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Filosofía económica y necesidades del hombre

FILOSOFIA ECONOMICA Y NECESIDADES DEL HOMBRE
POR
MARCEL DE CoR'I'E.
Profesor en la Universidad de Lie;a.
La mayor parte de los biólogos insisten justamente sobre la im­
portancia de
la noción de necesidad como elemento determinante de
la conducta humana. No es de extrañar que se la encuentre en el
corazón mismo
dé los comportamientos económicos. La polivalencia
de esta noción y su diversidad casi inagotable hacen, sin embargo,
difícil la interpretación científica. En efecto,
la necesidad es algo
que varía al extremo, no solamente según las civilizaciones, las so­
ciedades y los grupos en el tiempo y en el espacio, sino según los
individuos, a cada instante de su existencia y según las circunstancias
en que se enruentran. ¿Cómo captar una realidad tan particularizada
y tan evanescente? Se sabe, en efecto, que no hay ciencia de lo in­
dividual: solamente lo universal puede ser objeto de la ciencia. No
es de extrañar, entonces, que
la noción de necesidad haya sido la
mayor parte de las veces considerada por los economistas como un
postulado de la investigación más bien que como un objeto de
la
investigación misma. Se habla constantemente de la necesidad en
economia y si la noción es indispensable para aclarar los fenómenos
econ6micos, muy rara vez resulta aclarada ella misma. Por añadidura, las necesidades económicas, evidentemente de orden
material, son, en su realidad, indisociables de las otras necesidades
humanas de orden afectivo, intelectual, espiritual, etc. ... No hay hombre alguno sobre la tierra que beba o que coma como si fuera,
pura
y simplemente, la sede de una reacción química.
En
fin, ¿cómo medir adecuadamente una necesidad sin
traicionar~
'fa, sin hacer que se evapore -la substancia esencialmente cualitativa?
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MARCEL DE COR:I'E
Pero la economía moderna, como además todas las otras ciencias po­
sitivas, tiende a comvertirse en una ciencia de lo medible.
Nos encontramos, pues, en presencia de una
paradoja epistemo­
lógica inaudita: La economía está fundada sobre una necesidad que
se le escapa. Y esta es la razón de que se construyan los sistemas más
diversos de interpretación en torno de estas nociones fundamentales.
Desde su origen, la ciencia económica se encuentra encuadrada entre
los polos extremos del liberalismo
y del colectivismas divididos en
sí mismos,
y cuyos resultados de la división son objeto de iunurne­
rables
mezclas más
o menos arbitrariamente dosificadas. Es posible,
por tanto, preguntarse si la economía no se encuentra previamente
sometida a una opción completamente subjetiva por parte de quien­
quiera que emprenda la tarea de aclarar los comportamientos, estando
esta opción más o menos inconscientemente enmascarada tras una
cortina de humo cualquiera. La economía se convierte así en el
cam­
po cerrado de interminables disputas, en las cuales se injertan las pasiones individuales y sociales.
Su curso real en la vida de los hom­
bres queda abandonado a sí mismo, o sometido a intervenciones ex­
teriores a su natoraleza por parte de cualquiera que posea un modo
de poder capaz de influirlo.
El objeto de estas notas consiste en mostrar que es posible su­
perar esta aparente contradicción que hace de la economía un co­
nocimiento de lo que ella ignora. Esta posibilidad no puede abrirse,
en nuestra opinión, en el ·espíritu más que si se logra orientar hacia
una necesidad esencial y universal la multiplicidad incoherente e
inadaptable a las necesidades ecooómicas
y de las otras. Pero un
drenaje semejante se opera espontáneamente por el hombre mismo,
sujeto de ,estas diversas necesidades. Existe, en efecto, en el hombre
una necesidad fundaroental hacia la cual convergen todas sus otras
necesidades:
La necesidad de ser feliz. «BEATOS NOS OMNES
VOLUMUS», decía Cicerón.
Y Pascal subrayaba que «Todos los
hombres
quieren ser felices, incluso aquellos que desean colgarse».
La felicidad es el fin último de todas las actividades humanas, cuales­
quiera que sean y se define como un estado en el cual nada falta, en
el que todas las necesidades del hombre están saturadas.
«Sólo una
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cosa es necesaria -----escribía con humor y profundidad Chesterton­
todo; el resto es
vanidad de

vanidades.»
Los antiguos habían escrutado ampliamente esta noción de feli­
cidad de la que hemos perdido el secreto. Ya se trate de filósofos
paganos tales como Platón
y Aristóteles, o de pensadores cristianos
como San Agustín
y Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, se logra
entre ellos un acnerdo para concebir la felicidad del hombre en el
cumplimiento pleno de sus facultades espedficaroente humanas : La
inteligencia
y la voluntad, concebidas y encarnadas en un cnerpo que
forma también parte de la esencia del hombre.
Como la
inteligencia
es superior a la voluntad, que no puede ejercerse sin ella, y como las
dos son a su vez superiores a la materia, clasifican las actividades
humanas en tres gi:upos jerarquizados: Las actividades contemplativas,
por las cnales la inteligencia del hombre se nutre de verdad e intenta
conocer
la realidad hasta su último principio; las actividades deno­
minadas prácticas, por las cnales la voluntad adarada por la razón se
orienta
hacia el bien que
la satura; las actividades a las que se da el
nombre de «poéticas» ( del verbo griego: POIEIN, que significa
hacer), por las
cnales el

hombre transforma el mundo exterior de
forma que pueda extraer de él las cosas necesarias para su subsis­
tencia. La filosofía (o la teología), la moral, la técnica, son las ac­
tividades rilás típicas del ser humano, estando la tercera subordinada
a las dos primeras, y la segunda a la que le precede. Estas actividades
se ejercen en la medida en que sus objetos respectivos faltan
y el
hombre llega en
la medida posible a la felicidad, en la medida en
que sus ejercicios se equilibran
jerárquicaroente. Con

relación al hom­
bre, las dos primeras actividades le son inmanentes : Permanecen en
él para su perfección, en tanto que la tercera es una actividad tran­
sitiva y acontece en una materia que le es exterior para perfeccionarla.
Con relación a su objeto, las dos primeras son teocéntricas, ·mientras
que la tercera es antropocéntrica.
Como revela la historia, la actividad propiamente técnica del hom­
bre se ha desarrollado con lentitud hasta una época en que se puede fijar, de manera que sólo es aproximada, en el Renacimiento.
No se
simplifican en exceso las cosas al decir que la técnica y la economía
resultantes estaban
estancadas hasta entonces : Poéas nuevas invenciones,
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MARCEL DE CORTE
una productividad casi siempre igual, la misma cada año, una situación
que se puede calificar de estática o, incluso, de penuria. Este es el
por qué las actividades especulativas y prácticas del hombre se han
desarrollado particularmente por compensación. Las necesidades es­
pirituales, intelectuales y afectivas del ser humano fueron más saturadas
que las necesidades materiales.
Con el Renacimiento, asistimos al fenómeno inverso: La técnica
y la economía se separan, poco a poco, de la moral y de la filosofía
( así como de la teología)
y adquieren la autonomía completa que
hoy conocemos. El teocentrismo es sustituido por el antropocentrismo.
El humanismo surge,
y el hombre, por la voz de Descartes, se pro­
clama «amo y poseedor de la naturaleza». Esta inversión de la je­
rarquía de las actividades engendra una serie de inventos técnicos ex­
traordinarios
y, por primera vez en su historia, el hombre pasa de
una economía de penuria a u.na economía de abundancia, la cual si
todavía no se extiende a todo el planeta es, no obstante, deseada, en
grados diversos pero jamás nulos, por todos los pueblos. Un dina­
mismo económico sin precedentes reemplaza la economía estática de
otros tiempos. No se puede negar que se trata de un enorme progreso:
la hwna­
nidad

vio alejarse
de ella

el espectro del hambre
y de los conflictos
engendrados por
la escasez de bienes materiales, los cuales no son
generalmente una cosa negativa. Pero lo mismo que toda medalla
tiene un reverso, todo progreso impica una contrapartida: Un clavo saca a otro, dice un proverbio. No solamente
la actividad téc-­
nica y económica del hombre moderno provoca una serie de «recaídas>>
cuyos efectos nefastos empezamos a medir, sino que su explotación
sin medida, privada de toda subordinación a fines superiores, está
en trance de desmantelar al hombre
y de amputarlo de su naturaleza
propiamente inteligente y con voluntad. La humanidad evoluciona ha­
cia la «perfecta
y definitiva termitera», como preveía el genio de
V aléry. Por primera vez en su historia, la economía, dirigida por una
técnica que pretende bastarse·
_a_ sí misma y constituir su propio fin,
camina a la inversa: En vez de producir para consumir, el hombre
moderno se ve obligado a producir por producir. En la economía
actual, el pleno empleo
y la expansión económica continua se con-
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sideran como objetivos esenciales que deben perseguirse de modo
absoluto y alcanzar
bajo pena

de decadencia. El producto nacional
bruto? en ininterrumpido crecimiento, se ha convertido en el criterio
absoluto de la salud de las naciones y de los trabajadores que las
componen. Pero es claro que no se puede aumentar el empleo e in­
crementar cada año la producción nacional (e internacional) más que
si hay mayor consumo de bienes producidos en exceso por productores
excesivos. La finalidad normal de la economía resulta así invertida.
El hombre debe consumir para trabajar. Ante nuestros ojos surge una
sociedad deoominada SOCIEDAD DE CONSUMO, que es, eo reali­
dad, la consecuencia necesaria de una economía apoyada esencialmente
sobre los productores, a cualquier nivel que se sitúen. Los consumi­
dores son tratados como vacas gordas en período de ptosperidad, o
como vacas flacas eo período de escasez. Las necesidades del con­
sumidor se encuentran subordinadas, si no sacrificadas,_ a las necesi­
dades de los productores.
El divorcio de las actividades técnico-económicas respecto de las
actividades morales
y especulativas del hombre, la inversión de las
finalidades de la técnica
y de la economía que ha provocado, no ha
acabado aún de perturbar el planeta. No es exagerado preteoder que
la revolución permanente que macera la humanidad o, más exacta­
meote, el desorden que eo ella establece y sus innumerables secnelas
en todos los dominios, provienen de esta causa primera, con
deina­
siada

rareza apercibida y más raramente todavía analizada.
Entre· todas las que podrían atraer nuestra atención, nos conten­
taremos con destacar la transformación profunda del papel del Es­
tado. Bajo la influencia creciente de una economía centrada en los
productores, se han
organizado grupos

de presión económica que no
solameote gravitan con todo su peso sobre las decisiones del Estado,
sino que hacen que éste abandone cada vez más su función esencial
de garantizar el interés general, para convertirse en el servidor de
los intereses particulares de los
pfoductores. La

misma naturaleza de
la economía se encuentra perturbada hasta en sus fundamentos. Si es
cierto, como hemos dicho antes al referirnos a la evideocia del buen
sentido más elemental, que se produce para consumir y que la sa­
turación de las
n&esidades del

consumidor constituye el único
y autén-
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tico fin de Ia actividad técnico-económica, el Estado moderno, presa
de los grupos de presión, va consolidando cada vez más la inversión
dC la economía y hace que ésta se desarrolle de tal suerte que camina
en contra-pendiente. Pero no puede hacerlo más que apartando la
economía del dominio esencialmente privado, que es el suyo, y so­
cializándola hasta el colmo. En efecto, una economía al servicio del
consumidor solamente puede ser privada, ya que el conswnidor de
carne y hueso es el único capaz de consumir los bienes materiales
que se
hari producido, y el mismo consumidor individual es el único
capaz de determinar las necesidades que aspira a satisfacer. La vo­ luntad del Estado se substituye así a la suya y su libertad de elección
se esteriliza poco a poco en su raíz material.
El hombre es cada vez
menos libre en todos los dominios. Su liberación respecto de la na­
turaleza que la técnica ha dominado tiene como correlativo su servi­
dumbre a la colectividad, al Estado y a la potencia de los grupos
que dirigen el Estado. Pero una economía cuya finalidad funcione a
1a inversa cuesta
muy cara por definición:
Se precisan cada vez más medios y medios
más costosos para invertir su
curso natural.
Y asistimos así a
'll:11 es­
pectáculo extraordinario: Una economía cuyos instrumentos técnicos
son incomparables y cuya productividad es enorme, que se enferma
cada
vez más.

Un malestar difuso, que a veces estalla en crisis mo­
netarias imprevisibles, taladra una prosperidad económica sin pre­
cedentes. En vano esta economía a
1a inversa intenta crear nuevas
necesidades. Como observa Goerge Friedmann en un libro reciente,
«la multiplicación

anárquica de las necesidades mantiene el desequili­
brio y, a su
vez, se

encuentra estimulada por él». Existe un círculo
vicioso en todos los sentidos de la palabra. El dinamismo de la eco­
nomía no puede ser desviado indefinidamente de su finalidad natural
sin riesgo de explosión.
Y por esto
la economía jamás ha sido tan potente y jamás ha
sido tan
frágil. Jamás ha sido más capaz de ayudar a los hombres y
jamás ha sido
más apta para .privarles de su diferencia específica y
hacer de ellos «trabajadores» perpetuamente condenados a producir ...
Las actividades propiamente humanas corren
el riesgo de d.esaparecer
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FILOSOFIA ECONOMICA Y NECESIDADES DEL HOMBRE
en beneficio únicamente de la actividad témico-económica desplegán­
dose al infinito ...
Si deseamos llegar a la ribera del año 2.000 con esperanza, es
necesario absolutamente resolver los problemas del hombre colocados ante el fenómeno inédito del dinamismo económico. Hay
tiempo, hay
más que tiempo. Este problema no puede resolverse más que bajo una
doble
condición: La economía debe ser
restituida a
su finalidad na­
tural y puesta de nuevo al servicio del consumidor, por una parte, y,
por otra, debe reintegrarse en una concepción del hombre que subor­dine las actividades productora
y consumidora de bienes materiales a
la actividad moral y a
la actividad contemplativa del esplritn. Dicho
de otra forma, la potencia debe ser ligada a la sabiduría.
La primera condición se cumplirá cuando la economía se convierta
de nuevo, o más bien llegue a ser una auténtica economía de mer­
cado en la que los mejores productores vean recompensados los ser­
vicios que rindan, por
la elección que ejecuten los consumidores, y
cuando el Estado, en vez de ser arbitrariamente juez y parte, como
sucede hoy, sea restituido a su papel de árbitro independiente de las
fuerzas en presencia. La segunda condici6n será cumplida, a su vez,
cuando
la actividad económica del hombre sea de nuevo encuadrada
en un sistema moral fundado sobre el orden material y cuando el
mercado sea sometido a reglas del juego, es decir, reintegrado en
un clima de costumbres tal que las conductas materiales de los hom­
bres puedan articularse en sus conductas superiores : Las estructuras
jurídicas de la economía podrán de tal manera prolongar el impulso
de la naturaleza humana hacia su realización, tan plena como sea
posible.
No queremos decir que estas dos condiciones sean fáciles de
cumplir en las circunstancias actuales en las que todas las actividades
humanas se mueven artificialmente a la inversa. Decimos simplemente
que ellas responden a la necesidad más profunda del hombre: la necesidad de la felicidad. Decimos simplemente que el dinamismo de
la economía ha de ser para nosotros la ocasión, si es acabado y, por
tanto regularizado, de realizar, en la medida de lo posible, esta felicidad
a la que el hombre
aspira.
Es-tamos,

pues, ayudados por
la naturaleza en nuestra tarea. Las
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MARCEL DE CORIE
razones de esperar no faltan. Por añadidura, NA TURAS MALORUM
REMEDIA DEMOSTRANT, como dice el adagio médico. A nosotros
nos corresponde, si somos responsables, si vemos las cosas tal como
deben ser, derramar estas razones fundadas en la realidad en nuestro
alrededor.
No hay ejemplo de que una empresa humana que responda a las
necesidades más fundamentales del hombre que no se haya asegu­
rado, con el tiempo, el éxito.
BREVE SINTESIS DE MORAL SOCIAL, NATURAL
Y CRISTIANA
MIGUEL IBAREZ PEREZ
I. DOGrR.INA 90CIAL CRESTIANA
II. PRINCIPIO DE NO CON'fRADICCION
III. LIBERTAD, DIGNIDAD, RESPONSABILIDAD
IV.
PROPIEDAD PRIVADA Y BIEN COMUN
V. CUERPOS
IN"J1ERMEDI09 Y· PRECEPTO MORAL DE SUB­
SIDIARIEIDAD
VI. EL ERROR MODERNO
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