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Educación y cultura

EDUCACION Y CULTURA
POR.
LYDIA }IMÉNEZ
Agradezco la invitación que se me ha hecho. Ella me ha
permitido meditar durante unos días sobre este tema: «Educa­
ción y Cultura». A ambas trato
de consagrar mi vida, y por
ellas siento interés y respeto muy profundos. Intentaré mani­
festarles mis preocupaciones y esperanzas en este punto.
Entremos en el tema, considerando en primer lugar
la:
l. GRAVÍSIMA CUESTIÓN DE LA EDUCACIÓN Y LA CULTURA.
Su INTIMA RELACIÓN.
«Los elementos más poderosos para formar o deformar un
pueblo
- ción» (1).
El filósofo pone en relación íntima, la cultura, el ser pre­
sente
y futuro de un pueblo, con la escuela, con la educación,
en definitiva. Ciertamente quien educa a la juventud se apodera
del mañana de
la sociedad, de su cultura. En una palabra, del
porvenir de la humanidad...
La enseñanza de la juventud es la
palanca para engrandecer o arruinar una patria ...
La polémica en torno a la educación nunca se sosiega. . . De
ahí la lucha ejemplar y tenaz por la libertad de enseñanza,
mantenida con éxito por los católicos
de algonos países ... Frente
a ideologías totalitarias o pseudoliberales que desde
los días de
la Ilustración o de Napoleón -monopolizador de la escuela
(1) Balmes, Obras completas, J¼Jmesiana, tomo XXIV, págs. 360-1.
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esclavizándola al Estado--, esos católicos defendían y defienden
el derecho de los padres, anterior al del Estado a educar a sus
hijos,
y los derechos de la Iglesia, colaborando con ellos.
En nuestra sociedad postindustrial caminamos hacia un re­
duccionismo aterrador. ¿ En manos de quiénes está la educación
y, consiguientemente, la cultura? ¿No es cierto que hemos ido
cediendo a los medios de comunicación, a los políticos de
tut·
no, a demagogos nuestros derechos y deberes educativos? He­
mos ido, progresivamente, cayendo en las redes de una educacióu
unilateral, esclavizante, deshumanizada. Hemos dejado institucio­
nes, ideas, personas, desatendidas, inermes ante esta avalancha
desconcertante. No creo descubrir nada nuevo si digo que en
este terreno de la educación, tan grave y trascendental estamos
muy despistados los que deberíamos velar por la verdadera edu­
cación. Mientras tanto, vigilantes, con dedicación y constancia
otros se apoderan de cátedras, de inspecciones, de ministerios
para hacer del hombre una pieza de la sociedad, que en el me­
jor de los casos está destinada a una progreso y desarrollo me­
ramente material.
Balmes tenía razón
al decir que: «las sociedades, para for­
.t;narse de nuevo Q rejuvenecerse cuando están caducas, necesi­
tan algo más que hombres; necesitan principios que se filtren
hasta su corazón; principios que ahondando sobre ideas y cos­
tumbres, reformen al individuo y organicen la familia y la so­
ciedad» (2).
Los amigos de la ciudad Católica queremos, a las puertas
del
III milenio de la venida de Cristo, redescubrir nuestra ta­
rea en este momento grave, _en que se juega el porvenir huma­
no y cristiano de nuestra sociedad. Y como hijos de la Iglesia
también escuchamos esperanzados las palabras del Sumo
Pas­
tor que, conocedor de nuestras lacras y amenazas no cesa de
repetir: «No temáis». Palabras que nos recuerdan las del mis­
mo Cristo. «No temáis, Yo he vencido al Mundo» ( 3 ).
(2) Balmes, Obras Completas, Balmesiana, tomo XXIII, pág. 207.
(3)
San Juan, Evangelio, 16,33.
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EDUCACION Y CULTIJRA
Tras esra breve consideración general voy a referirme a la
cultura de nuestro tiempo, como expresión de las ideas,
senti­
mientos, valores del hombre contemporáneo.
II. LA CULTURA.
La culrura, se ha dicho, es a la civilización lo que el alma
al cuerpo, su aliento, su principio vital.
La cultura es la expresión del hombre integral. Es una mez­
cla de ideas, sentimientos, acciones, por las que «el hombre en
cuanto hombre,
se hace más hombre» ( 4 ). Vivimos una vida
verdaderamente humana gracias a la cultura. Nos beneficiamos.
de ella, somos sus tributarios, pues nos permite desarrollar ple­
namente nuestras potencialidades humanas. Pero, sobre todo.
somos sus servidores. Debemos enriquecerla con personales apor­
taciones.
«La cultura popular es un conjunto de principios y valores
que forman
el ethos de un pueblo. Es la fuerza que lo uni­
fica en profundidad y lo hace madurar a lo largo de su historia
----<Üce Menéndez Pelayo---. Muchas veces lo hace madurar al
duro precio de grandes dolores colectivos. Es la raíz honda que
lo unifica antes y
más allá de ideologías y partidos. Forja esa
unidad que hace a un pueblo grande y fuerte, y
le lanza a arro­
jarse con fe y aliento de juventud, al torrente de los siglos» ( 5
).
Tomando como base antológica esas definiciones de cultura,
en sentido general, demos un paso más y consideremos nuestra
cultura actual. De ella señalaremos los rasgos más característicos:
A) Profundos y acelerados cambios.
«El género humano hoy se halla en un período nuevo de su
historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados ... , se
(4) Juan Pablo II, Alocución a la UNESCO, 2 de junio de 1980.
(5) Menéndez Pelayo, Obras Completas, tomo Vl, «Historia de los
Heterodoxos», epílogo, pág. 506.
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puede hablar ya de una verdadera metamorfosis social y cultu­
ral que redunda también sobre la vida religiosa» ( 6 ).
1) No creo que sea preciso especificar los numerosos cam­
bios que estamos experimentando, en d orden científico, tecno­
lógico.
En todas las circunstancias de nuestra vida nos servimos
de estos avances.
2) En
d orden social: rdaciones humanas, que por una
parte se multiplican sin cesar, y que pocas veces llegan a ser
rdaciones personales. Formas
de vida nuevas en ciudades super­
pobladas.
Especialización excesiva en los saberes y en el tra­
bajo,
y desempleo creciente. Cambios que afectan a la propia
historia que se ve «sometida a un proceso
de aceleración, que
apenas
es posible al hombre seguirla ... , la humanidad pasa así
de una concepción más bien estática de la realidad a otra
diná­
mica y evolutiva, de donde surge un nuevo conjunto de proble­
mas que exigen nuevos análisis y nuevas síntesis ( 7
).
3) Cambios psicológicos, morales y religiosos. Se con tes tao
implacablemente todas las formas tradicionales
de pensar y vi­
vir, lllstitucio~es, leyes, costumbres, principios y valores. «La
negación de Dios y de la religión no constituyen, como en épo­
cas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día se presen­
tan no rara
vez como exigencia del progreso científico y de un
cierto humanismo nuevo» ( 8
).
4) Nueva esclavitud.-Nunca se ha hablado tanto de liber­
tad y nunca como hoy se es esclavo de los medios de comuni­
cación
de masas. Es casi ilimitado el poder que tienen en orden
a influir en el modo de pensar de
los ciudadaoos, la prensa, la
radio y la televisión. Disponen de técnicas refinadísimas de ma­
nipulación del hombre. Crean estados de opini6n, aun en con­
tra dd sentir de sus destinatarios. Pensemos en las campañas del
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(6) Gaudium el Spes, 4.
(7) G. et S., 5.
(8) G. el S., 7.
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divorcio, aborto y, en definitiva, en el relativismo moral que
han engendrado.
5) Desequilibrio profundo en el
hombre.-Estos cambios
acelerados no pueden dejar de producir un desequilibrio
pro­
fundo en el hombre. El hombre es consciente de las antinomias
existentes, de las contradicciones
y desequilibrios, de la dificul­
tad de sintetizar la complejidad social, pero ignora, en muchos
casos, cómo armonizar y jerarquizar la compleja realidad cultu­
ral y social. «El mundo moderno aparece a la vez poderoso y
débil, capaz de lo mejor y de lo peor» (9).
6)
Pérdida del sentido de la existencia.-¿Qué sentido tie­
oe la existencia humana? Unos esperan del solo esfuerzo
hu­
mano la plena y verdadera liberación del hombre y de la socie­
dad. Otros desesperan de poder encontrar sentido a su existen­
cia, y en medio de «las nadas», «las náuseas», el absurdo, se
refugian en un pasotismo o en una contestación estéril ( que no
es sino la afirmación de su vida sin sentido). Otros. tarados por
su materialismo práctico, ahogados por el hedonismo de nuestra
sociedad no
se plantean siquiera el sentido de su existencia.
«Los desequilibrios que fatigan
el mundo moderno están co­
nectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus
raíces en el corazón humano» (10). Desequilibrio que
se mani­
fiesta en esa tremenda soledad, en el temor del hombre al pro­
pio hermano, en un sentimiento de impotencia para desarrollar
su personalidad frente a la avasalladora moda imperante. Da la
impresión de que el hombre está amenazado por esta cultura.
¿ Sería exagerado calificar nuestra cultura actual de inhumana?
7) Falta de humanismo.--Ciertamente echamos en falta una
concepción coherente del hombre.

Tenemos la impresión de que
se ha quitado al hombre su trascendencia, su origen y fin divi­
nos. Percibimos en numerosas manifestaciones culturales que el
hombre
es considerado mero sujeto de producción de riqueza.
(9) G. et S., 9.
(10) G. et S .. 10.
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Se ha amputado al hombre, se le ha privado de lo constitutivo
de su ser
hombre,
Si tuviéramos tiempo me gustaría evocar antes ustedes algu­
nas experiencias obtenidas en el contacto con jóvenes, que en el
silencio de un retiro, ejercicios espirituales, en días de campa­
mento, buscan ansiosas una solución para su vida. Detrás del
pasotismo, de la búsqueda desesperada de placer, de felicidad,
sueñan, entrevén una cultura que camine no por estos derrote­
ros sino a la civilización del amor. Muchas veces de forma equi­
vocada, ciega, pero buscan sin saberlo su ser, su dignidad divina
como hijas del Padre.
8)
España.-Me gustaría ahora pensar en España, en las
sombras y luces que nos son propias. Voy a reducirlas a dos:
Una sombra: el peligro de desarraigarnos de toda tradición
cristiana para imitar las ideas decadentes del occidente europeo.
Menéndez Pelayo, conocedor de nuestra historia
ya en 1910
conmemorando
el primer centenario de Balmes, decia de Espa­
lía, pueblo «engaliado mil veces por gárrulos sofistas, emprobe­
cido y desolado, emplea las pocas fuerzas que le restan en
des­
trozarse ... hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a
cada momento las sombras de sus progenitores, huye de todo
contacto con su pensamiento, reniega de cuanto en la historia le
hizo grande, arroja a los cuatro vientos su riqueza artística y
. contempla con ojos estúpidos la destrucción de la única Espalía
que
el mundo conoce, de la única cuyo recuerdo tiene virtud
bastante para retardar nuestra agonfa ... ».
«Cuando no se conserva con amor la herencia del pecado.
pobre o rica, grande o
pequelía, no esperemos que brote un pen­
samiento original ni una idea dominadora. Un pueblo puede
im­
provisarlo todo menos su cultura intelectual. Un pueblo viejo
no puede renunciar a
la suya sin extinguir · la parte más noble
de su vida
y caer en una segunda infancia muy próxima a la
imbecilidad senil» ( 11 ).
(11) Menéndez Pelayo, Ensayos de Critica Filos6fica, pág. 354.
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Creo que les gustará conmigo recordar esas bellísimas pala­
bras de V ázquez de Mella que encienden el rescoldo semiapa­
gado de nuestro ser español-cristiano: «Despierte España y
es­
cuche esa voz del pasado y se encuentre y se vea y se ame a sí
misma, para sentir de nuevo correr por sus venas el raudal nun­
ca superado de las antiguas · energías» y pueda hacer «de cada
corazón un ascua»
y juntándolas todas formar «una hoguera,
cuyas llamas tiñan
el horizonte con sus resplandores» ( 12).
Una luz: nuestro acendrado cristianismo que ha configurado
nuestro ser nacional. Volvamos a
oír al Papa en su primer dis­
curso en Barajas a todos los españoles: «Vengo a encontrarme
con una comunidad cristiana que se remonta a la época apostó·
lica... objeto de los desvelos evangelizadores de San Pablo ...
conquistada para la fe por el fervor apostólico de los siete va­
rones apostólicos, que propició la conversión de los pueblos
visigodos en Toledo, que fue gran meta de peregrinaciones euro.
peas a Santiago, que vivió la empresa de la Reconquista, que
descubrió y evangelizó a América, que iluminó
la ciencia desde
Alcalá y Salamanca y la teología en Trento
... vengo atraído
---<:ontinúa el Papa-por una his,oria de fidelidad a la Iglesia,
escrita en empresa apostólicas y en tan grandes figuras que re­
novaron la Iglesia ... Esa historia, a pesar de las lagunas y errores
humanos,
es digna de toda admiración y aprecio. Ella debe ser­
vir de inspiración y estímulo para hallar en el momento presente
las raíces profundas del ser de
un pueblo ... » ( 13).
B) La historia nos enseña.
Permítanme una referencia lejana en el tiempo y altamente
cercana por su contenido. Quiero evocar entre los cristianos de
aquellos tiempos primeros, a San Basilio el Grande, que vivió
(12) Vázquez de Mella, Obras Completas, tomo II, págs. 12 y si·
guientes y 107 y sigs.
(13) Juan Pablo II, Saludo en Baraias, Jl de octubre de 1982.
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entre los años 329-378. Nació en Cesarea de Capadocia. Las pri­
meras letras las aprende
.con su padre, ilustre. retórico. Pasa des­
pués a Constatinopla para ampliar estudios y finalmente a Atenas.
Es un hombre totalmente inmerso en los problemas y en la cul­
tura de su tiempo antes y después de su conversión al cristianis­
mo, Basilio está versado en las ramas del saber de la época:
gramática, filosofía, astronomía, geometría, medicina
y retórica.
Los conocimientos adquiridos en
sus años de formación le serán
de gran utilidad para la tarea insigne que tuvo que acometer
como cristiano: defensor de la ortodoxia, formador de la juven­
tud, hombre de gobierno como Pastor. en Cesarea
y legislador
de una parte del monacato oriental. Tiene entre sus escritos una
carta dirigida a los jóvenes, una pequeña homilía. Quiere indicar­
les el puesto que merecen los escritos paganos clásicos en su
formación. Tomando un ejemplo de la naturaleza dice: «De la
misma manera que es propiedad del árbol, estar lleno de frutas,
y, sin embargo, las hojas que se agitan en sus ramas le dan vis­
tosidad y adornan, así también el fruto del alma es la verdad
esencialmente,
pero, no obstante, al verse rodeada de sabiduría
profana, lejos
de hacerla desabrida e ingrata, del mismo modo
que las hojas del fruto le dan sombra
y le proporcionan un as­
pecto agradable y oportuno». El estudio de la literatura pagana
clásica tiene para San Basilio un valor propedéutico
de prepara­
ción para el conocimiento
de los misterios de Dios revelados en
su Verbo (14).
Fueron incontables los que
como este gran hombre supieron
leer los signos
de aquella cultura, decadente en parte, y sacar de
entre Homero, Hes!odo, Solón, máximas morales. Estuvo abierto
San· Basilio a todo lo noble, a todo
lo bello, a todo lo bueno de
la tradición clásica.
No
es posible detenernos en la historia de la formación de
nuestra cultura europea, esencialmente cristiana. Todos sabemos
que los 'benedictlno~ enseñaron a leer, escribir, cantar, a los pue-
(14) San Basilio el Grande, ¿Cómo .leer la literatura pagana?, prólogo,
Ed. Nebli.
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blos bárbaros. Mientras enseñaban a cultivar la tierra, a fabricar
instrumentos para perfeccionar el trabajo del hombre, iban
ense­
ñando la verdad del Evangelio a cada persona. Configuraron el
ser
de Europa.
C) Nuestra postura.
Admitamos la realidad de nuestra cultura, anteriormente con­
siderada. Admitamos también el reto que nos lanza. Aceptémoslo
esperanzandos. El Evangelio tiene virtud para renovar constan­
temente ésta
y cualquier otra cultura porque su savia evangélica
tiene fuerza para salvar
y cambiar al hombre, a todo el hombre,
devolviéndolo a su estado de gracia, centrándolo en Cristo. Abra­
mos las puertas a Cristo.
Las puertas de la investigación, de la
cultura, de la familia, del propio corazón.
La síntesis entre fe y
cultura es posible porque ciencia y fe no sólo no se oponen sino
que
se complementan. Esta síntesis es exigencia tanto de la fe
como de la cultura. Y como dice Juan Pablo II: «La fe es
falsa, superficial, teórica, si no se traduce en cultura. . . una fe
que no se haga cultura es una fe no acogida plenamente, no
pensada enteramente, no vivida fielmente»
(15).
La cutlura científica y tecnológica en que vivimos aébé éstát
cimentada en el pasado, «enraizada en las mejores tradiciones
del pueblo, abierta a la trascendencia
y basada tanto en las cos­
tumbres populares como en las más nobles realizaciones cientí­
ficas
y técnicas» ( 16 ).
Nadie tan valiente como el Papa. Sin miedo habla a los hom­
bres de la cultura. No teme el progreso científico
y tecnológico
en
s( mismo, no. Alerta a los hombres de Ciencia para que di­
rijan ese progreso según el designio del mismo autor del mundo
y de la vida. Recordemos las palabras que hace un año nos diri­
gió en el Paraninfo de Derecho de la Complutense: «jHombres
(15) Juan Pab!Q II al Congreso Nacional Empeño Cultural, 16-I-82.
(16) Juan Pablo II al Congreso de Laicos, 15 de octubre de 1981.
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bYDIA JIMENEZ
y mujeres que representiíis la ciencia y la cultura: vuestro po­
der moral es enorme! ¡ Vosotros podéis conseguir que el sector
científico sirva ante todo a
la cultura del hombre y que jamás
se pervierta y se utilice para su destrucción! Es un escándalo
de nuestro tiempo que muchos investigadores estén dedicados a
perfeccionar nuevas armas para
la guerra, que un día podrían
mostrarse fatales» ( 17).
m. LA mucACIÓN.
Antes de considerar en sí misma la educación, creo que debe
estudiarse primero el hombre. Ocupa el centro de la cultura
y
de la educación. Sólo cuando hayamos entendido la esencia del
hombre, podremos ver cuál debe ser la educación auténticamen­
te humana.
La educación, en cierto modo, como el hombre, es producto
de una cultura determinada; pero, tanto el hombre como el
conjunto de ideas educativas deben encauzar, corregir y orientar
la propia cultura.
l. El hombre: ¿ qué es el hombre?
Muchas son las opiniones que se ha dado y se da sobre sí
mismo. Diversas e incluso contradictorias. Exaltándose a sí mis­
mo como regla absoluta o hundiéndose hasta la desespera­
ción.
Como .consecuencia se siguen la duda y la ansiedad. «La
Iglesia, dice
. la Gaudium et S pes, siente estas dificultades pro­
fundamente,
y, aleccionada por la revelación divina puede dar­
des respuesta ... ». El hombre ha sido creado a imagen de Dios,
con capacidad para conocer
y amar a su Creador. «Por Dios ha
sido constituido señor de la entera. creaci6n visible, para usarla
(17) Juan Pablo II, Universitarios Complutenses~ Madrid, 3 de no­
viembre de 1982.
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y gobernarla glorificando a Dios». «Creado por Dios en la jus­
ticia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en
el propio exordio de la historia,
abusó de su libertad, levantán­
dose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio destino al
margen de Dios ... ». «Al negarse a reconocer a Dios como su
principio
rompe el hombre la debida subordinación a su fin úl­
timo, y también toda su ordenación, tanto por lo que toca a su
propia persona como a las relaciones con los demás y con
el
resto de la creación ... ».
«Esto es lo que explica la división íntima del hombre. Toda
la vida humana, la individual y la colectiva se presentan como
lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal... Más to­
davía, el hombre
se siente incapaz de domeñar con eficacia por
si solo los ataques del mal, hasta el puoto de sentirse como
aherrojado entre cadenas
... ».
«Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al
hombre, renovándolo interiormente y expulsando al príncipe de
este muodo
... ».
«A la luz de esta Revelación, la sublime vocación y la mi­
seria humana que el hombre experimenta hallan simultáneamente
su última explicación
... » ( 18 ).
Ninguoa antropologla podría darnos una visión tan alta del
hombre, ni explicarnos el porqué de
esa íntima división, que
se proyecta a la sociedad toda. Sin Cristo, centro del cosmos,
de la historia., y de cada hombre,
el hombre estaría casi a cie­
gas sobre su altlsima dignidad, y auoque pudiera percibirla no
podría realizarla sin la ayuda salvadora de su propio Señor. Sólo
Ctisto revela
al hombre qué es el hombre.
Esencialmente el hombre de ayer
y de hoy es el mismo. Sien­
te el abismo de su pequeñez cuando percibe su grandeza. «En
nuestros días,
el género humano, admirado de sus propios des­
cubrimientos, y de su propio poder, se formula con frecuencia
preguotas angustiosas sobre la evolución presente del muodo,
sobre
el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el
(18) Gaudium et Spes, 12 y 13.
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sentido del esfuerzo, individual y colectivo, y sobre el destino
último de las cosas y de
la humanidad ... » (19). Sigue pregun­
tándose sobre «el dolor, el
mal, la muerte, que a pesar de tan­
tos progresos hechos subsiste todavía
... «¿Qué hay después de
esta vida temporal?» (20).
2. La educación.
Una vez considerada la esencia del hombre, veremos más
claramente qué al.canee tiene la sencilla y acertada definición
que nos dejó el P. Manjón. Educar era para
él «completar hom­
bres». «Es la persona del hombre
la que hay que salvar ( y edu­
car). Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es por
consiguiente el hombre, pero el hombre todo entero,
ruerpo y
y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad» (21
).
a) Educaci6n integral.-Es obvio. La educación del hom­
bre no puede ser parcial, reduccionista, sin caer en una flagrante
contradicción.
El Decreto del Vaticano
II sobre la Educación nos dice que
la auténtica educación es «la que se propone la formación de
la persona humana en orden a su último fin y al bien de las
sociedades de las que el hombre es núembro, y en royas respon­
sabilidades participará
ruando llegue a ser adulto... Los niños
y los adolescentes tienen derecho a que
se les estimule a apreciar
con recta conciencia los valores morales y a prestarles su adhe­
sión personal, y también a que se les incite a conocer y a amar
más a Dios» (22).
b) Que responda a las exigencias de nuestra sociedad.~Re­
cordando los interrogantes que hacíamos a nuestra cultura, sus
(19) G. et S., 3.
(20) G. et S., 10.
(21) G. et S., 3.
(22) Gravissimum educationis~ l.
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puntos oscuros, sus presiones, sus males y sus esperanzas, pen­
samos que la edúcación tiene que formar personalidades madu­
ras, con iniciativa y responsabilidad, que posean ¡uicio critico
para resistir a la manipulación de los medios de información y
comunicación, Para hacer frente a los vertiginosos cambios de
la sociedad sin doblegarse y sufrir desequilibrios, la
-educación
ha de formar en la persona los
valores permanentes, insistiendo
en temas fundamentales, sentido de la vida y de las realidades,
libertad, responsabilidad.
c) Educaci6n intelectual, antes que informaci6n.-Pascal
aconsejaba: «Trabajad, esforzaos por pensar bien» (23 ). Ense­
ñar a pensar para descubrir la verdad, objeto del pensamiento,
y que es «la realidad de las cosas» (24). «Profundizar es ahon­
dar, rasgar sin cesar las apariencias, buscando debajo de las pa­
labras ideas, debajo de las ideas las causas y debajo de las
cau­
sas las relaciones, las leyes, los principios, y más allá de los
principios un principio absoluto que unifique lo múltiple» (25 J.
Pero teniendo en cuenta con Balmes que el entendimiento no es
como «una tabla en que se trazan líneas inalterables para siem­
pre, sino más bien un campo que se fecunda con la semilla
atrojada en
la escuela y que germina después» (26).
d)
Educaci6n del coraz6n, enseñar a querer.-No basta edu­
car el pensamiento, hay que educar la voluntad y
el corazón. Se
olvida muchas veces el cultivo de nuestra más hermosa facultad.
El corazón percibe lo divino, lo bueno, lo bello que hay en las
cosas. Un corazón educado ayuda a pensar mejor, pues sólo
co­
nocemos bien lo que amamos. Las grandes ideas del hombre
proceden
la mayoría de las veces del corazón .. La educación de
la sensibilidad ayuda eficazmente a la educación de la volun­
tad. La voluntad no
se mueve por ideas secas. Le agrandan más
(23) Pascal, Pensées, pág. 347.
(24)
Balmes, El Criterio, C. 1,1, pág. 15.
(25) Cbarmot, La t¿te bienfaite, pág. 39.
(26) Balmes, El Criterio, BAC, Madrid, 1974, C. 17,1, pág. 159.
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las consignas sentidas, caldeadas al calor del afecto, coloreadas
por el amor. . . Las ideas frías sólo
se convierten en acción fe.
cunda y permanente cuando se funden al calor de una afectivi­
dad pacientemente educada.
El hombre, nos dice Juan Pablo II
en su primera encíclica «no puede vivir sin amor» (27).
Educar el corazón, enseñar a querer exige sacrificios al edu­
cador y al educando, pero hay que ser realista, creemos con
Oaudel que «la juventud no es la edad del placer, sino la edad
del heroísmo». Y con el Papa afirmamos «la permisividad no
hace felices a los hombres.
La sociedad de consumo no hace
felices a
los hombres; nunca los hizo porque el hombre es y se
realiza en la medida en que sabe imponerse exigencias a sf mis­
mo» (28). Porque el hombre es generosidad y «no puede en­
contrar su propia identidad y plenitud si no es en la entrega
sincera de sí
mismo» (29).
e)
Educar la libertad.-Educar en y para la libertad bien
entendida. El educando grita «ayúdame para obrar por
mi cuen­
ta». El joven exige al maestro que le eduque su libertad. Educar­
le para que tome decisiones por cuenta propia, ponerlo en
con­
diciones de afrontar las emergencias de la vida.
La libertad
se educa dejando un· amplio margen de acción
dentro de los debidos cauces. Más que camino estrecho
y único
es una ancha autopista por la que muchos circulan sin salirse de
ella, pero cada uno por su carril. Educar la libertad
es motivar
con paciencia las razones que impulsan para actuar. Imponer
una normativa rígida
es ahogarla. Los que a fuerza de prohibicio­
nes y normas quieren obligar a proceder con rectitud son
pé­
simos educadores, El ideal es plena liberta! y plena responsabi­
lidad en el cumplimiento del deber.
Ustedes
pensarán: ¿qué hay de esa autéotica libertad? ¿Tie­
nen los padres educada rectamente la suya para educar la de
(27) Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 10.
(28)
A. Frossard, No tengáis miedo, pág. 116.
(29) G. et S., 24.
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sus hijos? En ese supuesto, ¿pueden con realismo optar por el
tipo de educación deseado para sus hijos? ¿Tiene
la Iglesia, je­
rarquía y laicos, el margen suficiente para educar en libertad,
en
la de los hijos de Dios? Estas y muchas otras preguntas su­
giere el tema de la libertad educativa.
f) Humanismo.-En el humanismo pueden resumirse estas
notas que debe tener la educación.
En el verdadero humanismo
que
es el cristiano. Porque «el humanismo es la vida humana
en su plenitud» (30). Cada individuo crece
humanizándose y,
por tanto, «el fin del humanismo es el hombre, el desenvolvi­
miento progresivo de su compleja naturaleza humana en unidad
y equilibrio» (31
). El humanismo pedagógico vacuna al futuro
técnico o científico, lo inmuniza para que no
se convierta en
máquina pensante, le hace permanecer hombre libre.
Educar, como nos
ha· dicho el Papa, en otra clave: «para ser»
y no
¡,ara «tener», pues ante tódo el hombre vale por lo que
es y no tanto por lo que tiene.
Varias facetas: El humanismo cnsnano no desatiende, antes
bien, propicia
las siguientes facetas, que el decreto sobre Educa­
ción del Vaticano
II nos ha señalado:
- Educación cívica y política.
- Educación para
la paz, ya que> «las raíces de la paz son
de orden natural cultural y
moral .. la paz es una conquista es­
piritual del hombre ... ».
- Educación religiosa, que exige madurez en
la fe, en la
adoración a Dios y una proyección apostólica.
- Educar para la madurez de la persona humana, hacién­
dola capaz de encontrar su propia vocación y seguirla.
(30) Charmot, L'h«manisme et L'betmanine, pág. 278.
(31) Charmot, La tite bienfaite, p,lgs. 113 y sigs.
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LYDIA JIMENEZ
Y el documento conciliar concluye: «la educación tiene que
lograr que
la persona contribuya con todo su ser a la configu­
raci6n cristiana del mundo•.
3. Todos somos educadores,
Amigos de la Ciudad Católica, quería decirles algo que nos
atañe a todos, aunque no a todos de
igual forma: todos somos
educadores, pues a todos nos compete el presente y el futuro
de nuestra cultura y
de nuestra sociedad. Es el momento de
poner a contribución
de la educación todo lo mejor que tene­
mos en nuestro set. Una Ley de Educación, la LODE que en­
trará en vigor inmediatamente, peligrosa para la educación autén­
tica. Unos medios de información que manipulan ideas y
com­
portamientos, y que pueden más que la escuela y la familia.
¿En manos de quiénes va a quedar la educación y la cultura de
España?
a) En primer lugar compete a los padres. La familia es la
primera escuela de virtudes cristianas, la iglesia doméstica, donde
cada uno es valorado por lo que
es.
b) La sociedad civil. En cuanto a ella compete lo que ·se
refiere al bien común temporal, es educadora y tiene el derecho
a
la creación y dirección de escuelas y universidades, teniendo
en cuenta el principio
de la acción subsidiaria, y reconociendo
el derecho primario de los padres a elegir con libertad real la
escuela, sin imponereles directa
ni indirectamente cargas injus­
tas por esta elección.
e) La Iglesia, no sólo como sociedad humana, además por­
que tiene el deber de anunciar a todos los hombres
el camino
de
la salvación. Y este deber le lleva incluso a configurar más
humanamente la edificación del mundo. La Iglesia tiene dere­
cho y deber de educar.
d) Los cristianos, en cualquier estado o situación en que
nos encontremos, debemos ayudar a encontrar caminos, 1:11-étodos
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BDUCACION Y CULTURA
de educación, a formar maestros y atender con nuestros recur­
sos a toda la labor de la escuela. A este respecto tengo expe­
riencias preciosas; conozco a más de una maestra que además
de vivir entregadas a la educación en su escuela, prestan una
valiosa ayuda económica pata formar a otras maestras. ¿No les
parece bonita esta sencilla aportación? Esperanzador
es sin duda
el espíritu de Ciudad Católica. De forma original está propician­
do la auténtica educación; se ocultan muchos corazones genero­
sos, mentes preclaras, que. no voy a nombrar, que se compro­
meten con este gravísimo tema. Realidad gozosa que entre todos
debemos incrementar.
¿ Qué obligaciones tenemos?
- Trabajar para que
se reconozca en todas partes el dere­
cho de todos los hombres a la educación auténtica y

a
la cultura.
- Conservar las estructuras de toda
la persona humana
frente a la dispersión que produce la
especialización excesiva de
la· ciencia y técnica.
-Orientar el ocio para una mejor educación humana de
la persona, humanizando deportes, encuentros, diversiones, com
peticiones culturales, propiciando la relación personal y fraterno
en
ellas.
-En último lugar, que merecería estar ·por su importancia
en el primero:
ser realmente lo que somos. Configuramos pro­
gresivamente en Cristo. Sólo El explica la realidad intima del
hombre,
ya lo hemos dicho. Pero para lograr ese crecimiento
en Cristo, siendo educadores y aportando lo mejor de nuestra
vida, debemos ser hombres
y mujeres de oraci6n.
En mi contacto con jóvenes compruebo la tremenda igno­
rancia en este punto. No saben rezar. No han oído hablar de
Dios. Las palabras «rosario» «Santísimo Sacramento», las desco­
nocen. Es doloroso que ocurra esto en nuestros colegios espa­
ñoles, religiosos o laicos. Visitan las catedrales como piezas de
museo1 sin penetrar en el alma. No se ensefía a rezar en familia,
ni en la escuela. Se cierra al hombre la transcendencia. ¿Qué
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LYDIA JIMENBZ
gozo experimentan estos jóvenes cuando encuentran a Dios cerca,
dentro de ellos,
y le descubren como padre, amigo, hermano. Y
qué
gozo el mío, cuando veo nacer a un alma para la vida divi­
na, la que le es propia como hija de Dios.
Nuestra sociedad engendra miedo, soledad.
Nunca se ha sen­
tido el hombre tan sólo en medio de multitudes, en el trabajo,
en las calles, en su propia casa. No hay tiempo para hablar,
para
tratar y, por tanto, el hombre no tiene tiempo para entablar
relaciones de auténtica amistad, que la necesita esencialmente.
¡Cuánto podemos los cristianos educadores en este punto!
Podemos ofrecer la solución
al hombre solitario, desamparado,
tímido. El Amor se ha hecho Carne. Ya no hay soledad sino
compañía. En esta realidad hemos de educar y manifestar
nues­
tras creaciones culturales.
Centremos
al joven en Cristo, acostumbrémosle a tratar de
amistad con quien
sabe· que le ama. ¿No puede ser una solu­
ción para nuestra cultura y educación actual?
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