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En el año de la fe

EN .EL AÑO DE LA FE
Veneramos los ctiatro primeros Concilfos como a los cuatro
Evangelios. Las definiciones promulgadas en los Concilios
deben permanecer inmutables en el· contenido y en las fór~
mulas que lo expresan. '
"Otra razón que nos ha mduddo a emprender nuestra rápida
excursión;
"
" . es ésta:
"el deseo de honrar la menwria de los primeros célebres Concilios
"ecuménicos, .que tuvieron en el
PróXimo Oriente la sede que
"les
ha dado nombre: Nicea (325), Constantinopla (381),
"Efeso (431), Calcedonia (451). Estos no son los únicos Conci­
.,,lios ec1:1,ménicos celebrados en Oriente) pero estos cuatro fueron
"y siguen siendo dignos de particular reverencia. Fueron los que
"dieron
a la Iglesia, después de los primeros siglos de vida perse­
" guida y casi clandestina, la conciencia de su trabazón constitu­
,,, cional y unitaria. Fueron los que evidenciaron y establecieron
"con autoridad los dogmas fundamentales de nuestra fe sobre la
"Santísima Trinidad, sobre Cristo, sobre la Virgen, y que por ello
"dieron al cristianismo su doctrina basilar, comprometiendo el
·"pensamiento humano, como lo habían hecho ya los apóstoles, .en
"explorar el sentido, la realidad teológica, la verdad revelada por
J, el Evangelio, y ofrecer al lenguaje religioso las primeras expre­
J) siones inequívocas e irreformables
n Es muy sabido que los cuatro primeros Concilios ecum,.énicos
J't1,1,vieron también en Occidente indiscutida y suprerna autoridad.
'' Entre otras, se suele, a este respecto, citar las palabras del Papa
"Gregorio Magno (590-604), el cual en la epístola sinódica, en­
"viada por él a los patriarcas de Oriente, no duda en afirmar:
)'-«Declaro aceptar y veneTar los cuatro Concilids como a los cuatro
"libros del Evangelio» (Ep., 1, 25; P. L., 77,478; Hefele, 2, 31-
"33). Motivo so/Jre el que el gran Pontífice volverá más veces con
JJ igual sentencia.
"Esto hace ver dos cosas, en nuestros dias, dignas de conside­
J'rae-ión; es decir, hacer ver que una doctrinq, autorizada e indis­
,, cutible se deriva por otra del rnagi,sterio eclesiástico, del estudio
"y del culto a la Sagrada Escritura, y que las definiciones promul­
" gadas por los Concilios han permanecido y dellen permanecer
,, en el contenido, y también en. las fórmulas que lo expresan,
.,,inmutablesn.
S. S. P ABW VI : Alocución en la audiencia ge­
neral del 9 de agosto de
1967. (Texto en italiano
de L'Osservatore Roma,n(J del 10 de agosto de
1%7.
Texto en castellano de Ecclesia del 19 de
agosto de 1967, núm. 1.353.)
Fundaci\363n Speiro

La fe es la herencia de los apóstoles; no es simplemente el eco
de la conciencia religiosa de la comunidad, ni de la expre­
sión de las opiniones-de los. fieles, como la voz que la precisa
y acredita, como decían los modernistas.
"«Eritis mihi testes», seréis mis testigos ( Act., 1, 8), habla
"dicho Jesús a los apóstoles antes de despedirse para siempre del
"escenario
de su vida temporal, y en análogos términos habla
"predicho la misión de Pablo: « ... debe llevar mi nombre a los
"gentiles, a los soberanos y príncipes de Israel» (Act.,
9, 15). Por
"esto la conmemoracián que se quiere hacer de estos apóstoles
)}mayores se centra princi,palmente en el aspecto que los define
"mejor:
ser maestros de la fe. Esta fue su misión: anunciar a­
"Cristo y hacer que naciese la fe en El. La fe es la herencia de los
"apóstoles.
La fe es el don de su apostolado, de su caridad. Acep­
"tando la fe, nos ponemos en comunión con ellos, entramos en.
"su escuela, participamos en el plano de salvación que J esucristlJ
"les
confió para que lo desarrollasen e instaurasen en la huma­
"nidad.
Por eso hemos calificado como «Año de la Fe» la memoria
"que durante doce meses nos proponemos dedicar a estos grandes
"anunciadores. de Cristo: los apóstoles Pedro y Pablo. El hecho
"de
que ellos, junto con los demás apóstoles y anunciadores auto­
" rizados del Evangelio, sean los intermediarios entre nosotros y
''Cristo, caracteriza al cristianismo de manera esencial y engendra
"un sistema de relaciones indispensables en la comunidad de los
"creyentes que no

pueden prescindir de
la función docente que
"los hace como tales.
"Recordamos, por ejemplo, unas palabras significativas del
"mismo San Pedro, consciente de ser instrumento vi"vo, generador
"de la fe de los primeros cristianos. Así habla al primer Concilio
"de
la Iglesia naciente: «Varones hermanos: ya sabéis que Dios,
"desde los primeros tiempos, dispuso entre nosotros ·que los gen­
"tiles oyesen la palabra del Evangelio de mi boca y creyesdn»
"(Act., 15, 7). Mirad, el apóstol es Maestro; no es simple,i¡ente
,, el eco de la conciencia religiosa dt la comunidad; no es la e:rp're­
" sión de las opiniones de los fieles, como la voz que la precisa y
"acredita, como
decían los modernistas (Cf. Denz. Schoen. 34iJ6
"(2006), y como todavía hoy osan afirmar algunos teólogos. La
"palabra del apóstol es generadora de la fe; del mismo modo que
"trae el primer anuncio del Evangelio, así también defiende su
"sentido genuino, define su interpretación, orienta la aceptación de
nlos fieles, denuncia las erróneas deformaciones.
"Y San Pablo no es menos dogmático; afirma: « ... Si algun/J
"os Predica otro evangelio distinto del que habéis recibido, sea
"anatema», es decir, condenado, maldito (Gal., 1, 9). La verdad
"religiosa que se deriva de Cristo no se difunde entre los hombres
"de manera
incontrolada e irresponsable; necesita de un canal ex­
''terior
y social, e.xige un magisterio autorizado, y sólo con la
"ayuda de este servicio (la caridad en la verdad) conserva su
"unívoco significado. divino y' su valor salvífica. Sí, este sistema-
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"obliga, pero no se opone al aprofundizamiento, al estudio, a la
"meditación, a la aplicación vital de la verdad religiosa --que en
"'esto más bien nos educa y estimula-, ni tampoco por sí obliga
"a la e:rpresión verbal de dicha verdad religiosa -aunque las fúr­
"mulas dogmáticas están íntima-mente ligadas a su contenido, que
~'todo cambio oculta o provoca una alteración del mismo conte­
"nido-; pero no consiente en lo que agrada a tantos hombres
"de hoy y de ayer: en un libre examen de la Palabra divina, en
"una separación entre la Sagrada Escritura y la Palabra ha/,lada,
"viva,
fiel y actual del magisterio eclesiástico, y, por ende, en
"una interpretación caprichosa. San Agustín advierte: «Vosotros,
"que en el Evangelio creéis en lo que os agrada y no en lo que
,, os desagrada, creéis más bien a vosotros mismos que al Evan­
" gelio» (Contra Faustum, 17, 3; PL., 42, 342)."
S. S. PABLO VI: Exhortación a los fieles en
la audiencia general del 5 de julio de 1967. (Texto
en italiano en
L'Osservatore Romtmo, del 6, Tex­
to en castellano de Ecclesi.a del 12 de agosto de
1967, núm. 1.352.)
La fe, don gratuito de Dios.
"Pero existe una dificultad, o mejor} una condición de facto,
"que siempre
expone al hombre al peligro de perder la fe, pues
"la fe, en su verdadero significado teologal, es un don, un don de
"Dios.
Es la doctrina de San Pablo, que enseña: «Vosotros habéis
"sido salvados por gracia mediante la fe, lo cual no es de vosotros,
"sino un regalo de Dios» (Efes., 2, 8); ta,,n/Jién gran enseñanza
n de San Agustín, quien demuestra que incluso el comienzo de la
.,, salvación es obra de la gracia, cuando escribe: «La fe, que nos
.,,hace cristianos, es un don de Dios» -(De predest. sanctorum,
"P. L. 44, 961); y será la doctrina de la Iglesia, repetida por sus
"Concilios (cfr. D375; 1553) y
por sus maestros, por Santo To­
.,,más, por ejemplo, quien afirma que de suyo ni el milagro «per se»
"es causa si,fiente de la fe (S. Th., II, II, 6, 1), para creer es
.,, preciso un principio interior que no puede llegar más que de
.,,Dios; es preciso el «lffmen fidei», una luz interior que dispone
"a la mente para asentir a las verdades reveladas por Dios,-· es la
.,'virtud infundida en nosotros por el bautismo.
"Esta gratitud de la fe, que en todo depende de Dios, parece
"anu_lar la obra del hombre, y casi insinuarle resignación e inerte
"fatalismo, que todo
lo espera de Dios y no ofrece nada suyo.
"Pero no es así. Ante el misterio que rodea la acción divina en
.,,nuestra salvación no queda aminora.da nuestra responsabilidad,
.,, no se anula nuestra colaboración. Dios ofrece, a nosotros nos
"toca aceptarlo.
La salvación, como también enseña el doctor de
.,,la gracia, San Agustín, no se alcanza «más que queriéndolo nos­
,, otros».
n Esta doctrina abre un vastísimo campo de consideraciones
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'}ante el drama de la fe: ¡por qué muchos no creen?, ¿cómo pue­
''den salvarse los que no tienen fe?} ¿cuáles son nuestras .obliga­
uciones
con respecto a este don divino?}. ¿cómo se obtiene.?, ¡;cómo
}'se conserva.?) ¿qué
disposiciones en nuestro espíritu corresponden
·"al designio de Dios de ligarse a nosotros y salvarnos .mediante
.,, su palabra, y qué aceptación de su palabra, que es precisamente
"la
fe?
"El amor a Dios se n-os manifiesta a nosotros primeramente
"con la vocación a la fe. Su palabra es la e:,presión de su caridad.
"Nunca podríamos encontrarnos con el pensamiento salvífica de
"Dios si no escucháramos la revelación de su verdad. En Dios la
-''fe es una llamada de amor. Y por nuestra parte tiene que ser
"una primera y fundamental respuesta de amor. Es nuestra for­
"-tuna, nuestra felicidad, la llave de nuestro destina. Por ello es
"necesario tener muy en cuenta la fe. Qué poca inteligencia de­
"muestran quienes se permiten actitudes llenas de prejuicios1 fa­
"tuas e irresponsables ante el problema de la fe. Desgraciadamente
"gran parte de la gente juzga esta. cuestión con extrema ligereza,
"con inconsciente volubilidad, sin pensar que es un problema ca­
,, pi tal. La fe requiere1 sí, una libre adhesión; pero precisamente
"por eso exige una reflexión ponderada y viril. El uso de la li­
"bertad no es un juego· de segunda categoria. Define al hombre
"en su grandeza y en su destino.
"Ved aquí, pues, un segundo deber, después del de la justa
}}valoración y custodia, con respecto a_ la fe,· la búsqueda, es decir,
"el conocimiento de los términos .en que se plantea el problema
"de la fe, bien con respecto a las verdades que se han de creer o
'1bien con
respecto al acto espiritual, lógico, psicológico y moral 1
' que se nos exige para creer1 recordando siempre que la fe no
,,mortifica nuestro pensamiento1 aunque no satisfaga su proceso
'1natural, sino
que lo habilita ·para un conocimiento1 una certeza,
-''un goce espiritual de grado superior al normal.
,1 Añadiremos un tercer
deber: el de _orar para tener, para
,, conservar, para acrecentar la fe. La relación entre fe y oración
''deberia ser examinada con gran cuidado, y lo seria ciertamente
1'con {!Yan satisfacción. «Es necesario darse bien cuenta que la fe
"también (la sul,jet~) es vida, y como trd tiene sus evoluciones
'1y su historia. No es un conocimiento
cerrado, establecido de una
,,vez para siempre, cualquiera que sea la vida, de la m.isma forma
"que la tabla pitagórica, una vez que se ha aprendido ... La fe se
'1alimenta con
las fuerzas del espíritu y del corazón, con el juicio
"y la fidelidad; es decir, con toda la vida interior ... La fe debe
"perseverar,
y con ella la oración.» (Guardini, Introd. alla pra­
"ghiera, pág. 187),
S. S. PAULO VI: Alocución en la audiencia
general del
21 de junio, IV Aniversario de su
Elección. (Texto italiano en L'Osservatore Ra­
mano del 22 de junio de 1967. Texto en ca3te­
llano de Ecclesia, núm. 1.349, del 22 de julio.)
Fundaci\363n Speiro