Índice de contenidos
Número 107-108
Serie XI
- Textos Pontificios
- Actas
- Estudios
- Ilustraciones con recortes de periódicos
- Jornadas
- Congresos
Autores
1972
Sentido cristiano del Ejército
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
POR.
M\lruefior JOSÉ GUERRA CAMPOS.
SUMARIO: I. Invalidez de la antítesis «Evangelio-Ejército».-11. El Evan
gelio
y la «espada».-1. El Reino Je Dios no Je implanta por las armas.
Pero asume todas las realidades de este mundo, menos el pecado.-2. Aco
ge a los «soldados». Figuras de soldados en los momentos cruciales de la
propagación del Evangelio, en Palestina, en Grecia, en Roma.----'3. La «es
pada», ministerio de Dios en la enseñanza apo.rtólica. Posición de la Igle
sia primitiva ante lo militar.-111, Justificación cristiana del Ejército.
Doc
trina de la Iglesia.-1. La viotencia: al servicio del Pecado; al servicio
del Bien. Valores morales de la fuerza disciplinada.. Su ambigüedad, en
cuanto medio para distintos fines. Subordinación de la fuerza disciplina
da a uh fin -superior.-2. El fin es la paz. Requisitos espirituales de la
paz. «Opus iustiae», necesitado del amor evangélico. Sentido de la re
nuncia a
la violencia.-3. La fuerza, al servicio del amor a los demás,
como medio contra la agresión
in¡usta o ~ontra la resistencia in¡usta a la
ordenación social. Ni
«si
vis pacem, para bellum», ni «paz a toda costa».
¿Se puede identificar el pacifismo integral con el ideal evangélico?.
Doc
trina del Concilio Vaticano II, encaminada a evitar la guerra. La «guerra
total» no es medio de legítima defensa. Necesidad
y legitimidad del Ejér
cito.
Artífice de
la paz.
'La «objeción de conciencia. La 'Iglesia y la Gue
rra
de
España».-N. El
Ejército, factor
actual y continuo de paz, como
formador de hombres íntegros; no sólo como
medio para
una guerra
po
sible.
SubHmaci6n
cristiana del
«espíritu. militar>>.-1.
Apertura del «.rol
dado criJtiano»
hacia DioJ. a) Afinidad con el Evangelio; docilidad in
condicional para acogerlo. b) «Estilo militar» del Evangelio.-2 Amor y
servicio al pró¡imo. Profesión de servicio Jocial.-3, Realizaci6n del ideal
evangélico. El
«caballero cristiano».-APENDICE: La paz y la guerra,
por el Cardenal I. Gomá.
(*) VERBO se complace en publicá.r y agradece la autorización conce
dida para ello, la conferencia dada por el
Obispo Don José Guerra Campos
en el
campamento militar de
«Los Castillejos» (Tarragona) a todos los Jefes,
Oficiales
y Caballeros Alumnos -estudiantes universitarios del distrito de
Barcelona-, el
día 28
de agosto de 1968.
Texto tomado
de una cinta
mag
netofónica.
SPEIRO
aprovecha
la publicaci6n de esta cÓnferencia para rendir un
homenaje de gratitud y afecto a Monseñor Guerra Campos por la claridad
y aliento que su emisión televisada EL OCTAVO DIA difunde.
797
Fundaci\363n Speiro
]OSE GUERRA CAMPOS
I
INVALIDEZ DE LA ANTITESIS "EVANGELIO
EJERCCTO"
Ilustrísimos señores, señores Jefes y Oficiales, Caballeros Alum
nos:
Ya se que conocéis, admiráis y queréis a vuestro Coronel (1).
Por tanto, estáis preparados para descontar de los elogios d,e su pre~
sentación
la dosis muy subida de generosidad que me atrevería a
llamar paternal. Muchas gracias, señor Coronel. Pero muchas gracias, sobre todo,
por permitirme
la incorporación, aunque sea fugaz, a este mundo
admirable y difícil de la vida militar, para hablar
-como correspon
de
a un cristiano, un sacerdote, un
obispo------del
sentido cristiano del
Ejército, de la misma vida militar. Mis queridos amigos, Caballeros Alumnos, yo me imagino muy
fácilmente a mí mismo sentado en medio de vuestras filas, aunque
en una categoría inferior, evocando mis tiempos de soldado de se
gunda. Me imagino con la misma facilidad entremezclado en vuestro
mundo de aspiraciones
y de profesión universitaria. Me imagino, to
davía más fácilmente sumergido en una comunidad de creyentes, de
cristianos. Y
son esos tres factores -la vida militar, la perspectiva
universitaria
y, sobre todo, el sentido totalizante de la vida cristiana
los que tendría que conjugar ante vosotros, para decir algo, aunque sea
muy sencillo
y muy somero, sobre el tema que se os acaba de anun
ciar: «Sentido cristiano del Ejército». Como universitario que he sido muchos años, sé muy bien cuál
es la proporción de espíritu crítico con que un tema
como este
es
acogido, normalmente, por vosotros. Como sé también que, cuando llega la hora de la verdad, de estas
filas -donde
parece prevalecer
un espíritu crítico, que algunas veces se acerca a lo disolvente- brota
el entusiasmo más constructivo,
la respuesta más generosa y más
pronta. También sé, por otra parte, que conjugar de una manera lú
cida, crítica y por tanto
universitaria, la perspectiva de la vida mili
tar ( del Ejército) con la perspectiva cristiana de la vida total no es
fácil; al menos, no es fácil de exponer. No puedo permitirme el lujo de una exposición minuciosa. Te
néis que perdonarme que os hable con la mayor simplicidad.
Si me permitís
trazar desde
el comienzo, para entrar en situación,
(1) Don José María Tomé Marín, Jefe de la Unidad Especial de l. P. S._,
de
la 3-ª Zona.
798
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
unos rasgos simples -acaso simplistas-, conduciría vuestra aten~
ción hacia esos sectores, cada vez más extensos, en los que el espíritu
cristiano es considerado -como radicalmente incompatible con el es~
píritu militar o con la función institucional de los Ejércitos. Hay per-
- sonas -también cristianas y en la Iglesia Católica- que en nombre
del amor a la paz, en nombre del ideal del amor fraterno; de la sana
y santa mansedumbre, se consideran incompatibles con la vida militar,
cort la institución Ejército. Ven
como una
contradicción. Y si esto es
así, será porque esas personas
-apelando al
ideal del amor y del
respeto fraternal y de la mansedumbre- estiman que «vida militar»,
«Ejército», «Fuerzas armadas» han de ser equiparados a «odio»,
que es lo contrario del amor; a «guerra», que es lo contrario de la
paz; a violencia, a abuso. Ciertamente
---estoy entre personas más
cultas que
yo----, debo
des
cartar desde
el comienzo esta visión simplista y grosera, aunque a
veces se dé con buena intención. Bastará apelar a la propia experien
cia. Mi paso por la vida militar no me ha hecho pensar nunca que
las Fuerzas armadas fuesen la simple plasmación del odio, de la
violencia o del abuso. Bastará apelar a vuestra propia experiencia.
Bastará apelar a la experiencia histórica, milenaria, de la Iglesia, la
cual, a pesar de su fidelidad al Evangelio, nunca ha señalado esta
supuesta contradicción e incompatibilidad. Y, si me lo permitís toda
vía,
bastará apelar al testimonio de nuestro pueblo sencillo, en el que
están nuestras
madres, nuestras hermanas, nuestros vecinos : el cual,
cuando aplaude emocionado, con purísima espontaneidad, un desfile
militar, no lo hace ciertamente, para aplaudir la fuerza bruta, ni
la
violencia, ni el abuso; no lo hace, siquiera, tan sólo para aplaudir
una muestra de gallardia, que pudiera rondar lo fanfarrón. La emo
ción del pueblo sencillo, que aplaude el paso de un Ejército por sus calles, está impregnada de una espiritualidad indefinible, de una
carga de valores morales; y son estos valores morales, más O menos
sintetizados
en la noción compleja de
(
que el pueblo
aplaude.
II
EL EVANGELIO Y LA "ESPADA"
1.-Supuesto lo anterior, acerquémonos al Evangelio en sus co
mienzos;
al momento germinal de este espíritu nuevo que algunos
creen incompatible con el espíritu militar. El Evangelio aparece en
el mundo con Cristo Jesús. Evocad en
la imaginación
el coloquio de Cristo, que va a morir, con PilatQ, el
799
Fundaci\363n Speiro
JOSE GUERRA CAMPOS
representante del máximo . Poder de entonces, el Poder romano ( 2).
Cristo le indica que el Reino de Dios que El viene a instaurar no es
de este mundo -no se esro.blece por la fuerza, por la ocupación, por
medios militares, como establecieron el suyo los romanos--, y que,
por tanto, el representante del Imperio romano no tiene por qué
temer que Jesús, el Rey del Reino nuevo, sea un competidor.
El mismo Jesús, cuando uno de los discípulos, Pedro, trata de
defenderle echando mano
a la espada, se lo impide: «Vuelve la es
pada a la vaina ... ¿No sabes que, si yo quisiera, el Padre me enviaría
hasta doce legiones de ángeles?» (3). Jesús renuncia a defenderse a
sí mismo y se· somete mansamente al poder constituido, aunque este
poder en aquel momento fuese manejado por el espíritu malévolo de
sus perseguidores. Lo hace no sólo con mansedumbre sino con aca
tamiento respetuoso.
El Reino de Dios, mis queridos amigos, es sustancialmente una
revelación de la Voluntad, del Amor del Padre; que se propaga por
la predicación; que requiere ante todo la apertura íntima del corazón
de cada persona ; -que, por consiguiente, no se puede imponer por
vía de simple dominación o de poderío exterior. Ahora bien, el Reino
de Dios, aunque no es de este mundo, se instaura en este mundo;
asume sus valores; trata de inspirar, dándoles un sentido nuevo y una
esperanza total y una dimensión infinita, todas las realidades y todas
fas aspiraciones
que constituyen lo que llamamos «este mundo» : el
mundo que está a nuestro alcance, al alcance de nuestro conocimiento,
al alcance de nuestros atisbos y de nuestros deseos. Todo este mundo
es asumido, para ser transfigurado, no para ser anulado. Sólo una
cosa excluye de
sí o
tiende a excluir el
Reino de
Dios (la vida cris
tiana), que es. el pecado. El Reino de Dios asume a los pecadores,
mas
para liberarlos: para liberarlos del odio, del egoísmo, del rencor,
de la venganza, de la prepotencia, del aislamiento suicida; para
rubrirnos a una solidaridad que nos trasciende y nos obliga a la su
miSión, pero al mismo· tiempo nos· libera de nuestra mezquina cerra
zón, de nuestra
estrechez individual
o de nuestra pequeñez de grupo.
2.-Pues bien, en el mismo momento inicial de la propagación
del Evangelio, éste asume esa forma de vida humana que llamamos
vida militar ( el «soldado», en todas sus graduaciones) ;
y la asume
tal cual es, sin exigir que cambie, sin exigir que deje d~ ser. A otras
formas de vida, precisamente porque eran pecaminosas, las acogen
misericordioso el Señor, misericordiosos los Apósto]es, para purificar
las
y convertirlas, para que cambien.
800
(2) Cfr. Evangelio de San Juan (Jn.), 18, 36-37.
(3)
Evangelio de San Mdteo (Mt.), 26, l2.
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL EJERCITO
Ya al princ1p10, tu.ando Juan el Bautista, el Precursor, anwicia
la
proximidad del Reino de
Dioo y
del Rey que lo instaura ( el
«Mesías») y suscita en torno a él un movimiento profundo, impla
cablemente exigente, de purificación y penitencia, de cambio de vida
y de mentalidad, es decir, de conversión, se le acercan, entre p,tras
categorías de personas, unos soldados preguntándole: «Y nosotros,
¿qué hemos de hacer?». Como han notado muy bien los comentaris
tas, el Precursor -¡tan enérgico y exigente!-no les insinúa en
modo alguno que deban cambiar de oficio. Se limita a recomendarles
que no cometan abusos en el
ej,ercicio de
sus funciones: «No hagáis
extorsión a nadie, no denunciéis falsamente, contentaos con vuestra
soldada» (4). Las mentes fáciles en
ver, o
al
m,enos en
proclamar,
la supuesta
distancia o incompatibilidad entre un auténtico espíritu cristiano y
un auténtico espíritu militar, suelen a veces echarnos en cara que, si
tal incompatibilidad no es sentida por la Iglesia actual y por la Igle
sia de muchos siglos, se debe acaso a que ésta ha
ido separándose del
auténtico espíritu original del Evangelio.
Mis queridos · amigos, estoy evocando el momento germinal del
Evangelio. Y para ser del todo fiel a la verdad histórica, aún he de
añadir algo que algunos buenos exegetas, entre ellos un hijo de esta
tierra, el ya difunto Padre Bover ( 5), han subrayado claramente. Es
un fenómeno que pronto fija la atención, por su espectacular relieve,
del que lee toda
la historia evangélica, contenida en los Evangelíos,
en los Hechos de los Apóstoles, en las Cartas
Apootólicas.
A través de los mencionados escritos, vanios asistiendo a -la ful
minante propagación inicial del Evangelio o Cristianismo, arrancan
do de la Palestina, avanzando por las orillas del
Medirerráneo y
cu
briendo todo el mundo entonces civilizado, hasta plantar sus reales en
Roma, el corazón del Imperio. Pues bien, en los momentos cruciales de esa propagación decisiva, destacan, por su sintonía espiritual con
el Evangelio, figuras de soldados. Bastará reseñarlas; pues vuestra
cultura complementa mis alusiones.· Durante
la predicación personal de Jesús, mientras una gran parte
del
pueblo le sigue con una
fe turbia, insuficiente para acoger eficaz
mente dicha predicación,
Jesús thanifies·ta su 'sorpresa y admiración
gozosa porque
ha encontrado el máximo de fe, la, fe pura y exacta,
(4) Evangelio de San Lucas (Le·.), 3, 14. .
(5) J. M.ª Bover, ,Los .toldados, primicias de la gentilidad cristiana.
Ed. Balmes, Barcelona, 1941. Estudia: El centurión de C4'/arnaum y Jesús,
el cenlNrión de Cesa,ea y San
Pedro,
los veterános de Filipos y San Pablo.
801
S'
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUERRA CAMPOS
en un soldado, un jefe de centuria romana: el Centurión de Cafar
naum (6). Cuando
Jesús muere eri el Calvario, entre el odio de unos, la
indiferencia de otros,
el desánimo cobarde de algunos más, también
el centurión, que mandaba a los soldados ejecutores de las órdenes de
Pilato, supo ver en el espectáculo de aquella agonía
la marca de Dios:
«Verdaderamente
este hombre
era justo», «Hijo de Dios» (7).
Cuando
el Evangelio quiere traspasar las fronteras de Palestina y
abrirse al
mundo de los gentiles -momento impresionante de
la his
toria cristiana-, Pedro, inspirado por el Señor, se dirige primera
mente a Cornelio, el centurión de la Cohorte Itálica, que estaba de
guarnición en Cesarea de Palestina, en la costa del Mediterráneo. Aquella familia de soldados constituye las primicias de la incorpora
ción del mundo pagano a una Religión que muchos por entonces
creían reservada a los judíos (8).
Otro momento significativo: la implantación de la primera Igle
sia en Europa. Todos recordáis que
el Apóstol Pablo, después de re
correr en peregrinaciones apostólicas toda
el Asia Menor (la actual
Turquía), atraviesa
la lengua de mar que separa Turquía de Grecia
y va a parar a Filipos, ciudad fundada por una colonia de soldados
romanos
veteranos ( «jubHados», diríamos
ahora)
y con una intere
sante guarnición
mHitar. Aquí
logra Pablo constituir la primera
co
muuidad
cristiana de Europa. Una noche, estando Pablo en la prisión,
un terremoto produjo gran desconcierto entre todos sus acompañantes. El soldado encargado
de la
guardia, en
vez de
huir o agredir, se
plantó
ante los
Apóstoles diciendo: «Señores, ¿qué he de hacer para
ser srulvo ?»,
y Pablo lo evangelizó
y lo bautizó con todos los de su
casa (9).
Y llegamos finalmente a la meta de esta primitiva historia cris
tiana, que termina con
la inserción del Evangelio en la ciudad de
Roma, núcleo fundamental de todo el mundo civilizado antiguo.
Pablo va a Roma (hacia el año 61) como ciudadano romano prisio nero, pues había apelado al tribunal del César. Es conducido por una
gurutlia, custodiado
por soldados. Los Hechos de los Apóstoles narran
cómo Julio, el oficial de la Cohorte Augusta encargado de conducir a los presos, trató a Pablo con delicadísima humanidad, en momentos
en que peligraba su vida. Ya en Roma, Pablo, todavía sometido a
proceso, en una prisión que no le impedía
la acción apostólica con
(6) Mt., 8, 5-13; Le., 7, l-10: «Yo os digo que fe como ésta no la he
hallado en Israel» (Le., 7,
9).
802
(7) Mt., 27, 54; Le., 23, 47; Evangelio de San )Marcos (Me.), 15, 39.
(8)
Hechos de los apóstoles, 10, 1-48.
(9) Cfr.
Hech., 16, 25-34.
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
sus visitantes, escribe una de sus cartas más afectuosas y gozosas a
la comunidad de Filipos, a la que antes nos referíamos, contándoles
cómo su prisión se había convertido en poct:avoz del Evangelio para
todo el Pretorio, la gran estación militar de Roma; y envía saludos
a· la comunidad de_ Filipos de parte de muchos cristianos, que se
habían convertido al Señor, gracias a su palabra, en «la casa del
César» (
10).
E9ta sucinta reseña histórica resulta impresionante, casi increíble.
Alguna afinidad, alguna sintonía espiritual tiene que haber entre el
tenor de vida de aquellos pagaoos militares y el mensaje evangélico
para que se produzca, de manera tan ostensible, el acercamiento entre
ambos en los momentos decisivos.
3.-En resumen, el Evangelio --que, como tal, no se propaga por
medio de
la fuerza-asume con toda naturalidad a los soldados en
su propio ámbito espiritual; señal de que asume en ellos valores po
sitivos. Pero hay
más, Desde el comienzo, los apóstoles -Pedro y
Pablo sobre todo-, aparte de acoger, como digo, a los soldados con
toda naturalidad en la comunidad. cristiana, proclaman la función
que corresponde a la espada ( a la fuerza canalizada por la autoridad
legítima, a la fuerza mirHtar): la «espada» no es solamente un ins~
trumento de legítimas necesidades humanas, sino que, según la mente
y la pa'labra de los Apóstoles, es expresión de la voluntad de Dios.
Pablo
y Pedro lo cliceo con toda energía: estad sumisos a las autori
dades, porque por ellas actúa Dios; por algo llevan espada: mas no
estéis sumisos sólo por temor sino por conciencia ( ver carta a los
Romanos, 13; carta segunda de San Pedro, 2, 13-17). La espada
legítima,
en
la concepción de los Apóstoles, no es un simple hecho
bruto, de fuerza que -se impone y con la que se tropieza, sino que es
la expresión de un valor espiritual que afecta a la conciencia. No de
jemos de decir, porque esto tiene importancia excepcional, que esta
interpretación de los Apóstoles es absolutamente
pura, absolutamente
desinteresada.
No valdría sospechar o sugerir: claro, encontraban
apoyo en el Poder para su obra evangelizadora. No, mis queridos
amigos; la espada, el Poder, a que se están refiriendo Pedro y Pablo
son concretaroente los de Nerón, el perseguidor, el que les llevó a
la muerte. Como a perseguidor le conocían ; sin embargo, respetaban
en él la expresión de la voluntad de Dios. Este espíritu absolutamente puro, absolutamente desinteresado, es
el que marca desde los orígenes la actitud básica
de la Iglesia ante la
fuerza, ante el Ejército: sean cuales sean· los vaivenes, las vicisitudes
(10) Cfr. Hech., 23, 17 ss.; 25, 10-12; 27, 1, 3, 43; 28, 16; Carta a los
Filipenses,
4, 22.
803
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUERRA CAMPOS
históricas y contingentes en que tal fuerza se manifiesta a lo largo
de los siglos. Por ello no será superfluo
---continuando esta
reseña
histórica, quizá
w, poco
fastidiosa-
recordar aquí
algo que muchos
de los pacifistas a ultranza· de nuestra
época manejan como W1 dato
contundente.
En loo tres primeroo siglos w,a serie de autores cristianos (Terhl
liano,
Orígenes, el obispo Cipriano, Lactando y algw,os más) parece
ostentar
en nombre
del Evangelio
un espíritu totalmente
ancimilitar;
desaconsejan
a los
cristianoo que
tomen el oficio de soldados. Pero
conviene enmarcar esta postura en su auténtico contexto
(11). Di
suaden estos autores a los cristianos de que tomen el oficio de solda
dos, porque
se trataba
entonces de un oficio
voluntario que
se ejer
cía en una atmósfera impregnada de idolatría, de cultos paganos, de
fó!'mulas supersticiosas,
ciertamente no recomendables. Pero esto no
impedía que
al mismo tiempo los mismos autores en páginas irunor
tales
proclamasen su reverencia religiosa hacia el Imperio romano
y
el ejército que mantenía la paz y el orden en aquel Imperio; como
taropoco impedía que muchos
cristianos fuesen
de hecho soldados al
servicio del Imperio (12). Por eso lógicaroente surge un cambio al llegar el siglo
IV, tiem
po de la paz religiosa. El oficio militar era antes respetable en sus
funciones esenciales, pero voluntario y del que podían encargarse
otros, sin que la pequeña comunidad cristiana tuviera que considerar
lo como de propia responsabilidad. Cuando es ya cristiana, en casi
todas sus líneas, la contextura del Imperio de Roma, entonces no sólo
los cristianos seglares que ocupaban puestos
direotivos eii el Imperio,
sino también los teólogos y los prelados tenían que examinar más
de cerca cuál era la función del cristiano y el modo de ejercerla en
ese sector inesquivable que impone
la vida m.isma1 esto es, la orga-
(11) Ver bibliografía en L. Garda Arias: Servicio militar y obieción de
conciencia, revista «Temis» (de la Facultad de Derecho de la Universidad
de Zaragoza), núm. 20 (1966),
págs. 11-44. Sobre el cristianismo primitivo
y la doctrina clásica de la Iglesia católica, págs, 15s21.
CTr. también G. Bardy: La conversión al c.ristianismo durante lo.1 prime
ros Jiglos,
ed. Desdée de Brouwer (traducción del francés), Bilbao, 1961,
.cap. IV, «Sus obstáculos», ap. 11-IV, págs. 279-291; en particular, la nOta 772,
"(12) Cfr.,
por ejemplo, Tertuliano:
Apo/ogetfrum, 30, 1-7 (oración ·de
los cristianos por la prosperidad del Imperio
y. de su Ejército, garantía de la
«tranquillitas»); 41 ( «No somos inútiles ... No somos hombres fuera del mun
do... Nos acomodamos a todo: somos marineros,
soldados, labradores ... ,
todas las artes ... Si
.QO frecuento tus ceremonias, no por eso dejo de Ser hom-
bre·
aquel día ...
»). Cfr. De Corona (del mismo Tertuliano), 11. Como tipo
de oración litúrgica, véase la
Catechesis 23 de San Cirilo de Jerusalén: en el
Sacrificio
después de la Consagración, entre otras intenciones (la _paz de las
Iglesias, la recta ordenación del mundo, los enfermos,
lo~ afligidos,
todos los
necesitados), se pide por los emperadores
y por los militares.
804
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
nización y el uso de la fuerza militar. A partir de ese momento, con
hombres
tan lúcidos como Ambrosio de Milán y Agustín el de Afri
ca,
y luego con todas las escuelas jurídicas y teológicas de la Edad
Media, se va formando una doctrina cristia:na, que podríamos llamar
oficial, acerca del valor y del sentido cristiano del Ejército.
III
DOCTRINA CRISTIANA SOBRIE EL EJERCITO
!.-Señores alumnos, pido licencia para esbozar en pocas pala
bras y de un modo no demasiado sistemático esa doctrina o actitud
oficial de la Iglesia, formulada ya íntegramente en el siglo
IV. Pero
procedamos con
orden'. ·
Si
la fuerza militar -que puede ser mal empleada- tiene, no
obstante, una función legítima y recomendable, y puede por lo mismo
ser asumida por
el Evangelio, en vez de constituir una especie' de polo
opuesto, ello es porque la fuerza militar cootiene valores positivos.
¿Cómo se explicaría, si no, lo que antes he llamado afinidad espon
tánea y sintonía
espiritual de
los soldados con la propagación inicial
del Evangelio? Si hay una violencia, un uso de la fuerza que es la ex
presión del pecado, hay también un uso de la fuerza que puede ser
expresión de la virtud y liberación del pecado. El hecho es que en este mundo hay violencia al servicio del egoís
mo, hay violencia en virtud de la cual yo o un grupo intentamos
perturbar injustamente el orden armónico de los derechos y de las
legítimas aspiraciones de los demás; hay violencia injusta. .Ahora
bien, un ejército es, ante todo -perdonad la definición elemental-,
una fuerza organizada, disciplinada, ordenada al servicio del bien
ge
neral, al servicio de la comunidad. Esto es ya una diferencia muy
importante: la fuerza como portadora del egoísmo disolvente y ca
prichoso, o
la fuerza como servidora del bien común. Esta disciplina
de la fuerza es por sí misma un bien, un avance prodigioso de la civi
lización, de la comunidad humana. La disciplina comunitaria de la
fuerza implica el ejercicio de virtudes ( fortaleza sometida a norma,
abnegación, dominio racional de lo instintivo o primario, etc.) que
no solamente contribuyen a una utilización racional de la fuerza sino
que favorecen la vida civi1l, la vida comunitaria y pacífica,
Así se explica el hecho innegable de que tantos ejércitos en la
historia hayan dejado un
sedimento civilizador.
A cualquier hijo de
esta tierra, España, y muy particularmente de esta tierra de Cataluña,
el simple nombre de «los romanos» le evoca un complejo mundo de
805
*
Fundaci\363n Speiro
]OSE GUERJIA CAMPOS
cultura, de paso desde la oscuridad anomma de nuestro pasado a la
luz de la historia. Y no somos ingenuos: no desconocemos el proceso
complicado, algunas veces turbio, de la ocupación y trausformacióo
de nuestro país por el poder romano. Pero la resultante histórica que,
una vez depurada de todas las gangas, queda ahora como signo de
todo aquel período histórico es positiva. Y es manifiestamente, bá
sicamente, el fruto,
quizá no
siempre pretendido, del paso de unas
fuerzas militares; enmarcadas, eso_ sí, en un extraordinario orden
jurídico. Pero es que no hay fuerza militar auténtica sin orden ju
rídico.
Con todo, a pesar de ese bien intrínseco, inherente a la misma
disciplina de la fuerza, hay que reconocer que la simple disciplina
de la fuerza no basta para una calificación cristiana de la fuerza o de
un ejército. Porque, si imaginamos el caso más sencillo, el de un ejér
cito invasor injusto, al que 'se opone un ejército defensor justo,
--caso posible, caso real más de una vez-, nadie se atreverá a decir
que la disciplina de la fuerza, en cuanto tal disciplina y organización,
ha de set necesariamente mayor en el ejército defensor justo que en
el ejército agresor injusto. Es decir, que, como tal, la simple discipli
na de la fuerza, aunque lleva inherentes tantos valores morales posi
tivos, es todavía un instrumento, está en
el plano de los medios; y
como tal medio o instrumento, puede ser utilizada para un fin o
para otro,
para bien o para mal. Lo
cual nos
lleva a la consideración,
obvia, de
qu'e la clave de la . interpretación humana y Cristiana de
esa fuerza organizada al servicio del bien común, que es el Ejército,
está en la subordinación de
la misma a ·un fin superior; un fin que
regula desde arriba el uso servicial de dicha fuerza.
2.-¿Cuál es este fin? En
la doctrina de la Iglesia el fin superior
que
da sentido al uso de la fuerza y a la función militar, y los jus
tifica, es la paz. La fuerza militar tielle que hacer muchas· veces la
guerra, pero el fin que justifica ese medio es la paz. Lo ha dicho
siempre la Iglesia; recientemente, de manera reiterada. Ahora bien
( también lo ha dicho la Iglesia, y a todos se nos alcanza), la paz es
un
producto de orden espiritual. La paz no se realiza sólo por la
fuerza, por la hegemonía despótica, aunque a veces sea esta
«paz» la
única
que
se logra. No resulta tampoco de la mera compensación o
equilibrio de las fuerzas, aunque a veces, insisto, sea esta paz la única
que se logra, Pero tampoco resulta de la simple huida de la violencia.
El Papa Pablo VI, cuya predicación en favor de
la paz no ofrece
ambigüedades, ha dicho en solemne ocasión
( Mensaje de Navidad,
1964) que no vale fiarlo todo a un desarme; aunque él mismo en
aquella ocasión estaba invitando a un desarme prudente y magnáni-
806
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL EJERCITO
mo, que dejase a salvo la legítima defensa de los países y el mante
nimiento de
la paz universal; un desarme que de algún modo vaya
limitando la tentación de actitudes que fomentan
la psicología del
poderío
y de la guerra, o que tienden a fundar la paz sobre la base
insegura e inhumana del
recíproco temor.
Antes había advertido el
Papa Pío XII que sería un materialismo práctico, un sentimentalismo
superficial,
y en el fondo inhumano, no considerar sino la amenaza
de
las armas : pensar que
el simple desarme es garantía sólida de una
paz duradera, si no hay
al mismo tiempo una preocupación continuada
y seria por abolir las armas del od;o, de la codicia, del inmoderado
deseo de prestigio, es decir, por instaurar un orden de relaciones.
li
bres y responsables, de cooperación humana ( a f:Scala mundial, si es
posible o es, como ahora, necesario)
; un
orden que aspira a- la
jus
ticia, pero que no puede producirse y mucho menos mantenerse si
no
es impulsado _por amor, amor de verdad, amor apasionado y sa
crificado.
Palabras de Pío XII: «El terror que las armas inspiran llega a
perder con el tiempo su eficacia, como cualquier otra causa de
mie
do» (Mensaje de Navidad, 1951). Yo mismo os confesaré que,
cuando por los años 1950 todo
el mundo estaba invadido por el temor
a la fuerza terrorífica y destructora de las armas atómicas, nunca he
sentido
con viveza ese temor. Y bien sabe Dios que no ignoro cual
es la fuerza destructora de esas armas,
y que no quiero que se ejerza,
y que si llegase el caso haría lo posible para evitar ese mal; pero lo
sé racionalmente,
sin la
sensación del temor. Y como no creo ser
ningún fenómeno extraordinario, sospecho que este
acostumbramien
to a los factores del temor es más general de lo que yo mismo puedo
saber.
.
Si el fin único que justifica el ~ de la fuerza es la paz, y la paz
tiene que ser
buscada y construida primariamente no por la fuerza,
sino con factores
morales y espirituales, que son la Justicia y · el
Amor ... , ello exige de cada uno de nosotros que amemos hasta a
los enemigos, que nos sacrifiquemos por ese amor; que no cultive-
mos el espíritu de dominación, sino el de servicio; que estemos dis
puestos
a perdonar toda in ju.ria, para no perpetuar
la cadena de las
venganzas
y de los rencores : dispuestos a poner la otra mejilla, se
gún
la palabra gráfica y exactísima del Señor. Este espíritu --<¡ue al
gunos
falsamente
creen opuesto al espíritu militar,
y que en algún
tiempo
pudo ser motejado por intelectuales como una especie de
utopía
irrealizabl~, es
ahora más necesario que nunca, con
necesi
dad
palpable. Me atrevo a creer que todos
y cada uno de los presen
tes, cualesquiera que sean las contingencias de su vida, sabe por ex
periencia que no puede construirse una
aut~ntica comunidad
de paz
807
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUERRA CAMPOS
y de orden justo sin una efusión, continua y una impregnación pro
funda de este espíriu. Por tanto, ---queda ya dicho para siempre-
este
espíritu es
un ingrediente
esencial del soldado cristiano, del
Ejército entendido cristianamente.
Pero -¡atención!-este espíritu es manifestación del amor sa
crificado
hacia los demás;
nQ de la blandenguería, no de la inhibi
ción, no de la pasividad cobarde, aunque se vistan con los ropajes
de la belleza evangélica. El amor cristiano no es un amor blando, sino
fuerte: si el amor a los demás necesita el uso servicial de
la fuerza,
es el mismo am(Jr evangélico el que reclama eJa fuerza.
El Concilio Vaticano II, refiriéndose a la moderna espiritualidad
pacifista., tiene un texto que en su concisión es notable por su equi
librio. El Concilio, dice, al•ba <<.a aquellos que, renunciando a la
violencia en la exigencia de sus derechos, recurren a los medios de
defensa que, por otra
parte, están al alcance de los más débiles; con
tal -----añade--que esto sea posible sin lesión de los derechos y obli
gaciones de otros o de la sociedad»
(Gaudium et
Spes,
núm. 78).
3.-En este clima de amor auténtico a la paz, en esta disposición
cristiana «escandalosa» a poner la otra mejilla, se inserta armónica
mente, sin ninguna contradicción, el uso legítimo de la fuerza, cuando
es el servicio del amor a los demás el que la reclama, cuando es el
único medio de evitar males que deben ser evitados. Por eso la doc
trina de la Iglesia añade a lo
ya dicho --y no como una excepción
sino como una confirmación- que la fuerza al servicio de la co
munidad} contra
la agresión injusta o contra la resistencia injusta
a
la
ordenación
social, es un
medio al
servicio de, la paz.
Para no extenderme en consideraciones, leo unos pocos textos,
más autorizados que mis palabras. Primero, de San Agustín, obispo
de Hipona en el
Norte de Africa. Escribe
el Santo al general romano
Bonifacio, que trataba de contener la invasión asoladora de
los Ván
dalos,
y planteándose el problema de conciencia le dice: «La paz
debe ser el objeto de tu deseo. La guerra debe ser emprendida sólo
como una necesidad, y de tal manera que Dios, por medio de ella,
libre a los hombres de esta necesidad y los guarde en paz. No debe
buscarse la paz a fin de alimentar la
guerra, sino
que la guerra debe
llevarse a cabo para obtener la
paz» {13).
Pío XII en el año 1948, recién terminada la segunda guerra
mundia:I, y amenazadora ya la que entonces parecia que iba a ser la
tettera, dice : «El precepto divino de la, paz es para proteger los
bienes de la humanidad. Ahora bien, entre estos bienes hay algunos
(13) San Agustín, Cartas ...
808
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL EJERCITO
de tal importancia para la convivencia humana, qne el defenderlos
contra la injusta agresión es plenamente legítimo; a esta defensa
viene obligada también la solidaridad de las naciones... La seguridad de que
tal deber no ha de quedar sin cumplir servirá para des
alentar
al -agresor y para evitar la guerra. o, al menos, para abreviar
sus sufrimientos» (
Mensa¡e al final de 1948).
Antes, en plena guerra mundial, cuando el Papa
clamaba, solo,
ante
el muodo contra la misma guerra, había dicho: «En
realidad, la
paz
no puede lograrse sino mediante algún empleo de la fuerza.
Necesita apoyarse sobre uua normal medida del poder. Pero la fun ción propia de esta fuerza, -
si ha
de ser. moralmente recta, debe servir
para protección y defensa, no para disminución u opresión del de recho»
(Mensa¡e de Navidad, 1943).
Y en otro discurso de Pío XII aparecen las siguientes palabras,
llenas de alusiones : «El anhelo cristiano
de paz es fuerte. No es un
simple sentimiento eudemonístico y utilitario, que aborrece la des
trucción por el horror a la misma más que por la injusticia. No es un
simple sentimiento utilitario, que prepara el campo en que luego
veremos alineados
el engaño del estéril compromiso, la tendencia a
salvarse a costa de los demás y el afortunado éxito de uu agresor»
{ Mensa¡e a fines de 1948). Terminaba diciendo que no podía aceptar
sin matices ninguna de las fórmulas elementales que entonces se ba
rajaban para salvar la paz: por una parte, el adagio clásico «Si vis
pacem,
para bellum»
(si quieres la paz prepara la guerra), porque
esta fórmula, por sí sola, engendra continuamente desconfianza, fac
tor de guerra; por otra parte, la fórmula «paz a toda costa». El pen
samiento del Papa trasciende ambas fórmulas y recoge en armonía su
peradora lo que ambas tienen de válido. Prepárate para la guerra, si
quieres la paz; no quieras s~var la paz con un espíritu de renuncia
a toda costa: ¡ pero poo por delante los factores espirituales de ge·
nerosidad y sacrificio ,que fomentan 1a convivencia y el orden, en
que se cimenta la auténtica paz
l
Ante esta d~trina de la Iglesia, naturalmente se reduce a sus
términos propios la corriente del pacifismo. integral-, sustentada por
algunas sectas cristianas y por algunos escritores famosos (14). De
jando a un lado la intención, que puede ser nobilísima, quisiera
--como sacerdote,
como portavoz en este momento del espíritu del
Evangelio- hacer sólo una observación. Es una injusticia dar por
bueno que uu pregonero del pacifismo integral constituye automáti-
(14) Cfr. las ideas profesadas teóricamente entre los Valdenses, Albi
genses, por Wiclef y algunos hussitas, algunas sectas protestantes, los Testi
gos de Jehová; Tolstoi y
otros escritores
recientes.
Ver ·el estudio de Garda Arias, citado en la nota 10, págs. 21-24.
809
Fundaci\363n Speiro
]OSE GUERRA CAMPOS
camente la expresión pura del ideal evangélico del amor, mientras que la aceptación de
la fuerza militar sería una traición, o, más be
nignamente, una transacción o acomodación a las necesidades de la
historia.
No, mis queridos amigos; esto es injurioso. Respetemos la sin
ceridad de todo el mundo, ya que no podemos constituirnos ahora
en tribunal para nadie. Dejemos aparte los casos en que determinadas
posturas individuales ofrecen una coherencia heroica, depurada, sa
crificada, generosa, digna de tOdo respeto y de toda admiración.
Pero acerquémonos también a la consideración objetiva del problema,
y veremos en seguida que no pocos pacifistas integrales -lo mismo
que les pasa a no pocos admirables «anarquistas»- pueden ser. fo
que son porque sus actitudes se sostienen al amparo de un orden tu
telado por los dem_ás; es decir, y lo digo sin ofensa, en una condición
parasitaria. Ahora bien, el
parásito puede
vivir del cuerpo u orga
nismo que lo mantiene
(y no discutiré ahora si lo hace justamente
en determinadas ocasiones) ; mas no tiene derecho a acaparar para
sí
.los valores
espiritua.:les de
la situación, denigrando mientras tanto
al organismo portador. Tampoco el anarquista puro ( que quisiera
no dar un paso sino por la vía del consenso deliberante, obtenido en
todos y cada uno de los momentos de la vida de la comunidad),
cuando llegue la hora del fallo inevitable del sistema,
la hora de la
irrupción de las tiranías y despotismos anónimos y violencias -que
brotan, incluso sin querer, de tal fallo-, tampoco tiene derecho a
alzarse con el monopolio del espíritu de fraternidad
y mansedumbre,
frente a aquellos que buscan
el mismo fin tratando de aplicar medios
eficaces. Lo que las actitudes aludidas tienen de anhelo
lo compartimos
todos.
Pero lo que a veces tienen de huida de un servicio, exigido
por el mismo amor a los hermanos, no lo podemos compartir, no lo
podemos alabar.
En conclusión: un uso recto de la fuerza militar, dentro de una
concepción cristiana,
no tiene por qué ser colocado en el rincón de
lo tolerable, de lo que se permite a regañadientes, de las concesiones
transaccionales. No,
el soldado cristiano tiene el deber, el derecho1
ir' posibilidad de realizar en el ejercicio de su propia función el ideal
cristiano de amor
y tnan.redumbre. No tiene por qué soltar esta ban
dera. No hemos de entrar en el juego de los equívocos; ni confundir
las vagas aspiraciones ingenuas, pero irresponsables, con las exigencias
de una auténtica responsabilidad servicial.
«Servid.al»: ésta
es
la pa
labra.
Servicial, depurándose de las tentaciones
insidiosas del
egoísmo
personal o de grupo, de la propensión al abuso. Servicial, bajo la ins
piración del amor. Cuando así es, la fuerza jurídicamente organizada,
810
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
lejos de oponerse al Evangelio, se encuadra, desde su misma intimidad, en las exigencias del mensaje evangélico.
La Iglesia, que ve al Ejército como una fuerza preparada para
w,a guerra posible, exige al mismo tiempo que los ejércitos, sobre
todo en nuestro tiempo, se desarrollen en una atmósfera espiritual
que aspire sinceramente a evitar la gue"ª·
En esa línea se mueve la enseñanza del Concilio Vaticano II ( 15).
Desea el Concilio que se llegue a la eliminación de las guerras
en el
mw,do. Sabe
que, según
algw,os, este
ideal no se podrá realizar del
todo a no ser que fuera posible construir de verdad una autoridad
pública universal, reconocida por todos y dotada de poder eficaz para
asegurar la justicia, la seguridad de los pueblos, el respeto de todos los derechos, A falta de esto, pide que tanto las asociaciones interna
cionales como los poderes nacionales se esfuercen por conseguir el
mismo objetivo. Que los gobernantes de los pueblos renuncien a las
formas obtusas de
egoísmo nacional y a la ambición de dominar
sobre los
demás; que
no piensen que la simple posesión de la po
tencia bélica justifica cualquier empleo militar o político de la misma;
que se preocupen tanto del bien de su patria como del bien
w,iver
sal,
con
w, patriotismo
abierto, coordinado (16).
{15) Constitución Gaudium et SpesJ parte segunda, capítulo V ( «El fo
mento de la paz y la promoción de la comunidad de los pueblos»), núme
ros 77-82.
(16)
<<. •• La universal familia humana ... , unificada paulatinamente ... ,
no puede ... contruir un mundo más humano para todos los hombres- en toda
la extensión de la tierra sin que todos se conviertan con espíritu renovado a
la verdad de la paz»
(G. et S .. , núm. 77). «La paz no es la mera ausencia
de la guerra, ni se reduce al sólo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni
surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud
y propiedad se
llama
obra de la justicia (Is., 32, 7). Es el fruto del orden plantado en la
sociedad humana por su divino Fundador,
y-que los hombres, sedientos siem
pre de una más perfecta justicia, han de llevar· a cabo. El bien común del
género humano se rige primariamente por la
ley eterna,
pero en sus exigencias
concretas, durante el transcurso del tiempo, está sometido. a continuos cam bios; por eso la paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo que
hacer. Dada· la fragilidad de la voluntad humana, herida por
el pecado, el
cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí mismo y
vi
gilncia
por parte de la autoridad legítima.»
«Esto, si nembargo, no basta. Esta paz en la tierra no se puede lograr
si no se asegura el bien de las
pei:sonas y
la comunicación espontánea entre
los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual. Es absoluta
mente
necesario el
firme propósito de respetar a· los demás hombres
y pue
blos, así como su dignidad, y
el apasionado ejercicio de la fraternidad en
orden a construir la
pa2. Así, la paz es también fruto del amor, el cual so
brepasa todo lo que 1a justicia puede realizar.» «La paz sobre la tierra, nacida del amor
al prójimo, es imagen y efecto
de
1a paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En efecto, el propio Hijo
encarnado, Príncipe de la
Paz, ha
· reconciliado con Dios a todos los hombres
811
Fundaci\363n Speiro
JOSE GUERRA CAMPOS
Pero mientras haya riesgo de guerra -~reconoce el Concilio-- los
gobiernos de cada pueblo tienen
el derecho y el deber de proteger su
seguridad con una defensa legítima (17). Sólo que la dimensiones de la guerra moderna obligan a consi
derar la gravísima cuestión:
¿es posible utilizar, como medio para
la
defensa de un derecho,
el sistema de la guerra total? No se puede
aceptar la forma de guerra que destruye indiscriminadamente, en su
totalidad, territorios, poblaciones, ciudades. En todo caso -aunque no se llegue al empleo efectivo del sistema de guerra total-, tampoco
es tolerable una prolongación indefinida
de un sistema de disuasión
por medio de su cruz, y, reconstituyendo en un solo pueblo y en un solo
cuerpo la unidad del género humano, ha dado muerte al odio en su propia
carne y, después del triunfo de su resurrección, ha infundido el Espíritu de
amor en el corazón de los hombres» «ibíd., núm. 78). «Mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional
competente -y desprovista de medios eficaces, una vez agotados todos los re
cursos pacíficos de la diplomacia, no se podrá negar el derecho de legítima
defensa a los Gobiernos. A los jefes de Estado y a cuantos participan en los
cargos de Gobierno les incumbe el deber de proteger la seguridad de los pue
blos a ellos confiados, actuando con suma -responsabilidad en asunto
tan grave.
Pero una cosa es utilizar la fuerza
militar para
defenderse con justicia y otra
muy distinta querer someter a otras naciones. La potencia bélica no legitima
cualquier uso militar o político de ella»
(ibld.1 núm. 79).
«Debemos procurar con todas nuestras fuerzas preparar una época en que,
por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier
guerra. Esto requiere el establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el
cum
plimiento
de la justicia
y el respeto de los derechos. Pero antes· de que se
pueda establecer tan deseada autoridad es necesario que las actuales asociaciones
internacionales supremas se dediquen
dé lleno
a estudiar los medios más aptos
para
la seguridad común» «ibíd., núm. 82).
«No hay que despreciar, entretanto, los intentos ya realizados y que aún se
llevan a cabo para alejar el pe;ligro de la guerra. Más bien hay que ayudar
la buena voluntad de muchísimos que, aun agobiados por las enormes pre
ocupaciones de sus altos cargos, movidos por el gravísimo deber que les
acucia, se esfuerzan por eliminar
la guerra, que aborrecen, aunque no pue
den
prescindir de la complejidad inevitable de las cosas. Hay que pedir con
insistencia a Dios que les dé
fuer2as para
perseverar
en su
intento y llevar a
cabo con fortaleza esta tarea de sumo amor a los hombres, con
la que se
construye virilmente
la paz. Lo cual hoy exige de ellos con toda certeza que
amplíen
su mente más
allá de las fronteras de la propia nación, renuncien al
egoísmo nacional y a la ambición de dominar a otras naciones, alimenten un
profundo respeto por toda
la humanidad, que corre ya, aunque tan laborio
samente, hacia su mayor unidad»
(ibíd,, núm. 82).
«Los que gobiernan a los pueblos, que son garantes del bien común de
la
propia nación y al mismo tiempo promotores del bien de todo el mundo,
dependen enormemente de
las opiniones
y de los sentimientos de las
multi·
tudes... Es de suma urgencia proceder a una renovación en la educación de
la mentalidad ... »
(ibíd.1 núm. 82).
(17)
Cfr.
Ibíd., núm. 79.
812
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
que consista únicameute eu el equilibrio del terror. El Concilio pide
que, al mismo tiempo que se prepara el uso legítimo de la fuerza en
caso de necesidad, se vayan superando los supuestos de una· situación
que podría llevar a una guerra que ya no fuese medio para fa paz,
sino destrucción estéril (18).
En este contexto -en que es legítima la preparación para la
guerra, al mismo tiempo que se propugna
la eliminación sincera de
los supuestos actuales de la guerra-, lo que sí queda clara
es la ne
cesidad y legitimidad del Ejército: el Ejército en sus formas nacio
nales; el
Ejército en
las formas internacionales,
y, aun en la hipóte
sis de una autoridad mundial, el Ejército como fuerza eficaz de esa
autoridad, aunque sólo la emplease para evitar la guerra
(19).
Porque ---conviene subrayarlo- el Ejército, encuadrado en un
orden moral y jurídico, no es sólo un instrumento legítimo para la
guerra. Si0 es verdad que el Ejército se prepara, técnica y profesional
mente,
con miras a la
posible necesidad de intervenir en una guerra,
también lo es que sus servicios no se agotan en la disponibilidad para
una guerra posible. El Ejército, bien concebido, tiene una función actual
y continua, que cumple antes de la guerra y que no se frustra,
sino todo lo contrario, aunque la guerra no llegase a producirse nunca.
En resumen, el
Ejército es
también artífice de
paz. El
Concilio Va
ticano II contiene unas palabras bien expresivas, redactadas frente a
la hostilidad propagandística de grupos mundiales interesados en im
pedirlas. Las palabras están abí,
y no son, por otra parte, más que el
reflejo normal de una actitud permanente de la Iglesia:
«Los que, al
servicio de la patria, se hallan en el Ejército, considérense
instrumen
tos
de la seguridad
y libertad de los pueblos, pues desempeñando bien
esta función, contribuyen realmente a estabilizar la
paz» ( Gaudium
et
Spes, núm. 79) (20).
(18) lbld., núms. 80-81.
(19) «Mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad inter
nacional competente y provista de medios eficaces ... , no se podrá negar el
derecho de legítima defensa a los Gobiernos. A los jefes de Estado y a
cuantos participan en los cargos de Gobierno les incumbe
el deber de prote
ger la seguridad de los pueblos ... , ttJitizar la fuerza militar para defenderse
con justicia., .. » (ibíd., núm. 79). Para q1,1e, por acuerdo de las naciones, se
pueda llegar a la prohibición absoluta de cualquier guerra, se requiere «el
establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, cQn
poder eficaz para garantizar Ja seguridad ... » (núm. 82).
(20) No será inoportuno registrar aquí los textos que expresan los fines.
de
algunos Ejércitos nacionales. En fin de la «Defensa nacional», según la Ordenanza francesa del V de
enero
de
1959, es: «Afianzar en todo tiempo, en todas las circunstancias, y
contra todas las formas de agresión, la seguridad y la integridad del territorio,
así
como la vida de
la población.»
En España, la
Ley Orgánica
del Estado,
art. 37, dice: «Las Fuerl:as Ar-
813,
Fundaci\363n Speiro
JOSE GUERRA CAMPOS
Se explica, pues, queridos amigos, que, aunque la Iglesia muestra
la mayor comprensión, en orden a su tratamiento humano, con los
llamados objetores de conciencia, no admita como actitud general
la
validez objetiva de la objeción de conciencia (21). Como actitud ge
neral, se entiende; porque ante siruaciones concretas puede haber, y a
veces hay, gravísimas objeciones de conciencia.
Al término de estas consideraciones, quisiera hacer notar que la
doctrina de la Iglesia en torno a la fuerza militar y a la guerra no es
una teoría abstracta. Para valorar la sinceridad y el equilibrio de la
misma, recuérdense, por ejemplo, dos circunstancias concretas de los
últimos tiempos: 1) las declaraciones de Pío XII, Pablo VI, Con
cilio Vaticano 11, no se hacen para justificar una guerra, sino más
bien clamando contra la guerra; 2)
la Iglesia supo hablar también en
medio de una guerra como la de España, en la que dio su bendición
a «cuantos se habían propuesto la difícil tarea de defender y restaurar
los derechos de Dios
y de la religión ... » (22).
madas de la Nación, constituidas por los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire,
y las Fuer.zas de Orden Público, garantizan la unidad e independencia de la
patria, la
integridad de sus territorios,
la seguridad nacional
y la defensa del
orden institucional.»
(21) La Iglesia no hace objeción al servicio militar. Ante las legítimas
medidas
de defensa, «un ciudadano católico no puede apelar a su propia
conciencia para negarse a prestar sus servicios
y cumplir los deberes deter
minados por la
Ley» (Pío XII,
mensaje de Navidad, 1956).
El Concilio Vaticano II no quiso enjuiciar la moralidad objetiva de los
«objetores de conciencia»,
y se negó a proclamar su actitud como un derecho.
Se limitó a decir: «Parece razonable que las leyes tengan en cuenta, con sen tido humano, el caso de los que se niegan a tomar las armas ·por motivo de
conciencia
y aceptan al mismo tiempo servir a la comunidad humana de otra
forma»
(G. et S., núm. 79),
Sobre la objeción de conciencia al servicio militar, ver
el estudio de L.
García Arias citado en la nota 10, que corresponde a una conferencia dada
en la
Escuela de Estudios Jurídicqs del· Ejército. Examina el tema en su pers
pectiva moral,
relacionada con el cristianismo ( con particular detención
en el
debate del Concilio Vaticano
11), y a la luz del Derecho comparado. Co
piosa bibliografía reciente. (22) A. Montero, en el apéndice documental de su obra
Historia de
.la" perucución religiosa en España, '1936-1939 (Ed. BAC, 1961) reproduce
algunos documentos contemporáneos de la Guerra:
Instrucción pastoral de los
obispos de
Vitoria
y Pamplona, 6 de agosto de 1936 (obra citada, págs; 682-
687);
Alocución de Pío XI a quinientos españoles refugiados, 14 de septiem
bre de 1936
(ibíd., págs. 741-742); Las dos ciudades, carta'pastoral del obis
po de Salamanca, doctor Pla
y Deniel, 30 de septiembre de 1936 (ibíd., pá
ginas 688- 708);
El sentido cristiano español de la gue1ra, carta pastoral del
cardenal
I. Gomá, arzobispo de Toledo, 30 de enero de 1937 (ibíd., págs, 708-
725);
Carta colectiva. del Episcopado español a los obispos del mundo ente
ro,
1 de julio de 1937 (ibíd., págs. 726-741); Radiomensaje del Papa Pío XII
814
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL EJERCITO
IV
EL EJERCITO COMO CAMINO DE PERFECG'.ION
CRISTIANA
El Ejército se justifica, desde luego, como medio para una de~
fensa legítima en orden a establecer la paz. En la plenitnd de su con
cepción cristiana debe justificarse, además, como un factor continuo
al pueblo español, al término de la gue"a, 16 de abril de 1939 (ibíd., pági
nas 744-746).
Se transcriben a continuación algunos fragmentos:
-El. radiomensaje de felicitación de ·pfo XII, al terminar la guerra,
evoca la bendición de Pío XI, exhorta a la reconstrucción de la paz, en la
justicia individual y social y en la benévola generosidad para los equivocados.
El mensaje comienza así: «Con inmenso gozo nos dirigimos a vosotros, hijos
queridísimos de
fa católica España, para expresaros nuestra paternal congra
tulación por el don de la paz y de la victoria con que Dios se ha dignado
coronar el heroísmo cristiano en vuestra fe y caridad, probados en tantos y
tan generosos sufrimientos. Anhelante y confiado esperaba nuestro predecesor,
de santa memoria, esta paz providencial, fruto sin duda de aquella bendición
que en los albores mismos de la contienda enviaba a cuantos «se habían pro
puesto la difícil
tarea de
defender y restaurar los derechos de Dios
y de la
religión ...
», y Nos no dudamos de que esta paz ha de ser la que él mismo,
desde entonces, auguraba, «anuncio de un porvenir de tranquilidad en el orden y de honor en la prosperidad ...
» (Oh. cit., pág. 744).
-La carta pastoral «Las dos ciudades», del doctor Pla y Deniel, con
tiene una exposición sistemática sobre:
el heroísmo y el martirio; los princi
pios cristianos acerca del origen de la autoridad civil; el carácter de
la guerra
de España y la posición de
la Iglesia ante ella; las consecuencias redentoras
de la misma; la doctrina social de la Iglesia:
la confesionalidad del Estado.
Refiriéndose a la bendición de Pío XI, ve en ella una confirmación de
la doc
trina que enseña «que hay ocasiones en que la sociedad puede lícitamente
alzarse contra un Gobierno que lleva a
la anarquía, y de que el alzamiento
español no es una mera
gue~ra civil, sino que
sustancialmente es una cru
zada por la religión, por la patria y
por la civilización contra el comunismo».
Añade:
«La guerra,
por acarrear una serie inevitable de males, sólo
es·
lícita
cuando es necesaria. Pero la guerra, como el dolor, es una gran escuela· for
jadora de hombres. ¿No estamos contemplando con admiración y asombro,
en pleno siglo
XX, cuando tanto habíamos estado lamentando la frivolidad y
relajamiento de costumbres y la afeminación muelle y regalada, el ardoroso y
heroico arranque de tantos millares de jóvenes que... van a ofrendar
gene
rosamente
sus vidas en los frentes de batalla por su Dios
y por España?
Nosotros, al
entrar ya
en la senectud, esperamos confiadamente que la gene
ración de los
jóvenes ex
combatientes de esta cruzada será mejor que las
generaciones de las postrimerías del siglo
XIX y principios del actual. .. ».
-
La carta colectiva a los obispos del mundo entero es una exposición de
los hechos que caracterizan la guerra de
España y le dan su fisonomía his
tórica y
una respuesta
a las afirmaciones falsas y a las interpretaciones tor
cidas acerca de los mismos hechos. Refiere la posición del Episcopado ante
la guerra. Recuerda sus precedentes en
el quinquenio anterior. Explica el
815
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUERRA CAMPOS
de paz, de convivencia fraternal. Si la concepc10n del Ejército es
cristiana, formará hombres que, por una parte, se abran a la voca
ción divina, y que, por otra, en virtud de la sumisión al Padre, se
modo cómo se produjo el alzamiento nacional, que hace de la guerra como
«un plebiscito armado». Señala las características de la revolución comunista
y los caracteres del movimiento nacional. Responde :finalmente a algunos re
paros hechos desde el extranjero sobre la conducta de la Iglesia.
Tratando de la posición del Episcopado desde el año 1931, dice: «Ajus
tándose a
·ra tradición
de la Iglesia, y siguiendo las normas de la Santa Sede,
se puso resueltamente
al lado de los poderes constituidos, con quienes se es
forzó en colaborar para el bien común. Y, a pesar de los repetidos agravios ... ,
no rompió su propósito de no alterar el régimen de concordia ... A los vejá·
menes
respondimos con ... sumisión leal en lo que podíamos ... , con
la exhor
tación... a nuestro pueblo católico a la sumisión legítima, a la oración, a la
paciencia y a la paz ... ».
«Al estallar la guerra hemos lamentado el doloroso hecho más que nadie,
porque ella es siempre un mal gravísimo, que muchas veces no compensan
bienes problemáticos,
y porque nuestra misión es de reconciliación y de paz ...
Repetimos la palabra de Pío XI, cuando el recelo mutuo de las grandes
po
tencias iba a desencadenar otra guerra sobre Europa: <
bendecimos
la paz, rogamos por
la paz».
«Con nuestros votos de paz juntamos nuestro perdón generoso para
nues
tros
perseguidores
y nuestros sentimientos de caridad para todos. Y decimos
sobre los campos de batalla
y a nuestros hijos de u.no y otro bando la palabra
del apóstol: «El Señor sabe cuánto os amamos a todos en las entrañas de
Jesucristo.» «Pero la
paz es
la tranquilidad del
orden divino,
nacional, social e
in
dividual, que asegura a cada cual su lugar-y le da lo que le es debido, colo
cando la gloria de Dios en la cumbre de _todos los deberes y haciendo
de
rivar
de su amor el servicio fraternal de todos. Y · es tal la condición humana
y tal el orden de la Providencia -sin que hasta ahora haya sido posible ha·
liarle
sustitutivo-
que, siendo la guerra uno de los azotes más tremendos de
la humanidad, es, a veces, el remedio heroico, único, para centrar las cosas
en el quicio de la justicia
y volverlas al reinado de la paz ... »
«La Iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó ... Miles de hijos suyos,
obedeciendo a los dictados de su conciencia
y de su patriotismo, y bajo su
responsabilidad personal, se alzaron en armas para salvar los principios de
religión
y justicia cristianas que secularmente habían informado la vida de la
nación ... » (Ob. cit., págs. 727-728).
DespuéS de
exponer los antecedentes de la guerra (persecución injústa
del espíritu religioso; dejación
del poder
en la plebe anárquica o en poderes
ocultos; revolución anárquica
y revolución marxista; necesidad de la defensa
del bien común ... ),
la-carta afirma: «El alzallliento dvico-mil1tar fue en su
origen un movimiento nacional de defensa de los principios fundamentales de
toda sociedad civilizada; en su desarrollo lo ha sido contra la anarquía
coli
gada
con las fuerzas al servicio de un Gobierno que no supo o no quiso
tu
telar aquellos principios» (ibíd., pág. 7.32). Y establece las siguientes con
clusiones:
«U! Que
la
Igle5ia, a
pesar de su espíritu de paz
y de no haber querido
la guerra
ni haber colaborado en ella, no podía ser indiferente en la lucha:
se lo impedían su doctrina
y su espíritu, el sentido de consetVación y la · ex
periencia
de Rusia. De una parte, se suprimía a Dios, cuya obra ha de
realizar
816
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL EJERCITO
abran con redoblado esfuerzo y horizonte más amplio a todas las
formas del servicio a los hermanos. Sin duda,
el Ejército tiene su
función específica, y no ha de ser una institución que supla a todas
las
demás ;
pero desde
la misma realización auténtica, generosa, cris
tiana, de su función brotará y redundará en todas direcciones una ac
titud de servicio abierto, qne haga del soldado cristiano no solamente
un buen soldado;· sino un
ho.mbre integralmente
cristiano; que, por
consiguiente, trasplante espontáneamente las actitudes de servicio de
su profesión, cristianamente vivida, a todas las relaciones que vayan
surgiendo con el prójimo.
la Iglesia en el mundo, y se causaba a la misma un daño inmenso, en per
sonas, cosas y derechos, como tal vez no lo haya sufrido institución alguna en
la historia; de la otra, cualesquiera que fuesen los humanos defectos, estaba
el esfuerzo por la conservación del viejo espíritu español
y cristiano.
»2.ª La Iglesia, con ello, no ha podido hacerse solidaria de conductas,
tendencias o intenciones que, en el presente o en el porvenir, pudiesen desna turalizar la noble fisonomía del movimiento nacional, en su origen, manifes
taciones
y fines.
»3.ª Afirmamos
que
el levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo
de la conciencia popular un doble arraigo:
el del sentido patriótico, que ha
visto en
él la
única manera de levantar a España
y evitar su ruina definitiva,
y el sentido religioso, que lo consideró como la fuerza que debía reducir a la
impotencia a los enemigos de Dios y como
la garantía de la continuidad. de
su fe y de la práctica de su religión.
»4.ª Hoy por hoy
no hay en España más esperanza para reconquistar la
justicia
y la. pa:z y los bienes que de ella derivan que el triunfo del movimien
to
nacional ... »
(ibJd., págs. 732-733).
Después de
diseñar los caracteres de
la revolución comunista
y del mo
vimiento nacional, la
carta --escrita en un momento en que faltaban casi dos
años
para terminar
la guerra- contempla
así el
futuro: «Esta situación per
mite esperar un régimen de justicia
y de paz para el futuro. No queremos
aventurar ningún presagio. Nuestros males son gravísimos.
La relajación de
los vínculos sociales; las costumbres de una política corrompida; el desconoci
miento de los deberes ciudadanos; la escasa formación de una conciencia
ín
tegramente cat6lica; la división espiritual en orden a la solución de nuestros
grandes problemas nacionales; la eliminación por asesinato cruel de millares de
hombres selectos llamados por su estado y formación a la obra de la recons trucción nacional; los odios
y la escasez que son secuelas de toda guerra
civil; la ideología extranjera sobre el Estado ... , serán dificultad enorme para
hacer una España nueva injertada en el tronco de nuestra vieja historia y vi
vificada por
su savia. Pero tenemos la esperanza de que imponiéndose con
toda su fuerza el enorme sacrificio realizado, encontraremos otra
vez nuestro
verdadero
espíritu nacional. Entramos en él paulatinamente por una legisla·
ción en que predomina
el sentido cristiano en la cultura, en la moral, en la
justicia social y en el honor
y culto que se debe a Dios. Quiera Dios ser en
España
el primer bien servido, condición esencial para que la nación sea ver
daderamente bien servida»
(ibld., págs. 736-737).
Ver
en el apéndice algunos textos tomados de la
carta pastoral «El sen
tido cristiano
español de
la guerra», del cardenal I. Gomá.
817
,.
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUEAAA CAMPOS
1. A esto me refería al princ1p10, cuando señalé en la reseña
histórica la
afinidad de unas figuras de soldados con el Evangelio.
Os invito, queridos amigos, señores Alumnos, señores Jefes y Ofi
ciales, a destacar como cifra de esta actitud al Centurión de Cafar
naum. Sus palabras son las que decimos los cristianos en el momento
más cristiano, cuando vamos a comulgar: «Señor, yo no soy digno de
que entres en mi casa:». Aquel soldado, partiendo de sus propias
virtudes militares ( disciplina, jerarquía), de pronto ensancha el ho
rizonte hacia una disciplina que empalma con Dios; hacia una je
rarquía que le absorbe a él mismo, y le enmarca en una humildad
que no es abyección, sino orden. En virtud de un sentido profundo
y religioso de la disciplina, aquel soldado se eleva desde su propio
poder («Señor, yo mando a uno,
y va; le digo_ a ot_ro: Ven, y viene;
le digo a aquél: Haz esto,
y lo hace») al poder oculto de Cristo, en
quien reconoce el poder de Dios (también Tu puedes hacer lo mismo,
y mandar a la enfermedad de mi criado que se vaya, y se irá sin ne
cesidad de que llegues hasta mi casa) . Humildad, reconocimiento de los límites
y necesidades, pronti
tud, sintonía respetuosa y gozosa ante la manifestación del Salvador ...
Limpieza de ojos, disciplina para atacar
la verdad tal como ella quiere
presentarse, sin interponer obstáculos, prejuicios, concepciones sub jetivas
y unilaterales, que causan la ceguera presuntuosa ... Apertura
a la predicación de
la fe. Todo esto es necesario para que se encienda
la fe, y para que la fe sea eficaz, alegre, irradiante, transformadora.
Todo brilla en el Centurión; como también su magnanimidad, su ca riño enternecedor para
el criado, a quien trata como a un hijo o un
hermano. ¿No hay en todo ello como una transfiguración sublimante de ciertas virtudes típicas de
la vida militar, aunque no siempre las
alcancen
en su plenitud armónica
to
Y junto a
la apertura ante la fe, esta otra actitud, militar y evan
gélica, que hace de la vida entera una lucha constante de purificación
íntima, en vigilancia tensa.
La liturgia de la Iglesia ha incorporado
desde
los comienzos palabras características del oficio militar en la
antigüedad: por ejemplo, la palabra «estación», puesto de guardia,
tiempo de vela.
El cristiano está de guardia} con gozoso vencimiento
propio~ para
conquistar
la auténtica libertad, que es la que se da
cuando servimos en un orden armónico, que nos engloba
y al mismo
tiempo nos trasciende, haciendo posible
· nuestra
adecuada realización
personal.
2. Con tal actitud se puede entender el hecho, no infrecuente,
de que durante el mismo empleo de la fuerza actúe de veras el amor; de que se pueda herir sin odio. Evoquemos a Antonio Ribera, el
818
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
joven toledano conocido como «Angel del Alcá2ar». A los compañe
ros,
apostados en los huecos del
Alcá2ar asediado
y semiderruido, les
decía:
«Tirad, pero tirad sin odio». Lo decía de verdad. Es casi un
milagro; quizá haya que experimentarlo para poder creerlo, para poder decirlo en serio. Pero yo
lo he vivido,. y debo dar testimonio.
3.
Pues si
se puede
llegar a éso, en continua ascensión
a través
de
las propias flaquezas, ¿qué de extraño tiene el hecho de que
un
hombre
dedicado a
la profesión de las armas con sus funciones y
virtudes características pueda convertirse, precisamente porque las
vive en profundidad, en foco irradiante de
servicio ilimitado a los
demás
hombres?
¿Qué de extraño tiene que en el clima de la vida
militar se fragüen corazones, no solamente buenos en cuanto militares,
sino integramente buenos, es decir,
santos? ¿Qué de extraño tiene el
que, en formas variables ( una será la forma de los caballeros de la
Edad Media, otras las actuales, aunque sustancialmente idénticas), se identifiquen en muchas personas la función
y el espíritu militar
con la plenitud del llamado «espíritu evangélico», sin excluir la
forma de entrega
y desprendimiento que significan los votos evan
gélicos?
No tiene nada de extraño (23).
Esta
iden~ificación armoniosa d~be convertirse
en punto de mira
para el que, ya de modo ocasional, ya de modo profesional
y perma
nente, vive la vida militar. Objetivo muy alto, que si no es
fácil dar
nunca
por dominado, está ·siempre tensándonos en ascensión constante.
Señores Jefes
y Oficiales, señores Alumnos: Los que os dedicáis
profesionalmente a
la vida militar ; los que pasáis poir ella, con más
o menos vocación, por algún tiempo ; los que acaso algún día -Dios
quiera que no llegue, pero no se puede excluir- seréis llamados
nuevamente
pa:ra encuadrar
a
millare~ de
soldados, de
herman01S y
compañeros nuestros, movilizados en defensa de 1a patria y de otras
patrias; deseo para todos:
1) que aspiréis de veras a realizar perso
nalmente la síntesis de lo militar y de
lo evangélico ; 2) que, por
la colaboración multiplicada de todos, las comunidades de vida mi
litar sean, cada vez más, focos de elevación espiritual de las per
sonas.
Gracias a Dios, muchos cuarteles lo son ya hace tiempo. Los sol
dados, a vuestras órdenes, aprenderán algo más que la lección de la disciplina externa o del manejo eficaz de unas armas para fines legí
timos. Descubrirán, si no lo habían hecho antes,
la profunda libera-
(23) Sobre el ideal cristiano del caballero, tal como lo ha promovido la
Iglesia, y sobre las Ordenes Militares, cfr. R. García Villoslada, Historia de
la
Iglesia católica (Edad Media), editorial BAC, Madrid, 1953 (2.ª. ed .. ), parte segunda,· cap. XII.
819
Fundaci\363n Speiro
fOSE GUERRA CAMPOS
ción, el feliz ensanchamiento que produce· en los corazones la autén
tica disciplina, considerada como actitud de servicio a Dios y a los
hombres. Que no se casan mal entre
si disciplina y liberación, porque,
colilo dice la liturgia de la Iglesia, refiriéndose a más alto Señor:
«Servir a Dios es reinar».
Y ahora, perdonadme, y no me llevéis muy a mal haber abusado
de vuestra paciencia.
Campamento de «Los Castillejos», 28 de agosto de 1968.
APENDICE
LA PAZ y LA GUERRA.
Por el Cardenal ISIDRO GoMÁ.
Según lo · que indicamos en la nota 21, transcribimos aqu! parte
de
la introducción de la carta del Cardenal Gomá :
«El sentido
cris
tiano español de la guerra». La carta aplica a España el esp!ritu de
penitencia cuaresmal, con
sus exigencias de purificación y enmienda..
La introducción ofrece unas consideraciones teológicas sobre la paz
y la guerra. Por las circunstancias y por la fecha (30 de enero de
1937), anterior a las formulaciones de
P!o XII
y del Concilio Vati
cano 11, es una página interesante para aprender la
doctrina habitual
de
la Iglesia. «Ninguna doctrina ni anhelo
más reiterados en el cristianismo
que
el
pensamiento y el ausia de la paz. En los grandes vaticinios pro
féticos aparece el futuro Reino de Dios como «Reino de paz, obra
de la jus.ticia». En un fragmento de subido lirismo, se nos presenta el
mundo, bajo el reinado
del futuro Mesías, pacificado hasta el punto
de que conviven los animales más antagónicos en sus instintos: <
leopardo
dormirá con el cabrito ...
». Hasta las fieras estarán en paz
con los hombres. «El infante meterá su mano en los huecos de las
piedras, y el áspid no le morderá» (Is., 2, 6-8).
La realidad del cristianismo está impregnada del sentimiento
y
del voto de la paz. Jesucristo es el «Pr!ncipe de la Paz» (Is., 9, 6).
Cuando viene al mundo, los ángeles cantan: «Y en la tierra
paz a
los
hombres de buena volunta,I» (Le., 2, 14). El divino Resucitado salu
da siempre a sus discí_pu.Ios con el cristianísimo Pax vobis, «la paz
sea coo vosotros!>. En la epigrafía de los sepulcros de las primeras
generaciones cristianas predomina la palabra PAX. Y
eri. la liturgia
sagrada, especialmente en 'la misa, se reitera este sentido de paz, que
820
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
llamaríamos una de las características de 1a doctrina y de la vida cris
tiana: «Que la paz sea con vosotros» ; «La paz del Señor sea· con vos
otros siempre» ; «Paz a esta casa y a todos los que viven en ella>>.
Ni son de extrañar la predicación, el hecho histórico y las formas
litúrgicas, porque toda la obra de Dios en la redención del hombre
y
la plenitud del fin que Dios le ha señalado no es más que la reali
zación definitiva del más profundo de los anhelos inexterminables
del hombre, la paz temporal consigo mismo
y con los demás hombres
y
la paz eterna1 fruto de la posesión eterna del Bien eterno, que es el
mismo Dios. Hablam.os de la paz «paradisíaca», cuando queremos definir una paz insuperable: es la paz en que vivían en
el paraíso
nuestros
primeros padres y que perdieron por la culpa,
y la otra paz
sustantiva, participación de 1a misma paz esencial de Dios. ·Cuando
morimos,. el sacerdote católico pronuncia sobre nuestro féretro y
nuestra
tumba la
palabra paz: Requiescat in pace. «Que
en paz des
canse», decimos cristianamente al recordar alguno de nuestros herma
nos difuntos, es decir, que haya logrado el prqfundo anhelo que pal
pita en
la profecía, en la historia y en el fondo inalterable de la coo
ciencia y de la historia.
Y, no obstante, amadísimos. diocesanos, la dulce· y regalada paz,
si no huye como la sombra de las anhelosas manos del hombre, es lo
cierto que, en el orden indJvidual y en el social, sólo podemos alcan
zar
una paz precaria, porque es inconsistente
y porque. no es absoluta.
La guerra, palabra tremenda, ·que <:S la antítesis de la paz, nos acecha
a cada momento, en todos los .órdenes. Jeremías tiene
la palabra tre
menda que parece una nueva fórmula del suplicio de Tántalo: Pax,
pax, non crat pax «Paz, paz, y no eta paz» (Jer., 6, 14). Alargamos
la mano para cogerla, ta:l vez para ofrecerla a otros, y recibimos la
mordedura que nos pone en mayor guerra.
Ya conocéis, amadísimos diocesanos, la teoría de la pa.2! y la
guerra. Creado el· hombre para vivir en paz consigo mismo, Con Dios
y socialmente, cometió la, lorura de enemistarse con Dios, centro úni
co y único factor de paz ; y este trasorno fundamental· de la libertad,
de la vida, de las aspiraciones del hombre, produjo toda suerte de
guerra. «No hay paz para los
impíos» (Is.,
57, 21),
es· decir,
que
fuera de Dios o contra Dios, sostén esencial del orden en él mundo,
de la materia y del espíritu, es imposible el equilibrio del pensa
miento
y de fa vo1Uf1tad, y por lo mismo, el de la libertad que nace
de ambos. . ·
Toda
guerrª., en
todas sus formas, es obra de la
Hbertad desqui-
ciada
del hombre.
·
Lo que equivale a dB!'ir que to.da guerra es hija del pecado, «Todo
el mundo
Se ha
levantado eo guerra coritra los insensatos» (Sap.,
5,
821
•
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUERRA CAMPOS
21), dice la Escritura en frase energ1ca ; porque toda criatura tiene
derecho a ponerse en guerra contra el hombre que se ha puesto en
guerra con Dios, arrancando su vida espiritual del quicio de la vida
divina. Esta es la filosofía, o mejor, la teología de la paz
y de la guerra ...
¡ La guerra ! Los hombres la temen; si la hacen, es para lograr la
paz.
Y porque la
temen, y porque el anhelo natural del hombre es
la paz, se ha trabajado lo indecible para eliminarla de la hnmana his toria. No obstante, la guerra es lacra perenne de la humanidad. Nadie
ha podido raerla de ella. Como momento excepcional de la Historia
nace el Príncipe de la Paz en una hora en que «todo el mundo estaba
compueSto en paz», dice la liturgia; cuando Roma, como caso único
en sus anales, había
certado las
puertas del
templo de J ano, símbolo
de
paz universal. A raíz de '1a última. guerra europea se predicó el
exterminio de toda guerra,
y la guerra ha seguido haciendo sns es
tragos en cien lugares del mundo.
En estos
tiempos de refinado
sentido jurídico
más que anhelo de la verdadera justicia se ha for
mado una Sociedad de Naciones para componer pacíficamente las
querellas de los pueblos. Es aspiración nobilísima; pero
dicen que 1a
Sociedad está en franca bancarrota. ¿No es porque no se habrá ins
pirado en la teoría cristiana de la paz? ... La guerra es pugna, es una fuerza que se levanta contra otra ...
A veces
esa lucha
tremenda se entabla en el fondo de
la conciencia
del hombre ... La paz espiritual queda rota si triunfa la pasión. Para
restaurar la paz del alma, con Dios y consigo mismo, hay que de
testar y borrar el pecado. La Cuaresma es el tiempo clásico de esta
paz. La Iglesia la ha instituido para librar las almas del pecado.
En el orden social ocurre algo análogo. También la vida social
tiene su «ley de pecado». Son
la-s fuerzas contrarias a la vida_ normal
de la sociedad. A veces se entabla la lucha en el campo político o pro
piamente social o económico. A veces estos t_res elementos se desequi
libran en· forma
tal ,que se rerurre a la fuerza de las armas para buscar
el equilibrio de la paz por el triunfo del más fuerte. El caso de la
guerra propiamente dicha.
Y es el caso de España. En su suelo bendito se ha producido este
fenómeno social, que ningún pueblo ha podido suprimir de su his,
toria. Hace más de veinte años pudimos libra-rnos de la guerra euro
pea, en cuyo torbellino entraron todas las naciones del viejo conti
nente; y ahora
la tormenta terrible se ha desencadenado sobre nuestro
país. En nuestra carta pastoral
antei;ior habíamos
concretado las ca
racterísticas de nuestra guerra, tan mal interpretada fuera de España.
En el presente escrito vamos a
dirigirqos principail~ente a
nuestro
país. Averigüemos si en el fond_o de la
contienda hay
alguna desvia-
82-2
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL E/EH.CITO
ción moral de carácter social; hagamos en este caso la confesión pú
blica de los pecados de España, aceptemos la penitencia que Dios nos
impone, que es
la misma guerra, y pidámosle, con propósito de en
mienda, que ilumine la ruta de nuestra hiStoria futura. La guerra coin
cide con la Santa Cuaresma ; indiquemos los medios con que España
pueda, en
el aspecto nacional, santificar su Cuaresma>>.
823
Fundaci\363n Speiro
POR.
M\lruefior JOSÉ GUERRA CAMPOS.
SUMARIO: I. Invalidez de la antítesis «Evangelio-Ejército».-11. El Evan
gelio
y la «espada».-1. El Reino Je Dios no Je implanta por las armas.
Pero asume todas las realidades de este mundo, menos el pecado.-2. Aco
ge a los «soldados». Figuras de soldados en los momentos cruciales de la
propagación del Evangelio, en Palestina, en Grecia, en Roma.----'3. La «es
pada», ministerio de Dios en la enseñanza apo.rtólica. Posición de la Igle
sia primitiva ante lo militar.-111, Justificación cristiana del Ejército.
Doc
trina de la Iglesia.-1. La viotencia: al servicio del Pecado; al servicio
del Bien. Valores morales de la fuerza disciplinada.. Su ambigüedad, en
cuanto medio para distintos fines. Subordinación de la fuerza disciplina
da a uh fin -superior.-2. El fin es la paz. Requisitos espirituales de la
paz. «Opus iustiae», necesitado del amor evangélico. Sentido de la re
nuncia a
la violencia.-3. La fuerza, al servicio del amor a los demás,
como medio contra la agresión
in¡usta o ~ontra la resistencia in¡usta a la
ordenación social. Ni
«si
vis pacem, para bellum», ni «paz a toda costa».
¿Se puede identificar el pacifismo integral con el ideal evangélico?.
Doc
trina del Concilio Vaticano II, encaminada a evitar la guerra. La «guerra
total» no es medio de legítima defensa. Necesidad
y legitimidad del Ejér
cito.
Artífice de
la paz.
'La «objeción de conciencia. La 'Iglesia y la Gue
rra
de
España».-N. El
Ejército, factor
actual y continuo de paz, como
formador de hombres íntegros; no sólo como
medio para
una guerra
po
sible.
SubHmaci6n
cristiana del
«espíritu. militar>>.-1.
Apertura del «.rol
dado criJtiano»
hacia DioJ. a) Afinidad con el Evangelio; docilidad in
condicional para acogerlo. b) «Estilo militar» del Evangelio.-2 Amor y
servicio al pró¡imo. Profesión de servicio Jocial.-3, Realizaci6n del ideal
evangélico. El
«caballero cristiano».-APENDICE: La paz y la guerra,
por el Cardenal I. Gomá.
(*) VERBO se complace en publicá.r y agradece la autorización conce
dida para ello, la conferencia dada por el
Obispo Don José Guerra Campos
en el
campamento militar de
«Los Castillejos» (Tarragona) a todos los Jefes,
Oficiales
y Caballeros Alumnos -estudiantes universitarios del distrito de
Barcelona-, el
día 28
de agosto de 1968.
Texto tomado
de una cinta
mag
netofónica.
SPEIRO
aprovecha
la publicaci6n de esta cÓnferencia para rendir un
homenaje de gratitud y afecto a Monseñor Guerra Campos por la claridad
y aliento que su emisión televisada EL OCTAVO DIA difunde.
797
Fundaci\363n Speiro
]OSE GUERRA CAMPOS
I
INVALIDEZ DE LA ANTITESIS "EVANGELIO
EJERCCTO"
Ilustrísimos señores, señores Jefes y Oficiales, Caballeros Alum
nos:
Ya se que conocéis, admiráis y queréis a vuestro Coronel (1).
Por tanto, estáis preparados para descontar de los elogios d,e su pre~
sentación
la dosis muy subida de generosidad que me atrevería a
llamar paternal. Muchas gracias, señor Coronel. Pero muchas gracias, sobre todo,
por permitirme
la incorporación, aunque sea fugaz, a este mundo
admirable y difícil de la vida militar, para hablar
-como correspon
de
a un cristiano, un sacerdote, un
obispo------del
sentido cristiano del
Ejército, de la misma vida militar. Mis queridos amigos, Caballeros Alumnos, yo me imagino muy
fácilmente a mí mismo sentado en medio de vuestras filas, aunque
en una categoría inferior, evocando mis tiempos de soldado de se
gunda. Me imagino con la misma facilidad entremezclado en vuestro
mundo de aspiraciones
y de profesión universitaria. Me imagino, to
davía más fácilmente sumergido en una comunidad de creyentes, de
cristianos. Y
son esos tres factores -la vida militar, la perspectiva
universitaria
y, sobre todo, el sentido totalizante de la vida cristiana
los que tendría que conjugar ante vosotros, para decir algo, aunque sea
muy sencillo
y muy somero, sobre el tema que se os acaba de anun
ciar: «Sentido cristiano del Ejército». Como universitario que he sido muchos años, sé muy bien cuál
es la proporción de espíritu crítico con que un tema
como este
es
acogido, normalmente, por vosotros. Como sé también que, cuando llega la hora de la verdad, de estas
filas -donde
parece prevalecer
un espíritu crítico, que algunas veces se acerca a lo disolvente- brota
el entusiasmo más constructivo,
la respuesta más generosa y más
pronta. También sé, por otra parte, que conjugar de una manera lú
cida, crítica y por tanto
universitaria, la perspectiva de la vida mili
tar ( del Ejército) con la perspectiva cristiana de la vida total no es
fácil; al menos, no es fácil de exponer. No puedo permitirme el lujo de una exposición minuciosa. Te
néis que perdonarme que os hable con la mayor simplicidad.
Si me permitís
trazar desde
el comienzo, para entrar en situación,
(1) Don José María Tomé Marín, Jefe de la Unidad Especial de l. P. S._,
de
la 3-ª Zona.
798
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
unos rasgos simples -acaso simplistas-, conduciría vuestra aten~
ción hacia esos sectores, cada vez más extensos, en los que el espíritu
cristiano es considerado -como radicalmente incompatible con el es~
píritu militar o con la función institucional de los Ejércitos. Hay per-
- sonas -también cristianas y en la Iglesia Católica- que en nombre
del amor a la paz, en nombre del ideal del amor fraterno; de la sana
y santa mansedumbre, se consideran incompatibles con la vida militar,
cort la institución Ejército. Ven
como una
contradicción. Y si esto es
así, será porque esas personas
-apelando al
ideal del amor y del
respeto fraternal y de la mansedumbre- estiman que «vida militar»,
«Ejército», «Fuerzas armadas» han de ser equiparados a «odio»,
que es lo contrario del amor; a «guerra», que es lo contrario de la
paz; a violencia, a abuso. Ciertamente
---estoy entre personas más
cultas que
yo----, debo
des
cartar desde
el comienzo esta visión simplista y grosera, aunque a
veces se dé con buena intención. Bastará apelar a la propia experien
cia. Mi paso por la vida militar no me ha hecho pensar nunca que
las Fuerzas armadas fuesen la simple plasmación del odio, de la
violencia o del abuso. Bastará apelar a vuestra propia experiencia.
Bastará apelar a la experiencia histórica, milenaria, de la Iglesia, la
cual, a pesar de su fidelidad al Evangelio, nunca ha señalado esta
supuesta contradicción e incompatibilidad. Y, si me lo permitís toda
vía,
bastará apelar al testimonio de nuestro pueblo sencillo, en el que
están nuestras
madres, nuestras hermanas, nuestros vecinos : el cual,
cuando aplaude emocionado, con purísima espontaneidad, un desfile
militar, no lo hace ciertamente, para aplaudir la fuerza bruta, ni
la
violencia, ni el abuso; no lo hace, siquiera, tan sólo para aplaudir
una muestra de gallardia, que pudiera rondar lo fanfarrón. La emo
ción del pueblo sencillo, que aplaude el paso de un Ejército por sus calles, está impregnada de una espiritualidad indefinible, de una
carga de valores morales; y son estos valores morales, más O menos
sintetizados
en la noción compleja de
(
aplaude.
II
EL EVANGELIO Y LA "ESPADA"
1.-Supuesto lo anterior, acerquémonos al Evangelio en sus co
mienzos;
al momento germinal de este espíritu nuevo que algunos
creen incompatible con el espíritu militar. El Evangelio aparece en
el mundo con Cristo Jesús. Evocad en
la imaginación
el coloquio de Cristo, que va a morir, con PilatQ, el
799
Fundaci\363n Speiro
JOSE GUERRA CAMPOS
representante del máximo . Poder de entonces, el Poder romano ( 2).
Cristo le indica que el Reino de Dios que El viene a instaurar no es
de este mundo -no se esro.blece por la fuerza, por la ocupación, por
medios militares, como establecieron el suyo los romanos--, y que,
por tanto, el representante del Imperio romano no tiene por qué
temer que Jesús, el Rey del Reino nuevo, sea un competidor.
El mismo Jesús, cuando uno de los discípulos, Pedro, trata de
defenderle echando mano
a la espada, se lo impide: «Vuelve la es
pada a la vaina ... ¿No sabes que, si yo quisiera, el Padre me enviaría
hasta doce legiones de ángeles?» (3). Jesús renuncia a defenderse a
sí mismo y se· somete mansamente al poder constituido, aunque este
poder en aquel momento fuese manejado por el espíritu malévolo de
sus perseguidores. Lo hace no sólo con mansedumbre sino con aca
tamiento respetuoso.
El Reino de Dios, mis queridos amigos, es sustancialmente una
revelación de la Voluntad, del Amor del Padre; que se propaga por
la predicación; que requiere ante todo la apertura íntima del corazón
de cada persona ; -que, por consiguiente, no se puede imponer por
vía de simple dominación o de poderío exterior. Ahora bien, el Reino
de Dios, aunque no es de este mundo, se instaura en este mundo;
asume sus valores; trata de inspirar, dándoles un sentido nuevo y una
esperanza total y una dimensión infinita, todas las realidades y todas
fas aspiraciones
que constituyen lo que llamamos «este mundo» : el
mundo que está a nuestro alcance, al alcance de nuestro conocimiento,
al alcance de nuestros atisbos y de nuestros deseos. Todo este mundo
es asumido, para ser transfigurado, no para ser anulado. Sólo una
cosa excluye de
sí o
tiende a excluir el
Reino de
Dios (la vida cris
tiana), que es. el pecado. El Reino de Dios asume a los pecadores,
mas
para liberarlos: para liberarlos del odio, del egoísmo, del rencor,
de la venganza, de la prepotencia, del aislamiento suicida; para
rubrirnos a una solidaridad que nos trasciende y nos obliga a la su
miSión, pero al mismo· tiempo nos· libera de nuestra mezquina cerra
zón, de nuestra
estrechez individual
o de nuestra pequeñez de grupo.
2.-Pues bien, en el mismo momento inicial de la propagación
del Evangelio, éste asume esa forma de vida humana que llamamos
vida militar ( el «soldado», en todas sus graduaciones) ;
y la asume
tal cual es, sin exigir que cambie, sin exigir que deje d~ ser. A otras
formas de vida, precisamente porque eran pecaminosas, las acogen
misericordioso el Señor, misericordiosos los Apósto]es, para purificar
las
y convertirlas, para que cambien.
800
(2) Cfr. Evangelio de San Juan (Jn.), 18, 36-37.
(3)
Evangelio de San Mdteo (Mt.), 26, l2.
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL EJERCITO
Ya al princ1p10, tu.ando Juan el Bautista, el Precursor, anwicia
la
proximidad del Reino de
Dioo y
del Rey que lo instaura ( el
«Mesías») y suscita en torno a él un movimiento profundo, impla
cablemente exigente, de purificación y penitencia, de cambio de vida
y de mentalidad, es decir, de conversión, se le acercan, entre p,tras
categorías de personas, unos soldados preguntándole: «Y nosotros,
¿qué hemos de hacer?». Como han notado muy bien los comentaris
tas, el Precursor -¡tan enérgico y exigente!-no les insinúa en
modo alguno que deban cambiar de oficio. Se limita a recomendarles
que no cometan abusos en el
ej,ercicio de
sus funciones: «No hagáis
extorsión a nadie, no denunciéis falsamente, contentaos con vuestra
soldada» (4). Las mentes fáciles en
ver, o
al
m,enos en
proclamar,
la supuesta
distancia o incompatibilidad entre un auténtico espíritu cristiano y
un auténtico espíritu militar, suelen a veces echarnos en cara que, si
tal incompatibilidad no es sentida por la Iglesia actual y por la Igle
sia de muchos siglos, se debe acaso a que ésta ha
ido separándose del
auténtico espíritu original del Evangelio.
Mis queridos · amigos, estoy evocando el momento germinal del
Evangelio. Y para ser del todo fiel a la verdad histórica, aún he de
añadir algo que algunos buenos exegetas, entre ellos un hijo de esta
tierra, el ya difunto Padre Bover ( 5), han subrayado claramente. Es
un fenómeno que pronto fija la atención, por su espectacular relieve,
del que lee toda
la historia evangélica, contenida en los Evangelíos,
en los Hechos de los Apóstoles, en las Cartas
Apootólicas.
A través de los mencionados escritos, vanios asistiendo a -la ful
minante propagación inicial del Evangelio o Cristianismo, arrancan
do de la Palestina, avanzando por las orillas del
Medirerráneo y
cu
briendo todo el mundo entonces civilizado, hasta plantar sus reales en
Roma, el corazón del Imperio. Pues bien, en los momentos cruciales de esa propagación decisiva, destacan, por su sintonía espiritual con
el Evangelio, figuras de soldados. Bastará reseñarlas; pues vuestra
cultura complementa mis alusiones.· Durante
la predicación personal de Jesús, mientras una gran parte
del
pueblo le sigue con una
fe turbia, insuficiente para acoger eficaz
mente dicha predicación,
Jesús thanifies·ta su 'sorpresa y admiración
gozosa porque
ha encontrado el máximo de fe, la, fe pura y exacta,
(4) Evangelio de San Lucas (Le·.), 3, 14. .
(5) J. M.ª Bover, ,Los .toldados, primicias de la gentilidad cristiana.
Ed. Balmes, Barcelona, 1941. Estudia: El centurión de C4'/arnaum y Jesús,
el cenlNrión de Cesa,ea y San
Pedro,
los veterános de Filipos y San Pablo.
801
S'
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUERRA CAMPOS
en un soldado, un jefe de centuria romana: el Centurión de Cafar
naum (6). Cuando
Jesús muere eri el Calvario, entre el odio de unos, la
indiferencia de otros,
el desánimo cobarde de algunos más, también
el centurión, que mandaba a los soldados ejecutores de las órdenes de
Pilato, supo ver en el espectáculo de aquella agonía
la marca de Dios:
«Verdaderamente
este hombre
era justo», «Hijo de Dios» (7).
Cuando
el Evangelio quiere traspasar las fronteras de Palestina y
abrirse al
mundo de los gentiles -momento impresionante de
la his
toria cristiana-, Pedro, inspirado por el Señor, se dirige primera
mente a Cornelio, el centurión de la Cohorte Itálica, que estaba de
guarnición en Cesarea de Palestina, en la costa del Mediterráneo. Aquella familia de soldados constituye las primicias de la incorpora
ción del mundo pagano a una Religión que muchos por entonces
creían reservada a los judíos (8).
Otro momento significativo: la implantación de la primera Igle
sia en Europa. Todos recordáis que
el Apóstol Pablo, después de re
correr en peregrinaciones apostólicas toda
el Asia Menor (la actual
Turquía), atraviesa
la lengua de mar que separa Turquía de Grecia
y va a parar a Filipos, ciudad fundada por una colonia de soldados
romanos
veteranos ( «jubHados», diríamos
ahora)
y con una intere
sante guarnición
mHitar. Aquí
logra Pablo constituir la primera
co
muuidad
cristiana de Europa. Una noche, estando Pablo en la prisión,
un terremoto produjo gran desconcierto entre todos sus acompañantes. El soldado encargado
de la
guardia, en
vez de
huir o agredir, se
plantó
ante los
Apóstoles diciendo: «Señores, ¿qué he de hacer para
ser srulvo ?»,
y Pablo lo evangelizó
y lo bautizó con todos los de su
casa (9).
Y llegamos finalmente a la meta de esta primitiva historia cris
tiana, que termina con
la inserción del Evangelio en la ciudad de
Roma, núcleo fundamental de todo el mundo civilizado antiguo.
Pablo va a Roma (hacia el año 61) como ciudadano romano prisio nero, pues había apelado al tribunal del César. Es conducido por una
gurutlia, custodiado
por soldados. Los Hechos de los Apóstoles narran
cómo Julio, el oficial de la Cohorte Augusta encargado de conducir a los presos, trató a Pablo con delicadísima humanidad, en momentos
en que peligraba su vida. Ya en Roma, Pablo, todavía sometido a
proceso, en una prisión que no le impedía
la acción apostólica con
(6) Mt., 8, 5-13; Le., 7, l-10: «Yo os digo que fe como ésta no la he
hallado en Israel» (Le., 7,
9).
802
(7) Mt., 27, 54; Le., 23, 47; Evangelio de San )Marcos (Me.), 15, 39.
(8)
Hechos de los apóstoles, 10, 1-48.
(9) Cfr.
Hech., 16, 25-34.
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
sus visitantes, escribe una de sus cartas más afectuosas y gozosas a
la comunidad de Filipos, a la que antes nos referíamos, contándoles
cómo su prisión se había convertido en poct:avoz del Evangelio para
todo el Pretorio, la gran estación militar de Roma; y envía saludos
a· la comunidad de_ Filipos de parte de muchos cristianos, que se
habían convertido al Señor, gracias a su palabra, en «la casa del
César» (
10).
E9ta sucinta reseña histórica resulta impresionante, casi increíble.
Alguna afinidad, alguna sintonía espiritual tiene que haber entre el
tenor de vida de aquellos pagaoos militares y el mensaje evangélico
para que se produzca, de manera tan ostensible, el acercamiento entre
ambos en los momentos decisivos.
3.-En resumen, el Evangelio --que, como tal, no se propaga por
medio de
la fuerza-asume con toda naturalidad a los soldados en
su propio ámbito espiritual; señal de que asume en ellos valores po
sitivos. Pero hay
más, Desde el comienzo, los apóstoles -Pedro y
Pablo sobre todo-, aparte de acoger, como digo, a los soldados con
toda naturalidad en la comunidad. cristiana, proclaman la función
que corresponde a la espada ( a la fuerza canalizada por la autoridad
legítima, a la fuerza mirHtar): la «espada» no es solamente un ins~
trumento de legítimas necesidades humanas, sino que, según la mente
y la pa'labra de los Apóstoles, es expresión de la voluntad de Dios.
Pablo
y Pedro lo cliceo con toda energía: estad sumisos a las autori
dades, porque por ellas actúa Dios; por algo llevan espada: mas no
estéis sumisos sólo por temor sino por conciencia ( ver carta a los
Romanos, 13; carta segunda de San Pedro, 2, 13-17). La espada
legítima,
en
la concepción de los Apóstoles, no es un simple hecho
bruto, de fuerza que -se impone y con la que se tropieza, sino que es
la expresión de un valor espiritual que afecta a la conciencia. No de
jemos de decir, porque esto tiene importancia excepcional, que esta
interpretación de los Apóstoles es absolutamente
pura, absolutamente
desinteresada.
No valdría sospechar o sugerir: claro, encontraban
apoyo en el Poder para su obra evangelizadora. No, mis queridos
amigos; la espada, el Poder, a que se están refiriendo Pedro y Pablo
son concretaroente los de Nerón, el perseguidor, el que les llevó a
la muerte. Como a perseguidor le conocían ; sin embargo, respetaban
en él la expresión de la voluntad de Dios. Este espíritu absolutamente puro, absolutamente desinteresado, es
el que marca desde los orígenes la actitud básica
de la Iglesia ante la
fuerza, ante el Ejército: sean cuales sean· los vaivenes, las vicisitudes
(10) Cfr. Hech., 23, 17 ss.; 25, 10-12; 27, 1, 3, 43; 28, 16; Carta a los
Filipenses,
4, 22.
803
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUERRA CAMPOS
históricas y contingentes en que tal fuerza se manifiesta a lo largo
de los siglos. Por ello no será superfluo
---continuando esta
reseña
histórica, quizá
w, poco
fastidiosa-
recordar aquí
algo que muchos
de los pacifistas a ultranza· de nuestra
época manejan como W1 dato
contundente.
En loo tres primeroo siglos w,a serie de autores cristianos (Terhl
liano,
Orígenes, el obispo Cipriano, Lactando y algw,os más) parece
ostentar
en nombre
del Evangelio
un espíritu totalmente
ancimilitar;
desaconsejan
a los
cristianoo que
tomen el oficio de soldados. Pero
conviene enmarcar esta postura en su auténtico contexto
(11). Di
suaden estos autores a los cristianos de que tomen el oficio de solda
dos, porque
se trataba
entonces de un oficio
voluntario que
se ejer
cía en una atmósfera impregnada de idolatría, de cultos paganos, de
fó!'mulas supersticiosas,
ciertamente no recomendables. Pero esto no
impedía que
al mismo tiempo los mismos autores en páginas irunor
tales
proclamasen su reverencia religiosa hacia el Imperio romano
y
el ejército que mantenía la paz y el orden en aquel Imperio; como
taropoco impedía que muchos
cristianos fuesen
de hecho soldados al
servicio del Imperio (12). Por eso lógicaroente surge un cambio al llegar el siglo
IV, tiem
po de la paz religiosa. El oficio militar era antes respetable en sus
funciones esenciales, pero voluntario y del que podían encargarse
otros, sin que la pequeña comunidad cristiana tuviera que considerar
lo como de propia responsabilidad. Cuando es ya cristiana, en casi
todas sus líneas, la contextura del Imperio de Roma, entonces no sólo
los cristianos seglares que ocupaban puestos
direotivos eii el Imperio,
sino también los teólogos y los prelados tenían que examinar más
de cerca cuál era la función del cristiano y el modo de ejercerla en
ese sector inesquivable que impone
la vida m.isma1 esto es, la orga-
(11) Ver bibliografía en L. Garda Arias: Servicio militar y obieción de
conciencia, revista «Temis» (de la Facultad de Derecho de la Universidad
de Zaragoza), núm. 20 (1966),
págs. 11-44. Sobre el cristianismo primitivo
y la doctrina clásica de la Iglesia católica, págs, 15s21.
CTr. también G. Bardy: La conversión al c.ristianismo durante lo.1 prime
ros Jiglos,
ed. Desdée de Brouwer (traducción del francés), Bilbao, 1961,
.cap. IV, «Sus obstáculos», ap. 11-IV, págs. 279-291; en particular, la nOta 772,
"(12) Cfr.,
por ejemplo, Tertuliano:
Apo/ogetfrum, 30, 1-7 (oración ·de
los cristianos por la prosperidad del Imperio
y. de su Ejército, garantía de la
«tranquillitas»); 41 ( «No somos inútiles ... No somos hombres fuera del mun
do... Nos acomodamos a todo: somos marineros,
soldados, labradores ... ,
todas las artes ... Si
.QO frecuento tus ceremonias, no por eso dejo de Ser hom-
bre·
aquel día ...
»). Cfr. De Corona (del mismo Tertuliano), 11. Como tipo
de oración litúrgica, véase la
Catechesis 23 de San Cirilo de Jerusalén: en el
Sacrificio
después de la Consagración, entre otras intenciones (la _paz de las
Iglesias, la recta ordenación del mundo, los enfermos,
lo~ afligidos,
todos los
necesitados), se pide por los emperadores
y por los militares.
804
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
nización y el uso de la fuerza militar. A partir de ese momento, con
hombres
tan lúcidos como Ambrosio de Milán y Agustín el de Afri
ca,
y luego con todas las escuelas jurídicas y teológicas de la Edad
Media, se va formando una doctrina cristia:na, que podríamos llamar
oficial, acerca del valor y del sentido cristiano del Ejército.
III
DOCTRINA CRISTIANA SOBRIE EL EJERCITO
!.-Señores alumnos, pido licencia para esbozar en pocas pala
bras y de un modo no demasiado sistemático esa doctrina o actitud
oficial de la Iglesia, formulada ya íntegramente en el siglo
IV. Pero
procedamos con
orden'. ·
Si
la fuerza militar -que puede ser mal empleada- tiene, no
obstante, una función legítima y recomendable, y puede por lo mismo
ser asumida por
el Evangelio, en vez de constituir una especie' de polo
opuesto, ello es porque la fuerza militar cootiene valores positivos.
¿Cómo se explicaría, si no, lo que antes he llamado afinidad espon
tánea y sintonía
espiritual de
los soldados con la propagación inicial
del Evangelio? Si hay una violencia, un uso de la fuerza que es la ex
presión del pecado, hay también un uso de la fuerza que puede ser
expresión de la virtud y liberación del pecado. El hecho es que en este mundo hay violencia al servicio del egoís
mo, hay violencia en virtud de la cual yo o un grupo intentamos
perturbar injustamente el orden armónico de los derechos y de las
legítimas aspiraciones de los demás; hay violencia injusta. .Ahora
bien, un ejército es, ante todo -perdonad la definición elemental-,
una fuerza organizada, disciplinada, ordenada al servicio del bien
ge
neral, al servicio de la comunidad. Esto es ya una diferencia muy
importante: la fuerza como portadora del egoísmo disolvente y ca
prichoso, o
la fuerza como servidora del bien común. Esta disciplina
de la fuerza es por sí misma un bien, un avance prodigioso de la civi
lización, de la comunidad humana. La disciplina comunitaria de la
fuerza implica el ejercicio de virtudes ( fortaleza sometida a norma,
abnegación, dominio racional de lo instintivo o primario, etc.) que
no solamente contribuyen a una utilización racional de la fuerza sino
que favorecen la vida civi1l, la vida comunitaria y pacífica,
Así se explica el hecho innegable de que tantos ejércitos en la
historia hayan dejado un
sedimento civilizador.
A cualquier hijo de
esta tierra, España, y muy particularmente de esta tierra de Cataluña,
el simple nombre de «los romanos» le evoca un complejo mundo de
805
*
Fundaci\363n Speiro
]OSE GUERJIA CAMPOS
cultura, de paso desde la oscuridad anomma de nuestro pasado a la
luz de la historia. Y no somos ingenuos: no desconocemos el proceso
complicado, algunas veces turbio, de la ocupación y trausformacióo
de nuestro país por el poder romano. Pero la resultante histórica que,
una vez depurada de todas las gangas, queda ahora como signo de
todo aquel período histórico es positiva. Y es manifiestamente, bá
sicamente, el fruto,
quizá no
siempre pretendido, del paso de unas
fuerzas militares; enmarcadas, eso_ sí, en un extraordinario orden
jurídico. Pero es que no hay fuerza militar auténtica sin orden ju
rídico.
Con todo, a pesar de ese bien intrínseco, inherente a la misma
disciplina de la fuerza, hay que reconocer que la simple disciplina
de la fuerza no basta para una calificación cristiana de la fuerza o de
un ejército. Porque, si imaginamos el caso más sencillo, el de un ejér
cito invasor injusto, al que 'se opone un ejército defensor justo,
--caso posible, caso real más de una vez-, nadie se atreverá a decir
que la disciplina de la fuerza, en cuanto tal disciplina y organización,
ha de set necesariamente mayor en el ejército defensor justo que en
el ejército agresor injusto. Es decir, que, como tal, la simple discipli
na de la fuerza, aunque lleva inherentes tantos valores morales posi
tivos, es todavía un instrumento, está en
el plano de los medios; y
como tal medio o instrumento, puede ser utilizada para un fin o
para otro,
para bien o para mal. Lo
cual nos
lleva a la consideración,
obvia, de
qu'e la clave de la . interpretación humana y Cristiana de
esa fuerza organizada al servicio del bien común, que es el Ejército,
está en la subordinación de
la misma a ·un fin superior; un fin que
regula desde arriba el uso servicial de dicha fuerza.
2.-¿Cuál es este fin? En
la doctrina de la Iglesia el fin superior
que
da sentido al uso de la fuerza y a la función militar, y los jus
tifica, es la paz. La fuerza militar tielle que hacer muchas· veces la
guerra, pero el fin que justifica ese medio es la paz. Lo ha dicho
siempre la Iglesia; recientemente, de manera reiterada. Ahora bien
( también lo ha dicho la Iglesia, y a todos se nos alcanza), la paz es
un
producto de orden espiritual. La paz no se realiza sólo por la
fuerza, por la hegemonía despótica, aunque a veces sea esta
«paz» la
única
que
se logra. No resulta tampoco de la mera compensación o
equilibrio de las fuerzas, aunque a veces, insisto, sea esta paz la única
que se logra, Pero tampoco resulta de la simple huida de la violencia.
El Papa Pablo VI, cuya predicación en favor de
la paz no ofrece
ambigüedades, ha dicho en solemne ocasión
( Mensaje de Navidad,
1964) que no vale fiarlo todo a un desarme; aunque él mismo en
aquella ocasión estaba invitando a un desarme prudente y magnáni-
806
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL EJERCITO
mo, que dejase a salvo la legítima defensa de los países y el mante
nimiento de
la paz universal; un desarme que de algún modo vaya
limitando la tentación de actitudes que fomentan
la psicología del
poderío
y de la guerra, o que tienden a fundar la paz sobre la base
insegura e inhumana del
recíproco temor.
Antes había advertido el
Papa Pío XII que sería un materialismo práctico, un sentimentalismo
superficial,
y en el fondo inhumano, no considerar sino la amenaza
de
las armas : pensar que
el simple desarme es garantía sólida de una
paz duradera, si no hay
al mismo tiempo una preocupación continuada
y seria por abolir las armas del od;o, de la codicia, del inmoderado
deseo de prestigio, es decir, por instaurar un orden de relaciones.
li
bres y responsables, de cooperación humana ( a f:Scala mundial, si es
posible o es, como ahora, necesario)
; un
orden que aspira a- la
jus
ticia, pero que no puede producirse y mucho menos mantenerse si
no
es impulsado _por amor, amor de verdad, amor apasionado y sa
crificado.
Palabras de Pío XII: «El terror que las armas inspiran llega a
perder con el tiempo su eficacia, como cualquier otra causa de
mie
do» (Mensaje de Navidad, 1951). Yo mismo os confesaré que,
cuando por los años 1950 todo
el mundo estaba invadido por el temor
a la fuerza terrorífica y destructora de las armas atómicas, nunca he
sentido
con viveza ese temor. Y bien sabe Dios que no ignoro cual
es la fuerza destructora de esas armas,
y que no quiero que se ejerza,
y que si llegase el caso haría lo posible para evitar ese mal; pero lo
sé racionalmente,
sin la
sensación del temor. Y como no creo ser
ningún fenómeno extraordinario, sospecho que este
acostumbramien
to a los factores del temor es más general de lo que yo mismo puedo
saber.
.
Si el fin único que justifica el ~ de la fuerza es la paz, y la paz
tiene que ser
buscada y construida primariamente no por la fuerza,
sino con factores
morales y espirituales, que son la Justicia y · el
Amor ... , ello exige de cada uno de nosotros que amemos hasta a
los enemigos, que nos sacrifiquemos por ese amor; que no cultive-
mos el espíritu de dominación, sino el de servicio; que estemos dis
puestos
a perdonar toda in ju.ria, para no perpetuar
la cadena de las
venganzas
y de los rencores : dispuestos a poner la otra mejilla, se
gún
la palabra gráfica y exactísima del Señor. Este espíritu --<¡ue al
gunos
falsamente
creen opuesto al espíritu militar,
y que en algún
tiempo
pudo ser motejado por intelectuales como una especie de
utopía
irrealizabl~, es
ahora más necesario que nunca, con
necesi
dad
palpable. Me atrevo a creer que todos
y cada uno de los presen
tes, cualesquiera que sean las contingencias de su vida, sabe por ex
periencia que no puede construirse una
aut~ntica comunidad
de paz
807
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUERRA CAMPOS
y de orden justo sin una efusión, continua y una impregnación pro
funda de este espíriu. Por tanto, ---queda ya dicho para siempre-
este
espíritu es
un ingrediente
esencial del soldado cristiano, del
Ejército entendido cristianamente.
Pero -¡atención!-este espíritu es manifestación del amor sa
crificado
hacia los demás;
nQ de la blandenguería, no de la inhibi
ción, no de la pasividad cobarde, aunque se vistan con los ropajes
de la belleza evangélica. El amor cristiano no es un amor blando, sino
fuerte: si el amor a los demás necesita el uso servicial de
la fuerza,
es el mismo am(Jr evangélico el que reclama eJa fuerza.
El Concilio Vaticano II, refiriéndose a la moderna espiritualidad
pacifista., tiene un texto que en su concisión es notable por su equi
librio. El Concilio, dice, al•ba <<.a aquellos que, renunciando a la
violencia en la exigencia de sus derechos, recurren a los medios de
defensa que, por otra
parte, están al alcance de los más débiles; con
tal -----añade--que esto sea posible sin lesión de los derechos y obli
gaciones de otros o de la sociedad»
(Gaudium et
Spes,
núm. 78).
3.-En este clima de amor auténtico a la paz, en esta disposición
cristiana «escandalosa» a poner la otra mejilla, se inserta armónica
mente, sin ninguna contradicción, el uso legítimo de la fuerza, cuando
es el servicio del amor a los demás el que la reclama, cuando es el
único medio de evitar males que deben ser evitados. Por eso la doc
trina de la Iglesia añade a lo
ya dicho --y no como una excepción
sino como una confirmación- que la fuerza al servicio de la co
munidad} contra
la agresión injusta o contra la resistencia injusta
a
la
ordenación
social, es un
medio al
servicio de, la paz.
Para no extenderme en consideraciones, leo unos pocos textos,
más autorizados que mis palabras. Primero, de San Agustín, obispo
de Hipona en el
Norte de Africa. Escribe
el Santo al general romano
Bonifacio, que trataba de contener la invasión asoladora de
los Ván
dalos,
y planteándose el problema de conciencia le dice: «La paz
debe ser el objeto de tu deseo. La guerra debe ser emprendida sólo
como una necesidad, y de tal manera que Dios, por medio de ella,
libre a los hombres de esta necesidad y los guarde en paz. No debe
buscarse la paz a fin de alimentar la
guerra, sino
que la guerra debe
llevarse a cabo para obtener la
paz» {13).
Pío XII en el año 1948, recién terminada la segunda guerra
mundia:I, y amenazadora ya la que entonces parecia que iba a ser la
tettera, dice : «El precepto divino de la, paz es para proteger los
bienes de la humanidad. Ahora bien, entre estos bienes hay algunos
(13) San Agustín, Cartas ...
808
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL EJERCITO
de tal importancia para la convivencia humana, qne el defenderlos
contra la injusta agresión es plenamente legítimo; a esta defensa
viene obligada también la solidaridad de las naciones... La seguridad de que
tal deber no ha de quedar sin cumplir servirá para des
alentar
al -agresor y para evitar la guerra. o, al menos, para abreviar
sus sufrimientos» (
Mensa¡e al final de 1948).
Antes, en plena guerra mundial, cuando el Papa
clamaba, solo,
ante
el muodo contra la misma guerra, había dicho: «En
realidad, la
paz
no puede lograrse sino mediante algún empleo de la fuerza.
Necesita apoyarse sobre uua normal medida del poder. Pero la fun ción propia de esta fuerza, -
si ha
de ser. moralmente recta, debe servir
para protección y defensa, no para disminución u opresión del de recho»
(Mensa¡e de Navidad, 1943).
Y en otro discurso de Pío XII aparecen las siguientes palabras,
llenas de alusiones : «El anhelo cristiano
de paz es fuerte. No es un
simple sentimiento eudemonístico y utilitario, que aborrece la des
trucción por el horror a la misma más que por la injusticia. No es un
simple sentimiento utilitario, que prepara el campo en que luego
veremos alineados
el engaño del estéril compromiso, la tendencia a
salvarse a costa de los demás y el afortunado éxito de uu agresor»
{ Mensa¡e a fines de 1948). Terminaba diciendo que no podía aceptar
sin matices ninguna de las fórmulas elementales que entonces se ba
rajaban para salvar la paz: por una parte, el adagio clásico «Si vis
pacem,
para bellum»
(si quieres la paz prepara la guerra), porque
esta fórmula, por sí sola, engendra continuamente desconfianza, fac
tor de guerra; por otra parte, la fórmula «paz a toda costa». El pen
samiento del Papa trasciende ambas fórmulas y recoge en armonía su
peradora lo que ambas tienen de válido. Prepárate para la guerra, si
quieres la paz; no quieras s~var la paz con un espíritu de renuncia
a toda costa: ¡ pero poo por delante los factores espirituales de ge·
nerosidad y sacrificio ,que fomentan 1a convivencia y el orden, en
que se cimenta la auténtica paz
l
Ante esta d~trina de la Iglesia, naturalmente se reduce a sus
términos propios la corriente del pacifismo. integral-, sustentada por
algunas sectas cristianas y por algunos escritores famosos (14). De
jando a un lado la intención, que puede ser nobilísima, quisiera
--como sacerdote,
como portavoz en este momento del espíritu del
Evangelio- hacer sólo una observación. Es una injusticia dar por
bueno que uu pregonero del pacifismo integral constituye automáti-
(14) Cfr. las ideas profesadas teóricamente entre los Valdenses, Albi
genses, por Wiclef y algunos hussitas, algunas sectas protestantes, los Testi
gos de Jehová; Tolstoi y
otros escritores
recientes.
Ver ·el estudio de Garda Arias, citado en la nota 10, págs. 21-24.
809
Fundaci\363n Speiro
]OSE GUERRA CAMPOS
camente la expresión pura del ideal evangélico del amor, mientras que la aceptación de
la fuerza militar sería una traición, o, más be
nignamente, una transacción o acomodación a las necesidades de la
historia.
No, mis queridos amigos; esto es injurioso. Respetemos la sin
ceridad de todo el mundo, ya que no podemos constituirnos ahora
en tribunal para nadie. Dejemos aparte los casos en que determinadas
posturas individuales ofrecen una coherencia heroica, depurada, sa
crificada, generosa, digna de tOdo respeto y de toda admiración.
Pero acerquémonos también a la consideración objetiva del problema,
y veremos en seguida que no pocos pacifistas integrales -lo mismo
que les pasa a no pocos admirables «anarquistas»- pueden ser. fo
que son porque sus actitudes se sostienen al amparo de un orden tu
telado por los dem_ás; es decir, y lo digo sin ofensa, en una condición
parasitaria. Ahora bien, el
parásito puede
vivir del cuerpo u orga
nismo que lo mantiene
(y no discutiré ahora si lo hace justamente
en determinadas ocasiones) ; mas no tiene derecho a acaparar para
sí
.los valores
espiritua.:les de
la situación, denigrando mientras tanto
al organismo portador. Tampoco el anarquista puro ( que quisiera
no dar un paso sino por la vía del consenso deliberante, obtenido en
todos y cada uno de los momentos de la vida de la comunidad),
cuando llegue la hora del fallo inevitable del sistema,
la hora de la
irrupción de las tiranías y despotismos anónimos y violencias -que
brotan, incluso sin querer, de tal fallo-, tampoco tiene derecho a
alzarse con el monopolio del espíritu de fraternidad
y mansedumbre,
frente a aquellos que buscan
el mismo fin tratando de aplicar medios
eficaces. Lo que las actitudes aludidas tienen de anhelo
lo compartimos
todos.
Pero lo que a veces tienen de huida de un servicio, exigido
por el mismo amor a los hermanos, no lo podemos compartir, no lo
podemos alabar.
En conclusión: un uso recto de la fuerza militar, dentro de una
concepción cristiana,
no tiene por qué ser colocado en el rincón de
lo tolerable, de lo que se permite a regañadientes, de las concesiones
transaccionales. No,
el soldado cristiano tiene el deber, el derecho1
ir' posibilidad de realizar en el ejercicio de su propia función el ideal
cristiano de amor
y tnan.redumbre. No tiene por qué soltar esta ban
dera. No hemos de entrar en el juego de los equívocos; ni confundir
las vagas aspiraciones ingenuas, pero irresponsables, con las exigencias
de una auténtica responsabilidad servicial.
«Servid.al»: ésta
es
la pa
labra.
Servicial, depurándose de las tentaciones
insidiosas del
egoísmo
personal o de grupo, de la propensión al abuso. Servicial, bajo la ins
piración del amor. Cuando así es, la fuerza jurídicamente organizada,
810
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
lejos de oponerse al Evangelio, se encuadra, desde su misma intimidad, en las exigencias del mensaje evangélico.
La Iglesia, que ve al Ejército como una fuerza preparada para
w,a guerra posible, exige al mismo tiempo que los ejércitos, sobre
todo en nuestro tiempo, se desarrollen en una atmósfera espiritual
que aspire sinceramente a evitar la gue"ª·
En esa línea se mueve la enseñanza del Concilio Vaticano II ( 15).
Desea el Concilio que se llegue a la eliminación de las guerras
en el
mw,do. Sabe
que, según
algw,os, este
ideal no se podrá realizar del
todo a no ser que fuera posible construir de verdad una autoridad
pública universal, reconocida por todos y dotada de poder eficaz para
asegurar la justicia, la seguridad de los pueblos, el respeto de todos los derechos, A falta de esto, pide que tanto las asociaciones interna
cionales como los poderes nacionales se esfuercen por conseguir el
mismo objetivo. Que los gobernantes de los pueblos renuncien a las
formas obtusas de
egoísmo nacional y a la ambición de dominar
sobre los
demás; que
no piensen que la simple posesión de la po
tencia bélica justifica cualquier empleo militar o político de la misma;
que se preocupen tanto del bien de su patria como del bien
w,iver
sal,
con
w, patriotismo
abierto, coordinado (16).
{15) Constitución Gaudium et SpesJ parte segunda, capítulo V ( «El fo
mento de la paz y la promoción de la comunidad de los pueblos»), núme
ros 77-82.
(16)
<<. •• La universal familia humana ... , unificada paulatinamente ... ,
no puede ... contruir un mundo más humano para todos los hombres- en toda
la extensión de la tierra sin que todos se conviertan con espíritu renovado a
la verdad de la paz»
(G. et S .. , núm. 77). «La paz no es la mera ausencia
de la guerra, ni se reduce al sólo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni
surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud
y propiedad se
llama
obra de la justicia (Is., 32, 7). Es el fruto del orden plantado en la
sociedad humana por su divino Fundador,
y-que los hombres, sedientos siem
pre de una más perfecta justicia, han de llevar· a cabo. El bien común del
género humano se rige primariamente por la
ley eterna,
pero en sus exigencias
concretas, durante el transcurso del tiempo, está sometido. a continuos cam bios; por eso la paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo que
hacer. Dada· la fragilidad de la voluntad humana, herida por
el pecado, el
cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí mismo y
vi
gilncia
por parte de la autoridad legítima.»
«Esto, si nembargo, no basta. Esta paz en la tierra no se puede lograr
si no se asegura el bien de las
pei:sonas y
la comunicación espontánea entre
los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual. Es absoluta
mente
necesario el
firme propósito de respetar a· los demás hombres
y pue
blos, así como su dignidad, y
el apasionado ejercicio de la fraternidad en
orden a construir la
pa2. Así, la paz es también fruto del amor, el cual so
brepasa todo lo que 1a justicia puede realizar.» «La paz sobre la tierra, nacida del amor
al prójimo, es imagen y efecto
de
1a paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En efecto, el propio Hijo
encarnado, Príncipe de la
Paz, ha
· reconciliado con Dios a todos los hombres
811
Fundaci\363n Speiro
JOSE GUERRA CAMPOS
Pero mientras haya riesgo de guerra -~reconoce el Concilio-- los
gobiernos de cada pueblo tienen
el derecho y el deber de proteger su
seguridad con una defensa legítima (17). Sólo que la dimensiones de la guerra moderna obligan a consi
derar la gravísima cuestión:
¿es posible utilizar, como medio para
la
defensa de un derecho,
el sistema de la guerra total? No se puede
aceptar la forma de guerra que destruye indiscriminadamente, en su
totalidad, territorios, poblaciones, ciudades. En todo caso -aunque no se llegue al empleo efectivo del sistema de guerra total-, tampoco
es tolerable una prolongación indefinida
de un sistema de disuasión
por medio de su cruz, y, reconstituyendo en un solo pueblo y en un solo
cuerpo la unidad del género humano, ha dado muerte al odio en su propia
carne y, después del triunfo de su resurrección, ha infundido el Espíritu de
amor en el corazón de los hombres» «ibíd., núm. 78). «Mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional
competente -y desprovista de medios eficaces, una vez agotados todos los re
cursos pacíficos de la diplomacia, no se podrá negar el derecho de legítima
defensa a los Gobiernos. A los jefes de Estado y a cuantos participan en los
cargos de Gobierno les incumbe el deber de proteger la seguridad de los pue
blos a ellos confiados, actuando con suma -responsabilidad en asunto
tan grave.
Pero una cosa es utilizar la fuerza
militar para
defenderse con justicia y otra
muy distinta querer someter a otras naciones. La potencia bélica no legitima
cualquier uso militar o político de ella»
(ibld.1 núm. 79).
«Debemos procurar con todas nuestras fuerzas preparar una época en que,
por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier
guerra. Esto requiere el establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el
cum
plimiento
de la justicia
y el respeto de los derechos. Pero antes· de que se
pueda establecer tan deseada autoridad es necesario que las actuales asociaciones
internacionales supremas se dediquen
dé lleno
a estudiar los medios más aptos
para
la seguridad común» «ibíd., núm. 82).
«No hay que despreciar, entretanto, los intentos ya realizados y que aún se
llevan a cabo para alejar el pe;ligro de la guerra. Más bien hay que ayudar
la buena voluntad de muchísimos que, aun agobiados por las enormes pre
ocupaciones de sus altos cargos, movidos por el gravísimo deber que les
acucia, se esfuerzan por eliminar
la guerra, que aborrecen, aunque no pue
den
prescindir de la complejidad inevitable de las cosas. Hay que pedir con
insistencia a Dios que les dé
fuer2as para
perseverar
en su
intento y llevar a
cabo con fortaleza esta tarea de sumo amor a los hombres, con
la que se
construye virilmente
la paz. Lo cual hoy exige de ellos con toda certeza que
amplíen
su mente más
allá de las fronteras de la propia nación, renuncien al
egoísmo nacional y a la ambición de dominar a otras naciones, alimenten un
profundo respeto por toda
la humanidad, que corre ya, aunque tan laborio
samente, hacia su mayor unidad»
(ibíd,, núm. 82).
«Los que gobiernan a los pueblos, que son garantes del bien común de
la
propia nación y al mismo tiempo promotores del bien de todo el mundo,
dependen enormemente de
las opiniones
y de los sentimientos de las
multi·
tudes... Es de suma urgencia proceder a una renovación en la educación de
la mentalidad ... »
(ibíd.1 núm. 82).
(17)
Cfr.
Ibíd., núm. 79.
812
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
que consista únicameute eu el equilibrio del terror. El Concilio pide
que, al mismo tiempo que se prepara el uso legítimo de la fuerza en
caso de necesidad, se vayan superando los supuestos de una· situación
que podría llevar a una guerra que ya no fuese medio para fa paz,
sino destrucción estéril (18).
En este contexto -en que es legítima la preparación para la
guerra, al mismo tiempo que se propugna
la eliminación sincera de
los supuestos actuales de la guerra-, lo que sí queda clara
es la ne
cesidad y legitimidad del Ejército: el Ejército en sus formas nacio
nales; el
Ejército en
las formas internacionales,
y, aun en la hipóte
sis de una autoridad mundial, el Ejército como fuerza eficaz de esa
autoridad, aunque sólo la emplease para evitar la guerra
(19).
Porque ---conviene subrayarlo- el Ejército, encuadrado en un
orden moral y jurídico, no es sólo un instrumento legítimo para la
guerra. Si0 es verdad que el Ejército se prepara, técnica y profesional
mente,
con miras a la
posible necesidad de intervenir en una guerra,
también lo es que sus servicios no se agotan en la disponibilidad para
una guerra posible. El Ejército, bien concebido, tiene una función actual
y continua, que cumple antes de la guerra y que no se frustra,
sino todo lo contrario, aunque la guerra no llegase a producirse nunca.
En resumen, el
Ejército es
también artífice de
paz. El
Concilio Va
ticano II contiene unas palabras bien expresivas, redactadas frente a
la hostilidad propagandística de grupos mundiales interesados en im
pedirlas. Las palabras están abí,
y no son, por otra parte, más que el
reflejo normal de una actitud permanente de la Iglesia:
«Los que, al
servicio de la patria, se hallan en el Ejército, considérense
instrumen
tos
de la seguridad
y libertad de los pueblos, pues desempeñando bien
esta función, contribuyen realmente a estabilizar la
paz» ( Gaudium
et
Spes, núm. 79) (20).
(18) lbld., núms. 80-81.
(19) «Mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad inter
nacional competente y provista de medios eficaces ... , no se podrá negar el
derecho de legítima defensa a los Gobiernos. A los jefes de Estado y a
cuantos participan en los cargos de Gobierno les incumbe
el deber de prote
ger la seguridad de los pueblos ... , ttJitizar la fuerza militar para defenderse
con justicia., .. » (ibíd., núm. 79). Para q1,1e, por acuerdo de las naciones, se
pueda llegar a la prohibición absoluta de cualquier guerra, se requiere «el
establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, cQn
poder eficaz para garantizar Ja seguridad ... » (núm. 82).
(20) No será inoportuno registrar aquí los textos que expresan los fines.
de
algunos Ejércitos nacionales. En fin de la «Defensa nacional», según la Ordenanza francesa del V de
enero
de
1959, es: «Afianzar en todo tiempo, en todas las circunstancias, y
contra todas las formas de agresión, la seguridad y la integridad del territorio,
así
como la vida de
la población.»
En España, la
Ley Orgánica
del Estado,
art. 37, dice: «Las Fuerl:as Ar-
813,
Fundaci\363n Speiro
JOSE GUERRA CAMPOS
Se explica, pues, queridos amigos, que, aunque la Iglesia muestra
la mayor comprensión, en orden a su tratamiento humano, con los
llamados objetores de conciencia, no admita como actitud general
la
validez objetiva de la objeción de conciencia (21). Como actitud ge
neral, se entiende; porque ante siruaciones concretas puede haber, y a
veces hay, gravísimas objeciones de conciencia.
Al término de estas consideraciones, quisiera hacer notar que la
doctrina de la Iglesia en torno a la fuerza militar y a la guerra no es
una teoría abstracta. Para valorar la sinceridad y el equilibrio de la
misma, recuérdense, por ejemplo, dos circunstancias concretas de los
últimos tiempos: 1) las declaraciones de Pío XII, Pablo VI, Con
cilio Vaticano 11, no se hacen para justificar una guerra, sino más
bien clamando contra la guerra; 2)
la Iglesia supo hablar también en
medio de una guerra como la de España, en la que dio su bendición
a «cuantos se habían propuesto la difícil tarea de defender y restaurar
los derechos de Dios
y de la religión ... » (22).
madas de la Nación, constituidas por los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire,
y las Fuer.zas de Orden Público, garantizan la unidad e independencia de la
patria, la
integridad de sus territorios,
la seguridad nacional
y la defensa del
orden institucional.»
(21) La Iglesia no hace objeción al servicio militar. Ante las legítimas
medidas
de defensa, «un ciudadano católico no puede apelar a su propia
conciencia para negarse a prestar sus servicios
y cumplir los deberes deter
minados por la
Ley» (Pío XII,
mensaje de Navidad, 1956).
El Concilio Vaticano II no quiso enjuiciar la moralidad objetiva de los
«objetores de conciencia»,
y se negó a proclamar su actitud como un derecho.
Se limitó a decir: «Parece razonable que las leyes tengan en cuenta, con sen tido humano, el caso de los que se niegan a tomar las armas ·por motivo de
conciencia
y aceptan al mismo tiempo servir a la comunidad humana de otra
forma»
(G. et S., núm. 79),
Sobre la objeción de conciencia al servicio militar, ver
el estudio de L.
García Arias citado en la nota 10, que corresponde a una conferencia dada
en la
Escuela de Estudios Jurídicqs del· Ejército. Examina el tema en su pers
pectiva moral,
relacionada con el cristianismo ( con particular detención
en el
debate del Concilio Vaticano
11), y a la luz del Derecho comparado. Co
piosa bibliografía reciente. (22) A. Montero, en el apéndice documental de su obra
Historia de
.la" perucución religiosa en España, '1936-1939 (Ed. BAC, 1961) reproduce
algunos documentos contemporáneos de la Guerra:
Instrucción pastoral de los
obispos de
Vitoria
y Pamplona, 6 de agosto de 1936 (obra citada, págs; 682-
687);
Alocución de Pío XI a quinientos españoles refugiados, 14 de septiem
bre de 1936
(ibíd., págs. 741-742); Las dos ciudades, carta'pastoral del obis
po de Salamanca, doctor Pla
y Deniel, 30 de septiembre de 1936 (ibíd., pá
ginas 688- 708);
El sentido cristiano español de la gue1ra, carta pastoral del
cardenal
I. Gomá, arzobispo de Toledo, 30 de enero de 1937 (ibíd., págs, 708-
725);
Carta colectiva. del Episcopado español a los obispos del mundo ente
ro,
1 de julio de 1937 (ibíd., págs. 726-741); Radiomensaje del Papa Pío XII
814
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL EJERCITO
IV
EL EJERCITO COMO CAMINO DE PERFECG'.ION
CRISTIANA
El Ejército se justifica, desde luego, como medio para una de~
fensa legítima en orden a establecer la paz. En la plenitnd de su con
cepción cristiana debe justificarse, además, como un factor continuo
al pueblo español, al término de la gue"a, 16 de abril de 1939 (ibíd., pági
nas 744-746).
Se transcriben a continuación algunos fragmentos:
-El. radiomensaje de felicitación de ·pfo XII, al terminar la guerra,
evoca la bendición de Pío XI, exhorta a la reconstrucción de la paz, en la
justicia individual y social y en la benévola generosidad para los equivocados.
El mensaje comienza así: «Con inmenso gozo nos dirigimos a vosotros, hijos
queridísimos de
fa católica España, para expresaros nuestra paternal congra
tulación por el don de la paz y de la victoria con que Dios se ha dignado
coronar el heroísmo cristiano en vuestra fe y caridad, probados en tantos y
tan generosos sufrimientos. Anhelante y confiado esperaba nuestro predecesor,
de santa memoria, esta paz providencial, fruto sin duda de aquella bendición
que en los albores mismos de la contienda enviaba a cuantos «se habían pro
puesto la difícil
tarea de
defender y restaurar los derechos de Dios
y de la
religión ...
», y Nos no dudamos de que esta paz ha de ser la que él mismo,
desde entonces, auguraba, «anuncio de un porvenir de tranquilidad en el orden y de honor en la prosperidad ...
» (Oh. cit., pág. 744).
-La carta pastoral «Las dos ciudades», del doctor Pla y Deniel, con
tiene una exposición sistemática sobre:
el heroísmo y el martirio; los princi
pios cristianos acerca del origen de la autoridad civil; el carácter de
la guerra
de España y la posición de
la Iglesia ante ella; las consecuencias redentoras
de la misma; la doctrina social de la Iglesia:
la confesionalidad del Estado.
Refiriéndose a la bendición de Pío XI, ve en ella una confirmación de
la doc
trina que enseña «que hay ocasiones en que la sociedad puede lícitamente
alzarse contra un Gobierno que lleva a
la anarquía, y de que el alzamiento
español no es una mera
gue~ra civil, sino que
sustancialmente es una cru
zada por la religión, por la patria y
por la civilización contra el comunismo».
Añade:
«La guerra,
por acarrear una serie inevitable de males, sólo
es·
lícita
cuando es necesaria. Pero la guerra, como el dolor, es una gran escuela· for
jadora de hombres. ¿No estamos contemplando con admiración y asombro,
en pleno siglo
XX, cuando tanto habíamos estado lamentando la frivolidad y
relajamiento de costumbres y la afeminación muelle y regalada, el ardoroso y
heroico arranque de tantos millares de jóvenes que... van a ofrendar
gene
rosamente
sus vidas en los frentes de batalla por su Dios
y por España?
Nosotros, al
entrar ya
en la senectud, esperamos confiadamente que la gene
ración de los
jóvenes ex
combatientes de esta cruzada será mejor que las
generaciones de las postrimerías del siglo
XIX y principios del actual. .. ».
-
La carta colectiva a los obispos del mundo entero es una exposición de
los hechos que caracterizan la guerra de
España y le dan su fisonomía his
tórica y
una respuesta
a las afirmaciones falsas y a las interpretaciones tor
cidas acerca de los mismos hechos. Refiere la posición del Episcopado ante
la guerra. Recuerda sus precedentes en
el quinquenio anterior. Explica el
815
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUERRA CAMPOS
de paz, de convivencia fraternal. Si la concepc10n del Ejército es
cristiana, formará hombres que, por una parte, se abran a la voca
ción divina, y que, por otra, en virtud de la sumisión al Padre, se
modo cómo se produjo el alzamiento nacional, que hace de la guerra como
«un plebiscito armado». Señala las características de la revolución comunista
y los caracteres del movimiento nacional. Responde :finalmente a algunos re
paros hechos desde el extranjero sobre la conducta de la Iglesia.
Tratando de la posición del Episcopado desde el año 1931, dice: «Ajus
tándose a
·ra tradición
de la Iglesia, y siguiendo las normas de la Santa Sede,
se puso resueltamente
al lado de los poderes constituidos, con quienes se es
forzó en colaborar para el bien común. Y, a pesar de los repetidos agravios ... ,
no rompió su propósito de no alterar el régimen de concordia ... A los vejá·
menes
respondimos con ... sumisión leal en lo que podíamos ... , con
la exhor
tación... a nuestro pueblo católico a la sumisión legítima, a la oración, a la
paciencia y a la paz ... ».
«Al estallar la guerra hemos lamentado el doloroso hecho más que nadie,
porque ella es siempre un mal gravísimo, que muchas veces no compensan
bienes problemáticos,
y porque nuestra misión es de reconciliación y de paz ...
Repetimos la palabra de Pío XI, cuando el recelo mutuo de las grandes
po
tencias iba a desencadenar otra guerra sobre Europa: <
la paz, rogamos por
la paz».
«Con nuestros votos de paz juntamos nuestro perdón generoso para
nues
tros
perseguidores
y nuestros sentimientos de caridad para todos. Y decimos
sobre los campos de batalla
y a nuestros hijos de u.no y otro bando la palabra
del apóstol: «El Señor sabe cuánto os amamos a todos en las entrañas de
Jesucristo.» «Pero la
paz es
la tranquilidad del
orden divino,
nacional, social e
in
dividual, que asegura a cada cual su lugar-y le da lo que le es debido, colo
cando la gloria de Dios en la cumbre de _todos los deberes y haciendo
de
rivar
de su amor el servicio fraternal de todos. Y · es tal la condición humana
y tal el orden de la Providencia -sin que hasta ahora haya sido posible ha·
liarle
sustitutivo-
que, siendo la guerra uno de los azotes más tremendos de
la humanidad, es, a veces, el remedio heroico, único, para centrar las cosas
en el quicio de la justicia
y volverlas al reinado de la paz ... »
«La Iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó ... Miles de hijos suyos,
obedeciendo a los dictados de su conciencia
y de su patriotismo, y bajo su
responsabilidad personal, se alzaron en armas para salvar los principios de
religión
y justicia cristianas que secularmente habían informado la vida de la
nación ... » (Ob. cit., págs. 727-728).
DespuéS de
exponer los antecedentes de la guerra (persecución injústa
del espíritu religioso; dejación
del poder
en la plebe anárquica o en poderes
ocultos; revolución anárquica
y revolución marxista; necesidad de la defensa
del bien común ... ),
la-carta afirma: «El alzallliento dvico-mil1tar fue en su
origen un movimiento nacional de defensa de los principios fundamentales de
toda sociedad civilizada; en su desarrollo lo ha sido contra la anarquía
coli
gada
con las fuerzas al servicio de un Gobierno que no supo o no quiso
tu
telar aquellos principios» (ibíd., pág. 7.32). Y establece las siguientes con
clusiones:
«U! Que
la
Igle5ia, a
pesar de su espíritu de paz
y de no haber querido
la guerra
ni haber colaborado en ella, no podía ser indiferente en la lucha:
se lo impedían su doctrina
y su espíritu, el sentido de consetVación y la · ex
periencia
de Rusia. De una parte, se suprimía a Dios, cuya obra ha de
realizar
816
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL EJERCITO
abran con redoblado esfuerzo y horizonte más amplio a todas las
formas del servicio a los hermanos. Sin duda,
el Ejército tiene su
función específica, y no ha de ser una institución que supla a todas
las
demás ;
pero desde
la misma realización auténtica, generosa, cris
tiana, de su función brotará y redundará en todas direcciones una ac
titud de servicio abierto, qne haga del soldado cristiano no solamente
un buen soldado;· sino un
ho.mbre integralmente
cristiano; que, por
consiguiente, trasplante espontáneamente las actitudes de servicio de
su profesión, cristianamente vivida, a todas las relaciones que vayan
surgiendo con el prójimo.
la Iglesia en el mundo, y se causaba a la misma un daño inmenso, en per
sonas, cosas y derechos, como tal vez no lo haya sufrido institución alguna en
la historia; de la otra, cualesquiera que fuesen los humanos defectos, estaba
el esfuerzo por la conservación del viejo espíritu español
y cristiano.
»2.ª La Iglesia, con ello, no ha podido hacerse solidaria de conductas,
tendencias o intenciones que, en el presente o en el porvenir, pudiesen desna turalizar la noble fisonomía del movimiento nacional, en su origen, manifes
taciones
y fines.
»3.ª Afirmamos
que
el levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo
de la conciencia popular un doble arraigo:
el del sentido patriótico, que ha
visto en
él la
única manera de levantar a España
y evitar su ruina definitiva,
y el sentido religioso, que lo consideró como la fuerza que debía reducir a la
impotencia a los enemigos de Dios y como
la garantía de la continuidad. de
su fe y de la práctica de su religión.
»4.ª Hoy por hoy
no hay en España más esperanza para reconquistar la
justicia
y la. pa:z y los bienes que de ella derivan que el triunfo del movimien
to
nacional ... »
(ibJd., págs. 732-733).
Después de
diseñar los caracteres de
la revolución comunista
y del mo
vimiento nacional, la
carta --escrita en un momento en que faltaban casi dos
años
para terminar
la guerra- contempla
así el
futuro: «Esta situación per
mite esperar un régimen de justicia
y de paz para el futuro. No queremos
aventurar ningún presagio. Nuestros males son gravísimos.
La relajación de
los vínculos sociales; las costumbres de una política corrompida; el desconoci
miento de los deberes ciudadanos; la escasa formación de una conciencia
ín
tegramente cat6lica; la división espiritual en orden a la solución de nuestros
grandes problemas nacionales; la eliminación por asesinato cruel de millares de
hombres selectos llamados por su estado y formación a la obra de la recons trucción nacional; los odios
y la escasez que son secuelas de toda guerra
civil; la ideología extranjera sobre el Estado ... , serán dificultad enorme para
hacer una España nueva injertada en el tronco de nuestra vieja historia y vi
vificada por
su savia. Pero tenemos la esperanza de que imponiéndose con
toda su fuerza el enorme sacrificio realizado, encontraremos otra
vez nuestro
verdadero
espíritu nacional. Entramos en él paulatinamente por una legisla·
ción en que predomina
el sentido cristiano en la cultura, en la moral, en la
justicia social y en el honor
y culto que se debe a Dios. Quiera Dios ser en
España
el primer bien servido, condición esencial para que la nación sea ver
daderamente bien servida»
(ibld., págs. 736-737).
Ver
en el apéndice algunos textos tomados de la
carta pastoral «El sen
tido cristiano
español de
la guerra», del cardenal I. Gomá.
817
,.
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUEAAA CAMPOS
1. A esto me refería al princ1p10, cuando señalé en la reseña
histórica la
afinidad de unas figuras de soldados con el Evangelio.
Os invito, queridos amigos, señores Alumnos, señores Jefes y Ofi
ciales, a destacar como cifra de esta actitud al Centurión de Cafar
naum. Sus palabras son las que decimos los cristianos en el momento
más cristiano, cuando vamos a comulgar: «Señor, yo no soy digno de
que entres en mi casa:». Aquel soldado, partiendo de sus propias
virtudes militares ( disciplina, jerarquía), de pronto ensancha el ho
rizonte hacia una disciplina que empalma con Dios; hacia una je
rarquía que le absorbe a él mismo, y le enmarca en una humildad
que no es abyección, sino orden. En virtud de un sentido profundo
y religioso de la disciplina, aquel soldado se eleva desde su propio
poder («Señor, yo mando a uno,
y va; le digo_ a ot_ro: Ven, y viene;
le digo a aquél: Haz esto,
y lo hace») al poder oculto de Cristo, en
quien reconoce el poder de Dios (también Tu puedes hacer lo mismo,
y mandar a la enfermedad de mi criado que se vaya, y se irá sin ne
cesidad de que llegues hasta mi casa) . Humildad, reconocimiento de los límites
y necesidades, pronti
tud, sintonía respetuosa y gozosa ante la manifestación del Salvador ...
Limpieza de ojos, disciplina para atacar
la verdad tal como ella quiere
presentarse, sin interponer obstáculos, prejuicios, concepciones sub jetivas
y unilaterales, que causan la ceguera presuntuosa ... Apertura
a la predicación de
la fe. Todo esto es necesario para que se encienda
la fe, y para que la fe sea eficaz, alegre, irradiante, transformadora.
Todo brilla en el Centurión; como también su magnanimidad, su ca riño enternecedor para
el criado, a quien trata como a un hijo o un
hermano. ¿No hay en todo ello como una transfiguración sublimante de ciertas virtudes típicas de
la vida militar, aunque no siempre las
alcancen
en su plenitud armónica
to
la apertura ante la fe, esta otra actitud, militar y evan
gélica, que hace de la vida entera una lucha constante de purificación
íntima, en vigilancia tensa.
La liturgia de la Iglesia ha incorporado
desde
los comienzos palabras características del oficio militar en la
antigüedad: por ejemplo, la palabra «estación», puesto de guardia,
tiempo de vela.
El cristiano está de guardia} con gozoso vencimiento
propio~ para
conquistar
la auténtica libertad, que es la que se da
cuando servimos en un orden armónico, que nos engloba
y al mismo
tiempo nos trasciende, haciendo posible
· nuestra
adecuada realización
personal.
2. Con tal actitud se puede entender el hecho, no infrecuente,
de que durante el mismo empleo de la fuerza actúe de veras el amor; de que se pueda herir sin odio. Evoquemos a Antonio Ribera, el
818
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
joven toledano conocido como «Angel del Alcá2ar». A los compañe
ros,
apostados en los huecos del
Alcá2ar asediado
y semiderruido, les
decía:
«Tirad, pero tirad sin odio». Lo decía de verdad. Es casi un
milagro; quizá haya que experimentarlo para poder creerlo, para poder decirlo en serio. Pero yo
lo he vivido,. y debo dar testimonio.
3.
Pues si
se puede
llegar a éso, en continua ascensión
a través
de
las propias flaquezas, ¿qué de extraño tiene el hecho de que
un
hombre
dedicado a
la profesión de las armas con sus funciones y
virtudes características pueda convertirse, precisamente porque las
vive en profundidad, en foco irradiante de
servicio ilimitado a los
demás
hombres?
¿Qué de extraño tiene que en el clima de la vida
militar se fragüen corazones, no solamente buenos en cuanto militares,
sino integramente buenos, es decir,
santos? ¿Qué de extraño tiene el
que, en formas variables ( una será la forma de los caballeros de la
Edad Media, otras las actuales, aunque sustancialmente idénticas), se identifiquen en muchas personas la función
y el espíritu militar
con la plenitud del llamado «espíritu evangélico», sin excluir la
forma de entrega
y desprendimiento que significan los votos evan
gélicos?
No tiene nada de extraño (23).
Esta
iden~ificación armoniosa d~be convertirse
en punto de mira
para el que, ya de modo ocasional, ya de modo profesional
y perma
nente, vive la vida militar. Objetivo muy alto, que si no es
fácil dar
nunca
por dominado, está ·siempre tensándonos en ascensión constante.
Señores Jefes
y Oficiales, señores Alumnos: Los que os dedicáis
profesionalmente a
la vida militar ; los que pasáis poir ella, con más
o menos vocación, por algún tiempo ; los que acaso algún día -Dios
quiera que no llegue, pero no se puede excluir- seréis llamados
nuevamente
pa:ra encuadrar
a
millare~ de
soldados, de
herman01S y
compañeros nuestros, movilizados en defensa de 1a patria y de otras
patrias; deseo para todos:
1) que aspiréis de veras a realizar perso
nalmente la síntesis de lo militar y de
lo evangélico ; 2) que, por
la colaboración multiplicada de todos, las comunidades de vida mi
litar sean, cada vez más, focos de elevación espiritual de las per
sonas.
Gracias a Dios, muchos cuarteles lo son ya hace tiempo. Los sol
dados, a vuestras órdenes, aprenderán algo más que la lección de la disciplina externa o del manejo eficaz de unas armas para fines legí
timos. Descubrirán, si no lo habían hecho antes,
la profunda libera-
(23) Sobre el ideal cristiano del caballero, tal como lo ha promovido la
Iglesia, y sobre las Ordenes Militares, cfr. R. García Villoslada, Historia de
la
Iglesia católica (Edad Media), editorial BAC, Madrid, 1953 (2.ª. ed .. ), parte segunda,· cap. XII.
819
Fundaci\363n Speiro
fOSE GUERRA CAMPOS
ción, el feliz ensanchamiento que produce· en los corazones la autén
tica disciplina, considerada como actitud de servicio a Dios y a los
hombres. Que no se casan mal entre
si disciplina y liberación, porque,
colilo dice la liturgia de la Iglesia, refiriéndose a más alto Señor:
«Servir a Dios es reinar».
Y ahora, perdonadme, y no me llevéis muy a mal haber abusado
de vuestra paciencia.
Campamento de «Los Castillejos», 28 de agosto de 1968.
APENDICE
LA PAZ y LA GUERRA.
Por el Cardenal ISIDRO GoMÁ.
Según lo · que indicamos en la nota 21, transcribimos aqu! parte
de
la introducción de la carta del Cardenal Gomá :
«El sentido
cris
tiano español de la guerra». La carta aplica a España el esp!ritu de
penitencia cuaresmal, con
sus exigencias de purificación y enmienda..
La introducción ofrece unas consideraciones teológicas sobre la paz
y la guerra. Por las circunstancias y por la fecha (30 de enero de
1937), anterior a las formulaciones de
P!o XII
y del Concilio Vati
cano 11, es una página interesante para aprender la
doctrina habitual
de
la Iglesia. «Ninguna doctrina ni anhelo
más reiterados en el cristianismo
que
el
pensamiento y el ausia de la paz. En los grandes vaticinios pro
féticos aparece el futuro Reino de Dios como «Reino de paz, obra
de la jus.ticia». En un fragmento de subido lirismo, se nos presenta el
mundo, bajo el reinado
del futuro Mesías, pacificado hasta el punto
de que conviven los animales más antagónicos en sus instintos: <
dormirá con el cabrito ...
». Hasta las fieras estarán en paz
con los hombres. «El infante meterá su mano en los huecos de las
piedras, y el áspid no le morderá» (Is., 2, 6-8).
La realidad del cristianismo está impregnada del sentimiento
y
del voto de la paz. Jesucristo es el «Pr!ncipe de la Paz» (Is., 9, 6).
Cuando viene al mundo, los ángeles cantan: «Y en la tierra
paz a
los
hombres de buena volunta,I» (Le., 2, 14). El divino Resucitado salu
da siempre a sus discí_pu.Ios con el cristianísimo Pax vobis, «la paz
sea coo vosotros!>. En la epigrafía de los sepulcros de las primeras
generaciones cristianas predomina la palabra PAX. Y
eri. la liturgia
sagrada, especialmente en 'la misa, se reitera este sentido de paz, que
820
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRISTIANO DEL EJERCITO
llamaríamos una de las características de 1a doctrina y de la vida cris
tiana: «Que la paz sea con vosotros» ; «La paz del Señor sea· con vos
otros siempre» ; «Paz a esta casa y a todos los que viven en ella>>.
Ni son de extrañar la predicación, el hecho histórico y las formas
litúrgicas, porque toda la obra de Dios en la redención del hombre
y
la plenitud del fin que Dios le ha señalado no es más que la reali
zación definitiva del más profundo de los anhelos inexterminables
del hombre, la paz temporal consigo mismo
y con los demás hombres
y
la paz eterna1 fruto de la posesión eterna del Bien eterno, que es el
mismo Dios. Hablam.os de la paz «paradisíaca», cuando queremos definir una paz insuperable: es la paz en que vivían en
el paraíso
nuestros
primeros padres y que perdieron por la culpa,
y la otra paz
sustantiva, participación de 1a misma paz esencial de Dios. ·Cuando
morimos,. el sacerdote católico pronuncia sobre nuestro féretro y
nuestra
tumba la
palabra paz: Requiescat in pace. «Que
en paz des
canse», decimos cristianamente al recordar alguno de nuestros herma
nos difuntos, es decir, que haya logrado el prqfundo anhelo que pal
pita en
la profecía, en la historia y en el fondo inalterable de la coo
ciencia y de la historia.
Y, no obstante, amadísimos. diocesanos, la dulce· y regalada paz,
si no huye como la sombra de las anhelosas manos del hombre, es lo
cierto que, en el orden indJvidual y en el social, sólo podemos alcan
zar
una paz precaria, porque es inconsistente
y porque. no es absoluta.
La guerra, palabra tremenda, ·que <:S la antítesis de la paz, nos acecha
a cada momento, en todos los .órdenes. Jeremías tiene
la palabra tre
menda que parece una nueva fórmula del suplicio de Tántalo: Pax,
pax, non crat pax «Paz, paz, y no eta paz» (Jer., 6, 14). Alargamos
la mano para cogerla, ta:l vez para ofrecerla a otros, y recibimos la
mordedura que nos pone en mayor guerra.
Ya conocéis, amadísimos diocesanos, la teoría de la pa.2! y la
guerra. Creado el· hombre para vivir en paz consigo mismo, Con Dios
y socialmente, cometió la, lorura de enemistarse con Dios, centro úni
co y único factor de paz ; y este trasorno fundamental· de la libertad,
de la vida, de las aspiraciones del hombre, produjo toda suerte de
guerra. «No hay paz para los
impíos» (Is.,
57, 21),
es· decir,
que
fuera de Dios o contra Dios, sostén esencial del orden en él mundo,
de la materia y del espíritu, es imposible el equilibrio del pensa
miento
y de fa vo1Uf1tad, y por lo mismo, el de la libertad que nace
de ambos. . ·
Toda
guerrª., en
todas sus formas, es obra de la
Hbertad desqui-
ciada
del hombre.
·
Lo que equivale a dB!'ir que to.da guerra es hija del pecado, «Todo
el mundo
Se ha
levantado eo guerra coritra los insensatos» (Sap.,
5,
821
•
Fundaci\363n Speiro
/OSE GUERRA CAMPOS
21), dice la Escritura en frase energ1ca ; porque toda criatura tiene
derecho a ponerse en guerra contra el hombre que se ha puesto en
guerra con Dios, arrancando su vida espiritual del quicio de la vida
divina. Esta es la filosofía, o mejor, la teología de la paz
y de la guerra ...
¡ La guerra ! Los hombres la temen; si la hacen, es para lograr la
paz.
Y porque la
temen, y porque el anhelo natural del hombre es
la paz, se ha trabajado lo indecible para eliminarla de la hnmana his toria. No obstante, la guerra es lacra perenne de la humanidad. Nadie
ha podido raerla de ella. Como momento excepcional de la Historia
nace el Príncipe de la Paz en una hora en que «todo el mundo estaba
compueSto en paz», dice la liturgia; cuando Roma, como caso único
en sus anales, había
certado las
puertas del
templo de J ano, símbolo
de
paz universal. A raíz de '1a última. guerra europea se predicó el
exterminio de toda guerra,
y la guerra ha seguido haciendo sns es
tragos en cien lugares del mundo.
En estos
tiempos de refinado
sentido jurídico
más que anhelo de la verdadera justicia se ha for
mado una Sociedad de Naciones para componer pacíficamente las
querellas de los pueblos. Es aspiración nobilísima; pero
dicen que 1a
Sociedad está en franca bancarrota. ¿No es porque no se habrá ins
pirado en la teoría cristiana de la paz? ... La guerra es pugna, es una fuerza que se levanta contra otra ...
A veces
esa lucha
tremenda se entabla en el fondo de
la conciencia
del hombre ... La paz espiritual queda rota si triunfa la pasión. Para
restaurar la paz del alma, con Dios y consigo mismo, hay que de
testar y borrar el pecado. La Cuaresma es el tiempo clásico de esta
paz. La Iglesia la ha instituido para librar las almas del pecado.
En el orden social ocurre algo análogo. También la vida social
tiene su «ley de pecado». Son
la-s fuerzas contrarias a la vida_ normal
de la sociedad. A veces se entabla la lucha en el campo político o pro
piamente social o económico. A veces estos t_res elementos se desequi
libran en· forma
tal ,que se rerurre a la fuerza de las armas para buscar
el equilibrio de la paz por el triunfo del más fuerte. El caso de la
guerra propiamente dicha.
Y es el caso de España. En su suelo bendito se ha producido este
fenómeno social, que ningún pueblo ha podido suprimir de su his,
toria. Hace más de veinte años pudimos libra-rnos de la guerra euro
pea, en cuyo torbellino entraron todas las naciones del viejo conti
nente; y ahora
la tormenta terrible se ha desencadenado sobre nuestro
país. En nuestra carta pastoral
antei;ior habíamos
concretado las ca
racterísticas de nuestra guerra, tan mal interpretada fuera de España.
En el presente escrito vamos a
dirigirqos principail~ente a
nuestro
país. Averigüemos si en el fond_o de la
contienda hay
alguna desvia-
82-2
Fundaci\363n Speiro
SENTIDO CRJSTIANO DEL E/EH.CITO
ción moral de carácter social; hagamos en este caso la confesión pú
blica de los pecados de España, aceptemos la penitencia que Dios nos
impone, que es
la misma guerra, y pidámosle, con propósito de en
mienda, que ilumine la ruta de nuestra hiStoria futura. La guerra coin
cide con la Santa Cuaresma ; indiquemos los medios con que España
pueda, en
el aspecto nacional, santificar su Cuaresma>>.
823
Fundaci\363n Speiro