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El origen y fundamento de los tratamientos y la igualdad

EL ORIGEN Y FUNDAMENTO DE LOS TRATAMIENTOS Y LA IGUALDAD
POR
GABRIEL ALFÉR~ CALLEJÓN.
Se puede definir el tratamiento como el título de cortesía que
se da a las personas por razón de su dignidad o cargo.
Consiste, por tanto, en una- distinción honorífica, verbal o
es­
crita,

aneja a un cargo que se ostenta o atribuida individualmente
a título personal. Ejemplo: Excelentísimo Señor, Ilustrísimo
S:eñor, Señoría, Don, etc.
El tratamiento constituye un reconocimiento de superioridad
o nobleza que, dentro .·de un orden, es siempre conveniente.
Indudab!emente, los

tratamientos han tenido y
tienen un
autén­
tico va1or social que sería inútil y hasta contraproducente des­
conocer.
La jerarquía necesaria en toda organización humana lleva
normalmente aparejado un tratamiento específico que corresponde
a cada grado de la escala de puestos de la vida social.
Los títulos, honores y condecoraciones han sido otorgados
históricamente para premiar la fidelidad o el mérito en cualquier actividad ,implicando una distinción
a los mejores, que llevaba
anejo un tratamiento distinguido. Con
frecuencia los actos premiados eran hechos de armas, ac­
ciones heroicas en. eombate o una generosa dedicación, práctica­
mente exclusiva en defensa del Rey y de la Patria. Por eso,
e.s corriente también que los títulos de nobleza y co­
rrespondientes tratamientos honoríficos estén vinculados
.a fa­
m~lias de rancio aOOlengo, al mismo tiempo militar y nobiliario.
Los tratamientos honoríficos
se han usado en

todos los tiem­
pos, desde las
má::;, remotas

épocas a la actualidad. Este uso cons-
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GABRIEL ALFEREZ CALLEfON
tante ha degenerado a veces en abuso, debido a la vanidad propia
y al servilismo ajeno.
Monsen ha puesto de manifiesto la difusión de títulos y tra­
tamientos en Roma, tanto durante la Monarquía como bajo
la
República y el Imperio.
Inicialmente, los títulos y tratamientos anejos sólo se daban
a los Magistrados supremos que habían aumentado el poder o el
prestigio del Estado, genera'.mente mediante triunfos
militar.es.
Pero

como había quienes
s·e atribuían -imaginarias victorias, se
acordó que era preciso que la batalla hubiese costado la vida por
lo menos a
S.000 enemigos.
Esta exigencia se
esqu:vaba por al­
gunos mediante falsos partes de combate. Por otro lado, el so­
brenombre de
los vencedores

se comenzó a usar por sus descen­
dientes, y este ejemplo dado por las clases superiores fue seguido
por otras más modestas. De este modo, los títulos de "Dómine =
Señor", y otros semejantes terminaron por ser frecuentes incluso
en las clases inferiores.
En la
Edad Media
y Modena ocurrió un fenómeno
parec'do:
Sire o Señor fue. al principio un tratamiento exclusivo del
Rey, pero· pronto sus guerreros comenzaron a usarlo para sí en
los territorios que dominaban. De este modo llegó a ser trata­
miento común a todos
los señores feudales.
Seigneur, Sieur y Monsieur derivan de dicha palabra, igual
que el Señor español o el equivalente Don, derivado del Dómine
latino. Análogamente, de Dame o Dama, que era el tratamiento dadó
a una señora de aJcurnia, deriva Madame, mi Dama o mi Señora.
No es preciso observar
muchO par-a

advertir que algunos tra­
tamientos,
cOmo Señor y Don', se han generalizado tanto, que
hoy día se
usan habitualmente

corno fórmula de cortesía
fütre
todas las clases Sociales.
El -tratamiento ·teriía ºprimitivamente, como

se
deduce con fa­
cilidad de lo dicho, un auténtíco valor y respondían a una realidad
social
verdaderaineute sentida,-por

lo que eran
ele general
estima­
ción. Peto áctualmeiite ·asistimos a Una inflación "que conduce a
una verdadera
trivlalizáción o· desvalOrización dél tratamiento.
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TRATAMIENTOS E IGUAWAD
Si el tratamiento constituye una distinción, indudablemente
debe referirse

a minorías merecedoras del mismo
por actos o cir­
cunstancias meritorias, o por herencia de quienes los realizaron,
pero si se "'. mún, pierde tocio su valor y se convierte en una inútil rutina.
En todos los tiempos han existido abusos en materia de tra­
tamientos por la frecuente tendencia en las personas de aparentar
más de lo que son y
destacar así

en el conjunto social, a lo que
se ha unido en
ocasiones el espíritu adulatorio de algunas gentes.
Pero en
el pecado va la penitencia y el abuso ha conducido pre­
cisamente, como hemos dicho, a una verdadera desvalorización
del tratamiento mediante un círculo vidóso en el que la causa
producía un efecto que, a su vez, influía en aquélla, dando lugar a
una desvalorización en cadena: la disminución del valor del tra­
tamiento contribuía a su inflación
y ésta lo desvalorizaba má:;
aún. Ocurre igual que con la moneda: cuanta más existe menos
valor tiene.
Si todo el mundo es tratado de usted, quienes pretenden ser
más desean se les llame Señoría; si todos son Señoría, ellos que­
rrían ser Ilustrísimos Señores; si todos fueran Ilustrísimos Se­
ñoi"es, pretenderán

que se les llame Excelentísimos Señores
y
si todos tuviesen ese tratamiento inventarán otros nuevos, con lo
que se llega al resultado de que si todo el mundo es tratado de
Excelentísimo Señor, equivale a que no lo sea nadie.
Por consiguiente, velando por su propio prestigio, debe pre­
venirse el uso indebido de tratamientos, que será algo pare.ciclo
a la utilización de nombre supuesto o la atribución de cargos, ho­
nores y condecoraciones que no se posean. Y no sólo debe impe­
dirse 1a atribución, uno mismo, del título o tratamiento, sino tam­
bién que alguíei:t lo dé a quien no le corresponde.
Este criterio ha sido mantenido por el
legislador, tradicio­
nalmente,

y así vemos que la
Ley l.•, Título 12, Libró 6, de la
Novísima Recopilación sanciona -duramente "al -que diere"' tina
cortesía improcedente, así
cotrio ''al que· la recibiere", e incluso
"al tércero que ta oyere" si rio avisare a quien lo puede remediar.-
La pena establecida para los infractores era: multa de 200
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GABRJEL ALFEREZ CALLEJON
ducados la primera vez, 400 la segunda y 1.000 ducados de multa
y un año de destierro a cinco leguas de la Corte, ciudades, villas
y lugares del reino donde se quebrantó la ley, la tercera vez.
Posteriormente, diversas disposiciones han continuado casti­
gando el uso abusivo •de los tratamientos.
Frente a

la debida
y equilibrada admisión de los tratamientos,
las modernas tendencias igualitarias y democráticas pretenden
hacer tabla rasa de toda preeminencia y superioridad, olvidando
que, en la naturaleza, nada e.s igual.
En efecto, aunque sustancialmente todos los hombres son
iguales, individualmente todos son distintos. Pasa .como con ~s
huellas dactilares: todas son genéricamente iguales, pero todas
son accidentalmente
diferentes;
Por

consiguiente, el trato no
debe ser
igual para todos
los
hombres. La justicia no consiste en dar a todos lo mismo, lo que
implicaría, por sus diferencias, una auténtica desigualdad, sino
en dar a cada uno lo que le corresponde; es decir, en tratar con
igualdad a los iguales y con desigualdad a los desiguales.
Ni en la más pura democracia la igualdad se
consigue plena­
mente. Por añadjdura, tal sistema casi nunca eS lo que dice ser,
razón por la cual se ha podido afirmar, con cierto agudo sentido
del humor, pero con exacta verdad, que en la democracia utodos
los hombres son iguales", pero siempre o'curre que unos son "más"
iguales que otros.
"El gran pecado de nuestra época -dice expresivamente
Guas¡,-----, pecado
contra natura
y por ello difícilmente perdona­
ble, es
el de haber preferido la igualdad a la libertad. Pues la
libertad es, en cierto modo, un derecho nuestro, pero de tal modo
consustancial a todos nosotros, que no lo podemos· perder ni me­
noscabar sin detrimento de nuestra condición de hombres. Y en
cambio, la igualdad sólo es un artificio, ya que los hombres son,
¡x:,r esencia, ·fuertes o débiles, sa~ces o torpes, virtuosos o mal­
vados, Mientras la igualdad fue un mero marco formal y la liber­
tad se ·consideró como el valor :Social sustantivo, pudo concebirse
y realizarse un progreso efectivo de las relaciones entre los hom­
b~es.
Pero
hoy, que la posición ha girado radicalmente por obra
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TRATAMIENTOS E IGUALDAD
sobre todo de las intangibilidades democráticas, cuando la liber­
tad pasa a ser mera vestidura retórica, la igualdad se convierte en
la sustancia auténtica, definidora de lo único que sería social­mente valioso.
Todos iguales:
buenos, medianos o peores... La
igualdad se opone lo mismo a los reconocidamente buenos como
a los proclamadamente malos, nivela a todos
y grita por tanto
que caigan los títulos y que se borren las penas. F,sto no es más
que el principio
del camino
a recorrer para la plena masificación
social ...
"Y si por ventura esa igualdad, a cambio de hacernos más tor­
pes, más uniformes, nos hubiera
hecho más
buenos ...
¡ Si hubiera
servido para suprimir el odio e instaurar el amor t Pero es todo
lo contrario: A más igualdad, más resentimiento. La igualdad no
es
el sustitutivo sino la antítesis de la caridad. Antes podíamos
amar al desvalido, al enfermo, al necesitado -y sentirnos, obliga­
dos a socorrerlo--. Hoy, que ya tenemos, por
lo menos en nues­
tra mente, la certeza, aunque sea falsa de que no existe esta clase
de seres inferiores -puesto que tos atiende la seguridad social-,
podernos ufanarnos de estar en condiciones adecuadas para no
hacer eoncesiones a nadie
y para sostener que, el bellum omniwm
contra om,nes podrá

ser, desde luego, una lucha desagradable,
pero no es, en modo alguno, una guerra injusta. El espíritu de
igualdad revela en esto su impronta satánica: pnesto que la igual­
dad real es impractible, crea el clima artificial donde
aparente­
mente crece para

que los auténticos remedios de la desigualdad no
se apliquen
jamás" (1).
En

el mismo sentido, Georges Chevrot afirma que la igual­
dad laica de la revolución supone una auténtica desigualdad y conduce inexorablemente a un trato
desigual. No

es igual el fnerte
al débil, el poderoso que
el humide.

Por eso, la fraternidad cristia­
na tiende progresivamente a suprimir las injustas desigualdades
artificiales de las
sociedades humanas,

mientras que el igualitaris-
(1) Jaime Cuasp Delgado. Prólogo a la obra de Jiménez Asenjo sobre
el Régimen Jurídico de los

Títulos de Nobleza de
Espafia, América y Fi­lipinas. Barcelona, Bosch, 1955.
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mo revolucionario, por el contrario, termina matando la frater­
nidad entre los hombres. El igualitarismo laico parte de la igual­
dad para llegar a la fraternidad que no consigue: todos los hom­
bres son iguales, por tanto, son hermanos. La fraternidad cris­
tiana, por el contrario, parte del común origen y fin de los hom­
bres, creados por Dios, que hace que todos sean hermanos, lo que
les obliga a corregir por el amor las desigualdades de natnra­
leza (2). Ahora bien,
el reconocimiento

de las jerarquías sociales
y la
desigualdad accidental, que debe estar compensada por los opor­
tunos correctivos, no implica el exceso. Por eso los tratamientos
exagerados deben ser rebajados a su justo medio y utilizarse
sólo cuando

proceda. Todo debe ser
medido y

con orden.
(2) George Chevrot; San Pedro. Madrid, Rial, 1960.
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