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Masonería e ideología del mundo de hoy

MASONERÍA E IDEOLOGÍA DEL MUNDO DE HOY
POR
JOSÉANTONIOULLATE(*)
Cuando a alguien no familiarizado con la masonería se le expli -
can los principios de la institución y se le describen sus ritos y sím-
bolos, suele producirse una reacción doble. P or un lado, al analizar
los fundamentos intelectuales de la masonería (deísmo, ateísmo
práctico, cr eencia en el progr eso, laicismo...), la persona en cuestión
advierte que en gran medida son los mismos que dan forma al pen -
samiento de la mayoría de nuestros contemporáneos y, muy proba -
blemente, también al suy o propio. De hecho, no sólo los indivi-
duos, sino las sociedades de hoy se identifican largamente con el
ideal “ neutral” defendido por la masonería.
La segunda reacción tiene que v er con los rituales y con los sím-
bolos, es decir, con la parte más esotérica y propiamente disciplinar
de la masonería. En este sentido, la objeción fr ecuente suele ser:
“N o entiendo qué puede llevar a una persona a afiliarse a una orga -
nización en la que se hacen cosas tan raras”. El aparato cer emonial,
las ley endas y los sofisticados simbolismos resultan en general extra -
ños al hombre contemporáneo, habitualmente más atraído por un
tipo de esoterismo más superficial y de entretenimiento, con el que
no adquiere vinculaciones serias.
Estas dos reacciones reflejan la paradójica situación actual de la
masonería. Decía el G ran Maestro G amberini que “la masonería
tiene un solo modo de vencer: cuando el mundo profano acoge sus
Verbo, núm. 459-460 (2007), 755-770. 755
____________
(*) Nuestro querido colaborador , José Antonio Ullate, ha dado a la estampa, con
los tipos de Libros Libres un excelente ensay o titulado El secreto masónico desvelado ,
Madrid, 2007. Con la autorización del autor y editor , que agradecemos sinceramente,
es un placer para Verbo publicar su conclusión, bajo el título original ligeramente adap -
tado (N. de la R.).
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principios, cuando estos se convierten en patrimonio definitivo e
inalienable de la humanidad entera, cuando hasta los adversarios se
contradicen y los profesan como si fueran suyos”. Este es el triunfo
de la masonería, sí, pero desde el punto estrictamente organizativo,
probablemente significa también su decadencia. La filosofía masónica, tal como hasta aquí ha sido descrita, de\
s -
bor da ampliamente los confines de la organización: los grandes
temas del agnosticismo dogmático, del relativismo moral, de la cr e e n -
cia en el pr ogreso ilimitado, del laicismo... se han conv ertido en el
telón de fondo de la vida de nuestr os contemporáneos.
Retomando la distinción de Massimo della Campa entre maso-
nería “ d o c t r i n a ” y masonería “ o r g a n i z a c i ó n”, puede que la masone-
ría organización haya perdido gran parte de su vitalidad y que inclu-
so languidezca en casi todos los países, pero indiscutiblemente los
principios de la masonería se han impuesto, integrándose en la vida
cotidiana de la gran mayoría de los habitantes del mundo occiden-
tal. Es difícil que usted y yo nos sustraigamos a la influencia de estos
principios, influjo que se traduce en la tentación, hoy intensa, de
que nuestras convicciones pierdan su firmeza y adquieran una blan-
dura y provisionalidad que las haga aceptables socialmente. La masonería es un vehículo para transmitir un sistema ético y
doctrinal. Es innegable que ha cumplido su misión, una tarea en la
que no ha estado sola, pues esos principios, que se originaron fuera
de la masonería, han sido defendidos por muchos otr os. Una vez
más nos damos cuenta de cómo una ex cesiva obsesión con la orga-
nización masónica, un exagerado interés por la hipotética condi-
ción masónica de algunos personajes clave de la H istoria, ha traído
como consecuencia una inflación de la importancia de la institu-
ción en sí misma (que, indudablemente la ha tenido y la tiene,
como advirtieron los papas), en detrimento de un atento estudio de
sus ideas, de la génesis de éstas y de su progr esiva difusión en nues-
tro mundo (como también señalaron los romanos pontífices). Era conv eniente dedicar , pues, un libro a reflexionar sobre la
ideología de la masonería, en medio de tantos libr os –partidarios y
adv ersarios– centrados en la organización masónica y en las hazañ\
as
y bajezas de sus miembros. Convenía para que el lector interesado
pudiera encontrar de forma –más o menos– resumida una r espues-
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ta satisfactoria a la pregunta: ¿qué es la masonería?, al marge\
n de los
mencionados elencos de agravios o de logros.
¿Qué les ha sucedido a los católicos?Una ve z expuesta la ideología masónica y sus componentes
esenciales, y una v ez señalada también la extraor dinaria difusión de
un tipo de pensamiento similar al masónico en nuestra sociedad,
aún quedan algunas obser vaciones por hacer r elacionadas con la fe
católica. H emos visto cómo la I glesia advertía severamente contra la
adhesión a las logias, pero no sólo: la may or preocupación del
M agisterio iba dirigida contra los que denominó “ errores moder-
nos ”. El naturalismo, el indifer entismo religioso, el laicismo, la
negación de los der echos exclusivos de N uestro Señor J esucristo, la
cr eencia en un progr eso continuo son algunos de esos errores
modernos que, si bien encuentran acogida en la masonería, no se
limitan a ella. En general per vive entre los católicos una imprecisa noción de
que no es lícito ingresar en la hermandad masónica, noción lo sufi-
cientemente débil como para no suponer una traba r eal para quie-
nes se plantean seriamente la posibilidad de afiliarse a la entidad. E n
lo tocante a los principios, a los “ errores modernos”, no da la impre-
sión de que la masa de los católicos estemos suficientemente en
guar dia contra su influjo en nuestras vidas.
¿Qué puede empujar a un católico para hacerse masón? La afi -
liación a la masonería supone el ingreso en un círculo ex clusivo,
algo que, por sí solo, tiene un poder oso atractivo para ciertos espí-
ritus superficiales. Ése, junto a algunas confusas expectativas mate -
riales, puede ser un factor coadyuvante, aunque difícilmente decisi -
vo. La esencia de la masonería organización reside en su calidad de
estr uctura de transmisión de una doctrina iniciática. A unque la
doctrina masónica, ampliamente considerada, ex cede las fronteras
de la institución, ésta sigue conser vando para muchas personas el
atractivo de un sistema organizado, la fuerza atractiva de la adhe-
sión a un grupo . Pero, ¿qué puede buscar un católico tras las colum -
nas de la logia? El bautizado que decide iniciarse en la masonería
está demostrando un desafecto y un desconocimiento de su r e l i g i ó n ,
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un desafecto y un desconocimiento que se perciben también en una
multitud de católicos familiarizados con los erro res modernos.
E l “ católico masón ”
La vida de la gracia es el comienz o del Cielo en la tierra. El cris-
tianismo consiste en la gratuita adquisición de la condición de hi\
jos
de D ios y su desarr ollo, merced a los medios sobrenaturales que nos
ofr ece la I glesia. N o hay riqueza alguna, no hay excelencia ni placer
en esta tierra, que pueda asemejarse a la intimidad con D ios.
N ingún bien creado puede legítimamente interponerse entre el
alma del cristiano y su C reador que viene a hacer morada en él, per o
los bienes que D ios ha creado pueden y deben usarse ordenados a
esa unión con D ios. Cuando los autor es espirituales hablan de
menospr eciar el mundo no están diciendo que las cosas creadas sean
malas, sino que r ecuerdan que en nuestra condición no nos es posi -
ble v erlas como las v e Dios (“Y vio Dios que eran buenas ”), y que
aunque conoz camos su bondad esencial, debemos tener pr esente
que ejer cen sobre nosotr os una atracción que fácilmente absorbe
nuestra atención y nuestro interés dominante. Vivir para el mundo
o vivir para D ios, es la disyuntiv a del cristiano. Entre las tentacio -
nes que asedian al católico, una especialmente insidiosa consiste en
quer er “vivir para D ios y para el mundo ”, eliminando la alternati -
v a, buscando atajos que nos permitan conciliar los dos amores. Ese
camino de tibie za espiritual, que estanca el progr eso del alma,
fomenta en ella espejismos que la alejan más y más de su fuente de
agua viva. No es una tentación nueva, todas las almas, en todas las
épocas la sufren. El cristiano así desorientado empieza a buscar el
agua que calme su sed espiritual en objetos que no pueden saciarle.
B ajo esta influencia, el cristianismo languidece socialmente: queda
r educido a un cristianismo aguado que ya no recuer da la infinita
potencia de la fe, y si aún cr ee algo, desde luego no espera nada de
C risto aquí y ahora: su esperanza la pone en su trabajo, en sus
logros, sus div ersiones, sus placeres, su reconocimiento social...
Sin embargo el alma, “ naturalmente cristiana”, busca una entre-
ga total, r eligiosa, de adoración. He aquí que personas que sienten
fuertemente esa necesidad de “ religión” y que han nacido o han
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vivido dentro de un cristianismo desvirtuado, pueden creer que
cr een en Cristo y al mismo tiempo, buscar “ algo más”. Un algo más
que si no en la teoría, ciertamente sí en la práctica, en el afecto de
esos cristianos se sitúa por encima de Cristo .
E l ex maestro masón John S alza explica cómo algunos católicos
tienden a ver los rituales de la masonería “no como algo paralelo o
alternativo al cristianismo sino más bien como algo subordinado y
complementario al cristianismo . El uso que se hace dentro de las
logias, en algunos rituales, de algunos pasajes del Nu e vo
T estamento puede favorecer esa impresión ”. Salza continúa expli-
cando que ese uso –en el que suprimen las referencias a J esucristo–
“ no está pensado para inculcar la doctrina cristiana a sus miembros.
Estos pasajes se usan para confundir a los bautizados haciéndoles
pensar que la logia es una entidad cristiana, mientras en realidad les
v an empujando a aceptar la visión masónica del mundo que inclu-
ye el r elativismo religioso ”.
Así, con la conciencia tranquila, un católico desgajado de la vida
espiritual, puede llegar a creer que “la logia es una entidad cristiana ” ,
mientras se aleja más y más de la fe. Un católico semejante no con-
siderará demasiado grave que los papas hayan alertado sobre la
imposibilidad de seguir siendo católico al ingresar en la masonería,
pues se trata –para él– de cosas lejanas, cambiantes y de poco v a l o r.
P ero, después de todo ¿por qué tomarse la molestia de dar ese
paso hacia la logia, cuando uno se puede tranquilamente dejar lle-
v ar por el pensamiento socialmente dominante hoy , tan afín a la
filosofía masónica? E l Padr e Edwar d Leen, en una obra magnífica
(¿P or qué la C ruz?) observaba que “ el gran anhelo del corazón de
todos los hombr es es el de encontrar una teoría sobre la existencia
que permita que la vida sobre la tierra le proporcione felicidad”. La
logia ofrece, amén de satisfacer la vanidad, un sistema cerrado, eso -
térico, organizado y pautado, una completa “teoría sobre la existen -
cia ”, que ejerce un seductor atractivo para quien olvidó que la razó\
n
y el fin de la vida humana es J esucristo.
E n el siglo XVII este sistema atraía aún con más fuer za a
muchos espíritus alienados de la fe, que “ fantaseaban” con las secr e-
tas actividades de los masones. Como explica el masón Churton: “El comienzo del siglo XVII fue una época en la que los
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intelectuales y no sólo ellos estaban fascinados por los sím-
bolos y por el esoterismo. No podían evitar fantasear en
torno a qué se habían dedicado durante siglos los francma -
sones. Aquella gente había comenzado a echar de menos
algo del mundo medieval. En el tiempo de Ashmole existía
entre la gente educada un difundido sentimiento de que
algo vital per teneciente al mundo antiguo sin duda se había
per dido (y era necesario recuperarlo: véase por ejemplo la
Nuev a Atlántida de Francis B acon, de 1627), al igual que
el mundo de los monasterios, con todo lo que implicaba, y
la época de la caballería también se habían perdido . Los ini-
cios del siglo XVII contemplar on el nacimiento de un
nuevo interés en la mitología de la Atlántida, en la alqui-
mia, y en la idea hermética de una ‘ prístina teología’: aque-
llos granos de la sabiduría original que habían pasado de
una generación a otra desde la primera antigüedad a través
de círculos herméticos de iniciados. Quizás, conver tirse en
un masón aceptado en la época de Ashmole era una mane-
ra de aferrarse a un cier to sentido de raigambre, mientras el
Estado estaba ocupado decapitándose a sí mismo después
de un siglo de alborotos r eligiosos”.
Aquellos hombr es echaban de menos “ un suplemento de espí-
ritu ”, añoraban la época de los monasterios y de la caballería, per o
no pasaba por su mente acudir a la fuente que había generado aque -
llas suspiradas instituciones. Al contrario, aquel anhelo les empuja-
ba a buscar el ideal hermético y mágico .
Como señala Chur ton al final de su cita, los enfrentamientos
r eligiosos de aquella época (que produjeron en las almas un escán-
dalo que aún per dura) estaban detrás de la aspiración a encontrar
una “ prístina teología ”, una teología original, anterior a la r evela-
ción, que satisficiera su apetito religioso sin encerrarles en una
“secta ” más.
Lo anterior nos permite en cier ta medida comprender cómo
sucedió esa seducción, per o no la justifica.
El hombr e, en cuanto criatura de Dios, está obligado por la Ley
natural a buscar el último fin que Dios mismo le ha asignado, y a
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hacerlo con los medios que Dios ha puesto a su alcance mediante la
R evelación. Ese último fin de todo hombr e es la posesión de la glo-
ria de J esucristo, y los medios para alcanzarlo son los de la gracia de
Jesucristo. De modo que el hombre que rechaza su fin sobrenatural
(en nuestro caso, quien se afilia a la masonería) infringe el propio
orden natural, y eso por partida triple:
●T oda criatura está obligada, por la ley natural, a buscar su
fin último, per o el hombre, al margen del orden sobrena -
tural, no tiene otr o fin último en el or den natural. Si no
logra su fin sobr enatural, se frustra también en el orden
natural.
● Por la ley natural, el ser humano está obligado a obedecer
a D ios, su creador . Siendo así que el Creador ha querido
que el hombr e conociera mediante la Revelacion –rev ela-
ción rodeada de pruebas suficientes para cualquiera– su
v oluntad de elevarle a la vida sobrenatural, si el hombr e la
r echaza, también infringe su obligación natural hacia Dios.
● Por todo lo anterior , cuando el hombr e rehúsa los fines y
los medios sobrenaturales se vuelve incapaz de cumplir el
r esto de sus obligaciones morales naturales. Sin la gracia, el
hombr e no puede evitar durante mucho tiempo infringir la
moral natural.
Esta es la situación de quienes menosprecian la v oluntad de
D ios y el or den de la gracia: violan la ley divina, conculcan la ley
natural, se imposibilitan para alcanzar su fin último y se vuelven
impotentes en el mismo orden moral natural. O bjetivamente
hablando, la última consecuencia es la menos grave, pero desde el
punto de vista de la pretensión masónica de ser una escuela de é\
tica,
resulta sangrante. La masonería promete hacer hombr es mejores,
cuando en r ealidad se convier te en el mayor obstáculo para la per-
fección de sus miembr os.
La r eligión r educida a moral
E n 1517, el surgimiento del pr otestantismo inicio una crisis
religiosa y social que se convirtió en permanente tras la firma de los\
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pactos de Westfalia en 1648. En aquellos tratados se aceptó como
un hecho fatal e inalterable el que los antiguos habitantes de la
C ristiandad (a partir de entonces, “los europeos ”) ya no podían
ponerse de acuer do sobre el contenido de la religión cristiana. A
partir de ese momento se instaurará una primacía de la moral sobr e
las difer encias dogmáticas. Esta corriente no sólo afectó al mundo
protestante, sino también, de forma muy intensa, a la parte católi-
ca de E uropa. La enseñanza que se derivaba de aquellos tratados de
paz era que cada país debía conser var la forma de religión que había
abrazado y que en adelante el lenguaje común para entenderse entre
ellos no sería ya el dogma, sino una “ moral común”. En la práctica
la moral adquiría una preeminencia sobre la fe: se convertía en el
único terr eno firme y compartido, que no era fuente de conflictos
y divisiones. Téngase en cuenta que en los acuerdos de Westfalia daban carta
de naturaleza a algunos hechos muy significativos:
a) Se aceptaba como hecho inalterable la diferencia de r e l i g i o n e s ;
b) Se aceptaba que los difer entes reinos tienen, de suyo, dis-
tintas r eligiones. S e fija un criterio historicista: al momen-
to de la firma de los acuerdos determina que unos países o
principados seguirán una r eligión y los otros, otra. La reli-
gión de los súbditos deberá ser la de la nación. Aunque este\
principio también estaba r ecogido en la paz augsbúrguica
de 1555, en los acuerdos de Westfalia se pr etende darle una
fijeza inalterable;
c) Algo muy significativo y nov edoso: se excluye a la Santa
Sede de la firma del acuer do. El P apa Inocencio X, promul -
gó el Brev eZelo domus Dei (1648), con el que denunciaba
los acuer dos y los declaraba nulos en lo que tocase los der e-
chos de la Iglesia católica. E l emperador, supuestamente el
monarca católico por antonomasia, impidió que el B reve se
publicara en sus r einos y el rey de F rancia, a través del
Car denal M azzarino, hizo lo propio .
Estos tres factor es sellan la convicción de muchos de que no nos
es posible conocer r ealmente cuál es la v oluntad de Dios, ni qué
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medios nos proporciona para alcanzarla. Este es el escándalo funda-
mental del que se derivan muchos otr os.
A partir de entonces la moral se va a conver tir en la lengua fran-
ca de la civilización europea. Ya no parece legítimo hablar de dife -
rencias de religión, que deben quedar para lo íntimo de cada con-
ciencia. Lo único raz onable es exigir el cumplimiento de las normas
morales generales que se deducen del E vangelio.
E l ex dirigente del Comité Central del P artido Comunista bri-
tánico Douglas H yde, escribió que “durante algunos siglos se había
dicho a los hombres que no importaba lo que creyesen: con tal de
que fueran ‘hombres buenos ’ podían creer en cualquier cosa. Esto
ha conseguido que la mayoría de los hombres no cr ean en nada”.
R ealmente ha sido así: en una gran cantidad de casos, los cristianos
de E uropa, aunque siguieran profesando la r eligión católica, habían
sido escandalizados en su interior, y aun conser vando el nombre de
cristianos, se habían ido apartando de la sencilla esperanza en
J esucristo, su premio en el Cielo y viático en la tierra, para confiar
cada v ez más en el empeño de lograr una vida r ecta y exitosa. Esa
aspiración, pr escindiendo de la gracia, significó la indiferencia
generalizada de las almas hacia J esucristo.
E l cristiano que ingresa en la logia no ha conocido la riqueza de
la vida espiritual y , por esa vía, se entrega a una forma de r eligiosi-
dad que no es sino una reformulación de la vieja tentación pagana.
Como decía Albert Pike:
“La masonería enseña y ha preser vado en su pureza los conte-
nidos cardinales de la vieja r eligión primitiva, que subyacen y
constituyen la fundación de todas las r eligiones. Todas las reli -
giones que han existido han tenido una base de verdad, pero
todas han enterrado la verdad bajo el error”.
Esa religión pagana no oculta su desprecio por las r eligiones
“ que han enterrado la verdad bajo el error ”, bajo el dogma. La
masonería se preocupa de enseñar, como hemos indicado abundan -
temente, cómo ésta se puede conciliar con cualquier credo, pero
deja claro que en ese caso hay que “ desenterrar la verdad” oculta tras
el dogma de la r eligión: “Persuádete –dice G odfrey Higgins– de que
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Dios está igualmente presente en el templo con el piadoso hindú,
en la sinagoga con el judío, en la mezquita con el mahometano y en
la iglesia con el cristiano ”.
Un hombre de buena voluntad puede, ingenuamente, pensar que
la masonería trata sólo de temas filantrópicos y humanitarios, dejan-
do inalterada su fe cristiana. Se engaña, y si no recapacita, ese enga-
ño acabará por separarle definitivamente de J e s u c r i s t o. El “hermano”
Dantón explica nítidamente la filosofía de la religión que adquirirá el
masón dentro de esa sociedad filantrópica. Para este Dantón, cual-
quier religión es una creación humana en la que hay que
“catequizar con la verdad r evelada, hay que prescribir r eglas,
hay que pr edicar los dogmas constituidos, hay en fin que crear
un terrible lecho de P rocusto al que se ajuste la conciencia
humana”.
Frente a esa cerrazón de las religiones, el masón apr ende que la
masonería
“ha seguido una senda opuesta; no ha hecho ostentación de
sus principios, no ha conminado con penas, no ha sentado
dogmas inmutables ni ha cercado su campo, sino que, fiján-
dose en el hombre, en quien no ha podido menos que r econo-
cer el sentimiento de la sociabilidad, se ha constituido en
sociedad para que los fines humanos se cumplan con mayor
perfección; deja a todos amplia libertad de conciencia y ofre-
ce la r eforma a medida que el tiempo lo vaya exigiendo ”.
El masón que se dice cristiano r educe su religión a unas cuan-
tas r eglas de conducta y la despoja de su auténtica consistencia. La
r educción de la religión a mero código moral y la pr ogresiva r ebe-
lión de la naturaleza contra la gracia, son algunas de las consecuen -
cias prácticas del naturalismo . Como decía el Padre Denis F ahey, la
masonería es una forma de “ naturalismo organizado”.
El err or masónico de pensar que la moralidad es suficiente sin
la fe dogmática no sólo se opone a la inmemorial doctrina católica,
sino también al buen sentido . Todo principio moral consiste nece-
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sariamente en un dogma puesto en práctica. Más aún, como Dios
ha revelado a los hombres sólo una religión y la ha hecho obligato-
ria (haciendo que los hombres puedan conocerla), es una contradic -
ción intentar llevar una vida virtuosa rechazando aquellas verdades
divinas. P ara quienes así piensan, el hombre para ser virtuoso debe -
ría infringir la primera y más importante de sus obligaciones: la de
obedecer a Dios. U na doctrina y una organización que aspir en a eso
son engañosas usurpaciones que anuncian una sólida moralidad
autónoma, cuando en realidad generan una completa inmoralidad.
E l “ católico indifer ente”
P ero al católico no le basta con eludir la logia: fuera de ella se
extiende cada vez más ese pensamiento dominante indiferente hacia
J esucristo. Esta expansión viene a suponer una afiliación “ pasiva”,
no ya a la masonería, pero sí a la doctrina profesada por ella. El peli-
gr o no es sólo el “ naturalismo organizado ”, sino también, y seguro
que en mayor medida, el “ naturalismo desorganizado” que hoy
impera creando una atmósfera incompatible con la vida de fe.
Hace más de setenta años, el P adre Edward Leen describía el
peligro de este “ naturalismo desorganizado ”:
“U n considerable númer o de cristianos está permitiéndose
absorber unos principios que minan la constr ucción del pen-
samiento cristiano . No se dan cuenta de que para el cristianis -
mo es mucho más peligroso vivir en una atmósfera de natura-
lismo que estar expuesto a la persecución directa. En los vie-
jos tiempos del Imperio r omano, los que se alistaban bajo el
estandarte de Cristo veían, con una claridad lógica, que esta-
ban obligados a cortar amarras con la vida social del mundo
en el que vivían: con sus gustos, con sus costumbres, con sus
entretenimientos. La línea de demarcación entre la vida paga -
na y la vida cristiana era cor tante, claramente definida y evi-
dente. Los cristianos modernos no están en una situación tan
favorable. E l armazón de la organización social cristiana aún
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sobrevive (n.d.a: en 1939). Esta organización da la impresión
de ser tan sólida e imponente que fácilmente nos pasa desaper-
cibido el hecho de que ha perdido su alma. B ajo el refugio de
esa organización vital cr eada por el cristianismo se han infil-
trado costumbres, modos de comportarse, hábitos de pensa-
miento, quizás aún más antagónicos con el espíritu del cr\
istia -
nismo que las costumbres y las maneras de la R oma pagana”.
El P a d re Leen analizaba el modo de difusión de ese pensamiento:
“Esta infiltración de un paganismo post-cristiano ha sido con -
tinua pero lenta, y su avance r esultaba imperceptible. El cris-
tiano de ho y en día piensa que está viviendo en una civiliza -
ción cristiana. S in prevención, sigue la corriente de la vida
social a su alr ededor. Sus diversiones, sus placer es, sus anhelos,
sus juegos, sus libros, sus periódicos, sus ideas sociales y polí -
ticas son prácticamente las mismas que las de las personas con
las que se junta y que pueden no conser var ni un vestigio de
principios cristianos en sus mentes. Sólo se diferencia de ellos
en que mantiene algunas creencias religiosas distintas y en que
se aferra a algunas prácticas religiosas difer entes. Pero aparte
de eso, en lo que llamamos mundo civilizado, no existe nin-
gún contraste llamativo entr e la conducta vital visible de un
cristiano y de un no cristiano. A los cristianos les divierten y
les interesan las mismas cosas exactamente que atraen a los
que han abandonado toda cr eencia en Dios. El resultado es un
cr eciente divorcio entre la r eligión y la vida en el alma del
individuo cristiano . Poco a poco su fe deja de ejer cer un efec-
to determinante sobr e el conjunto de las ideas, de los juicios y
de las decisiones en lo que él considera su vida puramente
“profana ”. Su fisonomía, en cuanto ser social, no conser va ya
traza alguna del efecto formativo de las creencias que pr ofesa.
Y rápidamente su fe se convier te en algo heredado por tradi-
ción, una r utina, y deja de ser algo hacia lo que se dirige la
mirada en busca de una fuente real de vida ”.
La estremecedora claridad del diagnóstico de E dward Leen
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pone el dedo en la llaga: el cristiano de hoy –de hace ya mucho
tiempo– no siente ya prevención ante la “corriente de la vida social
que le rodea”. Siente que tiene ciertas peculiaridades, lo mismo que
cada uno tiene ciertas costumbres familiar es, pero éstas son irrele-
v antes a la hora de determinar “las decisiones en lo que él conside-
ra su vida puramente profana”. Así y todo, no percibe que una
sociedad cristiana pudiera ser esencialmente diferente a la sociedad
actual. De hecho, ésta esuna sociedad cristiana para muchas personas.
A la luz, por la Cruz Un libro sobre la masonería escrito por un católico que se limi-
tara a describir objetiv amente la doctrina masónica, constatando
que la I glesia ha pr ohibido la afiliación a esa organización y expli -
cando las razones de esta pr ohibición, sería un libro incompleto.
P or más que descendiese a muchos detalles sobr e la incompatibili-
dad de ambas instituciones, si finalmente se abstuviera de recor dar
que no se trata sólo de evitar una organización que niega la verdad
de la religión de C risto, sino que es necesario vivir la filiación divi-
na que nos pr oporciona Jesucristo, sería un libro a medio terminar .
H e revisado la doctrina que r ezuma la masonería. He dejado al
margen otros temas muy inter esantes, como son las particularida-
des de los altos grados, la posibilidad de existencia de otras formas
de organización dentro de la misma masonería –de masonerías \
den -
tro de la masonería– y lo he hecho deliberadamente. P orque sólo
me inter esaba exponer la masonería a secas, la masonería que cono -
ce todo masón. Las actividades o las doctrinas que sólo afectan a
algún grupo determinado de la masonería son irrelevantes a la hora
de responder a la pr egunta ¿qué es la masonería? De hecho, los
papas –salvo menciones ocasionales, a los carbonarioso los univer -
sitarios– hablaron de la masonería en general, de la masonería en sus
rasgos esenciales y al condenarla condenaron la masonería sin par-
ticularidades. Después de conocer la naturale za de la masonería y de ver las
razones por las que fue condenada, en este capítulo final he señala-
do la patología del cristianismo que ha permitido la deser ción de
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tantos católicos inscritos en las logias y que hoy favorece otra defec -
ción aún más amplia, la de los católicos para los que su fe \
no es más
que una peculiaridad familiar , sin incidencia real a la hora de deter -
minar sus criterios y sus decisiones en la vida diaria.
Llegados a este punto me ser viré todavía de las palabras cristia-
nas del P adre Leen, para decir que el cristiano sincero tiene que
darse cuenta “ de que debe r eaccionar violentamente contra el
medio en el que viv e”, de que “ uno no puede ser un auténtico cris-
tiano y vivir como vive la masa de los hombres en la sociedad civi-
lizada ”. Urge que los cristianos tengan un cambio de actitud hacia
su fe, que se vuelvan a ella para pedirle la vida, que vivan de ella:
“No es en las fuentes del mundo, sino en las ocultas fuentes
de la fe donde los hombres encontrarán refrigerio, luz y paz,
en una palabra: la vida ”.
“V uestra fe, la fe cristiana –insistía Edwar d Leen– hasta ahora
no ha sido para v osotros todo lo que podía y debía haber sido ”. Es,
pues, urgente vivir de la fe, para lo cual hay que romper con el
ambiente:
“¿Es acaso posible respirar un aire contaminado sin que nues-
tros pulmones se vean afectados por él? E l cristiano de hoy,
nace y crece en una sociedad prácticamente descristianizada
del todo . Su sistema de pensamiento, que determinará sus cri -
terios, sus gustos y sus juicios en todos los asuntos de impor-
tancia, se corrompe de manera gradual por los err ores domi-
nantes en la sociedad. Estos errores flotan como gérmenes
malignos en los medios por los que se transmiten ideas a la
mente: en libros, en obras de teatro, en películas, en periódi-
cos, en conferencias y en cualquier otro medio usado para pro-
pagar las ideas humanas [sobre todo en la televisión, n.d.a]. E l
cristiano que, bajo la acción de la gracia divina, encuentra la
fuerza y el coraje para revolverse contra los criterios de valor
dominantes, de un modo instintivo se vuelve hacia los santos
en busca de un esquema vital satisfactorio ”.
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A muchos de nosotros, católicos del siglo XXI, nos suena ana-
crónica y fuera de toda r elación con la realidad esta inv ocación de
los santos como ejemplo para la vida cotidiana. Vemos claro que
tenemos otros ejemplos más a mano, a los cuales nos ajustamos,
per o los santos... Leen insiste:
“Los auténticos hombres son los santos, y sólo ellos han sabido
realmente en qué consiste la vida ”.
E n qué consiste la vida... Ése es precisamente el argumento que
hemos utilizado para dar la espalda a los santos: “ sí, pero la vida es
otra cosa...” De un modo suicida, los cristianos –en par ticular en
estos últimos cincuenta años– hemos pensado que la vida tení\
a que
ilustrar nuestra fe, y se nos ha ocurrido que “ el mundo” era exper -
to en la vida, que nos podía enseñar . Nos hemos vuelto hacia el
mundo para aprender a vivir , y la fe se ha vuelto cada día más ale-
jada de la vida, como confirmando nuestra intuición: aprendamos
antes a vivir , para vivir la fe. P ero lo que en realidad ha ocurrido es
que nuestra fe cristiana no ha sido para nosotros todo lo que podía
haber sido: para los que llaman a la puerta de la logia y para los que
se dejan llev ar por los esquemas del mundo, para los que viven una
fe a duras penas. Siguen r esonando las palabras de J esucristo: “Venid a Mí los
que estáis cansados y agobiados ”, “He venido para que tengáis vida
y vida abundante ”; palabras, por cier to, predicadas a la luz del día,
no como los falsas promesas de la masonería: “He hablado al abier -
to, ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el
T emplo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a
ocultas”. Hoy –cuando par ece más improbable– la fe sigue siendo la vic-
toria que vence al mundo .
Ése es el mensaje de este libr o para quien permanece en la logia
y para quien considera la posibilidad de entrar; para quien viv e con-
forme a los dictados del pensamiento del mundo y para el cristiano
que soporta la fe sin vivir de ella:
M A S O NE R Í A E ID E O LO G Í A DE L M U N DO DE H OY
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“Fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder . Revestíos
con las armas de Dios para poder resistir las asechanzas del
Diablo . Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre,
sino contra (...) los Espíritus del mal que vagan por los air es.
P or eso, tomad las armas de D ios, para que podáis resistir en
el día malo, y después de haber vencido todo, manteneos fir-
mes. ¡En pie, pues!: ceñida vuestra cintura con la Verdad, y
revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el
Celo por el E vangelio de la P az, con el escudo de la F e siem-
pre en las manos, para que podáis apagar con él todos los
encendidos dardos del M aligno. Tomad también el y elmo de
la S alvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de D ios;
siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el
Espíritu, v elando juntos con perseverancia e inter cediendo
por todos los santos ” (Ef. 6, 10-18).
La esencia de la masonería es el naturalismo y la esencia del cris-
tianismo, la vida sobrenatural. A nosotros nos corresponde la elección.
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