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Deber y condiciones de eficacia. [La acción] (III)

Deber y condiciones de eficacia
Segunda parte
Los hombres
CAPÍTULO PRIMERO
El más decisivo de los capitales
por
JEAN ÜUSSET
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
SEGUNDA PARTE
Los HOMBRES.
"Si hubiera habido en Petrogrado, en 1917, sola­mente algurios millar.es de hombres sabiendo bien lo que querían, jamás habríamos podido tomar el poder en Rusia".
Lenin.
"De todos los capitales preciosos ... el más pre­
cioso, el más decisivo, son los hombres".
Stalin.
CAPÍTULO I
EL MAS DECISIVO DE LOS CAPITALES
La lucha es doctrinal, como se asegura.
Lo cual es cierto ... , si se pretende designar a la razón, al
argumento supremo
-y por ende a la amplitud, a la gravedad­
de los conflictos que desgarran al mundo.
Lo cual es falso ... , si se cree que las ideas son susceptibles de
desencadenar, mandar, orientar
por sí mismas unas relaciones
en las que,
en estos negocios, el hombre sería más movido que
motor. Realizaciones que se impondrían como del exterior por
una especie de teledirección intelectual. Operaciones en las. que
la voluntad, la prudencia, la tenacidad de los hombres no ten­
drían más que unirse a un
trabajo de difusión, de formación
doctrinal.
Si es cierto que las ideas dirigen
de esta forma al mundo,
este trabajo bastaría, en efecto, para que, una vez· la doctrina di­
fundida, lo restante siguiese automáticamente.
Por la sola virtud
de las tesis difundidas.
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¡ Ideas abandonadas a su potencia "dinamizante" !
¡ Sólo el hecho de lanzar el grano asegura la fecundación de
la cosecha!
¡ Sembrar sin tener que cultivar !
¡ Seria tan sencillo !
¡Ay! La historia prueba suficientemente la ineficacia de se­
mejante método.
Y nosotros podemos repetir que mientras una doctrina, bue­
na o mala, no disponga de un ejército, de un cierto número de
hombres resueltos para defenderla, propagarla, aplicarla esta doc­
trina permanece sin efecto.
De ahí la importancia MAYOR del problema de los hombres,
No
es que queramos recusar la influencia de las ideas. Ellas
son las que aclaran la inteligencia, excitan la ingeniosidad, ani­
man a la voluntad.
Y cuántos -no teniendo hasta entonces nada en su espíritu,
pasando por abúlicos-- se revelaron como apóstoles, realizadores
infatigables, tan pronto fueron nutridos con Una doctrina sus­
tancial.
Esto, sin embargo, no permite hacer de las -ideas el elemento
decisivo de la acción. La observación de Psichari no deja de ser
menos exacta cuando hace declarar al "Centurión" que "ser el
servidor de su idea no está concedido a todo el mundo".
¿ Cuántos son ?
Muy pocos.
Solamente los hombres en los que "funciona" armoniosamente
a la vez la inteligencia
y la voluntad.
Sin doctrina,
el hombre de acción acabará pronto por caer
en el oportunismo.
Sin las virtudes que hacen
al hombre de acción, el doctri­
nario acabará pronto
en transformarse en un santón sentencioso
y deprimente.
Supremacía, pues, del hombre completo. Doctrinalmente for­
mado. Pero también prudente. Hábil para concebir los "cómo".
Infatigable al máximo. De un valor, de una tenacidad que ni la
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dispersión de sus tareas, ni el aislamiento psicológico, ni el celo
oscuro, consiguen abatirle.
Supremacía aplastante de una tropa que, aun siendo sensible,
ciertamente, a la alegría,
al confortamiento de su unidad, de su
tuúón, sabe que 1a iniciativa, la resolución, el juego de cada uno
de sus miembros es "más precioso, más decisivó", que el impul­
so, la fuerza gregaria de una formación en filas apretadas.
No
es que haya que descartar a los militantes que no "mar­
chan" más que en horas de euforia, cuando todo va bien; en el
estrechamiento de un codo con codo simpático.
Lo que conviene anotar es que sin un cierto número de hom­
bres decididos y formados para actuar bien ( incluso en circuns­
tancias difíciles, incluso en
la aridez) es vana toda esperanza de
una acción fecunda.
En primer lugar y por encima de todo: los hombres.
En primer lugar y por encima de todo: el problema del obrero.
No es que el problema de la herramienta no sea, asimismo,
muy importante.
No es que haya que oponer
el obrero a la herramienta.
La verdad es que hacen falta buenos obreros provistos de
buenas herramientas. Sin olvidar nunca que el obrero vale más
que su herramienta.
Esperar el éxito de la sola potencia mecánica de una insti­
tución --o de la sola fuerza de las ideas, como lo evocábamos
no hace
mucho--es propiamente insensato. No es que la orga­
nización, no es que las instituciones no tengan su poder especí­
fico. Pueden decuplicar nuestras posibilidades. Pero solamente
como la buena herramienta decuplica las posibilidades de un buen
obrero. La herramienta no haría nada sin este último. La me­
jor herramienta entre las manos
de un inepto nunca podría hacer
una obra maestra. El mal obrero, al contrario, se da buena maña
en estropear las buenas herramientas.
Y la historia está llena de estas catástrofes. Hundimiento de
instituciones que, no estando animadas por una élite capaz de
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mantener su espíritu, _fueron barridas por un puñado de hombres
resueltos, ''minoría actuante''.
El porvenir está en los grupos que, aun handicapados por un
aparato de instituciones contrarias, poseen a los hombres mejor
formados, más decididos a la acción.
Lo que no quiere decir que caigamos en el error, tan fre­
cuentemente profesado en estos términos: "Dediquémonos a ha­
cer a los hombres buenos
y las instituciones lo serán a conti­
nuación."
Porque si estuviera demostrado que se puede, en gran
núm~ro, hacer a los hombres buenos sin buenas instituciones, se­
ría inútil preocuparse por el problema institucional. El objetivo
estaría logrado. Y, por tanto, también sería inútil
el medio ins­
titucional que tiene por única razón de ser... ayudar al mayor
número a hacerse mejor.
Nada hay peor pensado que hace, depender de una conversión
general la instauración de un orden institucional conforme al
derecho natural
y cristiano.
La verdad es que la instauración de tal orden institucional
no tiene sentido
más que para facilitar la conversión, más gene­
ral
y más duradera, de los hombres.
Y la solución
es que hay que dedicarse J;N PRIMER LUGAR a
suscitar, a formar un cierto número de hombres que puedan A
CONTINUACI,ÓN (actuando SOBRE y POR las instituciones como con
una palanca) trabajar en la instauración de un determinado orden
social por medio del cual la salvación del gran número sea más
fácil.
Operación en tres tiempos :
l. Trabajar en suscitar, en formar un cierto número de hom­
bres que ...
2. . .. actuando a continuación SOBRE y POR las instituciones,
se esfuercen en edificar un
orden social tal que ...
3. . .. la salvación, el pleno desarrollo del gran número re­
sulten más fáciles.
Sola solución armoniosa.
Y cuyo desconocimiento hace que
opongamos tan frecuentemente la conversión de los hombres a
la reforma de las instituciones.
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Cuando no debería haber en ello ninguna dificultad. Al me­
nos teórica.
Las instituciones... entre las manos de un cierto número
(P) ... aparecen como una herrameinta (2.0
) ••• para la salva­
ción más fácil
de todos (3.°).
Lo cual, lejos de despreciarlo, hace resaltar el papel de las ins­
tituciones.
Sin abolir la primacía del problema de los hombres.
Porque
por poderosa ql}e sea, la palanca institucional no es
más que una herramienta inerte si no hay nadie que la maneje.
Ya se trate de mejorar las mismas instituciones. O que haya que
educar a esta élite que,
bajo todos los regímenes, constituye una
guardia encargada de defender, por su influencia intelectual o
por su acción ~lítica, el edificio institucional.
Para convencerse de ello basta eon evocar el cuidado tomado
por la Secta de conservar el dominio de esta institución clave:
el Ministerio de Educación Nacional. Pieza maestra de la for­
mación de los jóvenes: los hombres del mañana (1).
Cantidad de los efectivos.
Problema de hombres; por tanto, problema número uno.
Que interesa saber soh.tcionar lo mejor posible.
Cuidándose en no reducirlo a un problema de efectivos.
"¿ Cuántos suscriptores? ¿ Cuántos oyentes? ¿ Cuántos adheri­
dos?", se complacen en
preguntar .aquellos que pretenden pasar
por informados.
Fórmulas útiles, sin duda, pero insuficientes. Esquematizado­
ras. Despersonalizantes. Fórmulas de ficheros, de estadísticas. In­
capaces de evocar a los hombres
tal cual son, tal como importa
conocerlos cuando hay que actuar. Solteros o casados. Ciudada­
nos o campesinos, militares, profesores, artesanos o labriegos.
Le-
(1) 9e puede evocar también el papel de educación, de vigilanda
dvica y política desempefiado por "el Partido" en los países comunistas.
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trados o ignorantes. Tenaces o caprichosos. Taciturnos o charla­
tanes. Ricos o pobres. Muy ocupados en su trabajo o disponien­
do de su tiempo, etc.
Otros tantos caracteres que hay que conocer para emplearlos
mejor. Otras tantas formas de acción posibles.
Porque, más que otra ninguna, la acción política y social ts
multiforme, compleja, hecha de mil actividades diversas. De ahí
la necedad que consiste en no imagin?,r para esta acción más que
un carácter, más que un solo
tipo de militante. Modelo único.
Espécimen intercambiable. Y por ello mismo adicionable.
Mientras que
el verdadero problema no es abordado más que
si se da un elemento de respuesta a preguntas como las que si­
guen:
¿ En quiénes influyó usted? ¿ Quiénes son? ¿ Qué valen?
¿ En qué medios, en qué regiones? ¿ Qué trabajos particulares es­
tán en proyecto o en curso ?
Cuestiones que evocan a verdaderos hombres. ¡Personas! Nor­
malmente encajadas en redes sociales de gran variedad. Lo que
deja muy atrás la simple puesta
en orden, alfabético o geográfico,
de nombres clasificados en un fichero.
Ahora bien,
¿ cuántos miden el éxito de su acción por el es­
pesor del fichero conservado?
No es que rehusemos, en estos tiempos de democracia, de
reconocer la terrible importancia de estas conside,.aciones numé­
ricas. Hay que votar. Hay, pues, que contarse. Y hacer cuanto
se pueda para ser el mayor número posible. El mal, el mal de­
sastroso, es que nos quedemos ahí. En una simple operación de
reclutamiento. Y que se hable de la acción como si su mayor
éxito dependiese (casi...) del resultado de estas sumas.
Lo cual es tanto más tonto cuanto que por ese juego se pue­
de uno engañar de dos maneras: magníficos resultados cuanti­
tativos que no pueden tener valor dinámico; algunos grupos poco
numerosos que consiguen a veces tener una potencia considera­
ble en la acción.
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DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
Un pequeño número de gente activa.
Muy frecuentemente se oye decir: "i Oh!, ¡ si fuésemos tan­
tos millares más
! "
¿ Millares de qué? ¿ Y para hacer qué?
Calculando así, los "apáticos" deberían vencer por doquiera,
ya que son, y con mucho, los
más numerosos.
Si todo se redujese, en efecto, a contar con millares de· lec­
tores, de oyentes, de abonados ... DE MÁS . .". esto podría, cierta­
mente, facilitar
el equilibrio, 1a vida presupuestaria de una or­
ganización.
¡ Y sería mucho ! Pero no bastaría a hacer eficaz a
una acción social o política.
Hay tantos grupos que no han hecho nada, que no hacen nada
más que perder su
fuerza y su tiempo ... , cuya caja está conve­
nientemente alimentada, su fichero repletisimo.
Nuestra propia causa ... , la causa del orden social cristiano,
¿ no disponía en el último siglo de recursos aún muy importan­
tes, de numerosos seguidores?
¿ Qué fue, empero, la acción de
estos millares, incluso de estos millones de hombres ... virtuales?
Meros lectores, oyentes, suscriptores.
¡ Nunca se ha conseguido una victoria, aun política y social,
con eso!
Estos millares, estos millones no han sabido, ni podido, ni...
en realidad querido seriamente detener la progresión de un nú­
mero ínfimo de revolucionarios.
Pero revolucionarios convenci­
dos y resueltos.
Prueba de que
el problema del número, o de una cierta fa­
cilidad material, sin ser despreciable (¡ lejos de esto!) uo es ni el
más importante ni el más decisivo.
Vale más una cincuentena de personas activas, tenaces, hábi­
les, bien formadas, que un millar
de egoístas, perezosas, torpes,
carentes
d~ doctrina.
Y el puñado de sectarios que animan la "Liga de los Dere­
chos del Hombre" o la "Liga de la Enseñanza" tiene una in-
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JEAN OUSSET
fluencia mucho más decisiva que todos los hombres de "la dere­
cha
11 francesa reunidos.
Cuestión de inteligencia, pero también de voluntad, de ca­
rácter.
"Había creído al entrar en la. vida religiosa que tendría que
aconsejar sobre todo la dulzura y la humildad, se lee en una
carta del P. de Foucalt al general Laperrine. Con
el tiempo, veo
que lo que más falta
es la dignidad y la fortaleza del alma."
Argumento supremo y supremo resorte de una acción eficaz.
En primer lugar y sobre todo, un puñado de hombres resuel­
tos debidamente ilustrados, valientes, irreductibles.
A este
respecto, recordamos la respuesta que uno de nues­
tros amigos dio un día a quien le estaba explicando las inmensas
tropas que había que enrolar ...
HLa victoria le parece a usted que depende, sobre todo, del re­
clutamiento de estos millares,
de estos millones. de hombres. Aho­
ra bien, ved hasta qué punto nuestras concepciones de 1a acción
pueden diferir. Su esperanza
de usted no depende más que de
un gran esfuerzo de multitudes. Mientras que yo no aspiro, por
ahora, más que al descubrimiento de
una· o dos

personas.
¡ Y no
lo consigo ! Porque esas personas, de las que tengo necesidad
para la mayor eficacia de nuéstra acción, no son los "no impor­
ta quién" de que se componen los batallones que usted desea. Le
confesaré que si las tuviera le entregaría sin ningún pesar toda
su
masa inmensa para obtener esos "dos" que estimo necesarios
para nuestra acción. Porque el descubrimi~nto de estos dos, com­
pletando armoniosamente nuestro equipo, permitiría después
el re­
clutamiento
(¡ armonioso, jerarquizado, bien ordenado!) del ma­
yor número deseable._"
El hombre idóneo ... concretamente.
Para actuar y actuar bien lo que necesita una obra, en pri­
mer lugar y sobre todo, no es, desde
un punto de vista práctico,
disponer de tantas decenas, centenas o millares de hombres (in-
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DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
determinados), smo de algunos hombres (determinados). Hom­
bres verdaderos. No fórmulas abstractas.
Personas bien defini­
das.
No individuos "no importa quién" para la función "no im­
porta cuál".
Sino "aquél-que-puede-realmente-ser-más-eficaz"... en tal
asunto, en tales circunstancias, en tal lugar, en tales condiciones.
Lo que en principio es menester si se intenta actuar bien no
es
un gran número de hombres, sino algunas personas juiciosa­
mente elegidas, invitadas a ocupar puestos importantes, capaces
de realizar
el trabajo que de ellos se espera.
Es en primer lugar con ... , es en primer lugar por estas pocas
personas con las que
se desarrollará la acción; y son estas pocas
personas las-que después reclutarán, animarán, encuadrarán y di­
rigirán a la masa de adheridos. Sin lo cual la inercia de la masa
paralizará la organización.
Está claro, por tanto, que la búsqueda, la elección, la forma­
ción de estos pocos, bien definidos,
para menesteres no menos
definidos, son particularmente importantes.
"Que me den seis hombres de este temple y con ellos cambia­
ré la faz del universo"
... dijo Weishaupt, el fundador de los
"Iluminados de Baviera", después de haberse topado con Knigge.
Exageración evidente,
pero que expresa un sentido asombroso de
lo que pnede y debe ser la importancia de los hombres cuando se
trata de la acción.
Vanidad, pues, de los métodos que "desconcretizan", desper­
sonalizan
para ordenarlo todo según fórmulas abstractas o ci­
fradas.
Obligación de
guardar un sentido agudo del homb•e con­
creto.
Y completo. Aunque no sea más que para evitar esas evo­
caciones ridículas
y deprimentes de tal personaje, claramente de­
signado,
es cierto, y del que todo el mundo sabe ... que es tan
versado en esto, tan competente en aquello, que convendría per­
fectamente, que podría... ¡ si quisiese! Pero que, precisamente,
no
querrá, o nunca podrá .... Porque es tan perezoso ... ; porque
está enfermo
... ; porque su mujer se lo prohibe ... ; porque es ca­
prichoso
... ; porque prefiere el bridge, la caza, la pesca, el golf,
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esquiar, el confort ... ; porque acaba de ser destinado a Caracas ... ;
porque está atado por su
trabajo ... ; porque la intemperie lo aca­
tarra o porque quiere acostarse temprano.
Por real que sea el personaje, el resultado no deja de ser to­
talmente nulo con respecto a la acción.
¡Ay! i Cuántos hombres, cuántas mujeres son admirables así!
i Concretamente! En el sentido de que existen realmente. Pero
t'an sólo virtuales, ineficaces como esos hombres ufórmulas-de­
efectivos" de los que hemos hablado más arriba.
Porque,
para la acción, no basta que en la intimi~ad de su
hogar
se oculten seres admirables, capaces de salvar al mundo ... ,
pero
¡ que mueren sin haber hecho nunca más que pensar muy
bien
en secreto ... Hde todo corazón con ustedes"!
¿No es ya esto mucho? No, esto no es nada.
Porque con respecto a la acción, la multitud de estos "mu­
chos" no deja de llevarnos directamente a la derrota.
Sepamos, pues, considerar a los hombres cómo son, teniendo
en cuenta todo lo que se puede esperar de ellos. No solamente de
lo que pueden hacer,
si lo quieren. Sino igualmente de la eficacia
de su querer. Incluso las posibilidades reales de su resolución.
Cuántos.
p•ometen, en efecto, estar allí, hacer esto o aquello
en determinado día
... y se excusan siempre en el último minuto,
porque sus posibilidades reales no estaban a
la medida de su de­
seo, de su sincera generosidad.
Si se descuidan estas reglas, estas precauciones, no se cose­
chará más que desolaciones, defecciones, ineficacia.
Hay que tener bien presente que el descubrimiento del hom­
bre idóneo es
siempre decisivo. Y que para encontrarlo no im­
porta tener que atravesar ríos
y montes. Mientras que puede ser
inútil, e incluso perjudicial
en ciertos casos, organizar una re­
unión de veinte mil personas.
El paso a la acción de un_ solo hombre puede resultar un acon­
tecimiento nacional. Mundial.
¿Un Lutero no ·ha revolucionado la orientación religiosa _de
una parte de Occidente?
¿ Un San Luis María de Monfort no sigue siendo todavía el
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gran responsable de la más viva fe en n_uestras provincias del
Oeste?
¿ Y qué decir de la influencia internacional de un Marx, de
un
Engels, de un Lenin?
En consecuencia, ¿ será excesivo admitir que un solo hombre
pueda influir en
la orientación social y política de una región, de
una organización profesional? Baste recordar al abate Trochu -en
Bretaña, a Herriot en Lyon, a Sarraut en Toulouse.
En cuántos grupos, en cuántos movimientos hemos oído de­
cir: No hay nada que hacer en tal rincón, en tal medio ... Hasta
el día en que ... brusca arrancada en dicho medio y en dicho rin­
cón
¿ Por qué? Porque allí se había, al fin, descubierto al hom­
bre idóneo. El que había podido, sabido. querido, realizado.
Un dispositivo de animación h'umana.
Todas estas reflexiones nos conducen a propone!' el esque­
ma de
un dispositivo de animación humana con vistas a una ac­
ción general, intergrupal, flexible y armoniosa. Con el menor
gasto y, sin embargo, eficaz.
En el escalón supremo, la concertación (más o menos riguro­
sa según las posibilidades psicológicas) de cinco, diez, quince per­
sonas
... que se podrían considerar, en tal grado, indispensables.
-Encontra.-, suscitar, formar en los escalones, inmediatamen­
te, subalternos, las quince, las -veinte, las treinta persona_s capa­
ces
de animar, aconsejar ... (sin espíritu de partido, sin ambición
"unitarizante"., sin totalitarismo) a las esferas de orientación pri­
vilegiadas, a las "encrucijadas"
más importantes ...
-Lo que, tenida cuenta de la variedad de las tareas, de la
imbricación de las
redes; de la importancia, tan diferente, de los
organismos
... pueden representar... veinte o treinta hombres de
primera categoría ; cuarenta o cincuenta de segunda categoría ;
trescientos o cuatrocientos de tercera
y quinientos o seiscientos
de cuarta.
Un millar de personas, aproximadamente.
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Lo que es irrisorio, dirán los que no piensan más que en vis­
ta de porcentajes electorales.
Lo que es enorme, pensarán los que, más avisados, acostum­
bran a olvidar la proporción por desgracia considerable de las
defecciones
parciales o totales.
Un millar ...
Pero un millar que, si estuviese compuesto de hombres celo­
sos, formados, tenaces, bastaría .a animar socialmente, política­
mente, a toda una nación
como Francia.
Porque este "millar" no formaría ni un movimiento ni un par­
tido. Sino un elemento de conexión de grupos, cuya unión ten­
dería más a la unidad de
un espíritu, a la unidad de un méto­
do
... que al lazo material de una organización fuertemente es­
tructurada.
Lo cual es el papel de estos "cimentadores", del que
ya hemos hablado. Especialistas de esta. "acción doctrinal", que
hemos evocado al final del capítulo precedente. Animadores, con­
sejeros, insertados en sus redes, naturales
u ocasionales, pero
que deberían ser mantenedores por doquiera
de ortodoxia, téc­
nicos del método más seguro. Y
-¿ por qué no?-también esos
praeclari c'WVes tan deseados~ hace algún tiempo, por Maritain.
El ideal del "millar".
Lo importante es estar convencido de que es -fundamental­
mente----más eficaz buscar, suscitar, formar esos "mil" que re­
unir muchos millones de individuos sin otra determinación que
la etiqueta
de un grupo, el carnet de un partido.
Millones
de seres cuya acción se limita a veces a esta de­
pendencia. Millones de seres que no harán nada en serio si algunos
de
los "mil" no están ya allí para orientarlos, animarlos, educarlos ...
O lo que es lo mismo: Para organizarlos en cosa distinta que ser
una
"masa".
¡ Qué gran progreso será realizado cuando hayamos compren­
dido la futilidad de esta persecución, directa y casi exclusiva, del
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gran número ... ; cuando hayamos comprendido que es, en primer
lugar, que es, sobre todo, a la calidad a la que hay que tender y
que por ella
se llega a la cantidad sabiamente ordenada, conve­
nientemente orientada!
Porque no es cuestión de subestimar la importancia del nú­
mero.
Es cuestión solamente de designar el buen modo, el medio
más seguro de alcanzar el gran número y de conservar sobre él
una influencia afortunada, duradera, decisiva.
¿ Es que acaso los jefes de la Revolución han comprendido
mejor que nosotros
el sentido de la relación : calidad-cantidad?
"La fu.rea práctica más urgente, se lee en las Obras com1-
pletas de Lenin (tomo IV), es crear una organización revolu­
cionaria capaz de asignar a la lucha política un carácter enérgi­
co, firme y CONTINUADO ... " (pág. 506). "Es necesario cuidar de
no asimilar la organización de los revolucionarios (2) con la or­
ganización de los obreros (3). La organización de los revolucio­
narios debe englobar, ante todo y principalmente, a aquellas gen­
tes cuya profesión sea la acción revolucionaria" (pág. 515). "Ne­
cesitamos hombres que no consagren solamente a la Revolución
sus tardes libres, sino toda su vida (pág. 58) .. . "La organiza­
ción de los obreros debe ser
lo más amplia posible ... " ... "La or­
ganización de los revolucionarios no debe ser muy extensa" ...
• * *
"Los mil" ... Encontrar, suscitar, formar los "mil".
Problema cuya solución
es más urgente que la reforma de
las instituciones, por la razón de que una reforma seria, duradera,
de las instituciones es inconcebible sin los "mil".
Como la historia lo prueba suficientemente.
La Francia cristiana, ¿ no se h'a derrumbado, en efecto, por
la defección de los que hubieran debido realizar el papel de estos
"mil. .. ? ¡ Y que no lo realizaron! Los que, siguiendo el ejemplo
(2) Elemento cualitativo.
(3) Elemento cuantitativo.
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JEAN OUSSET
de Malesherbes, no solamente rehusaron combatir los progresos
de la Subversión; sino que los favorecieron.
Y cuántas empresas, cuántos movimientos, después cle un mag...,
nífico arranque cuantitativo, fracasaron por falta de cuadros di­
rigentes. Porque no dispusieron de número suficiente de estos
"mil" indispensables en todo régimen para garantizar seguridad
y porvenir.
Y cuántos "sistemas", al contrario, _detestados
por la mayo­
ría de
una nación consiguen mantenerse y hasta recobrar su ex­
tensión rápidamente porque,
el susodicho sistema tiene sus ''mil''
Que son frecuentísimamente los solos que poseen una práctica
suficiente de los negocios públicos. Enteramente decid_idos, sobre
todo, a
ocuparse de ellos con efectividad.
Mientras que, en nuestro lado,
no hay más que una masa
de buenas personas. Llenas de buenas intenciones, pero de in­
tenciones vagas.
Tropa frecuentemente más numerosa, pero poco
dispuesta a sacrificarse a la cosa pública. Siempre presurosos
de
vo1ver a ponerse sus zapatillas. Millares de hombres que "serían
capaces de hacer
... ", pero que prácticamente no hacen nada, que
prácticamente se quedan en sus negocios, en sus diversiones, en
sus juegos. Millares de hombres que son como si
?º existiesen.
Problema de los 1 'mil".
Problema de las instituciones.
Los dos mayores problemas de la acción
...
Sin instituciones convenientes, el celo de los mejores siempre
resultará frágil.
Sin élite bien formada y actuante
... (sin los "mil" ... ), las
mejores instituciones corren
el peligro de ser, a su vez, barridas,
como castillos de arena,
por el torrente de la Subversión.
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