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La cultura


LA CULTURA
POll
ANGEL GoNZÁLBZ ALVA.RF2.
l. Naturaleza y -eultura.
En su acepción original la palabra «cultura» significa cul­
tivo del hombre. Cultura es, promoción de aptitudes dormidas
y desarrollo de capacidades innatas. Dígase, si se prefiere, trans­
formación de virtualidades en virtudes.
La cultura pretende ha­
cer pasar a semejantes capacidades y aptitudes desde el estado
de incoación
al de efectiva actualidad.
Los griegos dieron a este fenómeno el nombre de
paideia.
Los romanos le reservaron la palabra humanitas que en toda la
Edad Media convivió con el vocablo civilitas. Pone ello de re,
lleve que cultura dice una referencia esencial al hombre. Sólo
el espíritu humano puede
set sujeto de ella. El cultivo de un
rosal en
el jardín no sostiene el nombre de cultura. El desarro­
llo del toro en la dehesa
o_ el adiestramiento del caballo en el
picadero son también fenómenos diferentes.
La cultura subjetiva es cultivo de la humanidad en los hom­
bres. Debe, en consecuencia, ser dirigida a la diana de
la razón,
es decir, a lo que configura
al hombre en su propio reino y lo
distingue de todos los demás seres. Pero
me apresuro a decir
qne esta misma concepción de la cultura lleva inviscerada una
posibilidad de extensión a realidades fuera del hombre. En su
sentido original, la cultura supone la naturaleza humana y se
añade a ella. Pero aloja también a toda actividad del hombre
dirigida al perfeccionamiento de la naturaleza exterior.
De esta forma se llama cultura objetiva al repertorio entero
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Fundaci\363n Speiro

ANGEL GONZALEZ ALVAREZ
de los bienes culturales. Fue la concepción de los siglos XVII }
XVIII. Desde entonces es necesario distribuir la cultura en dos
grandes sectores: el de la cultura subjetiva o personal
y el de
la cultura objetiva o real. Puede decirse, pues, que mientras la
naturaleza
es el mundo dado, l,¡,,ootura es el orden elaborado
por el hombre como actividad de su entendimiento, obra de su
voluntad o hechura de su manos.
Naturaleza
y cultura aparecen vinculadas en su otigen y en
su meta. Diríase que la cultura tiene su principio en la natura­
leza humana y que en ella encuentra también su fin. Las exi­
gencias de la cultura están contenidas en las intenciones . más
profundas de la naturaleza inmatura que pide promoción y des­
arrollo, acabamiento y plenitud. Con igual razón hay que poner
el más logrado fin de la cultura en el perfeccionamiento de la
naturaleza del hombre. Sucede así porque toda incoaci6n de per­
fección
se endereza hacia la perfección consumada. Todo desarro­
llo cultural contrario a
la esencia del hombre es una real contra­
cultura. El problema que
nos ocupa tiene rango sapiencial. Sobre la
ciencia de la cultura, profesada por Eugenio D'Ors, habrá que
ediflcar ~l piso superior que corresponde a la filosofía de la
cultura.
Lo atisbó Aristóteles cuando señaló al filósofo profesar
la sabiduría, que
es conocimiento de la verdad y suprema per­
fección de
la razón y le encomendó e la misión de ordenar y co­
nocer el orden. Y, por su parte, nos advierte Tomás de Aquino
que el orden se dice respecto de la razón de cuatro modos di­
ferentes.
He aquí los cuatro órdenes en que puede distribuirse la en­
tidad, con una breve descripción de cada uno de ellos.
El
primero está constituido por el inmenso repertorio de las
cosas físicas que
se distribuyen en el ámbito de lo real. Sen
entes reales o naturales aquellos a los que compete existir for­
malmente en la naturaleza de las
cosas en absoluta independencia
de la
razón humana. Todo el universo· de las cosas naturales
pertenece al ámbito del ente real o natural.
La tazón humana
lo encuentra delante de sí, lo contempla, pero no lo construye.
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.LA. CULTURA
Aunque nuestro entendimiento puede. conocerlo -c,cy en cuanto
conocido está también en el
entendimiento--, el .conocimiento
mismo, lejos de producirlo, lo supone ya constituido como tal.
Más que actuado, elaborado o creado por el entendimiento .hu­
mano, como quieren diversas formas del idealismo gnoseológico,
el ente real actúa eficientemente al entendimiento sacándolo de
su pasividad. Y más que informado por el humano entendimien­
to,
como pensara Kant, él lo informa especificando la operación
cognoscitiva.
El segundo es ya un producto de la razón humana. Es. el
orden
de los conceptos u orden racional o lógico. La razón lo
efectúa en
su propio acto ordenando los conceptos y las pala­
bras o
voces significativas. Le compete existir en la mente y por
la mente, aunque con un fundamento en los contenidos concep­
tuales que nos vienen de las cosas. Todo el universo de nuestros
conceptos, juicios y razonamientos pertenece al orden racional.
El entendimiento humano, sobre la base de los contenidos
cog­
noscitivos que, mediante la abstracción, obtiene de las cosas,
produce la maravilla del ente lógico.
El
tercer orden es el producido pc,r la razón en las operacio­
nes de la voluntad. Es el orden del deber ser u orden moral.
Compete
al ente moral existir en las operaciones de la voluntad
ordenadas a
su fin por medio del entendimiento. Todo el orden
de nuestras actividades volitivas circunstanciadas y especificadas
por el fin de la obra y por el .fin del opetante pertenece al ám­
bito del ente moral. La razón humana lo produce también, pero
no en
su propio acto, como el ente lógico, sino en los actos de
la voluntad.
El
cuarto es el producido por la razón humana en las cosas
exteriores de las que ella misma es causa. Es el orden artificial,
o
artístico, o técnico, o estético. Por si tuviera pocos nombres.
alguoos -entre los cuales me acuso de estar incluido--le lla­
man orden cultural. Veremos pronto que esta denominación re­
sulta precipitada. Compete a este orden existir en las operacio­
nes
de la razón humana que recaen sobre una materia exterior.
Todo
él universo de. los artefactos que resultan de la operación
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ANGEL ·GONZALEZ ALV AREZ
del hombre sobre cualquier elet)lento de la naturaleza pertenece
al ámbito del ente artificial.
Es también producido por el en­
tendimiento, más no en su propio acto especulativo --como en
el caso del ente de razón-, ni en la acción de la voluntad
-como el ente moral-, sino en las operaciones objetivadas en
la realidad exterior que
·toman el nombre de efecciones, produc­
ciones o creaciones.
Repárese ahora que los tres últimos órdenes y sus entes res­
pectivos se constituyen bajo un cierto respecto del ente real u
orden natural. El orden lógico o ente racional, en cuanto lo
supone;
el ente moral y el ente artificial, en cuanto de alguna
manera encarnan en
la realidad para cobrar positividad y con­
creción. Obsérvese también que, mientras los seres naturales no
son productos de la razón humana, los otros tres órdenes coinci­
den en ser obra
del hombre. Quiere decir esto que los cuatro
órdenes registrados pueden reducirse a dos:
el mundo de la na­
turaleza, que incluye todos los seres naturales, sin faltar el hom­
bre, y
el mundo de la cultura, que resulta de las diversas acti­
vidades humanas.
Una última
observació_n puede hacernos reparar cuanto su­
pera en extensión el mundo cultural al orden natural. Entre las
actividades humanas figura también la teoría o contemplación de
la naturaleza que nos entrega el puro conocimiento distribuido
en el inmenso
campo de las ciencias naturales. Y, sin abandonar
el ámbito de la razón, aún debemos registar con las artes lógi­
cas, ya aludidas, las llamadas artes liberales, que vienen a ampliar
aún más el inmenso territorio de la cultura.
2. El orde11 de la .,;,¡tura.
Mientras la naturaleza es el mundo dado o . creado por Dios,
la cultura
es el orden elaborado por el hombre. En oposición al
orden natural, se ·llama cultura a cuanto procede del hombre
como actividad de su inteligencia,
obra de su voluntad o hechu­
ra de
sus manos. Una elemental consideración del ámbito de
la
razón nos pone en presencia de tres territorios culturales. La
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. LA CULTURA
razón especulaúva se dirige por vía de cÓnternplación al. ll!)iver­
.so de la verdad para lograr la cienc;ia y la sabiduría. La razón
práctica apunta por los caminos de la acción al orbe del bien
para conquistar la perfección. Finalmente,
.la razón «poiética»,
siguiendo la ruta de la creación, busca la meta
. de la belleza o
de la simple utilidad en los dominios de
las artes, las técnicas
y las profesiones.
· La cultura supone .la naturaleza, pero brota del espíritu del
hombre,
ya que resulta de sus operaciones específicas sobre d.e­
terminados elementos naturales. La contraposición naturaleza­
cultura desemboca en
la oposición naturaleza-espíritu y, en cier­
.to aspecto, se identifica con ella. La moderna teoría de la cul­
tura nació del impulso dado por Hegel a la filosofía del espíritu.
Su terreno propio era el del espíritu objetivo. La cultura no
es obra del espíritu subjetivo ni se detiene en los individuos.
Responde
más bien a la fuerza creadora. de la comunidad, cuyo
momento
más alto es el Estado, jamás medio al servicio de Jps
hoffihres,-sino fin en sí, y como tal, Dios mismo sob.te la -tiett'.a,
segiín explícita afirmación de Hegel.
Hasta
N. Hartmann no se SOllletió el ser del espíritu .ob­
jetivo a profunda revisión. El espíritu objetivo carece de reali­
dad personal. No es un ser en sí¡ por sí ni para si. Sólo tiene
existencia en
los espíritus personales, Por él precisamente se
conocen los individuos enlazados a su tradición· y actu~te
vinculados a su comunidad.
La obra cultural es como una creación del espíritu del hom­
bre
y en ella se refleja e incorpora algo del espíritu personal
que la produjo. Puede, _pues, decirse· que el espíritu se «objeti­
va» en la creación cultural. A esto precisamente llama Hartmann
espiritu obietivado. En el trecho histórico que va de Hegel a
Hartmann
se ha desplegado la teorfa contemporánea de la cul­
tura. La distinción ,mtre · ente haturál •y; ente culturál es coló­
cada en primer plano respondiendo a la contraposición de na­
turaleza y espíritu. El orden · de la naturalezá está constituido
por el universo dado
al hombre con anterioridad a toda objeti­
vidad de nuestro espíritu. El orden
de. la éultura está fórtnado
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ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
por el repertorio de las creaciones humanas que resultan de la
incorporación de un determinado valor en objetos o procesos
inicialmente natutales.
Con pretensión de validez para
el común sentir de una mul­
titud de autores de nuestro tiempo puede decirse que cultuta
es
la objetivación del espíritu en la materia. Como tal, habrá
de constituir sobre el mundo de la naturaleza
el orbe del espi,
ritu. Y habida cuenta que donde aparece el espíritu ha surgido
la persona, puede también afirmarse que la cultura es un pro­
ducto personal. Mediadora entre
el mundo axiológico y el or­
den real, la persona engendra los entes culturales por sus actos
de objetivación y de realización de valores en
la materia sensible.
La cultura brota del espíritu del hombre y t:ene también
al hombre por único destinatario. De ahí se desprende la posi­
bilidad de comprensión de los objetos culturales. El ente cul­
tural tiene una significación, encierra un valor, es portador de
humanidad y depositario del espíritu. En el espíritu del objeto
cultural
se enciende el espíritu de la persona para interpretar
la significación, estimar el valor que encierra y comprender la
humanidad que manifiesta. De Dilthey a Martmann, el proceso
metódico de comprensión de los objetos culturales
se perfila
y desarrolla en contraposición al método científico de intelec­
ción de los entes naturales. Esta diferencia en nuestro conoci­
miento viene impuesta por la diversa relación de sus objetos
respectivos. El ente natural
se nos enfrenta como algo extraño
que nada tiene que ver con la persona. Podemos verlo, contem­
plarlo
y entenderlo. El ente cultural es algo propio del espíritu
entrañado en la persona. En ·consecuencia, lo interpreta, lo es­
tima y lo comprende.
3. Las dimensiones de la vida espiritual.
Hay que registrar en el hombre tres dimensiones capitales
que son otras tantas divisiones de su vida espiritual: el cono­
cer, el obrar y el hacer. En líneas generales pueden atribuirse
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LA CULTURA
al vivir de la inteligencia, de la voluntad y de las II\llllOS. Los
griegos llamaron a estas tres manifestaciones de la vida humana
en el espíritu
«theoria,., «praxis» y «poiesis,.. Las tres están
relacionadas con la actividad cognoscitiva
y, por tanto, con la
razón.
La misma razón puede ser «usada» de tres modos dife­
rentes: teorético, práctico
y poiético. A:ristdteles fundamenta
sobre tales distinciones la clasificación de las ciencias en tres
géneros: teoréticas, prácticas
y poiéticas. Parece utilizar en la
clasificación un criterio de finalidad.
La finalidad cognoscitiva
orientada al puro
conocer o especular da lugar a las ciencias
teoréticas; dirigida al
obrar, a la ordenación de la conducta
propia, da origen a las ciencias prácticas; enderezada
al hacer_.
al crear o producir constituye las ciencias poiéticas. Puede de­
cirse también que las ciencias
se distinguen por la actividad
humana en que
se asientan. Cuando la actividad consiste en la
especulación la ciencia es teorética; si se funda en la acción se
llama práctica, y si radica · en la producci6n se convierte en
poiética.
Las tres palabras griegas. «theoria», «praxis» y «poiesis,. han
tenido suertes diferentes. Los latinos tradujeron «theoria» por
«especulado» y «contemplado», doblaron
«praxls en «operatio»
y «actio» y reservaron como. versión de
«poiesis,. el vocablo
«factio».
En castellano podemos usar indistintamentte «teoría»,
«especulación,. y «contemplación». Igualmente son sinónimas
las palabras
«praxis,. (antiguamente también «práctica»), «acción»
y «operación». No sucedió lo mismo con «poiesis», palabra de
uso poco frecuente en espafíol y cuya transcripción en voces como
«poesía», «poema», «poemático» y otras semejantes nos remi­
ten a la expresión artística de la belleza en el lenguaje versifi­
cado. También ha
caído en desuso el vocablo «facción» con el
significado de
hechura y derivado de «factio». Por «poiesis» y
por «factio» usamos hoy muy corrientemente las palabras «pro­
ducción» y «creación». Poiesis, creación o producción son
las
tareas de la inteligencia normalmente ejecutadas por la volun­
tad y por las manos.
Es correspondencia con la tres dimensiones de
la vida espi-
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ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
ritual es preciso. registrar otros tantos territorios cult.urales. En
orden a su respectiva configuración con vi~ . advertir que la
actividad espiritual
es siempre comunicación del hombre con la
realidad. Pero .esta comunicación circula en \loqle _sentido. Con­
siste el primero en ~prehensión o recepción de la realidad en el
espíritu.
Se manifiesta inicialmente en la intuición sensible y se
consuma en la concepción o intuición del intelecto.
En este sen­
tido la realidad se devela, manifiesta y parentiza al entendi­
miento que, en acritud receptiva la contempla sin herirla ni
ofenderla. Estamos ante la teoría que
es saber para saber y
nada
más. Su forma más elevada en el orden natural es la con­
templación pura
de la verdad en la cumbre de la metafísica
como
scientia veritatis. Se trata de una actitud meramente es­
pecular que no modifica en absoluto el objeto de su actividad.
Mientras en la teoría el sentido
de la comunicación va de
fuera a dentro, toda praxis humana va desde la intimidad del
yo hacia la realidad en que quedan incardinados los efectos.
Más que la idea de conocimiento, que también connota, la pra­
xis·. suscita en nosotros una referencia directa a la actividad,
a la acción u operación. Por eso se opone a la teoría. No es
contemplación ni especulación. Consiste en una actitud del es­
píritu que pretende modificar el objeto de su actividad. Lo
que comienza en el .espíritu tiene ya alguna relación con el co­
nocimiento. La praxis se inicia con la representación de la obra
que
.va a ser efectuada. Semejante tenerse en
la pura contemplación se convierte en proyecto acari­
ciado y querido. Y como
no hay querer humano desprovisto
de motivo volvemos a encontramos con el conocimiento en la
estructura del di11amismo del espíritu · que, exige la percepción
del bien o
la, estimación del valor. Tratase del conocimiento
práctico que se pone al servicio del obrar y del hacer. Entra­
mos así en el campo de la actividad. Es
•claro que la actividad
espiritual
es una activida,1 estrictamente inmanente. También
lo es que el hombre no es espíritu puro ni inteligencia alojada
en
un organismo. El hombre no es espíritu incorporado, espí­
ritu en el mundo. Sólo puede set concebidó con
garantía de
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LA CULTURA
exactitud en función de la estructura de materia y espíritu.
Negar esta estructura es abrir el
camino del materialismo o re­
conocer la vía del espiriruali,¡mo. No. Materia y espíritu son
distintos en
la unidad de la sustancia humana. Esta unidad se
perfecciona merced a la tarea del espíritu que promueve al in­
dividuo a la dignidad de la persona por la posesión de sí y el
desarrollo en la extensión del cuerpo
al que desde el interior
vivifica
y sensibiliza.
Uno en el ser, el hombre mantiene también una unidad en
el
dinamismo aunque con duplicidad de manifestaciones. Hay
una actividad humana que se ejerce en el interior del hombre.
Es la actividad inmanente que los griegos llamaban
Ilpán,ev y
los latinos agere y que traducimos al español por obrar estric­
tamente dicho. A este primer territorio de la praxis pertenece
el repertorio
de las obras interiores. Llamémola por su nombre:
acción.
Se trata de la praxis moral, es decir, de todas las obras
de la conducta humana afectadas por el perfeccionamiento ético.
La praxis activa sigue los caminos de la acción hacia la meta
del bien para conseguir
la perfección humana. Trátase, en defi­
nitiva de una ordenación de la actividad libre del hombre hacia
su propio fin. Es el desarrollo
de la humanidad en el hombre
que busca
el cuádruple objetivo de aquisición y perfecciona­
miento de las virtudes cardinales
Existe también una actividad
humana que se ejerce sobre
una materia exterior.
Es natural: espíritu en el mundo, el mun­
do presta al hombre materia para su conocimiento y campo para
el ejercicio de su libre actividad. Trátase ahora de una actividad
transitiva- que
los griegos designaban con el vocablo Ilotelv, y
los latinos con el nombre de /acere y los españoles . llamamos
hacer, crear o producir. Dígase, si
se prefiere praxis productivil.
Se trata de las operaciones de la razón poiética que, por vía de
creación,
se dirige al universo de la belleza o de la simple utili­
dad
y cuya más bella conquista en .el dominio, de las artes, las
técnicas y las profesiones seguirá llamándose poesía.
La praxis productiva se distingue de la praxis'· activa como
el universo de lo factible se diferencia del orbe de lo agible.
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ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
Leopoldo Eulogio Palacios los ha caracterizado con rigurosa pre­
cisión como dos hemisferios que llenan el contenido. de lo opera­
ble. «Es agible
el acto humano en sí mismo, la actividad humana
considerada
respecto del uso de la libertad, siendo entonces in­
diferente que trascienda o no trascienda al mundo exterior, o
que deje o no deje efectos fuera del hombre;
y, en cambio, es
factible todo lo que puede ser hecho por una operación huma­
na que deja fuera de
sí efectos de valor apreciable en ellos mis­
mos, independientemente de la buena o mala voluntad con que
fueron hechos. Así
es factible un puente, un poema, un edifi­
cio. Dicho con palabras parecidas:
hay veces que consideramos
únicamente la moralidad del acto, reparando en el buen o
mal
uso de la libertad que hace el sujeto. Lo agible es lo elegible,
pues en la elección
se manifiesta la voluntad: ídem enim agible
et elegible, toAap to IIpaxirJs xat tb IIpmp.-crJ·, (Metaph., V, I,
1025b 24 ). Otras veces consideramos el acto humano por el
valor de los efectos que deja fuera de
sí, prescindiendo en ab­
soluto de la intención moral, buena o mala, con que son reali­
zados»
(Filosofia del saber, 2." ed., Madrid, 1974, pág. 316).
Nuestra inteligencia no se contenta con desprender del
mun­
do, por el conocimiento, la verdad que contempla, sino que
opera también
en seres naturales para modelarlos y trabajarlos.
El hombre no
es sólo homo sapiens; es también bomo faber,
llamado a configurar la tierra. Al lado de la ciencia y la sabi­
duría por las que comprende lo que es, hay que colocar todos
los saber-hacer por los que
el hombre está habilitado para reali­
zar
lo que concibe. Las artes son precisamente las aptitudes del
homo faber. «Esto engloba tanto las artes mecáoicas ·como las
bellas artes, las artes liberales o de ornato y toda la diversidad
de oficios
y profesiones; en un palabra, toda la variedad de
caracteres
re<¡tterida para la vida de las sociedades; compren-·
diendo
en ello, con las artes industriales, el de organizar polí­
tica y económicamente un pueblo, un país. El arte es esencial­
mente
aqu( el sentido de un trabajo que se ha de hacer, recta
ratio factibilium, la razón recta del hombre, aplicada a las obras
exteriores, y qtle sé· muestra allí tanto artista como artesana,
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LA CULTURA
maestra en artes, para realizar fuera de. sí como una expresión
de
lo que en sí lleva» (André Marc).
El ámbito de lo factible se extiende inclusive a las obras
que resultan del ejercicio
de la función cognoscitiva y perma­
necen en
el entendimiento. Se trata de las artes puramente es­
peculativas. En dlas se expresa el espítitu con más profundidad
por
el ejercicio de sus capacidades de razonamiento, de inven­
ción y creación.
4. Teoría y cultura intelectual.
Me ocupo en primer lugar de la cultura subjetiva. No se
puede decir que el hombre sea el ser más menesteroso y des­
valido. Para compensar sus deficiencias, como ya señaló Aristó­
teles, tiene manos
y, sobre todo, razón. Hay en el hombre una
capacidad
de manipulación y de conocimiento que hace de él
un caso aparte en el reino animal. Trátase .de la capacidad de
aprendizaje, que,
si comienza por la habilidad manual y sigue
por
la destreza motora, se manifiesta principalmente en el or­
den mental. La razón humana, incardinada en una sensabilidad
y abierta en abanico sobre
la universalidad de las cosas, es in­
definida capacidad de
variación y de perfeccionamiento. Esta
capacidad de la
razón hace del hombre un animal de cultura.
Por ello se adiestra en el hacer, se toma consciente en el obrar
y se instruye en un conocimiento que es formativo,
construc~
tivo y liberador. La cultura subjetiva es desarrollo y formación
ción de
la personalidad.
El sector
más iluminado de la cultura subjetiva lo constituye
seguramente el cultivo de
la intdigencia. La cultura intelectual
se conquista por el desarrollo de la mente y el perfeccionamiento
de las facultades
cognoscirivas. No puede desconocerse la im­
portancia de la cultura que, por la vía de la razón teórica, se
di.,;ige al mundo de lo especulable presidido por la verdad. La
cultura intelectual es el cultivo del logos en la persona humana.
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ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
Y como logos es razón, mente, espíritu, verdad y palabra, la
cultura intelectual
es cultivo de la raz6n, disciplina de la mente,
formaci6n del
espíritu, conocimiento de la verdad y dominio
del lenguaje. El verdadero espíritu
es el espíritu del logos: pe­
netra la verdad, esclarece el conocimiento, concuerda con la
realidad y se expresa en la palabra. La adquisici6n del saber
y el desarrollo de las virtudes intelectuales en el frondoso árbol
de las ciencias es una tarea cultural que no debe ser descuida­
da. Para ello es preciso actuar los hábitos naturales del inte­
llectus
y la synderesis, que nos entregan los primeros principios
teóricos y prácticos, respectivamente, y promover las virtudes
intelectuales de la sabiduría y de la ciencia, así como las de la
prudencia y el arte. Por la sabiduría puede indagar la inteli­
gencia las causas primeras de
la realidad; gracias a la ciencia
puede extraer conclusiones de los principios; por
la prudencia
puede aplicar los principios generales de la
ética a la acci6n
concreta,
y merced a la inspiraci6n y al arte, ajustar las nor,.
mas universales del quehacer cotidiano en los dominios de las
artes, las técnicas y las profesiones.
La importancia de la cultura inte'.ectual es superior a toda
ponderaci6n.
La ciencia y el conocimiento, en general, amplían
el horizonte del hombre y sirven de base a todo posible desarro­
llo.
La verdad contenida en el conocimiento libera nuestra exis­
tencia, ensancha la persona hasta los linderos del saber,
enrie
quece el espíritu con la realidad asimilada, ilumina la raz6n.
práctica para que no fracase en la delicada empresa del propio
perfeccionamiento
y habilita a la raz6n técnica para el ejercido
profesional. Por añadidura, la ciencia abre la posibilidad del
crecimiento econ6mico,
el progreso técnico y el desarrollo so­
cial, sostiene los condicionamientos materiales de los pueblos y
alimenta el nivel espiritual de sus culturas.
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LA CULTURA
5. Praxis activa y cultura ética.
La cultura subjetiva no se limita al cultivo del lagos. Quiete
set también guía del ethos. Digamos, pues, que la segunda di­
mensióu de la cultuta subjetiva está afincada en el territorio
ético.
La cultura moral aparece en los caminos de la acción
hacia
la meta del bien para conseguir la perfección humana.
Trátase, en definitiva, de una ordenación ·de
la actividad libre
de
la persona hacia su propio fin. Sabemos que toda incoación
de
perfecció.;: se endereza a la perfección consumada. La cultura
moral pone al hombre en trance de llegar a acabamiento. ·
Observando sus intenciones más profundas
se ha podido de­
cir que la naturaleza humana no pretende únicamente la gene­
ración de la prole sino también su promoción
y desarrollo hasta
el estado del hombre en cuanto
tal, que es el estado de virtud.
En esta línea de promoción de
la realidad humana hasta que
todas las virtualidades
se conviertan en virtudes, adecuadas al
dominio del obrar y al señorío de la acción, es donde debe
plantearse el problema de
la cultura moral.
La cultura ética debe ser buscada en el camino de la evolu­
ción
y del progreso. Es una carreta en busca de perfección. La
vida humana es vivida hacia delante y la cultura moral está
por su .misma naturaleza orientada al porvenir. No cabe aquí
un retorno sobre los propios pasos aunque nos llevase al tesoro
de la juventud o nos devolviese
la inocencia de la niñez. El
progreso moral no consiste en la conservaci6n de un tesoro.
La cultuta moral no es una forma de involución. Los talentos
que nos fueton dados
no pueden set campo yetmo y deben
fructificar.
Cada hombre está destinado a lograr su propia talla. Habrá
de esforzarse en
el crecimiento y el desarrollo hasta alcanzar lo
que tiene que ser por
la actualización de todas las posibilida­
des perfectivas inherentes a su naturaleza individual. Mientras
al animal se le da la vida hecha, el . hombre recibió, con la exis­
tencia, el encargo y la misión de tenet que realizarla. Espíritu
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ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
incorporado, vive el hombre con los seres del universo mate­
rial
y convive en la comunidad de las personas de que también
él forma parte. Esa relaci6n del hombre con
la naturaleza y la
vinculación del hombre con
el hombre, más allá del conoci­
miento, nos abre el horizonte de la cultura moral. Y ello por­
que
el · hombre posee también facultades apetitivas de orden
sensible, afectadas por el perfeccionamiento ético.
Consiste la cultura moral en la posesión de las virtudes
car­
dinales, llamadas así porque contienen a todas las demás. Ya
Plat6n
las sistematizó como actitudes fundamentales que expre­
san el orden y la armonía de la vida humana individual y co­
lectiva. La sabiduría consiste en la reflexión del alma racional
y de ella
se alimentan los sabios y gobernantes; la fortaleza es
el adiestramiento del alma irascible y debe asistir a los guardia­
nes y guerreros;
la templaza es la virtud del alma concupisci­
ble, propia de los labradores y comerciantes. Plat6n no
se ol­
vida de la justicia. Más que una virtud, era el alma de todas.
Derivada de la idea de bien, regula las tres partes del
alma
individual, las tres clases del cuerpo social, y las tres virtudes
singulares y colectivas.
Le queda todavía eficacia para armo­
nizar los destinos históricos de las diversas ciudades.
El desarrollo de la humanidad en el hombre busca, en efecto,
el cuádruple objetivo de adquisici6n y perfeccionamiento de las
virtudes cardinales.
La principal es la prudencia. Su posesión
satisface las aspiraciones más profundas de la persona, otorga
al hombre su definitiva emancipación haciéndole dueño de sus
actos y señor
de su vida y conquista aquella autonomía que
San Pablo ponía en la libertad· de . ]os hijos de Dios.
La libertad espiritual se expresa en la intimidad de la per­
sona
y se proyecta en la vida social y comunitaria. La cultura
moral
se manifiesta entonces como cultura social y política. Así
adquiere el hombre la plenitud de su riqueza de expansi6n. En
la
subordinación al bien común alcanza su bien más propio y
se abre a la perspectiva de su definitiva trascendencia de la que
la cultura
religiosa es anuncio 'y participáción.
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Fundaci\363n Speiro

LA CULTURA
6. Creatividad humana y cultura objetiva.
Se ha pretendido distinguir en el campo de la praxis pro­
ductiva dos sectores, uno de los cuales respondiese de las
crea­
ciones artísticas y el otro se relacionase con las actividades
técnicas. También
yo admito la distinción e inclusive la necesi­
dad de ampliarla con nuevos sectores que no caben en ninguno
de los dos. Mas, por ahora, prefiero tratar unitariamente todas
las manifestaciones de la función creadora del espíritu. Fueron
los latinos
quienes tradujeron por ars (arte) lo que Aristóteles
llamaba t1ózv,¡ (técnica) el hábito productivo de orden intelec­
tual.
Me ocupo, pues, del arte y de la técnica en una considera­
ción conjunta. Vaya por delante una breve reflexión sobre la
creatividad humana. La cuestión puede plantearse en estos tér­
minos: ¿qué
es el arte creador en el hombre?
Para responder a esta pregunta conviene ser precavidos· y
estar dispuestos a la humildad. La peculiaridad de nuestro ser
como espíritus incorparados nos permite participar en
el poder
creador de Dios. Pero esta participación no
es unívoca y se sitúa
más bien en el campo de la equivocidad. Con alguna suerte
podremos vislumbrar lejanas analogías con la incomunicable
creación que sólo Dios puede ejercer. Es claro, pues, que las
posibilidades humanas de creación habráo de ser necesariamente
limitadas. Finito y contingente en su ser, el hombre
es también
limitado en su capacidad creadora. Sin embargo,
la contingencia
y
la finitud no le privan de los poderes creadores de configu­
ración, plasmación y construcción en el triple ámbito del cono­
cer, el obrar y el hacer. La creación así entendida es el distintivo
del espíritu humano, el cual, aunque incorporado, no
es algo
cerrado, concluido ni muerto. Contando con los datos de la
percepción y en dependencia de la observación y la experiencia
elabora
el conocimiento científico y la sabiduría filosófica. Con
la limitación que
la obligatoriedad de la ley moral a la que su
propia conciencia le vincula,
se asigna la finalidad de su acción
realizadora de su propio ser en el mundo. Agregando o todo
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ANGEL GONZALEZ ALVAREZ
esto el ejercicio de la potestad configuradora de su vida con
los otros en la comunidad de los hombres y sirviéndose de las
técnicas que desarrolla y perfecciona sin cesar~ pone al servicio
de •·todas las energlas de la naturaleza y construye el edificio
de la cultura.
Se dice que crear es hacer algo de la nada -ex nihilo sui
et
subiecti-, "según la f6rmula clásica. Hemos visto que no sé
trata aquí de tanto. Más que la palabra «creaci6n» debiéramos
emplear
el vocablo «creatividad», ya generalizado. Hay en la
creaci6n divina novedad absoluta de ser.
En la creatividad hu­
mana s6lo hay novedad.
rdativa. Por eso, cuando hablamos de
imaginaci6n creadora o de creaci6n artística empleamos un len­
guaje que, trascendiendo las analogías
está bordeando la equi­
vocidad.
La humana creaci6n poiética difiere profundamente de la
acci6n divina creadora del mundo
.. Para elaborar una esencia
inexistente, colocada en el orbe de lo impalpable, necesita el
hombre de lo
r<:al existente como causa rnatetial que condiciona
la
peculiar estructura del producto de . su imaginación. En cam­
bio, para crear las cosas y ponerlas en el orbe de lo real exis­
tente, no necesita Dios -de nada que a las mismas precediera.
En todas las manifestaciones de
la creatividad humana se pre­
supone una matetia preexistente -sonidos, palabras, colores,
figuras, realidades, en
suma-que en modo alguno ha sido
creada por
el hombre. También necesita la creatividad de uná
forma cuyos resplandores pretenden hacer brillar en su obra.
Mientras la
divina acci6n creadora es libre y amorosa co­
municación de la · existencia, la creatividad humana se limita
frecuentemente a ser simple información de una materia,
or­
denación de lo caótico o estructuración de lo que carece de
figura. Con todo,
esa estructura y ese orden que la forma in­
troduce en la materia
es obra del arte esencialmente fabricador
y creativo del hombre. Y su producto es una creatura nueva,
utÍ · ser original cuya sola presencia nos agrada. Ésa originalidad
y novedad es aportación exclusiva del artista que la engendra
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Fundaci\363n Speiro

LA CUUURA
por la actividad de su inteligencia llevada sobre . la pasividad
de su experiencia
del mundo y de la vida.
Se dice también que la potencia creadora es el mismo inte­
lecto divino con voluntad adjunta.
En definitiva, conocimiento
y amor. También los poderes creativos exigen entendimiento
que concibe y voluntad libre que realiza o impera
la ejecución.
Hay, pues, en ellos conocimiento y amor. Pero interesa poner
en claro la diferencia. La actividad creadora de Dios llama a
las cosas desde los abismos
de la nada y éstos, como obedientes
a la
voz divina que no pudieron oír, se ponen, en la existencia.
La creación auténtica es la divina causación de los seres sin
presupuesto alguno, tanto en lo que
se refiere al modo de ser
cuanto a su existencia y realidad.
La creatividad humana no puede llegar a tanto. La praxis
productiva
se limita normalmentte a educir nuevas formas ac­
cidentales de la realidad natural que las contiene en potencia.
Como esta potencialidad
es inagotable, el espíritu humano podrá
dar rienda suelta a sus poderes creativos sin temor alguno. El
desarrollo cultura no tiene limite ni
el progreso técnico · reco­
noce metas que no pueden ser trS.spasadas.
Para el hombre que aprende a enseñorearse de la tierra, toda
la naturaleza le mostrará su inmensa capacidad de servicio
· y
obediencia para someterse al influjo del arte y de la técnica.
Todas las cosas son para
el artista como arcilla en manos del
alfarero.
En esta capacidad de las cosas para obedecer al artista
que extrae de ellas
efectos de orden superior a los produciclos
por los agentes físicos, han visto los teólogos la más encelsa
analogía de
la potencia obediencia! que hay en las creaturas
para que Dios haga en ellas lo que le
plazca a su amor.
La creatividad no puede otorgar d don absoluto de la exis­
tencia.
El artista humano es incapaz de hacer algo partiendo
de nada. Pero tampoco
se limita a comunicar una «forma» ya
constituida, de la que, por otra parte, rio dispone. Nadie se lo
ha regalado. Tampoco saca
el artista la forma de su propio fon­
do. Tiene, pues. que confomarse con inventarla. La creatividad
humana más que creaci6n, es invenci6n.
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ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
¿D6nde encontrar el fundamento de esta fuerza de inven­
ci6n en que
la creatividad parece consistir? Debe buscarse en
la condici6n humana del artista,
es decir, en su puntual defini­
ci6n del hombre: espíritu incotporado, abierto a los horizontes
divinos. Del choque de
la inagotable subjetividad humana con
la también inagotable disponibilidad del mundo surge la creati­
vidad sin término
y sin medida que corresponde a la estructura
abierta del espíritu incorporado y hace del hombre un artista.
El edificio de
la cultura artística es construido por el arte.
Como
tal es de orden espiritual. Hay que colocar el .arte en el
ámbito de la
razón, principio primero de todas las obras huma­
nas. Reside en la inteligencia del artífice como una
pecuilar
cualidad de su saber hacer. En vano buscaremos el arte en las
manos como potencia ejecutiva material. No está el arte del
escultor en
la fuerza del brazo ni la del minituarista en la agili­
dad de los dedos. La habilidad manual favorece la operación
creadora cuando
es d6cil al influjo del arte que, naciendo de la
inteligencia, pretende introducir en
la obra sus mejores intencio­
nes. Los antiguos afirmaban con unanimidad jamás desmentida
que
el arte es un hábito del entendimiento práctico.
En las doctrina de los hábitos debemos ver la posibilidad
misma del desarrollo y perfección del hombre en
los dominios
del conocer,
el obrar y el hacer. Los hábitos son perfecciones
de
la naturaleza humana, una a modo de segunda naturaleza por
la que el hombre se supera a sí mismo y adquiere la autentici­
dad
más excelsa. ¿Cómo realizan los hábitos este acabamiento
y perfección del hombre?· Los dones intelectuales, las caulida­
des técnicas, artesanas y profesionales
y las virtudes morales
perfeccionan y completan
al hombre al depositar en el espíritu
sus mejores tesoros. El saber y el arte acumulan en la inteli­
gencia
reservas de luz y de fuerza; la virtud moral almacena
en
la voluntad tensión de amor. Las ciencias especulativas, y
en mayor grado la sabiduría, perfeccionan al entendimiento ca­
pacitándolo para la conquista de la verdad. Las artes y las téc­
nicas habilitan al entendimiento para, sirviéndose de los orga­
nos del cuerpo, adueñarse de la naturaleza exterior y realizar
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LA CULTURA
en ella los sueños de la razón. Las virtudes perfeccionan a la
voluntad hasta convetirla en
.la .gran artesana de la conducta en
la conquista del bien. Según esto, los hábitos disponen
al hom­
bre pata la fecundidad. Las ciencias le capacitan para el bien
pensar; las artes le habilitan pata
el bien hacer, y las virtudes
le prepatan pata el bien obrar.
Las artes y las técnicas son tan numerosas y variadas como
las direcciones de la rosa de los vientos. Las profesiones mis'
mas son especialidades en que se divide y subdivide el mundo
laboral. Poner el arte y la cultura técnica en las destrezas
ma­
nuales con vista a la producción en cadena significa, además
de un grave error de política pedagógica, un delito de lesa hu­
manidad. Lejos de poner
el sistema educativo al servicio del
perfeccionamiento del hombre, lo
otientatíamos hacia una pro­
gresiva animalización de
la vida del espíritu. El sujeto de los
hábitos técnicos es la inteligencia y no lo son los órganos del
cuerpo. Y la inteligencia técnica, como cualquiera otra energía
humana o se identifica con la inteligencia especulativa o
detiva
de ella. La cultura técnica sólo florece en la atmósfera de la
cultura intelectual. Por lo que se refiere al cultivo de las bellas
artes habría que
ir más lejos. Ordenadas a la producción de be­
lleza, aspiran a clavat sus raíces en la
sabiduría metafísica. La
cultura atrística se afinca eir'la· naturaleza y se abre a las pers­
pectivas infinitas del espíritu.
Pasemos
ya de la consideración del arte como creatividad
del artista a las creaciones realizadas en las artes.
La misma
distinción puede ser establecida entre
la técnica de un produc­
tor
y los productos técnicos. La más antigua división de las
artes las clasifica en serviles y liberales. Las ptimeras exigían
el trabajo manual y el sudor de la frente. Las segundas, libera­
das de semejante servidumbre, eran puras construcciones del es­
píritu. Está clasificación está fundada en el concepto de atte
como
recta ratio factibilium. Factible podía decirse, en efecto,
de dos maneras.
La más propia y rigurosa se daba en el caso
de que las obras fuesen efectos producidos en la materia ex­
terior. Pero se llamaban también factibles a las puras construc-
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ANGEL GONZALEZ ALVAREZ
clones. del entendimiento que permanecían en el alma. De esta
forma la música,
la aritmética y la lógica figuraban entre las
artes liberales, mientras que la escultura y la pintura eran artes
claramente serviles.
Las artes serviles son hechura de las ma­
nos; las artes liberales son hechura .de la mente. Si aquéllas per­
tenecen
al ámbito de la manufactura, éstas deben ser incluidas
en la esfera
de la mentefactura. Es lo que el profesor Palacios
expresa en este texto: la existencia de
cosas factibles que están
en el entendimiento,
hechas dentro de él, y que no son ni actos
de voluntad ni obras manuales, sino la misma especulación
con­
siderada como algo regulable y mensurable por reglas artísticas,
obliga a pensar que
lo factible no es sólo producible en el acto
de la manufactura, sino .que puede presentarse también en obras
que
no son «operables» en el sentido propio del término, y
se cultivan en un ámbito peculiar, al que podría denominarse
la esfera de
.la mentefactura. Esta clasificación de las artes en
serviles
y liberales dura varios siglos y tiene un desarrollo his­
tórico poco tranquilo, tanto en
lo que se refiere a las artes
mismas
como en lo pertinente a los artífices.
Las artes liberales constituían el trivium --gramática, re­
tórica y dialéctica-y el quadrivium -aritmética, geometría,
astronomía y
música-. A estas siete artes había que agregar la
teología y la filosofía cultivadas ambas en las mismas escuelas
monacales, catedralicias
y palatinas,, Una exagerada. afición a la
dialéctica
hizo que perdieran interés las otras ramas del tri­
vium.
Desde la dialéctica precisamente se pasó a la especula­
ción teológica.
En conexión con lá teología y como ampliación
de la· dialéctica surgió el cultivo de la filosofía. Todas las demás
artes constituían el amplio·
espectro de las artes· serviles tal como
se manifiesta en las labores de la artesanía, los oficios, las pro­
fesiones técnicas y todo
el complejo dé actividades utilitarias
que pretenden satisfacer necesidades vitales o
se ordenan a la
creación del
bienestar.
Los cultivadores de las artes liberales en las escuelas y pos­
teriormente
en las universidades erán llamados maestros en ar­
tes o artistas. Quienes
ejercían ·cualqriiera · de las artes· serviles
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Fundaci\363n Speiro

LA CULTURA
eran conocidos como artesanos. Los antiguos maestros en arte
son actualmente científicos o
filósofos. El . término «artista»
perdió su significación original y adquirió sentido idéntico al
de «artesano». Pero artesano y artista vuelven,a contraponerse
al aparecer una nueva clasificación de las .artes que las distri­
buye en dos géneros, según estén informadas por la belleza
t1
ordenadas a la utilidad. Estas últimas llegarán a perder la con­
sideración de artes para adquirir la denominación de actividades
técnicas. El término «artesano» comienza a ser abandonado.
Normalmente
se lo sustituye por los nombres de los diferentes
oficios.
Su significado general lo transfiere a otros vocablos que
designan a los técnicos y a los obreros o productores. El
nom­
bre del artista parece definitivamente reservado al artífice que
se relaciona con las bellas artes, las cuales, por su parte, vuelven
a emparentarse con las viejas artes liberales más cercanas a las
ciencias y a la sabiduría
y, por lo mismo, vecinas a la actividad
espiritual de especulación o contemplación.
El arte se desentiende de la utilidad y se vincula estrecha­
mente a la belleza. Esta peripecia fue
iniciada por los renacen­
tistas pero la consuman los filósofos y los artistas del roman­
ticismo.
La plena madurez la alcanza con Hegel para quien el
arte
es una manifestación de Dios. Dígase, si se prefiere, del
espíritu absoluto, ser en
sí y para sí, que se manifesta en las
tres formas
del arte, la religión y la filosofía, en corresponden­
cia, respectivamente, con la intuición, la representación y el pen­
samiento. El espíritu absoluto «se ofrece como intuición en el
arte,
como representación en la religión y como concepto en la
historia de la filosofía. Vemos así el arte sentada junto a la
religión y la filosofía, concertadas las tres con un mismo espí­
ritu. Y este arte es: arquitectura, escultura, pintura, música y
poesía, esta última la más perfecta, porque resume todas las
demás: construye como
la arquitectura, esculpe como la escul­
tura, pinta
como la pintura, canta como la música, pero además
hace algo que las otras no pueden: hablar y pensar» (L. E. Pa­
lacios).
El arte
es anté todo intuición, contemplación. El artista
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ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
sueña con acercarse al metafísico. Si éste busca la contempla­
ción de la verdad,
él pretende la contemplación de la bell.e,.a.
Y ello para realizarla en la obra que al conjuro de su arte re­
sulta bella. Mientras las demás artes se ordenan a la utilidad
del hombre, las bellas artes quieren ser expresivas de belleza
·y nada más. Y por ser expresión de la belleza se introducen en
el reino de las creaciones del espíritu cuyos confines
se identi­
fican con los ámbitos sin límite del ser. En esta dimensión
trascendental, la belleza, que
es una especie de bien, se abraza
con la verdad. Por eso, la sabiduría propietaria de la verdad
y el arte realizador de. la belleza son virtudes generales de la
vida intelectual.
Las bellas artes son el fecundo maridaje del arte y de la
belleza. No parece posible el divorcio en estas bodas. Sin
em­
bargo, Platón puso en tela de juicio que el arte tuviese algo en
común con
la belleza. Esta era, para él, una de las tres supre­
mas ideas. Con el bien y la justicia constituían las realidades
absolutas de las que todas las demás participan o derivan. La
idea de belleza baña en luz y claridad el mnndo
de las realida­
des sensibles a las qne, al envolverlas, vuelve bellas. Con todo
eso, estas realidades son pálido reflejo de la luz de la belleza
y, por tanto, más bien sombra de la verdadera realidad del mun­
do inteligible. Y como la obra de arte es, a su vez, pura imita­
ción
de una cosa natural, su belleza queda tan mermada y re­
ducida que bien puede decirse sombra de nna sombra.
Resulta incomprensible que un artista de
la talla de Platón
haya empobrecido hasta ese extremo la belleza
de las obras de
arte. ¿Cómo no advertir que la obra humana tiene un belleza
y un valor estético que no se miden por la imitación de un
mo­
delo natural? Más extraño aun es comprobar que filósofos como
Leibniz, teólogos como Pascal o literatos como Tolstoi hayan
deíendido la misma teoría. No.
La obra de arte es la misma
expresión de
la belleza a escala humana. Esta condición de la
belleza artística fundamenta las dos teorías contrapuestas que
pretenden explicarla. ¿Reside la belleza en
la obra de arte o en
las impresiones de quien la contempla? Sin quitar importancia
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LA CULTURA
a la impresión que produce, los antiguos defendían el carácter
objetivo de
la belleza. Los modernos, por el contrar:o, piensan
que pertenece más bien a la energía
espiritual del sujeto con­
templador. Pocas veces la verdad es patrimonio de uno de los
contrarios.
En nuestro caso habrá que reconocer la necesidad de
integrar ambas posiciones. La belleza artística surge del encuen­
tro de ciertas cualidades
ob¡etívas de la obra con determinadas
impresiones del
su¡eto.
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