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Prefacio

por Gilbert Tournier Director de la Compartía Nacional del Ródano

Evocar el concierto cuando la cacofonía se hace cada vez más estridente es dar pruebas de un optimismo que no puede ser provechoso más que si es referido a la Providencia por la voz de su infalible Vicario.

Nuestro mundo está en la rueca.

Contra los absurdos inhumanos, enmascarados bajo una verborrea humanitaria de una hipocresía descorazonadora, las víctimas no tienen más recurso que la violencia, a la cual los «progresos» técnicos dan, a falta de autoridades que garanticen el bien común, una amplitud desmesurada.

Hace cerca de cien años que Renan presentía como en un «mal sueño» este infierno que hoy vemos aproximarse a grandes pasos: «El ser en posesión de la ciencia pondrá un terror ilimitado al servicio de su verdad. Las fuerzas de la humanidad estarán así concentradas en un número muy pequeño de manos y llegarán a ser propiedad de una liga capaz de disponer hasta de la existencia del planeta y aterrorizar con esta amenaza al mundo entero. El día, en efecto, en que algunos privilegiados de la razón (¿de qué razón?) poseyeren el medio de destruir el planeta, se habría creado su soberanía y estos privilegiados reinarían por el terror absoluto.»

El concierto es, pues, urgente; ¿pero bastará con hacer entender, hacer oír, los instrumentos de la economía?

En una civilización auténtica todo está unido. La equivocación principal de la seudo-civilización productivista es la de querer avanzar prescindiendo de la ética.

Así, da la espalda a la dulzura de las costumbres, al armonioso cumplimiento de la permanencia de los hijos con los padres en sus mil aspectos y en sus mil formas.

Esta diversidad no la conoceremos pronto más que por la historia.

¿Por qué se empeña el Estado moderno en repudiar esos cuerpos intermedios sin los cuales el concierto al que se nos invita no será más que un diálogo de cifras entre tecnócratas y políticos?

El Estado de ayer respetaba estos cuerpos en la medida en que era tradicional, enraizado, afrontado a privilegios vivos que tenían por misión contener y armonizar.

Su existencia no se concebía sin la de esos cuerpos, de los cuales no era más que el federador y el árbitro. Se ha visto bien cuando los revolucionarios, al abolirlo, abolieron a la vez los cuerpos intermedios, y entre ellos aquellos en que se elaboraba la economía (decreto de Le Chapelier).

Pero sabiendo que la economía no es un fin en sí misma, el Estado de ayer, sometido a «valores espirituales» fuera de los cuales no se podía ni concebirlo ni justificarlo, era el guardián de la ética, el juez de los matices, el garante de esa «condición humana» que no es solamente producir y consumir.

Los códigos abstractos del poder, el desarrollo de un progreso técnico cada vez más indiferente a los «valores morales» y de un maquinismo apartado por definición del cuidado de la persona de sus esclavos, han dejado cara a cara a los «patronos» y «obreros», a los que nada orgánico liga entre sí en adelante.

Dos nociones nuevas parecen corregir este desprecio por los hambres que, a pesar de las profesiones de fe de los demagogos, es inherente a la Sociedad productivista, sea o no liberal; me refiero a la noción de justicia y a la de seguridad.

Pero no hay justicia sin amor, y si la seguridad dispensa cuidados cifrables, es impotente con respecto a la vida, afectiva y deja en abandono a aquellos que con una palabra atroz son calificados de «irrecuperables». Más impotente es aún con respecto a las violencias que desencadena el desorden materialista.

La palabra latina «cura» no quería decir solamente cuidado, quería además decir cuidado y. amor. El olvido de los cuidados es también el olvido de la caridad.

La caridad, la gratitud, están forzosamente ausentes de un Estado sin ética, desconfiado con respecto a las diversidades vivas; no es sino en el seno de los cuerpos intermedios donde pueden ejercitarse y aunarse las virtudes y esfuerzos. En un concierto económico, por bien intencionado que sea, entre el estado y la Empresa, no se ve cuál pueda ser su lugar.

En realidad, antes de abrir este concierto parece indispensable revisar también la noción de Estado, que no puede ser humanamente válida más que en el contexto de una ética, lo mismo que la noción de Empresa, que todavía no ha encontrado una expresión jurídica, prueba de la contradicción interna que roe un mundo borracho de potencia material con olvido de toda metafísica y de toda moral desinteresada.

Es a estas revisiones a las que, ante todo, nos debemos consagrar.