigs.
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ENRJQUE ZULETA PUCEIRO
En función de esta caracterización general que hemos intentado,
las diversas expresiones del gnosticismo presentan cierros desarrollos
comunes:
a) La noción de Dios como principio absoluto y radicalmente
lejano; más allá del mundo sensible e, inclusive, del de las Ideas (23).
Inaccesible,
inrognoscible, de una infinita bondad, Dios trasciende
hasta los niveles de su
separación total de la obra creada, a la cual es
ajeno, tanto en lo que respecta a la creación como al propio gobierno
del
mundo (24). Nace aquí la idea del hombre como un extraño,
"arrojado" al mundo, como a una prisión o a un exilio, lo cual im­
plica el abandono de la idea griega del hombre como parte armónica
del orden
cósmico, que se sobreeleva desde el reino de la materia
contingente
y sensible, ·liasta el reino de las Ideas. Para el gnosticismo,
la
relación Dios-Mundo es de separación y, en algunos casos, de opo­
sición (25).
b) El dualismo Dios-Mundo es salvado a través de complejas
elaboraciones y representaciones, provenientes en genera[ del plato­
nismo medio, y que configuran uno de los elementos que permiten
distinguir a las diversas sectas
entre sí. En 1,eneral, se piensa en ema­
naciones descendentes, a través de -las cuales una serie de seres inter­
medios vinculan a la Creación con el principio divino supremo. Entre
ellos
destaca la figura del Demiurgo o creador del mundo sensible.
Estas -instancias intermedias e intermediarias operan, a su vez, como
redentoras y explican, para la perspectiva gnóstica, la antinomia entre
la infinita
bondad divina y la radical maldad del mundo.
(23) Faye, E. de: Op. cit., plig. 464.
(24) Cfr. Fraile, G.: Op, cit., pág. 88 y Mac Rae, G. W. en la voz
«Christian gnosis» de la New Catholic Encyc/opaedia, -YI, págs. 523-528.
(25) Cfr. Peterson, E.: v02: -«.gnoJis» en Encíclópédia Cattolica, VI,
páginas 87:5-882, y, asimismo, las consideraciones de Mircea Eliade relativas
al desarrollo
de la mitología del Olvido y el Recuerdo en las culturas su­
periores y su conexión con la idea gnóstica de la caída del alma en la materia
y del «sueño mortal» consiguiente, La palabra clave del lenguaje gnóstico es
«otro», «extranjero» o «-extraño». ·La develación capital consiste en que a
pesar de
que e8té en el mundo, el gnóstico no pertenece al mundo, que pro­
viene de otro mundo, idea ésta que pertenece también a la especulación fi.
losófica hindú. Cfr. Milo y realidad, cit., plig. 149.
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LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORIA
e) El acentuado pesimismo de esta concepción es la fuente de
un fatalismo cósmico. El mundo es el dominio de la materia, lugar
de
nacimiento y muerte de todas las cosas, cuyo origen no puede ser
atribuido sino al pecado de íos seres intermedios, que es la ruón y el
comienzo del desorden
de la realidad. La creación tiene, de alguna ma­
neta,
un sentido ético, y resalta la idea de la bondad del hombre,
víctima
de la maldad de "lo otro" (26). El principio del pecado tras­
ciende a la naturaleza humana, idea que se proyectará al pensamiento
moderno bajo formas simbólicas diversas, entre las que resalta espe­
cialmente en nuestros días, la del
"pecado de las estructuras", opre­
soras del hombre
y fuente de la maldad terrenal.
d) Las ideas antropológicas giran en torno a una concepción del
hombre como compuesto
de un principio malo ---el cuerpo--y otro
bueno
--el alma-. El mundo es una prisión que clausura la posibi­
lidad
de acceso a las esferas de su originaria prooedencia celestial.
Sólo a través del
esfuerw ascético por liberar el "1ma de las flaque­
:zas de la carne es posible el reencuentro salvador del hombre con
su
perfección. La búsqueda de perfección puede canalizarse, sin em­
bargo, por vías diversas a la de la ascética, a través de la expansión
desenfrenada
de los apetitos y tendencias pasionaies, como medios de
liberación del alma de todo compromiso o responsabilidad (27). Lo
que en definitiva determina la posibilidad de salvación es la propia
llamada de lo divino, a la cual se accede por las vías de un conoci­
miento esotérico o
S<>ber de elegidos: la gnosis (28).
Los temas que hemos expuesto ronstituyen el núcleo conceptual
del gnosticismo como forma principal
de las escatologías' niilenatistas
iniciales. Sus expresiones concretas son infinitas y varían con las di­
versas sectas e, inclusive, con la propia evolución de ias µúsmas. Su
sotetiología se eru;uen(:ra inescindiblemente vinculada a su cristología
y nos interesa destacar especialmente el hecho de que la mayoría de
los movimientos· gnósticos tienen .como elemento común la creencia
expectante en una venida: iruninente de Dios a la tierra como
(26) Cfr. Fraile, G.: Op, cit., pág. 89.
(27) Fraile, G.: .op. 'cit., pág. 90.
(28) Mac Rae, G. W. Op. cit.
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ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
perspectiva de liberación definitiva en el plano mundanal. Para al­
gunos estudiosos, el gnosticismo es, en definitiva, una helenización
de los contenidos iniciales del Cristianismo (Harruu:k); para otros,
constituye, en cambio, una "cristianización verbal del paganismo"
(Mac Rae) (29). lo cierro es que en .estos aspectos soteriol6gicos, la
crítica de las fuentes coincide en señalar la presencia de antecedentes
muy claros de carácter judío y, antes aún, caldeo-as.irio. En esencia
la gnosis aparece como una forma de paganismo en la que los ele­
mentos cristianos se sobreponen, a veces superficialmente
y a veces
más profundamente (30).
No puede afirmarse que los elementos de la
tradición cristiana sean ignorados por completo; hay más bien un
claro sincretismo de factores complejos que, en su conformación, se
remonta a las tradiciones
de Egipto, Siria, Asia Menor y Roma. La
idea de Cristo como Salvador es tal vez el punto de confluencia que
posibilita
la síntesis gnóstica, y a este prore;o no es ajeno, seguramen­
te,
el encuentro de las ideas judías acerca del Dios creador con la
tradición teológica neoplatónica, y de '1a Torah judía con las leyes
cósmicas neoestoicas (31).
Uno de los puntos que contribuyen a explicar la aparición de la
gnosis --a,nterior en la mayoría de sus temas básicos al Cristianismo-­
es,
tal vez, el respeto inicial de la Iglesia hacia la tradición judía, de
la CUltl provenían sus propios textos sagrados, acompañado del sur­
gimiento
de condiciones generales de inseguridad, convulsión social y
persecución, que afectaron hondamente la vida de las comunidades
cris más detallada.
(29) l\l;a<: Ra.e, G. W.: Op. cit. y Peterson, E.: Op. cit., pág, 876.
(30) Como opina, por ejemplo, Mac Ra.e, G. W. Op. dt., pág. 524.
(31) Cfr. a este respecto Schu.bert, Die religion des nachhibli.rchen Ju-
dent11ms. Viena, 19,,, con una distinción entre las corrientes gnóstico-apo­
calipticas y judeo-gnósticas. Además, Fraile, G.: Op. cit., parte I, cap. Ill,
al cual nos remitimos por razones de brevedad. Deben consultarse además,
los valiosos elementos aporta.dos por Orbe, A.: Op. cit., y su A.ntropologla
de San lreneo, Madrid, 19,9, Con cacl.der general, y muy útil a nuestro
propósito de fondo, el ya clásico Taubes., J.: Abendldndische Eschtdologie.
Berna, 1947.
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LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORIA
Lo que interesa destacar especialmente es que la gnosis se estruc­
tura como uoa tentativa general de inmanentizar el sentido de la exis­
tencia, asentando al hombre en el muodo a ttavés de la erradicación
de la falta original del creador. El gnosticismo
~forma primitiva del
utopismo--surge de la inseguridad radical que ofrece uo mundo
caótico que pone
en crisis la idea de un Dios infinitamente bueno
y absolutamente ttascendente. Como forma superior de sabiduría, la
gnosis libera
al hombre de su carga terrena, y más que elevarlo hacia
Dios,
lo conecta con él, al rescatarlo para la inmanencia, mediante el
esfuerzo racional de los elegidos. En el esfuerzo de "re-divinización"
de la
existencia terrena (32) reside, tal vez, el núcleo centtal del gnos­
ticismo,
en lo que éste se proyecta a la tradición occidental. A partir
de este substtato religioso docttinal nacerá la esttuctura de pensa­
miento y de slrnbolos polítims que had posible uoa concepción de
la historia
"desmitificada" de su núcleo misrérico fundamental, y
convertida así en una ,eaiidad absttacta, en un ente de razón, cog­
noscible
y, sobre todo, manipulable a través del esfuerzo especulativo.
Pero
pata este nivel de desarrollo, habrá que aguardar al resurgimien'
to del gnosticismo ,en la Alta Edad Media y su aporte al milenarismo
de entonces.
4. El milenari:omo altomedieval
Desde la época de las tensiones iniciales de !os siglos 11 y m, la
Iglesia se vio forzada a la defensa de las variantes heréticas. El gnos­
ticismo, entte ellas, ponía en tela de juicio no sólo la historicidad de
Cristo
y de su mensaje de salvación, sino la esencia de es,te último, a
través de la tergiversación inmanentista
del milenarismo. Es por ello
que la reflexión de la primera patrística se orientó muy pronto a la
consideración de una
filosofía y una teología de la historia, edificru:la
a partir del hecho de la Encarnación como acontecimiento del tiempo
histórico
y no del tiempo cósmico de la gnosis. La Cwita.r Dei sería
la máxima concreción docttinal de esta tatea. Frente a los negadores
(32) Voegelin, E.: N11e11a Cienda, cit., pág. 194.
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ENRJQUE ZULETA PUCEIRO
de la esencia del dogma, afirma San Agustín: "los que rehusan creer­
los, se
afanan por contravenirlos con raz.onamienros humanos, llenos
de
errores., y mentiras, sosteniendo, bien que esos testimonios de las
Sagradas Escriruras
tienen otro sentido, bien negando autoridad di­
vina a esas
palabras" (33). Y frente a los "milliarios" -traducción
agustiniana del griego x,i.wa,á;,-edifica su vasta rarea inter­
pretativa, sustento de la Iglesia en sus luchas posteriores frente a la
resurrección de la
escatologf¡t milenarista (34). La construcción de
San Agustín consolida la
trabajosa especulación precedente, basada
fundamentalmente en la polémica frente a
un clima hostil. Desde el
punto de vista que
nos interesa, no sólo afianza la simbología propia
de la
representación política en la Edad Media, sino que --romo
indica Karl Lowit!h-, cancela definitivamente la concepción cíclica
del paganismo. Corno
tal, es el triunfo de la Esperanza como actitud
fundamental ante la Historia, "porque la Esperanza y la Fe se refieren
esencialmente al fururo,
y éste no puede existir si los tiempos pasados
y los venideros son fases iguales de un ciclo sin comienzo ni fin" (35).
(33) Civitas Dei, XX, l.
(34) Op. &#., XX, 7, l. En XX, 7, 2, dice: «Los mil años pueden
entenderse de
dos maneras a mi modo de ver: o porque eso ha de pasar
en los mil últimos años, es decir en el sexto millar, como en d sexto día,
cuyos últimos años transcurren ahora para ser seguidos del sábado que no
tiene tarde o sea del reposo de los Santos que no tendrá fin. Y en este sen­
tido llamaría aquí mil años a la última parte de ese tiempo, como un día
que dura hasta
el fin del mundo~ tomando la parte por el todo. O se sirve
de
los mil años para designar la · duración del mundo, empleando un número
perfecto para denotar la plenitud del tiempo. El número mil es el cubo de
diez, y diez multiplka,do por, diez es cien. Es una figwa plana, y para ha-·
cerio sólido, es preciso multiplicar cien por diez, y tenemos ya los mil. Por
consiguiente, si a
veces se emplea el nµmero cien para indicar totalidad, como
cuando el Señor hizo esta promesa a aquel que deja todo para seguirle:
Recibirá cien doblados en esta vida -lo cual expresa el Apóstol de este modo:
Como no teniendo nada y poseyéndolo todo pues ya había dichó antes que
el
mundo ·Je la. riqueza es propiedad del hombre fiel-¿Cuánto más se
usa,rá -el número· mil para. designar upiversalidad siendo el cubo de. diez?
Este .es el mejor sentido .de aquéllas palabra,s del salmo:_ Nunca-jamái-se ha
olVíiado -'Je la alianza y de la promesa hecha para mil generaciones, o sea
para todas».
(35) L6with, K.: Op. cit., pág. 185.
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LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORJA
La inmensidad histórica de los acontecimientos terrerurles cede, pues,
ante la perspectiva trascendente y última del Reino de Dios al cabo
del tiempo.
La más moderna historiografía coincide en atribuir a la persona
y a Ia obra de Joaquín de Fiore (1131 ó 1145-1202), la primera expo­
sición
sistemática de !os vari"'1os intentOs de reformulación de la te­
mática ·escatológict>-'milenarista en ·el siglo xn, en pugna con la idea
del fin de Ia Historia como culminación trascendental afirmada en la
Cwita.r Dei. Para N. Cohn, la construcción joaquinita es el sistema
profético de mayor influencia
en la historia europea hasta la aparición
del marxismo (36). Sobre la base
de profundos estudios bíblicos y
como consecuencia de experiencias místicas y revelaciones persona·
les, el abad y ermitalío calabrés, elaboró una concepción acerca del
fin de la historia
en la que se encuentran presentes los motivos fun­
damentales del gnosticismo y del· milenarismo, ordenados sobre la
base de una interpretación alegórica de las escrituras.
Las causas del resurgimiento del profetismo milenarista entre los
siglos
XII y XIII son complejas y la illvestigación en este campo se
encuentra en sus primeros pasos. Cabría decir, en un orden general
de ideas, que concurrían
las condiciones generales de inseguridad y
sufrimiento en que suelen prosperar las manifestaciones urópicas. No
debe olvidarse tampoco que se trata de una época de reformas sus­
tanciales
en el seno de la. Iglesia, impulsadas no sólo por las órdenes
y monasterios -como Cluny y Hirsau en los siglos x y XI-, sino
sobre todo
por el papado, en su lucha por la autonomía de la Iglesia
· frente al poder político de monarcas y nobles. Por otra parte, desde
un punto de vista sociológico, Cohn apunta· que las regiones europeas
· en las que las profecías de una Edad de Oro en los últimos días toma­
ron un sentido revolucionario y una nueva fuerza explosiva fueron
precisamente aquellas que fueroµ superpoblándose y que se encon­
traban involucradas en
un rápido proceso de cambio social y econó­
mico, apartándose
ya del mundo campesino y agrícola típicamente
medieval (37). La crisis de vak>res religiosos y sociales, la quiebra
(36) Cohn, N.: En pos del milenfo, cit., pág. 115.
(37) Cohn, N.: En pos del .milenio, dt;, págs. 55 y sigs.
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ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
del orden de relaciones comunitarias en un contexto de reacomoda­
miento
estructural de la sociedad, fueron el clima favorecedor de la
nueva
y renovada aparición de las concepciones milenaristas. No es
de descartar
tampoco el heoho --,;eñalado por V eogelin-de que el
crecimiento
de la civilización occidental, en una edad que comenzaba
a palpar la fortaleza de sus músculos, no era ambiente propicio para
la
acepración fácil de un mensaje que relativizaba las posibilidades
de
una perfección terrenal, como el que podía inducirse de la obta
agustiniana (38).
La construcción de Joaquín de Fiore es un nuevo intento de dotar
de
un contenido y sentido inmanente al curso de la historia. En este
empeño, el nuevo
milenarismo acudiría a la herramienta conceptual
más próxima y vigente en el pensamiento de la época: la acción di­
vina
en la historia. En Joaquín de Fiare, la misma toma la forma de
una próxima e inminente
.irrupción del Espíritu Santo en el aconte­
cer inmanente, y ello justifica la elaboración de un nuevo sistema
profético, basado en la consideración. de la historia a la luz de la
docrrina de
la Santísima Trinidad (39).
Para
Joaquín, la historia. de la humanidad presenta tres períodos
(38) Voegelin, E.: Nueva ciencia. .• cit., pág. 185.
( 39) Sobre Joaquín de Fiore puede consultarse los ya clásicos estudios
de
Grundmann, H.: Studien über Joachim von Floris. Leipiig, 1927; Bou­
naiuti, E.: Gioacchino da Fiore: I tempi, fa vita il messagio. Roma, 1931;
Lówith, K.: El sentido de la Historia, cit., cap. VIII; Cohn, N.: En ·pos del
milenfo, cit., cap. 6, y una completa referencia bibliográfica. En este sentido
es de suma utilidad Russo, F.: Bibliogrt$fía gioacchimita en Biblioteca dí
Bibliografía Italiana, vol. XXVIII. Florencia, 1954. Cfr. asimismo Voege­
lin, E.: Nueva ciencia ... cit. pá~.-174 _y sigs,; Taubes, J.: Abendli:indi:rche
Eschato/ogie, cit. libro II, cap. V, págs. 77 y sigs., especialmente 81 y 82.
García Pelayo, M.: Mitos y símho/o.r políticos, cit., págs. 29 y sigs. La ya
aludida bibliografía de Russo, que llega a 1954 proporciona un panorama
completo, que puede ser ampliado con dos trabajos precedentes- del mismo
autor:
Saggío di Bibliogr<1J-;a· Gioacchimíta en «Archivio st, Ca/abría e Lu­
cania», 6, 1936, págs. 101 y sigs. y Ra.rsegna gíoachímito-danle.rca, en «Mi.r­
cel/ania Francescana», 38, 1938, págs. 65-83. Para nuestro análisis han re­
suelto fundamentales
los aportes de Voegelin en la obra cita.da precedente­
mente y en Lo-s movimiemos dé masas gn6sticos .•. cit. págs. 19 y sig., y
Ciencia política y gnosticimo, cit.
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LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORJA
que se corresponden con las rres personas de la Trinidad: a) La lldad
clcl Padre o primer período del mundo, anterior a la venida de Cristo;
b) La edad del Hijo, posterior a la Venida y en la cual se enconrraba
la
humanidad en ese momento; e) la edad del Espíritu Santo o Ter­
cera
edad, culminación de un proceso de intens;ficación de la pleni­
tud
espiritual. La primera edad se desarrolló baijo el signo del seglar,
la segunda bajo el del sacerdote contemplativo, y la tercera implica­
ría el perfeccionamiento definitivo de la vida espiritual del monje,
con
lo que quedaba incorporada la inquietud de reforma espiritual de
la Iglesia,
agudamente sentida enrre los siglos XI y XVI.
Las sucesivas edad"' históricas presentan, en el esquema joaqui­
nist.a, una estructura -similar y, por tanto, claramente comparables. Uno
de los elementos comunes es, por ejemplo, el de que las rres ,edades
se encoenrran presididas por una rrinidad de conductores o figuras
clírigentes: dos precursores y luego el Caudillo de la lldad. En la
primera Edad, el primer precursor fue Adán -"en temor y bajo el
signo de la ley-"; desde Abrabam, la .lldad fructifica hasta alcanzar
su plenitud en Jesucristo. La segunda lldad es presidida a su vez por
el Hijo --atlm.inación de la primera-y es inaugurada por Isaías
"en
fe y humildad, y bajo el signo del Evangelio"; avanza en super­
fección con Zacarías y alcanzará su perfección en el futuro. La
Tercera Edad, bajo el Espíritu Saoto como signo, cuenta ya como
precursor a Sao Benito, "en amor y alegría, bajo el signo del Es­
píriru" (40).
La Tercera lldad inaugurará el reino de la libertad y perfección
definitiva de la Humanidad eo el seoo del tiempo. Apartado del mito
de la repetición dclica
universal presente en la primera gnosis, Joa­
quín de Fiore recupera el motivo m.ilenarista y recusa la interpretación
eclesial de la historia, afümaodo la venida del Espíritu y, con ella,
la regeoeración definitiva de la
Humanidad en el horizonte de la in­
manencia.
En la concepción rrinitaria de la historia queda prefigurada la
( 40) Nuestra exposición sigue los lineamientos expuestos en la biblio­
grafía precedente, completada por Eliade, M.: Mito y realidad, cit., páginas
198 y 200 y El mito del eterno retorno. Madrid, 1972, pág. 133.
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ENRJQUE ZUUJTA PUCEIRO
simbología que dará origeu a la concepción dialéctica de la historia,
luego
de una compleja evolución ideológica· de la que interesa des­
tacar el aporte de Lessing (41) --cuya influeucia a través de los
saintsimonianos influyó probablemeute eu
la doctrina de los tres es­
tados en Comte-y, por otras vías, de Fichte, Hegel, Schelling y
Marx. En Joaquín de Fiore, las tres edades se sobreponen, pues la
aparición de la segnnda se produce ya en el seno de la primera,
dentro de la
cual se encuentra contenida como en germen, y lo mismo
ocurre con
la terceta respecto a la segunda. El tiempo del Espíritu
Santo está prefigurado y esbozado en las edades precedentes, ya que
-como obsetva Lowirh-, "toda figura y acontecimiento del· Viejo
Testamento es, Si se entiende :espiritualmente, promesa y significa­
ción de figuras y acontecimientos correspondientes al Nuevo Tes­
tamiento" (42). Esta visión, en la que el tiempo se desarrolla a
través de edades que
se suponen, oponen y coimplican entre sí, no
sólo desde el punto de vista
de su con•enido y sentido, sino desde
un punto de vista cronológico inclusive
-ya que figuras del An:
tiguo Testamento coexisten con figutas del Nuevo y precursores
de una
etapa anterior aparecen como conduetotes de la posterior-,
setá uno de los slmbolos básicos de la cosmovisión histórica moderna.
A ello debe agtegarse que Joaquín
de Fiore marca el arranque
de un-método revolucionario de interpretación profético-histórica,
fundado en alegodas y tipologías, y en la afirmación de la existen­
cia de una relación de mutuo condicionamiento entre historia y
Esctirura, que preanuncia la "lecrura dialéctica" de nuestros días.
La condición dialéctica de la propia realidad condiciona la estruc­
rura también dialéctica de su: método hermenéutico rorrespondiénte.
El proceso histórico es una totalidad sucesiva que se desenvuelve a
partir de sí, en una sucesión necesaria de edades que no deja margen
pata la irrupción espontánea del fin de los tiempos, para la idea
de libertad
humana y pata la misma presencia divina concebida como
Providencia. La propia Revelación cobra dicho carácter de consecu-
(41) Especialmente su Ed11cación de la raza humana, át. por Eliade, M.:
Mito
y realidad, cit., pág. 199.
(42) Lowith, K.: Op, cit., pág. 168.
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LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORJA
tividad, en contradicción con la cóncepción de la Tradición. La
época del Espíritu Santo es el fundamento de la esperanza terrena
milenarista,
en tanto que el fin de los tiempos y la salvación o con­
denación en la eternidad constituyen, en cambio, la esencia de la
esperanza cristiana.
La empresa afrontada por el Evangelio Eterno de Joaquín de
Fiore adelantaría también el destino
trágico que aguardada a las
ideas de la
modernidad. Formuladas en un determinado contexto
espiritual, las ideas de igualdad,
libertad, fraternidad, etc., cobtarían,
al momento de los intentos de concreción-práctica, una fisonomía
radicalmente opuesta (43). Como bien indica Liiwith, la intención
joaquinita "de desecularizar la Iglesia
y restaurar su fetvor espiri­
tual, vendría a convertirse en otras manos en todo lo contra,rio: la
secularización del mundo, más y más mundano cada vez, pot el sim­
ple hecho
de que el pensamiento escatológico sobre las últimas cosas
fue aplicado a.materias menos· im¡x>rtantes, heaho éste que intensi­
ficó la fuerza de la existencia seculat de una solución final de los
ptoblernas que no podían set resueltos por sus medios y en su propio
nivel. Y sin embargo,
fue el intento joaquinita y la influencia de
sus doctrinas lo que abtió el camino de estas tergiversaciones futu­
ras" (44).
Es que el efecto de la ptédica joaquinita, al igual que ocu­
rriría siglos después con la Reforma protestante, podía
desembocar
en un esfuerzo total del hombre bada su propia purificación inte­
rior, o bien en todo lo q>ntra.rio: en el estallido de un misticismo
activista destinado a convertir al hombre en su,jeto y dueño de la
historia
y, por consiguiente, en agente de la Slllvación final en la
Nueva Edad. La modernidad respondería a la segunda alternativa,
según el secreto mecanismo final de todas las construcciones utó­
picas. Y la Revolución' desarrollada los gérmenes de la dialéctica,
presentes en el gnosticismo,
hasta elaborarla como una verdadera
forma
espiritual del hombte de nuestro tiempo.
(43) Sobre ello hemos ~1exionado en nuestro Justicia e Ig11aldaá, en
«Verbo», núms. 148~149, 1976, págs. 116-188. Cfr. asimismo Arendt, H.:
La c.Qndición humana. Barcelona, 1974, págs. 328-329.
( 44) Lowith, K.: Op. cit., pág, 128.
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ENRIQUE ZULET A PUCEIR.O
II
LA CONCEPCIÓN DIALÉCTICA DE LA. HISTORIA Y LA REVOLUCIÓN
MODERNA,
Nuestra incursión por el romplejo panorama de los componen­
tes
gnóstiros que alimentan al espíritu de la modernidad permite
yá., no obstante su necesario esquematismo, formular una síntesis
de los elementos simbólicos que la autointerpretación de la sociedad
occidental debe a estas corrientes de pensamiento, centrada sobre
todo en el terna de la concepción dialéctica de la historia.
Previamente, procuraremos r-esumir -siguiendo sobre todo a las
investigaciones de Voegdin y Orbe--los puntos centrales de la
antropología gnóstica:
a) El hombre es un ser "arrojado" a la existencia terrenal, in­
tuitivamente rebelde a
su condena y volcado a la recupetación in­
tegral
de sí mismo a traevés del saber superior de la gnosis.
b) Creencia en la pos;bilidad de liberación definitiva de la
humanidad con respecto al
pecado, a través de la erradicación del
mal en este mundo.
e) Creencia de que todos los males que acompañan al hombre
durante
el curso de su vida t=enal derivan de un desorden inicial,
introducido
por el pecado del autor o autores del mundo, falta a la
cual Dios, en su infinita lejanía y bondad, es ajeno. El pecado es,
pues, esterior al hombre, aunque lo afecte radicalmente.
d) Creencia de que la transformación sustancial de la existen­
cia
mundana es el resultado de un proceso rigurosamente mst6rico.
e) Creencia en la facultad y el poder del hombre para conver­
tirse en
herramienta y protagonista principal del cambio liberador.
f) Creencia en el papel profético y mesiániro del gnóstico,
derivado del carácter supremo
y sublime de dicho saber (45).
Estas ideas centrales, presentes en casi todas las manifestaciones
históricas del gnosticismo, tanto en su fase primitiva como, sobre
(4'.5) Voegelin, E.: Los movimientos de m'a.sas 'gn6Jticos ... cit., pág. 13.
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Fundaci\363n Speiro

LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORIA
todo, en la correspondiente a la Aira Edad Media, confluyen en la
génesis de una simbología política característica, cuyos elementos
pueden apreciarse también e:11 d propio Cristianismo, aunque do­
tados de un contenido -base, como hemos dicho, del sentid-O-com­
pletamente diferente, ya que la simbología cristiana presenta
un
contenido o sentido trascendente que deriva de su radical apertura
a
una visión también trascendente del fin de los tiempos, o sea de
la esencia y sentido de la historia.
La simbología del gnosticismo, ¡x:>r el contrario, posee un con­
tenido inmanente
y, en consecuencia exactamente opuesto al ante­
rior. Es el resultado de una irunanetitización de los contenidos re­
ligiosos originales de la tradición cristiana que, en el eclipse general
de la trascendencia, se traslada a
las formas políticas. Sin esta refe­
rencia originaria a su génesis religiosa, la mística revolucionaria y
sus mitos correspondientes resultada incomprensible. Veamos, pues,
algunos de estos símbolos básiros, proyectados en algunas de sus
manifestaciones acruales.
a) La concepción de la historia cr>mo proceso de sucesión dia­
léctica, en el que la última fase de la tríada marca la culminación
del movimiento perfectivo
de la humanidad en su lucha por la li­
beración del pecado. Cada fase se encuentra ya en
germen en las
las que la preceden y también en la totalidad misma del movimiento.
Aquí nace la
id.ea del progreso, presente· ya en la tradición judía,
pero a la ·que
la especulación joaquinira de las tres edades incorpora
el matiz propiamente dialéctico. Esre ·símbolo reconoce proyeccio­
nes decisivas
en ejemplos como el de la periodización humanista y
enciclopedista de la historia en antigua, media y moderna; en las
teorías de Turgot y Comte sobre los tres estadios sucesivos d.eJ. pen­
samiento humano -toológico, metafísico y científico-; en la espe­
culación teórica de Hegel en tomo a
la dialéctica de lo Absoluto;
en las tres fases del desarrollo socioeconómico señaladas
pot el ma­
terialismo histórico
de Marx y Engels; en el símbolo del I!Ier Reich
nacional-socialisra; en
las elaboraciones de la teología dialéctica,; teo­
logía ll"lítica y teología de la liberación de nuestros días, ere. Po­
drían multiplicarse los ejemplos de proyecciones modernas de la
701
Fundaci\363n Speiro

ENRJQUE ZULETA PUCEIRO
simbología del proceso dialéctico de la historia, tal como queda
formulado en Joaquín de Fiore. En
lo sustancial, esta visión parte,
como hemos indicado
ya, de una inmanentización del proceso his­
tórico, consumada mediante
la clausura de su apertura a la trascen­
dencia
y a la idea de fin, sin la cual resulta imposible pensar a la
historia como conjunto dotado de sentido, y a través del método de
intetpretación pofético-histórico basado en la alegoría.
b)
La figu,a del precu,sor o profeta de la Nueva Era, que como
depositario de una sa:biduría esotérica, inaccesible a los hombres co­
munes, anuncia y prepara a la bu.inanidad para el acontecimiento in­
minente de su Salvación. El primet ejemplo es - Voegelin-, el propio Joaquín, y la proyección de este símbolo al
mundo actual presenta matices infinitos, que van desde los movi­
mientos carismáticos o proféticos, la idea del partido
en el comu­
nismo marxista-leninista, la idea de Movimiento en las experiencias
políticas de inspiracióo fascista, hasta la figura misma del intelectual
en el mundo contemporáneo, convertido ·en intérprete y anunciador
de la dialéctica del Espíritu absoluto, a través de una afirmación
reivindicativa y autosuflciente de su sabet esotético. El precursor
comulga con la historia y
traseiende así de alguna. maneta la "aliena­
ción" tetrenal del hombre.
e) La figura del Caudillo (Dux). El Caudillo o Dux es el fun­
dador y conductor de una nueva eta: la eta de la liberacióo defini­
tiva de la humanidad, en el
senó mismo de la historia. El caudillo
es producto 'Y resultante del proceso histórico, y oon su capacidad
de intetpretacióo y modificación de
las circunstancias fuodamenta­
les de la existencia terrena ororga sentido a las exigencias indivi­
duales. ·En un determinado momento histórico, se verá al Dux de
la Tetceda
Edad en la figura de San Francisco. En el mundo mo­
derno, este símbolo se proyectará en la conceptualización nietzsehea­
na del Superhombre, en la idea del proletariado en el matetialismo
histórico, el Führer en el nacional-socialismo, etc. Manifestación di­
versa de uno de los mitos primorc\iales de todas las civilizaciones:
la salvación de la Humanidad
por la accióo y el sacrificio del Justo,
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Fundaci\363n Speiro

LA CONCEPCION DIALECTICA DE LA HISTORJA
presente como arqu~ipo a través de las diversas épocas históricas.
El anhelo del caudillaje -expresa Cassirer-aparece cuando un de­
seo colectivo
ha alcanzado una fuerza abrumadora y, por otra parte,
se ha desvanecido toda
esperanza de cumplir este deseo por vía ordi­
naria y normal. En esos tiempos, el deseo no sólo se siente honda­
mente, sino que se personifica. Se. ofrece ante los ojos de los hombres
bajo una
forma concreta, plástica e individual. La intensidad del
deseo colectivo encarna en el caudillo.
Se declara que los vínculos
sociales anteriores -la ley, la justicia, las constituciones-carecen
de todo valor. Lo único que queda es el poder místico y la autoridad
del caudillo;
y la autoridad del caudillo es la suprema ley" (46). La
liberación de la humanidad es una lucha patética y como tal nece­
sita
de un caudillo salvador que aparecerá o reaparecerá al final de
los tiempos e instaurará un reino ecuménico. Esta idea estará pre­
sente en toda la literamra revolucionaria moderna y eil las resonan­
cias secularizadas de la Nueva Jerusalén, aunque su incidencia sobre
la concepción dialéctica acerca del conjunto de la historia,
varíe en
las diversas formulaciones.
d) La fraternidad unwe,,al de individuo, aut6nomo,. -Con el
advenimiento del reino de la libertad desaparecerá la necesidad de
toda presencia institucional
por parte de la Iglesia, ante la realidad
de
que los dones carismáticos necesarios para la vida de perfec­
ción le llegarán al
hombre sin necesidad de la mediaci6n sacramen­
tal (47). Desde las
sectas medievales y tenacentista.s hasta las co­
munidades puritanas y sus e,q,tesiones políticas, hasta llegar a la
idea
democrática o al mito de la sociedad sin clases anunciado por
el marxismo, la simbología de la fraternidad universal de individuos
reconoce
también infinidad de manifestaciones, producto, al igual que
en los restantes
casos estudiados, de la secularización y de la pérdida
de
justificaci6n sobrenatural de ciertos aspectos del mensaje cris­
tian0.
(46) Cassirer, E.: o,p, di., pág. 331.
(47) Voegelio, E.: Nueva ciencia ... cit., págs. 176 y 177. con un desa·
rrollo general del tema.
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ENRIQUE ZULET A PUCEIRO
Luego de haber analizado estos cuatro símbolos centrales del pen­
samiento político y
de los movimientos de masas de· la Modernidad
queda por determinar el papel que cumple en este orden la idea
de Dios presente
en el gnosticismo. El reemplazo del Dios personal
e históricamente revelado del
cristianismo por la absoluta lejanía
del Dios del inmanentismo gnóstico,
radicalmente ajeno al hombre
y a su castigo tettenal, reconoce también una proyección modetna de
decisiva importancia. 'Este Dios de designios ineluctables, sólo in­
ruible a través de la gnosis, es, para la modernidad, la Hist01'ÚJ. La
Historia como necesidad incognoscible y sólo accesible a los media­
dores, a través del lenguaje
alegórico de la profecía. La invocación
del
'"sentido de la Historia"" es la invocación a las coosignas y de­
signios
de una visión dialéctica de la realidad, a la que acceden
únicamente los
profetas del culto, como depositarios de la gnosis y
anunciadores del triunfo final
del mesías. '"El problema del eidos de la
historia
---observa Voegelin-surge tan sólo cuando se hace inma­
nente la
plenitud trascedente del Cristianismo" (48). De no mediar
la esquernatización dialéctica de
lo real no podría arribarse a la no­
ción de "estructura de fa Historia", ya que ésta sólo aparece al va­
ciarse de contenido una verdad de fe. Despojada de su apertura a
lo trascendente,
la misma es tratada como un ente de razón y ad­
quiere la maleabilidad de los juegos
conceptuales. En sus diversos
momentos y corrientes, el gnosticismo moderno pondrá su énfasis
alternativamente, o· bien en el becho del movimiento histórico, abs­
traído de su referencia final -el resultado es entonces una inter­
pretación progresirta de la historia_;_, o bien, en otras orienraciolles,
se acentuará la importancia del estado final o meta del movimiento
-.se desembocará entonces en el atopismo en sentido estricto-; o bien
se acentuarán ambos elementos ..:......principio y f.in, movimiento y meta­
al mismo tiempo, con lo que estaremos frente a un mi-tidnno-activista
que endiosará a la praxis como forma de transfiguración revoluciona­
ria del hombre y de la sociedad '(49), como en el caso del marxismo,
forma culminante de la concepción dialéctica de la historia en nues-
(48) Voegelin, E.: Nueva ciencia ... cit., pág. 187.
(49) Voegelin,
E.: Nueva ciencia ... cit., pág. 189,
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LA CONCEPCION DlALECTICA DE LA HISTORIA
tros días. Preso del terror a la hist(/f'M -aracterística del hombre
contemporáneo, según el acertado análisis de Mircea Eliade-y teme­
roso ante lo que juzga la aveutura de
la fe, el pensamieuto de la moder­
nidad
se eutregaxá a un misticismo activista, como forma escapista de
liberación ante
el terror, y frente a la promesa de una Edad de Oro
en la tierra que"revierte inclusive sobre los acontecimientos, justifi­
cáudolos y hasta exigiendo el sacrificio y el martirio supremo de
la humanidad.
III
CRISTIANISMO Y DIALÉCTICA.
Frente a las tradiciones preaistia.nas, basadas en una autointer­
pretación de la sociedad como parte de un cosmos armónico, dado
a la existencia desde siempre y sometido
al diuamismo de las evo­
luciones cíclicas, el Cristianismo introduce la Historia. El mundo
existe
desde un momento histórico y hasta un momento histórico,
supeditados en definitiva a la voluntad infinita de Dios, creador y
Padre del universo. Cristo libera al hombre de la repetición eterna
de los arquetipos
y a las sociedades de una forma de autointerpreta­
ción basada precisameute en
la contemplación de los mismos. Abre
a la
humanidad la perspectiva de un proceso lineal, al cabo del cual
el hombre, sujeto de juicio, de Salvación o de Condenación, espera
sobrenaturalmente el Reino de Dios.
Frente a
la perseverancia milenarista en el ideal de perfección
final en la tierra, acenmado en el misticismo activista del marxismo
por la consideración de la dialéctica y la lucha como motores del
devenir, el Cristianismo responde que su reino no es de este mundo,
que
el fin de la Historia es un misterio de salvación o condenación,
que la historia humana es la historia de su libertad, querida por
Dios y
~firmada frente a la necesidad.
El cristianismo -explica Dawson-no posee, en un principio,
ni una filosofía de la sociedad ni una filosofía de la política. Tal
vez por ello es que el problema del tiempo es el eje central de la
preocupación patrística y agustiniana. El problema a debatir, en
70)
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ENRJQUB ZULBTA PUCBIRO
ese mundo inicial, transido de temores, utopías y misterios, es nada
menos que el de determinar la incidencia y el sentido de la inter­
vención divina en
un momento histórico determinado, en el seno de
una tribu setnítica insignifücante e inculta (50). La venida de Cristo
es la "plenitud del tietnpo" -San Pablo, Gal. N, a y Eph. I, 10-,
el cumplimiento del plan divino mediante la inauguración de la
perspectiva lineal, en la que el fin es, a la vez, wntenido y, por
tanto, sentido. La cuestión del "sentido de la Historia" sólo es po­
sible a partir de la idea de fin -fundada a su vez en la de co­
mienzo-.
En la concepción marxista, la historia se presenta también como
un proceso lineal, orientado hacia una meta. Sus raíces en este sen­
tido se retnontan a la tradición judía y gnóstica. El fin lhistórico so­
brevendrá con
la llegada del Salvador -el proletariado-, como ins­
tancia de renovación integral
de la humanidad y bajo la forma de
la instauración de una Tercera Edad ubicada en el seno de la His­
toria
-la sociedad comunista, erradicadora de los antagonismos y
de la existencia misma de las clases sociales--. En esta recreación
secularizada del mito del Salvador, propio de las tradiciones mesiá­
nicas,
la figura del mismo cobra matices a la vez dichosos y trágicos.
La salvación -<1ubraya Guardini-supone como correlato natural el
peligro y
la lucha; la muerte como camino hacia la vida (51). Quien
entiende el Mensaje penetra
en la estructura de la acción salvífica
y
en el misterio del tiempo.
La figura de Cristo se aparta radicalmente del modelo mítico en
que, como hemos visto, queda encerrado el planteamiento marxista.
A diferencia de los salvadores pertenecientes a las grandes religiones
tradicionales y a los mesianismos totalitarios de nuestros días, Cristo
está en la historia, como persona concreta (52). Cristo es, en cierto
(50) Dawson, Ch.: Dinámica Je la Historia Universal. Madrid, 1961,
página 223.
(
S 1) Guardini, R.: El mesianistn() en el mito, lá Revelación y la polltica.
Madrid,
1948, pág. 89, y, en general, Talmon, J. L. Mesianismo pollti&o.
Madrid, 1969, espedaJmente su Introducción y págs. 451 y sigs.
(52) Guacdini, R.: Op. cit., pág. 95.
706
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LA CONCEPCION DIALBCTICA DE LA HISTORIA
sentido, historia, y de manera eminente, en tanto que el "proletariado"
asume tan sólo la contextura de los entes de razón, de las categorías
intetpretativas, de los símbolos políticos, similar a la del salvador
en
las religiones tradicionales o a la del atquetipo apolíneo del mundo
clásico. Todo intento de transposición de esta vetdad fundamental al
plano de la inmanencia
desnaturaliza y destruye la esencia del men­
saje cristiano.
El hecho de que el símbolo del Salvador desempeñe el
papel
central de la simbología de los mesianismos totalitarios de la
modernidad, es notablemente sugestivo a este respecto.
Frente a la noción dialéctica del devenir como totalidad, el Cris­
tianismo ofrece la realidad histórica del diálogo entre los hombres y
Dios. El misterio cristiano proyecta a
un orden de realidades radi­
calmente opuesto al
de la dialéctica de la materia como motor de
la historia.
La posibilidad y la realidad de la redención representan
ante todo una afirmación suprema
de la libertad del hombre frente
a la disolución
en el devenir a que lo rondena la dialéctica. La. Re­
velación del fín supone la
máxima potenciación de la conciencia
personal
y del ejercicio responsable de la libertad. Allí donde la tras­
cendencia se ha eclipsado, atrojando al hombre a la inseguridad de
la existencia
desnuda, retoma el mito -en sus variantes progre­
sistas, utopista y, finalmente, místico activista-, y la nueva fe es
una fe en la historia como devenir sin sentido, en una dialéctica que
aplasta al hombre
y lo precipita en la obscuridad de un tiempo que
en esencia, y paradójicamente, carece de Historia.
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