Índice de contenidos
1983
Crisis y revolución en la cultura
- Programas
-
Ponencias
-
La cultura
-
Educación y cultura
-
Ecología, ecologismo y política
-
Política, sociedad, cultura
-
La amenaza del sofisma
-
Los medios de comunicación social y el fenómeno revolucionario
-
Religión y cultura
-
La masificación de la cultura
-
El exilio y el reino. Hacia una auténtica renovación cultural
-
Cultura y modernidad: El laberinto evanescente de la modernidad y el mundo hispánico
-
Modernización y cultura
-
Arte y Revolución
-
- Crónicas
Autores
1983
Modernización y cultura
MODERNIZACION Y CULTURA
POR
ENRIQUE ZULHTA PuCEIRO
I
¿Es la sociedad un reflejo de la cultura o, por el contrario,
es la cultura
un reflejo de la sociedad? Este interrogante pre
sidió hace
décadas el desarrollo de la sociología de la cultura,
sin que el modo aparentemente neutral
de su formulación lo
grara ocultar el subrepticio afán normativo de su intención de
fondo. Heredera
de la tradición intelectual de la Ilustración, la
sociología de la cultura entendió su cometido como parte de
una empresa más amplia:
la de profundizar un proceso de auto
conciencia crítica acerca de las condiciones bajo las cuales la
so
ciedad moderna pudo erigirse como una con.strucción de la ra
zón y, al mísmo tiempo, reconocer en la razón su forma acabada
de autorrealización.
De este modo, el interrogante expuesto que
daba férreamente condicionado
por las presuposiciones implíci
tas de
la ideología política moderna: la idea del progreso, el ra
cionalismo político y
el contractualismo social. Aun bajo la re
tórica de una filosofía de
la _decadencia -generalizada entonces
e incipientemente reavivada en nuestros días-, estas premisas
de fondo condicionaron la génesis y desarrollo de la indaga
ción sociológico-cultural en torno a las relaciones entre cultura
y modernización
en las sociedades actuales.
Ello implica que en un análisis actual de la cuestión,
difícil
mente pueda soslayarse un abordaje previo de la cuestión de la
democracia y su relación con el problema de la cultura. La cul-
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Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULET A PUCEIRO
tura de nuestro tiempo es tina cultura de masas, precisamente
porque se genera en el seno de una sociedad de masas, a tra
vés
de métodos y formas masivas de expresión y en vista de las
masas como protagonistas centrales de la vida social. El primer
significado obvio de la expresión «cultura de masas» es la de
cultura de y para una sociedad de masas.
Lo cual lleva a sub
rayar el hecho
de que más allá de los cambios en los modos y
condiciones de expresión
de la cultura, acontece un cambio en
su naturaleza misma.
En otras palabras, que el cambio en el su
jeto histórico de la cultura representa, a su vez, un cambio en
la propia índole del fenómeno cultural. Cambio que, por sus al-
, canees, adquiere la condión de cualitativo y racional.
Lo dicho sugiere algunas cuestiones complementarias. En pri
mer lugar,
el hecho de que la sociedad aparezca como un reflejo
de
la cultura al mismo tiempo que la cultura lo sea de la socie
dad parece corolario del problema clásico planteado por el he
cho de que el hombre es, al mismo tiempo, sujeto
y objeto de
la cultura. Toda la filosofía de la cultura parte de este dato. La
visión del hombre como sujeto de la cultura sirve de base al
conjunto de acepciones de la cultura que
la vinculan a una ac
ción humana, realizadora y transformadora de la naturaleza y del
hombre mismo
-la cultura como «cultivo»-. La visión del
hombre como
dbieto de la cultura sugiere, en cambio, las imá
genes de la cultura como «producto» -resultado de la acción
humanizadora del mundo, «vida humana
objetivada»-.
Sin embargo, aun aceptando provisionalmente este modo de
plantear las cosas,
cabe preguntarse si es posible o no trasladar
lo al plano de la cultura
de masas. Es decir, ¿podría sin más
afirmarse que la sociedad de masas genera una cultura de masas,
de la misma manera que
se afirma que la cultura de masas ge
nera, a su vez, una sociedad de masas? Más allá de la inevitable
ambigüedad de los términos en disputa,
la respuesta más razo
nable parece ser la negativa. En efecto, uno de los rasgos cen
trales de la cultura de masas es, precisamente, el de su dinamis
mo transformador: no surge de la contemplación, sino
·de la
acción, entendida ésta en el sentido moderno de práctica trans-
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MODERNIZACION Y CULTURA
formadora del -orden establecido. La cultura de masas no pro
cura la expresión de valores sustantivos, relativos a inclinacio
nes permanentes_ de la
naturaleza humana, sino precisamente la
consumación de un cambio en profundidad de dichas
inclinaciO'
nes, en el sentido sugerido por imperativos de racionalidad ins
trumental. La cultura de masas se erige, ante todo, como una
poiesis autorrealizadora, crecientemente autonomizada de toda
otra instancia que la trascienda,
y fundamentalmente orientada
hacia una ruptura del equilibrio entre cultura, personalidad
y
sociedad en favor de una presión transformadora del primer fac
tor sobre los demás. Proyecto y praxis del cambio se identifican
esencialmente.
Lá cultura no refleja ni contempla, sino que pro
yecta
y transforma las condiciones existentes en la búsqueda de
un orden sustancialmente nuevo.
Traslademos el análisis al plano de ese tipo específico de
cultura que
es la cultura política y, particularmente, al caso de
la cultura política democrática, que constituye el
foco de inte
-rés principal de esta relación. Es conocido el caso de Alemania
Occidental, donde la investigación sistemática de actitudes
po
líticas de la población revela que, al menos hasta 1952 -lejos
ya de las condiciones políticas del nazismo-, continuaban pri
mando actitudes genéricas de suspicacia hacia
el régimen parla
mentado y de preferencias hacia fórmulas políticas de signo auto
ritario. Es a partir de entonces cuando la práctica institucional
y
muy especialmente la generalización de prácticas de educación
e información política masiva logran una reversión lenta y pau
latina de tal situación, hasta llegar a los niveles actuales de acep
tación masiva e irrestricta de la cultura democrática que revelan
las investigaciones de opinión. Algo similar sugiere una lectura
de los procesos de cambio en
la opinión y las imágenes .de las
instituciones democráticas en España en los períodos
anterio
res y posteriores a la transición política, donde vuelve a verifi
carse
el hecho de que la política cultural opera cambios en la
cultura política establecida, hasta variar cualitativamente su
sig
no dominante. La cultura (actividad) genera, naturalmente, una
nueva cultura (producto).
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ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
En el caso de las sociedades hispanoamericanas, que advie
nen a la existencia como Estados independientes
hajo el prin
cipio de legitimidad de la república democrática
y en los que
distan aún de
imperar los rasgos de una cultura política de ma
sas, este papel transformador que la cultura política parece ejer
cer
sobre las actitudes políticas se ve atenuado. Un ejemplo de
ello
es el hecho de que, en general, los principios de la repúbli
ca constitucional, que constituyen la legitimidad histórica de los
Estados nacionales, no pueden menos que ser reconocidos por
los regímenes autoritarios que,
en función de su reiteración pa
recen constituir más bien la regla general que la excepción tran
sitoria. Las interrupciones del orden constituciónal se manifies
tan
así, con excepciones mínimas, bajo el signo de la recupera
ción o defensa de la vida republicana. De este modo, la cultura
política del autoritarismo continúa siendo un fenómeno de élites
en el seno de una cultura política basada en el consenso y la
demanda difusa de legitimidad democrática. La coexistencia de
subculturas políticas diversas parece así un rasgo caracterfsiico
de un ámbito en el que no imperan aún las condiciones de una
cultura de masas hegemónica y excluyente.
Los ejemplos expuestos revelan cómo, al menos en el te
rreno de la cultura pol!tica,
el rasgo principal de la cultura de
masas
es su carácter de agente activo de transformación y mo
vilización social a la búsqueda de cambios estructurales del or
den de cosas establecido. En la medida en que los procesos de
desjerarquización, desintegración comunitaria, indiferenciación y
secularización sientan las bases para una masificación creciente
de las condiciones sociales, la cultura pol!tica tiende a perder su
carácter de fenómeno reflejo --expresivo del estado de actitu
des, valoraciones, criterios de legitimación, expectativas
y predis
posiciones hacia el orden
político--para convertirse más bien
en un agente de transformación de dichas condiciones, en el
sen
tido propuesto por modelos normativos gestados al margen de
la política misma.
·
Lo dicho conduce a subrayar el rango principal que revisten
las ciencias sociales en
la cultura política moderna. Las mismas
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MODERNIZACION Y CULTURA
nacen de la Ilustración y se definen como una alternativa explí
cita de desafío a la tradición. La tradición es vista, ante todo,
como prejuicio, supervivencia muerta del pasado y obstáculo
para el proceso de racionalización creciente de
la existencia so
cial. Desde la perspectiva acuñada por las ciencias sociales, el
progreso es mucho
más que una calificación de procesos sociales
y culturales: es un auténtico ideal normativo que nutre su fuer
za en el trasfondo escatológico de una nueva utopía de salvación
a través de la razón. La idea tradicional de la liberación por
medio de la verdad se ve así retraducida en términos seculares
mediante la imagen de un proceso
de desencantamiento del mun
do a través del primado de la razón instrumental.
De este modo, razón, progreso e historia serían aspectos de
un mismo fenómeno socio-cultural, regido por la consolidación
del moderno espíritu
científico como nueva instancia de legiti
mación vital, frente a la perspectiva pseudoconsoladora de las
religiones trascendentes. Sobre esta base puede entenderse el
he
cho de que en el lenguaje de las ciencias. sociales, «moderniza
ción» asuma una función polivalente, a
veces referida a un papel
descriptivo de procesos socio-culturales propios de
la sociedad
moderna
y, otras veces, en cambio, referida a un papel norma
tivo o programático. Lo mismo ocurre con conceptos que aluden
a ciertos subprocesos concomitantes con
el proceso más general
de la modernización, tales como los de secularización o raciona
lización, que a
veces evocan transformaciones objetivas de las so
ciedades modernas y otras, por el contrario, imperativos de com
bio o procesos a inducir en el orden social establecido. Cabría
as! establecer una distinción entre modernización entendida como
proceso social objetivo y modernización entendida como ideolo
gías, como programa de cambio que se trata de inducir los com
portamientos objetivos de la sociedad.
TI
Sobre la base de lo dicho, resulta posible afirmar que en el
vocabulario
de las ciencias sociales, «modernización» es el nom-
151
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ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
bre contemporáneo del progreso, idea a la que el esceptlctsmo
de la postmodernidad parece haber despojado de sus contenidos
míticos. Modernización sustituye a «progreso», agregando a los
contenidos semánticos originarios una carga
significativa de fuerte
acento voluntarista y tecnocrático. Problemas clásicos
para las
ciencias sociales de la Ilustración, tales como
el sentido de la
histotia, las antinomias entre orden y progreso,
la cuestión del
factor social dominante o el debate sobre la naturaleza de las
leyes de la evolución social, se ven así superados y sustituidos
por una
teoría global de la modernización, construida sobre la
base del presupuesto implícito de
la evolución constante e irre
versible de las sociedades hacia una democratización fundamen
tal de
sus condiciones de vida.
Mucho
se ha escrito acerca de las presuposiciones ideológicas
de esta concepción. Particularmente sobre su etnocentrismo
oc
cidentalista, sobre la circularidad de la argumentación en que se
apoya y aun sobre el complejo de intereses a los que esta teo
ría presta cobertura ideológica. Al margen de ello, cabe detener
se en algunos aspectos de su génesis y manifestación que revis
ten interés para
el tratamiento de la cuestión que nos ocupa.
Ante todo,
la cuestión de los orígenes. Es sabido que entre 1890
y 1920
se manifiesta toda una generación de pensadores diver
sos, cuyo signo común es el propósito común de reemplazar la
filosofía del progreso, que sirviera de base
a las modernas ideo
logías revolucionarias, por una teoría rigurosa de
las condiciones
sociales y culturales de la modernidad.
Teoría rigurosa en el
sentido de teoría dotada de un soporte empírico que hiciera po
sible su generalización a situaciones nuevas y, sobre todo, a
áreas de
la civilización cuyo proceso histórico no era evidente
mente el vivido por las culturas políticas occidentales más avan
zadas. Nombres como los de Tarde, Sorel, Pareto, Tonnies,
Mosca, Freud, Veblen, Simmel, Bergson o
Durloheim podrían
ser situados, por sobre una enorme diversidad de intereses teó
ricos, en esta linea
de pensamiento. Así, por ejemplo, Troeltsch
o Weber analizaron
el significado del protestatismo en las bases
de la cultura del capitalismo; Simmel las vinculaciones del
fenó-
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MODBRNIZACION Y CULTURA
meno del dinero con los procesos de urbanización y expansión
de la vida metropolitana; Michels la especificidad de los fenó
menos modernos
de asociación y agregación de intereses en el
plano político y Durkheim o Freud el valor del análisis de los
fenómenos sociales primitivos como fuente para un estudio de
los fundamentos de
la cohesión social en las sociedades mo
dernas.
El impacto
de esta preocupación de las ciencias sociales so
bre la cultura política de los países occidentales se reflejó bási
camente a través de la aparición de una nueva -noción de «mo
derno» y «modernización». Se advierte así el tránsito desde una
noción débil de lo moderno
-asociado a una imagen hasta
cierto punto cronológica, de
amplia raigambre en el pensamien
to occidental, en la que
lo moderno sustituye a lo antiguo o aun
a lo clásico
-hacia una noción fuerte -en la que lo moderno
asume el conjunto de notas propias del proceso general
de ra
cionalización de las estructuras sociales, culturales e instituciona
les-. Moderno y modernización son así sinónitnos de autonomía
y secularización creciente de las estructuras culturales e institu
cionales.
Hacia
finales de los años 50 y principios de los 60, esta co
rriente de pensamiento, nutrida de factores intelectuales diver
sos, provenientes en parte de la tradición fundamental de la so
ciología, del neoevolucionismo de raíz spenceriana, del psicoaná
lisis freudiano
y de la itnpronta filosófica del empirismo, logró
sus mayores cotas de articulación bajo la forma de una teoría
general del cambio y la modernización. Teoría que pretendía ser,
a un tiempo, rigurosamente empírica
-apartada y autonomiza
da la filosofía, la historia o la jurisprudencia-y libre de valo
res. Volcada, en consecuencia, a
la elaboración de tipologías y
clasificaciones fundadas en
definiciones meramente operativas y
con propósitos de orden eminentemente metodológicos. La po
lítica fue así individualizada como una variable independiente y
autonomizada
de la historia, la moral, la cultura o la economía
política que opera como una fuerza
instrumental, modeladora- del
cambio y de
la modernización. Sería más bien un agente de rup-
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ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
wr11, y discontinuidad del orden establecido y de instauración
de condiciones
instiwcionales y sociales radicalmente nuevas, en
las que
el modelo de las democracias anglosajonas .opera como
presupuesto implícito indiscutido.
La modernización es vista así como un fenómeno social ob
jetivo y, al mismo tiempo, como un ideal normativo subrepticio
y no confesado. El cuadro descriptivo que esboza la teoría tiene
una pretensión de neutralidad valorativa que apenas cubre, sin
embargo, su propuesta prescriptiva de fondo. Los rasgos que
se
predican del fenómeno de modernización creciente de las socie
dades modernas serían los siguientes:
a) Incremento de los procesos de difetenciación social. Nue
vos fenómenos sociales generan nuevos protagonistas y nuevos
tipos de organización social, definidos por su especialización. En
un contexto de mayor complejidad estructural de las sociedades,
la división social del trabajo exige nuevos papeles, nuevas fun
ciones y, naturalmente, diversificación creciente de la estructura
social e institucional.
La sociedad pietde la imagen piramidal y
se multiplican sus centros de poder.
b) Surgimiento de nuevas formas de asignación de autori
dad
y recursos sociales, en las que las formas tradicionales -he
reditarias, familiares, carismáticas, privilegios, adscripción natu
ral, costumbres, etc.-se ven supetadas por formas basadas en
procesos de legitimación racional, asociados a ideas como las de
consenso, logro
y éxito personal o eficacia funcional. Atenua
ción de la relevancia institucional de los cuerpos intermedios de
base natural.
e) Surgimiento de nuevas formas de identificación y leal
tad política, sustitutivas de las formas de lealtad carismática o
tradicional. Consecuentemente, aparición de nuevas esfetas ins
titucionales de regulación social, basadas en genetal en la
ima
gen del mercado y del equilibrio entre ofetta y demanda eco
nómica, social, institucional o electoral, en las que la idea de
legitimación a través del respeto a los procedimientos desempeña
un papel central.
Más allá de diferencias históricas, étnicas o socio-culturales,
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MODERNIZACION Y CULTURA
el proceso global de moderrización representa -se dice-una
tendencia universal
de las sociedades modernas, en parte im
pulsada por la racionalidad inherente a los procesos sociales y,
en parte, impulsada por la razón y voluntad política de los Es
tados, que en tal sentido abandonan su condición de espectado
res de la vida social para involucrarse integralmente a través
del desarrollo de políticas públicas explícitamente orientadas al
objetivo de la modernización. La
ideología de la modernización
deviene así
política de la modernización.
En este plano, la idea de modernización resulta ínescindible
de las manifestaciones modernas del fenómeno burocrático. Los
rasgos anteriormente apuntados exhiben un correlato en
la or
ganización del Estado, que
podría sintetizarse del siguiente modo:
a) Debilitamiento de las élites tradicionales y de las for
mas tradicionales de legitimación política de los cuerpos inter
medios, con la consiguiente reclusión de los mismos dentro del
ámbito de las actividades no públicas.
b) Desarrollo de una estructura política altamente diferen
ciada en
términos institucionales, con la primacía de las activi
dades centrales, corporizadas por
el Estado en lo que a las fun
ciones legislativas, administrativas, gubernativas
y de planifica
ción se refiere.
e) Nuevas formas de difusión del poder pol!tico potencial
a grupos cada
vez más amplios de la sociedad, sobre la base de
una ampliación creciente de los mecanismos y procedimientos
de la democracia formal -representación, sufragio, participación
electoral
y generalización de mecanismos de consulta directa-.
En el escenario de una sociedad masificada, el Estado exhibe
un crecimiento exponencial en sus aparatos y funciones. Sin em
bargo, no por ello gana en fortaleza, puesto que al proceso cen
trípeto de centralización del poder y burocratización autoritaria
cabe oponer
el proceso inverso, esto es, centrífugo, de distribu
ción formal de oportunidades participativas
y de distribución
material de poder político. La estatización deviene, al mismo
tiempo, corporativización. La publicización de lo privado se ve
neutralizada por la privatización de lo público. El impulso mo-
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ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
dernizador es, en principio, centralizador, pero pronto da paso
a impulsos complementarios provenientes de los nuevos actores
de
la escena social -partidos, sindicatos, organizaciones de in
tereses, medios de comunicación, etc.-.
El proceso de modernizaci6n desencadena así fuerzas y pro
cesos nuevos que .bien pronto revierten sobre el Estado desa
fiando su capacidad de control
y gobierno. Los feo6menos de
urbanización y expansión de los
s;stemas de comunicaciones, la
primacía de nuevas formas
de racionalidad tecnológica y los
efectos
de la industrialización avanzada, no sólo vienen a satis
facer demandas sociales, sino que bien pronto alimentan el
cre
cimiento de nuevas expectativas que se vuelven hacia el Estado
en búsqueda de satisfacción. El Estado crece precisamente en
función de su necesidad de dar satisfacción a este
círculo de ex
pectativas crecientes y de· proceder además a la incorporación de
las nuevas fuerzas, valores, comportamientos, etc. que este cír
culo vicioso genera.
Las relaciones entre cultura de
masas y procesos de moderni
zación encuentran precisamente en este punto sus niveles mayo
res de fricción. La cultura de masas reconoce en los sectores que
protagonizan
la revolución de las expectativas crecientes su su
jeto histórico principal. Su impulso secularizador no reconoce lí
mites y se realiza plenamente precisamente en la medida en que
amplía sus proyecciones
y se traslada al plano de las actitudes y
comportamientos políticos. El efecto de ello es, precisamente, el
incremento incesante
de las demandas de participación y distri
bución, dirigidas hacia un Estado que
es cada vez más impotente
para satisfacerlas. Lejos de contribuir a la consolidación de la
racionalidad democrática, la cultura de la
modernización supone
un desafío que hace a la propia existencia del Estado moderni
zador. La explosión de la complejidad no encuentra contraparti
da en un mejoramiento en la capacidad de gobierno del Estado.
156
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MODERNIZACION Y CULTURA
III
Interesa destacar que, de este modo, se produce una quiebra
en la imagen de las relaciones entre
cultura y sociedad heredada
de las
grandes ideologías del siglo xvm y XIX. Esta imagen exhi
bía a la sociedad como un tejido o bien como una totalidad or
gánica, estructurada de modo mecánico sobre la base de un prin
cipio interno
-como ha indicado D. Bell, esta es la función que
cumplen ideas como las de Espíritu
Ob¡etivo (Hegel), Volksgeist
(romanticismo alemán), Interis (economía clásica) o Modo de
producción
(Marx}-. La evolución social podía, así, ser conce
bida como la revelación histórica o el desarrollo orgánico y pro
gresivo de tales principios internos. Cultura, poder, instituciones
y economía
se interpenetrao en función de una unidad sustan
cial subyacente, representada
por los principios aludidos. Así,
por ejemplo, la cultura pudo ser vista desde el
marxismo como
expresión del estado de las relaciones de producción o, bien,
para
la Escuela Histórica, como la expresión del Volkigeist.
Por
sobre la diversidad de concepciones, las construcciones alu
didas reflejao, acaso, la imagen del orden primordial, presente
en las graodes religiones, trasladado ahora a la imagen
del prin
ciplci orgánico de organización social.
En el contexto de la sociedad de masas esta idea de la uni
dad orgánica de la vida social experimenta una fractura profun
da. D. Bell subraya la especificación
y luego separación creciente
de tres esferas distintas de !a existencia social, orientadas por
principios axiales diferentes
y que se desenvuelven mediaote ló
gicas igualmente específicas y, en última instancia, aotagónicas.
Explica
Bell que en las sociedades modemas, la economía tiende
a regirse por principios de eficiencia, especialización y
maximi
zación.
Su estructura axial es la buracratización. En el ámbito
polítioo tiende a imperar, en cambio, el principio de la igualdad
-proyectada a aspectos tales como las oportunidades, el acceso
al poder, los recursos y aun los resultados y beneficios. La es
tructura axiwl resuhante es la participación. En el ámbito de la
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ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
cultura, el principio que tiende a primar es el de la autorreali
zación del
yo en sus formas más extremas.
Proyectado este cuadro
al ámbito de las contradicciones so
ciales, se advierte el carácter antagónico de los principios y es
tructuras resultantes. El impulso burocrático choca con el im
pulso hacia la participación, en tanto que, por su parte, el afán
de autogratificación y hedonismo implícitos en el impulso de
autorrealización del
yo tienden a gestar una cultura que se opone
frontalmente a la ética laboral del ascetismo mundano implícita
en la estructura del mundo económico.
Lo mismo ocurre con
respecto al ámbito político, donde
la demanda ilimitada de auto
rrealización pugna con el principio de igualdad.
La realidad so
cial pierde así su carácter de totalidad orgánica y cobra un as
pecto esencialmente antagónico y conflictivo. El equilibrio so
cial no es así la condición natural del cuerpo social, sino el re
sultado transitorio de una suerte de empate entre impulsos to
tahnente contrapuestos. El conflicto
es así la condición perma
nente de las sociedades modernas.
La imagen de la «sobrecarga» en el sistema institucional pa
rece hoy ser compartida por todos los análisis de la crisis, sea
cual
sea su signo ideológico. Sobrecarga de demandas que no
sólo reviste un aspecto cuantitativo, sino que adquiere una
di
mensión cualitativa, acorde con los nuevos sujetos, procesos y
temas que cobran protagonismo. En el fondo,
se trata de una
auténtica metamorfosis de la política, de sus temas propios y de
las condiciones bajo las cuales
se avizoran o esperan respuestas.
Esto implica en alto grado a la teoría de la modernización,
ya
que · ha sido precisamente la índole y alcances de su promesa
transformadora la que
ha legitimado la explosión de las expec
tativas
y, a la postre, su carácter de no negociable. Por otra par
te, el carácter de novedad cualitativa de las demandas sociales
desnuda las propias insuficiencias de la burocracia estatal,
ca
rente no sólo de instrumentos y recursos suficientes para satisfa
cerlas sino, sobre todo, de una cultura apta para
la comprensión
elemental de los procesos en curso.
La cultura de la moderniza
ción
se basa en la imagen de un Estado optimista que avanza
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MODERNIZACION Y CULTURA
en el seno de una sociedad atrasada e inerte que es necesario
movilizar y activar.
La realidad es hoy, sin embargo, radicalmen
te diferente. Un Estado débil, inerme y sobrecargado, parece
cada
vez más impotente frente a una sociedad cada vez más
compleja y convnlsionada. Tampoco
parece ya sostenible la ideo
logía de la separación entre
el Estado (aparato) y la Sociedad
(mercado despolitizado
y autorregulado).
Desde
el Estado --comprendido el sistema educativo y las
instituciones públicas de producción
cultural-continúa difun
diéndose la ideología de la modernización
--con su afirmación
de los impuJsos autonomizadores de la política, de secularización
y de igualitarismo--. Desde la sociedad -comprendidas las par
tes involucradas en
1: puja distributiva y las instituciones pri
vadas de producción
cultural-se reclama, en cambio, la pri
macía de valores postmaterialistas, el retorno al orden natural,
la recuperación de instancias de autoridad natural que,
al menos,
por un imperativo de supervivencia social queden
al margen
de
la critica secularizadora. De este modo tiende a profundizar
se un movimiento de reJlujo que de algún modo evidencia la
existencia
de lo que, en algún momento, se denominó «límites
sociales al desarrollo». Las sociedades parecen alternar momen
tos de expansión ilimitada de las expectativas de participación
y movilización pública con momentos de introspección en la
perspectiva del interés privado y, consecuentemente, de desin
terés y apartamiento de la escena pública. Aquejada por la
so
brecarga de antagonismos y frustraciones de la modernización,
la conciencia contemporánea parece buscar alternativas de equi
librio
y recuperación del orden perdido. La idea de un «nuevo
contrato social» (Rawls, Mell, Bobbio)
se esboza así como la al
ternativa de salida de un cuadro de antagonismos ya virtual
mente insostenible.
En
el terreno de los hechos, el enfrentamiento se ve sin em
bargo profundizado. La lógica inherente a la cultura es la lógi
ca de la secularización y su impulso natural tiende al desencan
tamiento del mundo a través de
la superación racional de todo
núcleo prescriptivo o principio de organizaci6n con pretensiones
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de legitimidad absoluta. La lógica inherente al mundo económi
co es la de los intereses, para la cual aún parece posible el re
conocimiento de ciertos principios básicos que, al menos provi
soriamente, hagan admisible y posible la negociación -tal como
lo demuestra, por ejemplo, el caso de las alianzas frecuentes en
tre el neoliberalismo económico y el autoritarismo político----.
su parte,
la lógica inherente a la política es la de la democracia,
vaciada
ya de ese poderoso contenido de religión civil que ex
hibió en sus orígenes y reducida más bien a la condición de una
regla de juego para la
orgamzación y distribución del poder po
lítico. El choque entre estos principios y lógicas contrapuestas
explica, en buena parte, el conjunto de
f~ómenos a través de
los cuales
se expresa la crisis de «gobemabilidad» de las de
mocracias avanzadas. Se abren, sin embargo, ciertos interrogan
tes de fondo.
¿Hasta qué punto
las reglas de juego de la democracia for
mal podrán· mantenerse sin el concurso de una ética civil de b~se
como la que sustentó el deber de obediencia al derecho en la
época fundacional? ¿Hasta qué punto la lógica de los intere
ses podrá detenerse ante las barreras meramente procedimentales
de la formaci6n de la voluntad pública democrática sin que la
complejidad del
· conflicto demande otras fórmulas acordes con
]a racionalidad económica y el peso de las fuerzas enfrentadas?
¿Cabe
acaso una conciliación permanente y medianamente esta
ble entre los impulsos de participación
y los principios de igual
dad formal propios de la institucionalidad democrática? ¿Podrá,
acaso, el principio de legitimación a través de los procedimientos
ofrecer una alternativa institucional
válida y estable al primado
creciente
de la legitimidad fundacional y a las exigencias de efi
cacia de la racionalidad insttumental? Son cuestiones que, al
margen de los problemas conceptuales que encierran, sinterizan
en buena medida el estado actual del conflicto
y que explican,
al mismo tiempo, la crisis de la ideología de la modermzación.
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MODERNIZACION Y CULTIJRA
IV
Planteados ya los términos en que cabe hoy pensat las rda
ciones entre cultura y modernización, ¿cabe, acaso, una pers
pectiva cristiana de
los problemas hasta d momento esbozados?
La pregunta resulta claramente pertinente en el m~rco de estas
jornadas y
es susceptible, en principio, de una respuesta positi
va. La Iglesia ha reflexionado largamente sobre las condiciones
de
la cultura en los procesos de modernización, partiendo de una
teología
y una metafísica de la cultura plenamente desarrolladas.
Acaso sea
Juan Pablo II quien con mayor énfasis haya subraya
do
d papel esencial que cabe a la cultura en la formulación de
respuestas a las consecuencias despersonalizadoras de
la masifi
cación social. Pape[ activo
y dinámico, comprometido de modo
efectivo en la transformación social. «La dimensión concreta de
la catolicidad» -escribe recientemente en Slavorum Apostoli
« ... no es algo estático, fuera del dato histórico y de una uni
formidad sin relieve, sino que surge
y. se desarrolla en un cierto
sentido, cotidianamente, como una novedad a partir
de la fe
unánime de todos los que creen en Dios uno y trino, revdado
por Jesucristo
y predicado por la Iglesia con la fuerza del Es
píritu Santo» (cit., núm. 18). La catolicidad de la Iglesia -con
tinúa-«se manifiesta también en la corresponsabilidad activa
y en la colaboración generosa de todos a favor del hien común.
La Iglesia realiza en todas partes su propia universalidad aco
giendo, uniendo y devando, en el modo . en que le es propio y
con
s.olicitud maternal, todo valor humano auténtico» (cit., nú
mero 19).
Su idea de «inculturación» -encarnación del evan
gelio en las culturas
históricas-es la base de una teología de
la cultura no codificada
ni dogmática, y abierta, en cambio, a la
diversidad integral
dd fenómeno humano.
Esta reflexión se inserta, por otra patte, en una tradición
de pensamiento
y en una implantación de la problemática de la
cultura que reviste catácter permanente. El dato central está cons
tituido por una
conciencia del cambio. La Constitución Gaudium
161
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
et Spes habla de una «nueva época en la historia humana», ca
racterizada por cambiQs profundos y acelerados que progresiva
mente se extienden al U:niverso entero: urbanización, migracio
nes masivas, expansión de los medios d.e comunicación social,
aceleración del proceso histórico, progreso económico y técnico,
cambios de mentalidad
y estructuras sociales (núms. 4 a 6). El
impacto de las transformaciones introduce no sólo nuevas opor
tunidades vitales, sino también desequilibrios profundos, deri
vados de la asincronfa entre progreso técnico y exigencias de la
conciencia moral, de los choques étnicos, de sexo
y de con
dición social y de una conciencia creciente acerca de las injus
ticias y de los obstáculos que
se oponen a un desarrollo pleno
y cabal de la condición humana (núm. 9).
A
partir de este diagnóstico básico, la doctrina de la Iglesia ha
señalado algunos problemas centrales suscitados por la genetaliza
ción del proceso de modernización. Uno de ellos
es el deriva
do del choque de civilizaciones.
El impacto de las innovaciones
introducidas por
la civilización industrial sobre las civilizacio
nes tradicionales afecta hondamente el equilibrio de
las socie
dades. A ello se suma el conflicto generacional que cristaliza bajo
la forma de un dilema crucial: o consetvar instituciones y creen
cias ancestrales y renunciar al progreso, o abrirse a las técnicas
y civilizaciones que vienen de fuera, pero rechazando con las tra
diciones del pasado toda su riqueza humana. De hecho -ex
plica Populorum progressio--· «los apoyos morales, espirituales
y religiosos del pasado ceden con mucha frecuencia, sin que por
eso mismo esté asegurada
la inserción en el mundo nuevo~
(cit., núm. 10). En este choque ve la Iglesia el fermento de ex
plosiones de· mesianismo utópico, con su secuela d.e agitaciones
insurrecionales y deslizamiento hacia ideologías totalitarias.
La perspectiva de la tentación totalitaria no es por cierto la
única avizorada por este diagnóstico. Existen otras cuestiones
aún
más profundas para las que la ideología de la moderniza
ción
parece carecer de respuesta. Ante todo el problema de la
tradici6n: ¿c6mo favorecer el dinamismo y expansión de la nue
va cultura con lo que de apertura a nuevos horizontes de reali·
162
Fundaci\363n Speiro
MODERNIZACION Y CULTURA
zación humana lleva implícito, sin que perezca la fidelidad viva
a herencias tradicionales cuyo valor
se ve, incluso, realzado en
el contexto de las nuevas circunstancias? Junto a ello, el proble
ma del equilibrio: ¿cómo conciliar la especialización técnica in
dispensable para
asumir en todas sus dimensiones la revolución
científica con una actitud de contemplación y admiración que
hagan posible la sabiduría?
Y ya en el plano de la participación:
¿cómo hacer posible el acceso de las masas a una cultura com
pleja y desarrollada sin por ello acentuar la paradógica vulne
rabilidad y dependencia creciente de las mismas
en las socie
dades modernas? (Gaudium et Spes, núm. 56).
La respuesta del Magisterio
podría centrarse en una idea
básica:
personalización de la cultura. «En el mundo visible -------
Juan Pablo II en su Discurso en la UNESCO--el hombre es el
único sujeto óntico de la cultura y es también su único objeto
y término»
... «la cultura hace referencia a la naturaleza del
hombre y sólo secundaria o indirectamente a sus productos».
Es
decir, primacía del hombre único, completo e indivisible. Su
jeto y artífice de la cultura, «en el conjunto integral de su sub
jetividad espiritual y material». Desde este punto de vista, la
cultura es perfección de la persona, en su doble dimensión in
dividual
y social. La persona no puede ser concebida como un
producto cultural puesto que es ella misma el presupuesto de
toda cultura.
Este reenvío de la cuestión de
la cultura al ámbito de la me
tafísica de la persona permite identificar .una segunda idea bá
sica: la de la primacla de la libertad. La libertad es, precisamen
te, condición para la perfección de la persona
y, al mismo tiem
po, reconocimiento de su naturaleza racional y social. De esta
naturaleza
emana la cultura, cuya suerte queda esencialmente
comlicionada por la libertad. Es por ello que
-como dice Gau
dium et Spes-la cultura tiene necesidad de una justa libertad
para desarrollarse y de una legítima autonomía en el obrar
se
gún sus propios principios. Tiene, por tanto, derecho al respeto
y goza de una cierta inviolabilidad, quedando evidentemente a
salvo los derechos de la persona y de la sociedad, particular o
163
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZUIETA PUCEIRO
mundial, dentro de los límites del bien común (cit., núm. 59).
Existe, pues, una justa autonomía de la cultuta humana, que
funda a su
vez el debet de las autoridades públicas de fomentat
las condiciones
y ayudas pata su más amplia difusión. La con
trapartida de esta legitimidad moral de la cultura es su ejercicio
responsable
y su independencia de los poderes políticos o eco
nómicos que puedan uúlizatla con finalidades de manipulación
social.
El papel de la cultura está así vinculado al deber de promo
ción de la persona
en su integralidad, esto es, en sus dimensio
nes de inteligencia, voluntad o fraternidad. Deber que está en
la base de esa. alianza o reconciliación entre ciencia y conciencia
indispensable para que
sea posible -=mo expresa Juan Pablo
II-la prioridad de la ética sobre la técnica, el reinado del
hombre sobre
las cosas y la superioridad del espíritu sobre la
materia.
164
Fundaci\363n Speiro
POR
ENRIQUE ZULHTA PuCEIRO
I
¿Es la sociedad un reflejo de la cultura o, por el contrario,
es la cultura
un reflejo de la sociedad? Este interrogante pre
sidió hace
décadas el desarrollo de la sociología de la cultura,
sin que el modo aparentemente neutral
de su formulación lo
grara ocultar el subrepticio afán normativo de su intención de
fondo. Heredera
de la tradición intelectual de la Ilustración, la
sociología de la cultura entendió su cometido como parte de
una empresa más amplia:
la de profundizar un proceso de auto
conciencia crítica acerca de las condiciones bajo las cuales la
so
ciedad moderna pudo erigirse como una con.strucción de la ra
zón y, al mísmo tiempo, reconocer en la razón su forma acabada
de autorrealización.
De este modo, el interrogante expuesto que
daba férreamente condicionado
por las presuposiciones implíci
tas de
la ideología política moderna: la idea del progreso, el ra
cionalismo político y
el contractualismo social. Aun bajo la re
tórica de una filosofía de
la _decadencia -generalizada entonces
e incipientemente reavivada en nuestros días-, estas premisas
de fondo condicionaron la génesis y desarrollo de la indaga
ción sociológico-cultural en torno a las relaciones entre cultura
y modernización
en las sociedades actuales.
Ello implica que en un análisis actual de la cuestión,
difícil
mente pueda soslayarse un abordaje previo de la cuestión de la
democracia y su relación con el problema de la cultura. La cul-
147
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULET A PUCEIRO
tura de nuestro tiempo es tina cultura de masas, precisamente
porque se genera en el seno de una sociedad de masas, a tra
vés
de métodos y formas masivas de expresión y en vista de las
masas como protagonistas centrales de la vida social. El primer
significado obvio de la expresión «cultura de masas» es la de
cultura de y para una sociedad de masas.
Lo cual lleva a sub
rayar el hecho
de que más allá de los cambios en los modos y
condiciones de expresión
de la cultura, acontece un cambio en
su naturaleza misma.
En otras palabras, que el cambio en el su
jeto histórico de la cultura representa, a su vez, un cambio en
la propia índole del fenómeno cultural. Cambio que, por sus al-
, canees, adquiere la condión de cualitativo y racional.
Lo dicho sugiere algunas cuestiones complementarias. En pri
mer lugar,
el hecho de que la sociedad aparezca como un reflejo
de
la cultura al mismo tiempo que la cultura lo sea de la socie
dad parece corolario del problema clásico planteado por el he
cho de que el hombre es, al mismo tiempo, sujeto
y objeto de
la cultura. Toda la filosofía de la cultura parte de este dato. La
visión del hombre como sujeto de la cultura sirve de base al
conjunto de acepciones de la cultura que
la vinculan a una ac
ción humana, realizadora y transformadora de la naturaleza y del
hombre mismo
-la cultura como «cultivo»-. La visión del
hombre como
dbieto de la cultura sugiere, en cambio, las imá
genes de la cultura como «producto» -resultado de la acción
humanizadora del mundo, «vida humana
objetivada»-.
Sin embargo, aun aceptando provisionalmente este modo de
plantear las cosas,
cabe preguntarse si es posible o no trasladar
lo al plano de la cultura
de masas. Es decir, ¿podría sin más
afirmarse que la sociedad de masas genera una cultura de masas,
de la misma manera que
se afirma que la cultura de masas ge
nera, a su vez, una sociedad de masas? Más allá de la inevitable
ambigüedad de los términos en disputa,
la respuesta más razo
nable parece ser la negativa. En efecto, uno de los rasgos cen
trales de la cultura de masas es, precisamente, el de su dinamis
mo transformador: no surge de la contemplación, sino
·de la
acción, entendida ésta en el sentido moderno de práctica trans-
148
Fundaci\363n Speiro
MODERNIZACION Y CULTURA
formadora del -orden establecido. La cultura de masas no pro
cura la expresión de valores sustantivos, relativos a inclinacio
nes permanentes_ de la
naturaleza humana, sino precisamente la
consumación de un cambio en profundidad de dichas
inclinaciO'
nes, en el sentido sugerido por imperativos de racionalidad ins
trumental. La cultura de masas se erige, ante todo, como una
poiesis autorrealizadora, crecientemente autonomizada de toda
otra instancia que la trascienda,
y fundamentalmente orientada
hacia una ruptura del equilibrio entre cultura, personalidad
y
sociedad en favor de una presión transformadora del primer fac
tor sobre los demás. Proyecto y praxis del cambio se identifican
esencialmente.
Lá cultura no refleja ni contempla, sino que pro
yecta
y transforma las condiciones existentes en la búsqueda de
un orden sustancialmente nuevo.
Traslademos el análisis al plano de ese tipo específico de
cultura que
es la cultura política y, particularmente, al caso de
la cultura política democrática, que constituye el
foco de inte
-rés principal de esta relación. Es conocido el caso de Alemania
Occidental, donde la investigación sistemática de actitudes
po
líticas de la población revela que, al menos hasta 1952 -lejos
ya de las condiciones políticas del nazismo-, continuaban pri
mando actitudes genéricas de suspicacia hacia
el régimen parla
mentado y de preferencias hacia fórmulas políticas de signo auto
ritario. Es a partir de entonces cuando la práctica institucional
y
muy especialmente la generalización de prácticas de educación
e información política masiva logran una reversión lenta y pau
latina de tal situación, hasta llegar a los niveles actuales de acep
tación masiva e irrestricta de la cultura democrática que revelan
las investigaciones de opinión. Algo similar sugiere una lectura
de los procesos de cambio en
la opinión y las imágenes .de las
instituciones democráticas en España en los períodos
anterio
res y posteriores a la transición política, donde vuelve a verifi
carse
el hecho de que la política cultural opera cambios en la
cultura política establecida, hasta variar cualitativamente su
sig
no dominante. La cultura (actividad) genera, naturalmente, una
nueva cultura (producto).
149
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
En el caso de las sociedades hispanoamericanas, que advie
nen a la existencia como Estados independientes
hajo el prin
cipio de legitimidad de la república democrática
y en los que
distan aún de
imperar los rasgos de una cultura política de ma
sas, este papel transformador que la cultura política parece ejer
cer
sobre las actitudes políticas se ve atenuado. Un ejemplo de
ello
es el hecho de que, en general, los principios de la repúbli
ca constitucional, que constituyen la legitimidad histórica de los
Estados nacionales, no pueden menos que ser reconocidos por
los regímenes autoritarios que,
en función de su reiteración pa
recen constituir más bien la regla general que la excepción tran
sitoria. Las interrupciones del orden constituciónal se manifies
tan
así, con excepciones mínimas, bajo el signo de la recupera
ción o defensa de la vida republicana. De este modo, la cultura
política del autoritarismo continúa siendo un fenómeno de élites
en el seno de una cultura política basada en el consenso y la
demanda difusa de legitimidad democrática. La coexistencia de
subculturas políticas diversas parece así un rasgo caracterfsiico
de un ámbito en el que no imperan aún las condiciones de una
cultura de masas hegemónica y excluyente.
Los ejemplos expuestos revelan cómo, al menos en el te
rreno de la cultura pol!tica,
el rasgo principal de la cultura de
masas
es su carácter de agente activo de transformación y mo
vilización social a la búsqueda de cambios estructurales del or
den de cosas establecido. En la medida en que los procesos de
desjerarquización, desintegración comunitaria, indiferenciación y
secularización sientan las bases para una masificación creciente
de las condiciones sociales, la cultura pol!tica tiende a perder su
carácter de fenómeno reflejo --expresivo del estado de actitu
des, valoraciones, criterios de legitimación, expectativas
y predis
posiciones hacia el orden
político--para convertirse más bien
en un agente de transformación de dichas condiciones, en el
sen
tido propuesto por modelos normativos gestados al margen de
la política misma.
·
Lo dicho conduce a subrayar el rango principal que revisten
las ciencias sociales en
la cultura política moderna. Las mismas
150
Fundaci\363n Speiro
MODERNIZACION Y CULTURA
nacen de la Ilustración y se definen como una alternativa explí
cita de desafío a la tradición. La tradición es vista, ante todo,
como prejuicio, supervivencia muerta del pasado y obstáculo
para el proceso de racionalización creciente de
la existencia so
cial. Desde la perspectiva acuñada por las ciencias sociales, el
progreso es mucho
más que una calificación de procesos sociales
y culturales: es un auténtico ideal normativo que nutre su fuer
za en el trasfondo escatológico de una nueva utopía de salvación
a través de la razón. La idea tradicional de la liberación por
medio de la verdad se ve así retraducida en términos seculares
mediante la imagen de un proceso
de desencantamiento del mun
do a través del primado de la razón instrumental.
De este modo, razón, progreso e historia serían aspectos de
un mismo fenómeno socio-cultural, regido por la consolidación
del moderno espíritu
científico como nueva instancia de legiti
mación vital, frente a la perspectiva pseudoconsoladora de las
religiones trascendentes. Sobre esta base puede entenderse el
he
cho de que en el lenguaje de las ciencias. sociales, «moderniza
ción» asuma una función polivalente, a
veces referida a un papel
descriptivo de procesos socio-culturales propios de
la sociedad
moderna
y, otras veces, en cambio, referida a un papel norma
tivo o programático. Lo mismo ocurre con conceptos que aluden
a ciertos subprocesos concomitantes con
el proceso más general
de la modernización, tales como los de secularización o raciona
lización, que a
veces evocan transformaciones objetivas de las so
ciedades modernas y otras, por el contrario, imperativos de com
bio o procesos a inducir en el orden social establecido. Cabría
as! establecer una distinción entre modernización entendida como
proceso social objetivo y modernización entendida como ideolo
gías, como programa de cambio que se trata de inducir los com
portamientos objetivos de la sociedad.
TI
Sobre la base de lo dicho, resulta posible afirmar que en el
vocabulario
de las ciencias sociales, «modernización» es el nom-
151
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
bre contemporáneo del progreso, idea a la que el esceptlctsmo
de la postmodernidad parece haber despojado de sus contenidos
míticos. Modernización sustituye a «progreso», agregando a los
contenidos semánticos originarios una carga
significativa de fuerte
acento voluntarista y tecnocrático. Problemas clásicos
para las
ciencias sociales de la Ilustración, tales como
el sentido de la
histotia, las antinomias entre orden y progreso,
la cuestión del
factor social dominante o el debate sobre la naturaleza de las
leyes de la evolución social, se ven así superados y sustituidos
por una
teoría global de la modernización, construida sobre la
base del presupuesto implícito de
la evolución constante e irre
versible de las sociedades hacia una democratización fundamen
tal de
sus condiciones de vida.
Mucho
se ha escrito acerca de las presuposiciones ideológicas
de esta concepción. Particularmente sobre su etnocentrismo
oc
cidentalista, sobre la circularidad de la argumentación en que se
apoya y aun sobre el complejo de intereses a los que esta teo
ría presta cobertura ideológica. Al margen de ello, cabe detener
se en algunos aspectos de su génesis y manifestación que revis
ten interés para
el tratamiento de la cuestión que nos ocupa.
Ante todo,
la cuestión de los orígenes. Es sabido que entre 1890
y 1920
se manifiesta toda una generación de pensadores diver
sos, cuyo signo común es el propósito común de reemplazar la
filosofía del progreso, que sirviera de base
a las modernas ideo
logías revolucionarias, por una teoría rigurosa de
las condiciones
sociales y culturales de la modernidad.
Teoría rigurosa en el
sentido de teoría dotada de un soporte empírico que hiciera po
sible su generalización a situaciones nuevas y, sobre todo, a
áreas de
la civilización cuyo proceso histórico no era evidente
mente el vivido por las culturas políticas occidentales más avan
zadas. Nombres como los de Tarde, Sorel, Pareto, Tonnies,
Mosca, Freud, Veblen, Simmel, Bergson o
Durloheim podrían
ser situados, por sobre una enorme diversidad de intereses teó
ricos, en esta linea
de pensamiento. Así, por ejemplo, Troeltsch
o Weber analizaron
el significado del protestatismo en las bases
de la cultura del capitalismo; Simmel las vinculaciones del
fenó-
Fundaci\363n Speiro
MODBRNIZACION Y CULTURA
meno del dinero con los procesos de urbanización y expansión
de la vida metropolitana; Michels la especificidad de los fenó
menos modernos
de asociación y agregación de intereses en el
plano político y Durkheim o Freud el valor del análisis de los
fenómenos sociales primitivos como fuente para un estudio de
los fundamentos de
la cohesión social en las sociedades mo
dernas.
El impacto
de esta preocupación de las ciencias sociales so
bre la cultura política de los países occidentales se reflejó bási
camente a través de la aparición de una nueva -noción de «mo
derno» y «modernización». Se advierte así el tránsito desde una
noción débil de lo moderno
-asociado a una imagen hasta
cierto punto cronológica, de
amplia raigambre en el pensamien
to occidental, en la que
lo moderno sustituye a lo antiguo o aun
a lo clásico
-hacia una noción fuerte -en la que lo moderno
asume el conjunto de notas propias del proceso general
de ra
cionalización de las estructuras sociales, culturales e instituciona
les-. Moderno y modernización son así sinónitnos de autonomía
y secularización creciente de las estructuras culturales e institu
cionales.
Hacia
finales de los años 50 y principios de los 60, esta co
rriente de pensamiento, nutrida de factores intelectuales diver
sos, provenientes en parte de la tradición fundamental de la so
ciología, del neoevolucionismo de raíz spenceriana, del psicoaná
lisis freudiano
y de la itnpronta filosófica del empirismo, logró
sus mayores cotas de articulación bajo la forma de una teoría
general del cambio y la modernización. Teoría que pretendía ser,
a un tiempo, rigurosamente empírica
-apartada y autonomiza
da la filosofía, la historia o la jurisprudencia-y libre de valo
res. Volcada, en consecuencia, a
la elaboración de tipologías y
clasificaciones fundadas en
definiciones meramente operativas y
con propósitos de orden eminentemente metodológicos. La po
lítica fue así individualizada como una variable independiente y
autonomizada
de la historia, la moral, la cultura o la economía
política que opera como una fuerza
instrumental, modeladora- del
cambio y de
la modernización. Sería más bien un agente de rup-
153
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
wr11, y discontinuidad del orden establecido y de instauración
de condiciones
instiwcionales y sociales radicalmente nuevas, en
las que
el modelo de las democracias anglosajonas .opera como
presupuesto implícito indiscutido.
La modernización es vista así como un fenómeno social ob
jetivo y, al mismo tiempo, como un ideal normativo subrepticio
y no confesado. El cuadro descriptivo que esboza la teoría tiene
una pretensión de neutralidad valorativa que apenas cubre, sin
embargo, su propuesta prescriptiva de fondo. Los rasgos que
se
predican del fenómeno de modernización creciente de las socie
dades modernas serían los siguientes:
a) Incremento de los procesos de difetenciación social. Nue
vos fenómenos sociales generan nuevos protagonistas y nuevos
tipos de organización social, definidos por su especialización. En
un contexto de mayor complejidad estructural de las sociedades,
la división social del trabajo exige nuevos papeles, nuevas fun
ciones y, naturalmente, diversificación creciente de la estructura
social e institucional.
La sociedad pietde la imagen piramidal y
se multiplican sus centros de poder.
b) Surgimiento de nuevas formas de asignación de autori
dad
y recursos sociales, en las que las formas tradicionales -he
reditarias, familiares, carismáticas, privilegios, adscripción natu
ral, costumbres, etc.-se ven supetadas por formas basadas en
procesos de legitimación racional, asociados a ideas como las de
consenso, logro
y éxito personal o eficacia funcional. Atenua
ción de la relevancia institucional de los cuerpos intermedios de
base natural.
e) Surgimiento de nuevas formas de identificación y leal
tad política, sustitutivas de las formas de lealtad carismática o
tradicional. Consecuentemente, aparición de nuevas esfetas ins
titucionales de regulación social, basadas en genetal en la
ima
gen del mercado y del equilibrio entre ofetta y demanda eco
nómica, social, institucional o electoral, en las que la idea de
legitimación a través del respeto a los procedimientos desempeña
un papel central.
Más allá de diferencias históricas, étnicas o socio-culturales,
154
Fundaci\363n Speiro
MODERNIZACION Y CULTURA
el proceso global de moderrización representa -se dice-una
tendencia universal
de las sociedades modernas, en parte im
pulsada por la racionalidad inherente a los procesos sociales y,
en parte, impulsada por la razón y voluntad política de los Es
tados, que en tal sentido abandonan su condición de espectado
res de la vida social para involucrarse integralmente a través
del desarrollo de políticas públicas explícitamente orientadas al
objetivo de la modernización. La
ideología de la modernización
deviene así
política de la modernización.
En este plano, la idea de modernización resulta ínescindible
de las manifestaciones modernas del fenómeno burocrático. Los
rasgos anteriormente apuntados exhiben un correlato en
la or
ganización del Estado, que
podría sintetizarse del siguiente modo:
a) Debilitamiento de las élites tradicionales y de las for
mas tradicionales de legitimación política de los cuerpos inter
medios, con la consiguiente reclusión de los mismos dentro del
ámbito de las actividades no públicas.
b) Desarrollo de una estructura política altamente diferen
ciada en
términos institucionales, con la primacía de las activi
dades centrales, corporizadas por
el Estado en lo que a las fun
ciones legislativas, administrativas, gubernativas
y de planifica
ción se refiere.
e) Nuevas formas de difusión del poder pol!tico potencial
a grupos cada
vez más amplios de la sociedad, sobre la base de
una ampliación creciente de los mecanismos y procedimientos
de la democracia formal -representación, sufragio, participación
electoral
y generalización de mecanismos de consulta directa-.
En el escenario de una sociedad masificada, el Estado exhibe
un crecimiento exponencial en sus aparatos y funciones. Sin em
bargo, no por ello gana en fortaleza, puesto que al proceso cen
trípeto de centralización del poder y burocratización autoritaria
cabe oponer
el proceso inverso, esto es, centrífugo, de distribu
ción formal de oportunidades participativas
y de distribución
material de poder político. La estatización deviene, al mismo
tiempo, corporativización. La publicización de lo privado se ve
neutralizada por la privatización de lo público. El impulso mo-
155
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
dernizador es, en principio, centralizador, pero pronto da paso
a impulsos complementarios provenientes de los nuevos actores
de
la escena social -partidos, sindicatos, organizaciones de in
tereses, medios de comunicación, etc.-.
El proceso de modernizaci6n desencadena así fuerzas y pro
cesos nuevos que .bien pronto revierten sobre el Estado desa
fiando su capacidad de control
y gobierno. Los feo6menos de
urbanización y expansión de los
s;stemas de comunicaciones, la
primacía de nuevas formas
de racionalidad tecnológica y los
efectos
de la industrialización avanzada, no sólo vienen a satis
facer demandas sociales, sino que bien pronto alimentan el
cre
cimiento de nuevas expectativas que se vuelven hacia el Estado
en búsqueda de satisfacción. El Estado crece precisamente en
función de su necesidad de dar satisfacción a este
círculo de ex
pectativas crecientes y de· proceder además a la incorporación de
las nuevas fuerzas, valores, comportamientos, etc. que este cír
culo vicioso genera.
Las relaciones entre cultura de
masas y procesos de moderni
zación encuentran precisamente en este punto sus niveles mayo
res de fricción. La cultura de masas reconoce en los sectores que
protagonizan
la revolución de las expectativas crecientes su su
jeto histórico principal. Su impulso secularizador no reconoce lí
mites y se realiza plenamente precisamente en la medida en que
amplía sus proyecciones
y se traslada al plano de las actitudes y
comportamientos políticos. El efecto de ello es, precisamente, el
incremento incesante
de las demandas de participación y distri
bución, dirigidas hacia un Estado que
es cada vez más impotente
para satisfacerlas. Lejos de contribuir a la consolidación de la
racionalidad democrática, la cultura de la
modernización supone
un desafío que hace a la propia existencia del Estado moderni
zador. La explosión de la complejidad no encuentra contraparti
da en un mejoramiento en la capacidad de gobierno del Estado.
156
Fundaci\363n Speiro
MODERNIZACION Y CULTURA
III
Interesa destacar que, de este modo, se produce una quiebra
en la imagen de las relaciones entre
cultura y sociedad heredada
de las
grandes ideologías del siglo xvm y XIX. Esta imagen exhi
bía a la sociedad como un tejido o bien como una totalidad or
gánica, estructurada de modo mecánico sobre la base de un prin
cipio interno
-como ha indicado D. Bell, esta es la función que
cumplen ideas como las de Espíritu
Ob¡etivo (Hegel), Volksgeist
(romanticismo alemán), Interis (economía clásica) o Modo de
producción
(Marx}-. La evolución social podía, así, ser conce
bida como la revelación histórica o el desarrollo orgánico y pro
gresivo de tales principios internos. Cultura, poder, instituciones
y economía
se interpenetrao en función de una unidad sustan
cial subyacente, representada
por los principios aludidos. Así,
por ejemplo, la cultura pudo ser vista desde el
marxismo como
expresión del estado de las relaciones de producción o, bien,
para
la Escuela Histórica, como la expresión del Volkigeist.
Por
sobre la diversidad de concepciones, las construcciones alu
didas reflejao, acaso, la imagen del orden primordial, presente
en las graodes religiones, trasladado ahora a la imagen
del prin
ciplci orgánico de organización social.
En el contexto de la sociedad de masas esta idea de la uni
dad orgánica de la vida social experimenta una fractura profun
da. D. Bell subraya la especificación
y luego separación creciente
de tres esferas distintas de !a existencia social, orientadas por
principios axiales diferentes
y que se desenvuelven mediaote ló
gicas igualmente específicas y, en última instancia, aotagónicas.
Explica
Bell que en las sociedades modemas, la economía tiende
a regirse por principios de eficiencia, especialización y
maximi
zación.
Su estructura axial es la buracratización. En el ámbito
polítioo tiende a imperar, en cambio, el principio de la igualdad
-proyectada a aspectos tales como las oportunidades, el acceso
al poder, los recursos y aun los resultados y beneficios. La es
tructura axiwl resuhante es la participación. En el ámbito de la
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Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
cultura, el principio que tiende a primar es el de la autorreali
zación del
yo en sus formas más extremas.
Proyectado este cuadro
al ámbito de las contradicciones so
ciales, se advierte el carácter antagónico de los principios y es
tructuras resultantes. El impulso burocrático choca con el im
pulso hacia la participación, en tanto que, por su parte, el afán
de autogratificación y hedonismo implícitos en el impulso de
autorrealización del
yo tienden a gestar una cultura que se opone
frontalmente a la ética laboral del ascetismo mundano implícita
en la estructura del mundo económico.
Lo mismo ocurre con
respecto al ámbito político, donde
la demanda ilimitada de auto
rrealización pugna con el principio de igualdad.
La realidad so
cial pierde así su carácter de totalidad orgánica y cobra un as
pecto esencialmente antagónico y conflictivo. El equilibrio so
cial no es así la condición natural del cuerpo social, sino el re
sultado transitorio de una suerte de empate entre impulsos to
tahnente contrapuestos. El conflicto
es así la condición perma
nente de las sociedades modernas.
La imagen de la «sobrecarga» en el sistema institucional pa
rece hoy ser compartida por todos los análisis de la crisis, sea
cual
sea su signo ideológico. Sobrecarga de demandas que no
sólo reviste un aspecto cuantitativo, sino que adquiere una
di
mensión cualitativa, acorde con los nuevos sujetos, procesos y
temas que cobran protagonismo. En el fondo,
se trata de una
auténtica metamorfosis de la política, de sus temas propios y de
las condiciones bajo las cuales
se avizoran o esperan respuestas.
Esto implica en alto grado a la teoría de la modernización,
ya
que · ha sido precisamente la índole y alcances de su promesa
transformadora la que
ha legitimado la explosión de las expec
tativas
y, a la postre, su carácter de no negociable. Por otra par
te, el carácter de novedad cualitativa de las demandas sociales
desnuda las propias insuficiencias de la burocracia estatal,
ca
rente no sólo de instrumentos y recursos suficientes para satisfa
cerlas sino, sobre todo, de una cultura apta para
la comprensión
elemental de los procesos en curso.
La cultura de la moderniza
ción
se basa en la imagen de un Estado optimista que avanza
158
Fundaci\363n Speiro
MODERNIZACION Y CULTURA
en el seno de una sociedad atrasada e inerte que es necesario
movilizar y activar.
La realidad es hoy, sin embargo, radicalmen
te diferente. Un Estado débil, inerme y sobrecargado, parece
cada
vez más impotente frente a una sociedad cada vez más
compleja y convnlsionada. Tampoco
parece ya sostenible la ideo
logía de la separación entre
el Estado (aparato) y la Sociedad
(mercado despolitizado
y autorregulado).
Desde
el Estado --comprendido el sistema educativo y las
instituciones públicas de producción
cultural-continúa difun
diéndose la ideología de la modernización
--con su afirmación
de los impuJsos autonomizadores de la política, de secularización
y de igualitarismo--. Desde la sociedad -comprendidas las par
tes involucradas en
1: puja distributiva y las instituciones pri
vadas de producción
cultural-se reclama, en cambio, la pri
macía de valores postmaterialistas, el retorno al orden natural,
la recuperación de instancias de autoridad natural que,
al menos,
por un imperativo de supervivencia social queden
al margen
de
la critica secularizadora. De este modo tiende a profundizar
se un movimiento de reJlujo que de algún modo evidencia la
existencia
de lo que, en algún momento, se denominó «límites
sociales al desarrollo». Las sociedades parecen alternar momen
tos de expansión ilimitada de las expectativas de participación
y movilización pública con momentos de introspección en la
perspectiva del interés privado y, consecuentemente, de desin
terés y apartamiento de la escena pública. Aquejada por la
so
brecarga de antagonismos y frustraciones de la modernización,
la conciencia contemporánea parece buscar alternativas de equi
librio
y recuperación del orden perdido. La idea de un «nuevo
contrato social» (Rawls, Mell, Bobbio)
se esboza así como la al
ternativa de salida de un cuadro de antagonismos ya virtual
mente insostenible.
En
el terreno de los hechos, el enfrentamiento se ve sin em
bargo profundizado. La lógica inherente a la cultura es la lógi
ca de la secularización y su impulso natural tiende al desencan
tamiento del mundo a través de
la superación racional de todo
núcleo prescriptivo o principio de organizaci6n con pretensiones
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ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
de legitimidad absoluta. La lógica inherente al mundo económi
co es la de los intereses, para la cual aún parece posible el re
conocimiento de ciertos principios básicos que, al menos provi
soriamente, hagan admisible y posible la negociación -tal como
lo demuestra, por ejemplo, el caso de las alianzas frecuentes en
tre el neoliberalismo económico y el autoritarismo político----.
su parte,
la lógica inherente a la política es la de la democracia,
vaciada
ya de ese poderoso contenido de religión civil que ex
hibió en sus orígenes y reducida más bien a la condición de una
regla de juego para la
orgamzación y distribución del poder po
lítico. El choque entre estos principios y lógicas contrapuestas
explica, en buena parte, el conjunto de
f~ómenos a través de
los cuales
se expresa la crisis de «gobemabilidad» de las de
mocracias avanzadas. Se abren, sin embargo, ciertos interrogan
tes de fondo.
¿Hasta qué punto
las reglas de juego de la democracia for
mal podrán· mantenerse sin el concurso de una ética civil de b~se
como la que sustentó el deber de obediencia al derecho en la
época fundacional? ¿Hasta qué punto la lógica de los intere
ses podrá detenerse ante las barreras meramente procedimentales
de la formaci6n de la voluntad pública democrática sin que la
complejidad del
· conflicto demande otras fórmulas acordes con
]a racionalidad económica y el peso de las fuerzas enfrentadas?
¿Cabe
acaso una conciliación permanente y medianamente esta
ble entre los impulsos de participación
y los principios de igual
dad formal propios de la institucionalidad democrática? ¿Podrá,
acaso, el principio de legitimación a través de los procedimientos
ofrecer una alternativa institucional
válida y estable al primado
creciente
de la legitimidad fundacional y a las exigencias de efi
cacia de la racionalidad insttumental? Son cuestiones que, al
margen de los problemas conceptuales que encierran, sinterizan
en buena medida el estado actual del conflicto
y que explican,
al mismo tiempo, la crisis de la ideología de la modermzación.
160
Fundaci\363n Speiro
MODERNIZACION Y CULTIJRA
IV
Planteados ya los términos en que cabe hoy pensat las rda
ciones entre cultura y modernización, ¿cabe, acaso, una pers
pectiva cristiana de
los problemas hasta d momento esbozados?
La pregunta resulta claramente pertinente en el m~rco de estas
jornadas y
es susceptible, en principio, de una respuesta positi
va. La Iglesia ha reflexionado largamente sobre las condiciones
de
la cultura en los procesos de modernización, partiendo de una
teología
y una metafísica de la cultura plenamente desarrolladas.
Acaso sea
Juan Pablo II quien con mayor énfasis haya subraya
do
d papel esencial que cabe a la cultura en la formulación de
respuestas a las consecuencias despersonalizadoras de
la masifi
cación social. Pape[ activo
y dinámico, comprometido de modo
efectivo en la transformación social. «La dimensión concreta de
la catolicidad» -escribe recientemente en Slavorum Apostoli
« ... no es algo estático, fuera del dato histórico y de una uni
formidad sin relieve, sino que surge
y. se desarrolla en un cierto
sentido, cotidianamente, como una novedad a partir
de la fe
unánime de todos los que creen en Dios uno y trino, revdado
por Jesucristo
y predicado por la Iglesia con la fuerza del Es
píritu Santo» (cit., núm. 18). La catolicidad de la Iglesia -con
tinúa-«se manifiesta también en la corresponsabilidad activa
y en la colaboración generosa de todos a favor del hien común.
La Iglesia realiza en todas partes su propia universalidad aco
giendo, uniendo y devando, en el modo . en que le es propio y
con
s.olicitud maternal, todo valor humano auténtico» (cit., nú
mero 19).
Su idea de «inculturación» -encarnación del evan
gelio en las culturas
históricas-es la base de una teología de
la cultura no codificada
ni dogmática, y abierta, en cambio, a la
diversidad integral
dd fenómeno humano.
Esta reflexión se inserta, por otra patte, en una tradición
de pensamiento
y en una implantación de la problemática de la
cultura que reviste catácter permanente. El dato central está cons
tituido por una
conciencia del cambio. La Constitución Gaudium
161
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
et Spes habla de una «nueva época en la historia humana», ca
racterizada por cambiQs profundos y acelerados que progresiva
mente se extienden al U:niverso entero: urbanización, migracio
nes masivas, expansión de los medios d.e comunicación social,
aceleración del proceso histórico, progreso económico y técnico,
cambios de mentalidad
y estructuras sociales (núms. 4 a 6). El
impacto de las transformaciones introduce no sólo nuevas opor
tunidades vitales, sino también desequilibrios profundos, deri
vados de la asincronfa entre progreso técnico y exigencias de la
conciencia moral, de los choques étnicos, de sexo
y de con
dición social y de una conciencia creciente acerca de las injus
ticias y de los obstáculos que
se oponen a un desarrollo pleno
y cabal de la condición humana (núm. 9).
A
partir de este diagnóstico básico, la doctrina de la Iglesia ha
señalado algunos problemas centrales suscitados por la genetaliza
ción del proceso de modernización. Uno de ellos
es el deriva
do del choque de civilizaciones.
El impacto de las innovaciones
introducidas por
la civilización industrial sobre las civilizacio
nes tradicionales afecta hondamente el equilibrio de
las socie
dades. A ello se suma el conflicto generacional que cristaliza bajo
la forma de un dilema crucial: o consetvar instituciones y creen
cias ancestrales y renunciar al progreso, o abrirse a las técnicas
y civilizaciones que vienen de fuera, pero rechazando con las tra
diciones del pasado toda su riqueza humana. De hecho -ex
plica Populorum progressio--· «los apoyos morales, espirituales
y religiosos del pasado ceden con mucha frecuencia, sin que por
eso mismo esté asegurada
la inserción en el mundo nuevo~
(cit., núm. 10). En este choque ve la Iglesia el fermento de ex
plosiones de· mesianismo utópico, con su secuela d.e agitaciones
insurrecionales y deslizamiento hacia ideologías totalitarias.
La perspectiva de la tentación totalitaria no es por cierto la
única avizorada por este diagnóstico. Existen otras cuestiones
aún
más profundas para las que la ideología de la moderniza
ción
parece carecer de respuesta. Ante todo el problema de la
tradici6n: ¿c6mo favorecer el dinamismo y expansión de la nue
va cultura con lo que de apertura a nuevos horizontes de reali·
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Fundaci\363n Speiro
MODERNIZACION Y CULTURA
zación humana lleva implícito, sin que perezca la fidelidad viva
a herencias tradicionales cuyo valor
se ve, incluso, realzado en
el contexto de las nuevas circunstancias? Junto a ello, el proble
ma del equilibrio: ¿cómo conciliar la especialización técnica in
dispensable para
asumir en todas sus dimensiones la revolución
científica con una actitud de contemplación y admiración que
hagan posible la sabiduría?
Y ya en el plano de la participación:
¿cómo hacer posible el acceso de las masas a una cultura com
pleja y desarrollada sin por ello acentuar la paradógica vulne
rabilidad y dependencia creciente de las mismas
en las socie
dades modernas? (Gaudium et Spes, núm. 56).
La respuesta del Magisterio
podría centrarse en una idea
básica:
personalización de la cultura. «En el mundo visible -------
único sujeto óntico de la cultura y es también su único objeto
y término»
... «la cultura hace referencia a la naturaleza del
hombre y sólo secundaria o indirectamente a sus productos».
Es
decir, primacía del hombre único, completo e indivisible. Su
jeto y artífice de la cultura, «en el conjunto integral de su sub
jetividad espiritual y material». Desde este punto de vista, la
cultura es perfección de la persona, en su doble dimensión in
dividual
y social. La persona no puede ser concebida como un
producto cultural puesto que es ella misma el presupuesto de
toda cultura.
Este reenvío de la cuestión de
la cultura al ámbito de la me
tafísica de la persona permite identificar .una segunda idea bá
sica: la de la primacla de la libertad. La libertad es, precisamen
te, condición para la perfección de la persona
y, al mismo tiem
po, reconocimiento de su naturaleza racional y social. De esta
naturaleza
emana la cultura, cuya suerte queda esencialmente
comlicionada por la libertad. Es por ello que
-como dice Gau
dium et Spes-la cultura tiene necesidad de una justa libertad
para desarrollarse y de una legítima autonomía en el obrar
se
gún sus propios principios. Tiene, por tanto, derecho al respeto
y goza de una cierta inviolabilidad, quedando evidentemente a
salvo los derechos de la persona y de la sociedad, particular o
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ENRIQUE ZUIETA PUCEIRO
mundial, dentro de los límites del bien común (cit., núm. 59).
Existe, pues, una justa autonomía de la cultuta humana, que
funda a su
vez el debet de las autoridades públicas de fomentat
las condiciones
y ayudas pata su más amplia difusión. La con
trapartida de esta legitimidad moral de la cultura es su ejercicio
responsable
y su independencia de los poderes políticos o eco
nómicos que puedan uúlizatla con finalidades de manipulación
social.
El papel de la cultura está así vinculado al deber de promo
ción de la persona
en su integralidad, esto es, en sus dimensio
nes de inteligencia, voluntad o fraternidad. Deber que está en
la base de esa. alianza o reconciliación entre ciencia y conciencia
indispensable para que
sea posible -=mo expresa Juan Pablo
II-la prioridad de la ética sobre la técnica, el reinado del
hombre sobre
las cosas y la superioridad del espíritu sobre la
materia.
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