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La economía concertada en busca de una doctrina

 

«El concierto se ha instaurado en nuestro país sin doctrina previa, muy empíricamente… Pero no constituye un programa.»

Fr. BLOCH-LAINÉ

«Militar en favor de una economía concertada no es sólo describir cierto número de hechos que se comprueban empíricamente, ni formular una simple técnica de gestión administrativa, es TENER UN FIN POLITICO AL FORMULAR UNA DOCTRINA que intenta superar la contradicción entre capitalismo y comunismo.»

ALBIN CHALENDON

Jeune Patron, núm. 140, diciembre 1960

 

1º ¿TIENE LA IGLESIA UNA DOCTRINA ECONÓMICA?

Dado que intentamos, a propósito de la economía concertada, dar una idea de las posibilidades de aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia en materia económica, interesa previamente responder a esta cuestión, discutida .frecuentemente por entenderla mal. Mal entendida, porque la palabra «doctrina» es entendida, en sentidos diferentes.

Cuando hablan de «doctrina económica», los economistas se sitúan generalmente en un plano de aplicación que se refiere; a pesar de todo, más a «lo accidental» que a «lo esencial». Basta, para convencerse de ello, comprobar que, aparte de ciertos doctrinarios, la mayoría de ellos, preocupados más de «hechos» económicos que de conceptos, no se atreverían a afirmar que sus «doctrinas» serán válidas aún dentro de cien años. No buscan «lo universal» en todos los sentidos del término.

No es inútil recordar aquí la distinción entre «Doctrina y Programa» como ha sido enunciado en la «Introducción a la Política» (VERBO, núm. 6):

«LA DOCTRINA ES, PUES, EL CONJUNTO ORDENADO DE ESTAS NOCIONES, DE ESTOS PRINCIPIOS GENERALES (UNIVERSALES) QUE ESTÁN POR ENCIMA DE LOS ACONTECIMIENTOS, CUALESQUIERA QUE ÉSTOS SEAN.

No se cambia la doctrina.

Se cambia de programa: el programa es una aplicación de la doctrina en tal circunstancia.

El programa, pues, pasa...; está condenado a pasar, so pena de ser malo, por estar inadaptado a un estado de cosas para el que ya no sirve. Otro programa debe sucederle.

La doctrina, que les inspira a todos, permanece.

Ella misma es ley de la vida y explica la permanencia de la maravillosa vitalidad de la Iglesia.»

Importa, pues, según las palabras del cardenal Suhard, «no confundir la integridad de la doctrina con el mantenimiento de su revestimiento pasajero».

Pero, se dirá, hay matices distintos en el campo político y en el campo económico, pues en política se ve muy fácilmente dónde acaba el programa y dónde comienza la doctrina. En cambio, en materia económica, entre la DOCTRINA propiamente dicha y el PROGRAMA de aplicación casi inmediata se sitúa un cierto número de PRINCIPIOS en los que pueden inspirarse diferentes programas sucesivos.

Es precisamente este intermedio entre el programa a corto plazo y la doctrina permanente lo que, por su carácter más estable que el programa, parece doctrina ante él.

Se trata, no obstante, de una solución técnica; aun entonces, a pesar de ser para largo plazo, no tiene por ello menos de «accidental» que de «esencial».

Para mayor claridad, y con el fin de evitar las confusiones, llamaremos, pues, «sistemas económicos» lo que los economistas entienden generalmente por «doctrina económica».

Estamos ante tres nociones:

DOCTRINA: Verdad permanente y universal.

SISTEMA: Política económica válida para una época dada (período bastante largo) o bien para un país (o conjunto de países).

PROGRAMA: Plan de aplicación preciso.

Es bien evidente que si se confunden doctrina y sistema, tal como le hemos definido, y si se interpreta la cuestión planteada en el sentido de: «¿Tiene la Iglesia un sistema económico?», la respuesta es manifiestamente negativa.

«Sistema» y «Programa» suponen algo accidental.

«Doctrina» supone lo universal y lo esencial.

No tratamos aquí de discutir palabras, pero hay que reconocer que si la palabra «Doctrina» se entendiese en su verdadero sentido, sería inútil recordar nociones tan elementales.

* * *

La Iglesia no tiene, pues, «doctrina económica» (entiéndase «sistema económico»); tiene solamente una Doctrina social en la que deben inspirarse los diferentes sistemas económicos: «Esta doctrina, decía Pío XII, fijada definitivamente en cuanto a sus puntos fundamentales, es suficientemente amplia para poder ser adaptada y aplicada a las vicisitudes variables de los tiempos, con tal de que ello no sea en detrimento de sus principios inmutables y permanentes» (1).

Entre estos «principios inmutables y permanentes» se sitúa el papel del hombre, sujeto de la Sociedad, su fin sobrenatural, su perfeccionamiento con vistas a ese fin y con esa perspectiva, la subordinación de la Economía a la Política, «la buena, la verdadera, la gran política: la que está dirigida hacia el mayor bien y hacia el bien común» (2).

Es aquí donde, sin descender hasta los distintos programas de aplicación, la doctrina de la Iglesia choca con ciertos «sistemas económicos» cuyas soluciones técnicas concretas se refieren, al menos implícitamente, a principios doctrinales en contradicción formal con los principios cristianos.

El sistema socialista o el sistema liberal, por ejemplo, pueden tener en el plano de la aplicación —por lo tanto, en el plano en el Que la Iglesia no propone soluciones— un programa dado. Pero, generalmente, este programa, esta solución concreta, están dictados en función de una concepción del hombre y de la sociedad en oposición con la doctrina social cristiana, y es entonces cuando la Iglesia tiene algo que decir, pues en este plano se trata verdaderamente de doctrina.

2º LA ECONOMÍA CONCERTADA, ¿ES DE INSPIRACIÓN MATERIALISTA O CRISTIANA?

Como nuestra obra se define como: una obra de formación doctrinal, ¿por qué se interesa por este nuevo «sistema» de «economía concertada»?

Efectivamente, entramos en el campo de las opciones particulares en el que «La Ciudad Católica» ha rehusado siempre penetrar, trátese del campo político, social o económico.

Sin embargo, no tenemos la intención de proponer una economía concertada a nuestra manera, ni de tomar elementos de la doctrina social de la Iglesia para construir un «sistema económico».

Tenemos, simplemente, el deseo o la ambición de llamar la atención de los que tienen precisamente el papel de construir un sistema económico concreto, de aquellos que tienen esta pelada tarea y responsabilidad acerca de las diversas opciones doctrinales que se le ofrecen a esta economía concertada naciente.

¿Dónde se situará? ¿Será hija del Materialismo o de la Doctrina social de la Iglesia?

No le habríamos consagrado un número entero de VERBE si no hubiésemos detectado en ella ciertos gérmenes de una economía social «orgánica» (8), tal como puede modelarla el Derecho social católico.

Hemos tratado de estudiar sus primeras manifestaciones porque se trata de un «sistema económico» que podría, si se ayuda el desarrollo de los gérmenes cristianos que tiene en sí, ser una fórmula posible de aplicación, en una época dada, de los principios de la Iglesia en materia de economía social.

Nos ha proporcionado también la ocasión de profundizar ciertos de esos principios y nos interesa por este doble título.

Estos gérmenes saludables no son los únicos, desgraciadamente, pero su presencia justifica nuestra intervención y la contribución que quisiéramos aportar a un movimiento generar que tiende a salir del dilema, muy frecuentemente presentado, entre el liberalismo y el socialismo.

Un denominador común reúne, en efecto, a todos los que están buscando una economía concertada: librarse de ese dilema según el cual toda solución económica debe referirse fatalmente a la corriente liberal o a la socialista. En este momento podemos decir que la Iglesia nos anima también a salir de este doble callejón sin salida.

Antes de seguir recordamos, una vez más, que estos dos nefastos enemigos son hijos de un mismo padre: el naturalismo, que se traduce en una concepción materialista en el aspecto económico.

Por tanto, si —y todo el mundo está de acuerdo en este punto— necesitamos buscar una tercera solución, nos interesa, ante todo, a nosotros los cristianos, que ésta no sea en absoluto una solución materialista, sino cristiana. La cuestión consiste fundamentalmente en RECHAZAR LA PRIMACÍA DE LO económico, primacía de lo económico que sigue siendo el punto de unión entre el socialismo y el liberalismo.

D

O

C

T

R

I

N

A

S

CRISTIANISMO

(El fin del hombre: Principio y fundamento de S. Ignacio)

Doctrina social de la iglesia

(El hombre sujeto, fundamento y fin

de la vida social (Pío XII),

organización por «cuerpos» de la

vida política, económica y social (los Cuerpos intermedios)

MATERIALISMO

(Primacía de lo económico)

 
   

 


Doctrina Socialista            Doctrina liberal

       (El hombre objeto                (El subjetivismo, el

         de la sociedad)                 individualismo))

SISTEMAS Soluciones técnicas aplicadas a los problemas económicos

   Economía concertada                               Socialismo           Economía           Liberalismo

                                 ¿                                    (económico)        concertada        (económico)

 
   

 


¿Dónde se situará la economía concertada?

 

                                                                                                     ¿

 

 

 

I. Este esquema tiene modestas Pretensiones: sólo la de ser un recordatorio cómodo.

Se subrayará únicamente que hubiese sido quizá Preferible oponer Cristianismo y Naturalismo mejor que Cristianismo y Materialismo.

En efecto, el Naturalismo (actitud de rebelión hacia el orden sobrenatural-separación sistemática de lo natural y de lo sobrenatural) se sitúa en un Plano más elevado que el Materialismo, Pues éste no es más que su Prolongación en el campo económico.

II. Se observará que, en una Parte del esquema (a la izquierda), las flechas van de arriba a abajo y de abajo a arriba. Sería efectivamente un error creer que el Pensamiento cristiano es exclusivamente dogmático y deductivo y que Para él las cosas no son ordenadas más que por arriba y que Puede haber, en su caso, una especie de violencia hecha a lo real en nombre del imperativo categórico... Muy al contrario, la Iglesia Católica continúa hoy, prácticamente sola, enseriando que existe un orden natural de las cosas, orden incluso de creación divina, y cuyas Prescripciones han podido ser designadas por Pío XII como una «segunda revelación»..., fundamento tanto de la moral Pública como de la Privada.

Como muy bien ha dicho Santo Tomás, «la verdad es una»: una verdad natural no puede contradecir a una verdad de fe (y recíprocamente).

Sólo, Pues, por una especie de vaivén perpetuo de arriba abajo y de abajo arriba entre el dogma específicamente sobrenatural y las Prescripciones del orden creado, el cristiano puede hacerse idea exacta, armoniosa, adaptada, matizada, del orden a defender o a establecer. De ahí el significado de ese par de flechas en sentido inverso.

III. En la parte derecha las flechas parten de la base para subir el encabezamiento: en efecto, casi siembre (salvo, Por ejemplo, Para los socialistas conscientes), a pretexta de eficacia (o de expansión a lodo precio), la acción so quiere hacer independiente (nos preocupamos más de los «hechos» que de los «conceptos»). Pero, quiérase o no, la acción emprendida en función de estos hechos revela siempre un principio doctrinal o un conjunto de principios doctrinales (las flechas suben).

Igualmente sería útil comprender los papeles recíprocos de cada elemento del binomio pensamiento-acción. Si no, la inversión de las jerarquías de valores conduce inevitablemente a los hombres de acción a ser juguete de doctrinarios conscientes, que ellos si saben adónde quieren llegar.

El adjunto esquema (4) ilustra esta filiación de las tesis socialistas y liberales, pero tiene precisamente los defectos del procedimiento aplicado: ¡es esquemático!, y precisamente en estos asuntos complejos es difícil dividir esta complejidad incluso en varios epígrafes; pero, por lo menos, se tendrá la ventaja de «señalizar» lo que queremos explicar y facilitar la comprensión de los problemas abordados. En efecto, sería demasiado simple imaginarse todos los sistemas propuestos como perfectamente corporativos, socialistas o liberales: son numerosas las interferencias, y el entrecruzamiento de las estructuras económicas actuales contribuye cada vez más a acentuar esta complejidad.

La «Hipótesis» es siempre menos clara que la «Tesis».

Queremos, sobre todo, dejar claro que en el estado más elevado no hay más que dos fuerzas en presencia: el Cristianismo y el Materialismo.

El error es disociador por, esencia y es fatal que socialismo y liberalismo se opongan en una contradicción permanente hasta la victoria ineluctable del socialismo, si se admite que están solos en presencia y que el cristianismo está recluido en el santuario.

* * *

Hemos constatado antes, entre los defensores de la economía concertada, el deseo casi generalizado de salir del dilema socialismo-liberalismo, «de superar la contradicción entre capitalismo y comunismo».

Ante todo, ¿por qué este dilema? ¿Por qué esta contradicción? ¿Y por qué plantearla en principio si no es porque los partidarios del socialismo y del liberalismo tienen de hecho, por despreciable desde el punto de vista social, lo que no se refiere al individuo o al Estado, considerados como los dos únicos polos de la actividad económica?

Por tanto, la lucha se instaura entre la libertad de uno y el poder del otro, puesto que cada uno de estos atributos característicos de los que hay que llamar antagonistas inspiran y dominan a su vez a la economía.

Cuando ésta está bajo la influencia del liberalismo aparece poco a poco la quiebra del Estado, al que se intenta mantener durante el mayor tiempo y lo más artificialmente posible una apariencia de autoridad para proteger ventajosas operaciones en las que nada tiene que ver el bien común. En cambio, cuando el poder del Estado logra asumir la economía no tarda en manifestarse la decadencia de la libertad del individuo.

Las consecuencias de este juego bascular podían tenerse por despreciables en su nefasta evolución, dada, a pesar de todo, la lentitud de esta evolución hasta el momento en que lo que se ha llamado la «aceleración de la historia», debida en gran parte al relampagueante progreso técnico y a la rapidez de los medios de comunicaciones, de intercambios y de contactos, han acelerado precisamente esta evolución.

Llegó un momento en era absolutamente preciso salir de este dilema. Entonces ha aparecido la noción de economía concertada.

Intentaremos desarrollar en otro artículo (5) cómo podría situarse una economía concertada cristiana en una concepción de la vida social en la que el Estado no tendría frente a él una suma de individuos, sino los cuerpos intermedios.

Economía concertada cristiana en la que los respectivos papeles del Estado y de los cuerpos intermedios favorecería una armoniosa unidad en la diversidad; economía concertada cristiana cuyos imperativos estarían subordinados al fin del hombre, que no podría ser un artilugio de equilibrio entre el liberalismo y el socialismo.

Por un instante quisiéramos intentar la determinación de la forma en que ha nacido esta noción nueva, o que, por lo menos, pretende ser nueva.

Estamos tentados de ver en ello, a la luz de lo que decimos más arriba, una manifestación imperfecta, porque está influida por precedentes de los cuales la huella intelectual no se borrará más que lentamente; una manifestación muy clara; sin embargo, de una vuelta a una concepción más humana de la economía.

Ante la quiebra de los sistemas pasados se comienza a enlazar, sin darse cuenta, con los puntos fundamentales de la Doctrina social de la Iglesia.

Lo real toma su desquite: es una ocasión que no se puede desperdiciar.

Ciertamente no datan de hoy las luchas y esfuerzos de hombres generosos en favor de una economía más humana, siguiendo con ello la enseñanza constantemente repetida de la Iglesia.

Pero esas voces clamaban en el desierto y sus esfuerzos han sido vanos, como corren el riesgo de serio los nuestros si sus preocupaciones, que parecían superadas o lejanas y casi irreales, no se hubiesen confundido con las muy concretas de hombres situados en el centro de las responsabilidades económicas más actuales y convergentes, por distintas vías y bajo formas y terminología diferentes, hacia un mismo fin, claramente definido por los primeros y apenas perceptible por los segundos.

Para comprender mejor estos entrecruzamientos; podemos exponerlos así:

– por una parte, hombres para quienes la acción está al servicio de un pensamiento, para los cuales la reflexión y el estudio les habían conducido siempre a considerar la organización profesional corporativa tal y como la desea la Iglesia, como el único medio verdaderamente duradero de promover al progreso social y humano que rechaza la primacía de lo económico en función de una cierta concepción del fin del hombre.

– Por otra, hombres de acción cuyo pensamiento estaba y está orientado casi únicamente hacia la realización y el éxito de la acción.

No es, ciertamente, que tales hombres se desinteresen de los problemas humanos, y sería una injuria y una injusticia creerlos a todos desprovistos de preocupaciones espirituales o morales. Pero hay que reconocer que, demasiado frecuentemente, estas cuestiones espirituales o morales revisten en ellos un carácter privado y autónomo, perfectamente distinto de las cuestiones sociales, económicas o cívicas, sobre todo en el plano elevado en que nos situamos.

De ahí un binomio pensamiento-acción netamente diferente en el sentido de que la acción está aquí animada por un pensamiento concebido casi únicamente en función de esta acción y no se relaciona más que muy de lejos o imperfectamente a un pensamiento espiritual o religioso.

Lo que los primeros presentaban, anunciaban y predicaban, ha sido necesario que lo vivan los segundos para buscar otra cosa.

Nuestro fin debe ser favorecer la síntesis de estos dos modos de pensar, para que los más celosos promotores de la economía concertada palpen la actualidad permanente de la Doctrina social de la Iglesia.

Si facilitamos la convergencia de estas dos corrientes, la teórica y la práctica, la práctica evitará que caigamos en nuevos atolladeros.

Entonces las personalidades numerosas, eminentemente competentes, de que dispone nuestra época en estas materias, al haber reencontrado las bases espirituales de toda economía, podrán modelar atrevidamente, según la concepción cristiana, una economía social perfectamente adaptada al mundo de mañana.

Después de todo no está prohibido soñar, incluso en «La Ciudad Católica»

PHILIPP RIBOT

Director comercial

de la S. C. E. R A.

 

Notas

(1) Pío XII, alocución al Congreso de la A. C. italiana el 29 de abril de 1945. Citado por monseñor Guerry en La Doctrina Social de la Iglesia, pág. 42.

(2) Pío XII, 18 de diciembre de 1927.

(3) La economía de un pueblo es un todo orgánico, un todo orgánico en el que todas las posibilidades productivas del territorio nacional deben ser desarrolladas en una sana proporción recíprocas (Pío XII, 15 le noviembre de l946). Citado por Monseñor Guerry, op. cit., pág. 119.

(4) Ver en este número el artículo de J Malbrancke «Economía concertada y cuerpos intermedios».

(5) Ver en este número el artículo de J. Malbrancke «Economía concertada y cuerpos intermedios».