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La verdad natural

LA VERDAD NATURAL
por
JUAN MIGUEL p .Af,ACIOS.
Nos hallamos lejos de la ciudad, pero aún en estas soledades
de
El Paular se dejan oír los ecos del clamor humano. Y ni lo
retirado del lugar, ni el añoso silencio de este monasterio, bastan
a acallar las voces inquietas que se levantan del tropel de los hom­
bres a su paso sobre la tierra.
Acaso toda la inquietud y el ansia que manifiestan los hom­
bres tengan su causa más profunda en la posición intermedia que
ocupa la criatura humana en el orden de los seres creados. Los
teólogos nos enseñan que, así como en el grado superior de la
jerarquía de las criaturas
se hallan las sustancias puramente es­
pirituales, que la Sagrada
Escritura llama ángeles, en el grado
inferior se encuentran las sustancias puramente corporales. Pero
en la zona que media entre los meros cuerpos y los puros espíri­
tus existe
una misteriosa criatura en que Dios ha querido compo­
ner la naturaleza corporal y la espiritual : es el hombre. Y una
poderosa tensión anida en la entraña de la naturaleza humana.
Con los pies clavados en la imperfección de la materia que revela
su condición carnal, el hombre descuella sobre todos los demás
seres corporales como el más perfecto de ellos; pero, aunque ten­
ga los ojos encendidos por la perfección del espíritu que manifies­
tan sus potencias racionales) el hombre sabe muy bien que es el
más imperfecto de los seres espirituales.
Y es cosa admirable que la misma capacidad que lleva al hom­
bre a conocer esta imperfección de su naturaleza le sirva a las
veces
para remediarla, pues es en el conocimiento donde el hom­
bre halla verdadero remedio a la limitación de su ser. En efecto,
a diferencia de lÜs seres no cognoscentes, el ser humano no se
encuentra reducido a la forma de su propio ser, sino que cuenta
con
una extraordinaria amplitud de naturaleza que le permite
posee-: por el conocimiento las formas de los demás seres. Por eso
decía Aristóteles que. el ahna es de alguna manera todas las co-
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sas (1). Fray Luis de León, acordándose de un texto célebre del
Doctor Angélico, lo
ha dicho bellamente en lengua castellana:
"Porque se ha de entender que la perfección de todas las cosas, y
señaladamente de aquellas que son capa~s de entendimiento y
razón, consiste en
qué cada una dellas tenga en sí á todas las otras,
y en que siendo una, sea todas cuanto le fuere possible; porque
en esto se avezina á Dios, que en sf lo contiene todo. Y cuanto
más en esto creciere, tanto se allegará más á él, haziéndosele se­
mejante. La cual semejan,c;a es, si conviene dezirlo ~ssí, el pío
general de todas las cosas, y el fin y-como el blanco adonde embían
sus desseos todas las criaturas. Consiste, pues, la perfección de
las cosas en que cada uno de nosotros sea un mundo perfecto,
para que por esta manera, estando todos en mí, y yo en todos los·
otros, y teniendo yo su ser de todos ellos, y todos y cada uno
dellos teniendo
el ser mío, se abrace y eslavone toda aquesta
máquina del universo, y se reduzga á unidad la muchedumbre
de sus differencias,
y quedando no mezcladas, se mezclen, y per­
maneciendo muchas, no lo
sean; y para que estendiéndose y como
desplegándose delante los ojos la variedad y diversidad,
ven­
~a y reyne y ponga su silla la unidad sobre todo. Lo cual es
avezinarse la criatura
á Dios, de qpien mana, que en tres per­
sonas es una essencia,
y en infinito número de excellencias no
comprehensibles, una sola perfecta y sencilla excellencia." (2)
Desde la bestia
hasta el ángel, las criaturas dotadas de co­
nocimiento tienen abierto su
ser al reflejo de la perfección de todo
el Universo. Y así, reflejando las demás cosas, se perfeccionan
a
sí mismas. Pero las potencias que tienen para ello son de al­
cance muy desigual.
· Y mientras los brutos, provistos solamente
de sentidos,
no traspasan las meras apariencias accidentales de
las cosas, los hombres, dotados además de entendimiento, pueden
llegar a saber lo que las cosas son. Y es precisamente este de­
nodado esfuerzo del hombre
por llegar a reflejar en su mente lo
qne las cosas son
el que constituye la búsqueda de la verdad.
Henos, pues, ante la verdad como suprema aspiración del hom­
bre
_que mira a su perfección.
Todo
_el saber de los hombres que profesan una fe religiosa
procede de dos únicas fuentes :
1~ revelación divina y la_ razón
humana. Con la revelación Dios ha querido descubrir a los hom­
bres algunas verdades que o son inalcanzables
por la razón,_ o,
(!) De Anima, III, 8. 431 b 21.
(2) ,JJe lo.s nombre.s de Cristo, Libro Primero, De los nombres en
general. Cf. Santo Tomás de Aquino. De Veritate, 2, 2, ad Resp.
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no siéndolo, resultán muy difíciles de conocer al común de los
mortales, y sin embargo son necesarias
para la salvación del gé­
nero hnmano. Son las verdades reveladas, que se admiten por
fe, fnndándose en la autoridad del ser que las propone. De ellas
acaba de hablarnos
un ilustre teólogo. Pero existe además nn
cúmulo mucho mayor de verdades, que los hombres descubren
por sí mismos aplicando su entendimiento al conocimiento de
las cosas.
Son. las verdades puramente racionales, que se nos ha­
cen
patentes por evidencia objetiva. Yo no voy a tratar del origen, las especies o el valor de esta clase de verdades, por oposición a las primeras. Preferiré acercarme temerosamente a
un problema de mayor importancia: el de la esencia misma de
la verdad, sea natural o revelada.
Pero la cuestión es tan difícil
y mi capacidad
tan menguada, que no pasaré de hacer la más
sencilla exposición que pudiera realizar
un escolar sobre la teoría
de
la verdad que es común patrúnonio de los filósofos cristianos:
la de Santo Tomás de Aquino.
¿ Qué es la verdad? Los cristianos no . podemos hacernos esta
pregunta sin estremecernos ante el arca;io del silencio de Dios.
Se cuenta
en el capítulo décirnoctavo del Evangelio de San
Juan (3): "Entró Pilato de nuevo en el pretorio, y, llamando a
Jesús, le dijo:
¿Eres tú el rey de los judíos? Respondió Jesús:
¿ Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de mí? Pilato
contestó:
¿ Soy yo judío por ventura? Tu nación y los pontífices
te han entregado a
mí; ¿ qué has hecho? Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis
ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los ju­díos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿ Lue­go tú eres rey? Respondió Jesús: Tú dices que soy rey. Yo para
esto he venido al mnndo, para dar testimonio de la verdad; todo
el que es de
la verdad oye mi voz. Pila to le dij o : ¿ Y: qué es la verdad? Y dicho esto, de nuevo salió a los judíos y les dijo: Y o no hallo en éste ningún crimen." Es la humanidad entera la
que ha preguntado en Pilatos qué es la verdad. Pero la pregnnta
que Pilatos ha hecho a Cristo
ha quedado sin respuesta, reso­
nando entre las bóvedas del pretorio. Y, siendo muda en este
pnnto la Revelación, sólo le queda al hombre el recurso de su
razón
para penetrar la naturaleza de la verdad. Es ésta la tarea
del filósofo.
Con ser tantos y tan famosos los filósofos que han estudiado
(3) Jn. 18, 33-38.
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el problema de la verdad, Santo Tomás ha ido a encontrar en
un oscuro médico judío que vivió hace mil años en un lugar cer­
cano a Túnez (4) la definición más apropiada de este concepto:
Adaequat;o rei et m,telleclus. La verdad es la adecuación de la
cosa y
el entendimiento. Esta definición nos previene ya contra
un cierto engaño del lenguaje, pues el nombre sustantivo "ver­
dad" parece querer remitirnos a veces a una cierta sustancia,
como si el hecho de buscar la verdad fuese semejante al de bus­
car algún determinado cuerpo escondido, Pero
la verdad no es
una cosa, sino una adecuación entre dos cosas, es decir, una mera
relación entre dos extremos que nos resultan familiares: los ob­
jetos que conocernos
y los conceptos que tenemos de ellos.
Sin embargo, si nos detenemos a reflexionar sobre el uso
que
se hace comúnmente de la palabra "verdad", observamos que se
emplea en dos sentidos muy distintos: uno lógico y metafísico y
otro moral. Y esta duplicidad semántica traduce una diferencia
real. La verdad que exigimos a un profesor de Historia cuando
relata un episodio pasado no es la misma que la que pedimos a
un testigo cuando declara ante uno de nuestros tribunales de
justicia. Para que el relato del profesor sea verdadero es preciso
que se halle acorde con los hechos acaecidos ; para que
lo sea la
declaración del testigo basta que reproduzca fielmente lo que
éste sabe, sea o no cierto. Se trata, en el primer caso, de la ver­
dad en sentido lógico, como adecuación del entendimiento con
las cosas; en el segundo, de la verdad en sentido moral, como
adecuación de las palabras con el pensamiento. Lo contrario de la
primera sería el error; de la segunda, la mentira.
Santo Tomás de Aquino ha distinguido con gran claridad en­
tre la verdad en sentido lógico-metafísico -verdad del ser y del
entendimiento----y la verdad en sentido moral -verdad de las
palabras y acciones del
hombre-. Buena prueba de ello es que,
cuando las trata en su
Siima Teológica, asigna a una y otra lu­
gares muy distantes: mientras aquélla es estudiada en la Prima
Pars
de la obra (S), ésta se investiga en la Secunda Secundae (6),
entre las virtudes morales anejas a la virtud cardinal de la jus­
ticia. En efecto, nos dicen los metafísicos que las operaciones de
(4) Se trata de Isaac Israeli (865-955), autor del Líber de defim­
tionibus, cuya célebre definición de la verdad, acaso recibida, fue recogida
por Avicena en su Meta,physica, tr. 1, c. 9, y, a través de éste, conocida
por Santo Tomás. Cf. S'Ulm!mO: Theo-logiClJe, Iª, 16, 1, ad Resp. et 2, ad arg. l.
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(5) Swmma Theologiae, P1, 16.
(6) !bid. II•-II=, 109.
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una cosa traducen, en último término, lo que la cosa es. De
suerte que muchos seres nos descubren lo que son, que permane­
ce oculto a nuestros ojos, manifestándolo por sus operaciones.
El hombre no es una excepción a esta regla. Sus diversas ope­
raciones nos revelan indefectiblemente
lo que es: un animal ra­
cional. Pero existen una serie de operaciones humanas que pue­
den ser dirigidas libremente por el hombre. Son, entre otras, las
que manifiestan su pensamiento y su índole moral: las palabras
y las acciones. Y con éstas
el hombre, a diferencia de todos los
demás seres corporales,
es capaz de mostrar que es lo que no
es.
Y así un ignorante puede pasar por sabio, o un miembro del
partido comunista por apóstol de todas las libertades. A prevenir
este mal se ordena la virtud de
la verdad o veracidad, que con­
siste en manifestar con palabras y obras lo que se piensa y lo
que
se es. Cuando se utilizan las palabras para lo contrario se
da en el vicio de la mentira; cuando se utilizan para ello las obras
se incurre en
el vicio de simulación, una de cuyas formas es la
hipocresía.
Pero de estas y otras cosas habrá que tratar, con la
profundidad que le caracteriza, un verdadero filósofo que está hoy
entre nosotros y que nos hablará a continuación sobre las virtu­
des cardinales y el hombre moderno.
La sinceridad es una gran virtud, pero no exime a nadie del
error. Y si para vivir según la verdad es necesario que las pa­
labras del hombre sean fieles a
su pensamiento, lo es todavía más
que su pensamiento sea fiel a las cosas. Antonio Machado lo ha
dicho en un cantar :
¿ Tu verdad ? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela. (7)
A las palabras y a las obras del hombre les corresponde su ver­
dad, pero la verdad pertenece sobre todo a
las cosas y al enten­
dimiento. Por eso, con ser tan importante la consideración de la
verdad moral, lo es
aún más el estudio de la verdad metafísica,
que consiste en la adecuación de-las cosas con
el entendimiento;
y de la verdad lógica, que consiste en la adecuación del entendi­
miento con las cosas. Veritas rei y verita:.s intellectus constituyen,
pues, los dos grandes ámbitos de la verdad en sentido pleno.
En esta sencilla tesis se resume toda la teoría de la verdad
(7) Poesías Completas, CLXI, LXXXV.
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metafísica del Doctor Angélico: todas las cosas son verdaderas.
Y lo son en dos sentidos, por su adecuación con dos entendimien­
tos: el del ser divíno que las crea y el de la criatura que las con­
templa. De manera análoga al artista humano, el artífice univer­
sal que es Dios posee en su mente las ideas o proyectos de todo
lo que hace.
Las obras de un artista son verdaderas o falsas en
la medida en que reproducen perfecta o imperfectamente las ideas
de su autor. Pero Dios no se halla sujeto a la infeliz condición
del
hombre artista, cuyas manos no alcanzan a veces a plasmar
lo que su mente le dicta: D;os es artífice infalible. Y habiendo
creado directa o indirectamente cuanto existe, todas las cosas,
como obras de -Dios, reproducen fielmente las ideas divinas. Por
eso son verdaderas, no cabiendo en ellas falsedad alguna. He aquí
el primer aspecto de la verdad metafísica.
Pero, además de conformarse con las ideas de la mente divi­
na, las cosas se adecúan también
con. los entendimientos que las
conocen, pues, aviniéndose a sus exigencias gnoseológicas, resul­
tan siempre aptas para ser conocidas por ellos. Y esta aptitud
constituye
el segundo aspecto de la verdad metafísica: las cosas
son verdaderas porque son inteligibles, es decir, porque se pue­
den conocer. Sin embargo, desde este punto de vista, parece que
pudiera darse una cierta falsedad metafísica en los seres que a
menudo nos inducen a error, a los que llamamos falsos: la perla
falsa, por ejemplo. A este respecto, permítaseme
una breve digre­
sión qne acaso dé también alguna luz sobre la naturaleza del
error. : . J
¿ En qué medida ¡,uede ser falsa una perla? En la misma en
que puede serlo un hombre: en cuanto parezca ser lo que no es.
Pero, mientras la falsedad del hombre se debe a una voluntaria
simulación, la falsedad de la perla depende tan sólo
de una mera
semejanza accidental. Es sabido que todo el conocimiento huma­
no -comienza con los sentidos, que no conocen más que los acci­
dentes
de las cosas; de tal suerte que su andadura natural con­
siste en
trepar por los accidentes para alcanzar el conocimiento
de la sustancia a que pertenecen. Pero. existen ciertas sustancias
que poseen envolturas accidentales
muy semejantes, y es precisa­
mente esa semejanza la que puede inducirnos a error, pues
de los
accidentes de una cosa podemos remontarnos a la esencia de
otra.
En esta simple tentación de engaño ha tenido su razón de
ser la bisutería de todas las edades. Que éste es el proceso más
elemental del error se descubre al reflexionar sobre lo que hace
el hombre espontáneamente para salir de él: volver a -considerar
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con mayor atención los accidentes. Y en esa pequeña roedura con
que los joyeros saben tentar las perlas para indagar su legitimi­
dad se resumen todas las prevenciones del espíritu humano
para
librarse del error. Basta con que los dientes descubran la falta
de esa leve aspereza que debe poseer el nácar para cerciorarnos
de que nos encontramos ante vidrio pintado. Con todo, la falsa
perla es verdadero vidrio
.. Así pues, ni siquiera las cosas que llamamos falsas carecen de verdad metafísica.
Ante los dos aspectos de la verdad metafísica es muy impor­
tante señalar que la adecuación de los seres con
el entendimiento
de Dios
es mucho más fundan1ental que su adecuación con el en­
tendimiento humano. Santo
Tomás ha hecho hincapié en este
punto, previniéndonos contra todos aquellos filósofos que quie­
ren hacer del hombre la medida
única de todas las cosas. He aquí sus palabras: "Pero el primer aspecto de la verdad se da en la
cosa más principalmente que
el segundo, porque es anterior su
comparación con el entendimiento divino qué con el humano; por
tanto, incluso si no existiera el entendirníento humano, las cosas
se dirían
aún verdaderas en orden al entendimiento divino. Pero
si supusiéramos que se suprimiesen ambos entendimientos, lo cual
es imposible,
no permanecería ea modo alguno la esencia de la
verdad" (8). La verdad de un ser no depende del hombre, como
pretenden todos los relativismos, sino de Dios.
"Sólo Dios basta", habría podido decir Santo Tomás con la mujer mística. Y es
que, en definitiva, todas las cosas son verdaderas porque, imitan­
do sus ejemplares divinos, están colgadas del cielo.
Finahnente,
además de la verdad metafísica, que corresponde
a todos los seres, existe
la verdad lógica, que sólo se da en el
entendimiento.
Es la adecuación del entendimiento con las co~ sas. Esta es la verdad por excelencia: poseerla constituye una eterna aspiración humana, pues supone la evidencia de que nues­
tro pensamiento se
!1alla perfectamente conforme con la naturale­
za de las cosas. Conocer esa conformidad es conocer la verdad.
Pero la verdad se hace esperar, recatándose a los deseos de
nuestra mente, que muere
por ella. No se deja ver aun cuando
nuestro entendimiento capta una cosa en un concepto.
Es necesa­
rio
un segundo acto para que se nos haga patente: el acto de
juzgar. Sólo entonces alcanzamos a
ver con claridad que nuestros
conceptos responden fielmente
a. la realidad. Y de esa visión nace
el mayor gozo del hombre: los antiguos lo llamaron gaudium de veritate.
(8) De Veritate, 1, 2, ad Resp.
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Abandonado a. sí mismo, el género _humano camina en pos de
otros goces a la esclavitud. Pero nosotros tenemos la palabra del
Apóstol:
"La verdad os hará libres" (9). Y sabemos que, en el
yermo de todas sus desesperanzas,
el hombre puede llegar a des­
cubrir la verdad y puede hacer de ella
el rodrigón de sus accio­
nes, asiéndose a sus preceptos como la yedra al tronco del árbol
fuerte.
Para todos los hombres se ha plantado en el Gólgota. el
árbol de la Cruz. Quiera Aquel que murió en
ella mostrarnos sus
caminos en estas sosegadas alturas de El Paular, donde todo es
claridad y silencio. Digámoslo como el poeta:
en estas soledades,
donde viven desnudas las verdades. (10)
(9) In. 8, 32. (10) Calderón. La devoción de la crWI, II (versos 997-998).
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