Volver
  • Índice

El exilio y el reino. Hacia una auténtica renovación cultural

H.ÁCIA UNA AUTEN*J'iCA -RENOVACION CULTURAi.
EL EXILIO Y EL REINO
POR
RAFAEL GAMBRA
No cabe ignorar que la filosofía de curso «oficial» se ha po­
larizado durante las últimas décadas en dos corrientes profun­
damente antimetafísicas:
el manrismo y la filosofía analítica. Sin
embargo, no ha cesado a lo largo de esta segnnda mitad del si­
glo xx la meditación sobre el sentido y la radicalidad de la exis­
tencia que
iniciaron a fines del siglo pasado Kierkegaard y
Unamuno. Meditación que, prolongada por multitud de pensa­
dores contrarios
al positivismo y al idealismo, supondría la cri­
sis del racionalismo moderno y haría posible, durante casi me­
dio siglo, un auténtico renacimiento de la metafísica.
Al margen de los grandes sistemas del existencialismo
-Hei­
degger y Sartre-que por prurito de sistema sé mantuvieron
cerrados a toda trascendencia religiosa, aquella meditación exis­
tencial
-Y aquella crítica de la cosmovisión racionalista-se
prolonga en autores como Camus y Saint-Exupéry, literatos cuan­
do no poetas de la filosofía, que acaban su obra,
y sus días, en
la cercanía de la fe, sin traspasar su umbral. Cab~ considerarlos
como espíritus itinerantes que jalonan
el camino hacia la me­
ditación ya claramente inserta en la fe de un Gabriel Marce!,
un
Sciacca, nn Marce! . de Corte, un Thibon, y tantos otros que
sostienen viva
la llama de la auténtica filosofía en esta nueva
época de nn pensar cientificista o materialista.
En· los precursores del existencialismo la irracionalidad del
universo
-la incapacidad de la raz6n para penetrarlo sin re­
siduo--se presenta bajo la vivencia de la angustia. Angustia,
Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
en Kierkegaard, ante la. contingencia del ser, rodeado y amena­
zado por la nada, cuya consideración es intolerable para la mente
humana. Angustia en Unamuno ante
la incógnita de la muerte
y la superviviencia
También Camus y
Saint-Exupéry inician su periplo espiri­
tual bajo el signo de la angustia, resultado ambiental de la gran
crisis del racionalismo en su triple vertiente filosófica, político­
moral y económica. Estaba
ya lejos para el hombre moderno la
fe en una explicación ttascedente de la existencia cuando forjó
la idea de un universo autoexplicativo e indefinidamente pene­
trable por el progreso de
la razón y de la ciencia. Tal fue el
designio racionalista. Cuando esta nueva fe en la. Razón y el. Pro­
greso se derrumban, renacer,á en el hombre contemporáneo la
tJdmiráci6n o exttaíieza ante .el existir y el cambio o movimiento
que Aristóteles señalaba como motor del filosofar. Pero no re­
nacerá bajo la forma socrática de la incitación al saber y la bús­
queda de la verdad, sino como
pérdida o abandono de los aside­
ros cognoscitivos y vitales. Cada especie viviente, como cada
individuo
-exclama Saint-Exupéry- ,se elabora y crece sin repe­
tir nada de cuanto es. Y
yo ignoro hacia dónde van, como ignoro
hacia dónde van los hombres. «No hay explicación, porque el
mundo no tiene
sentido» (

1
).
Pero la angustia se tiñe, lo mismo en Camus que en Saint­
Exupéry, de ese matiz de desasimiento respecto de algo que el
sujeJo creyó poseer, sobre lo que en un tiempo se sintió firme.
Se trata precisamente del sentimiento de
soledad; más tarde,
el de exilio. La vivencia de un universo interior, de una inti­
midad, que no será nunca plenamente comprendida -y menos
compartida-por otro. La necesidad de afrontar una existencia
inexorable y ciega a
la que se nace en soledad y en soledad tam­
bién se abandonará. Recordemos los relatos que Camus titula
«El Huésped» y
«Jonás», en su libro El Exilio y el Reino. Y,
asimismo,
el grito del Principito de Saint-Exupéry cuando ha
llegado a
la Tierra y contempla los perfiles agudos de unas mon-
(1) Citadelle, Gallimard, París, 1950, pág. 6.35.
74
Fundaci\363n Speiro

_EL EXIUO Y EL REINO
tañas secas y pétreas: «¡Sed mis amigos, estoy solo!». Súplica
seguida del eco cien_ veces repetido «¡estoy solo, estoy solo,
estoy solo
... !». O la respuesta silbada por l_a serpiente cuando
el Principito
le pregunta por los hombres: «También se está
solo entre los hombres».
El sentimiento de soledad no es patrimonio exclusivo de la
ancianidad, cuando la muerte va privando al hombre de los lazos
de amistad o de sangre. Por más que el hombre ensanche du­
rante su· vida
el' círculo de sus relaciones e intereses, permanece
a lo largo de
ella la impresión profunda de alejamiento, de _ en-_
durecimiento de las cosas y de la propia sensibilidad, de inter­
namiento sin retomo
-en una selva cada vez más extraña y te­
merosa. La receptividad hacia el mundo exterior y hacia los
demás
se embota con el paso de los años, ante todo porque las
cosas o acontecimientos se conceptualizan o encajan en esque­
mas que, a la vez que nos preservan de la hetida del tiempo,
nos impiden captar en profundidad y presencia la realidad cir­
cundante._ La memoria tiende a
fijarse en el pasado remoto, y
se pierde en la misma medida en que se debilita la atención hacia
las
cosas presentes. De ello resulta una progresiva ausencia del
aquí y
ahora, así como una incomunicación cada vez más difícil
de romper.
El término último de esta reélusión del espíritu en
sí mismo
es reconocer el propio yo como único interlocutor
válido. Y ese sentimiento íntimo de creciente soledad lo
es tam­
bién de alejamiento respecto de un tiempo más receptivo y
vivencia!, paradójicamente más nuestro. Por lo mismo, senti­
miento también de
exilio. Destierro en un mundo interior de
incoherencia o
-de degradación que sentimos, opuesto a otro de
armonía
y de pureza o nitidez, donde cada cosa y cada paso
tenían su sentido. Camus llama a este mundo
el Reino (recuér­
-dese el título de sus narraciones «El Exilio y el Reino»), y
Saint-Exupéry lo designa como el Palacio (el «palacio de mi
padre»), o
el Imperio, o la Oudadela (Citadelle) (2).
(2) Citadelle, Gallimard, París, 1950, pág. 514.
75
Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
"'¿Dónde se encuentra ese palacio, reino o ciudadela, contra­
punto del exilio? ¿Exilio, en fin; respecto de qué?
Ante
todo y, de forma inmediata, respecto de la propia in­
fanciá. Seguramente no existe una nostalgia .humana más univer­
sal que la de
la niñez que se fue. No hay más paraísós -se há
dicho-que los paraísos perdidos, y el de la propia· infancia
lo es irremediablemente. Ese tiempo en el que nos
sentíamos
amados y plenamente protegidos; cuando descansábamos en cer­
tezas sólidas; cuando eran nítidas las fronteras del bien y del .
mal, donde cada cosa tenía su sentido. Pais luminoso del que
todos fuimos expulsados a golpe de
decepción y de creciente so­
ledad. Porque el crecimiento no es, al menos e.n la personal
vivencia humana, una constante ampliación de perspectivas o
una superación
de contrarios en camino hacia un espíritu abso­
luto, como pretendía Hegel. Ello supondría una Ra2ón absoluta
que, al menos para nosotros en este mundo,· no_ existe. Nuestro
crecimiento -y aun aquello que llamamos madurez-- nos apare­
ce más bien como una alejamiento, un adentrarse en la propia
responsabilidad y riesgo
y, con ellos, en 1~ soledad y el exilio.
Pocas
voces como la de Saint-Exupéry han expresado este des­
garramiento, En 1930 escribía a su madre: «no estoy seguro de
haber vivido realmente desde la infancia», y poco anres a Renée
de Saussine: «quizá
sea yo melancólico a causa del niño que
fui» (3).
La industria turistica nos ofrece hoy la evasión hacia múlti­
ples paraísos
más o menos alejados en el espacio, Pero general­
mente
nos dejan indiferentes y pronto nos fatigan, salvo que
tales lugares contengan
raíces vivas de nuestro pasado histórico­
cultural. Los viajes verdaderamente apasionantes serían
-si fue­
ran posibles-los realizados a través del tiempo. No hacia un
· paraíso prenatal, como el platónico, del que no guardamos no­
ción alguna, ni menos hacia el paraíso del futuro que -nos ofrece
el progreso científico, que
más bien nos inspira inquietud y
(3) Lettres de ieunesse, Gallimard, París, edlc. 69.", pág. 130.
76
Fundaci\363n Speiro

EL EXILIO Y EL REINO
averS1on ( 4 ), sino a los paraísos perdidos de. nuestro propio pa­
sado, eminentemente al de nuestra infancia. Si ese viaje de re,
torno. fuera posible, hallaríamos en él toda la luz de. nuestra
propia existencia y, también, la clave de nuestros anhelos, así
como de
nuestras obsesiones, fobias y limitaciones.
Se ha dicho que todo escritor puede escribir una buena
novela: precisamente la de su propia vida. Personajes literaria­
mente mediocres
han sabido, a menudo, redactar unas buenas
«memorias», con tal de que su vida baya sido pr6diga en
ex­
periencias. Pero la autobiografía que todos escribiríamos se de­
tendría probablemente allá donde acaba la infancia y se inicia
la edad adulta: al menos, en esa frontera de
exilio. perdería
su realismo y su calor humano. Quedaría
asf referida a una
época en la que, a nuestro parecer, caiecetía de . interés para
los demás, puesto que no habría interferido aún con otras vidas
o con sucesos · de interés
· general. · · · ·
Las grandes cosmovisiones monistas (y materialistas) de nues­
tra época
han proc:urado : dar una explicaci6h a · este hecho, que
es, en mayor o menor grado, una viv'encia general. La visi6n que
Freud y
la esciiela · psicoanalítica proponen del. mundo mágico
de la infancia y de su eterna sugestión es, como todo' su sistema,
pansexualista: Sin' embargo, los conflictos radicales que atribu0

yen a la infáncia -erotismo subliminar, complejos de Edipo y
similares-resultan totalmente ajenos al común de los mortales,
carentes de cualquier tipo de resonancia en
si,, mundo mental.
Y, en todo caso,
por más que dieran cuenta de preformaciones
o pulsiones de
-la vida adulta, nunca explicarían la nostalgia de
la infancia, sino que más bien abonarían por un sentimiento in­
verso de distensi6n
alcanzada al alejarse de aquella época.
Marx, por su parte, incluye el fen6meno dentro. de la inter­
pretaci6n materialista.
El paraíso de la infancia sería el mundo
. (4) En un reciente libro ha dicho Julio Caro Baroja: enmi infan­
cia no era raro oír a los viejos,· señalando con _envidia a los_ nifíos: ·«éstos
verán las maravillas del ·siglo XX¡ nosotros no». Los -que hoy ·sODJ.0$ ·vie-­
jos pensamos más bien de los niños: «éstos verán el .siglo· XXI, nosotros
no, -afortunadamente»-.
77
Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
ficticio de que se rodea al runo, particularmente de la familia
burguesa, donde toda necesidad se ve supersaúsfecha. Y la nos­
talgia será
así un senúmiento regresivo y alienador. El pasado
nunca puede ser para el marxismo objeto de añoranza, precisa­
mente
por ser pasado. El devenir de la historia es inexorable en
su ritmo dialécúco,
y lo pasado se convierte en estructura su­
perada, carente en sí de senúdo y de valor. La nostalgia, sobre
estéril, indica cierta complacencia
en un pasado injusto y, a me­
nudo, «privilegiado», por lo que debe considerarse un senú­
miento vano y alienante, en cierto grado, culpable.
Como. en_ la explicaci6n psicoanalíúca, la visi6n marxista per­
manece ajena
·a la expei:iencia íntima de los humanos: el paraíso
de la infancia
y la nostalgia posterior nada tienen que ver, por lo
común, con la situaci6n econ6mica, dentro. siempre de los
míni­
mos indispensables, y, si alguna relaci6n guardase con esa situa­
ci6n, sería más bien en sentido .inverso a su nivel.
En. una y . ptra explicaci6n falla la · noci6n cid hombre en que
se apoyan. Para Freud el hombre es. s6lo animal sexual; para
Marx es
animal econ6mico. En realidad, el hombre es mucho
más que una. y-_ otra cosa; es .-anj.mal raciorial y, como consecuen~
cia, animal p()/itic". y animal religioso. De aquí la frase del Con­
de de Maistre: «el hombre puede prescindir
de todo ( o 'de casi
todo), excepto
de conocer, de entender». El anhelo fundamental
del ser humano,
,lo que aquieta su sed esencial, es c:9mprender,
descansar en la posesi6n ciertá de la verdad.
Y esto es, justamente,.
lo que la infancia depara al hombre,
de un modo, efímero y, en gran medida, ficticio: un mundo de
certezas en el
'que las cosás están en su sitio, donde el bien y la·
verdad son patentes; mundo en el que los padres reali2aban el
papel' cercano
y providente que Dios cumplía con Adán y Eva
en
el Paraíso, por lo c:µal era paraíso. Mundo en el que el hom­
bre. es . ináximamente receptivo y las cosas y sucesos máxima­
mente, clasificables .en categorías de verdad, bondad y belleza.
Paraíso momentáneo, pero
de dilatado recuerdo, que se pierde
generalmente con la fase escolar, cada vez más temprana en
la
78
Fundaci\363n Speiro

EL EXIUO Y EL REINO
sociedad socializada. Paraíso inexorablemente perdido, como todo
paraíso, y que nunca se recuperará en esta vlda.
¿Cómo
se librarán los hombres, dentro de lo posible, de 1a
soledad ·y del exilio? Esta es la cuesti6n central, tanto para Ca­
mus como para Saint-Exupéry, estos autores que hemos califi,
cado de itinerantes. ¿Qué habrá de decirse a los hombres para
salvarlos?
¿Cómo dotar de sentido a la existencia humana, pues­
to que, al parecer, no lo tiene por sí misma? La respuesta
de
Saint-Exupéry a esta doble y atormentada cuesti6n es terminan­
te:. «Sólo hay un verdadero lujo en la existencia, y es el de las
relaciones
humanas» (5): una mano que estrechar, una mirada
que nos comprende y
:aquieta. La comunicaci6n entre los· espí­
ritus salva al hombre de la soledad · y es capaz de otorg¡,r a su
vida el sentido que ni su mera existencia ni el mundo circun­
dante
le ofrecen.
No
se trata, sin embargo, de una simple actitud dialogante
-- ni menos del ideal. de comptensi6n universal que patrocina la
UNESCO, mero lubrificante de unas relaciones humanas que ca­
recerían de objeto y de apoyatura, puesto que todo se convertiría
en oponi6n y las nociones de verdad y de bien quedarían difu­
minadas o suprimidas. Es inútil una actitud de acuerdo si no
existe un contenido posible de ese acuerdo ni una finalidad
ver­
dadera o punto de referencia pata el mismo. De un pufo inter­
cambio de
palabras y opiniones que excluyen, como regla de
juego, la objetividad y la
verdad, s6lo puede esperarse un re­
fuerzo
de la angustia existencial, de la soledad y del exilio. S6lo
en el descubrimiento compartido. de la verdad o del bien obje­
tivos
-en el ca-incidir así en · la intimidad de otras almas-se
puede elevar
· esa relación hun:iana ·~verbal o conceptual~ al
nivel superior de compenetraci6n
· o de coniuni6n.
El lenguaje es insuficiente, e incluso puede resultar nocivo
para
ese intercambio humano. Ya Protágoras señaló c6mo el len-
(5) DEvAux, A., Solicitude et communio,i chez Saint~Exu/Jéry, La Table
Ronde, sept. de 1959, pag. 42.
79
Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
guaje, considerad.o' como mera moneda de cambio, es impotente
para expresar las matizaciones infinitas del pensamiento y la in­
dividualidad irrepetible de los seres. En nuestro siglo ha sido·
uno de los grandes temas bergsonianos, recogido por Saint-Exu­
péry. En el famoso diálogo del Principito con el zorro sabio, éste
desaconseja
el lenguaje _:_como «fuente de maletentendidos»'­
para cimentar una amistad profunda (

6
).
Entonces, ¿ qué tipo de comunicación humana poseerá esa
virtualidad
de libramos de . la soledad y otorgar sentido a nues­
tra vida? Tanto Saint-Exupéry como Camus coincidieron desde
un principio en reconocer la necesidad de una realidad extra­
subjetiva para
fundamentar esa comunicación salvadora. Es, en el
primero, su .conocida sentencia: «si quieres que los hombres se
amen, mándales construir una torre; si qui~es que . se odien,
arrójales dinero».
Idea anovelada por Pierre Boullé en su libro ·
(y posterior film) Las fuentes del rio I(wai,: unos prisioneros
sometidos a trabajos forzados,
:en campo enemigo, colaboran
durante
meses. ~y trab¡i¡:i, amistad entre sí-en 1a realización
de una obra ..;_un puente--, y llegan a amar su obra y a enorgu­
llecerse
de ella, a pesar de . que su destino er¡¡ que sirviera al
tránsito.
del. enemigo. Y, cuando reciben orden de su propio es­
pionaje ,de dinamitarlo, se rebelan íntimamente contra la des­
trucció¡,.:de su propia obra. El reverso de la; misma idea es la
descripción que hace Saint-Exupéry, en
Citadelle, de los prisio­
neros bien alimentados
.Y ociosos que sólo engendran en sus al­
mas sentimie¡,.tos de envidia y de rencor hacia los otros prisio­
neros
en .el reparto generoso de los alimentos. Es también, en
Cartms, el argumento de su novela La peste: la aparición de una
epidemia
-el aisla,µiento de la ciudad por un cordón . sanitario
y los súbitos estragos de la enfermedad --- el heroísmo y Ja capacidad de entrega a los demás; . en otros,
la audacia en la. huida hacia el bien que aman.
La relación humana• que primeramente . reivindica Saint-
(6) Les grandes le~ons Ju petit Prince, en Rev. SinthCses, Bruselas,
julio de 1954_.
80
Fundaci\363n Speiro

EL EXILIO Y EL REINO
Exupéry para «salvar lo mejor que hay en nosotros» y librarnos
de
la soledad es la camaradería, el compañerismo que surge de
la participación en un
e,sfuerzo o en un riesgo. Los hombres sa,
len de sí mismos y se hermanan en la entrega a una obra co­
mún, Es el mensaje de sus libros sobre misiones de vuelo: Vol
de
nuit, · Courrier Sud. El riesgo, la fascinación de lo difícil; la
audacia ( aquello que los filósofos llamaron
(lpetito irascible) hace .
aflorar en los hombres posibilidades por ellos · mismos insospe­
chadas. Crea, a
la vez, lazos de oompañerismo y de mutuo sa­
crificio que ennoblecen las vidas. Resulta curioso observar cómo
en una reunión cualquiera de hombres de. parecida edad, la sim­
ple evocación de una guerra que vivieron desata las lenguas y
brillan los ojos. Y no por sentimientos
de rencor o crueldad ni
por la lamentación de pasados sufrimientos, como imaginaría una
mente
formada en el paciJismo actual, sino por' la reviviscencia
de momentos fulgurantes del pasado -por su riesgo o su he­
roísmo--, en los que vivió intensamente. La figura del Coman­
dante
Riviere simboliza en esos libros la exigencia en el debet,
respaldada por la entrega esforzada del propio jefe. «Mis
hom,
bres son dichosos '--Oice en una ocasión-porque aman lo que
hacen, y lo aman porque yo soy duro». Y, en otra: «Se trata de
hacer a los hombres para la eternidad, no para su propia
feli­
cidad. La clave de esta idea se encuentra en su libro de madu­
rez
Citadelle: «una civilización se basa en lo que exige a sus
hombres,
no en lo que les suministra». Los hombres se sirven
unos a otros por lazos
de colaboración y compañerismo, y todos
juntos sirven al Imperio ( o
al Reino).
, Este es el período nietzscheano en la obra de Saint-Exupéry.
Se trata de construir un humanismo heroico. La vida crea· sus
propios imperativos, y el valor supremo estriba en vivirla heroi­
.camente. El mismo declara su predilección por el filósofo de
Zaratustra. Este ideal de «fraternidad viril» o de camaradería en
un común «servicio
y sacrificio» -la vida es milicia»-' ten­
drá amplia resonancia en las místicas fascistás de la época (
afios
treinta). Será la imagen de la nación como una empresa común
o unidad de destino: la camaradería en el trabajo o en la lucha
81

Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
-la .canción « Yo tenía un camarada»--, la alegría en el trabajo,
la fuerza
por la alegría ... .Será la exaltación mística del trabajo
como crisol en que se forja
lo mejor de cada uno y el entusias­
mo de la victoria sobre el riesgo o el esfuerzo, que libre al
hom­
bre de la soledad y lo instale en el Reino luminoso de su propia
labor
...
Sin embargo, late ya en este período una idea que habrá de
· germinar en fases posteriores de su obra. Es el mismo Coman­
dante
Riviere quien la expresa: .«obramos siempre como si. algo
sobrepasara en valor a la vida humana. Pero, ¿qué?». Lo que
aquí
es .una sospecha y un interrogante se convertirá más · tarde
en una
certeza. Puede contemplarse, en efecto, a la. camaradería
y al esfuerzo común como una primera salida de la soledad y la
incoherencia, pero
no salidas para la raíz más profunda del exi­
lio. Saint-Exupéry no tarda en hacer una autocrítica de ese su
primer «humanismo heroico». La camaradería ignora al sujeto,
al otro de la relación en su intimidad personal. Sólo conoce la
solidaridad en el empeño (y a menudo en
la suerte común): se
trata de una interrelación de medios para un fin -la victoria-,
que tampoco se define ni se alcanza a comprender. Lo que el
camarada tenga de personal e insustituible no interesa en la
re­
lación de camaradería laboral (o heroica). Más bien aparece
como un estorbo, algo que debe ser ignorado, incluso auto-repri­
mido. Y una afección que ignora al sujeto y al objeto del queha­
cer común
--o de la . lucha-es un sentimiento ciego, que pue­
de aturdir,
aplazar-la vivencia de la soledad y del exilio, pero
que
no soporta la reflexión, aun después de la victoria. La so­
ledad del que manda y decide es la mayor de las soledades: la
soledad de los grandes héroes. No en balde es Napoleón el ideal
o paradigma
de los loe.os exaltados.
Esto conduce a Saint-Exupéry a buscar
más bien en la amis­
tad esa rel,¡ción humana que nos libra del exilio y constituye el
verdadero
.lujo de la vida. Amistad: afecto y relación largamente
exaltado a través
de los siglos, desde los epicúreos y Cicerón
hasta nuestros días. En la amistad no se ignoran ni intercambian
-ni menos estorban-las diferencias individuales como acon-
82
Fundaci\363n Speiro

EL EXILIO Y EL REINO.
tecla en el compañerismo o colaboración en una obra. La amis­
tad busca en el amigo la persona y aa;pta sus virtudes y defec­
tos: el enemigo verdadero se reconoce por dos rasgos: «no juz­
ga», cumpliendo así, a su modo, el precepto evangélico, y exige
que se le ayude; está también dispuesto a hacerlo sin condicio­
nes. La visión de Saint-Exupéry sobre la amistad es ell:altante,
a diferencia de los antiguos que, comparándola con el amor, elo­
giaban en ella más bien su suavidad y ausencia de celos. El
gusto por permanecer junto a la persona
amiga, la posibilidad
del silencio en su compañía,
señalan rasgos de la amistad que
no se dan en la simple camaradería. Es en este silencio donde
una sonrisa, una mano que se tiende, muestran la imagen ver­
dadera de 11 amistad y nos introducen en ese mundo de la rela­
ción humana, antídoto de la soledad y del exilio.
Destaca dentro de la relación de amistad la que se ha con­
traído en la infancia. En ninguna como en ella nos sentimos
cómodos, relajados, copartícipes, cuando no cómplices, en la
nos1ªlgia de un paralso perdido. Las amistades. trabadas en edad
adulta, por
más que puedan crecer en una profunda comunidad
espiritual, suponen siempre
un. condicionamiento -profesional
o lo,al-y, por ello mismo, una parcialidad o fragmentariedad
de nuestra vida. S6lo la amistad de la infancia suele alcanzar la
integridad personal, la simplicidad y plenitud de lo
que en aquel
tiempo fuimos.
Es precisamente la intensa re¡:eptividad de la in­
fancia y aquel su carácter de «paraíso perdido» lo que explka
la singularidad de tales amistades y su rara perdutabilidad. En
lo demás
~nos di-e Saint-Exupéry-la auténtica amistad ha
de ser fruto del tiempo y
de la paciencia. be la entrega ronfiada
y de la are¡:itación del otro tal romo es, en un lento proreso de
madutación. De aquí que las amistades auténticas sean pocas y
¡casi imposibles en el medio y ritmo en· que se desarrolla hoy la
vida. Así, en el diálogo del Principito ron el zorro sabio, éste le
confía:
«Los hombres no tienen ya tiempo de ronorer nada. Com­
pran cosas ronfeccionadas en los almarenes. · Pero romo no hay·
tiendas de amigos, no tienen -ya amigos».
Sin embargo, la relación de amistad adole-e de un riesgo
83
Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
grave, que hace que rara vez sea pura: confundirla con una fami­
liaridad falsa y cómoda y, sobre todo, someterla al cálculo de
una utilización reciproca. Los amigos que «abren puertas» a
cambio de servicios mutuos, poco costosos para ambas partes.
La _ tentación utilitaria conforma a menudo un sucedáneo -o un
falseamiento- de
la amistad que puede, las más de las _ veces,
confundirse con ésta.
No, si
no hay otro lujo en la vida que una mano que se
estrecha o el calor de una mirada que nos dice «no estás solo,
estoy contigo», será preciso concluir que sólo en germen
se en­
cuentra ese lujo en la amistad. Porque la amistad es plural y
jerarquizada, y siempre establece algunas reservas y condiciona­
mientos. Sólo en el amor se realizará esa auténtica luz o esplen°
dor de nuestra existencia. No en el amor tomado en su sentido
genérico, que incluye dentro de
sj la amistad, el compañerismo
y mil otras
formas de relación humana, sino en su sentido es­
tricto, aquel que se cimenta en extrañas afinidades selectivas
entre el hombre y
la mujer. Sólo en este lazo humano puede
culminar esa entrega mutua que nos salva
de_ la soledad y del
exilio.
Lazo que es excluyente y exclusivo dentro de su género,
y que
se presenta siempre con la pretensión de perennidad. Re­
lación humana que puede ser capaz de superar las limitaciones
y peripecias
de cada vida humana y de madurar a lo largo del
tiempo, penetrando desde las capas biológicas hasta
la entraña
misma del alma, el apex mentis (ápice de 1~ mente o de la
personalidad) de que hablaba
San Buenaventura.
«Es
así -exclama Saint-Exupéry-como yo concibo la fe..
licidad: el milagro de un rostro radiante, el mundo entero que
se resume- en él y se nos ofrece, ¡qué maravilla!» (7). El amor
no nace del diálogo
ni de previos criterios estéticos o eróticos:
no existe.
justificación racional para el nacimiento del-amor. Tras-­
ciende además el tiempo y sobrepasa los límites de la muerte.
Para
quien ama no existe \Íll antes de su amor porque todo lo -
ve y lo recuerda, como ofrenda, a través del ser amado. Ni se
(7) Lettres inédites, en Rev. Fígaro Littéraite, 8 de julio de 1950.
84
Fundaci\363n Speiro

EL EXIUO Y EL REIJYO
produce un después absoluto porque el diálogo interior que es
el pensamiento no elimina por la muerte a ese único interlocu­
tor profundo que
es la persona amada.
La rosa que el Principito riega
y abriga en su diminuto as­
teroide . sublima a la mujer amada, más concretamente a la es­
posa, porque para Saiot-Exupéry no existe otra plenitud del
amor que la del amor conyugal: «si
tú amas a una flor que se
encuentra en una estrella,
es dulce, de noche, contemplar el
cielo: todas
las estrellas florecen a tu vista». Sólo en el matri­
monio .suele consumarse esa entrega mutua en· que consiste el
amor; sólo en él se opera la maduración de cuaoto el nacimien­
to
de un verdadero amor lleva en germen. En una larga vida
conyugal
no se consume el amor como la leña· en una hoguera,
sino que
se traosforma y sublima. Lo que la pasión primera pier­
de en intensidad lo gana en profundidad, .en compenetración y
en ternura. El amor auténtico .no . es planta llamada a ser .efíme­
ra, como acontece con los amores plurales. Estos dejao siempre
en el alma un poso de frustración
y de incoherencia. Sólo el
amor permaoente, compenetrado,
paga por el tiempo que se fue.
Pero la
raíz de que este misterioso proceso pueda operarse
en el amor conyugal, y no fuera de él, se halla en que -como
escribe Saiot-Exupéry-en su seno dos vidas se intercambian
contra una obra que trasciende de la uml' y de la otra: el pro­
pio hogar. Para seguir en este punto a
Saint-Exupéry y a Camus
es preciso detenerse ufr 'momento, en ese concepto de intercam­
bio
o de mutua donación y 'enriquecimiento. Se trata de una
concepción del hombre
y de su vida antitética de esto que .hoy se
llama «humanismo» o teoría
liberadora del individuo (moral de
la liberación, pedagogía liberadora, incluso teología de la libe­
ración). Según estas últimas teorías,
el hombre se libera y se
realiza cuando se desaliena y desvincula; es decir, cuaodo logra
desasirse de cuanto no es él mismo ·(prejuicios, creencias, norM
mas, vinculaciones de todo género). ·son sus impulsos nativos
y su espontaneidad vital lo que lo define, y lo demás es sólo un
fondo o decoración
-o más bien una camisa de fuerza-para
ese desarrollo inmaoente. No
ya las normas jurídicas y morales,
85
Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
sino la misma religión pasarán, como consecuencia, a replantear­
se como «servicio a la Humanidad» o al Hombre.
Tanto Saint-Exupéry como Camus sostienen una antropología
inversa, según la
cual la vida humana es un enriquecimiento
continuo
.en su relación con el mundo circundante: un entre­
garse a realidades que le rodean o que le trascienden, y
un ha­
cerlas propias o entrañarlas. La vida es un movimiento que
sólo en el
más allá puede alcanzar su plenitud y acabado cum­
plimiento. La raíz última de esta concepción ( en el orden :filo­
sófico) habría de hallarse en la teoría aristotélica de la potencia
y del acto.
La potencia es capacidad de ser, y el acto su realiza­
ción: en el tránsito de la potencia al acto consiste precisamen­
te el movimiento de los seres. El hombre, aunque al nacer
po­
sea ya· el acto de existir, consiste 19davía en un manojo de po­
tencialidades (humanas) que él mismo habrá de desarrollar
-parcialmente-:"" a lo largo de su vida al relacionarse con otros
seres·.capaces de darle actuálización y perfeccionamiento, en vir­
tud de una ley de armonía que constituye a este mundo en Cos­
mos y hace a los seres mutuaménte · perfectibles y perfecciona-·
dores, El individuo humano· es así, cuando nace, una nada capaz
(con potencialidad) incluso de contemplat a • Dios. Ese inter­
cambio con
las cosas es donación a ellas. por 'el compromiso ( en­
gagethent)
y por el · amor; e, ·inversamente, apropiación espiri­
tual
de las mismas· al hacerlas, ·e11· cierto modo, nuestras o parte
d" nuestro mundo interior. Venimos, así; a ser lo que conoce­
mos, lo que amamos, lo ·que incorporamos.· Tal· es nuestro acto
o
existencia .propiame11.te humana.
Pero el hombre posee en sus virtualidades o potencialidades
la de tender a lo que es más alto que él y lo trasciende. En ex­
presión de, Malebranche, «el hombre posee siempre un impulso
para
ir más allá»: Esa vocación de infinito hace del hombre el
único «animal
religioso». «No aino al hombre -ha escrito Saint­
Exupéry-, amo la sed que lo devora».
Tal
es la razón de que· el amor conyugal constituya in ge­
nere la forma más alfa de amor hlll!lano, En su seno, hombre y
mujer se intercambian entre si en un diálogo subyacente que
86
Fundaci\363n Speiro

EL EXILIO Y EL REINO
dura tanto como la vida. Alegrías y dolores, debilidades y con­
suelos, venturas y desventuras, crean en ellos una especie de
simbiosis espiritual, a menudo inconsciente pero de profunda
realidad. Para que esta maduración del amor humano llegue a
realidad
y término, es esencial el «matrimonio sin retomo», como
idea-fuerza y como vínculo sobrenatural. Pero los esposos, den­
tro del amor
mutuo, se intercambian, además, con algo que es
para ellos objetivo y trascendente: el propio hogar, mundo por
ellos creado en
el que ven luz de existencia nuevos seres y
relaciones que serán como proyección de los cónyuges y de
su amor.
El mundo -nuestro mundo-no es algo que nos es dado
por el hecho de
nacer o de ser ciudadanos, sino algo que debe­
mos conquistar o forjamos en un esfuerzo de entrega y a la vez
de conquista. _Otro tanto acontece con la libertad y los derechos.
Tan irreales son los llamados «derechos del hombre»
como la
filantropía o amor indiscriminado a la humanidad. Se ama a
personas o
cosas concretas que de algún modo hemos hecho
nuestras
-se puede amar a todo prójimo por el amor concreto
y personal a Dios-; se posee la propia libertad -capacidad con­
creta de obrar o de hacerse respetar-y se goza del derecho
que personal o colectivamente hemos sabido ganar o, al menos,
defender. Tal
es «nuestro mW1do», actualización de potenciali­
dades
en intercambio con otros seres que nos perfeccionan, pre­
cisamente por otorgar contenido y
-sentido a nuestra existéncia.
Así,
el Principito, que acaba de descubrir un jardín con mi.!
rosas semejantes a la que él creía única en su especie, tras
unos momentos de decepción, llega a
-comprénder y les dice:
«mi rosa es realmente única en el mundo. Ella sola es más im­
portante que todas vosotras, porque es a ella a la que he regado
y abrigado; porque
es mi rosa. Vosotras sois hermosas pero es­
táis vacías: para nadie sois lo único en el mundo. No se puede
morir por vosotras». El amor
así vivido, en ese lárgo proceso
de maduración y de intercambio, llega a hacer que
.fa muerte de

persona amada se _ torne tan inadmisible y antinatural como
la muerte del propio sujeto, ¡,orque descubre que cada
espíritu
87_
Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
humano es toda una visión sobre el universo, y que su desapa­
rición entraña una especie de anulación del propio mundo
espi­
ritual.
Es en este punto, sin embargo, cuando se produce en Saint­
Exupéry una evolución a la vez caracterológica e intelectual que
Pierre Mesnard
ha definido como «conversión a la trascenden­
cia» (8).
Algo semejante acontecerá a Camus en su última épo0
ca a través de las tesis desarrolladas en su libro L' homme re­
volté, prefiguradas en cierto modo en La peste. Así, el Riviere
de Vol de nuit presta su voz a Saint-Exupéry para exclamar.:
«amar, solamente amar, ¡qué callejón sin salida!». «En todo
hombre
vive el oscuro sentimiento de un deber mayor que el
de amar». Tal va a ser el mensaje
de su último libro, inacaba­
do, Citadelle .
. E[ amor humano, incluso el amor conyugal que madura y se
enriquece en .el hogar, sufre siempre el riesgo · de convertirse en
un «egoísmo
de dos», tentación de egoísmo que acecha tanto al
individuo como a los grupos .-y ante todo al grupo familiar-,
consistente en la búsqueda de la felicidad, sirviéndose sólo a
ellos
mismos .. Si alguien alcanzase el «bienestar compartido» no
harfa sino demorar a otra instancia el sentimiento de soledad,
la inanidad
. de sí. mism.O y de t-0do lq que es efímero y carente
por· ·sí de sentido. El· amor humano -ese «único lujo» de la
existencia-es lo que nos libra de la soledad y del exilio para
pqnernos en camino hacia el Reino, Pero sólo «en camino».
Porque - angustia si están vacíos, y están vacíos si no son ventanas hacia
Dios. «El hombre camina, aunque lo .ignore,. hacia su propia
densidad ( que
es acercal)1iento a la trascendencia), no hacia su
propio bienestar». La cuestión
. -,escribe en Citadelle-no es
saber si el hombre. será feliz, próspero, con una vida conforta­
ble. Lo que me pregunto, ante todo, .es qué hombre. será prós­
pero,
feliz, dotado de bienestar ( 9 ).
(8) MBsNAlU>, P., La derníere philosophie de Saint-Exupby, en Bulletin
de l'Association G. Budó, diciembre de 1949.
(9)
Citadelle, Gallimard, Pasfs, 1950, pilg. 497.
88
Fundaci\363n Speiro

-EL EXILJO Y EL REINO
El Reino hace que los hombres se intercambien mutuamente
en el amor y en el
fervor, buscando juntos, por más que no lo
sepan,
algo que los trascienda. No busques· el Reino ni el amor
en una sociedad utilitaria y sólo convivente en la que los hom-
. bres se sirvan sólo a sí mismos y _a su propio bienestar. Las plan­
tas diversas
se destruyen unas a otras disputándose la tierra y
alimento; en el árbol, en cambio, cada rama
se beneficia del desa­
rrollo de las otras y, aun distintas, es una
la savia que las reco­
rre y vivifica. Así acontece al hombre en el Reino, donde cada
vida se nutre de un común sentido de la trascendencia y se com­
prende y hermana con los demás én un mismo lenguaje valora!,
¿Hacia dónde crecen los árboles, hacia dónde extienden pau­
sada, simétricamente sus ramas?. Sin duda, hacia la luz y el calor
del Sol, valiéndose de los principios
nutricios que -captan en la
tierra. Ciertamente los árboles no conocen el objetivo de su_ im­
pulso porque no son criatutas dotadas de la luz interior de la
conciencia. Pero
.no por ello dejan de orientarse y abrirse hacia
ese fin que
los trasciende y atrae. Al igual, los hombres buscan,
aunque lo ignoren,
la trascendencia sobrenat1,1ral, es decir, a
Dios mismo. Creen buscar en cada
momeoto_ cosas diversas': el
provecho, el placer, los honores o
el poder, o la entrega a un
amor humano. Pocos se dan cuenta clara de que en ninguna de
estas cosas descansaría su alma si la obtuvieran. De que el pro­
pio lenguaje
íntimó del hombre en que consiste _el . pensar es,
más que un monólogo
,o el .diálogo con un interlocutor imagi­
nario, diálogo con Dios, con cuya sabiduría ó verdad absoluta
contrastamos de continuo nuestros pequeños juicios y
· apeten­
cias. Quizá
si el hombre viviera siglos llegaría, tras frustracio­
nes sin cuento, a comprender
esta verdad.
La Ciudad humana -cada sociedad histórica-sigue esta
misma ley, que es, a
la vez, de naturaleza y puede serlo de gra­
cia. Un pueblo, una civilización, es como un gran árbol que
mira hacia lo alto
y se engrandece, o mira hacia la tierra cuando
se seca y corrompe. Ya Platón comprendió esta naturaleza pro­
funda de la
polis. o ciudad humana al identificar la pol!tica con
una
paideia o sistema de educación. Una civilización es, en su
89
Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
fondo, un medio humano en el que sus miembros aprenden a
conocer y a amar el espíritu y la fe de esa cultura recibida
y, por
ello
mismo, a ser capaces de prolongarla y enriquecerla. Esa
paideia se apoya en la éspontaniedad con que los hombres aman
su propia casa, su patria ---,-cuando ésta posee rostro humano y
raíces divinas-y, a través de ellas, su remoto y religioso ori­
gen. Góbemar y educar a los hombres --dice Saint-E,rupéry en
Citadelle-es vincularlos a su mansi6n a fin de que puedan re­
conocerla y amarla como algo propio. «Pero no la reconocerán
hasta que la hayan alimentado de
su sangre y de su sacrificio.
S6lo entonces podrá ella exigirles hasta su propia vida, porque
será
su propia signi6.caci6n, y los hombres no podrán descono­
aerla, ni verla desde fuera, porque será -para ellos estructura
divina con rostro humano.
Y experimentarán por ella amór, y -
sos veladas serán fervorosas, y los padres, en cuanto sus hijos
vean
y oigan, se ocuparán ante todo de descubrírsela, a fin de
que
no se ahogue para ellos la vida en la incoherencia y el ab­
surdo».
En. la antítesis de esta concepción prospectiva y trascendental . . .
del hombre y de la sociedad se encuentra ese «fomentar el es-
píritu crítico» y la incitación-a verlo todo «desde fuera» que
constituyen el designio de la pedagogía moderna. Por ejemplo;
de la llamada escuela activa -de Dewey y sus sucesoras, que eli­
minsn de la -ensefianza los contenidos y las finalidades. De aque­
lla pedagogía para la que toda -fe o convicción es• prejuicio, las
normas ,son obstáculos, las costumbres se ·ven como rémoras, y
cualquier forma de lealtad como fijaciones. La sociedad tecno­
crática y socialista será su término -natural, aquella en la que
quizá sobren medios de vida, -pero no exista ya ninguna raz6n
para vivir.
Porque desviar a un pueblo de su fe y de su inspiración
trascendente
es como privar al árbol de la luz solar, lo que
acarrea que
sus rafees, faltas de vitalidad, dejen de seleccionar y
de asimilar
los fondos nutricios de la tierra en que se asientan.
Frente a
la armonía del Reino, que entre la tierra y el cielÓ
despliega la vitalidad armónica de su anhelo y de su obra, se
Fundaci\363n Speiro

EL EXILIO Y EL REINO
nos ofrece la noción de Exilio. Exilio es, ante todo, el desarraigo,
el destierro, la separación forzada del Reino en que
se vivía, de
su sol y de su savia. El destierro· ha sido siempre considerado
como un
. castigo o como una desventura. No es preciso que el
· país de exilio sea peor que el propio para que haya extrañamiento
y, con él, desdicha. Se trata de aquel lugar donde las cosas y los
valores no tienen
ya para nosotros· el mísmo sentido, donde· nos
reconocemos extranjeros o extraños, cuyo dios y cuyas costllm.­
faes no son quizá los nuestros. Nadie como Ovidio ha cantado en
su
Tristia la desgarradura del destierro: el abandono del mundo
propio, de las raíces, de los amores, el dolor por la lejanía de la
Ciudad. Camus ha expresado
1a soledad del exilio en la figura
de Daru dentro de su serie de narraciones El Exilio y el Reino.
Y en El extranjero ensaya una imagen de· la incoherencia del
vivir desarraigado,
indiferente al mundo circtirtdante.
En exilio .no se está solo a causa· de . una imposición de des­
tierro por vía de castigo, como Adán y Eva al ·salir del Paraíso, o
como Ovidio al abandonar Roma, ni tampoco sólo por la pérdida
de los lazos vivos de amor y esperanza que unían a nuestro pro­
pio mundo, al Reino. Se puede estar también ·en el exilio sim-.
plemente por no haber entrado · nunca en el Reino. Es decir,
por no haber sabido
--o podido--construir un mundo interior
mediante
el amor, el esfuerzo y la entrega, ni poseer tampoco
un
· mundo circundante· en el que cosas y personas adquíeren un
sentido
y se hacen «ventanas hacia Dios». Incluso resulta posi­
ble vivir permanentemente en
el exilio · sin saberlo, porque no
sólo
se carece de la capacidad de construir el Reino, sino tam­
bién de conocerlo. «El infierno -ha escrito Simone W eil.:.... es
creerse en el Paraíso por
error», · 1dea ésta que ha sido amplia­
mente
éjemplific?(la por C. S. Lewis.
Esto, que puede darse como carencia o como desgracia, se
constituye paradójicamente
en un ideal para la. antropología y
la pedagogía modernas. Favorecer, alentar !,a situación de exilio
permanente, desdeñar, difamar
el Reino en su estabilidad, en
su carácter entrañable,
en sus raíces ·humanas y divinas... tal
es el ideal de · ¡a apertura o comprensi6n universal que se abre
91
Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
a todo sin bastión alguno que defender; tal la idea del plura­
liJmo que niega la objetividad de la verdad y del bien; tal el
designio del
ecumenismo que postula una especie .de «mercado
común» de las religiones; tal el
pacifismo que se niega a defen­
der cosa alguna porque nada trascendente
se· posee ni. se ama;
tal
la división de la Tierra en mundos (primer, segundo y tercer
mundos), sólo en razón de la
economía y en orden a una iguala­
ción final
...
La dempcracia liberal viene a ser, en fin, la consagración
oficial del
exilio como forma permanente de gobierno e ideal
humano:
la negación de un cimiento estable para la sociedad,
la
extirpación de las rafees, la supresión de los objetivos finales
y de la trascimdencia, la negación a priori de la sociedad como
comunión
im una fe y una esperanza, la eliminación de todo
punto de referencia en la vida .de los hombres. En la democra­
.
da moderna las convicciónes se convierten en opiniones, el de­
recho en meramente positivo y circunstancial, y la autoridad en
gerencia circunstancial. El único derecho que no figura en
la
Declaración Universal de Derechos Humanos es el de sostener
una verdad objetiva
y edificar sobre ella una romunidad .humana.
En una réciente conferencia sobre la Constitución española
decía el
· profesor . Sánchez Agesta que toda Constitución demo­
crática arranca de una primera afirmación (o constatación): que
los ciudadanos de
ese pafs no están conformes entre sí, y que
es, por lo tatttci; necesarió organizar ese desacuerdo mediante
leyes
«plur.listas»; es decir, establecer normas prácticas pata
acuerdos circunstanciales que permitan la convivencia. La comu­
nidad
nacional, según esto,· se define por su limitación (no por
lo que es, sino por lo que le falta), sacrificando· a ese postulado
el fondo y la coherencia última que precisa cualquier legislación,
necesaria a todos, .incluso a
los disidentes. La comunidad nacio­
nal
se define así como no-comunidad., con lo que se justifica
desde
los principios. todo movimiento disgregador y· «contesta­
tario».
Pero una verdadera sociedad
hist6rica -mientras permanece
en su ser--, no
es mera convivencia ni organización de medios.
92
Fundaci\363n Speiro

EL EXILIO Y EL REINO
Es, ante todo, comunión profunda de fe, de anhelos y de emo­
ciones. Comunión· también en un pasado, en una ejecutoria. Se
piensa hoy a menudo que, puesto que los técnicos entienden
de
la gerencia y administración de-los medios, es a ellos a quie­
nes hay que confiar el gobierno
de los pueblos. Lo cual sería
como confiar
· a una computadora o un ordenador la dirección de
una empresa.
Las técnicas --<:orno la inspiración de los artis­
tas-naoen en el seno de una civilización, pero si sólo de téc­
nicos y artistas hubiera dependido, jamás civilización alguna ha­
bría irrumpido en el torrente de la historia, ni hubiera· desem­
peñado un protagonismos histórico. La sociedad liberal, neutra
y tecnocrática,
vive de lo que queda en .las conciencias y en las
familias· de fe y de comunidad auténtica, y 'se. extinguirá --o
será absorbida por otra-si llegan a secarse por entero esas
raíces profundas. Ya que --como ha escrito Thibon-«es po­
sible lanzarse al vaclo, pero no lo es lanzarse desde el vado».
Porque los hombres
-recordémoslo--se nutren y madu­
ran
espiritualmente en un constante intercambio con lo que es
más que ellos y permanece más allá de sus vidas. Nada nos en­
riquecería ni compensaría por nuestra vida si todo pereciera y
pasara
como nosotros mismos. La muerte paga (o compensa)
por un largo intercambio con la obra que hemos amado y que
debe sobrevivirnos: «No
se muere -dioe Saint-Exupéry-,-por
los ganados ni por los campos o las
casas ni por las montañas,
ya que estos objetos subsisten sin que nada les sea sacrificado.
Se muere por salvar el nudo invisible que los ata entre sí y los
traca en dominio,
· en mansión o· en. Reino, en rostro reconocible
y familiar». Contra esta unidad
se intercambia la vida, y por ella
se lucha, porque · también se la construye cuando se muere en
su nombre y en su fervor.
Y el Reino tampoco existiría ni sería capaz de enlazar y
otorgar sentido a· tas cosas si no se intercambiara a su vez con
algo que le trasciende y que de algún modo se refleja en su in­
terna armonía. De aquí la absoluta necesidad de una unidad e
inspiración religiosa en la hase de los Reinos y civilizaciones. Al
igual que, si falta un fin último valioso por
sí mismo, desapare-
93
Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
cen todos los fines intetmedios, así no hay intercambio ni co­
munidad -ni amor ni fervor-si falta aquello que trasciende
al hombre y
a su obra de comunidad.
La meditación filosófica de nuestro
tiempo nos entrega así
una constelación
de conceptos sucesivos, escalonados: angustia,
soledad, exilio, compromiso, intercambio, entrega, fervor, fideli­
dad, reino, comunidad, trascendencia... Su secuencia nos
des­
cubre que la vida de los. hombres y su morada terrenal requie­
ren, en última instancia, el fundamento de una fe común u
originaria que otorgue contenido y sentido a su quehacer diario,
que los impulse a
empresas comunes y encienda en sus corazo­
nes una llama de espíritu y de fervor.
Son palabras finales de
Saint-Exupéry en su obra inacabada
Citadelle: «No me es posible dar a los que amo la felicidad que
para ellos sueño. Mi empeño ha de reducirse a forjar en ellos
un alma en que ese fuego --el fuego del fervor, lo único im­
portante-pueda arder. Nunca podrá saciarse en este mundo la
sed de felicidad de
los. humanos. No es de temer, sin embargo,
que nuestro mundo muera de inanición: sí, en cambio,
es el
frío lo que le amenaza, un
frfo que expande odio. Edificar la
comunidad de los hombres es
el único remedio a esa congela­
ción». Labor de las generaciones próximas será moralizar la
Ciu­
dad humana y sacralizar su poder. Es el designio inverso a casi
dos siglos de neutralismo liberal y de humanismo antropocén­
trico.
Como
ha escrito Robert Callois: tiempo vendrá para una
literatura reconciliada con la Ciudad. Y entre las formas que esa
literatura adopte no será la menos ilustre
ni la menos feliz la
de aquellos
sus precursores que pagaron de antemano por su
nacimiento.
94
Fundaci\363n Speiro