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Difundir la verdad: Caridad y verdad

DIFUNDIR LA VERDAD: CARIDAD Y VERDAD
por
Jos.t .ANroNro G. · n~ CoRTÁZAR.
La doctrina de la Iglesia ha considerado siempre como ele­
mento esencial de su afirmación dé la verdad, el deber imperioso
de difundirla. Y al expresarla, al evangelizarla, al hacer circular
su mensaje entre los hombres -son palabras de Paulo VI-, es
necesario saturar la verdad de amor, "buscar la verdad con ca­
ridad", como pedía San Pablo, "actuar la verdad en la caridad",
que afirma Guardini; comunicar con entero amor la entera ver­
dad, sin prestarse jamás a su falsificación o su endulzamiento en
aras de una errónea caridad, que sólo sirve para traicionarla.
* * *
Verso esencial en la gran estrofa de la verdad -con"ocerla, vi-·
virla y difundirla-es el que nos conjura imperiosamente a la
urgente e inaplazable tarea de acometer la difusión, la evangeli­
zación de esa buena nueva que es la verdad íntegra, la verdad
esencial.
La verdad grita -podíamos decir copiando el aforismo
antiguo-por su expansión; la verdad exige por su propia na­
turaleza su difusión universal.
Aquel patético y singular cristiano que se llamó Charles Peguy
reiteraba con
voz de gran aliento: "Hay que decir la verdad, toda
la verdad, nada más que la verdad... Quien no proclama la
verdad cuando la conoce se hace cómplice de los mentiroscs y
de los cobardes."
Juan XXIII nos pedía emocionadamente que dijéramos la
verdad, que obráramos la verdad. Y unos años antes, su ante­
cescr Pío
XII en su Radiom,ensaje de Navidad de 1954 procla­
maba: "La verdad tiene que ser vivida, comunicada, aplicada en
todos los sectores de la vida. También la verdad, particular­
mente la cristiana, es un "talento" que Dios pone en las manos
de sus siervos para que con sus empresas fructifique
en obras
de salvación común. A todos cuantos se hallan en posesión de la
verdad querríamos Nos preguntar, antes que
lo haga el eterno
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Juez, si han hecho fructificar el "talento" de modo que merezcan
oír la invitación del Señor al entrar en el gozo de su paz".
En la Declaraci6n sobre Libertad Religiosa del Concilio V a­
l ciliar la misma tesis incansablemente
defendida por el magiste­
rio:
"Porque el discípulo tiene la obligación grave para con Dios
Maestro de conocer cada día más la verdad. que de
El ha reci­
bido, de anunciarla fielmente
y de defenderla con valent!a (sub­
rayo para aclarar ciertas posturas irenistas que se confunden con
el indiferentismo), excluidos -sigue-los medios contrarios al
espíritu evangélico."
"Amar a otro --0bserva desde la soledad de su claustro cis­
terciense Thomas
Merton-es querer para él lo que sea real­
mente bueno, y ese amor ha de basarse en la verdad." Y agrega
después :
''Para amar a otros rectamente, primero hemos de amar
la verdad." Porque amar a los demás -señala el padre Danielou­
''es querer su bien incluso contra ellos mismos".
* * *
En un breve paréntesis vamos ahora, siguiendo a Vallet, a
referirnos de pasada al concepto de caridad política tan íntima­
mente relacionada con el tema en su aspecto más concreto. No
nos extendemos ~n él porque ha sido objeto de otra ponencia
en una reunión anterior de los Amigos de la Ciudad Católica.
Esta caridad fue anunciada por Pío XI al dirigirse en 1927 a
la Federación Universitaria· Italiana.
Para el egregio Pontífice
'(el terreno de la política que mira los intereses de la sociedad
entera
... es campo de la más vasta caridad, de la caridad política,
(concepto), del que se puede decir que ningún otro lo es supe­
rior, salvo
el de la religión ... ". Esta caridad política nos obliga
a conocer y difundir la doctrina social de
la iglesia que según la
lúcida mente de
Pío XII en su Di liana el 29 de abril de 1945 "es obligatoría y nadie puede sepa­
rarse (de
ella} sin peligro para la fe y el orden moral". En
síntesis, podríamos cerrar este apretado paréntesis, especificando
que el concepto de la caridad política consiste en el deber de
trabajar
para la instauración de un orden socíal sano por medio
de sanas instituciones.
* * *
San Pablo describe la caridad con cinco notas positivas. La
primera de ellas es la de que se complace con la verdad. Y es
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CARIDAD Y VERDAD
que difundir la verdad es la primera de las exigencias de la ca­
ridad. El magisterio de Pío XI nos enseña: "Queremos tam-
bién ... tender la mano a todos los que sufren o están
en la mi-
seria ... ,
en tanto que no se nos pida sacrificar la menor parcela
de la santa verdad, que es la primera caridad." En una palabra,
esquematizamos, la perfecta caridad, es, en definitiva, consus­
tancial con la perfecta verdad.
En la Constitución Conáliar "Gaudium, et Sp,es", primera
parte, número 28, párrafo 2, se afirma tajantemente: "Esta ca­
ridad y esta benignidad" -se refiere la Constitución a la que de­
bemos sentir hacia los que piensen u obren de modo distinto al
nuestro en materia social, política e incluso religiosa-"esta
caridad y esta benignidad -repetimos--en modo algnno deben
convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien."
Recientemente Paulo VI, en su Carta al Congre'so lntw-mu:io­
ml de Teolo'(f¡a del. Concilio Vaticano II, escribe: "Pero cual­
quiera que sea la diversidad de opiniones que caracteriza a los
participantes en
el Congreso, será empeño sagrado para todos
nunca separar
el servicio a la verdad del deber de la caridad cris­
tiana.
Por ello habrán de esforzarse por poner en práctica las
palabras del apóstol de las Gentes : «Buscando la verdad con ca­
ridad»
(Efesios 4, 15)". Más adelante Paulo VI pide que el Con­
greso brille "no menos por
el ardor de la caridad que por la luz
de la verdad".
Si en las doctrinas del magisterio encontramos la perfecta. for­
mulación del binomio verdad-caridad, los escritores católicos no
han vacilado
en proclamar también la íntima unión de los dos
conceptos. Valle! nos recuerda que caridad es enseñanza de la
verdad a todo el que no la sepa. Para Guardini, inspirándose en
San Juan, el amor, la caridad, no es
tan sólo "emoción y senti­
miento" sino "acción
y vida". Ousset, por su parte, en los Fun­
damentos de la Política, dice a este respecto : "Piedad para el
que esté en el error o para el error mismo. La verdadera caridad
no conoce otra
Ley. Porque amar al prójimo, ¿ qué significa sino
desear
su bien? ¿ Y qué bien puede llegarse si desde el comienzo
se le deja perder en el error y el mal? ¿ Qué pensaríais de la
caridad de un hombre, escribe León Bloy, que dejase envenenar
a sus hermanos por temor de arruinar, advirtiéndoles, el
buen
nombre del envenenador? Yo digo que en este caso --continúa--­
la caridad consiste en gritar a voces,"
El inmortal dominico Padre Garrigou-Lagrange nos ha de­
jado imperecederas páginas sobre la materia: "El amor a la ver­
dad sin
la caridad hacia el prójimo degenera en celo amargo,
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que amonesta a los otros a diestro y siniestro en vez de corre­
girse a sí mismo... Pero, por otra parte, la caridad hacia el pró­
jimo sin el amor a la verdad, sobre todo a la verdad divina reve­
lada, degenera en un liberalismo inconsciente
que se le hace pasar
por generosidad
y que se desliza hacia el indiferentismo."
Sobre este punto el padre Danielou insiste: "Pero si la pri­
mera de las caridades
es dar la verdad, esta verdad debe darse
en la caridad ... No solamente el dar la verdad es una forma de
caridad, sino que la verdad misma es caridad, porque su objeto
es el amor."
No hace mucho el cardenal Bea se preguntaba: ¿ Cuál es el
camino seguro para la búsqueda de la verdad? Y se contesta:
"La caridad auténtica para con el prójimo." Y agrega que mu­
chas veces la caridad mal entendida es debilidad nociva, "porque
asf la caridad no va unida a un amor eficaz de la verdad" .-A
continuación añade: "El amor a la verdad sin caridad se con­
vierte en intolerable y repele. I..a caridad sin la verdad es ciega y
no puede durar." Por último repite la misma doctrina de la
Iglesia iniciada por San Pablo y seguida por el Magisterio: "Es
necesario practicar el amor de la verdad en la caridad." Por su
parte, Monseñor Guerry ha acuñado espléndidamente esta frase:
"hay que ejercer
fa más gran caridad: la de la verdad". Hace
ya más de tres siglos una conmovedora .caña al viento, Blas Pascal,
escribió : "la verdad por sí soia sin caridad se convierte en un
ídolo.Jl
* * *
Vivimos tiempos revueltos, de pensamiento confuso y de ideas
desordenadas, en los que se quieren imponer hipótesis científicas
o filosóficas como si fueran leyes inmutables u opiniones de teó­
logos o filósofos
como si fueran verdades de fe, con olvido com­
pleto de
la luz que arroja esplendorosa el magisterio de la Iglesia.
Y uno de los peligros más acuciantes para nuestro tiempo, por
no haber comprendido las tesis de los últimos Pontífices )' las
declaraciones del Concilio Vaticano II, es la proclamación de una
falsa caridad que nos induce a reducir la verdad, a endulzar la
verdad o a acortarla o limitarla.
Ya San Juan Bautista Vianney advertía para su tiempo: "No
hay que tener falsa caridad. Hace falta decir la verdad." Y Rupp
ha apuntado sutilmente: "Endulzar la verdad para evitar que se
moleste a éste o a aquél no es practicar la caridad, es traicionarla."
V
euillot sobre el mismo asunto clamó con su contundente dialéc-
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CARIDAD Y VERDAD
tica: "Tengamos cuidado de que el temor de dejar de ser ama­
bles termine por quitamos
el valor de ser veraces." Con la falsa
caridad nos adentramos en
el mismo despeñadero del escepticismo
que, como observa Maritain, resulta tan intolerante como el fana­tismo) pues se convierte en el fanatismo de la duda.
Pero más que nadie, por su magisterio esencial, han sido los
propios Pontífices los que nos han puesto
en guardia en este
terreno
tan resbaladizo. Pío XI, en su Encíclica Mit Brrmender Sorge enseñó: "Este amor inteligente y misericordioso para con
los descarriados y
para con los mismos que os ultrajan no sig­
nifica, ni en manera alguna puede significar, renunciar a proclamar
a hacer valer y a defender con valentía la verdad, aplicarla a la
realidad que os rodea."
Y no hace mucho, en la
Encídica Ecclesiam suam, Paulo VI escribía: "Pero queda un peligro; el arte del apostolado es arries­
gado: la solicitud
por acercarse a los hermanos no debe tradu0
cirse en una atenuación o disminución de la verdad. Nuestro diálogo no puede ser una debilidad respecto al compromiso con
nuestra fe."
* * *
Esta, pues, es nuestra empresa: difundir la verdad con ca­
ridad, con
amor, sirviéndonos, como se lee en la Declaración sabrre Libertad Religiosa, "del magisterio, de la educación, de la comu­
nicación y del diálogo".
En su magistral Encíclica E cdesiatm, sumn, Paulo VI ha sin­
tetizado la íntima unión de
la verdad con la caridad y la difusión
de la verdad a través de la caridad
por el vehículo del diálogo.
"El deber congénito del patrimonio recibido de Cristo es la difu­sión, es el anuncio; bien sabemos: «id, pues, y enseñad a todas
las gentes», es el supremo mandato ·de Cristo a sus apóstoles. Estos, con el mismo nombre de apóstoles, definen su propia inde­clinable misión. Nosotros daremos a este impulso interior de
caridad,
que tiende a hacer don ·exterior, el nombre, hoy ya
común, de diálogo." Esta proclamación de la verdad con caridad
exige como carácteres la claridad,
la afabilidad, la confianza, _ la
prudencia.
EJ diálogo que abre la Iglesia con el mundo en su
misión de proclamar su verdad no
es --Jo dice Paulo VI-or­gulloso, no es hiriente, no es ofensivo. "Su autoridad es intrín­seca -destaquemos nosotros--por la verdad que expone, por la
caridad
que difunde, por el ejemplo que propone." Y como re­sumen de los caracteres del diálogo de esta forma de difusión de
la verdad, Paulo VI afirma: "Cuando el diálogo se conduce así,
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se realiza la unión de la verdad con la caridad, de la inteli­
gencia con el amor."
Como certeramente ha escrito Ousset, para que surja el diá­
logo es necesario la existencia de una sociedad rica en cuerpos
intermedios, porque no hay diálogo, no puede haberlo, en una
sociedad de masas, y sólo en esos microgrupos cabe el diálogo ple­
namente humano. Sobre todo es en tales condiciones -observa
Ousset-donde puede haber diálogo y puede cumplirse lo que
Paulo
VI ha dicho en Ecclesiam suam, que "el clima del diálogo
es la amistad". Y esto sin que el diálogo tenga que llegar a ser
Huna debilidad respecto a los compromisos de nuestra fe' sin que
tenga que
"transigir y transformarse en compromiso ambiguo res­
pecto a los principios de pensamiento y de acción". Agrega Ousset
estas esclarecedoras palabras : H Por todo esto, esta unión de la
verdad y de la caridad", como dice el Papa, esta alianza "de la
inteligencia y del amor ... " no es concebible, no es psicológicamente
posible más que en ese grado de familiaridad, de estima, de con­
fianzas
personales que es el de las instituciones no masificadas por
el totalitarismo, el -de los cuerpos intermedios en los que según
Pío XII los hombres profundamente penetrados del sentido de
Ia responsabilidad se sienten con más estrecha solidaridad con
el medio en que viven".
• * •
Nuestra m1s10n, desde el aspecto concreto que he expuesto
muy someramente
ante ustedes en esta charla, es difundir, pues
la verdad. , ¡¡ ' ,
Eugenio -nuestro magnífico y arrebatador Eugenio Vegas­
escribió hace ya más de treinta años que teníamos que es-forzar­
nos para "sembrar la verdad sin ocuparnos de recabar patentes
ni exclusivas, sin saber quién recoge, renunciando por anticipado
a todo posible provecho." "Porque las ideas falsas y sus efectos
-continúa con su estilo de acero-sólo se combaten con Ia
difusión incesante de las verdaderas." "Al lado de la doctrina
-sigue Eugenio-hace falta la acción. La una es complemento
indispensable de la otra. Acción sin doctrina vale como edificar
sobre arena. Doctrina sin acción es levantar castillos en el aire".
Servir a la verdad y a la caridad con ánimo pronto, espíritu
incisivo, afán apostólico, ha de ser, en último término, el com­
promiso de todos ante el difícil tiempo que nos ha tocado vivir.
Con la verdad
y la caridad no debe haber sitio para el temor.
"Pues -como dice San Pablo-no nos ha dado Dios un espíritu
de cobardía, sino de fuerza y de amor."
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