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Fuerza y violencia

FUERZA Y VIOLENCIA
POR
ANDRÉ RocHa
El próximo Congreso de Lausanne tendrá lugar, Dios me­
diante, los días 29 y 30 de
abril y 1.0 de mayo de 1972. Ni es pre­
maturo, ni carece de interés hablar de
él.
Su tema ya ha sido anunciado: "Fuerza y Violencia".
Pocos

hay de
mayor actualida:d.
La

dificultad radicará,
sobre todo,
en
1a obligación de delimi­
tarlo. Delimitación indispensable para
e"itar la dispersión, por­
que eil tema -es inmenso.
Aunque
.sin prohibir, daro está, a Jos diversos

comunicantes
evocar 1os
principios univevsales capaces de

iluminar un tema
di­
fícil, interesará que las exposiciones estén centradas en aquellos
aspectos de
la fuerza y de la violencia que interesen más directa­
mente ail orden, cuando no a la seguridad, del cuerpo socia1.
No

es que ciertos
contextos sobre la fuerza y la violencia ca­
rezcan, en ·sí mismos, de interés para nosotros. Solamente es que
creemos que es necesario, hoy en día, no quedarse de ninguna
manera colgados del techo de 'los solos principios, por lo mucho
que el interés de nuestras -ciudades exige precisiones, estigmatiza­
ciones y resoluciones práctiCa's.
Sin desconocer el valor de lo que Santo Tomás escribió en '1a
Summa referente a la "fuerza", no es de esa '~fuerza" -que es
sobre todo firmeza del alma-, de la que queremos hablar en
Lausana. Deseamos ver abordar
allí los problemas de lo que re­
fuerza el orden interior así
como la seguridad exterior de nues­
tras
sociedades.
Una fuerza que no es necesariamente violencia. Una distin­
ción se impone,
efectirvamente, entre
esas dos nociones.
Di'Sltin-
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Fundaci\363n Speiro

ANDRE ROCHE
ción que, sin ninguna duda, será una de las prindpailes dificul­
tades de los trabajos del Congreso.
Lo importante es comprender que la violencia
puede no

ser
una ·señal de fuerza.
La fuerza, la verdadera fuerza, puede ser ...
incluso es,
esenciailment.e benigna y suave. Auténtico poder del
orden verdadero. Auténtico poder
de la armonía natural de los
seres
y de las cosas. Lo propio del fort en maths, por ejemplo,
es :resolver los problemas más arduos sin crispación, con sonrisa
y como divirtiéndose.
La fuerza

es uno de ·los efectos de
la plenitud de lo que está
en
orden.
¿ Está amenazada esa plenitud ? ¿ Está perturbada ? Entonces es
cuando
aparece la violencia.
Tanto si el ser perturbado tiene por sí mismo que "hacerse
violencia"
si
su desorden es interior,
tanto como si el ser amena­
zado tiene que hacerse violento contra lo que [e ataca desde el
exterior.
El rasgo característico de la verdadera fuerza, por el contra­
rio,

es que normahnente se
manifiesta por la sola virtud del res­
peto, del servicio, y aun, si se nos penn:ite 1a expresión, del mero
funcionamiento del orden idóneo.
De ahí la incomparable acción bienhechora de esa fuerza que
emana sencillamente de la armonía
del orden
verdadero, de
la
armonía de un ser convenientemente jerarquizado.
Desgraciadamente,

es inútil
insistir para que

se admita que
en nuestra vida interior y en -el cuidado de los asuntos. públicos,
esa fuerza pura y .serena, esa fuerza no brutal del orden verdadero
fracasa a menudo y entonces hay que recurrir a la violencia. El
propio Evangelio, ¿ acaso no nos muestra a1 Señor, ese ''Príncipe
de la Paz", constreñido a recurrir a ella? ¿ Acaso E)! no ha an­
señado

que
únicamente los

violentos pueden
entrar en

el Reino?
Vio1ern:ia, pues, contra uno mismo. Pero violencia también
para detener y vencer a los elementos que, desde el exterior,
se

manifiestan como perturbadores, destructores y
enemigos del
orden.
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FUERZA Y VIOLENCIA
La violencia nace del desorden, bien porque tenga que reac­
cionar

contra ese
desorden, bien

porque le
pertenezca.
,

Así vemos que si la
fuerza, la

verdadera
fnerza es UN A,
como la verdad, como el orden del cual es
una virtud, hay, por
el contrario, violencia y violencia. Una violencia bienhechora,
justa, reconstructora cuando se atañe a
la defensa y a •la restaura­
ción
del orden

verdadero; y
una violencia injusta, malhecliora,
cuando
se

dedica a destruir el
orclen humano y

divino,
* * ..
La distinción es fundamental.
Pero
presupone la
comprensión de
las
nociones, tan ma1 cono­
ci
orden y de desorden, de verdad y error, de bien y de
mal, de bello
y de feo.
Es una distinción fundamental porque solamente ella permi­
te

apartar las
ambigüeda,des odiosas
que se mueven como
hormi­
gas

en
ua mayoría de los deootes actua!les sobre fuerza y violencia.
Con

demasiada frecuencia la
violeocia es
considerada única­
mente en
relación con

sus
aspectos bruralles. Cuando 1a realidad
es

que hay formas de violencia suave, no
menos odiosa
porque
sea menos destruotora. Por el contrario, una violencia ruidosa y
golpeante puede ser salvadora y sabia si está vel'dadera y pruden­
cialmente ordenada a

la salvaguarda de los
verdaderos bienes.
Entonces

se
comprende que el problema está mad plantearlo
por
aquellos

que, en
el capítulo de la guerra, por ejemplo, juntan
demasiado fácihnente "guerra defensiva" y "guerra justa" para
tolerarla ... , "guerra

ofensiva" y "guerra injusta" para conde­
narla.
¡ Distinción demasiado superlicíal I Porque una guerra defen­
siva puede ser notoriamente injll!Sta -por ejemplo, cuando un
tirano no toma las armas más que solamente para mantener y pro­
longar sus exacciones-, mientras que una gtu.,erra ofen1siva es
más que justa, magnánima, .si se propone castigar la iniquidad o
reivindicar derechos sagrados.
Por otra parte, no es muy difícil comprender hwsta qué punto
esas nociones de "guerra defensiva" y de "guerra ofensiva" co-
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ANDRE ROCHE
r-ren el riesgo de ser engañosas por estar trucadas. Dejar sistemá­
ticamente a los
malos !la iniciativa del ataque, con pret=to de
probar
mejor
!la culpabilidad de su ofensiva, es condenar a los
buenos a
encontrarse siempre
a merced de un adversario que
tendrá toda clase de ·comodidades para escoger, como quiera,
el
terreno y !la hora más favorables para el éxito de sus operaciones
criminales. Otra operación determinada, Uamada "ofensiva" puede,
en r,ealidad, no ser más que una defensa contra un adversario
cuyas intenciones y preparativos bélicos son conocidos.
Incluso

se ha
llegarlo a
decir, sin
demasiada inverosimilitud,
que "la guerra .tiene más bien una razón de ser para el defensor
que para el conquista:dor. Porque !la gnerra no comien,.a antes
de
que
!la invasión haya suscitarlo !la defensa. Un conquistador es
siempre amigo de
la paz. Bien quisiera hacer su entrada en otro
estado sin encontrar oposición. El único medio de impedírselo es,
muy a menudo, 1a guerra".
* * *
La distinción entre lo justo y lo injusto, el bien y el mal, lo
verdadero y

lo
faJlso, es

una distinción absolutamente fundamental.
Sin
el!Ja, los

peores equívocos son inevitables con los peores
excesos.
Porque, "ciertamente siempre -observaba ya San Agustín-,
los malos han perseguido a los buenos, y los buenos han perse­
gnido a los
malos : és:tos para

servir a
sus pasiones,

y aquéllos a
la caridad. El que asesina no tiene en cuenta lo que desga,-ra, el
que ouida cons\dera lo que corta. U no anhela la salukl, y otro la
corrupción. Los

impíos han
rnata,do a

los profetas, los profetas
también han matado a los impíos. Los judíos han azotado a Cris­
to, y Cristo también ha azotado a
:Jos judíos.

Los
Apóstoles han
sido entregados por ciertos hombres al poder de los mailos; pero
los
Apóstoles también
han abandonado a
ciertos hombres al po­
der de Satanás".
HEn todo esto, pues, ¿ qué hay que ,considerar -se pregunta
San Agnstín-, sino quién actúa por la verdad y quién por la
iniquidad, quién con vistas a perjudicar, quién para corregir?"
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FUERZA Y VIOLENCIA
¡ Texto admirable! Hace resaltar .la d do no
la hipócrita perversidad, de quienes hoy en día pretenden
condenar "todas fas violencias, cualquiera qrue sea su origen". Ex­
celente método para dejar el campo lLbre únicamente a bs vio­
lencias
de los
1Tlllllos, los

cuales
se enredan poco con semejantes
m,\ximas. E,ccelente método

para que, a los ojos
de quien
toma
esta clase de col1!denación en serio, fa violencia de los subversivos
sea prácticamente aceptada,
y

quedan
úr:iicamente repmbooas las
violencias para la defensa del orden. ¡ Lo crurl ya es el colmo!
San Agustín,
al revés que nuestros prelados o de nuestros cléri­
gos reputados como progresistas, sabía librarse a sí mismo de
una moral con máximas tan subversiws.
Francamente, creemos que no se hará nada mientras no se
acdmita que hoy en día nos estrellamos menos contra el problema
de

la violencia que con
el problema del desooden. Porque si el
cúmulo de vidlencias no cesa de crecer en el mundo, no es porque
este mundo tuviera una especie de complacencia natural por la
violencia; es porque el desorden está en él en progresión cons­
tante. Desorden que engendra la vidlencia bajo un doble aspec­
to: violencia para la inmediata salvaguarda por parte de los que
tratan de preservar lo que debe ser
preservllido; y
violencia de
las que, por el contrario, sueñan ,con
subvertido todo.
Dicho de otra manera: cuanto más aumenta el desorden, más
la violencia ~bajo sus dos formas contradictorias-, no puede,
a su vez, dejar de aumentaT, Porque fa vio1encia, bajo su1s dos
formas contradictorias, es el signo de
la misma contn,. 11cción
de

todo
desorden. E1

orden
verdadero es, a su

vez,
armonía, uni~
d"d y fuerza.
Hay, pues, que combatir menos 1a vk-1,,.ncia -lo cual tiene el
riesgo de engendrar una violencia más-, que d desoirlen.
Y para combatir eficazmente el desorden hay que saber, ante
todo,

si existe
un orden verdadero. Y si existe un orden vema­
dero, hay que tener
aJdemás el valor de
creer en él hasta el punto
de
decido, de proclamar su

autenticidad y
recoroa.r sus
exigen­
cias. Son perspectivas
cuya simple enumeración pone ,,¡ descu­
bierto
cuánto hay
de liberalismó
en nosotros mismos.
, Acaso la
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verdad no es presellllada, hasta en nuestros santuarios, como una
"búsqueda" escrupulosamente celosa de

no descubrir nada y,
más aún, de no afirmar nada?
Para luchar contra la vidlencla hay, pues, que luchar por el
ornen vertladero, el cual es el único que puede reintegrar a la
virtud de esta fuerza benigna y suave de la cual hemos hablado
ad principio

de este
artí
bastante
armoniosamente
fuerte
para

ser sin violencia.
Restablecimiento del OI'den que supone, claro

está, que se
co­
nozcan
y respeten sus exigencias, leyes, procesos de restauración
y armonías.
La fuerza, esa fuerza del orden que es un beneficio incompa­
rable, es el fruto de todo eso.
En una
sociedl!Jd así
ordenada, el recurso a la
violencia no
puede ser sino raro, prácticairnente excepcional ; tanrto si se trata
de la violencia revuelta como de :la violencia mantenedora del
otden. Y

esto, en nombre de lo que ha descrito muy bien
J ean
Cau,

en
el magnífico

ediitorial que
P ermanences publicó con la
debida autorización (1 ).
"Aun antaño, 1a sociedad tenía sus "po1icías" ----me atrevo a
deciruo si se me pennite hacerlo en el sentido etimológice>-, es­
pontáneos.
Eran,
,por ejemplo, el padre, i!l jefe con méritos re­
conocidos y
adquiridos y,
finalmente,
el Sllcerdote. E,l ooden no
estaba tanto

impuesto como consentido y viv>do y extraía su últi­
ma legitimidad de una trascendencia. El delincuente no era
úni­
camer '.e un fuera de la ley, sino también un fuera de la moral ...
Moral que se
practicaba espontáneamente de lo alto

a lo bajo de
la escala ,sociail, sin despra~se en preguntas.
(1) Cfr.,_ Perm;..,v1mces, núm. 80: "El fondo del problema".
(2) Dicho de otra manera: el orden no era fruto de una p:resión vio­
lenta; encontraba su equilibrio en fa disposición interna de lo que le ase­
guraba ·el beneficio, el padre, el jefe de m/ritos adquiridos, el sacerdo­
te, etc. Ta!1 es ta· fuerza del orden verdadero. Orden en el que la parte
de violencia se reduce -at mínimo. Orden que se mantenía. por su prQP13.
virtud y en el que el recurso al aparato coercitivo de la palicla era ínfimo
en comparación del que conocen nuestras sociedades actuales. (Nota de
A. Roche.)
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FUERZA Y VIOLENCIA
Hoy en día, las cosas son dice,
"nada es sagrado". Decapitada de

toda trascendencia,
la
moral se ve condenada a no ser más, en la es:6era de las socie­
dades, que la práctica del orden. Como éste está,
por otra pame,
contestado

por todas
pames y asaltado por

todos lados, es evi­
dente que
el criminal se disfraza de

primer contestario y por
poco,
de víctima y de héroe. Como las
ciencias human·as y la política no dejan de mezolar­
se

en ello, el policía, de
contragdlpe, aparece
como
mantenedor
ciego

de ese orden contestado, como reaccionario y verdugo ...
Ciemamente, toda sociedad

tiene
.Ja policía que se merece,
porque ésta no es más que emanación del cuerpo social y de sus
dudas y afirmaciones. Cuanto más laica se hace una moral, más
queda
destinado el sacerdote a ser reemplazado por
el pdlicía y
las dictaduras, cualesquiera que sean ; son la negra ilustración de
esta evidencia.
Es

como decir que cuanto más una
sociedad pierrle el sentido
de la verldad, tanto máJS pierde el sentido del orden, y más pierde
en

fuerza benigna y suave y se transforma en sociedad violenta,
tanto si esta violencia proviene proviene de elementos decididos a salvar la sociedad del caos
que
la invade.
* * *
Deseamos ver tratar el tema ªFuerza y Viol'encia" el afio
próximo en Lausana a la luz de estos pocos y someros recuerdos.
Aquí

sólo han sido
evocados los

principios. Son posibles
m/iJl
desarrollos. Con todo, nos parece que la atención de los comuni­
cantes podría o debería dirigirse hacia problemas como los de la
guerra o la agitación revolucionaria, la objeción de conciencia, los
métodos

de no violencia sistemática, el ej
éroto (y, por tanto, la
guerra),
la policía, las manifestaciones, las huelgas, el respeto a
la vida, y tantas otras formas de ·acción pdlítica y social.
De aqtú en adelante no nos parece inútil preparar a nuestros
amigos
al estudio

de
esos temas.
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