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Número 585-586

Serie LVIII

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Riccardo Saccenti, Debating Medieval natural law. A survey

Riccardo Saccenti, Debating Medieval natural law. A survey, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 2016, 155 págs.

El autor de esta visión general de la ley natural en el medioevo, es un medievalista italiano, doctor en filosofía, que ha hecho estudios posdoctorales en Francia y Norteamérica, siendo ésta su primera publicación. Poco más sabemos sobre Saccenti. Pero dejemos que el texto hable por él.

En el breve «Prefacio» permite a Saccenti, valiéndose de una pasaje del Dante, poner la variedad de formas del derecho bajo el concepto de lo recto, la rectitud (drittura), ¿lo justo, me pregunto? La «Introducción» plantea las inquietudes, preguntas o cuestiones que permiten encaminar la indagación, encabezada por la razón de la distinción entre ley y derecho, lex e ius, dicho de la ley y del derecho naturales. Pero en un desliz conceptual, pocas líneas después, el derecho natural se convierte en los derechos naturales, y así la investigación cobra una dirección diferente: el aporte del medioevo a la doctrina moderna de los derechos subjetivos, personales, dichos naturales por los ideólogos del XVII en adelante. Toda la discusión, cargada de referencias eruditas y conocidas, que entabla el autor no hace más que mostrar esta deformación moderna de la perspectiva clásica del derecho natural.

No se trata de que este filósofo italiano desconozca que el significado y el contenido del ius impida una identificación directa con los derechos subjetivos, sino que su propósito, como el de otros antes que él, está en otro lado: mostrar que eso es posible y que hay una larga escuela de historiadores que lo ha hecho. Lo más triste, es que Saccenti se suma al proyecto moderno. Es el defecto principal de su obra, el error básico y elemental: entender al débito de lo justo como un crédito, pasar del deudor al acreedor, interpretar el derecho como un atributo de las personas antes que como una deuda de justicia.

El libro no carece de información. Al contrario, Saccenti se exhibe como un profundo conocedor de las fuentes medievales. Pero las sesenta páginas que componen los cinco capítulos del libro son un esfuerzo inútil a la vista de lo torcido del propósito. Las conclusiones son de una ambivalencia sorprendente.

En suma, el libro de Saccenti tiene interés, pero no me atrevería a calificarlo ni cierto históricamente ni correcto filosóficamente. Entra en la estantería de los juegos de verano, de los divertimentos académicos. Y lo pongo allí con drittura.

Juan Fernando SEGOVIA