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Plan Mansholt

PLAN MANSHOLT
POR
J. G1L MorutNo DE MoRA.
Agricultor y Presidente de la Cámara O. S. Agraria de Tarragona.
La magia antigua disponía de palabras como "Abracadabra"
que impresionaban a la gente con cierto temor respetuoso.
Hoy se repite este recurso engendrando una nueva magia
y también palabras claves como la de "Plan Mansholt", que
promueven respetos atemorizados.
Sin embargo, hoy como ayer, tras esas palabras mágicas
se esconde muy frecuentemente muy poca cosa o muy dispara­
tada. Trataremos aquí de ver qué se esconde tras las ya men­
cionadas de "Plan Mansholt" que tantos estremecimientos de
misteriosa admiración llevan ¡producidos en la epidermis de los
lectores de diarios
y semanarios.
Dejando de lado la personalidad del señor Mansholt, ho­
landés, ministro durante doce años de la agricultura de su país,
constataremos para empezar lo que propone y esto se puede
resumir así :
1.0 Que desapezca uno de cada dos agricultores.
2.
0 Que se prohíba el cultivo sobre cinco millones de hec­
táreas en Europa. 3.
0 Que se maten tres millones de vacas lecheras.
4.0 Que se monte el cultivo superviviente en forma de gran­
des colectivizaciones plurifamiliares. Así dicho resulta, por ejemplo, que si la zona de interdic­
ción se escogiera apropiadamente, toda Holanda, toda Bélgica,
un buen trozo de Alemania y otro de Francia quedarían yermos. Y o
supongo que

el señor Mansholt pensaba más bien en
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paña, Italia y otros países por el estilo en cuanto a los cinco
millones de hectáreas. Lo mismo cabe decir de las vacas.
Lo terrible del caso es que ya existe en España quien aplaude
y desea, por ejemplo, pasar de Barcelona a Zaragoza sin ver
un habitante en todos
los pueblos
del trayecto. Veamos ahora
una mecánica del pensamiento de Mansholt. Para ello es preciso conocer la
postura mental

del moderno
"Socialismo supra-nacional". En primer lugar: Culto al progreso
y éste plasmado exclusivamente en la urbe. El ideal en este punto sería para el socialist.a la total extinción de la vida rural
y en esto suele hallar eco entre los
jóvenes agrarios

tan hartos
de mal ganar su vida, mientras sufren a diario el desprecio
olímpico del

ciudadano y la delirante
-prqpaganda urbana
que
prensa, cine
y televisión vierten a chorros.
Esta es, en cierto modo, una consecuencia lógica cuando la
mente sustituye la idea de felicidad por la de bienestar material,
que es
el segundo punto clave de la ideología socialista. Y cuando
este bienestar es definido, no en cantidad de tranquilidad, paz
y alegría, sino en cantidad de neveras, coches, televisores y latas
de conservas, la cosa resulta mucho más lógica todavía. En
efecto, nunca será tan consumidor de estos equipos el agricultor
que cuenta

con ese margen de autonomía prqpia (tan insultante
por lo visto para
los técnicos),

corno el ciudadano despojado de
toda autonomía.
En tercer lugar, está siempre presente en la mente del socia­
lista la obsesión de la economía:
tocio es

económico o anti­
económico.
Lo anti-económico para ellos es absurdo. Y el ca·
lificativo de anti-económico resulta exclusivamente de sumar,
restar
y muJtÍl¡}licar -cifras, y es curioso comprobar que veinte
años atrás este mismo socialismo llamaba latifundio a una ex­
pfotación de

cien hectáreas. Así, claro está, que les resulte
inaguantable ese campesino que aun ganando poco dinero, tan
poquito que las cifras demuestran lo anti.económico de su
situa­
ción,

se las ingenie, a pesar de todo,
rpara permanecer
en su
rincón aun en esa situación. increíble.
Qaro que

en las cifras
no están la paz, las amistades,
la familia, el amor al terruño y
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tantas cosas más que, sin embargo, deciden, y más de una vez,
al hombre a ir contra la corriente. Esta visión socialista de lo
antieconómico les obliga a tachar de dogma a millares de reali­
dades
campesinas.
En

cuarto lugar, dado el menosprecio fundamental que la
calificación de "campesino", equiparado automáticamente a la
exclusión de progreso
y civilización, despierta en la mente socia­
lista, no es de extrañar que esta actividad rural sea para su
ideología la única que jamás puede -tener fin alguno en sí misma. Para el socialista, la agricultura sólo debe servir al conjunto
de la sociedad; y ese fin
¡,rimero de

sostener
al que se dedica
a ella, reconocido en todas las demás actividades como un
derecho, se le niega a la agraria porque con definición tabú
"los productos

agrarios son de «primera necesidad» y sujetos
por tanto a precios «políticos y sociales»".
Con todo ello, la mentalidad socialista da como resultado
una política esencialmente industrializadora, urbanizadora y ad­
ministradora que lenta y progresivamente arrincona la agricul­
tura a límites cada vez más estrechos.
Largos años de socialismo más o menos intensivo llevaron
a todos los
países hacia

un proteccionismo oficioso de la indus­
tria, el
-cómercio y los servicios. Con ello se multiplicaron inter­
cambios
internacionales y tasas o derechos de aduana preferente­
mente dirigidos a proteger la industria. Pronto,
para vender
productos

de la industria, se admitieron productos extranjeros
agrícolas que hacían competencia a los nacionales,
y así, Francia.
¡,or ejemplo,

teniendo que destruir millones de toneladas de man­
zana nacional
. por falta

de mercado, recibe manzana canadiense
¡,ara facilitar

una exportación industrial
(1968). Y

entonces
apa­
recen

los excedentes. Año tras año crecen las importaciones de
productos agrarios en Europa,
productos que tanto

si son ofreci­
dos por América, como
¡,or el

bloque comunista, llegan en
dumip-im,g) o sea,' estableciendo niveles a los que la producción na­
cional
no puede
competir. Entonces, además de producirse los
excedentes, se destruye
la producción propia.
Paralelamente a este proceso, los precios del agricuJtor son
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controlados y sus ingresos congelados mientras sus gastos aumen­
tan, porque no se bloquea jamás el incremento de los productos
industriales o de servicios que
el agricultor consume. Entonces,
el agricultor se esmera· en aumentar la prcxlucción en kilos ya
que el precio por kilo no le basta. Esto agrava la producción
de e:X.cedentes, pero además en una forma que resulta impre­
visible por la intervención de los años óptimos. La enormidad
de los excedentes aparece en un año y a veces en pocos meses,
y se pasa al déficit con la misma facilidad. Como los déficits
son de terribles consecuencias, los Estados socializantes recurren
al "precio de
protección11 y cuando éste roza lo rentable hay
dedicación masiva a este cultivo "protegido", y como consecuencia
surgen los excedentes astronómicos. A todo esto se mezclan
los falsos excedentes. Así se abandonó el cultivo de la cebada,
por llegar

muchos barcos cargados de cebada americana,
y se
sembró de trigo la tierra que se hubiera sembrado de cebada,
y
hubo entonces excedentes trigueros en nuestro país que venía
siendo endémicamente deficitario. Y así también en el aceite.
España, que no produce lo suficiente para el consumo nacional,
se encueutra con
stocks importantes desde que los aceites de
soja y semillas llegan sin tasa a sus puertos.
Pero es que el socialismo moderno es su¡pra-nacional. Eso
quiere decir que sueña eu una Europa Unida, nó bajo una
cruz y en un ideal, como quería Carlos V, sino alrededor de
una lonja. Sueña con una nivelación social en la que teutones
y sardos habrán eliminado sus diferencias casi hasta el ¡:,unto
de

hablar un solo
lengua je.

Sueñan con una administración
( de la que ellos seguramente creen que serán los adminis­
tradores) que tomará todo y lo redistribuirá con la smna sa­
biduría inherente a la función tecnocrática. Sueñan con una
Europa sin naciones, sin límites internos, cuyas fronteras habrá
derribado no la fe como antafío, sino el bienestar beatífico del
progreso electrodoméstico, conservero e industrial.
Con estas premisas se puede comprender cómo el señor
Mansholt, socialista supra-nacional, ha llegado a la conclusión
de los cuatro
1propósi~os expuestos en

cabeza de este artículo.
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Lo malo es que la realidad no coincide exactamente con el
sueño socialista supra-nacional. Porque resulta que precisamente
la cacareada justicia abstracta tropezaría con dificultades muy
concretas al tener que decir a uno "quédate" y al otro "lárgate",
al

tener que señalar la vaca
y la hectárea condenadas a muerte, y
al -tener que alimentar a ese que sobra de cada dos campesinos.
Además de estas dificultades, el Plan Mansbolt adolece del
defecto de que es falso. Son falsas sus cifras y falsas sus con­
clusiones.
Es falso que sobre comida y que sobre gente, porque
lógicamente: o falta comida y sobra gente, o sobra comida y
entonces falta gente. La realidad es que bastarían seis meses
de guerra internacional
para que
esa
Europa de
los excedentes
pasara hambre feroz
y más que en ningún lugar en esas urbes
tan ensalzadas. La realidad es que sin importaciones en dum,ping
Europa tan sólo se abastece. La realidad es que ese dum,¡f>ing
aceptado para vender en el extranjero no sería preciso si no se
hubiese arruinado sistemáticamente la· capacidad adquisitiva de
la población campesina, la cual carece del equipo que tiene la
población urbana
porque no lo puede comprar, pues ganas no
le faltan. Y no lo puede
comprar porque

los gobiernos no le
permiten beneficios suficientes :para su actividad.
El Plan Mansholt se basa en una falsedad porque sólo se basa
en estadísticas frías, económicas, numéricas que, en el mejor de los
casos, sólo son parte de la realidad cuando no son la más terri­
ble mentira.
El Plan

Mansholt sólo se dirige al muy socialista
criterio de dar la primacía a
la industria, en este caso la de los
alimentos, que ciertamente resultará dueña absoluta de una agri­ cultura así planeada.
Según el

Plan Mansholt son cinco millones
de agricultores a~tivos, o sea, en la práctica, cinco millones de
familias, los condenados a emigrar, sin contar los millones de comerciantes, gentes de
oficios intermediarios

rurales que
irían detrás de ellos. ¡ Y esto, tan sólo, en los límites del Mercado
Común! Pero, además de los cinco millones que permanecerían,
cuatro serían ·reagru¡pados en agrupaciones colectiviza.das. ¿ No
piensa el señor Mansholt en la ya vieja experiencia de que
para muchas producciones es precisamente esa pequeña
ex;plo-
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tación tachada de anti-económica la que mejor resulta? Concreta­mente, esto es un hecho de ¡primordial importancia en la gana­
dería. Y ¿ cómo lograr, en una agricultura exclusivamente de
grandes nnidades, la inmensa variedad que la demanda exige?
Pero, sobre todo, ¿ no piensa el señor Mansholt que si la ame­
naza del paro ya se perfila en toda Europa y las jóvenes
generaciones apenas hallan medio de ganarse la vida al nivel
suficiente para casarse, mucho peor será la sobrecarga de los
desahuciados con cinco millones de agricultores, hoy en acción
y según su plan sujetos a reconversión?
La libertad concreta del hombre, la felicidad de muchos, están
amenazadas en este Plan.
La libertad asociativa, como la pri­
vada; la libertad de escoger su lugar de vida, como la de tra­
bajar en lo suyo. Huelga decir que también muere en este Plan
toda la propiedad privada y que la socialización total del campo
es premisa ineluctable.
¿ Y entonces qué?
Voces
de aplauso por un lado, voces que dicen que
el Plan
Mansholt es irrealizable
por otro,

voces que especulan_. voces
que discuten.
La realidad es que el Plan Mansholt podrá ser
ejecutado un día, por la fuerza
ciertamente, pero
el empleo de
la fuerza es ya demasiado habitual .para no contar con esa
Po­
sibilidad. ¿ Que es un disparate? ¡ Qué duda cabe!, pero los
hombres
son
capaces,' como en. la

Rusia Soviética, de mantener
vivos durante cincuenta
y más años disparates por el estilo.
¿ Que pagaríamos las consecuencias? Sí ¡ pero nadie se queja
hasta que no le duele! El Plan Mansholt es una magia moderna de la prestidigita­
ción
ecooómica. La verdadera solución está en estudiar la
realidad completa que no es tan sólo de números,
y menos aún
de números incompletos, que abarca sentimientos, modos, climas,
costumbres, creencias, amores e ideales.
La verdadera solución
es un realismo auténtico
y total sin dogmas económicos, que
admita un hombre con cuerpo y
ahna, y un mundo no

material
junto al material. Entonces se hallarán
para el

campesino un
sinfín de razones motoras y de recursos hoy abandonados
porqflle
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no son contabilizabl~s. No lo son Y,. ,sin emh,argo, condicionan y
desvirtúan todas las contabilidades.
¡ Vaya usted a explicar por
.qué
yo
pmsigo en mis tierras de'lPtlés de dos años de granizo a
85 por 100! Y, por otra parte, creo que algo ganaríamos si dejara de
plantearse
el problema agrícola· des.de el exclusivo punto de vista
ciudadano. Porque si se plantease el problema de la actividad
agraria: 1.0 como algo que requiere como -coridición-. primera
la de ma11tener decentemente a ·los que· la ejercen·; 2.0 que pro­
duce materias de las que toda 1a nación ha de corrier tres veces
al día, tanto en paz como en guerra, ,porque de no comerlas
la nación entera se muere en menos de una semana; 3.0 que
como consecuencia, se ha de valorar a quienes
producen tales
materias como _personas más indispensables - ¡pai:-a ·ta com11llidad
que las que producen tornillos _o electrodoffiésticos ; y 4..º que,
dado el peligro siempre existente de conflictos mu'ndiales, cons­
tituye un seguro de vida para la nación, que puede hallarse
súbitamente en la
imposibilidad de importar estos productos
básicos alimenticios. Creo que si se examinase así el problema y
se com¡plementara con la consideración· de un concept9-amplio
de rui:"alidad extendido

a los maestros, carplnteros, mecánicos,
médicos, etc., que viven en las
_cotl!unidades campesinas y,
además, si nos llegáramos a percatar de la r.apacidad de adquisición
que pequeños aumentos en los márgenes de negocio darían al
campo, y el aumento de consumo de productos industriales que
derivaría _de este aumento de margen agrario, -entonces ¡xx:lría
llegarse a comprender que el Plan Mansholt es exactamente lo
contrario de lo deseable.
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