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Cincuenta años [de Verbo]

 

Se cumplen cincuenta años de actividad ininterrumpida de Verbo. Por los que damos gracias a Nuestro Señor, al tiempo que imploramos que su gracia nos siga acompañando. En varias ocasiones se han asomado a estas páginas, bien con ocasión de algunas desapariciones de amigos de la primera hora o en efemérides p recedentes (como las de las bodas de plata o de los cuarenta años), la historia del origen y desenvolvimiento de nuestra actividad. No se trata, pues, ahora de repetir lo allí dicho con más profusión de datos, sino de ofrecer tan sólo un balance lo más escueto posible. Por tanto, son muchas cosas y muchos nombres los que necesariamente han de quedar orillados, pues en medio siglo son muchos los que han pasado, en ocasiones fugazmente, en otras con una continuidad mayor y en las menos perseverantemente hasta el final.

Eugenio Vegas Latapie (1907-1985) dedicó su vida al apostolado intelectual y político. Auditor de Guerra del Ejército y Letrado del Consejo de Estado, a su impulso se debió principalmente la fundación de las revistas Acción Española y, andando el tiempo, Verbo. Aunque ambas respondieran a momentos y métodos de acción distintos, no dejan de aparecer idealmente unidas en una común finalidad apostólica. A mediados de los años cincuenta del pasado siglo, a través de su compañero el diplomático Alberto de Mestas, trabó relación con la Cité Catholique y su órgano de expresión Verbe. Tras conocer personalmente en París a su fundador, Jean Ousset, que había sido secretario de Charles Maurras, regresa entusiasmado y convoca a todas sus amistades. Nacen así “los amigos de la Ciudad Católica” y Verbo, subtitulada como “revista de formación cívica y acción cultural según el derecho natural y cristiano”, amparados por diversas formas jurídicas, pero principalmente por la Sociedad editorial y la Fundación Speiro. Que han superado el medio siglo de vida en el estudio y difusión del magisterio social de la Iglesia como cuerpo de doctrina centrado en la proclamación del Reino de Cristo sobre las sociedades humanas como condición única de su ordenación justa y de su vida progresiva y pacífica. Su primera empresa, junto con la revista, significativamente no fue otra que la versión castellana del libro de Ousset Para que Él reine.

Desde el inicio, junto a Vegas, se encuentra Juan Vallet de Goytisolo, con su inmensa obra en progresión, objetivada en buena parte en las páginas de Verbo, llamado a ocupar sin tardanza la capitanía del proyecto. Precisamente Vallet, en la necrología de Vegas, examinó los afluentes que han convergido en el caudal de la Ciudad Católica. Así, junto con los amigos de Eugenio Vegas, muchos de la época de la primera empresa como Gabriel Alférez, a quien tanto debemos en la continuidad material de la obra, y con los aportes (inicialmente decisivos y progresiva tanto como discretamente situados luego en su justo término) llegados de ultrapirineos, no puede echarse al olvido la participación de algunos católicos sociales reclutados por Vallet, así como finalmente la presencia relevante –y por dos caminos– del venerable tradicionalismo español. Éste aparece, en efecto, en primer término, a través de la hermandad creada desde los comienzos con la obra del padre Ramón Orlandis, de la Compañía de Jesús, Schola Cordis Iesu y su revista Cristiandad, actualizada siempre en la colaboración del profesor Francisco Canals y sus discípulos (José María Petit, José María Alsina y, durante algún tiempo, Eudaldo Forment, entre otros). Pero también, en segundo lugar, con la presencia expresamente carlista del extraordinario Alberto Ruiz de Galarreta y del profesor Rafael Gambra (prolongada con la de sus hijos, también profesores de mérito, Andrés y José Miguel). Acrecida durante los mismos años sesenta con la incorporación del profesor Francisco Elías de Tejada y –en los ochenta– con la del profesor Álvaro d’Ors.

La acción de la Ciudad Católica comienza a expandirse pronto a través del trabajo en células, que debían animar la acción en el seno de los distintos cuerpos intermedios. Sin embargo, tras unos comienzos prometedores, pronto –fruto del desconcierto de los años del Concilio y su posteridad– se agostaron. Va a quedar, eso sí, el grupo madrileño, que sigue reuniéndose todos los martes (reunión a la que suman, en algunos períodos, la de economía los miércoles y la de universitarios los jueves), acompañado por un buen puñado de amigos en otras ciudades, que mantiene una presencia cultural notabilísima en las páginas de la revista y en las reuniones anuales de amigos de la Ciudad Católica reforzando la cosmovisión católica tradicional. Hasta el día de hoy.

La revista, tras un primer período próximo al modelo francés de unos cuadernos de apoyo a la acción capilar, pronto va cuajando como una herramienta de notable peso intelectual y relevancia internacional.

Se ha dicho que, en este sentido y en su género, sólo Itinéraires habría tenido una relevancia semejante y, tras su desaparición, quizá solo Catholica lo haya adquirido. Con la primera, hechura de su director Jean Madiran, que Eugenio Vegas estimaba grandemente, la relación fue estrecha, publicando con frecuencia textos de sus colaboradores más caracterizados (Louis Salleron, Marcel de Corte, Gustave Thibon, los hermanos Charlier, además del propio Madiran). Más aún, cuando la publicación gala vaya centrando su interés en las polémicas que sacudieron el mundo católico en el posconcilio, y que no se han apaciguado sino aparentemente, Verbo –al perseverar en el cultivo de las doctrinas políticas y sociales– vino a ver reforzado su papel. En cuanto a Catholica, obra principal igualmente de su director y nuestro amigo Bernard Dumont, la colaboración no ha sido menos estrecha y, en algún modo, ha resultado más biunívoca.

Ya ha sido mencionada, de pasada, la dimensión internacional de Verbo. Además de la presencia francesa, que no se termina con los autores citados (pues no puede olvidarse, por ejemplo, al historiador Jean Dumont, o al fidelísimo Patricio Jobbé-Duval), ha de colacionarse inmediatamente la apertura hispánica, con la participación de lo más granado de la cultura católica tradicional en Hispanoamérica (basten, entre otros muchos, los nombres de los chilenos Juan Antonio Widow y Gonzalo Ibáñez, de los argentinos Guido Soaje, Alberto Caturelli, Carlos Sacheri, Patricio Randle y Bernardino Montejano, de los peruanos Vicente Ugarte del Pino y Alberto Wagner de Reyna, del brasileño José Pedro Galvão de Sousa, del colombiano Alejandro Ordóñez, del mejicano Federico Müggenburg, del estadounidense españolísimo Frederick D. Wilhelmsen).

Pero, más generalmente, no puede hacerse un repaso siquiera tan sumario como al que aspiran estas líneas sin mencionar los nombres del siempre agudo ensayista húngaro residente en Estados Unidos Thomas Molnar, del teólogo polaco que vivió durante años en Chile Miguel Poradowski, del escritor rumano afincado entre nosotros Jorge Uscatescu, de los portugueses Luis Sena Esteves o Antonio Da Cruz Rodriguez, etc. De intento hemos dejado fuera la península italiana, pues son muchas las plumas de allí venidas que han honrado las páginas de Verbo. Nos referiremos, habida cuenta de la trascendencia de su influjo, sólo a dos: Michele Federico Sciacca y Danilo Castellano. El filósofo siciliano trabó con Vallet una relación estrechísima en los últimos años de su vida, que se advierte en la frecuencia de sus colaboraciones y en la intervención en la programación de las reuniones de amigos de la Ciudad Católica, donde –como ha contado Vallet – fue determinante en la selección de temas y ponentes. En cuanto al profesor friulano, uno de los más finos cultores de la filosofía práctica, que conocimos a principios de los años noventa, durante estos más de veinte años ha tenido un peso no menor que el de Sciacca en la etapa precedente.

Resulta necesario agregar un puñado de nombres españoles a todos los que han ido apareciendo en las líneas anteriores. Sin ellos la presente historia de Verbo y de la Ciudad Católica, por sintética que sea, quedaría mutilada: Germán Álvarez de Sotomayor y Luis González Iglesias –que en diferentes momentos fueron presidentes de Speiro–, Gabriel de Armas, José María Carballo, Gonzalo Cuesta, Augusto Díaz-Cordovés, José Antonio García de Cortázar y Sagarmínaga –que, por tener carnet de periodista, figuró durante muchos años en la mancheta como director de Verbo–, Julio Garrido, José Gil Moreno de Mora, Julián Gil de Sagredo, Juan José Morán, Jesús Valdés y Menéndez-Valdés. Y los sacerdotes: Agustín Arredondo, S. J. (que, acercándose a los cien años, no deja de enviarnos correos electrónicos los martes con sus reflexiones semanales), Eustaquio Guerrero, S.J., Bernard o Monsegú, C.P., Victorino Rodríguez, O.P. y Teófilo Urdánoz, O.P. Junto con quienes han gestionado las tareas, desde Domingo Vega a Maximiliano Garrosa, y, hoy, a la competentísima y eficacísima Dolores Sánchez Inche.

Si bien nuestra tarea ha sido más catequética que apologética, ha sabido, no obstante, aprovechar los saberes, sólo parcialmente coincidentes con ella de –por ejemplo– Gonzalo Fernández de la Mora, Vicente Marrero o Dalmacio Negro.

Unos pocos meses han separado el fallecimiento de Juan Vallet de esta ocasión feliz, que celebramos inevitablemente con un punto de nostalgia. Pues Verbo ha sido Juan Vallet, tanto por lo decisivo de su impulso, en todos los órdenes, como por el influjo de su pensamiento. Nuestro equipo intelectual, como quiera que sea, se ha venido renovando durante los últimos años, aunque – creo se trata de un signo epocal– los que hemos venido a cubrir los puestos de la trinchera no estemos a la altura de nuestros predecesores. De los fundadores conservamos a Alberto Ruiz de Galarreta, siempre lúcido y pugnaz, y a los a la sazón jovencísimos Francisco José Fernández de la Cigoña y Gonzalo Muñiz. También al general Armando Marchante. En la siguiente generación seguimos contando con Andrés y José Miguel Gambra, así como con José de Armas, Fernando Claro y José Antonio Santos. Los dos últimos, llegados algo tardíamente en los ochenta, han tenido y siguen teniendo un papel destacado en la vida asociativa. También con Estanislao Cantero, de cultura asombrosa y rigor proverbial, sobre el que recayó en el decenio de los ochenta el peso de la organización, bajo la dirección de Juan Vallet, hasta que en los noventa, ya fogueado a sus órdenes, vine a sustituirle. Hemos incorporado, entre tanto, a los jóvenes profesores, todos juristas, Juan Cayón, José Díaz Nieva y José Joaquín Jerez. El sociólogo Javier Barraycoa, por su parte, renueva la relación siempre presente con el equipo barcelonés de Cristiandad. Y el escritor José Antonio Ullate irrumpe con gran fuerza. A los que hay que sumar a los chilenos Julio Alvear y Felipe Widow, al argentino Juan Fernando Segovia y al italiano residente en los Estados Unidos John Rao. Junto con monseñor Ignacio Barreiro, español de la banda oriental del Río de la Plata que dirige en Roma la oficina de representación de Human Life International.

Con la ayuda de Dios queremos seguir el curso de esta empresa, que no tiene otra financiación distinta de la generosidad de quienes la han fundado y sostenido, ni otra dependencia que la de la doctrina tradicional de la Iglesia.