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El mito del progreso: El progreso de la historia y el progreso en la historia

EL MITO DEL PROGRESO:
EL PROGRESO DE LA HISTORIA Y EL PROGRESO EN LA HISTORIA
FOR
RAFAEL
GAMBRA CIUDAD.
Catedrático de Filosofía.
En la intención de nuestro título se contraponen dos reali­
dades bien distintas:
'llna teoría -sumamente discutible-y una
real,idad innegable. La primera es "el Progreso de la Historia"
-diríamos
el mito o creencia hoy ambiental del progreso cons­
tante
e inevitable del acontecer
histórico--; la
otra -el progre­
so en la Historia------< es el proceso perfeccionador que, entre. avances
y retrocesos varios, ha conducido al hombre desde su está.dio
primitivo hasta la civilización de nuestra época.
Es temática general de esta VII Reunión el mito -mito de la
Igualdad, mito de la
Libertad, mito del

Contrato Social, etc.-.
Sobre qué sea
,el mito y el puesto que ocupa en la mente del
hombre hemos

oído ya un admirable desarrollo de labios del
doctor Puy.
Abundando en sus conceptos diremos,
para comenzar,

que
mito es una palabra que tiene para nosotros una resonancia
ambivalente. De una parte, significa· mentira: mitómano es una
,persona que miente gratis, digámoslo así; que miente rpor gusto.
Mito equivale a fábula en el
lenguaje antiguo.
Sin
embargo, en
la
misma antigüedad encontramos

a Aristóteles
que nos
dice
textualmete:
"el amigo de la ciencia es al mismo tiempo amigo
de los mitos, porque el obJeto de los mitos es lo maravilloso".
Por otra parte, oímos en el momento actual expresiones como
"desmitificación de la reJigión", que suena en nuestros oídos como
a sacrilegio. Esta misma mañana nos ha expuesto el Sr.
P,etit
cómo la aplicación del escalpelo racionalista a la religión con­
duce a su destrucción en las mentes, a su disolución en el am-
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Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA CIUDAD
biente; en definitiva, al panteísmo o al ateísmo: a una especie
de religión sin Dios.
En un sentido aparentemente opnesto, nos­
otros

mismos empleamos aquí
el término mito COlffiO nombre
genérico y en alto grado descalificador hacia las ideas de
igualdad,
de contrato social, etc.
¿ Cómo se explica esa doble vertiente, una en derto modo
arcana y prestigiada coi1 una resonancia religiosa, y otra en un
sentido muy próximo a la falsedad o el engaño? En rigor, ambas
se aclaran en el sentido originario_ de la noción del mito. El mito
es un modo de saber primitivo en -el cual predomina la imagina­
ción: un estadio imaginativo -podríamos decir- o prelógico de la mente humana. El saber humano era en su origen predomi­
nantemente
imagin'ativo y :poco a poco se va transformando en
fu1n1cional-causal, en propiamente racional, según el sentido que
otorgamos a esta palabra.
En todo tiempo, el saber humano ha
sido a la vez racional e
imaginativo. El
saber más racional
se
acompaña siempre de

imágenes; de
aquí que
haya teorías
como la de la relatividad, que se dice que son enormemente difíciles
porque no

son imaginables; es decir, po,rque falta
e~
ellas el acompañamiento imaginativo. El hombre primitivo, sin
dejar
de ser racional, como todo hombre, es predominantemente
imaginativo; el
hombre civilizado,

en cambio, es predominante­
mente racional,
pero tampoco

deja de ser imaginativo.
En la infancia de la civilización,
el natural sentido religioso
del hombre -y los
vestigios en

su espíritu de la revelación
primitiva- se
exipresan en la forma mítica o imaginativa pro­
pia de

su mentalidad.
Así, para
el primitivo, el cielo, la tierra,
los vientos o los mares, la fecundidad o el terremoto se hallan
habitados o movidos por genios o dioses, fuerzas sobrenaturales que penetran la realidad
tocia y

que ellos se representan antro­
pomórficamente. De aquí,
el valor religioso del mito y el hecho
de

que toda religión
-,por alta

y evolucionada que sea- nunca
pueda
"desmitificarse" por

entero. Dado que el contenido de
la
fe

alcanza· niveles inasequibles para la razón, si.empre será ob­
jeto de la sola
fe y representable únicamente en forma ima­
ginativo.-emocional.
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EL MITO DEL PROGRESO
Sin embargo, la i.-epresentadón imaginativa -el mito-, nunca
desaparecerá de la mente humana. Siempre latente,
resurge a me­
nudo bajo formas aberrantes,
con toda su carga emocional, en
estadios y ambientes ya propiamente
intelectuales. Este
fenó­
meno es quizá hoy más patente que en ninguna otra época. El
desarrollo
del cine y sobre todo de la televisión desenvuelven
al hombre civilizado a
rma metalidad

imaginativa, eliminando
en él, progresivamente, su ,capacidad ahstractiva y discursiva,
su esfuerzo de pensar, su gusto por la lectura y el diálogo in­
terior
y aun con sus semejantes. La publicidad por medio de
imágenes se acompaña de términos o expresiones mitificadas
(slogans) que se dirigen más al subconsciente pre-racional que a
la esfera lúcida
del conocimiento. La democracia moderna, por
otra

parte, la posible
explotación mayoritaria
y
masiva de
la
titulada
V o/untad General, ha constituido el principal impulso
de

este gigantesco renacer del mito en nuestra
época, época
que
pasa, sin embargo, por su¡perrevolucionada intelectualmente. Tér­
minos otrora representativos de contenidos racionales, como de­
mocracia, libertad, evolución, apertura, diálogo, etc., han sufrido
en las propagandas político-sociales una elaboración mitificadora
por virtud de la cual aparecen a la
mayoría como términos

lu­
minosos, radiantes, dotados de un cierto valor sagrado. Análogo
tratamiento -aunque en sentido-inverso- han sufrido otros
términos -reacción, autoridad, fascismo, discriminación, aris­
tocracia,
etc.-que

aparecen
al lector medio entre las sombras
abominables de la in justicia y la oposición .. Mediante esta esque­
matización mitificadora,
las propagandas 'J)
manejo del
poder democrático se desarrollan
hoy por entero bajo el ámbito
mítico-imaginativo del slogan1, con su. carga emocional y motriz
inmediátas.
Pues bien, dentro de esta doble vertiente del mito y dentro
de los típicamente modernos, voy a referirme a este mito del
Progreso) del cual se deriva inmediatamente el mito del movimien­
t-0 o del viento de la Historia. Esta idea moderna del progreso
y el consiguiente mito del viento de la Historia poseen en
nuestro
rrrundo mental
una importancia
extraordinari~. Detrás
161
n
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RAFAEL GAMBRA CIUDAD
de cada mito hay siempre una ipas10n: detrás. del mito de la
Igualdad está la envidia; detrás de este mito se esconden tam­
bién una serie de pasiones que determinan para el hombre con­
temporáneo un tránsito fundamental hasta una situación que
podernos llamar límite. Quizá el mito del Movimiento en la His­
toria no posea tanto contenido como el mito de la Democracia. o
como el

mito del Contrato Social,
pero posee mucho

más valor
para la movilización de los espíritus y la marcha de los tiempos que
cualquiera de
todos aquéllos. Es
-diríamos------como
una
trampa tendida a los ·espfritus a partir de cuyo éxito ----enorme­
mente difícil, pero conseguido hoy de modo masivo-- las cosas
marchan mucho más fácilmente ¡para los anteriores mitos.
Es algo que podemos apreciar hoy aquí en la relación co­
munitaria que nos reúne ahora y que nos ha reunido ya otras
muchas veces.;

en lo que
somos y constituirnos colectivamente los
aquí reunidos. Ciertamente, nosotros, aun no siendo viejos,
hemos asistido a épocas de la historia de España más trágicas
que la actual ; más amenazadoras, más sangrientas sin duda.
En su aspecto externo, todavía el momento presente puede ca­
lificarse de tranquilo, de normal. Sin -embargo, nuestra situa­
ción de ánimo es completamente distinta de la que poseíamos hace
treinta o treinta y cinco años. En aquellos años podíamos sen­
tirnos eu lucha, en lucha violenta, y en vísperas de una heca­
tombe sangrienta como fue la guerra y revolución de 1936-39.
Pero nosotros ,podíamos sentimos entonces como uno de los
partidos en lucha, como un rpartido quizás victorioso en un plazo
breve, capaz de triunfar, e.a.paz de actuar en la historia_, como
sucedió realmente. En cambio hoy, quien más y qu1en menos,
tiene la impTesión desolada de estar orillado en la marcha de
la
historia ..
Hay

quienes se maravillan de esto y se
preguntan atónitos:
aquella

media
E,waña que
luchó y venció en el año 1939
¿ dónde
está? Porque quienes
permanecemos fieles

a lo simplemente
fundamental de todo aquello somos, al parecer, tan pocos que
nos conocernos todos como en los pueblos pequeños. Y
muchísi­
mas gentes que juzgábamos afines a nosotros -los más, intere-
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EL MITO DEL PROGRESO
sados a menudo en todo esto y los que, en el aspecto humano,
han

obtenido la mejor
parte--saben

hoy, como por instinto pro­
fesional1 que
.vincularse a la posición en que estamos nosotros
es introducirse en un callejón sin
salida, en una vía muerta para
su
,ix,rvenir profesional

o de grupo. Diríase que vemos avanzar
ante nosotros una corriente incontenible de la Historia que,
discurriendo ,por los cauces cada vez más ajenos a nuestra men­
talidad, se
dirige hacia el marxismo soviético, la China de Mao
o el anarquismo socializante tipo Marcase.
Es decir, un mundo
del
que nos

sentimos definitivamente marginados, siendo así que
-paradójicamente- podría decirse que la situación oficial, la
política y las instituciones en que vivimos están todavía deter­
minadas por aquella victoria de nuestras armas.
¿ Cómo ha po­
dido producirse este hecho extraordinario de que la fidelidad a
aquella victoria se sienta, dentro de una misma situación
y de
una
misma continuidad,

no ya en lucha nuevamente, sino en
una situación

marginada, en la que más bien parece que vamos
a ser reducto contemplador de cuanto haya de suceder?
Es
precisa.mente este extraño fenómeno lo que debe su origen a la
difusión del
mitb Progreso Indefiwido ;¡,rimero, y de las teorías
del
Viento de la Historia o del M ovimimto de la Historia más
tarde.
Combi todas

las ideas, tiene ésta una irrupción más o menos
concreta, pero su rastro puede perseguirse con facilidad. La
pa­
labra progreso, en el sentido en que hoy la u.samos, es completa­
mente moderna.
En la época anterior

al Racionalismo en que
empezó la idea
mis que

la palabra,
y en la época de la Ilustración
y la Enciclopedia en que la palabra se impuso, se hablaba
más bien

de
camino de perfección. Todo el mund0 tenía la noción
de un camino de perfección, de un aproximarse ---progreso, na­
turalmente.-hacia algo inmóvil, perfecto, hacia lo que tal mo­
vimiento
suponía un acercamiento. Pero la idea de Progreso,
así, con mayúscula, y en una acepción que :podríamos llamar hipos­
tasiada,
es propiamente moderna.
La tenemos que distinguir, ante todo, de la noción general
de historicidad, que está profunda.mente vinculada al cristiani:.;:mo
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RAFAEL GAMBRA CIUDAD
y a la tradición j udeo-cristiana. Los griegos no tenían esa. no­
ción de historicidad
general : quizá Aristóteles
no se creía posterior
en ese sentido a Homero; su . idea de una
fonna~ión constante,
de

unos ciclos históricos, no determinaba una historia universal,
ni una historia sagrada, ni una historia cósmica. En cambio,
paira nuestra

tradición religiosa, esta historia existe, con
une.is
hitos

bien concretos: una creación en
el tiempo, un pecado ori­
ginal en el
tiempo, una

redención en el
tiempo, un fin del mundo
en
el tiempo. Naturalmente, nuestra historia será un progreso
-un acercamiento-- hacia esos términos: aunque no
sepamos
dónde

están los venideros, podemos ver ya los
ipasados, y
existe
por lo tanto una temporaliad. Hay quienes creen por esto que
la idea de progreso es una
idea cristiana

a diferencia de esa
especie de teoría espiritual en torno a un eje fijo propio de la
mentalidad antigua. Son, sin embargo, nociones de muy distinta
inspiración.
La idea de progreso nace precisamente del Racionalismo
moderno. El Racionalismo moderno es una nueva actitud men­
tal que, más o menos difusamente, se abre paso a partir del
Renacimiento. Ya con Ockam, al final de la Edad Media, se
apera la

ruptura de la fe y de la razón. Por un lado estará la
teología y por otro la ciencia, que serán dos mundos radical­
mente distintos. El Racionalismo, tomado en su sentido más
general, se va abriendo paso a
paso a

partir de este momento.
Su representante más característico será
Descartes, pero

quizá
él no fuera completamente consciente de la plenitud de la teoría,
que, sin
duda, no
puede atribuirse a él sólo. Es una mentalidad
que estaba ya difusa desde
tiempos del

Renacimiento.
Nosotros
conocemos perfectamente

la distinción
entre la
noción

de
esencia y de existencia. Esencia es lo que wna cosa es,
y responde a la pregunta ¿ qué es? esa cosa ; existencia es, en
cambio, una noción indefinible:
el acto de estar entre las cosas
de la experiencia, algo que no
puede reducirse
a la esencia
y
que responde a la pregunta ¡es? o ¿existe? Un ser fantástico o
una figura geométrica pura son cosas
inexist~ntes: se
trata
de entes de razÓn. Sin embargo, tienen una esencia : consisten
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EL MITO DEL PROGRESO
en algo. En las cosas de la naturaleza la existencia es, eviden­
temente, algo diferente de la esencia, algo que adviene a la
esencia, que es,
por sí

misma, indiferente
para existir
o no.
Este modo de ser de los seres
que pueden

o no existir, cuya
esencia no conlleva la existencia, es ló que los
:filósofos lla­
maron continigencía. Todos los seres de la naturaleza son con~
tingentes. El concepto de contingente se opone al de necesario.
Un ser necesario sería aquel cuya esencia fuera existir, aquel
en que la existencia no fuera algo exterior a su ser, llovido un
día sobre él y desaparecido otro, sino algo ínsito en su propio
ser. La filosofía cristiana
-y en la aristotélica también-atri­
buyeron ese modo QI!, .ser necesario a Dios. Dios es el ser por
sí, los demás seres son por o_tro, íXJf un acto exterior a su pro­
pio ser. El concepto de contingencia es correlativo con el de
necesidad y conduce a
él. Así, el descubrir la contingencia en
los seres

de la naturaleza era el argumento clásico para demos­
trar que
ha de existir un ser necesario o Dios.
Pues bien, la filosofía
moderna, obedeciendo
secretamente
a un impulso hostil
al teocentrismo, es decir, a la concepción
religiosa

del universo, pretendió trasladar esa condición de ser
necesario desde Dios al mundo en que
vivimos. No

es que ad­
judicase· la necesidad
de cada u.t:ia-de las cosas reales existentes,
ya que esto
pugnaría con

la experiencia,
pero sí
al mundo uni­
verso considerado
como unidad. Nosotros vemos unas cosas como
necesarias y otras
como contingentes. Un teorema matemático,
si lo he comprendido, :rrie parece como algo necesario porque s~
refiere a las relaciones entre esencias. Así afirmo yo, por ejem­
plo, que "los ángulos de un triángulo valen (necesariamente)
dos rectos", de forma tal que cosa distinta sería contradictoria,
impensable. F..n cambio,

las cosas existentes en la naturaleza o
acaecidas en el tiempo me aparecen como contingentes.
Según la concepción racionalista, la contingencia no es algo
real, sino un defecto de nuestro modo de
ver las cosas, de
nues­
tra capacidad de conocer.
Rn un

conocimiento adecuado, per­
fecto, de las
cosas de

la naturaleza, éstas se verían tan necesarias
como
cualquier proposición matemática. Porque el universo en
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RAFAEL GAMBRA CIUDAD
sí es necesario, tiene una estructura racionial, y su clave se halla
escrita en signos matemáticos. La.place acertó a expresar la tesis
general del racionalismo en forma muy gráfica: "Si una inte­
ligencia humana potenciada ---dice-llegase a conocer el estado
y funcionamiento de todos los átomos que componen el Universo,
éste le aiparecería con la claridad de un teorema matemático:
el futuro sería para ella predecible y el pasado deducible". Es
decir, para ·el racionalismo la realidad no se halla asentada sobre
unos datos creados, contingentes, es decir, que podrían ser
otros diferentes;
ni en

su desenvolvimiento hay tampoco con­
tin.gencia -indeterminación o azar-, sino

que la existencia
es un desarrollo riecesa:rio, algo de naturaleza racional que,
co­
nocido

en sí
mismo, se identifica con &u. propia esencia. La
realidad no es una cosa contingente que recibió la existencia
de un Ser Necesario como causa, sino que, en su ser global,
es un ser necesario, algo que descansa en sí mismo y se
ex¡_plica
por

sí. Para
el racionalista no existe el misterio, sino sólo el pro­
blew;n;. (Una y otra cosa son realidades desconocidas, pero al
paso que el misterio es algo :supranacional e inasequible, el
problema es algo que puede afrontarse racionalmente).
Esta concepción básica explica una característica· común al
pensamiento moderno, que es la idea e ideal del Progreso. Según
ella, la humanidad debe avanzar siempre en un progreso, a cuyo
término

se hallará
el conocimiento omnicomprensivo o rotal de la
realidad, es decir, esa visión de las cosas que nos pintaba Laplace
en la que todo a.parece con la evidencia de lo necesario. No es
que el progresismo crea en la posibilidad
práctica de que los
hombres lleguen

alguna vez a ese estado, pero cree en la posibilidad
teórica, porque la realidad posee en sí una estructura racional,
necesaria, y la marcha del saber
humano debe ser un constante
aproximarse a

este ideal cognoscitivo.
La filosofía moderna tra­
tará de concebir, pm mil modos diferentes, ese ideal del Ra­
cionalismo.
En un principio, en la época de la Ilustración y de la Enci­
clopedia, esta idea se reduce a
grupos cultos

y aristocráticos que
se limitan a desdeñar los
íáofos y supersticiones que hasta su
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EL MITO DEL PROGRESO
tiempo han gobernado al mundo -las mentes y las instituciones-,
y a esperar simplemente la evolución hacia la época de las luces.
Es de la teoría de Rousse.au de donde proviene el germen 'Ye­
voluciona-rio~ que exigirá una ruptura violenta· con el pasado,
y la instauración de un orden nuevo, basado en la Razón, que
libere la bondadosa naturaleza del hombre,
sojuzgada y maleada
hasta

aquí
por lo poderes de lo irracional.
Sin

embargo, aún
después de

la Revolución francesa, el
Progreso como tal no
pasa de

ser un ideal _,puramente teórico,
meramente regulativo: es un
téq:nino ál cual la razón hurriana
debe aproximarse, un término
a1 que se aproxima siempre a me­
dida que conoce. Traducido al orden de los hechos
políticos, será
· una

exigencia de acabar con las instituciones históricas
y con
sus ataduras
y vinculaciones, realidades de un pasado que se
c~nsidera irracional.

Según ese ideal habrá
qt:e crear constitucio­
nalmente, por convención racional o pacto social, una sociedad
de nueva planta. Sin embargo, el mito del progreso va a concretarse pos­
teriormente de un
modo. muy

peculiar,
y ello mediante una evo­
lución que advendrá
por dos caminos

diferentes. Uno de ellos
es el -positivismo de Augusto
Compte.
Oompte

es quizá el mejor sisternatizador de
los ideales
de
la Revolución francesa, pero les otorga un matiz nuevo. El Pro­
greso no va a ser
ya para él un mero ideal al que la ciencia se
aiproxima, sino una ley de: la historia, una ley en cierto modo
biológica y
como tal, inexora.ble. En

su
Cwrso de Filosofía Po­
sitiva, Compte Ol])Ína que la razón -el espíritu humano----atra­
viesa
por varias
fases o estadios de su desenvolvimiento, al
igual que el individuo atraviesa por la infancia, la
adoleocencia
y la madurez. La primera de esas fases es el estadió religioso
(con sus épocas. de fetichismo, politeísmo y monoteísmo), que
es como la infancia de la razón humana en la que se atribuye
un carácter ,personal
y divino a las fuerzas de la naturaleza.
La razón humana, a través de una depuración racional-monoteista,
llega

más tarde a una religión
desmitificada -podríamos decir
en el lenguaje ,progresista actual- que es el estadio
metafísico
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RAFAEL GAMBRA CIUDAD
de la humanidad: el hombre sigue en él aspirando a conocer el
universo por principios generales, pero éstos ya no tienen carác­
ter religioso, sino un carácter abstracto, metafísico.
Este estado
se

asemeja para Compte a la adolescencia en el ser humano, que
no tiene ni la cierta estabilidad de la infancia
ni la cierta esta­
bilidad de la madurez, sino que es un estado de transición. No
puede una mente
permanecer mucho

tiempo en estado meta­
físico, sino que culmina fatalmente en el estado
positivo, en que
el hombre se da cuenta de q'\le no hay otra realidad que la de
los hechos concretos
y singulares que estudia la ciencia positiva,
y que la suma de estos conocimientos nos acerca, mediante el
Progreso, a un saber absoluto, que es el único saber posible del
hombre. A estos tres estadios corresponden tres forma~ polí­
ticas de la humanidad: el estadio militar monárquico, religioso,
que
es la infancia de las sociedades; el estadio
llamado de
los
legistas o la democracia, que cree en un orden objetivo, racional,
en la soberanía del pueblo: en teorías metafísicas. Y, por
úl­
timo, el estadio de los tecnócratas, que es el definitivo de la hu­
manidad. Es decir, en
Compte no

es ya el Progreso un mero
ideal regulativo, sino una ley biológica,
como la

ley
que lleva
al

hombre desde el nacimiento hasta su madurez. Hay otro camino
para el cual el Progreso adquiere también
este carácter de ley
inexorable inscrita
en la evolución misma
del hombre. Es el que
proviene de

la Filisofía de Kant.
La fi­
losofía de Kant representa el mejor esfuerzo realizado por des­
poseer al saber humano de toda raíz metafísica. Aquello que de
una manera un tanto
elemental y em,pírica quiso hacer Augusto
Compte, lo

realizó de un modo mucho más profundo Kant. Según
él, el

conocimiento humano es una síntesis o unión entre un
elemento incognoscible en sí
y desordenado, caótico, que pro­
cede del
mtindo exterior, y de unas formas y categorías que radican
en la razón
y el entendimiento. En consecuencia, todas las pre­
guntas metafísicas que el hombre puede hacer sobre la causalidad
o sobre la sustancialidad de las
cosas, sobre

su origen o sobre
su destino, son producto de las categorías del
propio enten­
dimiento.

Carecen
por ello
mismo de todo alcance metafísico,
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EL MITO DEL PROGRESO
y no se puede responder a ellas desde el ,pnnto de vista ra­
cional.
A la :filosofía de Kant se opuso, sin embargo, una objeción que
expresaron ya sus discípulos inmediatos : Si nuestro conocimiento
se forma
por la

síntesis o unión de dos elementos, uno exterior
absolutamente indeterminado -el caos de las sensaciones-y
unas formas y categorías ( como moldes) del espíritu en que
aquellas sensaciones vienen a insertarse, ¿ por qué el espíritu
utiliza

unas veces unas formas
y unas categorías, y otras veces
otras? Esto sólo puede tener dos explicaciones: la primera se­
ría que haya algo en
las sensaciones
exteriores que
pida o exija
tal o cual forma o categoría, lo que no es posible en el sistema
de Kant puesto que, por principio, todo orden o estructura pro­
cede del elemento
a priori (formas y categorías). La segunda es
que exista una
esponrfaneidad en el espíritu, según un ritmo propio:
solución esta que hace innecesaria
la cosa en sí y el caos de las
sensaciones
y convierte la teoría en idealismo (todo es creación
. del

espíritu). Tal fue la solución de Hegel, para quien la
rea-
lidad

toda
(y la Historia) es creación del Eapiritu Absoluto
en
un
ritm10 dialéctico que consta de tres fases: tesis, antítesis
y síntesis. Hay un ritmo por lo tanto inexorable en la historia.
Esta idea es adoptada por Marx, aunque cometiendo la incon­
gruencia de
aplicar esa dialéctica, es decir, un ritmo propfo
del eS¡píritu, al

orden económico, es decir, a las relaciones de
consumo y producción; como
si algo enteramente ciego y ma­
terial,
como es la economía, pudiera desarrollarse según un
ritmo dialéctico racional. Pero esta incongruencia, como tantas
otras, ha pasado
a la

historia del pensamiento humano, y el
materialismo humano ha tenido una amplia, intnensa difusión,
no solamente entre los marxistas, sino entre los hombres todos de nuestra época, a menudo
aún sin saberlo. Una segunda incon­
gruencia de
la aplicación marxista de la dialéctica hegeliana
consiste
en su llamamien,to a la acción del proletariado, previo
aquel determinismo dialético. Si
el socialismo ha de venir por
sus pasos contados
¿ para qué actuar a su favor? Según Marx,
las instituciones de cada época se quedan como prendidas en
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un estadio anterior sin evo~ucionar con la economía, y es pre­
ciso una acción de los hombres para desolgar esos fantasmas que
quedan en las st1perestructuras
y establecer unas nuevas estruc­
turas
al ritmo de la dialéctica económica.
Esta idea, con su incongruente aplicación, ha prendido, sin
embargo, en las mentes de una manera total, inconsciente.
¿ Por
qué? Sin duda a causa de que con la revolución -y hace ya
mucho más de un siglo que la revolución está vigente- se
ha
perdido para los hombres la idea de un orden político y moral
estable. Hasta hace medio siglo la mayoría de los hombres veía
todavía en el Antiguo Régimen una imagen del orden, y una
posibilidad de restáuración con las adaptaciones necesarias al
paso del tiern,po. Hoy, en cambio, el hombre se ha acostumbrado
a la no existencia de un orden
político estable,
y a que
nada más
haya

sino eficacia práctica. Ha perdido por
completo la
noción
de un orden anterior al desorden. Simultáneamente ha perdido
S'\.1S asideros existenciales. Por mucho que se predique el inexo­
rable

ritmo dialéctico de la Historia, si el hombre tiene en primer
lugar
su espíritu

de conservación y, como miembro de una fa­
milia,
su espíritu

familiar; si tenía además como miembro de
una comunidad local o de una profesión,
un arraigo,

este hombre
espontáneamente luchaba contra cualquier acontecimiento que
amenazase su existencia
personal y

colectiva. Las más grandes
hecatom·bes históricas han encontrado siempre la resistencia
de
los hombres y los grUJX>S,: a las mayores invasiones del mundo
se enfrentaron siempre --con· esperanza o sin
ella-los pueblos
y los héroes. De todo este espíritu de resistencia innato en el
ser
humano no

queda probablemente más que
el instinto de con­
&ervaci6n individual,

pero no en absoluto en el sentido humano
de conservación de ideas, de principios ni de orden colectivo. El cristiano cree, naturalmente, en un desarrollo de la historia
univctsal, en

una escatología de la historia cuyo secreto está
en Dios. Sólo El lo conoce; pero cada hombre ha recibido el
encargo de perfeccionarse, de salvarse a sí mismo y de salvar
lo suyo y los suyos. Pero esta idea de un destino último del
mundo nunca ha sido :paralizadora en Occidente de sus energías:
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EL MITO DEL PRO<;RESQ
por esa sutil idea San

Agustín- escribe recto con renglones torcidos. Dios di­
rige el mundo sin perjuicio de la libertad de los hombres: los
hombres escriben libremente su- historia, sin menoscabo de que Dios escriba la definitiva historia universal. Pero la sociedad está hoy atomizada por la Revolución ; no
existen cuadros o ambientes sociales, sino sólo el cambio per­
manente.
El hombre ha perdido así sus asideros históricos y
existenciales; por ello mismo no tiene ya nada. propio que de­
fender.
La consecuencia ha sido que el hombre actual se abandone
al "viento de la Historia". Y aquí estriba la gran trampa histó­
rica
por cuya

virtud los acontecimientos se
precipitan a
partir
de ese mismo momento en una vertiginosa aceleración de la
Historia. Lo que antes eran teorías, lo que después fue aplicación
política
con la
Revolución francesa, contó siempre con una re­
sistencia humana. Cada hombre era vecino de su vecino, y, en
definitiva, por mucho que dijeran pensadores y periódicos, cada
uno defendía su
pueblo1 su economía, su vida y sus cosas. En
cambi9, a partir de ese momento de desarraigo total, la tendencia será la de festeja,r el cambio, el dominio de una subconsciente
certeza de que·
el mundo dirige la marcha hacia la socialización
y el socialismo. Las gentes abdican así de su propio tiempo
personal para
incorporarlo a
ese tiempo cósmico, que no es
ya
la fatalidad de los antiguos, ni la Providencia de los cristianos,
ni la escatología determinada por Dios, sino precisamente la
dia'éctica hegelianro-marxista de la Historia. El hombre cree
saber que ahí está el camino, incluso el de su
personal salvación.
Los

hombres
y los grupos proclaman ávidamente su virtud evo­
lutiva
y su actitud "avanzada". Incluso en la Iglesia visible de
nuestros días oímos el juicio de que ésta "perdió el tren" del
liberalismo y la democracia .por el empecinamiento inmovilista de
Papas anteriores; pero que hoy no debe "perder el tren" del
socialismo.
La expansión en las mentes de este mito del Progreso y del
"viento de

la Historia" es la condición de que triunfan con
rapidez todos los demás mitos de la Revolución
y de que quienes
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Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA CIUDAD
no piensan así se sientan hoy ~provisionalmente al menos-­
orillados y sin posibilidad de influir en el curso de los aconte­
cimientos.
Sin embargo, la dialéctica de la Historia no es más que una
simple teoría; una teoría que se revela hoy contraria a toda
evidencia, ¡,orque las profecías de Marx en nuestra época han
fracasado irremediablemente. Las profecías del marxismo eran dos
exactamente:
En primer lugar, la con,centración de capitales y la
expropiación final

de los grandes
truists en favor de la colectividad.
Según

ella, el socialismo debía de haber venido en los países
más tecnificados, más industrializados, con la consiguiente con­
centración de industrias
y S'U socialización final. Sin embargo,
no ha sucedido a-sí: el comunismo se ha impuesto en países de
una
economía predominantemente
agrícola que cayó un día
por
su base y no hubo Con qué sustituirla, y no en los países más
industrializados. En segundo lugar, la llamada ley de br01'ce
de los economistas liberales que Marx hizo snya. Según ella,
1os salarios tienden siempre al mínimo vital a medida que aumenta
el margen de ganancia del empresario o plu.-valía. La econonúa
llamada capitalista ha desmentido también esta ley con una evo­
lución

hacia salarios relativamente altos
y una ,¡x,lítica económico­
social. Viniendo a los hehos
concretos y
a la actualidad reciente,
lamentamos ahora todos el final de la vida política del jefe de
un gobierno, hermano nuestro, que, aun siendo el más humilde,
el más pobre de Europa, ha sabido desafiar a esos
"vientos de
la

Historia"
y logrado, contra todas las teorías, mantener la paz,
el orden y el propio dominio en unos extensos territorios afri­
canos sin apenas fuerzas, contra toda dialéctica _histórica a la
que se han sometido las grandes potencias del mundo, ensan­
grentando con
su abandonismo

a todo un continente
y entre­
gándolo al poder del marxismo. Estos hechos son absolutamente
eviderites. Sin embargo, no han servido para que el hombre medio
deje de asentir ambientalmente al mito de la dialéctica
y el
"viento de la Historia". -
En fin, si ,pues la famosa dialéctica de la historia y su férreo
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EL MITO DEL PROGRESO
determinismo no es, en rigor, más que una endeble teoría
difundida en un tiempo determinado, ¿ qué hay realmente en la
historia? ¿ No existirá, en efecto, un progreso en la misma?
Efectivamente, en la historia existe un progreso para el
cristianismo cuya fe le presenta, como he dicho, unos hitos tem­
porales en la historia del mundo : nosotros,
por ejemplo,
estamos
después de

la Encarnación y de la Redención; otros hombres
estuvieron antes : nosotros estamos más próximos del fin del
mundo que ellos, aunque no sepamos si estamos cerca o estamos
lejos: la clave de este desarrrollo histórico sólo Dios la conoce,·
y entre tanto cada uno está llamado, en su esfera, en su mundo,
a una obra de perfección natural y e,;piritual en la que estriba
el verdadero progreso para el
homo-viator. Por lo demás, el
Progreso absoluto en la Historia es una pura hipótesis: en el
mundo existen progresos y retrocesos, y para calificarlos, de tales
nos es necesaria una tabla de valores. El cristianismo nos pro­
porciona una tabla de valores; el progresismo, en cambio, la
desconoce: sólo afirma que lo que es posterior es mejor a lo
que es anterior, y que, por principio, hay que ser ava'!}Zado,
estar aJ día, y abierto para act;¡,tar cualquier novedad por el
hecho
de serlo.
Nadie :puede dudar de que técnicamente nuestro mundo se
ha perfeccionado llamativamente con respecto al de hace cien
a.ñas, como el . de entonces con relación al de los romanos, que
estaban en el tiempo de la rueda : en el orden técnico es, pues,
evidente un progreso perfeccionista que sería absurdo el negar.
Pero este progreso
¿ es nn progreso absoluto en orden a la
felicidad y a la bondad moral de los hombres? Esto ya es más
discutible. Cabe pensar que el mundo moderno se ha inclinado
en el sentido del interés
y oultivo de la técnica abandonando
otros, en una especie de hipertrofia o monocultivo, que tal vez
esté produciendo grandes males morales y espirituales, junto
a leves bienes, de carácter más bien hedonístico.
Junto a este progreso técnico hay evidentes retrocesos: por
ejemplo, y de modo llamativo, en el terreno teológico. Hoy es­
tamos, al decir de los progresistas, en la
mayoría de edad del
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Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA CIUDAD
pueblo de _Dios. Poseemos hoy, al parecer, una "fe de adultos",
una fe madura, a diferencia de tiempos ,pasados en que era una
fe infantil, una fe
mitificada, una
fe desviada, constantiniana,
triunfalista, absurda.
Sin embargo, fácil es comprobar
que allá en

los
tiempos en
que se inició el famoso conistantinismo había también herejes.,
pero que estos herejes se veían en grandes dificultades para intro­
ducir sus herejías en aquel pueblo al parecer infantil teológicamente,
y habían de valerse ¡,ara ello de equívocos tenninológicos. Así,
los arrianos
y semiarrianos tenían que buscar la palabra omoios,
semejante, que suena de forma parecida a homousius -que es. la
igualdad
de sustancia-
¡,ara, sustituyendo una palabra por

otra,
negar la divinidad de Cristo. Y de tales
falseamientos sutiles
nacían

protestas violentas
y aún guerras de religión. Ahora, en
cambio, el panorama es muy diferente. Por ejemplo, en el "Dia de las Misiones", no se ha pedido
este año al "hombre de la fe
madura" para propagar la

fe de
Cristo, sino
¡,ara el

Tercer Mundo, y en nombre del Desarrollo,
de 1a Justicia
y de la Paz, en carteles que sólo iniciados podrían
diferenciar de una
propaganda marxista.
En ellos se nos habla
de Libertad, de Fraternidad, ideales de la Revolución Francesa
que entran dentro del espíritu laico de un humanismo o de una
teoría de solidaridad liberal filantrópica. Se nos habla también de
las nociones ( deificadas) del Trabajo y de Paz, que tienen
pro­
fundas reson~ncias marxistas. En lo demás no hay ni una sola
palabra que

nos recuerde, no ya la fe católica, pero ni siquiera
religiosidad de ningún género.
Los católicos, sin embargo, se
tragan
hoy esto y, sin la menor protesta, asienten a ello y hacen
una
colecta mayOff que

los años anteriores. Esto es la mejor
prueba de la
madurez y del carácter adulto de la fe en el siglo xx.
En fin, y llegando a los sucesos más actuales, asistimos hoy
en nuestro medio a una especie de rebelión, una rebelión sin
límites
y sin fin que tiene su expresión más visible en la actitud
estudiantil. Las rebeliones han tenido toda la vida una finalidad
justa o injusta,
posible o

imposible. Cuando otrora se rebelaban
los artesanos de
tal lugar pedían tal o cual reivindicación con-
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Fundaci\363n Speiro

EL MITO DEL PROGRESO
creta; cuando se rebelaban en un motín o en una "asonada" los
ganaderos de tal comarca pretendían, por ejemplo, que sus ga­
nados pastasen un mes más en
tal sitio. Aquello sería justo o
injusto,
viable o

inviable,
pero se

sabía
cómo satisfacerlo.
Hoy,
en cambio, las rebeliones no tienen sentido ni fin cognoscible,
tal como lo vemos en los universitarios. Sin embargo, tales re­
beliones "cósmicas" amenazan, como hemos visto en Francia el
año pasado, provocar el colapso de la sociedad entera. ¿ Cómo
puede
ex,plicarse este

fenómeno?
¿ Qué sentido y límites ¡,osee
esta sorda marea

que nos envuelve
y amenaza? Sería muy. difícil
precisarlo
porque se frata, al parecer, de
algo sumamente
meta­
físico y abstracto como, un "cambio total de estructuras".
Se trata tal vez de la verdadera y profunda
rebelión de las
masas. Ortega y Gasset nos habló de esa rebelión de las masas;
pero las masas a cuya rebelión se refería no se rebelaban por
sí mismas. En primer lugar, porque en el antiguo régimen y
mucho tiempo más tarde, no había propiamente masas. Las masas
las fue haciendo el li~alismo a medida que desvinculaba a los
hombres de su tierra
y de su ambiente. Entonces había pobres,
eso sí,
muchos pobres;

pero
masa no había. Esta realidad indi­
ferenciada
y amorfa -con nombre tomado de la física-no tenía,
como tal, capacidad de rebelión. Fueron los cultos y los ricos
quienes, al crear las masas, vaciaron de todo asidero existencial
y trascendente a inmensas multitudes, sustituyéndola en ellas
por el
solo ideal del confort. Ahora sí, es el momento en que
esas gentes masificadas, homogeneizadas hasta el nihilismo, se
rebelan. En el fondo de esas rebeliones hay quizá algo de humano :
la repulsa de la civilización del confort que no habla ya al
hombre de nada
propio y

le niega los bienes más profundos e
íntimamente humanos: el arraigo y la posibilidad de ser fiel. Pero tal rebelión puede hacerse sólo en nombre de una especie
de anarquismo vago, de un malestar indefinible que no
sé sabe
dónde

empieza ni dónde termina.
La rebelión misma, como hecho, se produce, claro es, en la
medida en que existe hoy una impunidad, en razón precisamente
de que se carece de razón
y contenido espiritual que oponet'le. Y
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RAFAEL GAMBRA CIUDAD
así muchas veces oímos preguntar ¿ cómo se arregla esto? Pero esto
no
tiene un arreglo previsible en ningún
país. A
esas asambleas
tumultarias nada
puede ya

oponérseles. Yo, al menos, no lo
conozco. Sólo la fuerza pública. Pero las autoridades que envían a los guardias o a los bomberos no están en absoluto ni con
los guardias ni con los bomberos, sino que están con los estu­
diantes. Halagándolos sin medida les dicen
que ellos

van por
el buen camino, que su protesta es legítima, que su
propia polí­
tica

tiende a remediar cuanto los estudiantes exijen. Si nosotros
les objetáramos su incongruencia, contestarían seguramente:
''mire V d.: no se puede 'ir contra el «viento de la historia»; si yo
me sitúo contra esto estoy perdido: tendrían que acudir, no ya
los guardias, sino el mismo ejército,
y así no es posible gobernar".
Ciertamente, si no existen más que esos jóvenes rebeldes
tal como puede parecer, no se
ipodría gobernar

en plan de
inde­
finida ocupación. La ocupación de un rpaís contra todos sus
ciudadanos no
puede ¡prolongarse. Sin

embargo, no es este el caso,
Si aquí en España,
como en

cualquier
país de
Europa, se hiciera
un llamamiento a las personas que
creén en Dios, que

aman a
alguna forma de orden
y que tienen algo por qué luchar, ello de­
terminaría una inmensa reacción. Pero estas gentes -mayoría
sin duda- están hoy en
Euro¡xi orilladas,

deprimidas, anuladas.
Se trata sólo de "reaccionarios", de gentes que no cuentan para
nada en la marcha de la Historia. Las autoridades académicas
y los gobiernos de todo el
mundo están

plenamente en la
Revo-­
lución,

en
sus palabras

al menos; aunque a la hora de la verdad
tengan que mantener el orden en la calle. Entonces, en una situación tal en que la sociedad ha caído
en la
trampa de

su
prop'a perdición, ¿ cuál puede ser la actitud
de las personas que vemos o creemos ver la trampa misma, el
mito del "viento de la Historia", su falancia profunda, su carácter
inmovilizador de toda reserva? Por desgracia no podemos hacer más que lo
que estamos

haciendo aquí, que es mantener el
es­
píritu
de

unos con otros mientras se atraviesa este desierto de
desesperanza. Nada más podemos hacer porque esta trampa
es de tal naturaleza que resulta comparable a un naufragio en el
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EL MITO DEL PROGRESO
cual todos los tripulantes de un barco se emplearan en deshacer
minuciosamente las vigas fundamentales del barco, de forma tal
que
el ahogarse en ese naufragio pareciera resultarles dulce y
agradable. Ante tan e?Ctraña situación, tendríamos que ser, corno
se nos ha llamado, "profetas de la desgracia" ; profetas de la
degrada, además, sin respaldo de ningún género
-ni eclesiástico
ni civil-; sin más
respaldo que

nuestra
propia conciencia. Como
el héroe de la tragedia antigua, al hombre que ve hoy las cosas
tal como son sólo le cabe mantenerse
eri su
sitio sin desmayo
ni traición, esperando contra toda esperanza. Si puede mantener esta misma fe en
sus hijos,

en los que de él dependen, en sus
alumnos, habrá sostenido
el fuego sagrado que un día prenderá.
Un día que para los cristianos está garantizado
por la
promesa
divina a la Iglesia:
"Las puertas

del infierno no
prevalecerán
<-ontra Ella".
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