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Historia y Providencia

HISTORIA Y PROVIDENCIA
POR
GUSTAVE THIBON.
Acabo de terminar la lectora de una obra docta, debida a la
pluma de un eminente eclesiástico italiano, acerca del emperador
Juliano, llamado el apóstata. Es sabido que este monarca, nacido y
criado en el cristianismo, renegó de su fe al sub-ir al trono e intentó
vanamente, restaurar
el paganismo. Esto su.cedía en el siglo. cuarto
de nuestra era, cincuenta años después de la paz de Constantino.
Este libro, admirablemente docnruentado
y de una objetividad irre­
prochable,

no deja de iluminar ninguno de los rasgos positivos o ne­
gativos de la inquietante
y seductora fignra de Juliaoo. Pero al llegar
a la última página, en la
cual el autor hace un juicio de conjunto
acerca de Juliano
y su obra, me ha sobresaltado una frase. Hela aquí :
«Nadie en la hora presente pensaría pedirle cuentas a Juliano por
su apostasía; ésta no interesa más que · a su concifficia ... Lo que se
le puede legítimamente reprochar es el haber sido un retrógado,
un hombre que tenía
la nostalgia de tiempos irremediablemente su­
perados ...
»
Pienso, como el autor, que no tenemos por qué juzgar la apos­
tasía de Juliano, porque es un asunto únicamente entre Dios y él.
Lo que me desconcierta, en boca de un cristiano y de un sacerdote,
es una crítica que se limita Ú1J.icamente al reproche de anacronismo.
E inmediatamente hago esta pregunta: ¿Fué el error de Juliano,
oponerse al cristianismo en cuanto corriente sociológica dominante
en su época, o_ bien en cuanto revelación de la verdad eterna? En
otros términos, ¿fue sólo «por añadidura» que Juliano volvió
la
espalda a Aquel «que nació del Padre antes de todos los siglos»
y
que ha dicho : «el cielo y la · tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán»?
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La pregunta resulta hoy tanto más decisiva por cuanto as1st1mos
a un fenómeno análogo, aunque de sentido contrario. En muchos
países y para muchos hombres, el cristianismo representa, respecto
de las nuevas visiones del mundo ( el marxismo en particular), lo
que el paganismo representaba, en tiempos de Juliano, en relación
al cristianismo naciente: la mustia prolongación de un pasado ya
condenado por la historia. Así lo testimonia la carta que recibo de
un amigo de América del Sur que fue hasta ahora un filósofo ca­
tólico:
<(todo nos
prueba -me
escrib!a anunciándome
que ha per­
dido la
fe y abando.nado la

Iglesia- que el ciclo cristiano de
la
historia ha terminado». El paralelismo es impresionante. El paganismo había llenado su
tiempo en el siglo 1v~-A los ojos de muchos, el cristianismo ha col­
mado su tiempo en el siglo xx. Obstinarse en prolongar su agonía es
caer en
el mismo vicio que Juliano. Hay que marchar con el tiempo
de cada cual y adorar a los nuevos-dioses ~ ..
Los hombres han si~o siempre propicios a embalarse con lo nuevo
y a inclinarse ante el_ éxito. Pero esta tendencia innata se encuentra
hoy en día reforzada y orientada en sentido único por una nueva
teología, que se reswne en los dos dogmas siguientes :
a) La histor~a es una divinidad en marcha que conduce infali­
blemente a la humanidad hacia una perfección y una felicidad ma­
yores. ·En conjunto, lo de hoy es mejor que
lo de ayer y lo de ma­
ñana será mejor que lo de hoy. b)
Esta marcha se opera necesariamente hacia la izquierda, o
más bien hacia todo lo que lleva una etiqueta de izquierda, incluidas
las peores formas de la anarquía y del totalitarismo.
Y de esta
teología fluye

una nueva moral, con estos dos precep­
tos: seguir el movimiento y alinearse por la izquierda. Un reloj que
atrasa
y una brújula insuficientemente imantada hacia la izquierda
son los dos símbolos del pecado contra el espíritu. Esta mitología del sentido de la historia es el arma ideológica
más eficaz de la subversión. Se nos persuade, con gran acompaña­
miento de propaganda, que la evolución de la humanidad hacia la democracia popular de tipo ruso o chino, representa no solamente un
avance en
el orden de la verdad y del bien, sino que, por añadidura,
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es absolutamente inevitable y que sería tan absurdo oponerse a ella
como querer interrumpir_
la gravitación de los astros en el firma­
mento. ¡ Cuántas veces he oído argumentos de este estilo : «la revo­
lución está inscrita en la historia; si no se hace con ustedes, se hará
sin ustedes
y contra usted.es, pero no se librarán de ella. Las oportu­
nidades están aún abiertas y, sin embargo, ya están determinadas».
Ese virus ideológico, - al penetrar en cier.tas conciencias cristianas,
ha causado en ellas una grave alteración de la noción de Providencia.
Hablaba yo recientemente con un joven católico ferviente, pero alo­
cado por el temor de no estar bastante al día o al tanto, el cual me
decía: «¿Acaso todo
lo que sucede en la historia no es querido por
Dios? Si, pues, como parece verosímil,_ vamos al triunfo del marxis­
mo, ¿no habría que ver, en este
acontecimiento, un signo de la apro­
bación divina
y, por vía de consecuencia, una indicación favorable a
un «aggiornamiento»· de
la religión en el mismo sentido?».
Le he contestado: efectivamente, nada sucede
aquí abajo sin el
consentimiento divino. Pero, ¿desde cuando el éxito es
Wl signo de
aprobación divina y una razón suficiente de «apertura» a las doctri­
nas de los vencedores? Un solo ejemplo: Dios no se ha opuesto, en
el siglo vn de nuestra era a que la religión nacida del Corán suplan­
tara al cristianismo en más de la mitad del mundo conocido. ¿Hu­
biera esto justificado (hablo en condicional, porque el hecho no se
produjo) una «puesta al
día» de
la verdad evangélica en función
de las enseñanzas de Mahoma? Y, sin embargo, la distancia es in­
finitamente menor entre la fe islámica y la fe cristiana que entre
ésta y la fe marxista ...
Los teólogos nos enseñan que Dios no quiere positivamente más
que el bien, pero que, respetuoso con
la libertad de su criatura, per­
mite el mal. Entonces, ¿cómo distinguir
y escoger entre el bien que
quiere y el mal que permite? El criterio no está en la historia, es
decir, en el éxito o fracaso temporales, sino en nuestra conciencia,
reflejo de Dios en el hombre, que juzga las cosas del tiempo según
los principios inalterables de la verdad, de lo justo
y de lo bueno,
de las cuales
la patria y la fuente radican por encima de tiempo.
Todo se resume en la palabra del Evangelio: «Por los frutos los
conoceréis.» Y si los frutos son malos, es decir, si el hombre, fasci-
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nado por w,os ídolos, da la espalda a su vocación divina, nada po­
drá impedirnos constatar y proclamar su nocividad, cualquiera que
sea el vigor aparente del árbol y la inmensidad del territorio espacial
que cubra con su Sombra. Esta advertencia cobra toda su fuerza si
se repara que el Evangelio nos dice que llegarán W1 día falsos pro­
fetas capaces de seducir, si fuera posible, incluso a los elegidos ... En cuanto al
reproche de

no marchar con su tiempo, responderé
que la mejor manera de estar presente en su siglo no es abrazar sin
discernimiento sus más vistosas y ruidosas corrientes, sino prevenir y
corregir sus desviaciones. ¿Acaso hay, por ejemplo, una tarea más
actual -en el sentido de que responde a w,a necesidad profw,da y
urgente de nuestra época--que la de proteger la naturaleza· contra
los
efectos de
la polución; o el amor de los sexos contra el desenca­
denamiento del erotismo? O también, ya que hemos hablado de re­
ligión, ¿que
la de defender el contenido eterno de la fe contra la
idolartía de la historia?
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