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Esta misteriosa «Ciudad Católica»

  • De inspiración comunista, según unos;
  • vivero de la O. A. S., según otros.

«La Ciudad Católica» desde hace algunas semanas es objeto de violentos ataques, blanco tanto en los medios anticlericales como de ciertos medios católicos: ¿Qué es, pues, este «temible movimiento» que agrupa seglares católicos, acusados por los unos de ser comunistas camuflados y por los otros de «integristas» pro O, A. S.?

Louis Salleron, que colabora en «Carrefour» desde los primeros números y cuya influencia es conocida (fue largo tiempo profesor en el Instituto Católico y ha publicado muchos volúmenes de economía política y de ensayos políticos profundamente marcados por su catolicismo militante), ha ido a las fuentes para responder a esta interrogación que se tiene el derecho de plantear ante la amplitud de la campaña llevada contra «La Ciudad Católica».

El 9 de noviembre de 1961, France-Observateur publicaba un corto artículo en el que se podía leer:

«En marzo de 1961 los Obispos de Francia decidieron ocuparse seriamente del integrismo francés; Mons. Guerry remitía a los Obispos algunas semanas más tarde un informe relativo a «La Ciudad Católica» y «Verbe». Hace algunas semanas, la nota de Mons. Guerry fue adoptada por el conjunto de Cardenales y de Obispos.

La nota episcopal denota la confusión de la unidad y de da uniformidad: estima que la sistematización de los modos de pensamiento conduce a matar la reflexión. Precisa que la penetración de los temas de la revista «Verbe» en una región »determinada esterilizan los movimientos de acción católica.

Si recordamos la importancia de esos movimientos (parece que esos «movimientos» significan «La Ciudad Católica» y «Verbe», y no los movimientos de acción católica) en el interior de los grupos Salan, se dará uno cuenta de la importancia de ese documento...»

Le Monde de 10 de noviembre volvía más largamente sobre el tema, añadiendo: «Ese documento, conviene precisarlo, no ha sido hecho público. ¿Sera porque «La Ciudad Católica» goza en el Vaticano de ciertas protecciones, por ejemplo la del Cardenal Ottaviani, Secretario del Santo Oficio?»

Se ve el encadenamiento: CIUDAD CATÓLICA - INTEGRISMO - SALAN - REPROBACIÓN DEL EPISCOPADO FRANCÉS - PROTECCIÓN DEL VATICANO. En cierto modo es la misma historia, pero invertida, que la de los Sacerdotes obreros, cuyo encadenamiento era: SACERDOTES OBREROS - CRISTIANISMO DE CHOQUE - PROLETARIADO - APROBACIÓN DEL EPISCOPADO FRANCÉS - CONDENACIÓN DEL VATICANO.

El Mismo día que Le Monde, es decir, el 10 de noviembre, La Croix publicaba una breve nota de puntualización. Sin aportar ninguna precisión de fondos ni de fecha, decía: «Un estudio doctrinal sobre «Verbe» y «La Ciudad Católica.» ha sido confiado a un miembro de la Asamblea de Cardenales y Arzobispos. Esas notas doctrinales están únicamente destinadas a los Obispos, maestros de la enseñanza y jueces de la fe en su diócesis.»

Cinco días más tarde, el director de «La Ciudad Católica», Jean Ousset, dirigía una carta de rectificación a Le Monde (15 de noviembre).

El documento al que se hacía alusión existía, desde luego, pero muy diferente de lo que insinuaba France-Observateur. En su naturaleza, era lo que decía La Croix. No databa de 1961, sino de comienzos de 1960. No se le conocía más que bajo la forma de hojas mecanografiadas, copia exacta o inexacta de la nota en cuestión. Destinado tan sólo a los Obispos, no era conocido (exacta o inexacta) más que por unas fuentes cuyos destinatarios eran curiosamente France-Observateur y Le Monde. Simple estudio doctrinal —del que, repitámoslo, NADIE, FUERA DE LOS OBISPOS, CONOCE HOY El TEXTO CIERTO—, no constituía evidentemente una condena, la que, por definición, habría sido hecha pública.

Ahora bien, en julio de 1960, es decir, varios, meses después de la comunicación de este estudio a los Obispos, «La Ciudad Católica» celebraba su congreso. El Cardenal Feltin se hizo representar en él por Mons. Hamayon, que en una sustanciada alocución de apertura declaraba textualmente: «... Es reconfortante encontrar aquí a cristianos penetrados de la necesidad de establecer la unidad, de hacer conocer la Verdad en la sumisión a la Iglesia, con la confianza de las más altas autoridades del Vaticano y la bendición del Soberano Pontífice.» Terminaba con estas palabras: «... Me place esta mañana, al aportaros mis alientos, encontrarme en medio de cristianos que tienen como primer objetivo la preocupación de la eficacia, la voluntad de conseguir éxito y, sobre todo, la búsqueda paciente y obstinada de la unidad en Cristo.»

 

¿QUÉ ES, PUÉS, «LA CIUDAD CATÓLICA» Y «VERBE»?

Precisemos, para comenzar, que «La Ciudad Católica» es el nombre del «movimiento» o de la «organización» (no se sabe qué nombre exacto darle para evitar asimilaciones abusivas) y que « Verbe» es el nombre de la revista mensual que le sirve de órgano.

Mi conocimiento de «La Ciudad Católica» es bastante reciente. La conocía desde hace tiempo por los ataques que padecía periódicamente, y me había hecho una idea bastante exacta de ella (ahora lo sé), pero no conocía su programa; no había tenido más que episódicamente, si alguna vez los tuve, ejemplares de «Verbe» en las manos, y no conocía a su director, Jean Ousset, nada más que por haberle encontrado una vez con otras personas en una comida de la que guardo un recuerdo muy vago. En 1961 se me presentó la ocasión de conocer a Jean Ousset. Le he visto cuatro o cinco veces. Me ha sido muy simpático por su actitud de perfecta franqueza y por un acento ligeramente meridional que da colorido a sus palabras. Le pedí sus publicaciones, que he leído concienzudamente. Se puede decir que si hay en el mundo alguna cosa que sea poco misteriosa ésta es «La Ciudad Católica» y «Verbe».

¿De dónde viene el título de «La Ciudad Católica»? De la carta de San Pío X «Notre charge apostolique», de la que la cita siguiente figura sobre la cubierta del folleto que expone lo que es el movimiento: «No se edificará la ciudad de un modo distinto a como Dios la ha edificado, no se levantará la saciedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización ya no está por inventar, ni la nueva ciudad por construir en las nubes. Ha existido, existe, es la civilización cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que de instaurarla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques siempre nuevos de la utopía malsana, de la revolución y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo.»

En la primera página del folleto, dos párrafos definen «La Ciudad Católica»: «CENTRO INTERNACIONAL DE ACCIÓN CÍVICA PARA LA FORMACIÓN E IRRADIACIÓN DE «ÉLITES», DE «CUADROS» SÓLIDOS Y SEGUROS, REPARTIDOS EN TODOS LOS LUGARES Y AMBIENTES.» «La Ciudad Católica» QUIERE PROFESAR LA DOCTRINA DE LA IGLESIA COMO REGLA DE VIDA PÚBLICA Y PRIVADA.

«Decididos a oponerse a los progresos del materialismo, del laicismo, del marxismo, en las instituciones sociales, sus redes de trabajo y de acción doctrinal quieren sacar partido de las posibilidades ofrecidas a la civilización cristiana por irradiación de seglares convencidos, en sus actividades familiares, profesionales y políticas. Y esto conforme a las directrices tan frecuentemente repetidas de la Jerarquía Y EN NOMBRE MISMO DE SUS DERECHOS CÍVICOS.»

Por tanto, un movimiento de seglares. Un movimiento cívico de formación doctrinal sobre la base de la enseñanza de la Iglesia y las directivas de la Jerarquía.

 

¿POR QUÉ EL ÉXITO DE «LA CIUDAD CATÓLICA»?...

Fue en 1949 cuando «La Ciudad Católica» nació, o al menos adquirió consistencia —previo el encuentro de algunos hombres y el perfilamiento de sus ideas en los tres años que precedieron—, mediante un congreso «nacional» que reunió una veintena de personas. Desde entonces, cada año —salvo en 1958 y en 1961, para evitar toda interferencia de una actualidad política particularmente cargada de electricidad— los congresos se celebraron en diversas ciudades, con una participación siempre creciente, alcanzando 800 en 1957, 1.200 en 1959, 1.500 en 1960.

La cifra de los adheridos no se ha hecho pública; se les calcula, generalmente, de cinco mil a seis mil. En todo caso, no parece que lleguen a los diez mil.

¿Quiénes son esos adheridos?

Esencialmente, al parecer, hombres de clases medias comprometidos activamente en lo temporal: ingenieros, agricultores, empleados, militares, etc. Un cierto número de estudiantes y de intelectuales, pero en minoría. ¿Cuál es la causa del éxito de «La Ciudad Católica» en esos medios?

La razón fundamental de ese éxito, a mi modo de ver, es doble:

1) Por una parte, todos los hombres (a los que designo con el nombre de «hombres de profesión» para oponerlos a los «intelectuales») sienten que la civilización se hunde bajo sus pies. Por ello tienen tendencia, si son cristianos, a remontar a la fuente de esta civilización, es decir, al cristianismo mismo.

2) Por otra parte, y en esta perspectiva, desean conocer los textos básicos, es decir, las encíclicas y las grandes enseñanzas del episcopado. Precisamente es este alimento el que «Verbe» les proporciona incansablemente. Lo prefieren al de esas revistas y semanarios que difunden un cristianismo de combate, del que se termina por no saber lo que, en los artículos y tomas de posición, es la parte de los redactores y cuál es la de la. Iglesia.

Añadamos que «La Ciudad Católica» hace trabajar a sus adheridos. Los invita a reunirse, a estudiar en común. Los invita, por otra parte, a hacer retiros y a desarrollar su propio cristianismo para que la doctrina sea en ellos no solamente intelectual, sino vivida. EN UNA PALABRA, LES PROPONE UN IDEAL DE MILITANTES CRISTIANOS, PERO EN LA PERSPECTIVA MÁS PARTICULAR DE CRISTIANIZAR LA SOCIEDAD MODERNA, ES DECIR, EL RESPONDER A LA INVITACIÓN DE PÍO X: RESTAURAR LA. CIUDAD CATÓLICA. Este ideal atrae cada vez .más a espíritus espantados por los progresos del materialismo bajo todas sus formas concretas e ideológicas.

 

... ¿Y POR QUÉ LOS ATAQUES CONTRA ELLA?

«La Ciudad Católica» soporta, desde hace años, violentos ataques procedentes tanto de medios anticlericales como de ciertos medios católicos.

En lo que concierne a los medios anticlericales, no hay nada que decir. Juegan su juego. Por ejemplo, uno de los directores de France-Observateur declaraba el 24 de diciembre de 1959 que la acción religiosa (si así pudiera llamársela) de ese semanario tiene por objeto el «hacer retroceder a la Iglesia católica». No se espera de él que defienda a «La Ciudad Católica» (lo que sería bastante comprometedor para ella).

En lo que concierne a ciertos medios católicos, se puede comprender que combatan a «La Ciudad Católica», toda vez que las concepciones de la acción e incluso de la espiritualidad católica son numerosas y que es difícil pedir a los hombres, sean o no cristianos, que se comprometan fuertemente en un tipo de acción o de espiritualidad sin mostrarse agresivos respecto de aquellos cuya posición sea diferente.

No son, pues, los ataques los que asombran, sino su violencia, que va frecuentemente hasta la calumnia y la difamación, pasando por todos los géneros de la perfidia más increíble.

Las razones de esta violencia me parecen ser las siguientes: «La Ciudad Católica» ha nacido y se ha desarrollado sin que nadie, durante años, conociera su existencia. Aunque ello sea todavía una causa muy pequeña, su crecimiento regular da miedo, y porque rechaza toda publicidad y toda acción de masa se ve en ella inmediatamente una sociedad secreta o, por decirlo mejor, un complot permanente. Porque está organizada en «células» (según la invitación de Pío XII, que en su Discurso al Segundo Congreso Mundial del Apostolado Seglar, en 1957, decía: «La «célula» católica debe intervenir en los talleres, pero también en los trenes, los autobuses, las familias, los barrios, etc.»), y por que preconiza un método de acción «capilar» (según la frase de Pío XII en su Discurso a la Juventud de Acción Católica Italiana del 4 de noviembre de 1953) se la imputa una inspiración comunista (constantemente, y a pesar de sus negativas formales, se acusa a Jean Ousset de ser un antiguo comunista). En una palabra, se ve en ella una especie de cuerpo extraño introducido por sorpresa en el cuerpo de la Iglesia y que convendría extirparlo lo más rápidamente posible.

Pero ese cuerpo extraño parece tanto más temible y odioso cuanto que no hace más que servir de vehículo a la doctrina de la Iglesia. Ahora bien, esto es el INTEGRISMO, herejía por excelencia a los ojos de muchos; herejía que es difícil de definir, puesto que jamás ha sido mencionada en ningún documento pontificio, pero que se puede concebir como la repetición beata y embrutecedora de los textos oficiales de la Jerarquía, en tanto que un buen cristiano debe comprenderlos y «repensarlos» inteligentemente para darles su verdadero valor, a riesgo de que esta asimilación y esta interpretación lleguen a significar una cosa muy distinta, e incluso lo contrario, de lo que uno cualquiera leería en mi documento aparentemente muy claro.

En fin de cuentas, la querella de «La Ciudad Católica» es un episodio de la lucha sostenida por aquellos que ponen siempre por delante «la Iglesia de Francia» .y su dinamismo contra Roma y su conservatismo. Si se pudiera acorralar de una vez a «La Ciudad Católica» (manifiestamente sostenida por Roma) con algún incidente espectacular, sería una operación maravillosa para la acción de progreso (¡no digamos «progresista»!) que conducen clérigos y seglares de la «Iglesia de Francia». Las cadenas romanas quedarían destrozadas.

 

«LA CLUDÁD CATÓLICA» Y LA O. A. S.

Este incidente espectacular se le basta, se le olfatea, se le espera ver surgir en todo su esplendor con la O. A. S.

¿Qué relación existe, pues, entre «La Ciudad Católica» y la O. A. S.? Ninguna, evidentemente. Pero lo mismo que hay en la O. A. S. hombres de derecha y hombres de izquierda, católicos, protestantes, judíos, musulmanes e incrédulos, bien puede ocurrir que haya también miembros o antiguos miembros de «La Ciudad Católica».

Dicho de otro modo y para hablar claro: si mañana un militar o un paisano se encuentra implicado en alguna acción de violencia bajo el signo de la O. A. S., si este oficial o este paisano es miembro del Partido Socialista Francés, el Partido Socialista Francés le desautoriza, y todo se ha acabado. Si es, o ha sido miembro de «La Ciudad Católica», «La Ciudad Católica» bien podrá desautorizarle, pero no dejará por ello de ser no solamente identificada con la O. A. S., sino que será la inspiradora, la instigadora, la responsable de todos los «plasticages» de Francia y de Navarra. ¿No ha habido, en efecto, en las redadas de oficiales que han pasado ante los Tribunales militares, figuras de soldados cristianos talmente caracterizados por las concepciones del honor y del patriotismo de que se jactaban que no podían más que denunciar su integrismo inconsciente y, por consiguiente, su adhesión de hecho o de espíritu a «La Ciudad Católica»?

Como se ha hecho creer, gracias a la intoxicación ilimitada de que son víctima los franceses, que «O. A. S.» quiere decir «asesino», se ven las cómodas asimilaciones que algunas palabras negligentes, pero repetidas un poco por todas partes, pueden suscitar en el espíritu de los lectores.

Tomemos dos ejemplos muy recientes.

El 30 de enero último un periódico de Namour titulado Vers l'avenir publicaba una larga «carta de París» de su corresponsal particular M. Herr. Hablando de «La Ciudad Católica», «organización que se puede considerar como un resurgimiento del integrismo», decía de paso: «Como es cierto: que un número relativamente importante de doctrinarios en el seno de la O. A. S. pertenecen a ese movimiento, o estén influidos por él...» Resbalemos; mortales...

El 21 de febrero, Témoignage Chrétien publicaba bajo el título «La Cité Catholique» una carta de lector, M. L., profesor en Compiègne: «Me asombra que ustedes no hayan todavía (salvo error de mi parte) revelado la influencia, que yo creo importante, de ese movimiento sobre los medios activistas de Argelia y de la metrópoli… La O. A. S. se presenta como defensora de la «civilización cristiana». Por ese hecho, muchas personas, en el mundo biempensante, son ganadas para las tesis de la O. A. S. no obstante sus acciones criminales, consideradas como obras pías conforme a la doctrina de la Cité Catholique, puesto que están dirigidas contra enemigos de «Dios y de Francia». Conozco algunos que son a la vez discípulos de Jean Ousset y fanáticos de Salan.» (Releed, merece la pena.)

 

DEL PADRE DE SORAS A «VERBE» Y A JEAN MADIRAN

Se ve la maniobra y el consejo susurrados: La Jerarquía de la «Iglesia de Francia» ¿no tendría interés, mientras que aún sea tiempo, en pronunciar, si no una condena —lo que sería un poco difícil—, al menos una advertencia, una puesta en guardia, cualquier cosa que fuera pública y que marcara una desaprobación de «La Ciudad Católica»?... No se sabe jamás... Si mañana hubiera algún «contratiempo» del lado de la O. A. S.... ¿no hubiera sido mejor haberse puesto por anticipado del lado bueno (que no se pone en duda) e incluso —¿por qué no?— dejar al Vaticano entendérselas después con sus «integristas»?...

He aquí en lo que estamos —que no es brillante—.

Algunos párrafos para hablar de «La Ciudad Católica» y de «Verbe» es poco.

El lector que quisiera documentarse a fondo tiene suerte. Tres folletos acaban de publicarse, uno después de otro, que ponen punto a la cuestión.

El primero es de A. de Soras, S. J. Se titula Documents d'Eglise et option politique, con el subtítulo Points de vue sur «Verbe» et sur «La Cité Catholique», 128 páginas, en las Ediciones del Centurión, París 1962, 4,90 NF. Este pequeño libro está dividido en dos partes: I. ¿Qué pensar de «La Ciudad Católica»? II. ¿Cómo leer y citar los documentos pontificios? Esta segunda parte es continuación directa de la primera, «siendo uno de los mayores defectos de «La Ciudad Católica» y de «Verbo», según el P. De Sosas, el hacer un uso un poco intempestivo de los documentos Pontificios...» No puede decirse que el P. De Soras sea un monumento de buena fe, pero, en fin, si va contra «La Ciudad Católica» es, sin embargo, con el mínimo- de consideración o de precaución que debe tenerse para un movimiento tan manifiesta y constantemente alentado por muy altas autoridades religiosas.

«Verbe», acaba de responder al P. De Soras en su número de marzo (1,40 NF, 3, rue Copernic, París XVI°). Este número da in extenso, en las páginas de la izquierda, los tres capítulos del P. De Soras que conciernen directamente a «La Ciudad Católica», y proporciona las respuestas en las páginas de la derecha.

Por fin, Jean Madiran, el director de la revista Itinéraires, acaba de publicar un folleto aparte: «La Cité Catholique aujourd'hui» (3 NF, 4, rue Garancière, París VI°), que trata desde más alto el conjunto del problema de «La Ciudad Católica», tal como se le presenta y tal como está planteado por el P. De Soras.

Con esos tres documentos se puede decir que se tienen todas las Piezas del proceso. Están abiertas a quien quiera consultarlas.

LOUIS SALLERON