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Poder y libertad

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La libertad en la sociedad tradicional cristiana y en la sociedad de masas

LA LIBERTAD EN LA SOCIEDAD TRADICIONAL
CRISTIANA Y EN
LA SOCIEDAD DE MASAS
POR
RAFAÉL GAMBRA
Dos han sido históricamente los argumentos que la filosofía
ha arbitrado
para demostrar la existencia de la libertad o libre
albedrío como
atributo de la libertad humana frente a aquellos
sistemas (fatalistas o deterministas físicos) que la han negado.
El primero de ellos se estima como el menos fuerte por su ca­
rácter meramente moral y no metafísico; es, sin embargo, del más
alto valor convincente para el sentido común del hombre. Se tra.­
ta del llamado argumento de conciencia o convicción general en el
espíritu humano, que, por su misma universalidad, se entiende
no puede fallar.
Todo hombre se cree espontáneamente libre, al
menos en aquellas ocasiones en
que decide con reflexión y do­
minio de su voluntad. Todo hombre se vanagloría íntimamente de
determinaciones, aciertos, obras, que juzga suyos o dependientes
de su iniciativa o decisión, así como-se arrepiente o duele de otros
que considera igualmente hijos de decisiones suyas, predp,itadas
o desacertadas. Un condenado por la justicia se defiende negando
los hechos a él imputados o alegando
circunstancias eximentes o
atenuantes
: pero ningún hombre alega en casos tales que él no
es libre y que por ello no pueden atribuírsele responsabilidades
personales directas. La vida social toda, fos mandatos, consejos,
contratos y promesas, se apoyan
en una previa y general creencia
en la libertad del sujeto llamado a cumplirlos. Nada de esto se­
ría si no existiera en la naturaleza humana una convicción uni­
versal
y constante en el libre albredrío humano.
Junto a este argumento, y eon una pretensión de validez me­
tafísica, aducen los filósofos
otro argumento clásico : el basado
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en la naturraleza misma de la voluntmd que determina el libre al­
bedrío como su propiedad inseparable. A diferencia de la tenden­
cia
del animal que se determina por el conocimiento sensible del
objeto concreto
y singular y de su carácter conveniente o incon­
veniente (atractivo o no) para el propio animal, el hombre es
capaz,
además -por su función intelectual y abstractiva-, de co­
nocer también los motivos de apetibilidad que hacen bueno o atrac­
tivo al objeto conocido. Si conociéramos directamente el ser ple­
no
y perfecto (acto puro) que es Dios, nuestra voluntad no po­
dría por menos que amarlo como a su soberano bien. De aquí la
imposibilidad de pecado en Io·s bienaventurados. Pero como en su
condición terrena el hombre no contempla a Dios sino sólo cosas
naturales que poseen
un ser limitado e imperfecto -mezcla de
acto
y potencia, de ser y no ser-, la razón conoce los aspectos
de bondad y apetibilidad,
pero también los de limitación e in­
conveniencia,
y ello ha.ce posible la deliberación y la decisióri libr,e;
esto es, el que la voluntad sea
árbitro (posea lilrre arbitf'W,J para
querer o no querer. Así,
el hombre es el único animal rapaz de no
comer teniendo hambre
y alimentos, y de comerlos, sin. tener
hambre.
Uno y otro argumentos han tenido, naturalmente, su respuesta
desde
la posíción determinista que, por una previa concepción
fatalista o mecanicista, según los casos, niega,
a priori, la posibi­
lidad de una libre decisión.
Al argumento de conciencia ~de con­
ciencia
universal-se responde que puede tratarse de un espe­
jismo asimismo universal.
Si los copos de una grande y blanda
nevada fueran conscientes
-decía Epicuro-podrían creer, en
su lento
y vacilante caer, que lo hacen libremente. Al argumento
metafísico se objeta, por su parte, que
exp~ica sólo la posibilidad
de deliberación consciente
y racional, pero no la libertad, ya que
el sujeto habrá de decidirse siempre
por el mayor motivo o por
la mayor.suma de motivos.
O, dicho de otro modo, que estará so­
metido al determinismo
interno o psicológico de los motivos. La
decisión ·libre resultaría, para está objeción, una especie de crea­
ción
ex nihilo, ine:Xp1icable y lógicamente inadmisibJe.
Los antiguos, sin embargo, apoyaban el primero de estos ar-
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gumentos en una idea clave: la interpretación de la naturaleza como
obra de Dios, es decir, de un Autor que nÓ puede, por su misma
esencia, inducirnos a error. Es el célebre adagio vo;r popuh vo.x
Dei.
El carácter universal y constante de una cr:eencía es criterio
de verdad cierta porque radica en la naturaleza y compromete la
veracidad misma de
Dios, su artífice e inspirador.
Fue el Conde de Maistre quien contrapuso dos noc~ones que
a menudo se confunden y que él juzga en su propia obra de-modo
diametralmente opuesto:
e'l cansen.sus. universal ---'VOZ populi­
y lo que ya en su época comenzaba a llamarse voluntad ge­
neral u opinión pública.
Lo primero es para De Maistre un cri­
terio cierto de
verdad; lo segundo, una ficc~ón manipulable, in­
digna de todo crédito. Una y otra realidades se diferencian en­
tre sí como los sujetos que las poseen: el pueblo orgánica y es­
tablemente asociado,
y la masa, adición momentánea e inor­
gánica
-gregaria-d.e individuos. La opinión de la masa
sobre cualquier asunto, por no ser de la competencia de 1a
inmensa mayoría, es una suma de inepcias, una opinión insen­
sata, veleidosa
y fugaz que sólo a! mal aprovecha, y cuya úni­
ca utilidad ha sido -en casos-la furia de la multitud como
agente de la cólera divina. La masa es, como decía Gustave Le
Bon, en su Psicología de W.s multitiides, un monstruo de mil
cabezas
en el que la razón de sus componentes se resta, al paso
que
su pasión se suma. El pueblo, en cambio, como conjunto de
hombres
,en sociedad orgánica y en tradición cultural, con cri­
terios _válidos en cosas de su competencia, contiene en sí un
residuo común de buen sentido sobre asuntos de 1a naturaleza
y le la vida, que --cuando es universal y constante------consti­
tuye un criterio firme de verdad por manifestar un resto de
1a revelación primitiva y suponer la misma providencia divina
que lo ha mantenido a lo
largo de las genreraci,ones y de los
pueblos.
E.se consensus universal es permanente y sereno, no
es apasionado ni susceptible de ser manipulado o engañado. A
él pertenece esa creencia general
en el libre albedrío humano
y en la responsabilidad personal, y en él se apoya el que hemos
llamado argumento de conciencia.
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RAFAEL GAMBRA
Muchas veces he pensado en el arcanÜ sentido de la ex­
presión del Génesis según 1a cual el hombre fue creado por
Dios "a su imagen y semejanza". Quizá ningún atributo hu­
mano refleje esa semejanza remota como la libertad, atributo
de su voluntad.
La forma más radical de causalidad es la crea­
ción
-producción de algo desde la nada-, propia sólo de Dios.
El hombre no posee, ciertamente, este poder, pero su libre al­
bedrío -----<:onsecuencia de su racionalidad-puede asemejarse al
mismo en su virtud de aut-ocreación. A diferencia del animal
que con
un pequeño margen de espontaneidad individual, re­
pite perpetuamente la sinfonía vital de su especie, el hombre
es capaz de forjar su propia personalidad, de actualizar libre­
mente sus potencias y de salvarse o perderse. Decían los antiguos
estoicos que el sabio se asemejaba por su libertad interior a los
dioses. El sabio era para ellos el que dirige su vida según las
normas de la razón, en
un obrar lúcidamente humano y, por
lo mismo, plenamente libre. Y si los dioses gobiernan el mun­
do
-y el acontecer exterior todo---con universal imperio, el
sabio gobierna su mundo -q_ue es la propia intimidad y el pro­
pio
ánimo-------con el mismo sereno poder.
Sin embargo,
y por esta grandeza en cierto modo sobrehu­
mana,
la libertad y poder de autocreación pesan al hombre como
una carga y una difícil responsabilidad. Es de observación vulgar
el desasosiego y la angustia que producen en el bombre los mo­
mentos de íntima
y personal deliberación y la tranquilidad que
para él emana de haberla superado en una decisión, au1: en el
caso de decisiones de dudoso acierto. Lo es asimismo la difi­
cultad con que los humanos brindan al prójimo sus consejos,
pero la dificultad con que acceden a darlos cuando se les piden,
esto es, cuando piensan que
de ellos va a depender efectivamente
la responsabilidad de una decisión. Son muchos los hombres que
hacen de su vida una constante huida del ejercicio de la libertad,
es decir, de la necesidad
de decidir, de comprometerse, en una
personal responsabilidad. La época actual es el máximo ex­
ponente histórico del éxito que en
el hombre puede tener la
p1ena tutela, la absoluta "seguridad social (o estatal)" que le
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LA LIBERTAD EN LA SOCIEDAD TRADICIONAL Y EN LA DE MASAS
exonera de casi toda decis.'.ón libre y de cualquier verdadera res­
ponsabilidad.
El sentido profundo de la palabra libertad en quie­
nes fa reclaman en una socieda;d de nwsas es la exigencia de
una completa y minuciosa predeterminación de sus vidas, de­
finitivamente planificadas y protegidas.
Precisamente por esto el hombre normal y corriente, para
poder vivir su libertad de un modo efectivo, requiere de unas
condiciones humanas, concretas ~modestas, diríamos-de ejer­
cer esa libertad, que no son. las de las grandes tenticiones o de
1as decisiones heroicas., ante las que se revela casi siempre in­
capaz, cobarde, impotente. Para ser libre necesita el hombre dis­
poner
de una especie de plataforma para su ejercicio, creada por
la virtud y la costumbre, por el recto hábito individual y colec­
tivo
-heredado o ambiental-, que le protegen y orientan en
su decisión; decisión que no deja por eso de ser libre y de ser
valiosa. Por esta condición carnal del espíritu humano nuestra li­
bertad debe ejercerse también de un modo encarnado, aligerado por
el acumulativo y modesto esfuerza diario de la inmensidad de
ese sobrehumano poder decisorio. Es así como se dice, con sa­
biduría, que en la vida moral el valiente es el que huye, y así
también cómo en el acto de contricción prometemos,
ante todo,
huir de las ocasiones de ofender a Dios, porque sabido es -ron
profunda penetración humana-que, aceptada la ocasión, resul­
ta difícihnente posible la victoria moral.
Es ésta la causa de que la antigua pedagogía fuera tan exigente
en el cultivo de las virtudes y en la presenreración de los hábi­
tos y "antiguas costumbres" como patrimonio valiosísimo y an­
temural necesario de una vida realmente libre y encaminada al
bien.
Es también causa de que en 'la sociedad antigua -y-muy
especialmente la cristiana medieval y moderna hasta el siglo xvnr­
la libertad humana fuera profundamente vinculada y arraiga­
da en medios ambientales muy vigorosos. En rigor, la libertad
consistía en
la posibilidad para el hombre de crearse un mundo
propio o de hacerlo propio, de incorporarse a un medio recibido
cordialmente
y asimilado, de preservarlo y acrecentarlo, de per­
manecer fiel a él y defenderlo; en este modo de vivir, en la fide-
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lidad a algo que hemos forjado en el diario esfuerzo o aceptado,
a algo que es más que nosotros y a lo que hemos incorporado
nuestra vida, es en lo que radica esta libertad difícil pero real,
diaria, y, en cierto modo, oscura de los hombres verdaderamente
libres.
Es algo que ha entrevisto la filosofía posracionalista -la
llamada filosofía existencial de las décadas pasadas-en la teoría
del
engagem.ent o compromiso moral. Sartre, por ejemplo, de­
cía
que la rlibertad no es el poder .de substraerse a todo género
de constricción o relación vinculadora con el mundo, sitio el po­
der, libt"e en su fondo, de comprometerse con la vida, con las
cosas
y con los demás, construyendo nuestro propio habitáculo
humano,
,el reducto o morada del hombre, la posibilidad misma
de crear laws con el mundo y las cosas. De crearnos también un
mundo diferenciado, mundo que es individual, famiiliar, local, pro­
fesional... Mundo nuestro con _rostro humano, susceptible de
ser amado.
De aquí que los antiguos, en 1a sociedad -cristiana, hablasen
siempre
de libertades, mucho más que de libertad en sentido abs­
tracto.
Eran las libertades que celosamente guardaba el padre
en su patria potestad, el miembro de una profesión, de un gre­
mio
o de un pueblo, de un país histórico, de mantener el domi­
nio de su propia situación o sta,tus; esas libertades que se lla­
maban en otro tiempo privllegios -/ex pr,z,ata-: el reducto
y el área de lo propio, el fuero, hablando en castellano.
Desde esta
platafmma del propio derecho local y corporati­
vo, el hombre de la antigua sociedad cristiana apenas concebía
que a eso que nosotros llamamos Estado -y que él llamaba au­
toridad civil o real-se pudiera pedir otra cosa que justicia
frente a la conculcación de ese derecho, esto es, salvaguardia de
"lo propio" frente a la extra:limitación "del otro". Justicia cuyo
concepto no
era la igualdad --individual ante una sola ley, sino
la correlación entre derechos y deberes que hacía justo y res­
petable cualquier status social. Aquel deber de protección y de­
fensa ----m.ás o menos sutil-que, por ejemplo, se unía al de­
recho de propiedad, y que, vinculándolo a la tierra y las gentes,
le
otorgaba su carácter estable y reverencial. Nunca le pedi--
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LA LIBERTAD EN LA SOCIEDAD TRADICIONAL Y EN LA DE MASAS
rían la organización de sus vidas ni la provisión de recursos o
seguridades, sino sólo la solemne y mayestática función de re­
gir, que no desciende del papel de hacer justicia, de defender y
armonizar a sus pueblos y sus estados.
Es en estos pueblos profundamente vinculados a la tierra,
a la fe
y a las costumbres donde nosotros hemos conocido -y
aún es posible encontrar-hombres y familias realmente libres,
impresionantemente libres para nuestra visión actrnl y para el
amhiente que nos rodea. Homb~es y familias -tanto ricas como
pobres, aristocráticas como del estado llano-que son plena­
mente señores de su casa, de su hacienda y de su mundo, que
sólo reconocen sobre sí la constricción del ambiente local, de la
costumbre y de su propia fe, presiones imperceptibles o, más bien,
amables para ellos porque las han hecho suyas desde siglos an­
tes de nacer y no las viven como obstáculo sino como valladar
defensivo y patrimonio. Hombres y familias respetados en su
medio, que no temen ni esperan de la lejana autoridad civil por­
que sus representantes cercanos son sus aliados y vecinos, parti­
cipantes en el mismo respeto ambiental.
Ellos poseen los dos derechos y las dos libertades funda­
mentales del hombre, desconocidas ya
en la actualidad: la de
poseer algo diferencial y propio y
la de permanecer fiel a ello.
Su libertad, defendida por la propia estab;lidad y por los an­
temurales del ambiente diferenciado, de la costumbre y del fue­
ro, se manifiesta en los atributos comunes a toda forma de li­
bertad: la disponibilidad de la propia vida, el amor a lo que se
es y a lo que se tiene, y la capacidad
de perduración y de resis­
tencia frente a la imposición exterior.
Esta clase de hombres, sus ambientes y ,la soberana libertad
de sus vidas han encontrado cantores y poetas que difki1mente
hallará la vida agitada, reglamentada y confortable del funcio­
nario y del
obrero ciudadano. La literatura moderna abunda
en novelas y relatos sobre la caída vertiginosa en nuestro siglo
de estos hombres y ambientes profundamente libres, fruto has­
ta entonces de la sociedad tradicional. Tengo en la mente dos
de ellos, referente uno a un medio aristocrático rural y otro a
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RAFAEL GAMBRA
un humlldísimo ambiente de pescaoores costeros. Es el primero
la famosa novela
El Gatopardo de Lampedusa, que describe la
suerte
de una familia noble de Sicilia durante la unificaóón ita­
liana bajo
el trono liberal de los Saboya. El protagonista, hom­
bre de vieja estirpe, bien asentado en sus derechos y en sus
deberes históricos, se da cuenta de que, perdida la causa de sus
soberanos .legítimos -los Borbones de las Dos Sicilias-y exo~
nerado d~ sus deberes y funciones territoriales por una nueva
administración
centralizada e igualitaria, pronto sus derechos
i el respeto ambiental de que gozaba resultarían física y moral­
mente indefeudibles, y que él sería
"el último, Gatopardo". Su
libertad y
la de su casa, viejas de siglos, perederían por el pre­
vio desmoronamiento
del arraigo y del encuadramieuto huma­
no
que las circundaban, por haber desaparecido la recta corre­
lación de derechos y deberes.
El segundo de estos relatos se refiere a un ambiente modes­
tísimo de pescadores de la costa santanderina,
y se encuentra
en las Escenas mcmtañesas, de Pereda, bajo el título "El fin
de una
raza". Se trata de uno de tantos medios human.os dife­
renciaclisirnos, vinculados
y profundamente libres, que existían
en la sociedad tradicional de España, y qne constituían sn te­
jido mismo. Aquellos hombres -familias y pueblos muy con­
cretos-gozaban de una especie de monopolio de pesca sobre una
zona costera a cambio -implícitamente-del deber de las le-.
vas o servicio al rey en los barcos de la Armada, en la que eran
marinos excepcionales por su valor y competencia. En tales con­
diciones,
en las que, de hecho, derechos y deberes se confundían
en el sentimiento de lo propio, esos hombres
eran secularmente
libres, intangibles y soberanos, con toda la grandeza y el orgu­
llo
de una estirpe y de una raza. Tal libertad o fuero desapareció,
no
por la presión del absolutismo, sino en nombre y por la ofer­
ta de la libertad, de una libertad nueva, que comenzaba por exo­
nerarles del deber de la leva y por excitar la codicia de aquellas
gentes ante fa perspectiva de retener sus derechos sin el peso
de aquel deber. Con el final de unos y de otros desapareció aquel
medio humano, murió la raza y, poco después, hasta su mismo
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LA LIBERTAD EN LA SOCIEDAD TRADICIONAL Y EN LA DE MASAS
recuerdo. De la suma de incalculables pueblos semejantes a ése,
con su status jurídico, laboral e incluso militar, diferenciado, se
componía la España del antiguo régimen, frlón de hombres au­
ténticamente 1libres como cordialmente vinculados a la tierra o al
mar, orgullosos de su honor familiar y_ corporativo que. era "el
bastión de su propia libertad e independencia.
La Revolución francesa -y las Cortes de Cádiz, en Es­
paña-señalaron el final de aquel género de libertad con la
destrucción de sus cimientos corporativos e históricos. Con el
predominio también de los llamados en el siglo xvm "filósofos"
e "ilustrados", cuya mentalidad racionalista y abstracta repre­
sentaría una ruptura con el mundo de las cosas
y relaciones rea­
les, y también con la re-ligación del hombre para con un orden
sobrenatural. La Revolución va a operarse primero en los he­
chos y después en la propia mentalidad de los hombres, que aca­
barán olvidando cuanto
en otro tiempo fué valladar y condición
de sus libertades concretas.
Ocasión de
la Revolución fue la situación ambienta-1 de la
Francia de Luis
XVI. Una nobleza convertida en cortesana y
privada de su status local y vincular, imbuida de espíritu cri­
tico hacia cuanto representaba y la constituía como tal, pero ce­
losa de su orgullo y de sus prerrogativas de clase, constituyó el
factor condicionante para el derrumbamiento de un régimen his­
tórico que nadie supo defender. El proceso centralizador -viejo
ya en Franciar-que había debilitado a los cuerpos intermedios
-países y gremios--de aquella sociedad, contribuyó también
en buena medida para la sangrienta caída del antiguo régimen.
Observemos, sin embargo, que todo esto fue la ocasión en
que la Revolución pudo surgir y triunfar, y en que, de hecho,
surgió y triunfó. Ocasión, pero no ia c{llUISa. La dialéctica hegeliana
de la Historia ha penetrado de tal modo en nuestras mentes que
siempre estamos dispuestos a ver en lo que prrecede una causa
-o antecedente dialéctico-de lo que se sigue. Siempre dispuestos
a admitir que cuanto sucedió tuvo necesariamente que suceder
y que cabe sólo explicarlo hallando la tesis y la antítesis de cuya
tensión nació la síntesis de lo ·real. Apurado este método, la en-
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fermedad la explicaremos po,r la precedente salud y el pecado
por la inocencia primitiva.
En rigor, la Revolución francesa brotó de una mentalidad
racionalista y antropocentrista cuyos antecedentes son, ciertamente,
remotos, pero por completo ajenos al régimen cristiano de los
pueblos e
incluso a su temporal decadencia en sí misma con­
siderada.
La Revolución se hizo en nombre de la Libertad, suponien­
do que las bases institucionales y corporativas en que el hombre
fundaba hasta entonces sus libertades concretas eran fuente de
opresión vinculadora o
tiránica; fruto, además, de un pasado
irracional, rémora
para la ilustración y el progreso, la Libertad,
en abstracto
y con mayúscula, fue el primero de los lemas que
la Revolución escribió
en sus banderas.
Sin embargo, no fue la libertad la idea ni el sentimiento ,pro­
fundo que movió a los hombres de la Revolución y a los ejér­
citos que de ella nacieron. El hombre medio ---campesino en un
ochenta por ciento-de la Francia del XVIII era demasiado li­
bre
para poder entender esa idea abstracta y sacrificar a ella su
tranquilidad
y su esfuerzo. El despotismo -o el capricho del
poder-lo sufriría el círculo cortesano de nobles y "legistas"
parisinos, pero no
el francés común, que no conocía apenas otra
constricción que la de costumbres y creencias, consideradas por
él como algo propio e inalterable. Recuérdese que en la Basti­
lla,
el gran símbolo del despotismo, no fueron hallados ni una
docena de rufianes de delitos comunes. No se olviden tampoco
aquellas
extrañas guerras (inexplicables desde la mentalidad li­
beral-revolucionaria) ~la Vendée, las carlistas---, en las que el
pueblo campesino se alzó contra la Libertad en nombre de sus
viejos modos de vivir
y de los poderes ancestrales, defendiendo
su autonomía frente al predominio de los hombres de las ciuda­
des, sus futuros ''organizadores''.
El verdadero móvil de la Revolución fue el segundo de los
lemas
que aparecía escrito en sus banderas: la Igualdad. Apo­
yada en el sentimiento de la envidia,
·esta idea se ha revelado
como
la más apta para penetrar · en el corazón de 1ás multitu-
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LA L/BERT AD EN LA SOCIEDAD TRADICIONAL Y EN LA DE MASAS
des, y lo fue sobre todo en momentos en que se veía, en gran
parte, predicada
y excitada por los mismos beneficiarios de unos
privilegios de cuya
contrapartida de deberes había desertado.
La Revolución comenzó, como es bien sabido, en -la sesión de
apertura de aquellos Estados Generales que vóces interesadas
aconsejaron al r,ey en momentos de grave crisis y descontento
general. Momentos que hubieran podido ser episódicos, reme­
diables, pero que aquella gran
asamblea abierta precipitó hac:a
la revolución. Y comenzó precisamente cuando lns diputados del
"tercer estado" se mostraron decididos a cubrirse cuando lo hi­
ciera
el rey, tal como habrían de hacerlo, por su privilegio, los
de la nobleza. Luis XVI resolvió la situación manteniéndose des­
cubierto a pretexto de calor, con lo que ni· unos ni otros pudie­
ron cubrirse. Con tal recurso contemporizador el rey salvó el
orden de aquel primer día, pero no, naturalmente, el de los días
por venir; antes bien, mostró en ese gesto el otro elemento con­
dicionador de toda revolución: la debilidad temerosa del poder.
Consumada
la Revolución, dirige todo su esfuerzo, en nom­
bre de
la Igualdad, a abolir toda diferencia de clase y vincu1aci6n,
de status social: sólo
indivitj:uos iguales ante una ley constitu­
cional única.
A suprimir con ello el sentido último del derecho
de propiedad
---<¡ue es correlativo deber de protección y defen­
sa-, convirtiéndolo de vincular en móvil y dinerario. A abolir,
igua.Jmente, toda diferencia histórica y jurídica entre los países
y municipios1 creando entidades administrativas uniformes.
Abre así la Revolución las
puertas a un proceso de maé­
fica~ión humana cuyos términos visibles corresponden a nuest_ro
siglo y también a
un nuevo concepto de libertad -la libertad
masificada-que llega a ser el único que el hombre de hoy com­
prende.
El concepto de masa está tomado de la física, y en su apli­
cación
po-líticosocial evoca las nociones de algo pasivo y de algo
amorfo;
por lo mismo, maleable, organi~ble. "En la más co­
mún mecánica -ha escrito Vallet de Goytisolo en su libro So­
e :edad· de masas y Derecho---, para masificar uno o varios cuerpos
hace falta realizar con ellos varias operaciones. Hay que comen-
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RAFAEL GAMBRA
zar p:>r arrancarlos de donde se hallan insertos, destruir su es­
tructura. Luego hay que igualar las partes resultantes, lo qne
en general
se efectúa machacándolas y cribándolas hasta redu­
cirlas a partículas pequeñas.
Por fin queda convertido en una
masa uniforme que es preciso encerrar en recipientes para que
no se disperse como
el polvo. Esta materia resultante es suscep­
tible, entonces, de numerosas manipulaciones. No puede tener
ya verdadera vida; pero, en cambio, puede ser moldeada, mejor
o peor, según la materia de que se trate."
El hombre-masa será así, tras un proceso parecido, un su­
jeto sin una diferenciación mental o jurídica,
igual a todo otro
en lo que no sea individuación biológico--natural, y susceptible
de numerarse o "ponerse en cola" con -los demás. El estado de
conciencia propio de la sociedad de masas es aquel en que la
idea dominante es la Igualdad, y el sentimiento común, la en­
vidia (el odio a toda diferenciación o jerarquías). Resulta curio­
so observar que cuando hace casi dos siglos de que la Revolución
suprimió las clases como
statu,S jurídicosocial, el hombre masa
sigue clamando contra
el "clasismo" y las "diferencias de clase"
( diferencias que son ya sólo de dinero).
La idea de Igualdad,
animada siempre
por la subyacente pasión. de la envidia, crea de
continuo
un enemigo contra quien alzarse, aunque sea éste ya
el producto mismo de su obra niveladora.
La sociedad de masas, por el hecho de serlo, no es ya
una sociedad con estructura, susceptible sólo de ser regida y go­
bernada, sino
un sustrato pasivo e inerte, susceptible -y nece­
sitante--de ser organizado, manipulado, rehecho sin cesar en
su cuerpo y en su alma. La actitud de los hombres hacia el poder
público varía a
partir de este momento: ya no será éste una ins­
tancia a la que
pedir justicia, sino la fuente de todo orden -es­
pecie de forma sustancial~ a la que pedir todo. Si a Luis XIV
pudo atribuírsele !a frase "el Estado soy yo", al hombre con­
temporáneo podría
atribuísel.e esta otra: "yo soy por (y para)
el Estado".
La sociedad de masas, tecnológicamente organizada según
criterios exclusivos de eficacia y rentabilidad, podría también de-
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LA LIBERTAD EN LA SOCIEDAD TRADICIONAL Y EN LA DE MASAS
finirse como un medio en el que el hombre lkga a no carecer
de nada,
excepto de un algo que pueda considerar propio y di­
ferenciado,
y, como consecuencia, del sentimiento de continui­
dad y de la posibilidad de ser fiel a ella. Se la ha definido tam­
bién como
una sociedad en la que se posee todo, excepto espacio
y tiempo (que son el ámbito de la existencia); o, más bien, como
una sociedad construida contra
el espacio y contra el tiempo. Pero
seguramente su mejor definición es la de un mundo en el que
codo es posible menos la

continuidad
y la fidelidad: los bienes
más caros al corazón humano, definitorios de
toda personalidad
y de todo ambiente.
A partir de cierto grado de desarraigo en los hombres res­
pecto a
los cuerpos históricos diferenciados, el proceso de masi­
ficación avanza ya sin resistencia, incluso con el aplauso de una
mayoría cada vez más amplia. El hombre entra en este juego
por tres posibles vías psicológicas. La primera es el impulso de
huir
de la responsabilidad y de la comparación con los demás:
es la mentalidad de
los incapaces (y de los que se creen inca­
paces), muy numerosos en la sociedad. La segunda es el ins­
tinto de "plegarse al viento de la
Historia", de darlo por inexo­
rable
y no resistirlo: es la actitud de los coibm-des, aún más nu­
merosos que los primeros.
(Estos suelen tener como coartada
moral para su abandonismo de todo lo propio en aras de la so­
cialización el interés de los pobres. Yo debo ceder en tocio, trai­
cionar a todo, en nombre de los pobres, porque yo tengo y ellos
no tienen. La supuesta causa de 'los pobres es, como se sabe, el
caballo de Troya en la Iglesia actual y en la civilización occi­
dental.) La tercera vía es la de aquellos, más sagaces, que com­
prenden que la mejor forma de huir de la igualdad es dirigirla,
esto es, formar en el grupo de sus apóstoles y organizadores:
es la
postura de los "apóstoles sociales", primero, y de los "tec­
nócratas" y "ejecutivos" más tarde. (Es indudable que el me­
jor puesto para librarse de la acción de un elefante furioso está
encima
de él.)
En los tres casos, sin embargo, se da una renuncia a la más
íntima libertad de espíritu y una traición (más o menos cons-
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RAFAEL GAMBRA
ciente) a cuanto se ha sido, se ha servido o se ha. significado. Con­
sumada la masificación, el hombre-masa se cree libre por no sen­
tirse atado por las creencias, costumbres e imperativos morales
que
ha aprendido a ver, ya desde fuera, como trabas y tabús
desdeñables; y lo es en verdad, pero dentro del marco de una
especie de espontaneidad animal: la fácil búsqueda de los me­
nudos placeres y objetivos de consumo y confort conque se le
invita a llenar su vida.
El Estado que, en nombre de la Igualdad, y apoyándose en
las comunidades del estado llano, anuló a
la noble,,a, y que anu­
ló después la autonomía de esas mismos comunidades en nom­
bre del individuo y de su libertad, crece ahora sin límites ni
trabas.
Ya no tiene frente a sí la estructura de una sociedad
orgánica ni la estructura de las mentes. Todo aparece ante é1
pasivo y amorfo como la masa. Es el momento de atacar a.I in­
dividuo mismo en esa trivial libertad de la que todavía se con­
sidera poseedor -y aun conquistador-y de la que emergen
a veces actitudes de rebeldía o de protesta.
Los medios para este definitivo asalto a las almas por parte
de
la tecnocracia estatal son fundamentalmente dos: uno consiste en
convertir a los ciudadanos
en funcionarios del propio Estado.
El hombre masificado nada desea más que alcanzar tal condi­
ción, con la irresponsabilidad y la seguridad que ,proporciona.
La
masa pide a un sujeto implíciro (que es el Estado) todos los
servicios, la máxima seguridad "social", la cultura para todos
y su gratuidad, el deporte y la tutela de !a igualdad adquirida
mediante una constante política niveladora de fortunas y "opor­
tunidades·". Los propios estudiantes se amotinan para ex:gir del
Estado no sólo la gratuidad de estudios, sino dotación econó­
mica, puesto que "se preparan para ser futuros funcionarios".
El Estado de hoy ha averiguado que el más fácil medio de go­
bernar una sociedad de masas es seguir y alentar la demagogia.
Conceder subsidios, pensiones de estudios,
segu'ros sociales, "cul­
tura y. deporte." bajo control, es aniquilar el último bastión de
resistencia humana que radica en la personalidad de cada hombre.
La segunda arma para este definitivo asalto a la intimidad
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LA LIBERTAD EN LA SOCIEDAD TRADICIONAL Y EN LA DE MASAS
del hombre (a lo que Sau Buenaventura llamaría su apex mentis)
está en los hoy llamados medios de comunicación -Ma,ss medü1¡..............,
especialmente la televisión, generalmente bajo control estatal y
que sustituye eu
el hombre la función intelectual por la función
imaginativa.
(Nunca he comprendido por qué se llama medios
de comuniicaición a la prensa, radio y televisión, que· lo son sólo
de difusión. Nadie en ellos se comunica como por medio del correo
o del teléfono, sino que el lector, el oyente o el televidente es
allí como
sujeto pasivo de una difusión masiva:} Se forma con
ello
-ha escrito Valle!-"un mundo embrutecido por el ruido
de su propia
opinión. El Estado quiere, por tanto, hacerse due­
ño de ella para, halagándola, manipularla ( ... ) Y gobernar es
cosa fácil si
se dispone del monopolio de los Mass media( ... ) Por­
que el individuo, ante la información escueta y la información de­
formada por un mito cualquiera elige siempre la segunda. Lo
imaginativo triunfa siempre sobre · lo real en la sociedad de ma­
sas contemporánea.''
La manipulación de la masa, la profanación de las almas, es,
a
partir de este momento, cuestión de técnica, de canalización y
dosificación. Ideas-fuerza, .slogans-axiomas, imágenes de compür­
tamiento, se crean por '1a teoría de los reflejos condicionados como
en el reino animal. Los hombres se creen informados mientras
son deformados, se creen libres
y liberados justamente en 1a
medida en que son mentalmente esic:lavizados ; se creen "avanza­
dos"
y "'espiritualmente adultos" en los momentos en que son
reducidos a: un infantilismo lindante con la irresponsabilidad.
En los M ass media todo lleva, . como por instinto, un mismo
sent;do:
el de 1a nivelación social y mental, el de la destrucción
de los límites, hitos
y estructuras mentales, que deben ser pre­
sentados como "tabús" y "prejuicios" de un pasado irracional;
el de la trivialización y hedonización ( sexualización principal­
mente) de los impulsos, atemperándolos a la producción por me­
dio
d€ la publicidad. La tecnocracia estatal moderna aplica así
su descubrimiento de que es mucho más fácil gobernar a favor
de la demagogia
y de la anarquía mental que contrariándo.tas.
Y ello no sólo a corto plazo, sino también ·en la uelaboraciún de]
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RAFAEL GAMBRA
futuro". Fomentar creencias y conv1cc10nes morales, criterios
mentales, es
-a la corta y a la larga-crear dificultades de go­
bierno. Sólo
la masa igualitaria, creyente sólo en la evolución y
en la relatividad de las ideas, es susceptible de una manipulación
tot¡,J. Estabilizado
el sentido de los M ass media, cualquier re­
acción a favor de su corriente se ve infinitamente potenciada;
cualquier reacción contra ese sentido, neutralizada y ridiculizada.
La técnica de licuefacción espiritual -de masificación-es,
desde este momento, minuciosa, inexorable.
Las noticias de as­
pecto "objetivo" lo son sólo en apariencia: hay siempre en ellas
un punto de valoración según la "ortodoxia pública" de la socie­
dad socialista. El matiz es, a menudo, captado más por el sub­
consciente que
por el consciente del lector u oyente. Toda auto­
ridad, excepto la tecnocracia establecida, es siempre mala y opre­
sora ("paternalista" en el mejor de los casos); toda rebelión es
siempre buena o "contiene factores positivos" ; la lealtad y la
firmeza son formas de reaccionarismo recusables o, cuando me­
nos, productos de
una "alienación"; toda posición disolvente de
alguna estructura, norma,
autoridad o costumbre es una actitud
"valiente"
y "al día"; lo establecido es estruc1:ura caduca, por
el hecho de estarlo, y debe ser sustituido; el halago a la "juven­
tud" y al "pueblo trabajador" no tiene límite ni medida; cualquier
forma de convicción, de coherencia o la simple afirmación de
algo es
"particulá.rismo", cuando no un síntoma de "clasismo"
o de "preteritismo".
De vez en cuando puede insertarse alguna noticia o comen­
tario "contra corriente" : ello hace de contrapunto excitante
para
la mentalidad- masificada, resulta pintoresco o excita la irritación
contra
el "irracional pretérito"; presta, además, al conjunto una
mayor apariencia de "neutralidad".
Factor importantísimo es tam­
bién el "abaratamiento de los
grandes temas", su buscada pro­
fanación por las masa. Encuestas de aspecto científico sobre te­
mas sexuales en toda su crudeza y aun en sus formas morbo­
sas, que minan el sentido de la intimidad y del pudor; encuestas
sobre los grandes temas de
la fe, sobre la misma existencia de
Di.os, con opiniones en "igualdad de oportunidades" de teólogos,
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LA UBERTAD EN LA SOCIEDAD TRADICIONAL Y EN LA DE MASAS
filósofos, toreros, futbolistas y cantantes ligeros, que socavan el
espontáneo sentido reverencial
de la religión ...
A
través de toda esta manipulación por los Mas miedia, la
noción de respetabilidad
se sustituye por la de popularidad. Todo
el mundo -sea cual fuere su rango o la dignidad de su pues­
to-:-desea actuar en los espacios ''punta" de los grandes rota­
tivos o de las pequeñas pantallas.
Nadie se niega, sea cual fuere
el tema que le propongan o el papel que haya de desempeñar: no
existe ya otra categoría, prestigio ni fama que el otorgado por
los Mas media ...
Al término de este proceso, el hombre-masa se cree libre -y
festeja su liberació,n-porque ya no siente sobre sí ni la costum­
bre, ni la.autoridad con rostro humano o divino, ni el sentimiento
de respeto, ni el de pudor, ni el sentimiento de lo sagrado. En
realidad, ya no existe la libertad en un universo de almas pre­
fabricadas, dóciles en su informe rebeldía, apenas humanas en
su supuesta "madurez humana"; ni existe siquiera memoria de
lo que es libertad,
porque nadie recuerda ya los cimientos polí­
ticos y mentales sobre los que ia libertad se ejercía ... Diríase
confirmada hoy aquella "creencia en la indefinida plasticidad del
hombre y negación de la naturaleza humana" que Carnus re­
conocia
en la base del designio marxista.
Conquista decisiva para este proceso de masificación del hom­
bre y de tecnificación de su medio es la "conversión al Mundo''
operada, hasta cierto nive'li en l_a que se autodenomina Iglesia
posconciliar.
En medio de los inmensos avatares sufridos por
nuestra civilización desde el Renacimiento y fa Reforma hasta
la Revolución y el Socialismo, la permanencia de la Iglesia ca­
tólica en una fe y en una continuidad fue para todo hombre
-aun para los no católicos-un cierto punto de referencia de
la verdad y del orden. Una instancia superior de todos recono­
cible
(por ser la tradición común) adonde no llegaban los sue­
ños delirantes de la razón desencarnada o de las pasiones hu­
manas. Con la madre anciana que evita con su sola presencia
silenciosa
la definitiva ruptura de una familia dislocada, así la
Iglesia ha sido para la civilización el núcleo permanente de don-
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RAFAEL GAMBRA
de recibían -aun sin saberlo-cuanto de verdad y de orden
retenían los
medios dispersos de la modernidad.
Cuando -para asombro de nuestra generación-esta misma
Iglesia llamada posconciliar parece incorporarse a la "ortodoxia
filantrópica
y pacifista" de los Mass media, y diríase que abjura
de su pasado y de su tradición y que corre a coger el tren del
Socialismo aunque
S€a .en su furgón de cola ... -, es éste 131 mo­
mento en que las vías de
ia masificación -y de esa "libertad en
el va.cío''-aparecen definitivamente libres de todo obstáculo.
La captura de los que han caído en la trampa intelectual aparece
ya consumada y sin remedio, al paso que la tentación del des­
aliento en quienes conservan alguna forma de consciencia se
hace casi insuperable. Se hace preciso
-entonces refugiarse, sobre­
naturalmente, en la promesa dada a la Iglesia por su divino
Fundador por cuya virtud "las. puertas del Infierno no prevale­
cerán contra ella". Y recordar aquella frase de
Fran~oise Chauvin
según la cual "la lucidez es la peor de las cegueras si no se' ve
más allá de aquello qµe se ve". Palabras que completaba Gusta­
ve Thibon con estas
otras: "El cristiano, a imitación del apóstol
San Pablo, está obligado a esperar contra toda esperanza ( con·­
tra spem -in spe), porque Cristo ha vencido al mundo y esta vic­
toria abarca la totalidad del tiempo
y del espacio. Y, por incier­
tas que sean las probabilidades de éxito, nuestra misión aquí
abajo consiste en restaurar pacientemente, en nosotros y en torno
nuestro, las condiciones para una reedificación de la C~udad de
los hombres; es decir, en preparar un porvenir a la eternidad. H
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