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Por los marinos de Lepanto

POR LOS MARJNOS DE LEPANTO (*)
PAUL AUPHAN
Antiguo Secretario de Estado de la Marina.
"Todo cuanto se exagera no cuenta", había dicho, según creo
recordar, Talleyrand.
Es nna pena que el Rvdo. Padre Chenu no se haya acor­
dado de esta advertencia al escribir,. en el semanario Témoi­
goo.ge Ch~étien del 12 de enero de 1%7, sns cargos contra las
Cruzadas.
Voy a intentar hacer

la defensa de nuestros abuelos, sin ol­
vidar
el respeto particular que debe a su sotana blanca nn nieto
del alcalde que acogió hogaño en
SoDeze al Padre Lacordaire,
contribuyó a
su instalación en la célebre escuela y recibió, a
cambio, para él y sus descendientes., la promesa escrita del re­
conocimiento y las oraciones de la Orden.
Ya el pasado año me había extrañado el carácter excesiva­
mente rotundo de ciertos juicios del
Padre Chenu.
Al iniciar en París una serie de conferencias, había declarado
que, en dicho año 1966,
un veterano experto en el Concilio no
podía evidentemente hablar más que del Concilio, "no de sus _tex­
tos, que son bastante decepcionantes, sino de su gestación". "La
opinión pública ha pesado -enormemente sobre el Concilio y en
el fondo es
una dicha que así sea." "El Concilio ha terminado ; es
ahora cuando empieza" (1).
(*) Es para nosotros un grato honor publicar traducido al castellano este
trabajo del Almirante
Paul Auphan, dedicado a nuestros marinos victo­
riosos en Lepanto, aparecido en francés en el núm. 112 de Ifinéraire:s
(abril, 1967), y como españoles, expresamos nuestro más profundo agrade­
cimiento al autor.
Recomendamos al lector que quiera conocer el des~
arrollo de la batalla de I,epanto las páginas que dedica a la misma William
Thomas Walsh,
en su obra Felipe II (Espasa-Calpe, Madrid 1943, págs_ 565 a 579).
(1) Dice literalmente el P. Chenu: "pas des textes, qui sont assez­
décevants, mais de leur gestation". "L'o¡;>inion publique a énormément pesé
sur le Concite
et au fond c'est trCs heureux." "Ce Concile est fi.ni; c'est
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Siguieron algunas charlas bastante libres y palabras de tono
mordaz que a veces hacían. Sonreír al auditorio, no siempre con
el respeto que es debido a
la jerarquía.
¿ Cómo, por ejemplo, no quedar un poco embarazado cuando
se oye a
un religioso de cierta notoriedad ridiculizar amable­
mente al
Papa, a la ''burocracia vaticana''; a los obispos?
¿ El Papa? El ha tenido a bien regalar una de sus tiaras a
Norteamérica en testimonio
de pobreza ... Pero "le quedan por
lo menos una docena en su armario".
¿ Los obispos? "Hay que alegrarse de que la Iglesia se des­
embarace de sus ornamentos y de toda su riqueza exterior" ...
y que "los obispos no tengan ya, para distinguirse de los demás
sacerdotes, el menor botoncito o ribete violeta". "Los obispos
se reúnen en una verdadera asamblea parlamentaria o comunidad
deliberante: esto es la colegialidad." Ni una palabra de la "nota
explicativa previa'' pontificia.
Si recuerdo hoy alguna de estas frases típicas del estilo del
Padre Chenu es porque se vuelve a encontrar la misma efer­
vescencia intelectual en su reciente artículo sobre las Cruzadas.
La alocución navideña del cardenal Spellman le había tal vez
resonado en
loS oídos, como diría San Pablo. Sin embargo, no
era ésta una razón para dejarse llevar a semejante diatriba.
Para comenzar, asegura haber encontrado en un diccionario
definida la cruzada,
"en el género _guerra" (sic), como una guerra
santa. Si este diccionario existe realmente, yo no lo recomen­
daría como un modelo de ciencia enciclopédica o semántica, ya
que la cruzada fue organizada precisamente
para luchar contra
el
"dijihad" o guerra santa musulmana; jamás la palabra ha
tenido el mismo sentido entre los cristianos.
El Padre reprocha a la Iglesia haber recurrido a los medios
del poder político para "imponer" el Evangelio. Y o no co­
nozco ningún ejemplo notable de ello,
y hasta el momento creía
todo lo
contrarib. Me habían enseñado que, en efecto, era el
Islam y no
la Iglesia el que había impuesto el Corán a golpe
de alfanje a las comunidades cristianas
de Africa del Norte, a
las cristiandades orientales bizantinas, a España, tierra cristiana
desde Santiago, tal vez incluso desde
San Pablo, y a la que
fueron necesarios siete siglos
para liberarla.
Cuándo uno ve a sus hermanos en la
fe atacados, perseguidos,
maintenant qu'il commence." Sin duda no debe juzgarse por una sola frase
sacada de su contexto.
Pero el conjunto _de las citas da una i estilo.
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reducidos a la esclavitud, y uno dispone de medios suficientes
para defenderlos, ¿ obligará la caridad a cerrar los ojos y aban­
donarlos? Corno
toda· obra humana, las Cruzadas nos ofrecen
una mezcolanza de buen grano y de cizaña. Bajo pretexto que
es así en la mayor parte de nuestros actos, ¿ convendrá no hacer
nada?, el egoísmo y el abandono están al borde del pensamien­
to ...
La muy viva inteligencia del Padre Chenu le hace caer en
una inclinación común a muchos intelectuales:
juzgar excesiva­
n1ente
el pasado con mentalidad del presente; criticar a los actores
como si éstos hubieran conocido lo que ocurrió después. Vivimos
en una época más sensible (impresionable, dijo Pío XII) a la vio­
lencia física que a la
tortura moral. ¿ Es· esto un bien o un mal?,
no lo sé. En otros tiempos, en todo caso, era a la inversa. Los
seres humanos se educaban en el seno de una cristiandad (pa­
labra que hace estremecerse de indignación al Padre Chenu),
cuyas estructuras ahorraban a las almas el inmenso aparato pu­
blicitario e ideológico que hoy las martiriza en un falso bien­
estar.
Por el contrario, se titubeaba menos en llegar a las manos.
Esto era más franco y, como apenas se tenía más que los puños,
el daño no era excesivo.
No soy yo, fue Pío XII quien declaró que "un puebiq ame­
nazado o víctima de una agresión injusta, si quiere pensar y
cbrar cristianamente, no puede permanecer en una indiferencia
pasiva" (2). Llevado
por su ímpetu, el Padre Chenu escribe que
'1la
noción-de guerra justa ha sido solemnemente declarada in­
aceptable".
Me gustaría saber de dónde ha sacado él esa solem­
ne condenación, ya que, como Pío XII, la constitución pastoral
Gaudium et S P'es ha reconocí do a las naciones el derecho de le­
gítima defensa" (3) ; pero nosotros sabemos que los textos con­
.ciliares son para él "decepcionantes".
Y
o. no sé por qué el Padre Chenu escribe que, en la batalla
naval
de Lepanto (1571), "Don Juan de Austria destruyó por
.sorpresa la flota de los turcos": ¡ Pobre turcos, cuja flota ha­
bría así sido víctima de una sorpresa, casi de una encerrona,
pensará sin duda el lector no advertido!
Históricamente, nada es
más falso.
No hubo "sorpresa" ni juego naval al escondite. Los seis
pesados galeones cristianos, que frecuentemente hacía falta re4
malear, reducían a dos o tres nudos la velocidad de la armada
(2) Ra&iom,,.,aje de NavúJad, 1948.
(3) Número 79, párrafo 4.0
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de Don Juan y la hacían totalmente incapaz de operar por sor­
presa. Las flotas se avizoraron, casi por azar, no lejos
del-lugar
de la batalla de Actium. Cada una de ellas se consideraba !a
más fuerte; ambas se precipitaron una contra la otra en pleno
día, todas escuadras reunidas, decididas a deshacerse.
Cristianos
y musulmanes conocían muy bien las consecuencias del ·encuen­
tro. Nada menos que
la supremacía en la cuenca occidental del
.Mediterráneo.
El estandarte verde del Profeta traído
de la Meca flotaba
én la nave almirante musulmana, a la que rodeaban a la cabeza
de sus escuadras respectivas todos los jefes del Islam medi­
terráneo: los virreyes de Egipto, de Siria, de Ramelia,
de Argel,
de Trípoli, los gobernadores de Rodas, de .Mitelene, de
Gallí­
poli, ... Del lado cristiano, a petición del Papa San Pío V, bas­
tantes monasterios
se hallaban en oración. Hablar de sorpresa en
estas condiciones parece un error grosero.
Después de un largo y sangriento combate, decidido a favor
de los cristianós, de doce a quince mil cristianos utilizados como
esclavos en los remos de las galeras musulmanas fueron libe­
rados de
sus bancos de galeote. Aunque no se hubiese obtenido
más que este resultado, justificaría ampliamente 1a expedición.
La caridad, ¿podría haber consistido en dejar las víctimas ma­
ceradas
·en sus prisiones para no hacer daño a sus carceleros ?
En la opinión del Padre Chenu, la "'victoria" de Lepanto
(es él quien coloca las comillas) fue un "desastre evangélico".
Yo no lo entiendo. Más exactamente, no conozco un juicio com­
parable a éste, sino el que la bella .Marquesa de Sévigné es­
cribió con un gracioso movimiento_ de pluma y de mentón: "Des­
pués de la batalla de Actium no se ha vuelto a ver que los
combates marítimos hayan producido resultado alguno."
Estratégicamente,
el resultado de la batalla naval de Lepanto
fue considerable. No fue por puro "triunfalismo" que
el Papa
Pío V instituyó en acción de gracias la fiesta del Santo Ro­
sario, aún celebrada
el 7 de octubre en toda la Iglesia y que
cada año da lugar a una peregrinación a Lourdes dirigida por
la misma Orden a la que pertenece el Padre Chenu. Siempre
que puedo no dejo de participar en
ella y de tener un piadoso
recuerdo para mis predecesores cristianos en la carrera, los
c-ombatientes de Lepanto. Sin ellos es muy verosími.l que los
musulmanes,
ya dueños de los principales puertos berberiscos,
habrían dominado
el .Mediterráneo occidental y que los ejércitos
musulmanes, que desplegaban al mismo tiempo por los Balcanes
hasta las orillas
del Adriático, habrían desembarcado en más de
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algún lugar del litoral italiano o francés. Puede ser que el Padre
Chenu se llamaría hoy Mohamed o Abdallah ...
Si mi tono resulta un poco vivo -y yo me excuso respe­
tuosamente ante
él~ es porque sufro espantosamente, como cris­
tiano
y como marino, al oír tratar con desdén a los ocho mil
militares o marinos católicos muertos en Lepanto para
detern~r
la ola musulmana y para permitir que permanezcamos cristianos.
Callarse sería
una complicidad en la falta de caridad.
"Clama, ne cesses, quasi tuba exalta vocem
tuam ... ", dijo el
profeta Isaías (4). Traducción libre: "Clama.
No dejes de gri­
tar." Los combatientes de Lepanto, desde los almirantes hasta
el último grumete, eran nuestros hermanos en la fe. Ellos obe­
decieron, algunos hasta la muerte, a
un papa que la Iglesia ha
canonizado. Ellos, sin duda, tendrían sus defectos y sus pecados,
como yo, como todos nosotros. Pero el holocausto que ellos ha­
bían hecho por anticipado de sus vidas y que les ha integrado
en la comunión de los santos que invocamos en el Credo, habría
debido bastar para impedir que hoy se nos colocase sobre el
recuerdo que guardamos de ellos la inscripción de "desastre evan­
gélico".
"En esto hemos conocido su caridad: en que El entregó su
vida por nosotros; nosotros también debemos entregar la vida
por nuestros hermanos", escribió el apóstol San Juan (5).
El Padre Chenu concluye su artículo con estas palabras, en
su oponión definitivas:
"Las Cruzadas han fracasado." ¿ Qué
quiere decir esto? ¿ De qué modo juzgamos aquí el éxito o el
fracaso? San Luis, que batalló cuatro años en Oriente sin éxito
aparente, que murió finalmente frente a Cartago igualmente- sin
éxito, pero cuya memoria permanece indeleble, incluso en
el
Islam, y que invocamos actualmente en el cielo, ¿ "triunfó" o
"fracasó"? No ha sido un cristiano, fue Lenin quien escribió
que
"el criterio de la justicia es el éxito del resultado".
En realidad, todo el articulo del Padre Cheny descansa so­
bre
una confusión -bien sea querida o· bien inconsciente. yo
no lo sé. Dios lo sabe, diría parodiando a San Pablo-entre
la acción misionera en
la época de las Cruzadas y la acción mi­
litar de los caballeros cruzados.
Es muy cierto que, tras los primeros combatientes, una mu­
chedumbre de cristianos profundamente creyentes trataron de
convertir a los musulmanes.
Era esto muy difícil por razón de
(4) Isaias, 58, I, 9.
(5) Primera Epistola, III, 16.
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las estructuras sociales musulmanas y también porque, como sub­
raya el cardenal J ournet, "el Islam se constituyó oponiéndose
al cristianismo".
El caso de San Francisco qt.te recuerda el Padre
Chenu no es único. Raimundo Lulio se dejó lapidar en Bujía
hablando del misterio de la Santísima Trinidad. También ha-·
bía militares que ocasionalmente hacían apostolado durante las
treguas o en los períodos de "coexistencia· pacífica" que-se daban
entre la crisis guerreras. Pero la acción misionera era distinta
de la acción militar, incluso si el misionero había efectuado su
travesía en un buque de guerra: aquélla se efectuaba en otro
momento, en otras condiciones, en otro lugar que el de los com­
bates.
Las Cruzadas, en tanto que expediciones militares, no tenían
por
pritnier objetivo el de convertir a los musulmanes, como se
quiere hacérnoslo creer, sirvo el de contraata'C!J,rlos a domiicilio
P'ara defender a la cristianda;d injustamente atacada en su casa.
Estratégicamente, las Cruzadas desde los siglos xn al XY fa­
vorecieron de modo indirecto la reconquista de España y re­
tardaron varios siglos la invasión de la península balcánica y
con ella la conversión forzosa al Islam de una
parte de su
población.
Del mismo modo, la empresa de
Lepanto no fue organizada
con una finalidad de conversión, sino p·ara socorrer a Chipre~
isla cristiana, que el Islrem. acababa de atacar y de invadir sin
miotivo. El gobernador de Famagusta, Marco Antonio Bragadi­
no, incluso fue desollado vivo por los musulmanes, según sus cos­
tumbres, tradición
perpetuada hasta nuestros días por el F. L. N.
Como se ve, no se trataba para los cristianos de predicar o 3.e
convertir, sino de defender su propia piel, en el sentido literal
de la palabra, sus familias, sus iglesias, su civilización.
Al confundir la idea militar y la idea misionera -¿ la con­
fusión
ha sido -querida?, yo no lo sé, Dios lo sabe-, el artículo
del
Padre Chenu da lugar a un confusionismo que puede con­
ducir a hacernos contemplar a los cruzados como unos imbé­
ciles dedicados a
"impone!' el Evangelio ... por la fuerza de las
armas" (6).
Yo tomo mi conclusión de las Informatwns Cathc;liques In­
ternationales del 15 de enero de 1967. Es una cita de Monseñor
(6) La cita completa es: "l'Eglise a cru bon de recourir aux moyens
du pouvoir politique pour annonces
-et imposer l'Evangile. Et, parmi ces
pouvo!rs politiques, il y avait le recours 3. la force, y cúmpris la force des
armes'.
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Carla Colombo, que pasa por ser el "teólogo del papa". Diri­
giéndose a los teólogos italianos, les ha dicho: "Quien reciba
t::l encargo de enseñar teología tiene, como todo cristiano, el
derecho de buscar y de comunicar la verdad, pero no tiene la
libertad de comprom,:ter la fe o la vida espiritual de otro".
Yo deseo, con respeto, que este consejo (del que me he to­
mado la libertad de subrayar lo esencial) sea escuchado, y no
tan sólo por los teólogos italianos.
.
ÜBRAS
del Almirante P AUL AUPHAN
Antiguo Secretario de Estado de la Marina
Diffusion éditions D'Histoire
et D'art:
-La lutte pour la vie.
-Mensonges et vérité.
-Les grimaces de f Histoire.
-Les echéances de l' H istoire.
-Les convulsions de l'Histoire, ou le drame de la dés-
union européenne.
-La Marine dans l'Histoire de France.
Hachette:
-La Marine fran¡;aise pendant la se conde guerre miOn­
diale (galardonada por la Academia Francesa), en cola­
boración con
J. Mardal.
Table ronde:
-Histoire de la Méditerranée.
Editions France-Empire:
-Histoire de la Décolonisation.
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