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Liberalismo y socialismo. Sus dificultades ante el orden de las cosas

 

Por muy distintos que sean, dos sistemas económicos se reparten actualmente el mundo: el liberalismo y el socialismo (bajo sus diversas formas colectivistas)....

El más antiguo, el liberalismo, nacido en Inglaterra á partir de la segunda mitad del siglo XVIII, desarrollado en Europa occidental en el siglo XIX, ha alcanzado su apogeo en los Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX. Está caracterizado por la divisa «dejar hacer, dejar pasar» que da toda libertad a las iniciativas individuales y niega al Poder el derecho, que es su deber, de hacer respetar los imperativos del bien común. Se manifiesta en la práctica por el desarrollo de la «libre empresa», sometida a la «libre concurrencia», que goza en el campo de las relaciones económicas internacionales de las facilidades del «libre cambio». A medida que tuvo lugar el desarrollo industrial fueron apareciendo las lagunas del sistema. La libre concurrencia, manifestada en la lucha de precios, ha conducido a un trato inhumano de los productores originarios, cuya participación en los beneficios de la producción fue limitada sin tener en cuenta sus necesidades mínimas y cuyas condiciones de empleo quedaron sometidas a una inestabilidad total, La misma libre empresa permitía el establecimiento de organizaciones industriales y comerciales a capricho de sus promotores, sin ninguna consideración a las necesidades del bien común en la elección de su objeto o de sus métodos de trabajo. El libre cambio condujo, además, a la gran inestabilidad de las empresas, que podían verse obligadas a desaparecer o a especializarse o, al contrario, a proliferar de forma peligrosa siguiendo las tendencias de un mercado sin obligación ni regla social. En resumen, el liberalismo tenía como fin el máximo provecho de los individuos, únicos responsables de la economía, y como medio su libertad total, que conducía a despreciar sin remordimiento los intereses de los trabajadores indefensos. En la teoría del sistema, todas las lagunas y todos los abusos debían compensarse mutuamente, y un «equilibrio dinámico» debía establecerse entre los intereses y los distintos factores de equilibrio, equilibrio que debía conducir a la satisfacción automática de las necesidades de todos. De hecho, la imperfección de los hombres no ha permitido jamás a este equilibrio que se estableciera sólo por el juego de las fluctuaciones económicas, y el equilibrio inestable que se ha podido conseguir durante breves períodos era creado artificialmente por injustas violencias.

Ante la injusticia social y la anarquía económica que resultan del liberalismo, las viejas teorías del socialismo han sido sacadas de los archivos, desempolvadas y bruñidas; otras más ajustadas se han presentado como «científicas» y, desde mediados del siglo XIX, han servido de armas a diferentes partidos en las luchas políticas y sociales hasta el momento en que la revolución rusa ha dado ocasión a la aplicación total del sistema más elaborado. Los sistemas económicos socialistas, fundados, teóricamente, en el conjunto de los principios revolucionarios, pretenden poner toda la economía al servicio de la colectividad y la colocan enteramente en manos del Estado. Estos sistemas están, pues, en su conjunto caracterizados por la supresión, más o menos completa, de la iniciativa individual. La propiedad de todos los medios de producción está concentrada en manos del Estado, a quien se supone depositario le los intereses del pueblo. La puesta en marcha de la economía está sometida a una rígida planificación, y todos los factores de la producción se transforman en engranajes mandados a distancia, sometidos incondicionalmente a la realización del plan.

Aquí la teoría del sistema no habla de un estado de equilibrio a alcanzar, aunque sea dinámico; el órgano central planificador opera dentro del dinamismo puro y del progreso continuo; el fin es la satisfacción cada vez más completa de las necesidades dirigidas y aumentadas sucesivamente de la masa. Pero también aquí la imperfección de los hombres impide funcionar al sistema. Las necesidades estimadas como nacionales por el organismo central no coinciden con las necesidades reales de los cuerpos sociales y de los individuos. La noción de los diversos bienes comunes está sometida a una distorsión por la óptica revolucionaria, llegándose, cuando los fines de conquista mundial del partido en el poder no se alcanzan, hasta despreciar los intereses elementales de la población. Aunque los medios de violencia de que dispone el régimen para hacer creer en la bondad de los resultados sean muy poderosos aparentemente, la máquina rechina y al cabo de cierto tiempo resultan necesarias las reformas.

Los defectos que subrayamos en los dos sistemas no han escapado a los que los defienden y los ponen en marcha. De ello ha resultado una lenta evolución que se ha acelerado, tanto en uno como en otro caso, después de la segunda guerra mundial y continúa aún actualmente de año en año. Sería exagerado concluir, por ello, que uno y otro sistema han comprendido sus errores y se acercan voluntariamente al orden económico conforme a la enseñanza de la Iglesia, al derecho natural y al buen sentido.

Pero hay que hacer notar que, a pesar de su oposición a estos principios, el liberalismo y el socialismo comunizante tienen que ser revisados sin cesar bajo la presión de este orden natural, del que nadie se puede separar impunemente. En ello reside la esperanza de ver a, los hombres de buen sentido comprender que el interés y el deber van en esta dirección y que la misma naturaleza de las cosas conduce siempre a ella.

Si intentamos precisar el camino recorrido por el liberalismo occidental, vemos aparecer las reformas en tres planos: intervención de los trabajadores en la dirección de la economía, coordinación cada vez más importante de los responsables de la economía por la creación de asociaciones patronales, intervención del Poder en los fines y medios de la economía para una mayor eficacia del sistema. La intervención de los trabajadores está materializada, primeramente, por la acción de los sindicatos obreros; sindicatos de grupos, después, y, finalmente, por la de las grandes centrales sindicales. Esta acción ha conseguido coartar de forma muy sensible la ley de hierro del provecho, que si sigue siendo el criterio fundamental de éxito en el capitalismo liberal debe tener en cuenta, a pesar de todo, a los hombres, que .ya no son únicamente instrumentos mudos de la producción. Cierto es que la acción de los: trabajadores ha sido frecuentemente desviada de sus fines reales para la prosecución de fines políticos y principalmente revolucionarios. Esta desviación, cine frecuentemente ha agravado la miseria de los mismos trabajadores y dañado a la economía nacional; no pone en duda la legitimidad de la acción coordinada de los trabajadores en defensa de sus intereses. Indica sólo la imperiosa necesidad de formación doctrinal y moral para los cuadros de los movimientos de trabajadores y el carácter incompleto de tal acción.

En resumen, los sindicatos, en forma de organizaciones «masivas» de clase, no constituyen un cuerpo intermedio apto para dirigir la economía, pero su existencia puede ser una buena señal y abrir una puerta por la que pasen un día verdaderos cuerpos profesionales organizados, compuestos para guiar y orientar la economía, a condición de volver a la finalidad de los sindicatos: defensa de sus miembros, finalidad sin relación con el gigantismo de las grandes centrales politizadas.

Por otra parte, con la satisfacción creciente de las necesidades materiales que ha tenido lugar frecuentemente, hay que confesarlo, después de acciones reivindicativas violentas, de huelgas, revueltas y disturbios sin número, las organizaciones sindicales han tenido más dificultades para proseguir sus objetivos habituales. Y su espíritu de lucha, animado por el odio de clases, se vio obligado en cierto modo, y ante el desinterés creciente de los mismos obreros, a transformarse, con un espíritu más positivo orientado hacia la mejora de la economía. A la vez, ciertos cuadros sindicales, los primeros de los cuales habían surgido para el combate, se han transformado en funcionarios dotados de la suficiente formación intelectual para interesarse por la economía y orientar a sus organizaciones hacia una acción menos brutal y más constructiva. Es cierto que esta disminución de la necesidad de luchar por la mejora de salarios o por la simple subsistencia ha abierto así la posibilidad de utilizar a los sindicatos como instrumentos de presión puramente políticos. Los cuadros sindicales, funcionarios como hemos dicho, tienen una lamentable tendencia a dejarse infiltrar por las fuerzas revolucionarias, que utilizan para la subversión el tiempo que ya no hay que dedicar indispensablemente a las reivindicaciones. A pesar de esto, no podemos evitar un cierto optimismo. Hay hombres formados técnicamente; se ha creado un instrumento, utilizado demasiado frecuentemente para el mal Pero si esos hombres llegan a estar mejor formados, podrán cambiar la máquina totalitaria en órganos naturales, verdaderos elementos de los cuerpos profesionales.

Pero antes de que los sindicatos tuviesen derecho a formarse legalmente, existían variadas cámaras y asociaciones patronales oficiales o tácitas. Se han reforzado después del siglo pasado por la necesidad de hacer frente a la concurrencia extranjera, para paliar las dificultades de aprovisionamiento durante la guerra, pero también por una acción negativa de resistencia a las reivindicaciones obreras.

Los móviles que les han animado no han sido siempre inspirados, ni mucho menos, por los principios del evangelio o las enseñanzas de la doctrina cristiana. Sin embargo, los contactos entre jefes de industria les han conducido a estudiar juntos diversos temas y, después de haber discutido durante decenios los medios de aumentar sus beneficios, han experimentado poco a poco la necesidad de ampliar sus conversaciones, y ahora los principios fundamentales de la finalidad de la economía constituyen la preocupación principal de muchos de ellos. Las organizaciones patronales tampoco constituyen un cuerpo intermedio en el sentido pleno del término; son incompletas y limitadas aún en sus objetivos; sin embargo, podrán ser, como las organizaciones sindicales de trabajadores, un esbozo de cuerpo intermedio y la certeza de que éstos son posibles.

Finalmente, el fracaso del liberalismo, ya presentido en Francia a principios de siglo, señalado por trágicos conflictos sociales y confirmado desde 1930 por la crisis mundial de la economía occidental, ha conducido al Poder a ocuparse activamente de la economía. El aspecto social fue primeramente lo que retuvo su atención, debido a la obligación de mantener el orden que incumbe al «Príncipe», sea el que sea, Después de actuar con sus gendarmes le fue necesario remontarse a la causa de los conflictos e instituirse árbitro entre las organizaciones de trabajadores y las patronales.

Pero fue, sobre todo, la gran crisis de 1929-1930 la que hizo estallar las incoherencias del liberalismo económico y la que obligó, en todos los países del mundo, a intervenir al Poder para evitar el desastre. La guerra de 1939-1945, que puso la totalidad de la economía al servicio del Estado para permitirle llevar a cabo la lucha por la libertad, ha dejado también tras de si estructuras especializadas en la intervención del Estado en la economía y estados de espíritu habituados a esta intervención. La reconstrucción de la economía en la Europa occidental después de la guerra, a pesar de la referencia al liberalismo, se ha hecho bajo la intervención del Estado, que verificaba los fines y distribuía los créditos en material y en dinero otorgados por los Estados Unidos. En esta época, Francia ha iniciado sus planes bajo la égida de Jean Monnet. El establecimiento de planes ha provocado el encuentro en cada aspecto de la economía de los representantes del Estado, de las organizaciones patronales, de las organizaciones de obreros y de organizaciones que representan a las colectividades locales. Las comisiones del plan, hecha abstracción del espíritu tecnocrático de que están animadas, representan lo mejor posible, en el estado actual de las cosas, el papel coordinador del Príncipe en relación con los cuerpos intermedios. Cierto que no tienen un carácter permanente, que su forma de designación no es siempre conforme a la representación más deseable de los cuerpos intermedios, que sus métodos de trabajo y su organización están lejos de ser las de un organismo del Estado consciente de su papel y de sus límites, pero están presentes los elementos necesarios y por ello se puede ver en esto un signo esperanzador.

No hablaremos aquí de los múltiples medios de intervención del Poder en la economía, tales como el apoyo financiero a empresas privadas, la realización de obras en momentos determinados para reabsorber el paro, la acción sobre el mercado dinerario, el control de las inversiones extranjeras, la manipulación de las tarifas aduaneras, la ayuda a la exportación. El conjunto de estas intervenciones muestra bien que Francia y los países teóricamente más liberales, como Alemania, Estados Unidos e Inglaterra, han abandonado desde hace mucho tiempo, de forma difícilmente rectificable, un liberalismo cuya impotencia y vicios han sido comprobados y cuyo fracaso ha sido reconocido.

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Un tema más difícil es mostrar las dificultades prácticas del socialismo del Estado a partir de la única experiencia completa que se conoce, la de la U. R. S. S. Tema más difícil, primeramente porque la experiencia no data más que de cuarenta años, lo cual es muy poco, y, después, porque los informes son muy difíciles de recoger y porque el género de régimen que gobierna la U. R. S. S. posee medios de transformar para "la propaganda los fracasos en éxitos (1).

Hasta la muerte de Stalin en 1953, el Estado soviético y su economía se habían mostrado de forma coherente y en conformidad con las teorías de Lenin. En 1928, Stalin lanza el primer plan quinquenal, después de haber puesto, en pie, después de diez años de búsquedas y tanteos, el sistema económico que debía dotar a Rusia de una organización industrial comparable a la de las grandes naciones occidentales. Toda la economía está en manos del Estado. «La casi totalidad de los medios de producción está en manos del Poder, La industria pertenece al Estado, así como los centros de distribución, a excepción de algunas cooperativas. En el campo, los medios de producción que no son propiedad del Estado lo son de los Koljoses. Los Koljoses poseen la tierra en forma cooperativa, muy controlada por el Estado, salvo la pequeña parcela de tierra dejada a los componentes del koljós, de dimensiones variables según las regiones, y de algunas cabezas de ganado que puede poseer» (2).

«La moneda ha «sido destronada»; el juego de la oferta y la demanda no fija los precios, los fija el Estado..., y por medio de la moneda controla el conjunto de actividades productivas. El Gosbank emite moneda y da préstamos a corto plazo, los Bancos de inversión otorgan los a largo plazo y la Banca del Comercio Exterior asegura las transacciones internacionales... Así no se concluye ninguna transacción sin reflejarse en las cuentas del Gosbank» (3).

El Estado es así dueño de todos los resortes de mando de la economía. En el régimen staliniano el sistema estaba dirigido desde Moscú; en Moscú el Gosbank daba las directivas de la planificación total; en Moscú los numerosos ministerios económicos y las direcciones verticales por productos mandaban a distancia las diversas empresas del país. El Poder determina todos los objetivos de la producción; el Gosbank reparte todas las fuerzas del país entre los diferentes sectores y elige lo que deben consumir los individuos También el poder staliniano centralizado vigila la ejecución y estimula a la población movilizada para la producción no sólo por medio de una intensa propaganda, en masa y penetrante a la vez, sino, sobre todo, por medio de la violencia continua, implacable y sin recurso. La policía del Estado es el mejor auxiliar del ministerio de planificación en un período en el que la responsabilidad, importante o incluso modesta, puede conducir a prisión por insuficiencia, incompetencia o sabotaje. Desde el ministro al contramaestre e incluso hasta el obrero especializado, la realización del plan se convierte en una obsesión.

Tal es la organización de la economía a la muerte de Stalin en 1953, manifestada a través de los sucesivos planes quinquenales, en los que el sector I (industria pesada) ha sido constantemente favorecido en detrimento del sector II (bienes de consumo). El descontento resultante de ello no se ha manifestado, y las transferencias de fábricas y poblaciones se efectuaron sin reacción aparente. Las necesidades de la guerra fueron aprovechadas para situar en el cuadro de la lucha contra el fascismo las operaciones más impopulares, y la pasividad del pueblo ruso da la impresión de que se ha alcanzado el equilibrio y de que la economía socialista, perfecta, ha dado frutos sin defectos. Malaparte pinta la vida de los hombres bajo este régimen: «Las gentes marchaban rápidamente y en silencio. Todos, hombres y mujeres, tenían el rostro pálido, los ojos llenos de sospechas En los tranvías, los hombres levantaban la vista de cuando en cuando, hablaban entre sí en voz baja... Era el tiempo del temor y de la sospecha recíproca» (4).

Pero Stalin muere en 1953, salta la tapadera de la olla cerrada a presión y la U. R. S. S. entra en el período de las grandes transformaciones, obra de Malenkov y Jruschef. No insistiremos mucho en el cambio de orientación de la economía, que desde la llegada de Malenkov tiende a aumentar la parte de los bienes de consumo en la producción (sector II) sin anular por ello la prioridad del sector I. El nuevo jefe del gobierno tiene en cuenta los deseos de la población de un mayor bienestar individual y se esfuerza en disminuir las presiones a que estaban sometidos tanto los obreros de la industria como los agricultores. Esta tendencia es interesante en sí, pero, sobre todo, es el cambio en la organización económica lo que llama nuestra atención como más característica del fracaso final de los métodos stalinianos y el paso a una táctica más suave bajo la presión de un orden natural demasiado manifiestamente despreciado hasta ahora.

Las ideas de la dirección colegiada guiada por Malenkov no han podido pasar por el instrumento económico dictatorial heredado de Stalin. Tendencias contradictorias tales como la progresión simultánea del sector I y del sector II, el aumento de objetivos agrícolas y la disminución de la presión sobre los koljoses, las dificultades observadas en la parte de realización reservada a los países satélites han conducido a las graves dificultades de la economía soviética en 1956, Malenkov dimitió en 1955, pero la imposibilidad de realizar el Plan subsiste y el Comité Central del partido comunista, en diciembre de 1956, tuvo que reconocerlo. «Declara que los objetivos del Plan no han podido ser alcanzados porque el volumen de inversiones previsto era demasiado elevado. Las construcciones de fábricas o los trabajos diseminados sobre el territorio exigían recursos materiales y financieros que era imposible reunir. Las inversiones a realizar eran en realidad más importantes que su traducción monetaria o su expresión en materiales. La demanda exigida lleva consigo una ruptura de los stocks y, en ciertos casos, suspensión de la producción» (5). Se trata de un fracaso grave e indiscutible. Jruschef tuvo que comenzar por sugerir una mejoría de la producción por medio de cierta desconcentración del aparato totalitario. Estarnos ante el gran cambio de la economía soviética.

De ahora en adelante la complejidad de la economía debe disminuir el papel del poder central y dejar mayor margen de iniciativa en la base. Son los consejos económicos de región, o sovnarkjoses (6), los que ejercerán esta iniciativa y también, hecho capital, los directores de las empresas. Después de algunos tanteos se han creado 104 sovnarkjoses y son suprimidos 25 ministerios centrales de 35. Los sovnarkjoses tienen poderes limitados y agrupan no sólo a personalidades locales, sino también a funcionarios procedentes de ministerios suprimidos y que traen con ellos la herencia de la antigua disciplina. Sin embargo, existen, y su papel es fundamental. Desde ahora el Gosplan, informado por las directivas políticas del poder central, traza las grandes líneas de acción del Plan; el Gosplan de las repúblicas transmite directrices más detalladas a los sovnarkjoses, que las precisan aún más para transmitirlas a las empresas, que, a su vez, las traducen a su propia contabilidad y principalmente definen las inversiones necesarias. Todas las decisiones para poner en marcha el Gosplan son, de hecho, elaboradas por los sovnarkjoses y las empresas. En particular, las corrientes de aprovisionamiento, las listas de suministradores y el contenido de sus entregas se determinan a su nivel. Los contactos que resultarán de este sistema entre los jefes de empresa necesitan ciertamente un desarrollo posterior. A pesar de los controles ejercidos en todos los escalones, estos contactos personales son un elemento enteramente nuevo que acercará el sistema soviético a la situación conocida en Occidente, La centralización que subsiste aún tiránicamente en la investigación científica y técnica ya no está en armonía con la organización de la producción y provoca la hostilidad de los responsables. Se propone dotar a los sovnarkjoses de todos los medios necesarios para el desarrollo efectivo de la industria.

Paralelamente a la reforma de la industria se imponía una reforma de la agricultura. Los sovkjoses (7), enteramente estatizados y disponiendo de sus medios mecánicos, no planteaban problema particular constituían conjuntos coherentes. En cambio, los kolkjoses (8) disponían de sus tierras y de una parte de sus productos, pero dependían enteramente para los medios mecánicos de las «Secciones de Material» (S. M. T.), que, estatizadas y atadas a sus inversiones, eran una organización irracional. Se había pensado en suprimirlos, pura y simplemente para reemplazarlos por sovkjoses, pero el individualismo de los kolkjosianos habría creado dificultades insuperables si se hubiese decidido privarles de sus ventajas últimas, y para evitar una liquidación que hubiese parecido tan penosa como la de los koulaks, Jruschef se decidió por otro método. La Ley de 31 de marzo de 1958 dispuso la venta a los kolkjoses del material mecánico de las S. M. T. Los kolkjoses se convierten en granjas realmente cooperativas, entibadas con material moderno y dotadas de cuadros calificados. Por otra parte, los kolkjoses disponen de medios de inversión por el autofinanciamiento y por el concurso de los Bancos.

También, y aunque los sovkjoses no sean afectados oficialmente por la reforma, la competencia entre ellos y los kolkjoses es una nueva forma que conduce a concederles una mayor libertad en la adquisición de sus máquinas y en su política de inversiones.

Así, el régimen económico socialista directamente engendrado por las teorías de Lenin y construido inflexiblemente por Stalin ha llevado a un fracaso que no se ha podido ocultar, y las necesarias reformas debidas a la presión de la población y a la competencia con los países occidentales han conducido a las autoridades soviéticas a separarse de sus principios iniciales. Aún no se puede hablar en sentido estricto de descentralización, sino solamente de la acción de un Estado totalitario que deja más amplio juego a unos engranajes agarrotados. Pero esta comprobación no deja de tener interés, Pues puede iluminar a muchos espíritus sobre la utopía de los socialismos enfrentados con las realidades económicas y sociales.

Así vemos a dos sistemas económicos que hoy se reparten el mundo obligados a reformarse y a adoptar ciertos principios que pueden conducir un día a una sociedad organizada. Construidos sobre teorías económicas puramente intelectuales y sobre concepciones no menos teóricas del hombre, no es una razonada modificación de sus teorías ni una calculada modificación de sus concepciones del hombre lo que les obliga a reformarse a sí mismos. Es la naturaleza de las cosas, la dura lección de los hechos y, en el fondo, la verdadera orientación del hombre. ¿Por qué dudar, pues, de que un día u otro, después de desgracias y catástrofes, la Verdad terminará por hacer estallar los sistemas artificiales e impondrá una sociedad organizada conforme a la verdadera naturaleza del hombre?

J.-E. EICHENBERGER

Presidente-Director General

de la Compañía de Bauxitas del Mediodía

 

Notas

(1) Numerosas obras han sido publicadas sobre la economía soviética. Hemos utilizado principalmente:

La Economía de Guerra en la URSS, por N. Voznessenski, que era aún Vicepresidente del Consejo de Ministros de la URSS y Presidente de la Comisión de Planificación del Estado en el momento en que su obra fue publicada en Francia por las Ediciones Políticas, Económicas y Sociales en 1948.

El poder soviético. Introducción al estadio de sus instituciones, por Henri Chambre, publicada en 1959 por la librería General de Derecho y Jurisprudencia.

La nueva economía soviética, por Robert Bordaz, publicada por Grasset en 1960, da un excelente estudio de la transformación de la economía soviética en los últimos años.

(2) La nueva economía soviética, por Robert Bordaz, Grasset, página 17.

(3) Idem, págs. 20 y 21

(4) Curzio Malaparte: En Rusia y China, Denoël, pág. 53, citado por Robert Bordaz, op. cit.

(5) La nueva economía soviética, por Robert Bordaz, Grasset, páginas 100 y 101.

(6) Sovnarkjoses: Consejos de Economía Nacional creados para cada región económica por Ley de 10 de mayo de 1957. Dirigen las empresas industriales y de construcción situadas en el territorio de la región.

(7) Sovkjose: creación de los principios de la Revolución, empresa agrícola enteramente estatizada para servir de modelo a los agricultores, organizada para parecerse lo más posible a una empresa industrial.

(8) Kolkjos: es una asociación cooperativa constituida por adhesión voluntaria de los campesinos, explotada democráticamente y administrada por la asamblea de miembros del kolkjos. Los medios de producción están colectivizados, pero no la producción (Estatuto de 1935).