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Deberes y derechos de la persona y la familia

DEBERES Y DERECHOS DE LA PERSONA Y LAFAMILIA
POR
GERARDOPALACIOSHARDY(*)
La humanidad es el único dios
totalmente falso1
1. El hombre, ¿qué es?
Esto y cada vez más convencido de que el abordaje de un tema
como éste, así como también el de la mayoría –si no todas– de las
graves cuestiones que ha puesto en jaque la modernidad, requiere
como presupuesto, como premisa básica y como pórtico de acceso,
dos definiciones: una, acerca del hombr e; la otra, acerca de Dios.
A pr opósito de nuestro tema, el Papa reinante ha dicho que el
fundamento antropológico de la familia “ no se puede separar de la
pregunta antigua y siempre nuev a del hombre sobre sí mismo:
¿quién soy?, ¿qué es el hombr e? Y esta pregunta, a su vez, no se
puede separar del interrogante sobr e Dios: ¿existe Dios? Y ¿quién es
D ios?, ¿cuál es ver daderamente su rostro?” (2).
Verbo,núm. 459-460 (2007), 771-793. 771
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(*) Con mucho gusto damos la bienvenida a nuestras páginas al distinguido pr ofe-
sor y abogado argentino G erardo Palacios Hardy , vicepresidente del Instituto de
F ilosofía P ráctica de Buenos Air es, seguidor de Verbodesde hace largo tiempo y desde
ahora, también, colaborador (N. de la R.). (1) N icolás Gómez Dávila, Nuevos escolios a un texto implícito , Bogotá, Villegas
E ditores, 2005, Tº I, pág. 64.
(2) Benedicto XVI, Discurso del 6/6/2005 en la cer emonia de apertura de la asamblea
eclesial de la diócesis de Ro m a, en L’ Os s e rva t o r e Romano (edic. en español) del 10/6/2205.
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Deberían ser éstas las primeras preguntas (y por eso las más
impor tantes) que los periodistas tendrían que hacer a los políticos
que se postulen para gobernantes. De la noción que tuvier en del
hombr e, podríamos deducir como se proponen tratarnos; y de la
idea que se hubieren forjado de D ios, podríamos colegir cuánto
gravitará E l en sus decisiones. Es que en todas las cuestiones políti-
co-sociales –incluido el derecho– sub yace una antropología, y más
allá de ella, una metafísica. Cuando el hombr e olvida qué y quién es, o cuando intenta vivir
negándolo o desconociéndolo, deja entonces de aspirar a la perfec-
ción de su naturaleza. Y cuando reniega de Dios, que es su creador ,
r eniega de sí mismo, imponiéndose un destino que empie za en sí
mismo y en sí mismo se termina. B ien se ha dicho: “El hombre deja
de ser hombr e verdadero cuando ya desconoce quién es, para qué
está en el mundo, de qué es capaz y de qué está necesitado . El que
sabe quien es conoce su origen y su destino, para qué vive y para
qué muer e, y por eso r echaza otras propuestas que se le ofrecen
como falsificaciones del sentido de la vida ” (3).
Manuel G uerra, en un libro notable de su autoría, recuerda una
antigua narración oriental, según la cual “ un rey mostró un elefan-
te a varios ciegos, pero a ninguno permitió palparlo por entero. Les
dijo sólo que se trataba de un elefante. A continuación los reunió a
todos y les pr eguntó: «¿Qué es un elefante?». U n elefante es como
un caldero, como un abanico, como una r eja de arado, como un
poste, como una escoba... Tales fuer on sus contestaciones, según
hubieran examinado la cabeza, la or eja, el colmillo, la pata o el rabo
con su extremo peludo. Cada uno, además de exponer , se empeña-
ba en imponer su impresión en medio del griterío –¡un elefante no
es así, así es un elefante!–. Y acabaron a golpes. La narración con-
cluye: «M uchos pier den el tiempo en disputar entre sí, incurriendo
en la contradicción de las personas que sólo ven una parte, no toda
la r ealidad ni toda la v erdad.»” (4).
En nuestr os días abundan las visiones mutiladas, es decir las
que consideran al hombr e tan sólo en alguno de sus múltiples
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En una breve oración, San Agustín pide así: “D ios mío, siempre el mismo, conózcate a
T i, conózcame a mi, he aquí mi plegaria ”.
(3) Manuel M atos, s.j., en ABC (Madrid), 30/10/2004, pág. 56.
(4) Manuel G uerra, El enigma del hombre, P amplona, EUNSA, 1978, pág. 23.
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aspectos. Tributarios como son de ideologías o falsas filosofías, no
v erán en el hombre sino una pura animalidad –como deriv ación de
sus convicciones materialistas–, o como mente –como derivación
del idealismo cartesiano– o como a un sujeto que se crea y se renue -
v a constantemente a sí mismo y a la realidad en la que se encuen -
tra –como expresión de sus absur dos dogmas racionalistas–.
Solamente la filosofía cristiana, católica, her edera de lo mejor
de la filosofía griega, toma al hombre en su totalidad, en su integri\
-
dad, es decir , como el hombr e es: una sustancia individual viv a, cor-
pór ea y también espiritual, de naturaleza racional, cr eado por Dios
para estar en el mundo, pero llamado por El a participar de su vida
trascendente.
2. La persona humana.
El hombre es todo lo que acabamos de decir , pero además tiene
personeidad , es decir, es persona.
Siguiendo en esto a M illán Puelles (5), comencemos por seña-
lar que el hecho de repudiar las visiones materialistas no debe hacer -
nos incurrir en un err or contrario, pero simétrico, cual sería el de
negar que el hombre tiene un componente material o, con may or
propiedad, específicamente animal. Ello hace que el hombr e tenga
necesidades materiales, igual que las tienen los animales, y que,
como éstos, tienda a satisfacerlas por instinto . Pero lo que aún en
esto difer encia al hombre de los animales, es que él no procederá
sólo por instinto, sino que es capaz de darse cuenta de la existencia
de esas necesidades materiales y , en consecuencia, de que tiene el
deber de satisfacerlas. P or eso Millán Puelles dice que en el hombre
las necesidades materiales son, a la vez, necesidades morales.
Ahora bien, como es ob vio (en el sentido que no requiere
demostración) solamente el ser libre es capaz de tener deberes. E l
ser que obra por puro instinto no lo hace por deber , sino por exi-
gencia de su mera naturaleza. Es la liber tad lo que capacita a obrar
por deber .Y al ser que tiene libertad es al que llamamos persona.
A esto se debe agr egar que para que la liber tad sea posible, la
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(5) Antonio Millán Puelles, Persona humana y justicia social, Madrid, Rialp (5ª
ed.), 1982.
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persona necesita tener entendimiento o, si se prefiere, racionalidad.
No hay libertad si no hay comprensión de los actos. P ero el enten-
dimiento o la facultad de pensar no es algo material, por lo que no
puede tener su principio en el cuerpo, que es materia, sino en algo
que no es material y que, por eso, llamamos espíritu. Por tener un cuerpo, pues, tenemos o sentimos necesidades
materiales, que en el hombr e constituyen deberes y por eso también
llamamos necesidades morales; y por tener entendimiento o racio-
nalidad, estamos sujetos a necesidades distintas a las del cuerpo, que
por eso llamamos espirituales y que, por lo dicho, son también
deber es para el hombre. Entre ellas se encuentran la r eligión, el arte,
la ciencia. Lo expresado le permite concluir a Millán Puelles que la perso-
na humana es “ un ser que por tener , no sólo instintos, sino también
entendimiento y libertad, es capaz de sentir necesidades morales (6),
tanto con r elación a su cuerpo como respecto a su espíritu, y que,
por ello , tiene también der echo a satisfacer esta doble clase de necesidad.
La categoría o necesidad de la persona humana llev a consigo misma este
der echo que es corr elativo de aquellas necesidades y obligaciones ” (7).
3. Los der echos del hombr e.
Los der echos del hombre son, en definitiva, la contrapartida de
sus deber es y obligaciones. Dicho de otro modo, el hombr e tiene
der echos para que le sea posible satisfacer sus necesidades morales,
que son tanto materiales cuanto espirituales. S i por ejemplo está
claro que tengo el deber de alimentarme, porque de lo contrario
moriría, fluye lógicamente que debo contar con el der echo a procu-
rarme los alimentos; de donde pueden deducirse, entonces, el der e-
cho a trabajar , a ser justamente r etribuido por mi trabajo, a adqui-
rir la propiedad de bienes útiles. E l hombre, pues, es tanto sujeto de
der echos cuanto sujeto de deber es.
Cuando el hombr e, con su libertad y entendimiento, comprue-
ba que tiene necesidades morales u obligaciones y que por esa
misma razón, es preciso que tenga der echos, en último análisis cons -
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(6) Esto es, deber es u obligaciones.
(7) Antonio Millán P uelles, op.cit., ed.cit., págs. 14/15. E l subrayado es mío.
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tata, una vez más, que la realidad o el cosmos está sometido a un
orden. Un orden que el hombre no hizo, pero del que sin embargo
participa.
Ese orden que se le hace patente o visible a su inteligencia, con
el auxilio de su razón lo conduce a D ios, que es su autor y que al
mismo tiempo gobierna todo el universo, conduciéndolo a su fin (8).
T al gobierno divino de la creación, como dice también Santo
T omás, tiene naturaleza de ley , que se denomina ley eterna (9), la
cual se imprime en el corazón del hombr e, haciéndolo capaz de dis-
cernir entre lo bueno y lo malo y de or denar él mismo libremente
sus acciones hacia el fin último. Esa participación de la ley eterna
en el hombr e es lo que se llama ley natural (10), una de cuyas par-
tes (la que r egula las relaciones de justicia de los hombr es entre sí)
es el llamado derecho natural normativo, del que, a su vez, deriv an
los derechos natur ales subjetivos, llamados también der echos o prin-
cipios fundamentales del hombre (11).
Los derechos que el hombre comprueba tener como contrapar-
tida de sus deberes son pues el resultado de la impresión de la ley
divina en su naturaleza y , en consecuencia, tienen su fundamento
último en Dios. E lder echo natur ales por ende objetivo, universal,
inmutable, de modo que el hombre, a causa del mal uso de su liber -
tad, podrá desconocerlo y hasta violentarlo, pero jamás abolirlo o
transformarlo a su antojo .
Creencia esta a la que el hombre había llegado desde muy anti -
guo, incluso antes de la llegada de C risto. Conocida es la réplica que
Sófocles pone en boca de Antígona, cuando el tirano Creonte le
prohibe dar sepultura a su hermano: “... ni creí que tus bandos
habían de tener tanta fuerza que habías tú, mor tal, de prevalecer
por encima de las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses.
Que no son de hoy ni son de ayer , sino que viven en todos los tiem-
pos y nadie sabe cuándo apar ecieron. No iba yo a incurrir en la ira
de los dioses violando esas leyes por temor a los caprichos de hom-
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(8) Suma Teológica, I, q. 2 a. 3 y q. 103 a. 1.
(9) Suma Teológica, I-II, q. 91 a. 1.
(10) Suma Teológica, I-II, q. 91 a. 2.
(11) Cfr . Bernardino Montejano, Curso de Derecho N atural, Buenos Aires,
LexisN exis Argentina (8ª ed.), 2005, Capítulo IX, esp . pág. 202.
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bre alguno ” (12). Y Cicerón, con extraor dinaria elocuencia, habrá
de decir: “Si los mandatos de los pueblos, los decretos de los impe-
rantes, las sentencias de los jueces fundasen el derecho, de der echo
sería el robo, el adulterio, el falso testamento, si en su apo yo tuvie-
sen los v otos o aprobación de la multitud. S i en los juicios y man-
datos de los ignorantes existe tanta autoridad que sus sufragios cam -
bian la naturaleza de las cosas, ¿por qué no decr etan que lo malo y
pernicioso sea declarado en adelante como bueno y saludable? ¿ Y
por qué la ley que de lo injusto puede hacer lo justo, no podrá ha\
cer
del mal un bien? Y es que para distinguir una ley buena de otra
mala tenemos una r egla solamente; la naturale za. [...] Hacer depen-
der esta noción de la opinión general y no de la naturaleza, es ver-
dadera locura ” (13).
F ue pues una creencia antigua la de que el hombr e pertenece a
un or den que le es extrínseco, en el sentido que le viene dado por
su misma naturaleza, término que, en el decir de un autor , es de la
misma raíz que «nacer», por lo que puede decirse que “ nuestra
«naturale za» es lo que tenemos por nuestro nacimiento ” (14).
Creencia que se traducirá en la aceptación de que la ley positiva,
esto es la que sancionen y pr omulguen los hombres, debe tener
siempr e correspondencia con una norma superior , objetiva, cuyo
autor no es el hombr e, sino Dios. Esa norma superior legitimala ley
positiv a, de modo que sin aquella correspondencia la ley será r epu-
tada injusta o tiránica, quedando el hombre autorizado –en cier tos
casos– (15) a desobedecerla y aun a r ebelarse contra ella y el tirano
que quiera imponerla. Como enseña S anto Tomás, toda ley huma-
na tiene carácter de ley en la medida en que se deriv e de la ley natu-
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(12) Sófocles, Antígona, en T eatro Griego-Esquilo, Sófocles y E urípides-Tragedias com -
pletas , Madrid, Aguilar , 1978, pág. 291.
(13) M arco Tulio Cicerón, De las leyes-Libro I, en O bras Completas, Madrid, Luis
Navarr o Editor , 1884, Tº VI, pág. 238.
(14) D.J. Lallement, E n c o n t rar a Je s u c r i s t o, Madrid, Rialp (Patmos), 1993, pág. 210.
(15) C uando la ley injusta afecta a un bien humano no obliga en conciencia, pero
puede ser pr eferible obedecerla, dentro de cier tos límites, para evitar el desorden; en
cambio, si afecta a un bien divino siempre hay que desobedecerla, pues “ es preciso obe-
decer a D ios antes que a los hombres ” (Hchs. 5,29). A este respecto puede consultarse
Bernardino M ontejano, op.cit., ed.cit., págs. 50/55 (donde cita el caso de Sócrates
como ejemplo de acatamiento a la ley injusta) y págs. 331/333.
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ral; y si se aparta en algún punto de ella, ya no será ley, sino corrup-
ción de la ley (16). La legitimidad, pues, tiene su fundamento en la ley natural; la
mera legalidad, en cambio, en la voluntad del poder .
E n el extr emo opuesto de esta creencia se encuentra la ideolo-
gía moderna de los “ derechos humanos”, presentados como un
plexo de atribuciones y facultades sin límite alguno, sin contrapar -
tida de deberes y r esponsabilidades, y sin otro fundamento que la
v oluntad o la razón del individuo. La modernidad, en efecto, vino
a alterar esta antigua creencia, persuadiendo gradualmente al hom-
bre de que la sola idea de que él pudiera estar sometido a un orden
ajeno a su razón o voluntad cr eadoras, constituía una injuria a su
liber tad personal. El hombre, entonces, debía liberarse de esas ata-
duras que se le querían imponer desde afuera, desconocer esas
supuestas leyes naturales que no lo tenían por autor , despojarse de
unos prejuicios y dogmas inventados por poder es oscurantistas (sin-
gularmente la Iglesia católica) para dominarlo. E l hombre, en fin,
ser autónomo sumido en su inmanencia, debía reconocerse como
supr emo legislador , único autor del der echo y las leyes. En franca
oposición al D ios hecho hombre, se alzó el hombr e hecho dios.
Este gesto de olímpica rebeldía del hombre de la modernidad
impactaría sobre todo el or den del cosmos, pero limitándonos al
campo de los derechos, causaría la sustitución de la legitimidadpor
la legalidad . A partir sobr e todo del siglo XIX, hasta llegar a las
monstr uosidades de nuestra época, el único fundamento de la lega -
lidad serán la razón o la voluntad humanas. La ley , pues, pasa a
entenderse como la expresión tan sólo del poder público . Ya no pr e-
cisa de ninguna justificación extrínseca a la pura v oluntad del legis-
lador humano, que muy democráticamente representa la voluntad
de todos. Por lo tanto, hay que obedecer nada más por que está
mandado, lo que confirma la verdad del aforismo de Gómez
Dávila: “La ley es el método más fácil de ejercer la tiranía ” (17).
N o hay en esto nada de exageración. Como muestra ejemplifi -
cadora puede traerse a cuento lo que se ha visto y oído a propósito
del último caso de asesinato a sangr e fría de un niño consumado en
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(16) Suma Teológica, I-II, q. 95 a. 2.
(17) N icolás Gómez Dávila, Sucesivos escolios a un texto implícito, Bogotá, Villegas
E ditores, 2005, pág. 19.
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esta Argentina que alguna vez fue tierra noble, favorecido dir ecta-
mente por una banda sanguinaria acaudillada por ese nuev o y obeso
H erodes, que funge –¡qué contradicción!– de ministr o de la salud.
P orque en efecto, todos pudier on ver en esta tristísima ocasión,
como el canal 11 ponía en su r epugnante pantalla un cartel con esta
ley enda: “Sólo se trataba de cumplir con la ley ”... quedando claro
que no se trataba de la ley natural. Con sus más y con sus menos,
esa fue la postura, entr e ironías y burlas, de casi todos los grandes
medios masiv os de Buenos Aires, a los que en su clara apología del
homicidio se sumó entr e otros la senadora Vilma Ibarra, quien salió
al cruce nada menos que del justamente indignado señor Ar zobispo
de La Plata, M ons. Héctor Aguer , para apostrofarle que debía “ res-
petar a las autoridades civiles elegidas por el v oto popular” y, en el
colmo de la hipocresía, afirmó que “ el rol del Estado es proteger la
salud física de los ciudadanos ” (18). Omitió agregar que su nueva
incumbencia es también matarlos cuando a las autoridades elegidas
les par ezca conveniente hacerlo.
A esa banda de criminales quisiera hacer llegar un poema de
M iguel d’O rs, más explícito que todos los argumentos con que
podríamos avergonzarlos:
La segunda mitad del siglo XX
pr oclamó la bandera de la paz y la vida;
la vida de M ick Jagger , la vida de Alí Agca,
la de Charles Manson, la de Bokassa, la de J osé Rodríguez, son sagradas;
la vida de las focas y la de las sequoyas y hasta la vida de los vietnamitas son sagradas, etc...
M uy bien, señores, per o
mientras el universo se llenaba
de palomitas rosas, mientras todos ustedes hacían el amor y no la guerra,
en cada útero un A uschwitz, un Dachau, un S talin,
un Führ er, un Vietnam, un P aracuellos,
un negro y fiero bombar deo.
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(18) La N ación, 28/9/2007, pág. 18.
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Todo legal, no sufra, todo a cargo
de la Seguridad S ocial, naturalmente.
Ciento, veinte, sesenta millones, ochocientos
millones de personas –Dios lleva cuenta exacta- asfixiadas, quemadas, trituradas
(con absoluta higiene y música ambiental para que nadie diga).
Y o he escuchado sus llantos diminutos,
he visto sus milímetros de espanto, sus deditos de leche desvalida
mo viéndose en el cubo funerario.
Y o levanto estos versos como un volcán de rabia
y grito a las estr ellas
que el may or genocidio de este planeta fue
la segunda mitad del siglo XX (19).
Esta identificación del derecho con la ley positiva y su funda -
mentación en el hombre mismo, es lo que sustenta también el caca -
reo univ ersal de los “ derechos humanos ”, que la modernidad (y la
postmodernidad) entienden por lo tanto ideológicamente. Lo que
conduce a que su efectiva vigencia (de hecho, pero también de der e-
cho) termine dependiendo del reconocimiento que de ellos quiera
hacer el Estado, ya que al car ecer por completo de fundamento
objetiv o, a estos “ derechos humanos ” no les queda sino la ley posi-
tiv a como única fuente. Por eso bien ha sido dicho que “la ley vino
a pr evalecer sobre el derecho previamente definido (20), por lo que
a través de la «legislación», o del legalismo, los derechos más que
«r econocidos» pasaron a ser «conferidos»” (21). Agr egando el mis-
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(19) Cit. por F ederico Suárez, Familia, sentido común y tr ansmisión de la vida,
Madrid, R evista Mundo Cristiano (Dossier), junio 1995, nº 400.
(20) Definido, claro está, por el derecho natural.
(21) M iguel Ayuso, Las aporías del der echo natural, Madrid, Revista Verbo, núms.
437-438, pág. 563 y Laicidad y derechos humanos, íd., ibíd., núms. 427-428, pág. 612.
V . también D anilo Castellano, Racionalismo y derechos humanos, M adrid, Marcial Pons
(Colecc. P rudentia Iuris), 2004, esp. Capítulo I; J uan Fernando Sego via, Derechos
humanos y constitucionalismo, Madrid, Mar cial Pons (Colecc. P rudentia Iuris), 2004,
esp. Capítulo VII; Rafael Gambra Ciudad, Eso que llaman Estado , Madrid, Montejurra,
1958, esp. Capítulo II (El cr ecimiento del poder); Pietro Giuseppe Grasso, Costituzione
e secolarizzazione , Padova, CEDAM, 2002, esp. págs. 19/54.
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mo autor que “en nuestros días ...el permisivismo moral reinante
–tolerado cuando no abiertamente fomentado por los Estados–
llev a a la r eivindicación de unos falsos derechos r especto a los cua-
les el poder del Estado no se considera afectado, por lo que no exis -
te ese enfr entamiento (por ejemplo, el der echo al aborto o al ‘matri-
monio ’ homosexual)” (22). Pero, agr ego por mi cuenta, eso no
impedirá que se ponga en la cárcel al médico que se niega a come-
ter el asesinato o se ex onere al funcionario que rehusa unir a la par e-
ja de invertidos. La ideología de los “ derechos humanos ” no es otra cosa que la
consagración de la autonomía de la persona y del principio de
inmanencia. P ara ella el hombre no tiene una naturaleza a la que
deba obedecer , sino que, en el mejor de los casos, se la constr uye a
sí mismo, en un eterno hacerse y deshacerse, como ejercicio de una
libertad sin normas ni contenidos, a no ser el de la misma liber tad.
La modernidad, pues, con su pretensión de fundamentar los “ dere-
chos humanos ” en el hombre mismo, es decir , al sublimar o divini-
zar al hombr e, no hizo sino r eactualizar el lema del sofista
Protágoras de Abdera: “El hombre es la medida de todas las cosas,
de las que son en cuanto son, de las que no son en cuanto que no
son ”. A lo que P latón responderá con contundencia: “Dios ha de ser
nuestra medida de todas las cosas” (23). Por donde puede adver tirse que la modernidad, de lo que
menos tiene, es de moderna. Como también por qué el crecimien-
to y énfasis puesto en las políticas de “ derechos humanos ”, han
r esultado directamente proporcionales al decaimiento de la seguri-
dad y la justicia y al olvido del bien común.
4. El or den familiar cr istiano.
T odo lo que antecede, expuesto en forma asaz compacta y ele-
mental por ob vias razones de tiempo, es sin embargo de repaso
insoslayable antes de abor dar el orden de la familia. Todavía más: es
imposible compr ender lo que está pasando en este terreno, y mucho
más defender los valores familiar es sometidos como están a tremen -
do ataque, ignorándose de dónde y con qué viene la arr emetida. Esa
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(22) M iguel Ayuso, Las aporías del der echo natural, ed. cit., pág. cit.
(23) Platón, Las Leyes, IV, 716, c.
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ignorancia es la causa de que tantos que se consideran católicos, se
muestren incapaces de replicar a los sofistas y per versos de esta hora,
optando por r efugiarse en un cobarde apocamiento, que disfrazan
con palabras nobles aunque tergiv ersadas, como prudencia o tole-
rancia. O, peor aún, se dejan embaucar por la dialéctica del enemi-
go, aceptando situar un conflicto en el que no hay conciliación
posible, en el pantanoso terr eno de la democracia, el pluralismo y
los “derechos humanos”, interpretados todos ellos de la peor mane-
ra posible. Esto fue señalado este año por el P apa felizmente reinante a los
participantes de la Asamblea General de la Academia P ontificia para
la Vida: “Si falta una formación continua y cualificada, r esulta aún
más problemática la capacidad de juicio en los problemas plantea-
dos por la biomedicina en materia de sexualidad, de vida naciente,
de procr eación, así como en el modo de tratar y curar a los enfer-
mos y de atender a las clases débiles de la sociedad” (24). No obstante, creo que todavía (y esper o no pecar de ingenuo)
somos una inmensa mayoría los que pensamos que la familia es la
institución humana fundamental, como que el matrimonio es su
causa eficiente principal. Tal vez seamos menos los que creemos que
así lo dispuso D ios desde el principio.
Como fuer e, la vida del hombre está condicionada, en su
misma raíz, por dos apar entes contradicciones: por un lado, la per-
petuación de la especie, esto es que los niños tienen que nacer y ser
llev ados a su madure z, lo cual requiere ciertas condiciones de or den
y estabilidad para que se pueda hacer con éxito; pero, por otr o lado,
la perpetuación de la especie está ligada al instinto sexual, que es el
más violento y descontrolado que el hombre posee. E l problema
consiste entonces en armonizar ese instinto violento, con el orden
y estabilidad que se requiere para traer hijos al mundo y educarlos. La respuesta que da la naturaleza a este conflicto es la familia.
Y la familia se constituye a par tir del matrimonio, conforme fue dis -
puesto por el mismo Dios desde el principio: “Y se dijo Yavé Dios:
‘N o es bueno que el hombre esté solo, v oy a hacerle una ayuda
semejante a él’. [...] H izo, pues, Yavé Dios caer sobr e Adán un pro-
fundo sopor; y dormido, tomó una de sus costillas, cerrando en su
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(24) Benedicto XVI, Discurso a los participantes de la A samblea General de la
A cademia P ontificia par a la Vida, 24/2/2007, copia en mi archiv o.
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lugar con carne, y de la costilla que de Adán tomara, formó Yavé
D ios a la mujer , y se la presentó a Adán. Adán ex clamó: ‘Esto sí que
es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta se llamará v aro-
na, porque del varón ha sido tomada ’. Por eso dejará el hombre a su
padr e y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos
una sola carne” (25). Como puede adver tirse, la familia es anterior al Estado en el
or den del existir , de modo que su existencia no depende de recono-
cimiento alguno que deban hacerle el Estado o las leyes. I nstituida
inmediatamente por D ios, como dice Pío XI (26), es a través de la
familia dentr o de la cual han nacido, que los hijos entran a formar
parte de la sociedad civil; antes de ser ciudadano, advierte el P apa,
el hombr e debe existir , y la existencia no se la ha dado el Estado,
sino los padr es (27).
De ello se obtiene como consecuencia que el Estado no tiene
der echo alguno a sustituir a la familia en funciones que son propias
de ésta, tal como, por ejemplo, la educación de la prole. P or el con-
trario, su deber es facilitar su ejercicio, en cabal aplicación del p\
rin -
cipio de subsidiariedad. En el acto divino de institución del matrimonio, se puede ver
claramente, además, que se trata de una unión entre personas, aun -
que no de cualquier clase de ellas, sino de personas de div erso sexo.
Afirmado que no es bueno que el hombr e esté solo, Dios le dio una
mujer por compañía, es decir un ser diferente, aunque complemen -
tario, como metafóricamente indica la herida en el costado de
donde salió la costilla. P ero además todo en el hombre y la mujer
sugier e su unión y es como una llamada a ella. El hombr e por lo
demás no encuentra sosiego ni en la pura naturaleza, que lo resiste
o es consumida y destruida por él, ni en otro hombre, que le r es-
ponderá igual. La mujer , por su parte, encuentra su per fección en
el hombr e, lo cual, a través del amor , ensancha incluso su entendi-
miento y su ánimo .
Es que, como dice Federico S uárez: “N o es, pues, un capricho
de la naturaleza que el hombre y la mujer sean como son, iguales
per o distintos. I guales en cuanto, por ser imagen y semejanza de
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(25) Gen. 2, 18 y 2, 21-24.
(26) Pío XI, Divini Illius Magistri, nº 8.
(27) Pío XI, íd., nº 30.
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Dios, están dotados de razón y de voluntad libre que los hace por
igual humanos; una igualdad tan patente que al crear D ios a la
mujer , el hombr e se reconoció en ella: ‘¡Esto sí es hueso de mis hue -
sos y carne de mi carne!’. P ero son también distintos, no sólo somá -
tica y fisiológicamente, sino también en cuanto a su psicología y
modo de ser .Y esto es así porque el sex o, por expresarlo de alguna
manera, acuña la personalidad desde dentro, no como algo añadi-
do, sino como algo constitutiv o. No es un mero accidente, sino una
decisión de D ios en orden al papel que cada uno tiene por desem-
peñar en la vida ” (28).
Consecuentemente, tampoco es esta cualquier clase de unión,
ya que tiene una relación eminente con los sex os. Pero es además
unión íntima, es decir que ex cede la mera unión sexual y requiere
cier ta permanencia: su condición esencial es la fijeza y su nota dis -
tintiv a la estabilidad.
T odo esto nos permite afirmar que el matrimonio tiene una
cier ta estructura, es decir , una naturaleza, que le dan los elementos
mencionados. De modo que, faltando tan sólo uno de ellos, ya no
se podría decir que hay allí un matrimonio. Partida de nacimiento de la familia, como hemos dicho, el
matrimonio tiene sus propios fines: la pr ocreación y educación de
la pr ole como fin primario, y la ayuda mutua y el remedio de la
concupiscencia como fin secundario. Esta ha sido la doctrina tradi-
cional de la Iglesia, que se ha visto y se ve tendenciosamente defor-
mada en varias ocasiones, como si ella desv alorizara el amor entre
los esposos. Hacer del amor de los cónyuges el fin primario del matrimonio
fav orecería tanto el egoísmo de los esposos, cuanto la idea de que el\
celibato o la virginidad mutilan a la persona humana. P or eso dice
S uárez que “Dios creó una ayuda semejante (al hombr e) –semejan-
te no idéntica– de sexo diferente, y el sexo tiene por objeto, preci-
samente la procr eación, alumbrar nuevos ser es a la vida que alivien
la soledad del hombre, de manera que jamás esté solo . La mujer fue
cr eada para ayudar al hombr e a no estar solo dándole otros ser es
semejantes, los hijos. P or tanto, la función de la mujer no es ser
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(28) F ederico S uárez, Familia, sentido común y tr ansmisión de la vida, Madrid,
R evista Mundo Cristiano (Dossier), junio 1995, nº 400.
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simplemente compañera, sino madre; y su objeto no es primordial-
mente el hombr e, sino los hijos” (29).
El der echo de los esposos, pues, no es tanto a gozar de su amor ,
sino a llevarlo hasta la creación de una nueva vida. P ero esto no sig-
nifica desv alorizar el amor y la ayuda mutua, que es también un fin
esencial del matrimonio, aunque no primario . El amor, la unión
sexual, la ayuda, constituyen todos ellos fines del matrimonio en sí
mismos considerados, y no algo que se le agr ega y que podría o no
darse. D e ahí que, siempre que no se excluya positivamente el fin
primario, es lícito contraer matrimonio y luego ejercerlo, persiguien-
do directa o indirectamente cualquiera de los fines secundarios. Es por ello que los fines del matrimonio deben siempre presen -
tarse unidos, puesto que ellos se implican mutuamente. S epararlos,
acentuar exageradamente uno de ellos, implica riesgos considera-
bles; sobr e todo cuando se lo hace con el fin primario, lo que puede
llev ar a pensar que, para la Iglesia, el matrimonio es algo frío e
impersonal, una mera co yunda para prolongar la especie. Nótese
que la I glesia se ha manifestado contraria a los procedimientos de
inseminación artificial y fecundación extra-uterina, argumentando,
entre otras razones, que no hay en ellos acto de amor .
Estos principios y normas del matrimonio y la familia que
hemos enunciado, se extraen del or den natural, lo que equivale a
decir que cualquier hombr e puede descubrirlos con el auxilio de su
razón, si procede r ectamente. Ahora bien, el cristianismo hizo algo
más: elevó el matrimonio a la dignidad de sacramento . Lo cual no
implicó privarlo de su naturaleza, sino engrandecerla. Así, siendo el matrimonio una institución natural, para el cris -
tiano es además sacramental y no hay otro que para él tenga v ali-
dez. Sin embargo, lo sacramental no es algo sobreañadido; el matri -
monio cristiano essacramento, y por eso la I glesia tiene potestad
para establecer los impedimentos, conocer de las causas matrimo -
niales y sentenciar acer ca de la separación. En cambio al Estado sólo
se le puede r econocer competencia para r egular los efectos pura-
mente civiles. Finalmente y en cuanto al funcionamiento del matrimonio,
sabemos que la I glesia fue la primera en reconocer la igualdad abso -
luta, en punto a dignidad, del hombr e y la mujer. Ambos son seres
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(29) F ederico Suárez, op.cit.
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humanos completos. Ello no ha obstado a que, siguiendo la doctri-
na paulina, haya enseñado que la autoridad corresponde al marido,
“porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de
la Iglesia, el salvador del Cu e r p o. Así como la Iglesia está sumisa
a Cristo, así también las mujer es deben estarlo a sus maridos en
todo ” (30).
La autoridad que la Iglesia r econoce al marido no ha de verse
exclusiv amente como un der echo de éste, sino antes bien como un
deber y un servicio para el bien de la institución, que S an Pablo
compara con el que J esucristo presta a la Iglesia: “Maridos, amad a
vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí
mismo por ella ” (31). Cuando esto se discute y se pierde, el resulta-
do es que se entr egue la decisión al Estado, que no pier de cualquier
ocasión que se le presente para ejercer su voluntad siempr e crecien-
te de inter vención y control administrativo . Con lo que se llega
rápidamente a la disociación entre matrimonio y familia. En cambio, todo peligro queda conjurado cuando se recuer da
que el matrimonio y la familia son cosa divina. Como bien dice un
autor , Dios es amor , y la familia nace, arraiga y educa en el amor;
D ios es bondad, y la familia es un orden donde todo es gratuito,
donde todo es donación; Dios es vida, y la familia es fuente de vida.\
La familia, repito, es cosa divina (32).
5. Demolición del or den familiar cristiano.
La familia es cosa divina, pero quizás pr ecisamente por ello, a
partir de la segunda mitad del siglo XX, el or den familiar cristiano
que hemos descrito y que entre luces y sombras tenía general acep -
tación, fue objeto de virulentos ataques y comenzó a sufrir una rá\
pi -
da y constante decadencia. Lo más notable tal ve z sea que en su
lugar no se ha propuesto ni mucho menos instalado un orden dis-
tinto, sino que se fue configurando el más abierto nihilismo, una
pura nada, algo así como una sociedad del “todo v a l e”, desconoce-
dora de cualquier norma moral y de su último fundamento en D i o s .
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(30) Ef. 5, 23-24.
(31) Ef. 5, 25.
(32) Jean Marie V a i s s i è re (Jean Ousset), El amor humano, Madrid, E u r a m é r i c a ,
1966, págs. 19/20.
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No se puede decir que esta situación no haya sido denunciada,
en especial por la Iglesia. Tal vez no todos lo hicieron con la sev eri-
dad que r equería la gravedad del fenómeno . Pero Juan P ablo II sí
empleó un lenguaje llamativamente sonoro para denunciar la agre-
sión, diciendo por ejemplo en la exhortación apostólica Familiaris
C o n s o rt i o que este es “un momento histórico en que la familia es obje-
to de muchas fuerzas que tratan de destruirla o deformarla” (33),
mientras que en la Carta a las Familiasdel 2 de febr ero de 1994,
después de afirmar que “ en nuestros días, ciertos programas soste-
nidos por medios muy potentes parecen orientarse por desgracia a
la disgr egación de las familias ”, sostuvo que “en semejante situación
cultural, la familia no puede dejar de sentirse amenazada, por que
está acechada en sus mismos fundamentos ” (34).
M ucho sabe también de esto el Car denal Renato Martino, que
en ese mismo 1994, pr oclamado por la Asamblea General de las
N aciones U nidas como el Año Internacional de la F amilia, se des-
empeñaba como Obser vador P ermanente de la Iglesia ante las
N aciones Unidas. Decía entonces Martino en aquella opor tunidad,
que habían “ surgido muchos obstáculos en los trabajos preparato -
rios para el Año de la F amilia. No sólo somos testigos de la crecien -
te crisis de estabilidad y fuerza de la familia, sino que también nos
enfr entamos a esfuer zos planificados para r edefinir la familia”. Por
ejemplo, señalaba, mientras en la Declaración U niversal de los
D erechos H umanos (1948) se hablaba de familia en términos de
matrimonio entr e hombre y mujer , y de padres e hijos, en el
D ocumento AIF 1994 que pr oclama el Año Internacional de la
F amilia, no se menciona para nada el matrimonio unión del hom-
br e y la mujer , como tampoco la palabra “hijos ”. En su lugar, se
proclamaba lo siguiente: “Las familias asumen div ersas formas y
funciones de un país a otr o y dentro de cada sociedad nacional.
Éstas expr esan la diversidad de pr eferencias individuales y condicio -
nes sociales. Consecuentemente, el Año Internacional de la Familia
encierra y dirige las necesidades de todas las familias.” Por lo que el
Car denal M artino expr esaba: “Sabemos que siempre ha habido
difer encias en la manera como los sistemas sociales y culturales han
influenciado la experiencia vivida de la familia, pero aun dentro de
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(33) J uan P ablo II, Familiaris Consor tio, nº 3.
(34) J uan P ablo II, Carta a las familias, nº 5 y 13.
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esas diferencias, siempre ha pr evalecido la unión fundamental del
hombre y la mujer , contraída libremente y expresada públicamen-
te, abier ta a la transmisión de la vida y cuidado de los hijos. Toda
forma y función que contradiga directamente esa realidad básica,
debería tener cualquier otra denominación, pero de ninguna forma
podría llamarse familia ” (35).
Estos dos ejemplos traídos a colación confirman que se trata de
una acción deliberada, cuidadosamente planificada, que, en el gran
mar co de la revolución mundial anticristiana, ha ido configurando
un ambiente favorable a la degradación de la inteligencia y de las
costumbres, sobr e el que planea un espíritu animado por el subjeti -
vismo moral, el relativismo, el hedonismo y la corr upción de la idea
de la libertad. E n la propagación de ese espíritu han cumplido una
tar ea tan eficaz como siniestra los medios masiv os de comunicación
social y una porción grande del mundo artístico, cuyas condiciones\
de instrumentos potentes para modificar hábitos de compor ta-
miento y anestesiar la capacidad de reacción, fue descubierta por la
ideología r evolucionaria antes que nadie. Hace ya tiempo que los
medios de comunicación social abandonaron su finalidad propia,
cual es la de informar o entretener a la opinión pública, para tra\
v es-
tirse en agentes de pr opaganda y manipulación.
T anto en la Argentina como en el r esto del mundo, el plan de
demolición del orden familiar cristiano se ha orientado principal -
mente contra los fines del matrimonio: la procreación o pr opaga-
ción de la especie, la educación de los hijos y el amor genuino en\
tr e
los esposos. No debe pensarse, sin embargo, que esto ha ocurrido de golpe
o que se ha tratado de un ataque por sorpresa. M uy por el contra-
rio, si bien el plan es uno solo (como uno solo, en último análisis,
su objetivo: la destrucción de la civilización cristiana), su ejecución
y progr eso ha sido gradual, conscientes como fueron sus ideólogos
y promotor es de que una ofensiva brutal y r epentina habría provo-
cado una r eacción contraria incontenible. Así, en nuestro caso y en
el plano del or den familiar, si bien con estos gobernantes que pade-
cemos se están alcanzando niveles extraor dinarios de corrupción y
perversidad, ello r esulta posible porque el terreno se encontraba
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(35) Cfr . Liga por la Decencia, Boletín Nº 187, enero-febrero 1994.
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abonado y bien predispuesto. Unos pocos hitos históricos lo
demuestran, a saber:
1. E n primer lugar , la Argentina moderna nació liberal, raciona-
lista y relativista. Ese gran visionario que tuvo la Argentina, un
gran profeta (que como suele ocurrir con éstos fue tan silencia-
do como desoído), advir tió hace más de sesenta años que “ no
hay religión en la Argentina, r eligión formada: hay sí bastante
religiosidad informe. ... Desde Esquiú no ha habido entre nos-
otros ningún gran espíritu religioso capaz de ver y decir las ver-
dades pr ofundas de la patria; Estrada habló tar de y Esquiú
mismo estuv o contaminado de compr omiso” (36). Es quizás
esto lo que le hizo decir al amigo Héctor H ernández que “el lai-
cado católico, en Argentina, a pesar de dos már tires ... y mucha
pr oducción intelectual, y que los mo vimientos políticos mayo-
ritarios y populares han tenido mucha afinidad con el cristianis -
mo, no ha producido una pr esencia específica propia y fuerte
en lo político” (37).
2. Antes de terminarse el siglo XIX, se intr odujo la educación lai-
cista obligatoria, y simultáneamente, también con carácter obli\
-
gatorio, ese mamarracho llamado “ matrimonio civil”, en el que
un empleado público, con tanta autoridad para ello como
podría tenerla un moz o de café, declara a dos personas que se
han conver tido en marido y mujer . Así se empezó a dar al
matrimonio la apariencia de una mera formalidad, ajena total -
mente a Dios y fundada nada más que en la ley humana, ésta sí
divinizada (38). Lo que no ha sido obstáculo para que muchos
novios católicos argentinos se hayan sometido felices a esta fan -
tochada, que celebran con fiesta y baile como si de verdad se
hubieran casado.
3. Vino después la desgraciada reforma al régimen de matrimonio
de 1968, paradojalmente (o no tanto) auspiciada por un go-
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(36) Leonar do Castellani, A modo de epílogo o epílogo intruso (al libroLa revolución
que anunciamos , de Marcelo Sánchez Sorondo), Buenos Air es, 1943, pág. 270.
(37) Héctor H ernández, Sexo, vida humana y der echo, en R evista Gladius, B uenos
Air es, 2004, Nº 60, pág. 144.
(38) Cfr . Gustave Thibon, Sobre el amor humano, Madrid, Rialp (P atmos), 1965
(4ª ed.), pág. 139.
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bierno que se decía católico, la que introdujo el divorcio (39)
por mutuo consentimiento . Se abrió así una rendija de puerta
hasta entonces herméticamente cerrada, por la que muy rápido
se colarían ventarr ones que la forzaron a abrirse de par en par .
E n efecto, quince años después la Argentina se incorporaría al
conjunto may oritario de “naciones civilizadas y modernas ”,
receptando el div orcio vincular . Hoy día en este país es más fácil
divor ciarse que andar en subterráneo, para lo cual ni siquiera se
precisa compar ecer ante el juez personalmente.
4. Casi al mismo tiempo logramos otra gran conquista, la patria potestad compartida, que en la práctica significa la intromisión
del juez en la vida familiar y echar al olvido la enseñanza de San
Pablo.
5. S iguieron luego las eufemísticamente llamadas “ uniones civi-
les ”, que el vulgo ha bautizado con otros nombr es que no nos
es posible r epetir, más a tono con la intrínseca per versión de un
consorcio contra natur a.
6. Y así, con un gradualismo cada v ez más veloz, vinieron las ley es
de educación sexual obligatoria, abonadas con textos y diseños
curricular es claramente pornográficos u obscenos, para que la
corrupción de la sociedad empiece desde los años juveniles. Y
vimos votar esas ley es a diputados y legislador es que se decían
católicos, justificándose con la cobarde inv ocación al “mal
menor”.
7. Hasta que se llegó a la eliminación, por meras resoluciones administrativ as, de los artículos del Código P enal que castiga-
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(39) En la Argentina, desde la sanción del Código Civil en 1869, se denominaba
“divorcio ” a la mera separación legal sin disolución del vínculo matr\
imonial, que reque -
ría de un proceso judicial contradictorio y de una sentencia fundada \
en las pr uebas pro-
ducidas y el der echo. Así, el art. 198 disponía: “E l divorcio que este Código autoriza
consiste únicamente en la separación personal de los esposos, sin \
que sea disuelto el vín -
culo matrimonial ”. Ello no cambió con la sanción de la ley 2393 que instituyó\
el matri -
monio civil con carácter obligatorio (1888) ni con la ley 17.711 (\
1968) que autorizó el
“divorcio ” por mutuo consentimiento, es decir sin necesidad de atribuir culpas y , por
ende, de ofrecer y producir pruebas. La sanción de la ley 23.515 (1987) intr odujo en
la Argentina el div orcio vincular, manteniendo –para quien así lo pr efiriera– la separa-
ción legal sin disolución del vínculo matrimonial.
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ban el delito de aborto, preanunciando de ese modo la inmi-
nente sanción de una ley que lo admitirá como un nuev o “dere-
cho humano ” y cuya aplicación será obligatoria para los médi-
cos de la asistencia pública. Tesoro valiosísimo para ciertos labo -
ratorios multinacionales, que verán incrementado su stockde
cuerpitos destrozados de donde extraer células para tratamien -
tos médicos, clonaciones o, simplemente, terapias de rejuvene -
cimiento.
8. Es pr eciso incluir en este penoso inv entario al decreto 1086 del
27 de septiembr e de 2005, que apr obó el denominado Plan
N acional contra la Discriminación. S e podría decir que es una
norma clandestina, por que el decreto tiene apenas dos o tres
ar tículos que dicen apr obar dicho Plan; pero el Plan en sí está
en un anex o de cuatrocientas páginas que no fue publicado en
el Boletín Oficial y al que pocos tuvier on acceso. Por eso ha
pasado casi inadver tido. Su lectura es r epulsiva, ya que se
encuentran allí depravaciones y felonías de toda laya, a punto
tal que debemos considerarlo algo así como el master plande la
ofensiva final contra la vida recta y sana. Aborto gratuito, equi-
paración de las uniones de homosexuales al matrimonio, bene -
ficios sociales para las prostitutas, cambios de sex o, identidades
de género, esterilizaciones, anticoncepción, allí están todas las
lacras, en un marco promotor del espionaje, la denuncia y la per-
secución de quienes se muestren hostiles con estas pr o p u e s t a s .
He aquí pues algunos, tan sólo algunos, de los hitos que han
ido marcando este itinerario criminal, recorrido por una comparsa
siniestra y malvada que, por haberse propuesto la destrucción del
or den familiar cristiano, se puede decir de ella, sin temor a incurrir
en exageración alguna, se muev e inspirada por el demonio.
P ara confirmar esto basta con mirar las caras de algunos de sus
acólitos. Es lo único de ellos que no miente. Pero si eso no alcanza-
ra, lo confirma la aversión que sienten por todo lo que es sinónimo
de vida. Lo que se r econoce de inmediato en la promoción que
hacen del aborto, pero también en el r eparto de preservativos y la
defensa de las uniones homosexuales, cerradas por definición a la
transmisión de la vida. Cosa que –¡nueva y aparente paradoja!– tiene
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por escenario un país como la Argentina, entre cuyas imperiosas
necesidades se cuenta la de duplicar por lo menos su población en
el más corto plazo posible (40). Ahora bien, ¿este odio por lo que significa vida no es propio del
demonio? ¿no fue éste acaso denunciado por J esucristo como
“homicida desde el principio ” y “padre de la mentira ”? (41) ¿y lla-
mado por S an Pablo el “ señor de la muerte ”? (42). Tal vez se prefie-
ra pensar que P ablo VI también exageraba cuando dijo: “P odemos
suponer su acción siniestra allí donde la negación de D ios se hace
radical, sutil y absurda; donde la mentira se afirma hipócrita y
poderosa, contra la verdad evidente; donde el amor es eliminado
por un egoísmo frío y cruel; donde el nombre de Cristo es impug -
nado con odio consciente y rebelde, donde el espíritu del E vangelio
es mistificado y desmentido, donde se afirma la desesperación como
la última palabra...” (43).
6. Mirando desde los P ropileos.
Hace unos años leía en un diario a un conocido escritor espa -
ñol, quien recor daba que Kierkegaar d había dicho en cier to
momento que se escribe para los muertos, queriendo indicar que él
tuvo la idea de que escribía para lector es del pasado, porque el
mundo en que vivía no iba a inter esarse por lo que decía. Añadía
que una cosa así es más obvia quizás ahora mismo, en el cambio o
derrumbe cultural de este momento (44). A menudo medito en la frase atribuida a Kierkegaar d, sobre
todo cuando preparo trabajos como éste. ¿Escucha el hombr e de
h o y lo que se le dice desde este lado de la frontera? ¿Qu i e re escu-
char? ¿O también nosotros escribimos y hablamos para los muer t o s ?
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(40) Este tema ha sido muy bien tratado por Bernar dino Montejano, La cuestión
demográfica, Madrid, Revista Verbo, núms. 451-452, pág. 101, con especial r eferencia
a la Argentina (v . págs. 118/122).
(41) Jn. 8, 44.
(42) Heb . 2, 14.
(43) P aulo VI, audiencia general del 15/11/72. Cit. por R ené Laurentin, El demo -
nio ¿símbolo o r ealidad?, Bilbao, Desclée De Brouwer , 1998, pág. 288.
(44) J osé Jiménez Lozano, P remio Cervantes 2002, en La N ación-Secc. Cultura,
22/12/2002.
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El hombre moderno ha sido persuadido de su voluntad sobera-
na y ha quedado absorbido por el ambiente en que se encuentra,
configurado por el subjetivismo, el r elativismo, la rebeldía. Pero
esto le ha ocurrido menos como pensamiento, menos como filoso-
fía, que como actitud vital. Ahora bien, ¿por qué el éxito?, ¿cómo se explica la resonancia
de teorías tan extravagantes? La explicación puede que esté en que con ellas el hombre ha
r esuelto el conflicto entre la carne y el espíritu. Lo ha r esuelto a
fav or de la carne, lo que no es una buena solución; pero es el fin del
conflicto. T al parece entonces que es casi imposible conv encerlo de
que está en un err or, por que las razones no lo conmueven y son
incapaces de hacerlo pensar . El hombre de hoy no piensa, sólo sien -
te, por que lo que lo ha trastornado, como digo, es precisamente
menos una filosofía que una actitud vital, un modo de ser . Se ha
tratado de “ una rebelión emocional”, a tono con la r evolución pro-
testante (45). P or lo tanto el hombre de la modernidad sólo va a
abandonar este modo de ser forzado por los desastres de todo tipo
en que habrá de sumirlo esa actitud vital. Claro que para entonces
apenas si quedarán restos del pensar y sentir cristianos, los cuales,
débiles per o todavía subsistentes en la profundidad de las concien-
cias, obran como sujetador es que frenan el último salto hacia el
vacío. Por eso es que nuestras palabras, nuestro lenguaje, que son el
medio por ex celencia para incitar y mo vilizar a la inteligencia, par e-
cen no significarle nada a nuestro hombre de hoy . Nuestr o lengua-
je es el de la razón, el de la lógica, el de la F e. Y nada de esto con-
mueve, no mo viliza, incluso genera rechazo, porque no despierta
emociones, no ex cita la sensibilidad. El hombre no quier e ideas,
por que prefier e no pensar . Pensar le causa dolor , porque le hace
patente la contradicción o la nulidad de su vida. Así que sólo esta-
rá dispuesto a oír y seguir aquello que ex cite su deseo, su apetito
sensible. Parece incr eíble, y por eso mismo hasta puede causar fastidio,
que ho y haya que defender , explicar y justificar cosas que hasta hace
pocos años parecían tan obvias, tan evidentes, que no podía siquie-
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(45) Cfr . Aníbal E. F osbery O.P ., La cultur a católica, B uenos Aires, Tierra M edia,
1999, pág. 411.
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ra imaginarse que llegarían a ser cuestionadas. De golpe es como si
nos encontráramos retrotraídos a la época de los primeros apolo\
gis-
tas cristianos, lo que no deja de ser curioso, habida cuenta las cons-
tantes invocaciones al pr ogreso de los amantes de lo per verso.
Que no se vea en esto una manifestación de pesimismo . No me
he puesto a entonar
Ogni speranza è mor ta!
Addio del passato bei sogni ridenti ,... (46)
Vayamos muy atrás, si hay que hacerlo. Es el año 50 de nuestra
era. Estamos visitando Atenas y subimos hacia la Acrópolis. N os
detenemos en los P ropileos, la antigua entrada a los edificios, y diri -
gimos nuestra vista al N orte, hacia abajo.
Hay allí una roca saliente, que llaman la Colina de Marte. De
pie sobre ella, un hombr e, un judío de nacimiento, que habla en
griego. “Soy P ablo, dice, sier vo de Cristo Jesús, apóstol por vocación,
escogido para el E vangelio de Dios”.
Es rechazado, con burlas.
Más arriba puede verse claramente el P artenón. El año 435, el
P artenón fue consagrado como iglesia cristiana.
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(46) ¡Toda esper anza está muerta! A diós a los sueños de un pasado feliz. Giuseppe
V erdi, La Traviata, Acto III.
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