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Los católicos y la acción política

LOS CATOLICOS Y LA ACCION POLITICA (*)
POR
GABRIEL ALFÉREZ CALLEJÓN.
1.-Dios y la ciudad terrena.
Es

opinión común entre los grandes historiadores, puesta moder­
namente de relieve por prestigiosos filósofos, que todas las grandes
civilizaciones que han existido en el tiempo
y aún perduran son
producto de una fe religiosa auténticamente sentida
y realmente prac­
ticada. No de unas costumbres ni de un progreso
científico o
des·
arrollo económico, ni siqniera de
una cultura intelectual.
Sin embargo, como afirma San Pedro Julián Eymard, canonizado
en 1962, «mientras los fundadores de falsas religiones son
el alma
de las leyes civiles de sus pueblos -Confucio para los chinos, Buda
paca los
indios, Mahoma para los musulmanes, constituyen los su­
premos guías de sus respectivas sociedades-, los ·cristianos no con­ceden igual puesto a Cristo.»
(*) VERBO ha-publicado en sus últimos números una serie de traba­
jos estrechamente relacionados con
1a materia de que se ocupa este artículo. Los
recomendamos a quienes deseen
tener una
mayor información sobre esta
ruestión. Son los
siguientes:
Núm. 93,-]ean Ousset: Los dos poderes, capítulo V de la primera parte de la obra Para que El reine, págs. 217 a 240. Núm. 95-96.-André Roche: Los r:atólicos y la política, págs. 433 a 449; Bernardo Monsegú: Magisterio y compromiso temporal, págs. 451 a 469. Núm. 97-98.-Lou.is Salieron: La doctrina social de la Iglesia, pág-5. 641 a 656; Juan Vallet de Goytisolo: La OctogeJtma adveniens, ¿ha derogado la
doctrina
social de la

Iglesia?,
págs. 657 a 759; Michel de Penfentenyo: Concepto criÚf¡pzo del Estado, págs. 817 a 838. Núm. 9!i.-André Roche: Fuerza y violencia, págs. 885 a 891; Louis Salieron: Cristianismo y política, págs. 893 a 908; Gabriel de Armas: El
compromiso temporal, págs. 921 a 946.
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GAJlRJEL ALFEREZ CALLEJON
En la sociedad moderna es frecuente oponer Dios y el César, con­
siderándolos términos totalmente autónomos e, incluso, contrarios.
¡ Como si el César no dependiese también de Dios !
Ahora bien, que el César esté sometido a Dios no quiere decir
que esté sometido al clero. En su propio campo, los seglares son
totalmente independientes.
Hoy está de moda hablar de mayoría de edad de los laicos y de
seglares adnltos en la Iglesia, insinuando con ello que hasta ahora
fueron menores de edad.
Pero la realidad es que no ha oéurrido así, Y en eso están de
acuerdo cuantos han estudiado seriamente este problema.
Jean Ousset, en la nueva edición de Para que El reine, dice que
el -emperador, los reyes, los príncipes, «eran personajes con los que
había que contar», sin que pudieran ser apartados de un manotazo,
aunque en ocasiOnes resultasen molestos. Incluso un San Luis no
vacilaba en enfrentarse a los Obispos cuando era procedente.
«El poder

temporal es ciertamente aut6nomo en la gesti6n de sus
propios asuntos, pero sin separarse del poder espiritual en lo que
concierne a la moral, doctrina y fe.»
«Por ejemplo, si bien corresponde al poder espiritual la decla­
ración de ser moralmente lícita la amputación de un brazo o una
pierna para salvar la vida, su autoridad se detiene ahí. Y a no es al
clérigo, sino al cirujano, a quien corresponde decidir si, en tal caso
concreto, esta amputación es verdaderamente necesaria.»
«Y to.do padre de familia, en su vida conyugal, en la educaci6n
de los hijos, tiene
el imperioso deber de seguir en todo ello las en­
señanzas del poder espiritual de la Iglesia ... Pero aceptado eso, es
al padre al que corresponde el gobierno del hogar.»
«Y el
mismo razonamiento puede aplicarse a la empresa» (1).
Desde posiciones muy diferentes, pero con el mismo punto de
vista, Knoll escribe: «En otros tiempos, para representar a
la Cris­
tiandad, junto a los Papas, Obispos
y Sacerdotes, se encontraban, en
igualdad de condiciones y con igual poder, los Emperadores, los Re-
(1) V. cap. V, Los dos poderes.
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LOS CATOUCOS Y LA ACCION POUTICA
yes y los Príncipes de las naciones católicas. Estos Emperadores,
Reyes y Príncipes sí fueron en verdad laicos mayores de edad.» ...
¿No eran éstos acaso seglares
adultos? Tal

vez más que «los
seglares de hoy que, en el mejor de los casos, en su calidad de
miem­
bros

del Consejo de la Iglesia, hacen de acomodadores», pasan la
bandeja petitoria en las ceremonias religiosas o prueban la sopa que distribuye
la parroquia en un centro asistencial, y hasta leen la Epís­
tola en la Misa o ayudan de otro modo en su celebración
(2_).
Los

seglares católicos no son, de ningún modo, en resumen,
«mo­
naguillos» o «instrumentos» en manos de los clérigos. Son reyes,
padres de familia, profesionales, empresarios, trabajadores, etc., ca­
tólicos. La acción de los católicos no está,
por_ tanto,

sometida a la
je­
rarquía o al clero cuando se desenvuelven en el campo de su propia
competencia, sin perjuicio de que deban tener en. cuenta los prin­
cipios morales inspiradores de su conducta. Salvo que se trate de
organismos oficiales, como fa «Acción Católica>>, dependiente esta­
tutariamente de la jerarquía, a la que, por lo mismo, comprometen
con su actuación.
En el terreno peculiar de los seglares, los obispos y sacerdotes no
tienen nada que hacer.
El Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica,
J. F. Ke­
nedy, cuando era candidato, en septiembre de
196o, en

un discurso
a los párrocos protestantes de Houston les dijo: Quiero un Estado
en el que ninguna jerarquía católica «pueda decir al Presidente de
la nación cómo tiene que actuar, por el hecho de que ese Presidente
sea católico». Frase justa, con ta:l de que no se extienda a los prin­
cipios de doctrina moral y de fe.
Evidentemente, Dios distribuyó el gobierno del mundo entre dos
instituciones básicas: la Iglesia
y la Sociedad civil representada actual­
mente por el Estado. La Iglesia es la titular del poder espiritual
y el
Estado del poder civil.
(2) August. M. Kno11: La acci6n católica y la acción de los católicos, en
«Iglesia
y Tiempos nuevos», págs. 103, 104 y 105. Ediciones Península,
1968.
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GABRJEL ALFEREZ CALLEJON
Que cada una de las citadas instituciones tenga una competencia
propia no significa que se lleven mal. La armonía es siempre con~
veniente entre quienes tienen que relacionarse.
Una y otro tienen funciones peculiares en las que su competencia
es exclusiva. Pero
-existen
cuestiones mixtas de interés común que,
según la lógica más elemental, deben resolverse amigablemente. En
estas materias y como norma general de su actuación, lo sensato es la
leal colaboración entre ambas potestades, pues las dos tienen como
finalidad esencial cuidar del hombre, cuya salvación eterna deben
procurar.
Hoy, cuando tanto se habla de relaciones públicas y se defiende
la colaboración y el diálogo, incluso con los enemigos de la religión
y con Estados ateos, ¿es congruente que se pretenda por
otro lado la
total separación de la Iglesia y Estados que se declaran y son -más
o menos- católicos, y que se ataque con saña a otros católicos con
los que se coincide plenamente? No es
naru.ral que

en los asuntos de interés común los dos cita­
dos poderes desgarren
al hombre tirando cada uno por su lado.
2.-La Iglesia y la política.
Los judíos -el pueblo elegido- estaban acostumbrados a uoa
directa protección de Dios que, conforme a sus altos designios
sobre el acontecer histórico, intervenía de manera directa en todos
sus asuntos
y les guiaba en su diario vivir, defendiéndoles de sus
enemigos, ayudándoles en sus combates, librándoles
de sus opresores
y conduciéndoles a la «tierra prometida». Por
. eso,
bajo
la dominación romana, el pueblo judío esperaba
un salvador, un caudillo que le redimiese del yugo extranjero; creía
que el Mesías prometido sería un rey terrenal. Pero Cristo dijo expresamente que su reino no era de este mundo.
No se erigió en Jefe de los zelotes que conspiraban contra el
dominador romaoo. Y cuando para probarle le presentaron la moneda
del. César

preguntándole si
había obligación
de pagar el tributo,
contestó que procedía dar a Dios lo que es de Dios
y al César lo
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LOS CATOUCOS Y LA ACCION POUTICA
que es del César. E incluso cuando el interesado en una herencia
se le acercó pretendiendo su intervención cerca de un hermano suyo que Je había privado injustamente de la parte que le correspondía
en la sucesión de su padre, Cristo le respondió,- «¿Quién me ha hecho a mí juez entre vosotros
dos?» (3).
Cristo no se ocupó para nada dur~te ·su vida terrena en devolver
a Israel su libertad política, ni en reformar las estructuras sociales
ni en promover la economía de su pueblo. Antes al contrario, pre­
dicaba que no había que preocuparse excesivamente por las cosas
materiales ( 4).
Como ha observado Cullman, Cristo rechazó constantemente
el ser reconocido o denominado Mesías, porque en el ambiente judío de su tiempo,
la idea de Mesías venía demasiado ligada a la idea
de
po tos antes de la Ascensión de Jesús a los cielos, sus discípulos le pre­
guntaban: «Señor, ¿es ahora
cµ.ando vas
a restablecer el reino de
Israel?>> Pero

el reino que Cristo venía a instaurar no era de este
mundo. Quien pretenda hacer bándera de
Cristo para implicar

a
la Iglesia en movimientos de resistencia, de violencia, de revolución
o, simplemente de promoción temporal, no se ajusta a los hechos
y las palabras de Jesús, sino que actúa de un modo preconcebido sobre
la base de una ideología
para servir
a la cual falsea la historia (5).
Resulta evidente que Cristo no confió a la Iglesia
el poder polí­tico, social o económico, es decir, los medios de hacer más grata la convivencia y aumentar el bienestar. Eso constituye el reino de este mundo que pertenece al César.
Los Apóstoles y · sus continuadores siguieron fielmente estas ins· trucciones

del Señor al predicar el evangelio hasta los confines de la
tierra. Cuando los cristianos de Jerusalén pusieron voluntariamente en
(3) Luc. 12, 13, 14.
( 4) M. Prieto Rivera; LoJ criJtianos y la..r realidades temporales, «Cuader. nos
Roca Viva», núm. 5, pág. 3.
(5) Idem. V. Bernardo Monsegú: Magisterio y compromiso ·temporal, en VERBO, núm. 95.96, y Cullman: Je.rús y los revolucionarios de su tiempo. Madrid, 1971, pág. 7.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
común sus bienes, los Apóstoles comprobaron que la administración
les ocupaba mucho tiempo. Entonces convocaron a los fieles y les
dijeron: < de la palabra de Dios para servir a las mesas ; elegid entre vosotros
a quienes se ocupen de esto, pues nosotros debemos atender a la ora­
ción y al ministerio de la palabra ( 6).
Y durante
la rebelión judía contra Roma, los primitivos cristianos
no hicieron causa común con los zelotes, sino que se refugiaron al
otro lado del Jordán para no tener el menor contacto con ellos. Por
ninguna parte se observa en la naciente Iglesia preocupación por los
asuntos terrenos. Aunque las estructuras sociales y políticas del mundo actual pre­
senten muchas lacras, no se pueden ni comparar con las de los pri­
meros tiempos del cristianismo, con su esclavitud, un poder despótico
y junto a la provocativa opulencia de unos pocos, una gran miseria
de la mayoría. Sin embargo, los Apóstoles no predicaron la rebeldía
a los humildes, sino la caridad a los
poderosos. Y
así cambiaron el
mundo.
Durante siglos, la Iglesia, con su rectoría moral, fue vehículo de
cnltura y promotora de bienestar.
Los beneficios que la Iglesia proporcionó a la Humanidad, tanto
en lo material como en lo espiritual, fueron tan daros e importantes
que los poderes públicos y los particulares, agradecidos, donaron a
la Iglesia universal, a las Iglesias
particnlares y a las Ordenes reli­
giosas cantidades fabulosas de bienes materiales, llegando de este modo el
Papa a

ser
Rey temporal de los Estados Pontificios.
Hoy día, esta situación ha desaparecido y el Papa es sólo Jefe
religioso de la cristiandad.
Y resulta curioso observar que quienes más han atacado a 1a
Iglesia por su contaminación histórica material, le exigen ahora con
apremio el compromiso temporal en la sociedad moderna (7).
( 6) Hechos de los Apóstoles, 6,2,4.
(7) Prieto Rivera, obra citada, págs. 7, 8 y 9,
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LOS CATOLICOS Y LA ACCION POLITICA
3.-Misión de clérigos y laicos.
Centrando
la cuestión en nuestro tiempo, recordemos las palabras
de Pío XII a los historiadores, el 9 de
marzo de
1956; «El Divino
Fundador no le
ha dado (a la Iglesía) ningún encargo ni fijado
ningún fin de orden temporal. El
fin que
Cristo le asigna es estric­
tamente. religioso. La Iglesia debe conducir a los hombres a Dios ... La Iglesia no debe jamás perder de vista este fin ...
»
Y en la Constitución sobre la Iglesia y el Mundo, del II Concilio
Vaticano, se declara que «la misión propia que Cristo confirió a la Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asig­
nó es de orden religioso» (8). Durante la celebración del Sínodo que tuvo lugar
· en

octubre de
1971, se produjeron diversas intervenciones sobre esta cuestión. En
un de sus sesiones, Monseñor Paván, Rector
de la Pontificia Uni­
versidad Lateranense, afirmó que «a fin de evitar peligrosas confu­
siones y equívocos, es necesario precisar con claridad las tareas y los
límites de
la acción con respecto a 1a instauración de un orden tem­
poral conforme a las normas de justicia. La Iglesia, en cuanto comunidad religiosa
y jerárquica, no tiene
competencia directa en el orden temporal, no tiene autoridad política,
ni medios económicos, ni las competencias específicas necesarias para
el gobierno del orden temporal.
La Iglesia no puede ni debe interesarse ni ocuparse directamente
del campo político, del sector técnico profesional y de las otras disci­
plinas específicamente atinentes al orden temporal» (9).
En
la clausura del Sínodo, el Papa pronunció un discurso, el 6
de noviembre de 1971, en
el que casi literalmente repitió la_ decla­
ración del II Concilio Vaticaoo, al decir: «La misión propia dada
por Cristo a su Iglesia no es ciertamente de orden político, económico
o social, habiéndosele prefijado un fin de orden religioso ... Si la
acción de

la Iglesia fuera
desposeída de
este necesario
y primirivÓ
(BY G,:indium -e1 Spes, ·42,Z.
(9) Ecclesia núm. 1.566, del 6 de ·noviembre de 1971~ pág. 10.
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GABRJEL ALFEREZ CALLEJON
espíritu, se apartaría efectivamente de los preceptos del Evangelio
y perdería poco a poco su influjo y su virtud para procurar el bien
de la ciudad terrena.»
Después del Sínodo y como exteriorización de lo tratado en el
mismo, alguna Conferencia episcopal y varios Obispos han expre­
sado su ~pinión sobre este asunto, que sistemáticamente puede resu­
mirse así:
-La

Iglesia no debe mezclarse en política.
- Los clérigos, como ciudadanos pueden intervenir en
políti(::a,
pero no deben hacerlo porque su criterio, incluso por el prestigio
de que generalmente gozan, podría coartar la legítima libertad de los
fieles, o interpretarse por algunos como la doctrina oficial de la
Iglesia, con perjuicio de esta misma.
-De

ninguna manera pueden los clérigos presentar como obli­
gatoria determinada opción política entre varias legítimas.
- Con mayor motivo no pueden recomendar una opción política
contraria a la doctrina de 111-Iglesia y mucho menos- estimular o fo­
mentar la rebelión

o la violencia, contraria al espíritu del Evangelio
y que sólo es admisible en contados supuestos de opresión y tiranía,
con esperanzas fundadas de triunfo
y siempre que el mal que se cause
sea menor que el que se pretende remediar.
Publicados los documentos debatidos en el Sínodo de los Obispos
(1971) sobre
el Ministerio sacerdotal y la Justicia en el mundo (10)
-que por supuesto, cdmo expresamente ha declarado Monsefor RN­
bín, Secretario general del mismo, no tiene carácter normativo ni
ejecutivoi sino sólo.consultivo para el mejor asesoramiento, del Papa-,
resultan

confirmadós los principios que se acaban de exponer, que
admiten, incluso, las siguientes puntualizaciones:
-La

función espiritual del ministerio sacerdotal debe absorber
normalmente la
plena ocupación de los clérigos.
- «El asumir

una función directiva
(le«dership) o de militancia
activa en un partido político es algo que debe excluir cualquier pres­
bítero, a no ser que en circunstancias concretas
y excepcionales lo
(10) Ecclesia núm. 1.572 correspondiente al 18-25 diciembre 1971. V. tam­
bién

los números correspondientes
al 25 julio 1970, 8 septiembre de 1970
y 6 de febrero de 1971.
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exija realmente el bien de la comunidad, obteniendo el consentimiento
del Obispo, consultado el Consejo presbiteral y, si el caso lo re­
quiere, también la Conferencia episcopal.»
- Los clérigos, como cualquier ciudadano, pueden elegir. cual­
quier

opción política, social o económica lícita, pero por el espíritu
evangélico y en beneficio de la unidad entre los cristianos, en oca­
siones pueden estar obligados a abstenerse del ejercicio de este de­
recho. Más aún, deben procurar, en cualquier caso, que su opción no
aparezca como la única legítima según
la doctrina de la Iglesia.
- El presbítero, testigo de las cosas futuras (la vida so):>rena­
tural), debe mantener cierta distancia de cualquier cargo o empeño
político.
-Los

presbíteros
han de
ayudar a los seglares a formarse una
recta conciencia, contribuyehdo así a la instauración de nn orden
social más justo, siempre con medios conformes al Evangelio y ex­
cluyendo la violencia de la palabra y de los hechos como contraria
a la doctrina cristiana.
-Los presbíteros deben respetar la autonomía propia de los
seglares, cuya madurez han de tener en gran estima cuando se trata
de su campo específico.
-No

pertenece a la Iglesia, como tomunidad religiosa y
je­
rárquica que es, ofrecer soluciones concretas en el campo social, eco·
nómico

o político para la justicia en el mur:ido. Pero su misión
im·
plica la defensa y la promoción de la dignidad y de los derechos
fundamentales de la persona humana, dentro, naturalmente, de su
competencia.
-Los · cristianos deben cumplir con fidelidad y preparación sus
deberes temporales, actuando como fermento espiritual del mundo en
la vida familiar, profesional, social, cultural y política. A ellos
toca asumir sus propias responsabili'dades en todo este campo
bajo la guía del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia, pero
actuando según su propia iniciativa y responsabilidad, sin implicar,
por tanto, a
la Iglesia con su conducta, aunque en cierto modo la
afecten al ser miembros de ella.
Por consiguiente, la Iglesia «debe ,impregnar de espíritu evan·
gélico todo el orden temporal». Esto, como ha dicho Paulo VI en la
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GABRIEL ALFEREZ CALLE/ON
clausura del sínodo ( de 1971), «no constituye ciertamente el fin pleno
y absoluto de la
misma Iglesia,

pero debe servir para consolidar el
reino de Dios en la tierra, según aquella frase de Cristo:
Buscad
primero el reino de Dios» (11).
A los pastores atañe el manifestar claramente LOS PRINCIPIOS
sobre el fin de la Creación
y el uso del mundo, y prestar los auxilios
espirituales que sean necesarios para organizar en Cristo el orden
temporal. E incluso criticar soluciones concretas en este terreno cuan­
do afecten GRAVEMENTE al bien espiritual y la salvación eterna
de las almas.
A los seglares corresponde directamente la construcción de este
orden temporal, «conducidos por la
luz del

Evangelio y la mente de
la Iglesia, movidos por el amor cristiano» (12). A este fin, es obli­
gación suya conocer, difundir
y poner en práctica la doctrina social
de la Iglesia (13).
A los seglares compete, por consiguiente, resolver las cuestiones
temporales, con arreglo a la doctrina católica.
La Iglesia no debe verse mezclada en actividades políticas, sociales
o económicas :
En primer término, porque supondría un abandono de su espe­
cífica misión, ya que si se dedicase a ello, ¿quién pos predicaría la
palabra divina?, ¿quién ofrecería el Santo Sacrificio de la Misa?,
¿quién nos administraría los Sacramentos? En este aspecto podemo_s
mencionar el caso de un sacerdote, piadoso por lo demás, pero que,
obsesionado por la idea social, ejercía una profesión laboral con la
que conseguía un

buen sueldo que destinaba en gran parte a obras
benéficas; pero buscado un día para asistir a un moribundo, no pudo
cumplir, por esta causa, -su primordial obligación en asunto tan grave.
Igual que los clérigos no ejercen la medicina o la abogacía, ni cons­
truyen casas, por amor a los ·pobres, tampoco deben ocuparse direc­
tamente de otras
c:uestiones de
orden político, económico o social,
(11) Mat. 6,33.
(
12) Constitución sobre el apostolado seglar,
A. A. 7, 4 y 5.
( 13) Pío XII, Discurso al Congreso de Acci6n Católica:-Italiana, 29
abril
194,, y Juan XXIII, Mater el Magistra, 218 a 232.
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LOS CATOLICOS Y LA ACCION POLITICA
sin perjuicio de que la Iglesia enseñe las normas morales sobre el
ejercicio de todas las profesiones.
Supuesto que apenas hay cosa de orden temporal que no esté
de alguna manera en conexión con lo espiritual y moral, sin hablar
de materias mixtas, no habría negocio de orden social, cultural, eco­
nómico o político en que la Iglesia no estuviese interviniendo a
cada paso.
Si el clero tuviese que actuar en todo 1~ que afectase directa o
indirectamente a lo sobrenatural, nada escaparía a su ingerencia: Ni
los problemas de una sociedad deportiva o un Colegio profesional, un
Sindicato, el Municipio, la Familia, etc., lo cual es absurdo.
La Iglesia, convertida en vanguardia del progreso social humano,
no sería portadora de un mensaje distinto al de cualquier otra agru­
pación social o política, quedándose, por consiguiente, sin filensaje
propio, que es el religioso.
La Iglesia no puede ser considerada como un Banco filantrópico
popular o una sociedad de socorros mutuos. Como se dice en
la rela­
ción doctrinal sobre el sacerdocio presentada al Sínodo de 1971 por el Cardenal H6ffner, Arzobispo de Colonia, «El ministerio sacerdo­
tal, cuyo oficio inabdicable es hacer presente y eficaz en el pueblo
de Dios la obra salvadora del Redentor, no puede entenderse sin su
carácter escatológico. Por lo tanto, este ministerio no puede reducirse
a una
mera función humanitaria o sociológica como si la Iglesia fuera
una cierta Cruz Roja cristiana. La misión de la Iglesia y del minis­
terio sacerdotal no es, inmediata y directamente, cambiar las estruc·
turas y condiciones sociales de este mundo.» En el debate que tuvo
lugar en el mismo Sínodo sobre la justicia en el mundo, Monseñor
Gaviola, Secretario de la Conferencia Episcopal Italiana, en igual
línea de pensamiento, dijo que «los sacerdotes no pueden constituir­
se en líderes sociales, sino que deben ser líderes espirituales y morales»,
concluyendo con la afirmación de que la Iglesia no es una especie de
O. N. U. o de Fundación Rockefel!er.
El 'papel del sacerdote, ministro de lo eterno,. no es, por consi­
guiente, intervenir en política o en economía o sociología, de natu­
raleza contingente.
Los sacerdotes que con abandono de su misión espiritual se ocu-
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GABRIEL ALFEREZ CALLBJON
pan preferentemente de problemas sociales, econorrucos o políticos,
dan la impresión de haber perdido la fe en Cristo y eo la virtud de
su gracia,
poi: lo
que predican un Evangelio que persigue la felici­
dad terrenal en vez de la salvación ete'rna en la que parecen no creer.
Cuando un sacerdote se convierte en líder político, es que ha perdido
su capacidad de ser un dirigente religioso. Y no es, auténticamente,
ni lo uno ni lo otro. ¡Cuántos sacerdotes que han bajado al «infier­
no}} del mundo del trabajo se han .quedado en él! En lugar de con­
quistar a los
. obreros

ateos o comunistas han sido conquistados por
estas ideologías. Y es que, en competencia con esas doctrinas que
no tienen exigencias religiosas o morales,
la Iglesia temporalizada
lleva todas las de perder. No se puede negar bueoa fe e incluso
idealismo a todos los sacerdotes que se mezclan con asuntos tempora­
les, pero no hay duda de que les falta formación teológica y espiri­
tualidad al buscar la
«añadidura» antes

que el reino de Dios
y su
justicia. Y con frecuencia, más que la acción social en favor de los
humildes y desvalidos, es la política lo que impulsa y nubla la inte­
ligencia a muchos· «apóstoles sociales».
Si la Iglesia se ocupara en primer término de las cosas temporales,
según pretenden algunos clérigos, se degradaría a sí misma convir­
virtiéndose, como hemos dicho, en un grupo sociológico más,
y al verse
envuelta en las luchas humanas
y tomar partido por una opinión,
las bienaventuranzas que predicaría para unos se transformarían en malaventuranzas para otros. Nunca hay razón
para que un sacerdote
se

convierta en líder revolucionario y quiera -imponer por
la fuerza
los consejos evangélicos, que, en tal
caso, como

dice Vallet, dejarían
de ser consejos
y evangélicos.
Ocupándose primordialmente de las cosas sobrenaturales, el clero
está, por el contrario, por encima de los intereses materiales y puede
ser árbitro y guía espiritual, dictando eo todo los principios supe­
riores de general aplicación.
En segundo lugar, no debe la Iglesia mezclarse en el orden tem­
poral por la dificultad que a
vec~s se
presenta en la práctica de apre­
ciar la conformidad de la solución que se propugna con la doctrina,
por lo que si se adopta una determinada podría perjudicarse a la
Iglesia misma. Por ello, la Iglesia no debe comprometerse adoptando
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LOS CATOLICOS Y LA ACCION POUTICA
una determinada opción política, ni siq~era aceptar responsabilidad
alguna por una aplicación .imprudente de su doctrina.
Y finalmente, porque
lo normal es que quepan varias opciones
y la Iglesia no debe inclinarse por la solución mantenida por unos
católié:os contra
la sostenida con igual legitimidad por otros, con lo
que fomentaría la división entre ellos y con
la misma Iglesia.
Sin ofender a los principios cristianos,
la sociedad civil puede
organizarse de muy diversas maneras en
lo económico, en lo social y
en lo político,
y lo que aquí y ahora procede para un país no lo
puede ni debe decir la
Igle~ia, sino
la Comunidad política, contra
la
que no se puede atentar ni siquiera invocando motivos religiosos. Como dice el P. Vitoria, no basta con que algo sea necesario o con­
veniente al fin espiritual de la Iglesia para que sin
más ia Iglesia
intervenga en
lo temporal, · sino que. es necesario que lo que hace la
autoridad civil

sea gravemente pecaminoso o dañe de igual modo
la salud de las almas.
«Y si

el Papa dijere -agrega- que algún
acto de administración no convenía al gobierno de lo temporal, no habría que
hac~rle caso, pues el

juzgar de estas cosas le toca al
Rey,
no al Papa, y aunque fuera cierto lo que éste dice~ está fuera de su
autoridad.
En cuanto algo deja de ser contrario a la salvación de las
almas y a la religión, deja de pertenecer al Papa.» Luego añade Vi­
toria: «Debe, pues, el Pontífice respetar el gobierno de lo temporal
y no decretar cualquier cosa que a simple vista juzgue a propósito
para
el fomento de la religión, sin tener en cuenta las cosas tempo­
rales, pues ni los Príncipes ni los pueblos están obligados, ni se les
puede forzar a lo más perfecto de la
vida.cristiana, sino

solamente a la
ley cristiana dentro de ciertos límites» (14). Con igual criterio, a principios del siglo xvn, San Roberto Belar­
mino, principaí formulador de la doctrina del poder indirecto de la
Iglesia en las cosas temporales, dice que no hay poder indirecto si
éste no resulta «necesario para la salvación de las almas».
, Si

no se admite la
autonomía de
la sociedad política con respecto
a la Iglesia, su independencia sería nula. Por eso no hay que atribuir
(14) Relecciones Teol6gicas1 l.ª, 14, BAC, Madrid, 1960, citado por
Monsegú en el trabajo anteriormente mencionado.
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a la Iglesia, y menos a cualquier clérigo, «la competencia de la com­
petencia», pues siempre existen, como dice el P. Monsegú, criterios
de juicio elementalísimos que no precisan de revelación
ni de auto­
ridad eclesiástica para que el Estado, o cualquier seglar docto, pueda
apreciar si una actuación clerical deja de ser exclusivamente reli­
giosa (15) ..
La
autoridad del Papa
es indiscutible cuando habla ex cátedra en
cuestiones de fe o moral.
En uso del Magisterio ordinario, su enseñanza en dichas materias
es también normalmente obligatoria, aunque Con frecuencia se discute
por teólogos, clérigos o seglares contestatarios.
Juan Vallet, en un importante trabajo sobre la Octogésima Ad­
veniens y
la doctrina social católica, publicado en VERBO (16), ex­
plica claramente la diferencia entre Magisterio pontificio solemne
y
· magisterio ordinario, como asimismo sus distintos efectos.
En el magisterio solemne --escribe-, según
la constitución Pastor
aeternus, el Papa habla como pastor y doctor supremo de toda la
Iglesia, obrando con plenitud de autoridad
y expresando claramente
que pretende imponer como revelada una doctrina concerniente a
la fe o a las costumbres. «Si estas condiciones no se llenan
-dice Vallet-,
no se puede
hablar de definiciones ni, por tanto, considerar el juicio pontificio,
por sí solo infalible e irrefutable» (17).
En cuanto al magisterio ordinario, o sea la enseñanza pontificia
cuando no se dan las anterior circunstancias, su garantía como doc­
trina resulta de «la
converiencia simultánea

o sucesiva de una plu­
ralidad de afirmaciones o exposiciones, ninguna de las cuales, tomada
separadamente, puede aportar una definitiva certeza», pero la cual
se deduce del conjunto de todas.
«Si el magisterio ordinario está integrado por un conjunto de
expresiones de autoridad designa!, para juzgar su valor existen cri­
terios para discernir en cada caso el valor relativo de c3.d,a expresión»,
que, segón Don Paul Nau, pueden reducirse a tres: I.2 La voluntad
28
(15) Monsegú, trabajo citado, VERBO núm. 95-96, pág. 465.
(16) Núm. 97-98, págs. 641 a 759.
(17)

Pág. 662.
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LOS CATOLICOS Y LA ACCION POLITICA
del Soberano Pontífice que se deduce de lo que considere tema fun­
damental y temas secundarios, forma del documento elegido ( encí­
clica, carta, bula, etc.), palabras utilizadas, etc.; 2.º Resonancia del
acto: audiencias
ordinarias--o

extraordinarias, auditorio general o
es­
pecializado, de público normal o de autoridades, etc., y '!.9 La con­
tinuidad

o coherencia de las diversas afirmaciones
Papas «en su enseñanza se preocupan ante todo por las necesidades
presentes de
la Iglesia ... y dejan _a sus sucesores ... el cuidado de
completar el conjunto doctrinal» para formar un todo sisteroático
que se va completando a través del tieropo, bajo la inspiración del
Espíritu Santo (18).
En cuestiones temporales, extrañas a la salvación de las almas
y, por consiguiente, opinabl~s, su criterio no tiene fuerza de obli­
gar (19).
Y si esto es así del Papa, ¿qué diremos de inferiores jerárquicos,
sobre todo cuando, por un lado, ponen en tela de juicio
la autoridad
del Jefe Supreroo de
la Iglesia y, por otro, pretenden imponer como
obligatorios e infalibles sus particulares criterios que preseutan con
valor profético y carismático en asuntos muy a ras de tierra?
Por otra parte, una cosa es el Papa como Maestro de fé y cos­
tumbres y otra muy distinta como Jefe de un Estado (aunque sea
simbólico) que mantiene con otros Estados relaciones de tipo polí­
tico. Por ello, se puede ser fiel seguidor del Papa en materias re­
ligiosas y estar en desacuerdo con la diplori:lacia vaticana. Tanto más
cuanto que si, como dijimos al principio, la religión es el alma de
las civilizaciones,
la historia de algunas naciones es nna constante
actuación al servicio de la Iglesia, y el Vaticano no puede pedir por
ninguna causa que se rennncie al propio ser.
Esta importancia de la tradición nacional ha sido apreciada en su
justo valor incluso por agnósticos, como Maurras, que defendía el
catolicismo, no porque él fuera creyente, sino por estimar que consti­
tuía la médula de Francia y era nn factor básico de su tradición y su
progreso. (Murió como buen católico en el seuo de la Iglesia.)
(18) Pág. 663.
( 19) Págs. 663 y siguientes.
29
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GABRJEL ALFEREZ CALLEJON
En este aspecto en.tendemos que, examinada la historia de Es­
paña, el catolicismo tiene aún mayor trascendencia en nuestro país, por
lo que la defensa de
la unidad católica, alabada por el Papa como
un tesoro, incluso ·después· de
1a declaración de libertad religiosa, nos
compete defenderla hoy día aún más que por motivos piadosos por
fidelidad a nuestra propia historia. Y no se diga por ello que somos
más papistas que el Papa, sino que nuestra historia y nuestro pro­
greso es cosa que nos incumbe particularmente a nosotros como ciuda­
danos. Es
cosa. nuestra.
Además, no es admisible que la Iglesia, cuya misión específica
es sobrenatural, no sólo se entrometa en las cosas temporales, sino
que, por añadidura, con pretexto de estos fines, procure
la destruc­
ción de la riqueza religiosa de un país,_ que podría considerarse como
una reserva espiritual de su contorno. Téngase en coenta que si, por una
libertad religiosa

mal enten­
dida
y un ecumenismo desorbitado, todas las religiones se consideran
iguales, en una especie de mercado común religioso como gráfica­
mente ha dicho Gambra, se pierde interés por la propia y poco a
poco se llega a no tener interés por ninguna, o si acaso, sólo por una
personal que se configura al propio gusto y comodidad.
Quienes ven el desconcierto
y confusión reinantes en lo religioso
y en lo moral sin que los pastores reaccionen debidamente, sienten
que sus convicciones religiosas se tambalean, tanto· más cuanto el
citado abandono va acompañado de una excesiva preocopación por
cosas temporales.
En
la actuación de la Iglesia como un poder real que se relaciona
con otros de la tierra, hay que distinguir claramente, aun en su misión
específica, o sea lo sobrenatnral, los principios, que soo inmutables,
y sus aplicaciones que admiten diversas modalidades ; la fe o moral y
la táctica o estrategia ; la doctrina y la pastoral; la Iglesia propiamente
dicha
y los hombres de la Iglesia.
4.-Clericalismo revolucionario.
«En estos tiempos del imperio de la op1ruon, de la radio, de la
prensa, de la guerra ideológica y psicológica, puede suceder que el
30
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LOS CATOLICOS Y LA ACCION POLITICA
clero prefiera mantenerse neutrab> en las contiendas ideológicas. Puede
que pastoralmente o por otras causas desee alejarse de esta lucha, guar­
dando silencio en cuanto a los principios o aplicaciones prácticas de
los mismos evidentemente injustas, aparentando así una objetividad
formal, con

el deseo quizá de
«no molestar
a quienes deberá evange­
lizar mañana». Allá ellos con su conciencia
y responsabilidad ante
Dios.
Pero si no estimulan a quienes luchan para que Cristo reine en la
Ciudad, respetando, por supuesto, las legítimas diferencias,
al me­
nos que no aparten de su obligación a los que tienen a su cargo «la
defensa de su Patria y de su hogar» (20). Como
ha dicho Jean Madirán: «Si los hombres de la Iglesia, en
interés de una pastoral mundial,
estiman que
deben negar su apoyo
a
la defensa de algunas patrias terrenales, no pueden en absoluto,
no pueden sin abuso, no pueden sin crimen, disuadir a
los ciuda­
danos

de defender su modesto honor, la casa solariega,
la libertad
de la Ciudad,
el interés legítimo y la vida misma de la Patria.»
Además, nunca se puede predecir con absoluta certeza lo que va
a
ocur!ir en

el futuro, ya que el esfuerzo personal y otras causas
pueden cambiar la situación. Se puede prever, por ejemplo,
que da­
das

determinadas circunstancias, el comunismo triunfará en un país.
Ante tal pronóstico, pastoralmente
y en bien de la Iglesia, sus hom­
bres, si lo estiman conveniente, podrán adoptar las precauciones o disposiciones
apostólicas que

crean oportuno. Pero lo que no pueden
hacer de ninguna manera es disuadir a los católicos
de que

luchen
y opongan

resistencia. Si desmontan las fuerzas de oposición, el triun­
fo del comunismo es seguro. Cuando la amenaza es mayor, es preci­
samente cuando más ardiente debe ser la lucha, para así poder cam­
biar el pronóstico y «hacer
historiac en

vez de padecerla» (21).
Con frecuencia, en poHtica, lo calificado de «inevitable» es pre­
cisamente aquello que a todo trance interesa evitar. Y lo que ya resulta intolerable es que
el clero no sólo se man-
(20) Jean Ousset: Los dos poJe,e.I, en PaM que El reine, cap. V de la
p.droera parte.
(21) Jean Madiran, en Itineraires1 núm.. 67, pág. 203.
31
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GABRJEL ALFEREZ CALLEJON
tenga neutral en lo que le concierne o desaliente a los seglares en
su lucha, sino que llegue a aliarse con la revolución, coaccionando
también a los laicos, en una forma de clericalismo al- revés que hasta
ahora no había sido tan frecuente.
Si la Iglesia 110 tiene derecho a imponer por la fuerza .:m la
práctica de la virtud», ¿cómo pretenden algunos clérigos imponer coac­
tivamente sus particulares criterios en asuntos temporales?
Los ejemplos abundan: Desde la estampa del Cristo guerrillero
-estampa de Jesús con un fusil al hombro-, distribuida con
profusión en los países de Hispanoamérica a los curas que actúan en
guerrillas, pasando por los panfletistas
y alteradores del orden pú­
blico, podrían citarse bastantes casos. Así vernos cómo en el informe del Rvdo.
P. Girardi, en Ma­
rienband (22), se dice:
«La paz

no consiste en la tranquilidad del
orden existente, sino en un orden a instaurar ... La paz pasa por la
revolución .. . La revolución integral tiende a realizar una humanidad
nueva ... , pero no habrá revolución cultural sin revolución estruc-
tural ... », etc.
En un manifiesto suscrito por Tenioignage Chretien, Christianis­
me
Social, Economie et
Humanisme, La Lettre, Frefes du Monde,
T erre Entiere y el IDOC, grupos todos animados e incluso sostenidos
por sectores eclesiásticos, puede leerse: «La revolución se nos pre­
senta como
la única vía posible ... Estamos convencidos de que nues­
tro compromiso debe inscribirse en la lucha de clases y de las masas
oprimidas. Reconocemos a todo cristiano, como a todo hombre, el
derecho a participar en este proceso revolucionario, incluida la lucha
armada.»
El Padre Cardonnel, en su predicación de Cuaresma en la Mu­
tualité (1968), dijo entre otras cosas: «Sin una lucha revolucionaria
no hay verdadera Cuaresma. l:J na huelga general que paralizase los
mecanismos de muerte de una sociedad fundada sobre el lucro, no
dudo en afirmar que sería la Cuaresma que agradaría a Dios y
la
gran liturgia contemporánea de la Cuaresma.»
(22) Reunión de intelectuales cat6licos y marxistas. Dosier 3·1-57, sobre
La Iglería y /oJ no c1'eyentes, publicado por el Secretariado Gene.ra.I del Epis­
copado francés.
32
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LOS CATOUCOS Y LA ACCION POUTICA
En Canadá, la mayoría de los militantes de extrema izquierda
son católicos. En la Asamblea Internacional de Sacerdotes Contestatarios cele­
brada en Amsterdacn en octubre de 1970, un grupo español declaró
que el
amor· a

· los hombres, que hay que acercar unos a
·otros, no
autoriza

a una pluralidad de opciones políticas,
. sino
que todo el
catolicismo debe inclinarse, según ellos, al lado de la revolución.
Un jesuíta que dirige unas escuelas de formación en América
latina comprueba que «De treinta jóve_nes que formo, al cabo de un
año de estudios, quince se incorporan a las filas del partido comu­
nista» (23).
El Obispo de Maldonado, Punta del Este,
Uruguay, Monseñor
Antonio

Corso, en una carta pastoral fechada el 15 de agosto de 1971,
dice que «basta leer los escritos de algunos sacerdotes y laicos, sea
en semanarios marxistas, sea en revistas autodenominadas católicas,
nacionales o latino-americanas, para captar el aliento marxista que
exhalan; será la teología de la violencia», la «teología de la revo­
lución»
y mil sacrílegas falacias más que enseñan en nombre del
Evangelio. Se abusa de la llamada «teología de
la liberación», a la
que se da cualquier sentido menos el que recibe en el Nuevo Testa­
mento ...
los adjetivos pasan a ser sustantivos y se utilizan indistin­
tamente como si tuviesen el mismo
signiffradO: liberación,
revolución
y violencia, instrumentos éstos para llegar a lo que llaman la < independencia». En nu_estra patria existen sacerdotes
y religiosos condenados a
graves penas por actividades subversivas,
y algunas_ Iglesias y con­
ventos han sido utilizados, con más frecuencia de lo que podía es­
perarse, para fines nada piadosos. Incluso en alguna pastoral se han equiparado la «violencia» que
llaman estructural, la subversiva y
la «represiva». Y en la Asamblea
conjunta de obispos y sacerdotes que tuvo lugar en Madrid poco
antes del Sínodo ( otoño de 1971), fue presentada una proposición
que no
alcanzó la mayoría de dos tercios, pero que obtuvo una nu-
(23) 'I'odos los anteriores datos están tomados de L'Expres, periódico
izquierdista francés, núm. 1.013, correspondiente al 7-XIl-1970.
33
Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
trida votación favorable, por la que la Iglesia pedía perdón por no
haber sabido, en el pasado, «ser verdaderos ministros de reconci­
liación en el seno de nuestro pueblo, dividido por una guerra entre
hermanos».
También se acordó pedir a los obispos y eclesiásticos en general
que ocupasen cargos públicos, especialmente en las Cortes y Sindica­
tos, que renunciasen a ellos.
Pensando en los hechos aludidos, no comprendemos cómo se
puede armonizar la predicación del amor con la metralleta, ni que
esto constituya «ahora» una

labor de reconciliación. Tampoco enten­
demos cómo puede parecer a algunos destino propio de locales reli­
giosos el esconder armas o delincuentes o que se utilicen para reunio~
nes provocativas o de tipo coactivo.
El derecho de asilo, de rancia tradición, tenía por finalidad buscar
protección después de cometido un delito (no era plataforma para
cometerlo), del que normalmente se estaba arrepentido, para librarse
de la dureza de las penas propias
de la época. No constitu!a un
medio de delinquir utilizando como instrumento a la Iglesia, ampa­
rándose en Dios quien con frecuencia no cree en El y le tiene sin
cuidado la religión. Ni servía para provocar u hostigar al poder que
no habría tolerado seguramente tal acción. Se basaba en una actitud
humilde y en la común práctica de la caridad cristiana y el respeto
a la casa de Dios.
Respecto a considerar violencia estructural la existencia de unas
instituciones u organización más o menos injusta, debemos tener
presente:
1,Q Que las estructuras no pueden ser nunca perfectas, por lo
que siempre habrá injt.;LSticias sociales. Si 1a existencia de tales im­
perfecciones autorizase
la subversión, se desembocaría fatalmente en
la revuelta constante, la revolución permanente, la anarquía com­
pleta. Y eso no es lícito, ni bueno, ni conveniente.
2,Q Que constituye un principio de Derecho natural y de con­
veniencia pública que la Iglesia ha proclamado siempre, el acatamien­
to al poder constituido, la obligación de respetar y obedecer al go­
bierno establecido con tal que reúna unas condiciones mínimas de
moralidad y estabilidad.
34
Fundaci\363n Speiro

LOS CATOLICOS Y LA ACCION POUTICA
3.9 Que jurídicamente no son equivalentes y nwica se pueden
comparar la autoridad
y el delincuente, la policía y el infractor de una
disposición
más o menos justa, el agresor y su víctima, awique ésta
se
defienda y repela la agresión.
Por
lo que atañe a la petición de perdón por la Iglesia española
por no haber sabido ser
-en el pasado-ministros de reconcilia­
ción (24), constituye una difamación y una ofensa a los representan­
tes de la Iglesia en aquella época, como puede comprobarse repa­
sando sus textos de entonces. Además, como se
ha escrito en un
diario americano, tales actitudes
de entidades

colectivas en que sus
componentes varían, no producen una rectificación del pasado, que
permanece tal como fue, esperando el juicio definitivo de la historia,
sino que constituye
más bien una toma de posición hacia el presen­
tido futuro, en contradicción, en este caso, con
lo que se declara,
puesto que al mismo tiempo que
se reniega

de un anterior
y supuesto
compromiso temporal, se está asumiendo otro de signo contrario, con
olvido manifiesto de los beneficios recibidos
y que se siguen reci­
biendo (25). Y con una diferencia de matiz no desdeñable, ya que en la guerra
civil española la Iglesia no eligió campo, sino que, prescindiendo de
cuál fuese su real voluntad, quedó situada en uno, al asesinar a sus
miembros en un lado y protegerlos en
el otro.
Aceptando incluso que hubiese violencias en ambos bandos
-la
guerra

en sí ya es violencia-, podían unos tener razón
-o si se
quiere, la mayor parte de
razón-y otros

no. Y hay que dar la
razón
al que la tiene, condenando los abusos si los hubiere. Y esto,
creemos, es
lo que hizo la Iglesia española de acuerdo con las cir­
runstancias. En un atraco o en
una agresión,

puede haber violencia por am­
bas partes,
y, sin embargo, la razón la tiene u.no.
Respecto a quién tenía la razón en
el caso que nos ocupa, existen
detalladas declaracíones de los Papas Pío XI y Pío XII que, después
( 24) Debemos aclarar que otro grupo menor entendió improcedente la
petición y reconoció públicamente los beneficios recibidos por la Iglesia. (25)
El Comercio, periódico de Quito, Perú, correspondiente al 18-IX-
1971.
35
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GABRIEL ALFEREZ CAILE/ON
dé lamentar la desgracia -de )a guerra (26), consideraron mártires
a los a.sesinados por su fe y calificaron de Cruzada a la contienda.
En la Carta Colectiva del Episcopado español se lamenta- asimismo
esta triste desgracia, reconociendo más adelante que «Esta cruelísima
guerra es, en
el fondo, una guerra de principios, de doctrinas, de un
concepto de la vida y del hecho social contra otro, de una civilización
contra otra. Es la guerra que sostiene el espíritu cristiano y español
contra este otro espíritu, si espíritu puede llamarse, que quisiera
fundir todo lo huroaoo, desde las cumbres del pensamiento a la pe­
queñez del vivir cotidiano, en el molde del material!smo marxista.
De una parte, combatientes de toda ideología que representan, parcial
o íntegramente, la vieja tradición e- historia de España; de otra1 un
informe conglomerado de combatientes royo empeño principal es,
más que vencer al enemigo, o si se quiere por el triunfo sobre el
enemigo, destruir todos los valores de nuestra vieja civilización.»
Luego se dice : «Al estallar la guerra hemos laroentado el do­
loroso hecho más . que nadie, porque ella es siempre un mal gravísi­
mo que

muchas veces no compensa bienes problemáticos
y porque
nuestra misión ES DE RECONCILIACION Y DE PAZ. Et in
terra pax. Desde sus comienzos hemos tenido las manos levantadas
al cielo para que cese. Y en estos momentos repetimos la palabra de
Pío XI, cuando el recelo mutuo de las grandes potencias iba a des­
encadenar otra guerra sobre Europa: «Nos invocamos la paz, bendeci­
mos la paz, rogamos por la paz. Dios nos es testigo de los esfuerzos
que hemos hecho para aminorar los estragos que siempre son su corte­
jo.-Con nuestros votos de paz juntamos nuestro perdón generoso
para nuestros perseguidores
y nuestros sentimientos de caridad para
todos: Y decimos sobre los campos de batalla a nuestros hijos de uno
y otro bando, la palabra del Apóstol: EL SE&OR SABE CUANTO
OS AMAMOS A TODOS EN LAS
ENTRA&AS DE
JESUCRISTO.»
En otro lugar, adelantándose a posibles desviaciones de signo
contrario, se precisa: «La guerra no se ha emprendido para levantar
un Estado autócrata sobre una nación humillada ... , seríamos los pri-
(26) «Si la guerra es siempre cosa tan tremenda e inhumana --diría
Pío Xf-... ¿Qué decir cuando la guerra es entre hermanos?»
36
Fundaci\363n Speiro

LOS CATOLICOS Y LA ACCION POLITICA
meros en lamentar que la autocracia irresponsable de un parlamento
fuera sustituida por la más temible de una dictadura desarraigada de
la nación.»
Terminando, finalmente, con esta sentida queja que cobra des~
graciada actualidad ante los sucesores de los mártires: «No se nos ha
hecho siquiera el honor de considerarnos víctimas.»
En defensa de la actitud de la Iglesia española durante
la guerra
civil, no estará
de más recordar algunos datos :
El 14 de abril de 1931 fue proclamada en España la República,
como consecuencia de unas elecciones municipales que habían ganado
los monárquicos en la generalidad del país, pero no en las, grandes
ciudades, en las que los republicanos consiguieron la mayoría.
El riuevo régimen, que había contado con apoyos de gran parte
de clases acomodadas, incluidos obispos y sacerdotes, fue recibido
con júbilo por muchos católicos. Pese a su dudosa legitimidad, la
Iglesia
y sus portavoces señalaron el deber de acatamiento y leal
obediencia al poder constituido.
El 11 de mayo, o sea escasamente un mes después, con el ben.e~
plácito o la tolerancia del Gobierno provisional, so pretexto de al­
gunos incidentes con un grupo monárquico, se produce· la quema de
iglesias
y conventos que tuvo lugar en todas las provincias de España,
especialmente en las grandes ciudades.
Se dice entonces por un Mi­
nistro que el hecho constituía
«un desahogo

del pueblo»
y que «todas
las iglesias de España no valen la vida de un republicano». Se inicia una legislación antirreligiosa: Separación de la Iglesia
y el Estado, supresión del crucifijo y de la enseñanza religiosa en las
escuelas, divorcio, expulsión de los jesuitas, supresi6n de la subven­
ción de culto
y clero, secularización de cementerios, etc.
Y a partir de las elecciones el 16 de febrero de 1936, en las
que triunfa, no limpiamente, el frente popular, los atentados, destruc­
ciones, agresiones e incendios se
suceden, hasta el punto ·de constituir
un verdadero riesgo para personas religiosas su simple paso por la
calle: «Duraote este
período; fueron
· destruidas o profanadas 411
iglesias
y se cometieron cerca de 3.000 atentados graves» (27).
(27) Carta colectiva del Episcopado Español.
37
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GABRJEL ALFEREZ CALLEJON
En estas condiciones, ¿podría ni siquiera actuar 1a Iglesia como
elemento moderador?
Comenzada la contienda, el solo hecho de ser religioso constituía
en la llamada zona roja un peligro de muerte. El hoy Obispo Auxiliar
de Málaga, D. Antonio Montero, en un documentado libro sobre la
persecución religiosa

en España (28), incluye la
siguiente estadística:
obispos

asesinados: 13 (más 6 vicarios); sacerdotes asesinados: 4.184;
religiosos asesinados: 2.365; religiosas asesinadas: 283. Por supuesto, la mayor parte de los ciudadanos asesinados lo
fueron .por sus conocidas ideas religiosas.
Muchas iglesias, conventos y casas religiosas fueron destruidos, des­
mantelados y destinados prácticamente todos a otros fines ( almacenes,
teatros, cabarets, etc.). El monumento al Sagrado Corazón de Jesús
en el Cerro de los Angeles fue ostentosamente fusilado por un grupo
de milicianos.
La práctica de la religión fue perseguida, aunque tuviese lugar pri­
vadamente.
En la llamada zona nacional, por el contrario, se protegió a la
Iglesia, se restauraron conventos y casas religiosas, se derogó la le­
gislación anticristiana, se declaró que la legislación del Estado se
inspiraría en
la doctrina católica, se restableció la asignación de culto
y clero, se ayudó, en fin, tan generosamente a la Iglesia como no lo
ha hecho ningún Estado moderno, de tal modo que sólo en el orden
económico quizá no sea exagerado cifrar la aportación de la Adminis­
tración pública a las diferentes Entidades eclesiásticas, desde el co­
mienzo de la guerra (1936) hasta el presente (1971), en cincuenta
mil millones de pesetas. ¿Dónde podía
es·tar la

Iglesia?
Las dos posiciones enfrentadas, ¿eran opciones lícitas?
En
cuanto a

la petición de abandono de cargos públicos por obis­
par y

eclesiásticos en general, especialmente en Cortes
y Sindicatos,
vemos que, aparentemente parece a primera vista, de acuerdo con lo
declarado en el documento del S!nodo ( de 1971), sobre el Sacer-
(28) A. Montero: Historia de la persecución religiosa en España, 1936-39,
Madrid,
BAC, 1961.
38
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LOS CATOLICOS Y LA ACCION POLITICA
dacio, en el que se dice que «el presbítero, testigo de las cosas fu­
turas, debe mantener cierta distancia de cnalquier cargo o empeño político.» Dejando aparte el carácter puramente asesor del Sínodo
y teniendo
además en cuenta otras orientaciones acordadas, de
plena dedicación
de los clérigos a su misión, de no ser líderes políticos, de no sembrar
la división entre cristianos y de que para ocnpar cargos que absorban
completamente su actividad, en razón del bien común, deberán con­ tar con
la aprobación de sus superiores, es claro que lo que el Sínodo
pretende es que los clérigos no abandonen su función propia para
ocuparse de cosas terrenales que no les competen,
Pero no se prohíbe,
ni mucho menos, que colaboren con las autoridades u organismos
sociales, públicos o privados para la realización de la justicia en el
mundo, especialmente en funciones que le son propias, como son,
por ejemplo, la proclamación de los principios doctrinales o morales,
la formación de las conciencias o la crítica ev.angélica de aplicaciones
equivocadas de los principios o actuaciones evidentemente injustas.
Por consiguiente, lo que se considera improcedente
~s, por
ejemplo,
que -un clérigo ocupe, como cosa normal
-pues excepcionalmente y
por
-razones de·

bien común estaría permitido, con los debidos
aséso­
ramientos-, el cargo de Presidente del Consejo, o Ministro, o Go­
bernador Civil, o Alcalde, o Jefe de un Sindicato, o de un partido
político, etc.
Pero de ninguna manera que, como una fuerza social del país,
la
Iglesia, que constituye, como otros, un Estamento nacional, tenga su
representación en los correspondientes Organismos públicos, en los
que hará oír su voz como tal
y desempeñará el papel que como en­
tidad espiritual le corresponde. Si se estima que toda fuerza social de un país debe tener su re­
presentación en la Administración, no se comprende que se quiera
que no
la tenga la Iglesia, que evident'emente es un elemento impor­
tante de
la nación.
Tanto más, cnando no se trata de un cargo típicamente polltico,
que absorba
la totalidad del tiempo de los eclesiásticos que ostenten
la mencionada representación, ni se les pide una actuación fuera
de su misi6n espiritual, sino que, por el contrario, se desea que en
39
Fundaci\363n Speiro

GABRJBL ALFEREZ CALLEJON
su tarea sea esta función específica que les compete de la que par­
ticularmente se ocupen.
Tampoco se comprende que se abogue por que la Iglesia abando­
ne puestos en los que la misión que se pide a los clérigos que la representan es de orden espiritual, perfectamente dentro de las fun­
ciones que le competen, como pueden ser, por ejemplo, 'las corres­
poriclientes a capellanes castrenses o _de prisioneS, asesores eclesiásticos
de juventudes o sindicatos, etc., en donde pueden proclamar los prin­
cipios morales pertinentes, formar las conciencias, criticar evangélica­
mente las aplicaciones injustas de la doctrina y ser, en resumen,
elemento parificador y formativo.
Y menos se comprende todo esto cuando a la apar~nte y preten­
dida desvincularión de lo temporal, por un lado, se junta la evidente
vinclación
y alabanzas a posiciones tempo_rales opuestas, de tjpo ateo
e incluso antirreligioso, repu~iando todo contacto con c;:I Estado, aun­
que sólo parcialmente, ·pues se siguen recibiendo de él. beneficios, y
parece _lógico que si no se desea la más mínima relación se renuncie
previamente a rualquier ventaja, diciendo además claramente lo que
se
preten~e como
elemental. expresión de sinceridad
y por el respeto
que la verdad. merece.
Si lo que se
busca es

eficacia en la protección a los débiles.
y hu­
mildes, parece que este objetivo se conseguiría mejor colaborando
lealmente desde el propio terreno con el Estado, con buenos modos,
pero sin ninguna claudicación, en la misión que _ corresponde, pre­
sidida por la caridad
y el amor a todos, proclamados por el evangelio,
que no .enfrentándose con el Estado, dividiendo a los ciudadanos
y
utilizando métodos violentos nada acordes, por supuesto, -con el es­
píritu cristiano.
Salvo que lo que se persiga sea- precisamente la revolución,
la
lucha de clases y la disolución social en vez de resultados prácticos
en la proclamada redención de
los humildes.
-Aunque

el comentario que antecede está basado en· hechos con­
cretos, las conclusiones que· se· deducen ·no se· refieren; como
fácil­
mnte se ·comprende, a un Estado determinado, sino que son-de apli-=
cación
general. Entendemos, pues, que la Iglesia debe mantener
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LOS CATOUCOS Y LA ACCION POUTICA
buenas relaciones con cualquier poder establecido que respete, como mínimo, el Derecho natural.
La misión de la Iglesia, como venimos insistiendo, es sobrenatu­
ral, sin

perjuicio de que se interese también, con carácter secundario,
de las cosas temporales
y que emita juicios de valor sobre aplica­
ciones concretas de los principios que le corresponde proclamar o
sobre situaciones de hecho cuando tales aplicaciones afecten grave­ mente al bien espiritual o a la salvación eterna de las
almas.
A los seglares católicos corresponde, Como hemos dicho, la gestión
y cuidado del orden temporal, de acuerdo con la doctrina social de la
Iglesia inspirada en el Derecho natural.
5.-Doctrina social de la Iglesia: su obligatoriedad.
¿Cuál
es esa doctrina? ¿Qué obligatoriedad tiene?
«Esta doctrina, definitivamente fijada en cuanto a sus puntos
fundá.mentalfs -como

en memorable discurso declaró Pío XII-, es
suficientemente amplia para poder ser adaptada
y aplicada a las vici­
situdeS cambiantes

de los tiempos sin detrimento de sus principios
inmutables y
per.inanerites. Es

clara en
todOs sus
aspectos; es obli­
gatoria;
nadie puede

separarse de ella sin peligro para la
fe y él
orden moral>> (29).
A fo
que Juan

XXIII agregó:
«La Iglesia Católica enseña y pro­
clama una
doctrina de la sociedad y de la éonvivencia humana que
pcisee,
indudablemente, unasolemne

eficacia (30).
Hoy más
qu-e ·nunca

es nécesario que esa dOctrina social sea
no
solaménfe' cono¿ída
y estudiada,

sino, además, llevada a
la práctica
en
fa forma y en la medida que las circunstancias de tiempo y de lugar
pemíitan o red3.men. Misión ciertarilenfe ardua, pei:o excelsa,

a
cuyO
cumplimiénto exhortámos no

s6lo
a nuestros hermanos e hijos de
tcido el
miindci, sino también a

todos
'1os hombres
sensatos (31).
(29) Pío XII, Discurso al Congreso de Acción Católica Italiana, 29-IV-
1945.
(30) Mater el Magistra, 218.
(31) Idem, 221.
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GABRJEL ALFEREZ CALLEJON
Para la mayor divuÍgación de esta doctrina social de la Iglesia
Católica, juzgamos que pueden prestar valiosa colaboración los cató­
licos seglares si la aprenden y la practican personalmente y además
procuran con empeño que los demás se convenzan también de su
eficacia ( 3 2) .
Los católicos seglares
han de estar convencidos de que la mejor
manera de demostrar la bondad y eficacia de esta doctrina es probar
que puede resolver los problemas sociales del momento. Porque por
este camino lograrán atraer hacia ella
la atención de quienes hoy la
combaten por pura ignorancia. Más aún, quizá consiga también que
estos hombres saquen con el tiempo alguna orientación de la luz de
esta doctrina (33).
Pero una doctrina social no debe ser materia de mera exposición
Ha de ser, además, objeto de aplicación práctica. Esta norma tiene
validez, sobre todo, cuando se trata de la doctrina social de la Igle­
sia, cnya luz es la verdad, cnyo fin es la justicia y cuyo
impulso pri­
mordial es el amor (34).
Ahora bien, los principios generales de una doctrina social se
llevan a la práctica comúnmente mediante tres fases: la primera,
examen completo del verdadero estado de la situación; segunda, va­
loración exacta de esta situación a la luz de los principios,
y tercera,
determinación de lo posible o de lo obligatorio, para aplicar los prin­
cipios de acuerdo con las circnnstancias de tiempo
y de lugar» (35).
Es importante la insistencia de los Papas en cuanto a
la aplicación
de la doctrina, a
las circunstancias

de tiempo y de lugar.
Como acertadamente se ha dicho, a los hombres
públii:os se les
puede pedir solvencia, moralidad, dedicación, etc. ; lo que no Se les
puede pedir es imposibles, pretendiendo resuelvan los problemas de
la noche a la mañana o ·sin tener en cuenta, entre otras cosas, la
situación económica del país que gobiernan, con lo que podrían
causar perjuicios mayores que los que se quisieran remediar.
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Como ha dicho con apremio Pío XII, la situación del mundo
(32) Idem, 224.
(33) Idem, 225.
(34) Idem, 226.
(35) Idem, 236.
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LOS CATOUCOS Y LA ACCION POUTICA
moderno no admite los perezosos ni los tibios. Hay que trabajar con intensidad y sin descanso. «No hay tiempo que perder. El tiempo de la reflexión y de los proyectos ha pasado. ¡Es la hora de
la ac­
ción
! Los frentes opuestos en el terreno religioso y moral se delimitan
cada vez más claramente.
La carrera de que habla S. Pablo ha comen­
zado. Es
la hora del esfuerzo intenso. Unos instantes solamente pue­
den decidir la victoria» (36). Las
difiatltades y

el creciente materialismo no deben acobardar­
nos ni servir de pretexto a nuestra apatía. Cuando «no hay nada que
hacer» porque parece que todo está. perdido, es ruando «hay que
hacer todo» con diligencia y sin desmayo. Sin olvidar, como reza el
lema heráldico de D. Juan de Austria, que «Cuando no se avanza, se
retrocede».
(36) Discurso de 7 de septiembre de 1947.
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