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Palabra y testimonio del cristianismo en la elaboración de la ciudad terrena

PALABRA Y TESTIMONIO DEL CRISTIANO
EN LA ELABORACION DE LA CIUDAD TERRENA (1)
por
GABRIEL DE ARMAS.
I
¡ Singular figura la del cristiano !
El cristiano va por el mundo despertando odios, rencores,
persecuciones, antipatías. Con
razón nos ha advertido Pablo VI
que la fe cristiana "implica un peligro, un riesgo, tal vez un aten­
tado contra la propia tranquilidad e incolumidad".
Puede, pues, afirmarse, con el irrecusable testimonio de la His­
toria a la vista, que el cristiano es un ser antipático al mundo ...
Ahora bien; ¿ nos hemos parado a pensar, una vez siquiera, la
razón psicológica de esta evidente antipatía?
Quizá nadie
mejor que San Juan, el discípulo bien amado, nos
dé la clave de este enigma, con sus claras y contundentes pala­
bras: ''No-queráis amar al mundo, ni a las cosas mundanas. Si
alguno ama al mundo
no habita en él la caridad o amor del
Padre: porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de
la carne, concupiscencía de los ojos y soberbia u orgullo de la
vida: lo cual no nace del Padre, sino del mundo."
El cristiano ha de situarseJ por consiguienteJ frente al mundo
y a sus concupiscencias. De otra parte, San Pablo nos exhorta:
"No queráis amoldaros al mundo, antes bien renovaos en el es­
yíritu 'de Jesucristo."
Si el cristiano cumple, como
es debido, estas consignas con­
cretas,
¿ es ·acaso extraño que no sea aceptado y aplaudido por
el mundo?
Cierto que existen varias acepciones de la palabra mundo
...
Pablo VI, maestro consumado en la matización, nos ha adoctri­
nado sobre este particular con numerosos textos llenos de vigor
expresivo :
"... el mundo es el cosmos, el universo, la maravi­
llosa, misteriosa e inmensa obra de Dios... pero es también la
antítesis del
reino de Cristo, el reino de la negación, de la ~s­
tucia,
del egoísmo, del odio".
Es natural que tras leer y meditar que "la comunidad cris­
tiana está integrada
por hombres qne, reunidos en Cristo, son
{l) Resumen por el propio autor de la conferencia que pronuncio en
1a clausura de la VI Reunión de amigos españoles de la Ciudad Católica.
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guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del
Padre, y han recibido la buena nueva de salvación para comuni­
carla a todos", corno nos dice, por vía intrcxluctoria, la Consti­
tución GO!Udiu,m et Spes, del Concilio Vaticano II, nos pregun­
temos con cierta angustia: ¿ aceptará ese mundo en sentido pe­
yorativo la buena nueva de salvación que se le pro¡xme?
Con desgarrada sinceridad hemos de contestar a esta pre­
gunta de forma negativa. Ni jamás la aceptó. Ni la acepta ahora.
Y nunca la aceptará. Precisamente por eso la vida del cristiano
es lucha, como afirma el Libro Santo. No nos hagamos vanas
ilusiones. El mundo, con su espíritu perverso, aborreció, abo­
rrece y aOOrrecerá a Cristo, Palabra y Testimonio, a la vez, del
Padre ·que está en los Cielos ...
Y no nos rasguemos las vestiduras con gesto farisaico. ¿ A qué
sorprendernos si Cristo lo advirtió con meridiana claridad? Sus
discípulos no pueden llamarse a engaño cuando sus palabras son
tan terminantes: "Si fuéseis del mundo, el mundo amaría en vos­
otros
su pensamiento, su espíritu, sus costumbres. Pero como no
sois de los suyos, el mundo os odiará. Acordaos de mis palabras.
No es el siervo mayor que su señor, ni el discípulo mayor que
su maestro. Si a mí me han perseguido también os perseguirán
a vosotros."
Ante este cuadro, a primera vista, desolador, ¿ debe el cris­
tiano evadirse del mundo? No. Acordémonos., cuando el tentador
nos inquiete con este impulso, de la oración de Cristo por los
suyos a su Eterno Padre: "No te pido que los saques del mundo,
sino que los preserves del mal."
Ambos mundos, el de la bondad y el de la malicia, el de la
mansedumbre y el del rencor, el de la fe y el de la impiedad, el
del trigo y el de la cizaña, el de la luz y el de las tinieblas, el de
los santos y el de los perversos, viven y se desarrollan en un
mismo tiempo y en un mismo espacio. A veces, es ·difícil distin­
guirlos. Sin embargo, hay obligación ineludible de afrontar el
riesgo. _
¿ 'for qué? Porque es enseñanza evangélica que sólo seremos
cristiános en la proporción
en que nos enfrentemos con los pro­
blemas temporales, a la luz, claro está, de la Ley Eterna. Sin caer
en mero temporalismo, ya nos advierte la Constitución Gaudium­
et Spes que " ... especialmente en nuestros días urge la obliga­
ción de hacernos
verdaderamente prójimos de cualquier hombre
y de servirle con eficacia cuando nos sale al paso ... "
El Cielo se conquista aquí, en la tierra. Se va a Dios a través
del amor al prójimo. Se llega a la Ciudad Eterna tras el esfuerzo
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continuado del quehacer temporal en la elaboración de la Ciudad Terrena. ¡¡El orden de las cosas humanas, que es la ciudad te­rrena -ha dicho Pablo VI-, no puede ser olvidado por la
Iglesia, cuando en él se desarrolla esa vida humana que ella ha
de guiar a la salvación."
Pues bien; en la elaboración de
la Ciudad Terrena, el cris­tiano ha de utilizar fundamentalmente dos elementos: la palabra
y el testimonio.
II
Mucho se habla ahora de la primacía de uno o de otro ele­
mento ... ¿ Debe anteponerse el estimonio a la palabra? ¿ Debe, por el contrario, la palabra anteponerse al testimonio? Yo, sin em­
bargo, preguntaría a quienes esgrimen razones
para inclinar la balanza de uno o de otro lado: ¿ es posible separar, escindir, des­
conectar, la palabra del testimon.io, y viceversa?
Forzoso es inclinarnos por una respuesta n_egativa.
Cristo, Verbo de Dios, Palabra del Padre, es al mismo tiempo
Vida, Manifestación
y Testimonio del Padre que está en los
Cielos ...
No puede haber posibilidad de disociación entre la Pa­
labra
y el Testimonio del Verbo encarnado. Como no debiera
haber
(y si la hay es fruto exclusivo del pecado) la ruptura más
mínima entre el testimonio actuante y la palabra del cristiano.
La Constitución G(J)Wfium-et S P'es no hace más que afirmar
esta verdad cuando nos recuerda que "el divorcio entre la fe y la
vida diaria de muchos debe ser considerado como uno
de los más
graves errores de nuestra época".
Sí; la palabra es el principio de nuestra fe .. El testimonio es esa misma fe vivida, ejemplarizada y gozosamente experimentada.
La palabra es la doctrina plena de fuerza operativa. El testimonio es el comportamiento responsable. Ambos, testimonio y palabra, se complementan: forman al unísono el entramado básico del ser
cristiano. Si, como dice
,San Pablo a los corintios, Dios quiso
salvar a los hombres por la locura de la predicación, es porque la
palabra, hontanar de
la fe, había de cristalizar, andando el tien1-po, en la virtud operante y testimonial del bien obrar ...
Existe, sin embargo, una peligrOsa .corriente progresista que
pretende reemplazar la labor de la palabra por la del puro y
simple testimonio...
:-·
¡ Cuidado! No nos convirtamos en "perros mudos", silen­
cíosos testigos del ladrón que penetra furtivamente en la heredad.
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¡ Cuidado ! Que la Iglesia del silencio nos puede un día lan­
zar al rostro el vergonzante silencio de la Iglesia.
¡ Cuidado! Cierto que hay que dar de comer al hambriento y
de beber al sediento y vestir al desnudo; pero, ¡ah!, por ia misma
razón, .porque son obras de misericordia, hay que enseñar al que
no sctbe,_ se ha de"-corregir al que yerra y dar buen consejo al que
lo ha menester. Para estos quehaceres la palabra es irreempla­
zable: sólo ella enseña, corrige y aconseja ...
Al hablar de la palabra, me parece justo evocar a la apolo-·
gética, tan zaherida y maltratada· en los tiempos que corremos. La
apologética, como afirma el P. Humberto Clarissac, en su preciosa
obra El misterio de la Iglesia, es una incursión feliz en tiempo
de sitio. Desembaraza
y explora los contornos de la ciudad ...
No es ella ciertamente quien engendra la vida divina en nos­
otros... "Pero la apologética -dice--puede ser el vehículo de
gracias actuales muy valiosas y estrechamente ordenadas a la vida
de la Iglesia y del alma: honor bastante para ella."
Sigo, pues, creyendo con
el P .. Clarissac que a esta zaherida
y maltratada apologética hay que reservarle un puesto de van­
guardia en la lucha por la elaboración de la Ciudad Terrena.
Escribía nuestro santo y sabio Cardenal Gomá que
"la predi­
cación, tomada esta función en su sentido más amplio, es un de­
ber estricto de conciencia y
la obra fundamental de la cura pas­
toral".
Pablo VI nos ha dicho: "La Iglesia donde está viva, donde
comprende, donde es
fiel· al ·mandato de Cristo, tiene una princi­
pal e indispensable actividad: anunciar
la. palabra divina. La fe,
raíz de todo el sistema doctrinal y moral del cristianismo, exige
este anuncio, exige
la predicación."
No basta, pues, el solo testimonio.
Por su parte, la Constitución Luimien Gentiunr, del Vaticano II,
es bien explícita a este respecto: "Cristo -nos dice-cumple su
misión profética hasta la plena manifestación de su gloria, no sólo
a través de
la jerarquía, que enseña en su nombre y en su po­
testad, sino también por medio de los laicos, a quienes, por ello,.
constituye en testigos y les ilumina con el sentido de la fe y la
gracia de la palabra."
No lo olvidemos. El cristiano es un testigo de excepción en
medio del mundo. Y lo primero que se pide al testigo es el tes­
timonio de su palabra. La palabra es algo más que dogma, como
ha afirmado Cangar. Es también enseñanza y exhortación. El dog­
n:;a, su definición, su interpretación correcta, corresponde en ex­
clusiva a la jerarquía. La exhortación y la enseñanza nos. corres-
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PALABRA Y TESTIMONIO
ponde a todos porque, además de ser guardadores de la palabra,
somos llamados al apostolado activo, como miembros vivos del
Cuerpo Místico de Cristo.
La "didacticidad" y la "paraclesis" que hemos de practicar
en virtud de nuestra condición de cristianos, tienen su funda­
mento insoslayable en la palabra.
III
Ahora bien; el apostolado de la palabra es arriesgado. Dice
El Libro de los Proverbios que "el que corrige al petulante se
acarrea afrenta, y el que reprende al impío, ultraje".
En la elabo­
ración de la Ciudad Terrena, en esa consecratio mundi a que
debemos aspirar, el cristiano, con su testimonio y con su palabra,
ha de corregir petulancias y ha de reprender impiedades ...
Dados tales supuestos,
¿ cómo no va a acarrearse el cristiano
afrentas, ultrajes y persecuciones, frente a un mundo petulante e
impío?
Ya era así en los tiempos lejanos en que-Dios preparaba a su
pueblo, al pueblo escogido,
para enviarle a su propio Hijo.
Cuando Moisés sube al Sinaí, cumplidos los ochenta años, para
recibir de Yavé las tablas del testimonio, el pueblo se aprovecha
de aquella ausencia para dar rienda suelta a sus concupiscencias.
Moisés queda sorprendido y anonadado al contemplarlo sumido
en la adoración idolátrica del becerro de oro.
La reacción del
gran caudillo es dura. No se limita, no, a dar un testimonio de
repulsa en silencio. Grita, vocifera y les -escupe a la cara su infi­
delidad:
''Habéis pecado.''
Esta misma actitud, viril e intransigente, la observamos en
los Profetas, esos "antipáticos" voceros de Yavé, que con su pa­
labra recuerdan deberes, fustigan vicios y repudian toda clase de
adulación. Hoy, con toda seguridad, les llamarían integristas, in­
movilistas, fanáticos. -Pero en su tiempo también les denominaron
así.
Hoy los perseguirían. Pero en su tiempo también los per­
siguieron.
Elías llamará asesino y ladrón al rey Ajab, por haber dado
muerte a Nabot para quedarse con su viña. Isaías confundirá al
¡: ueblo con exhortaciones premonitorias de tremendos castigos por
su dura cerviz. Jeremías llegará a apremiar al rey para que gobier­
ne en justicia. Todos ellos, por consiguiente, los profetas mayores
y menores, perseguidos e injuriados, pero firmes en el testimonio
de la palabra, prenuncian al cristiano valeroso,
que desea la Iglesia,
en nuestros días, para la elaboración de la Ciudad Terrena y que
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GABRJEL DE ARMAS
ha sido descrito por Pablo VI en las siguientes frases: "¿ Puede un
cristiano verdadero ser débil, temeroso, vil, traidor de su nombre,
de su conciencia, de su deber? No. El auténtico cristiano es fuer­
te, animoso, leal, coherente, heroico si es preciso; el cristiano
-lo sabernos por confirmación-es soldado de Cristo."
j Soldado de Cristo ! Que no se asusten los timoratos. Aun
tiene vigencia, a Dios gracias, este término castrense, en una
Iglesia que, so pena de desfigurarse, no puede-dejar de ser mi­
litante. Soldado, emisario y
heraldo de la verdad fue el profeta Nathán
cuando echó en cara al rey David su terrible pecado: un doble
crimen de adulterio y asesinato. David, que estudió la felonía con
acabada perfección, pensó que al poco tiempo de cometida no que­
daría rastro de ella. Olvidó, no obstante su talento, aquella gran
verdad que Rubén Darío plasmaría, andando la vida, en un verso
lapidario dirigido a Roosevelt: Y, pues contáis con todo, falta
una cosa: ¡Dios!
Dios, efectivamente, le recriminó por medio del profeta Nathán.
¿ Lo veis? Ya los protocristianos eran aguafiestas, intransigen­
tes, antipáticos.
Frente al mundo, ellos -ponían barreras a las tres
concupiscencias: a la de la carne, a la de los ojos y a la soberbia
de la vida. Y precisamente por eso, su palabra y su testimonio de­
bieran servirnos de paradigmas. Porque es el Concilio Vaticano II,
en su Constitución Lumen Gentiu-w.1, quien nos recuerda que el
cristiano debe manifestar su esperanza "en diálogo con'tinuo y en
un continuo forcejeo con los dominadores de este mundo tene­
broso,
contra los espíritus malignos, incluso a través de las es­
tructuras de la vida secular".
Forcejeo continuo, lucha sin cuartel, guerra sin tregua, fue la
postura de Juan Bautista -el Precursor-frente al rey Herodes.
Mientras la corte da rienda suelta a las tres concupiscencias mun­
danales, Juan se retira. al desierto y da un testimonio de aus­
teridad inquebrantable: se alimenta de langostas y miel, no bebe
vinos ni licores y cubre su cuerpo con una áspera piel de ca..,.­
mello.
Pero no basta el testimonio silencioso. El silencio, ha dicho
alguien, todo lo pudre.
Se hace sentir la necesidad de la palabra.
De la palabra cortante, afilada, que sirva para dibujar aristas en
vez de difuminar contornos. Y Juan, sabedor de que Herodes
vive amancebado con su cuñada, la mujer de Filipo, ies lanza su
voz como
un trallazo: ''Non licet ... ''
Este irrevocable "non licet" acabaría con la vida de Juan, que
fue decapitado
en la prisión de Maqueronte.
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PALAQRA Y TESTIMONIO
IV
Tras la predicación del Bautista aparece Cristo en el escena­
rio de
la Historia. Pero •.. ¡ qué decepción! No aparece como el
libertador glorioso que ha de ser coronado rey temporal. Trae un
mensaje .de salvación eterna .. y viene a fundar. tma Iglesia que,
aunque está en el mundo y es pGm el mundo, no es del mundo. Es
más: El entabla un combate sin armisticio contra las concupiscen­
cias mundanas. Los entusiasmos se apagan, los vítores se ex­
tinguen, los aplausos se convierten en miradas aviesas, desilusio­
nadas, donde hay mucho de amargura y resentimiento.
¿ Qué promete este rey? ¿Quizá. riquezas? No.
Ha pronun­
ciado las siguientes frases escalofriantes: HBienaventura,4os los
pobres ...
" "No queráis amontonar tesoros, donde el orín y la
polilla los consumen."
¿ Tal vez promete honores? "Bienaventurados los que padecen
persecución por la justicia ... " "Dichosos seréis cuando por mi
causa os persigan."
¿ Dejará libertad a las intemperancias personales? "Si tu ojo
te escandaliza, arráncatelo." "Cualquiera que mirare a una mujer
con mal deseo, ya adulteró en su corazón."
¿ Admitirá por Jo menos la venganza, ese placer de dioses ?
"Bienaventurados los mansos." "Amad a vuestros enemigos."
''Orad por los que os persiguen
y calUfnnian." Ha dado, pues,
un cerrojazo a la famosa ley del talión, ojo por ojo y diente por
diente.
Es más. Frente a la hipocresía farisaica, la cólera de Cristo
se manifiesta bien patente: "sepulcros blanqueados", "lobos ra­
paces",
"raza de víboras".
La intransigencia de Cristo es tal -"el que no está conmigo
está contra
Mí" -que va a origimir el drama tnás profundo de la
Historia, concretado ideológicamente en el grotesco dilema que
Poncio Pilato plantea a las masas ávidas de sangre y de vengan­
za: "¿ A quién queréis que .os suelte: a Cristo o a Barrabás r·
"A Barrabás", gritarán enfurecidos. Cristo, al fin, es antipático
porque pone coto a las tres concupiscencias que el mundo adora ...
Alguien IJegará a decir que Barrabás es mucho más humano. Ba­
rrabás transige, comprende, no condena, no lanza anatemas, no
depura su pensamiento con formulaciones concretas., no dogmatiza,
no viste de rigor sus verdades, porque no las tiene. La figura de
Barrabás ha adquirido en nuestros días proporciones colosales.
* * *
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GABRIEL DE ARMAS·
Cristo había ordenado a los suyos: "Id y predicad." No ha­
bía dicho, no, "id y dad callado téstimonio". Al conjuro de estas
palabras, Pedro y los demás Apóstoles comienzan a predicar. Pero
he aquí que los sacerdotes, los sa.duceos. y el Comandante del
Templo
se indignan y les conminan para que su testimonio sea
silencioso.
:Es entonces cuando de los labios de Pedro y de Juan
brota el .famoso "Non posswnus" : no .podemos.
¿ Qué motivo tenían para no callar? El mandato imperativo
de Cristo: "Id y predicad .. " El "Non possumus" del. primer Papa
será un alerta continuo en la historia de la Iglesia. Por él se
abrirán los circos e irán los cristianos· a las fieras. ,Por él morirá
Pedro crucificado, Pablo será decapitado, apedreado por los judíos
Santiago el Menor, y los demás Apóstoles sellarán con su sangre
la doctrina que Cristo les dejó en depósito.
"Non possumus", que
también el cristiano actual tendrá que repetir, cientos de veces,
en sus luchas y trabajos por la elaboración de la Ciudad Terrena
que le está encomendada.
V
Afirma Sertillanges que los éxitos gritan al cristiano: conti­
núa; y los fracasos le gritan: vuelve a comenzar. ¿ Quiere esto
decir. que jamás habrá descanso? Sí, quiere decirlo.
¿ Y siempre
será así.? ¡ Siempre! El cristiano, en su lucha por la elaboración
de la Ciudad Terrena, nunca se verá libre de conjugar el "Non
licet" y el "Non possumus", ese antipático binomio que pone en
riesgo su propia vida.
Veamos algún ejemplo.
Trasladémonos a la Inglaterra del siglo xv1. Reina
Enri­
que VIII, quien acaba de publicar un magnífico libro en "Defen­
sa de los siete Sacramentos" contra Martín Lutero.
El Papa
León X, en agradecimiento a este servicio, le otorga el título de
"Defensor de
la fe". Enrique está casado, hace ya dieciocho años,
con Catalina de Aragón. Al enamorarse perdidamente de Ana Bo­
lena, acude a Roma para que su matrimonio sea declarado .nulo.
De los labios de Clemente VII vuelve a salir el "Non pos­
sumus", que exaspera al rey.· Como, a pesar de la negativa del
Papa, Enrique signe terco en su propósito, el Vicario de Cristo
tendrá que gritarle, de nuevo, el "Non licet". al mismo tiempo
que
lanZa la excomunión contra el príncipe "Defensor de la fe".
Desde 1529 el erudito Tomás Moro es Lord Canciller del
reino
y Guardasellos del rey. La actitud de Enrique, que pretende
erigirse en Jefe Supremo de
la Iglesia de Inglaterra, en rebeldía
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PALABRA Y TESTIMONIO
contra Roma, no puede ser aprobada por Tomás· Moro. Sus w­labras no. dejan resquicio abierto a una esperan.za de rectificación:
"... si en este asunto me fuera posible algo que Contentará la Gracia del Rey sin ofender- con ello a Dios, nadie hubiese pres­
tado ese juramento con más alegría que_yo".
Tras la dura prisión . en la Torre de Londres por mante­nerse firme en el "Non possumus''", es condenado a ,muérte ef' día 1. de julio de 1535 en la Sala de Justicia de 1W estminstéi.
El 22 de junio, dos semanas antes, le había precedido en la dicha de obtener el martirio por idénticas causas el obispo John_ Fisher; La sentencia de Tomás Moro -se cumplió inexorahlemente el 6 de julio. Ambos mártires, Tomás Moro y John Fisher, fueron ca­nonizados por la Iglesia en 1935, con otras cincuentas víctimas
de Enrique VIII, y mostrados al mundo como ejemplos de cris­
tiana entereza, en el bregar constante que requiere la consecratio
mundi.
Decía el P. Lacordaire que "una prueba es una ocasión ofre~ cicla a un ser libre para sacrificarse ante el deber o para sacrificar
el deber ante los propios ·caprichos".
La vida del cristiano, dentro de la Ciudad Terrena, es una prueba constante que no admite interrupciones. El ·mismo ·"'Non
possumus" de Pedro y de Juan, de_ Moro y de Fisher, de todos los mártires y de todos los confesores, fue pronunciado por el­anciano Pío VII frente al poder invencido y despótico de Na-poleón Bonaparte. ·
El Papa cede hasta donde le es posible; ni un ápice más.
Viaja a
París para asistir a la coronación. Cuando el Empera­
dor, llevado de sus sueños megalómanos, torpedea por todos los
medios a su
alcance el concordato firmado con la Santa Sede en
1801, el Papa protesta firmemente. Napoleón se irrita. Destituye
al
Papa de sus Estados. A Pío VII sólo le queda un recurso:
excomulgarlo.
Napoleón prende al Vicario de Cristo. Le lleva arrestado a
Savona. Después de alejarle a su Secretario de Estado, a su con­
fesor
y a todas aquellas personas de c'onfianza, ponen espías a
su servicio. En 1812 trasladan al Pontífice, viejo y enfermo, desde
Savona a Fontenebleau. El Papa sigue irreductible. Napoleón se
enfurece. Se ha encontrado, al fin, con una torre que no capitula,
en
la que, como una bandera al viento, tremola un lema con dieci­
nueve siglos de existencia: "Non possumus"._
¡ Pobre Napoleón! Las cosas le van mal. El mundo entero se
concita contra
él. Sn poder se tambalea. Sólo entonces concede la libertad al Papa; pero advirtiendo a sus lacayos que si la estrella
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de· la fortuna, en aquel momento adversa, volviera a serle pro­
picia, restituyan a Fontenebleau al sagrado recluso. Pues bien;
en esa misma ciudad, en Fontenebleau, poco tiempo después, el
gran corso renunciaría al Imperio, siendo llevado prisionero a
Elba y trasladado, más tarde, a Santa Elena ...
Ironías del destino. Cuando los liberales de todas las naciones
europeas perseguían, como a perros sarnosos, a los familiares del
Emperador destronado, el "integrista", el "intransigente", e~ "an­
tipático" Pío VII abría sus brazos paternales en Roma para ofre­
cerles su perdón, su amparo y su asilo. Una vez más quedaba de­
mostrado que la intransigencia doctrinal y la firme actitud en los
p·rincipios no está reñida con la caridad, con el amor y con la
co_mprensión hacia las personas.
VI
Se ha estudiado en estas jornadas de la VI Reunión de Ami­
gos de la Ciudad Católica, a la luz de la doctrina pontificia y de los
principios del orden natural,
la problemática de los Cuerpos In­
termedios, vértebras indispensables en toda Ciudad Terrena bien
constituida y que, por bien constituida,
ha de evitar dos extremos
peligrosos: la atomización individualista de signo liberal y
la ab­
sorción en
un estatismo hipertrofiado de sabor totalitario.
Para hacer efectivas las conclusiones, derivadas de unos prin­
cipios inconmovibles que aquí se han expuesto, para plasmarlas en
esa Ciudad Terrena ideal que todos anhelamos, tenemos a nuestra
disposición dos instrumentos insustituibles: la palabra
y el testi­
monio; la
fe y el trabajo; el programa y la conducta.
Quedarnos solamente con
el testimonio, prescindiendo de la
palabra, sería convertirnos, como hemos dicho, en l dos", figura execrada por la Escritura. Utilizar sólo la palabra,
vacía de testimonio, nos haría caer en el más craso fariseísmo.
El cristiano completo, íntegro, total, no mutilado, no escin­
dido en mitades inoperantes, ha de tener en cuenta: primero, que
está obligado a vivir en sí mismo la palabra, con el fin de poderla
transmitir a los demás viva y afilada; segundo, que ha de mante­
ner firme su testimonio, para que los demás, como
en un espejo,
puedan compulsar su verdadero rostro ...
Que Dios nos ayude.
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