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El mito del diálogo

EL MITO DEL DIALOGO
POR
V LADIMIRO LAMsooRFF-GALAGANE..
Profesor A. de Filosofía del Derecho de la Universidad
de Santiago de Compostela.
Oímos mucho hablar, últimamente también en España, de
d1.álogo. Oímos decir que es algo muy bueno, que es algo impres­
cindible, incluso, para alcanzar nuestra
~'autenticidad humana".
Oímos

ensalzar en los más diversos órganos
informativos a
qÚien lo

practica,
y oímos proclamar a los ouati:-o vientos todas
las circunstancias del caso cada vez que un "diálogo" parece
haber tenido lugar.
Timb~én podemos oir, en ocasiones, acusacio­
nes a determinadas personas de no practicarlo, de "cerrarse al diá­
logo". Lo cual equivale, en ciertos medios, a un auténtico anatema.
Pues hien, este. diálogo, publicado en los periódicos, anun­
ciado por la propaganda, predicado por sacerdotes, profesado
por profesores, ¡;qu1é es?
En sí, la palabra "diálogo" es susceptible de encerrar muy
diversos significados, desde
el diálogo socrático hasta el diálogo
teatral. Por supuesto,
el "diálogo" que tan insistentemente se
nos recomienda practicar en
la actua)idad, no se refiere a cual­
quiera de esas posibles acepciones de
la palabra, sino a nna
muy determinada.· Y no es de
extrañar que
los partidarios de
esta forma de comunicación hayan
puesto un especial cuidado
en

definirla y distinguirla nítidamente de lo que ellos llaman
"el diálogo
en sentido amplio'·'. Incluso, para mayor claridad,
han recnrrido al uso de distintos adjetivos.
Especifican el "diá­
logo" qne propugnan como "diálogo político" ( en sentido de que
se refiere al bien común en sentido amplio), como "verdadero
diálogo" (en oposición a
cualquier otra cosa susceptible de ser
designada como tal), como "Diálogo Fraterno" ( que
algunas
incluso escriben con mayúscula), etc.
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Fundaci\363n Speiro

VLADIMIRO LAMSDORPP GALAGANE
Lo que aquí nÜs interesa, desde luego, no es la denominación
en sí, sino el significado concreto que encierran todos estos
adjetivos,
;por lo demás acumulables e intercambiables. Intenta­
remos hacerlo de la mano de uno de sus más conocidos pro­
pugnadores, el R. P. Georges-Dominique Pire, O. P., Premio
Nobel de la Paz 1958
(!), y nos planteamos al respecto cuatro
preguntas fundamentales.
l. ¿ Quién dialoga?
Primero, ¿quién "dialoga", o tiene que dialogar? No nos
suelen responder .claramente los
¡,artidiarios del
diálogo. Por
lo general, emplean fórmulas ambiguas como "los hombres de
buena voluntad",

"los hombres" en
general, o
bien -muy a
me­
nudo--n1osotros. Esta última palabra siempre está presente,
bajo una u otra forma, toda vez que se trata de subrayar la
necesidad del "diálogo".
En tales ocasiones, sus partidiarios
plantean
el problema como una exigencia ética incondicionada,
un imperativo categórico, dirigido a los miembros del grupo a
que dicen ¡pertenecer. En nuestro caso, dirigido por determinados
cató1icós a todos los
c.atólicos.
Sabido

es que para que haya "diálogo", se necesitan dos
partes. ¿ Cuál es "la otra"? ¿ Con quién hemos de dialogar? Ahí
la respuesta es explícita. "Con quienes difieren de nosotros" (2:).
O sea,
cÜn los
no miembros del
grupo dado.
Los católicos, con
los no católicos. Los cristianos en general, con los no-cristianos.
Los creyentes en general, con los ateos. Muy especialmente, con
los marxistas.
De hecho, el ,principal impacto publicitario se hace en el
"diMogo" entre católicos y marxistas. A juzgar por la impor-
(i) Geor·;es Dominique Pire, O. P., Diálogos verdaderos y diálogos
falsos,
trad. M. Zorrilla Ruiz, en Sociología para la convivencia, Zyx,
Madrid, 1966, 23 y sigs.
(2) Pire,
cp. cit., pág. 24,
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EL MITO DEL DIALOGO
tancia que le dan los medios informativos, no estamos lejos de
suponer que éste es el único "diálogo" recomendado, e incluso,
practicado. Naturalmente, esto es sólo una
suposició~, pero

de lo
que sí tenemos constancia cierta es de que
con ,fos, católicos

que
pongan en duda la necesidad de dicho diálogo;
no. se dialoga.
La exigencia de diálogo va dirigida desde dentro del grupo
hacia fuera de
él. En ningún caso hacia dentro, como exigencia
de diálogo entre diferentes miembros del mismo grupo. Por lo
demás, los católicos partidiarios del "Diálogo" tratan a los ca­
tólicos que no se adhieren incondicionalmente a su opinión con
una hostilidad no disimulada. Como escriben textualmente, "quien
no es caipaz de abrirse al Diálogo, es un fanático" (3). Y en
estos "fanáticos" ven a sus principales
enemigos'.
2.

¿En qué
consiste el
dialogar?
A
nuestra segunda pregunta, la respuesta parece obvia. ¿ En
qué consiste el
dialogar? Evidentemente, en hablar una per­
sona con otra. Pero en realidad, no es .tan simple.
¿ Qué califi­
cativo merece, .por ejemplo, eso que el autor de estas líneas ha
practicado multitud de veces, de encerrarse
él y _algún amigo
marxista,

con una botella
y amplia provisión de cigarrillos, y
pasarse toda una tarde discutiendo? No parece clasificable como "diálogo" sino con muchas salvedades
y reparos: "Si la actitud
era
de ...

Si de la índole de los argumentos
e111¡pleados no
se des­
prende que ... , etc."
En cambio, son incondicionalmente acep-­
tados

como "auténticos djálogos" los encuentros entre católicos
y marxistas de. Colonia (1%4), de Salzburgo (1%5) y algnnos
análogos.
De lo

que
,parece desprenderse que

se consídera
pré­
ferible

el "diálogo" en
presencia de

Prensa, Radio
y TV., inevi­
tablemente presentes en tales encuentros.
¿ De qué se habla durante el diálogo? Las respuestas son in­
equívocas.
Se habla de lo más básico
y fundamental. De la visión
(3) !bid., pág. 24.
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VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
del mundo en general. De la ideología de los dialogantes. De
religión. De lo que afecta a la convivencia,
al bien común, a la
paz
mundial (

4).
Se supone

previamente que. en todas estas cuestiones, las
partes en diálogo no están de a.cuerdo. Ello se admite
expresa­
mente, se considera inevitable (5), e incluso deseable (6).
3. ¿Bajo qué condiciones?
Lo que insistentemente subrayan los partidarios del "diálo­
go", más que los presupuestos anteriormente enumerados, que tienden a sobreentenderse
ipor obvios,

son las condiciones que
hacen un diálogo "verdadero", "fraterno" o análogamente ad­
jetivable, en oposición a los diálogos
"falsos", "unilaterales",
''

de sordos", etc. Una de las condiciones, insistentemente afirmada, es la
liber­
tad en el diálogo. Por esta razón, se declara imposible el "diálo­
go" entre
"el fuerte y el débil", entre la mayoría y la mino­
ría, etc., salvo que "se creen las condiciones necesarias para
dejar hablar a los humildes y escuchar el clamor de los débiles",
como exigencia
"previa a

considerar la posibilidad del Diálo­
go"
(7). Lo cual denota una cierta tendencia a la supresión de la
autoridad
como tal (8).
(4) !bid., págs, 28-29. Pedro Laín Entralgo, Sobre el diálogo y sus
condiciones, "Revista de Occidente", 1963 (2.P-ep., 1/1) 101 y sigs., pág. 102.
(5) Pire,
op. cit., pág. 28.
(6) !bid,
(7) !bid., pág, 30.
(8) Lo cual se apoya en unas premisas totalmente inexactas. Libertad,
tanto para expresar nuestras opiniones o nuestros problemas, como para
cualquier otra cosa, tenemos todos
por el

mero hecho de ser
hombre::.
Por

esta misma razón, tenernos
en nosotros mismos la posibilidad de
imponernos ante la coacción externa.
En este caso, si algunos "débiles"
de los que habla Pire no tienen los medios materiales, o
el valor de hacer
oir aisladamente su voz, que se
unain para

hacerlo. Al fin y al cabo, son
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EL MITO DEL DIALOGO
Se subraya también reiteradamente que el diálogo se ha de
llevar a cabo "con
respeto a la opinión y a la persona del otro".
La segunda de estas exigencias, el respeto a la persona, se com­
prende fácilmente. Pero
¿ qué se entiende exactamente por res­
peto a una opinión? Sencillamente el dejarla existir como ella es.
El diálogo ha de ir encaminado a "tratar de comprender y
estimar
¡positivamente las
opiniones ajenas, aunque no se com­
partan" (9). Comprender y estimar positivamente. La expresión
es muy fuerte.
4. ¿Para qué?
Pero donde realmente nos as<1lta la duda es al preguntar
¿ para qué se dialoga? En efecto, se excluye expresamente la
posibilidad de llegar a un pleno acuerdo en base a una de las opiniones en litigio. El Diálogo, escribe
el P. Pire, ha de ser
cuidadosamente distinguido de lo que sean "conversaciones, in­
fluencias, contactos o apostolado" (10). El mismo
especifica que
a

la Encíclica
Ecclesiam Suam, que trata del "Diálogo de Sal­
vación", "sería erróneo estimarla dirigida a estimular o promo­
ver el Diálogo Fraterno en sentido estricto" (11).
En cambio, se admite expresamente, en el diak,gante, "el
riesgo a las transformaciones del propio pensamiento y quizá a
la .pérdida de sí mismo'' (12). El sentido de estas palabras, cuando el llamamiento al "Diálogo" va dirigido a católicos, no
puede ser más inequívoco: incluye el riesgo, por parte de éstos, a
perder la fe. Sin embargo, como vimos, no incluye la lógica
hombres y no niños a quienes es indispensable crear condiciones externas
favorab1es
y tuitivas. Por lo demás, si así se hiciera, el propio P. Pire se
C'ncargaría, con toda seguridad,

de hablar de "paternalismo".
(9) Pire,
op. cit., pág. 24.
(10) Ibid., pág. 25.
(11) !bid.
(12) [bid., pág. 23 (cita de Jean Lacroix, tomada por su cuenta por
el P. Pire).
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VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
contrapartida a dicho riesgo, que seria la posibilidad de conver­
tir al contrincante. Todo lo más que se admite es una vagorosa posibilidad de
que de las verdades relativas esgrimidas por los dialogantes surja
una verdad más elevada (que puede-llamarse "convivencia",
"mutua -perfección", "armonía universal" o cualquier término
análogo). En ocasiones, se admite
e~resamente el
origen hege­
liano de la idea (13).
5.
El mito del diálogo.
Pues bien, el "Diálogo Fraterno" así entendido es un mito.
Lo es por una razón muy sencilla: por ser impracticable; por ser
absolutamente imposible de llevar a cabo en la vida real. Y es
impracticable no tanto por razones pragmáticas o éticas (14),
sino; en primer lugar, por consideraciones puramente lógicas.
En efecto: se parte de la hipótesis de que el diálogo re­
quiere dos o más ideologías contrapuestas, o al menos
distintas.
Su existencia se da por supuesta.
Pero para que

sus representantes entren en "Diálogo Frater­
no", es .preciso que estén
¡previamente de acuerdo al menos en
una cosa: en que van a dialogar. Sólo hay diálogo si ambas
partes están dispuestas a
él. Este previo acuerdo, a su vez,
significa que ambas
partes ·admiten que

es deseable, o incluso
necesario, el
diálogo mismo, tal como están dispuestas a practi­
carlo: o sea, con todas las condiciones e
implicaciones que
bre­
vemente acabamos de considerar.
Ahora bien, una de estas
implicaciones es

la idea hegeliana
de que el
"Espíritu" camina

.por contradicciones
y síntesis su­
cesivas hacia la armonía universal. Sin la admisión, al menos
(13) !bid., pág. 24.
(14) Que por lo demás, tampoco hay que olvidar. Cfr. a este res­
pecto Jean Ousset,
Las condiciones de un verdadero diálogo, VE.Roo, 1966
(5/47-48), 415 y sigs.
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EL MITO DEL DIALOGO
implícita, de esta idea, el diálogo tal como lo hemos definido
carece de sentido. Pero si dos ideologías admiten esta idea, se
trata de dos ideologías hegelianas. Lo cnal pugna con la hi-
pótesis.
·
Pugna

con la hipótesis,
porque dos

ideologías hegelianas no
pueden realmente ser consideradas como
distintas. Por el con­
trario, en sus aspectos esenciales -----,precisamente sobre los cuales
debe versar el diálogo-- son ideologías úlénticas. Las diferen­
cias entre ellas sólo pueden ser accidentales, de mero detalle.
Por consiguiente, con el diálogo tal como lo define el P. Pire,
y tras él numerosos católicos que convenimos en llamar "pro­
gresistas", ocurre necesariamente una de dos: o bien un enfren­
tamiento de dos ideologías realmente distintas, en cuyo caso
el
diálogo entre ellas es imposible, porque al menos una de las
partes se negará a
practicarlo sobre

las bases propuestas. O bien,
una confrontación de dos ideologías hegelianas, en cnyo caso el
diálogo entre ellas es inútil, por estar ambas previamente de
acuerdo en los
puntos esenciales. Es más, en esta última hipó­
tesis, de un diálogo entre dos ideologías hegelianas, como cada
parte se compromete a respetar las opiniones de la otra _(o sea,
a no contradecirlas), ni se conseguiría allanar las posibles dife­
rencias accidentales entre ambas, ni se llegaría a ningún acuer­
do en cuestiones
fundatr1t-ntales, por

existir dicho acuerdo ya
antes de empezar el diálogo.
6. ¿ Qué encubre el mito?
Pero entonces, si es así,
¿ por qué continúan existiendo, sobre
todo entre cristianos,
y en número cada vez mayor, partidarios
y propugnadores del "Diálogo"? Desde luego, no hay ningún
mito que se pro¡pague por consideraciones estéticas o humorísti­
cas. Si
hay mito, es que encubre o justifica algo práctico e inme­
diato. Veamos, pues, cuáles son las implicaciones -también des­ de un punto de vista meramente lógico-- de una
postura "abierta
al diálogo" en un cristiano.
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VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
El que un católico esté dispuesto a "tratar de comprender y
estimar positivamente las
opiniones ajenas,
aunque no las com­
parta", en
la creencia que de ello resultará algún bien y se pro­
gresará en
la verdad, tal vez no implica en él una "hegelización"
consciente. Pero supone en todo caso, por su parte, el admitir
que la doctrina que él profesa es susceptible de ser "sintetizada"
0 "perfeccionada" (cuando no "transcendida") con ayuda de
otra contrapuesta. Contrapuesta, entiéndase bien, en lo esencial.
Lo cual, a su vez, implica qÚe este católico deja de considerar a
su doctrina como la Verdad absoluta, más allá y fuera de la
cual no hay otra posible, dado que su postura afecta no ya sólo
a
la doctrina social de la Iglesia, sino a lo más central y fonda­
mental:

al Dogma. El hablar,
pues, de

"Diálogo"
implica consi­
derar

a la
propia doctrina

corno una verdad relativa, de rango
igual
a la que en el "diálogo" se le contrapone, y con ayuda
de la
cual se

trata de llegar a otra verdad superior que las
armonice y comprenda a ambas.
Pero tal postura,
a su vez, significa que estos "católicos"
renuncian expresamente a la creencia de que las verdades que
profesan han sido reveladas
por Dios de una vez y para siempre,
y
de que el
Pa,pa está

asistido por
el Espíritu Santo en su ma­
gisterio ordinario.
Ahora bien, resulta que la fe católica consiste precisamente
en estas creencias. La renuncia a ellas tiene por tanto un nombre
muy preciso. Se llama apostasía. No ya herejía, que consistiría
en apartarse de
alguna de

las verdades reveladas, sino apostasía
propiamente dicha,
pues consiste en afirmar implícitamente que
no existe
ninguna verdad
fija e inmutable,
y por tanto, ninguna
verdad

revelada.
7. La "apertura".
El "diálogo" tal como en los nombrados sectores católicos
se predica, es ¡pues, un mito. Pero un mito que encubre un hecho
desgraciadamente muy real: la apostasía.
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EL MITO DEL DIALOGO
Si ahora recapitulamos a la luz de este hecho las notas que
señalamos en el "Diálogo"
prü1pugnado por el P. Pire y sus
partidarios, descubrimos que todas ellas tienen su razón de ser. Todo se
explica. Por

ejemplo, un hecho que los no "progresis­
tas" encuentran particularmente irritante,
y es el siguiente: lo
que realmente hacen los propugnadores católicos de
"la apertura
al

diálogo" no es tanto entablar, de hecho,
"diálogos" con
los
no católicos (lo cual ya vimos que es o imposible, o inútil), sino
hablar del diálogo a los demás católicos. Y si es que alguna vez
se emprende con alguien una
apariencia de
diálogo, se hace, como
ya señalamos, con bombo y platillo,
empleando todos

los medios
actuales de difusión y propaganda. Lo subrayado en dicha
pro­
paganda
es

meramente
el hecho de que el diálogo tuvo lugar:
que se

encontraron católicos
y marxistas en tal número, en tal
lugar y tal fecha. De lo tratado en el encuentro apenas se habla.
Por lo demás, los resultados concretos del diálogo no se declaran
casi nunca "satisfactorios" (lo
cual sería, ¡por cierto, muy de
extrañar), sino
,rprometedores''.
Todo

ello es muy lógico, si tenemos en cuenta que la actitud
básica de este movimiento a favor del "Diálogo" es la apostasía
de
la fe. Todo apóstata tiende evidentemente al proselitismo: si
ha abandonado su fe, es que
la considera como un mal, y un mal
hay que evitárselo al mayor número posible de gente. Y bien, lo
que se trata de conseguir es precisamente esto: católicos
"abier­
to.s
al

diálogo", pues esta
"apertura" en

sí misma ya implica
una
apostasía inconsciente, que andando

el tiempo se acaba con­
virtiendo en apostasía consciente y formal (15), aunque no siem­
pre declarada. Esto es lo que se predica, o bien de
palabra, al

modo
tradicional, o bien
por el ejemplo, organizando "diálogos", "colo-
(15) El proceso lo describe admirablemente Plinio Correa de Oliveira,
Trasvase ideológico inadvertido y diálogo, VERBO, 1966 (5/42-43), pági­
nas 77 y sigs., págs. 139 y sigs. Y Martirán Brusnó lo demuestra magis­
tralmente en el ejemplo de un
tal P. Liégé, O. P., en quien (como en tan­
tos otros) son inseparables la insistencia en el diálogo y el ataque furibundo
a toda
e.Jase de "integrismos" (España en el diálogo~ Ed. Vicente Ferrer,
Earcelona, 1966, págs. 167-171).
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VLADIMJRO LAMSDORFF GALAGANE
quios", "encuentros", etc. Lo que en tales casos interesa destaéar en
el.
mero

hecho de que
twvo lugar el "diálogo"; lo que en él se dijo,
en
el fondo, no tiene importancia. El papel del marxista en estos
"diálogos" es meramente instrumental. No van encaminados a
influir en
él directa ni indirectamente. Van encaminados a in­
fluir en los demás católicos. De los marxistas, sólo se requiere
la presencia física.
También
es lógico que el principal enemigo de los católicos
"abiertos" no sean los no-católicos o los ateos, sino los católicos
''fanáticos", "cerrados al diálogo". En efecto, el principal ene­
migo de todo a¡póstata es el que intenta mantenerse firme en la
fe. Hacia él, no hay "apertura" posible.
8. El diálogo y los marxistas.
Lo que sí merece una
explicación aparte,
sin
emba.rgo, es
la
actitud de

los marxistas ante el "diálogo" con los católicos.
Por de

pronto, no nos atreveríamos a afirmar que la idea
misma de "diálogo" -en la -acepción que hemos examinado-­
haya sido Ianzada por marxistas. No hemos conseguido averiguar
su procedencia
exacta, pero

juzgamos lo más verosímil que lo
haya hecho algún apóstata de fecha reciente (16), deseoso de
ocultar, o bien de justificar y propagar su actitud (más
probable­
mente,

todo esto a la vez).
Los marxistas, por el contrario, se
yieron colocados

anie un dilema. Su ideología, pese a todas
las
apariencias y declaraciones, e incluso a ciertas nuevas orientacio­
nes, es muy poco hegeliana: un marxista se cree en posesión de
la verdad fija e inconmovible, e incluso, del único conocimiento científico y omnicomprensivo posible
(17). Le es, pues. imposi-
(16) El mito. desde luego, ··fue lanzado no hace mucho, posible­
mente
ya después
de ·
ta muerte de

Stalin.
En todo caso, después de la
segunda guerra m!l1lldia1.
(17) Invariablemente encontramos, al principfo de cualquier tratado,
manual
o monografía expositiva de este pensamiento, frases de este tipo:
11El materialismo dialéctico e histórico constituyen la cosmovisión co-
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EL MITO DEL DIALOGO
ble, en princ1p10, aceptar el "diálogo" prnpuesto sobre las bases
que hemos visto. Por otra parte, los diversos partidos comunistas
-pasando ya a consideraciones tácticas- se dieron cuenta del
partido que podían sacar del mito del diálogo, en orden a hacer
cuantos más apóstatas se pueda en la Iglesia católica y, de ser
posible, captar
para sí

a los ya existentes.
Se resolvió el problema acudiendo a la división del trabajo,
como muy claramente se pudo notar en los ya mencionados en­
cuentros de Colonia
y Salzburgo. Los comunistas occidentales,
para quienes son problemas vitales tanto el del proselitismo como
el de la lucha contra la Iglesia, se prestaron -y se siguen
pres­
tando--
a

la maniobra con mucho gusto. Los comunistas orien­
tales en el poder, en cambio, muy celosos de la unidad ideológica
de sus pueblos, y que en su lucha contra la Iglesia disponen de
otros
medios, boicotearon los
encuetltros. Para
ellos, en efecto,
lo vital es no demostrar la menor fisura en su ideología, la menor
concesión a cualquier otra, o la menor admisión implícita de que
alguna de éstas pueda comportar una parcela de verdad que no
afirme también el marxismo. El "abrirse al diálogo" ellos tam­
bién, como
vimos, implicaría al menos esto último, por lo cual
se guardaron mucho de hacerlo. Desde entonces, si bien se han
mostrado dispuestos a enviar personal a encuentros con
católi­
cos ~personal cuidadosamente seleccionado, por surrxiesto---, ha
sido siempre con
el mayor sigilo y con exclusión absoluta de
cualquier publicidad en el interior de sus países.
9. El diálogo
y los católicos.
Ya sabemos, pues, en qué consiste
y qué implica el "Diálogo
herente y unitaria de la clase obrera, que da una explicación consecuen­
temente materialista a todos los fenómenos de la realidad" (D.
l. Chesnokov,
lstorícheskiy Matieriallism (Materialismo histórico), Muysll, Moskvá, 1964,
pág. 5). "En la historia de la filosofía no hubo, ni hay, ninguna filosofía,
a excepción de la marxista, capaz de dar una. explicación coherente,
consecuente y científica de todos los fenómenos naturales y sociales"
([bid., pág. 6)_
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VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
Fraterno" que desde determinados ambientes tanto se nos re­
comienda. Y ante eso1 ¿ qué hemos de hacer ?
Por de pronto, no solucionaríamos nada interrumpiendo o
evitando todo contacto con los no católicos (marxistas inclusive),
alegando que tal contacto sería "diálogo". Menos solucionaría­
mos aun atacando la idea misma de diálogo. Por el contrario, el
diálogo con los que no participan de su fe es para todo católico
un deber. El
deber de evangelización que recordó Pablo VI en
su primera Encíclica
(18). Evangelización por la palabra y por
el ejemplo, no
exclusivamente por este

último
(19). De la evan­
gelización por la palabra, por el razonamiento, por la lógica,
habló el Papa con mucha claridad. Habló de la posibilidad de
llevar a un ateo a Dios
JX>r la
vía de la razón, al ponerle de
manifiesto lo ilógico, fragmentario y voluntariamente superficial
de su postura (20). Y claro, para eso hay que hablarle al ateo,
discutir con él, comprenderlo y convencerlo (21). Habló Pablo VI,
en una palabra, del diálogo de salvación, nacido de la caridad,
que ha de realizar la Iglesia a través de cada uno de sus miem­
bros (22).
(18) Ecclesiam Suam, cap. 3. Y con no menor ms1stencia, el Concilio
Vaticano
II fConstitución sobre la lgleS1.°a, c. 4, 35; Decreto sobre el
apostolado de los seglOJYes, passim).
(19) Cfr. Concilio Vatica:no II, Decnto sobre el apostolado de los
seglares,
2, 6.
(20)
Ecclesiam Suam, "Acta Apostolicae Sedis", 1964 (56/10), 609 y si­
guientes, pág. 653.
(21) No queremos decir que haya de hacerse sin adoptar determina­
das precauciones. Por de pronto, es deseable un previo conocimiento de
la ideología del interlocutor, y es, desde luego, abrnlutamente indispensa­
ble un sólido conocimiento de la doctrina
propia, que se compromete uno
a
defender. Por

otra
parte, no

es
propicio todo tiempo, lugar_ y

ocasión.
Sobre estas condiciones,
-cfr. más concretamente, inspirándose en la Ec­
clesiam Suam, Juan Labrador, O. P., A Dialogue With Communism?,
"Philippiniana

Sacra"
19§6 (1/1), 137 y sigs., -pág. 151 y sigs. En general,
cfr. el cap, 6 del
Decreto_ sobre

el
apostolado de

los seglares, del Con­
cilio Vaticano

II.
(22)
Ecclesiam S1tam, ed cit., pág. 642. Sobl'e la importancia de este
documento, cada día menos comentado, cfr. Agustín de Asís, Puntos de
190
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EL MITO DEL DIALOGO
Ahora bien, esto no consiste en hablar de diálogo, sino en
practicarlo. En practicarlo, por Slllpllesto, con los no católicos;
pero los ·que necesitan, más que nadie, de apostolado, son los
católicos que actualmente se encuentran cerca de la apostasía.
La catolicidad ha estado sometida, y sigue sometida, a un intenso
bombardeo propagandístico de mitos diversos, entre los cuales
el del
¡¡Diálogo" ocu.pa un

lugar destacado. No es, pues, de ex­
trañar que se haya conseguido intoxicar a un número muy con­
siderable de fieles. Y a éstos es necesario y urgente explicarles1
con todos los medios a nuestro alcance, qué hay debajo de tales
mitos y adónde llevan. No sólo existen los "hermanos separa­
dos"; también hay que acordarse de los "hermanos contagiados".
Ahora bien, en este último caso se nos ,puede oponer una ob·
jeción, .tal vez no muy sólida, pero de indudable "garra" polé­
mica. Es la siguiente: que consideramos el diálogo como un deber,
pero un deber que se
concreta a
oponerse
al diálogo. O sea, dia­
logamos para convencer a los demás de que .no se dialogue.
Por supuesto, de todo lo dicho hasta ahora se desprende que
no se trata de esto. Que lo atacado no es el diálogo en sí, sino
el mito del diálogo. El diálogo-mito .no es lo mismo que el di~lo­
go
real
y efectivo. Es más, vimos que el diálogo-mito implica
más bien
ausencia de diálogo real. Lo que hay de mito en el
diálogo, como vimos, estriba más que nada en el problema del
fin del mismo. El diálogo real sólo se puede concebir como
urn
medio~ entre otros ¡posibles medios, de difundir la fe cristiana. Lo
que hay en
él de mito consiste en presentarlo como un fin. en sí.
El diálogo real, lo consideramos "bueno" o "malo" según los
resultados obtenidos: bueno si hemos conseguido inclinar al in­
terlocutor hacia nuestra fe, malo en el caso contrario. Ambas
posibilidades están siempre abiertas, pues no todo diálogo tiene
necesariamente éxito. El diálogo-mito, en cambio, nos es pre­ sentado como un
bien en sí. Se nos dice que lo bueno es el mero
hecho de dialogar, independientemente del posible resultado; o
vista sobre la Endclica Ecclesiam-""J~uam, "Anales de la Cátedra Francisco
Suárez", 1964 (4/1) págs. S, y sigs.
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VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
más aún, que el resultado positivo se -producirá- automáticamente
con motivo de la generalización del "diálogo", y que cada diálo­
go concreto es por esto mismo un bien.
La distinción es, pues, muy clara. El fin último que persigue
el diálogo cristiano es la universalidad de la fe cristiana. El fin
último del diálogo-mito es la
Hapertura ", o dicho en términos
tradicionales, la apostasía. Y ante esto, también nuestra
posición ha

de ser muy clara.
El diálogo
que como

seglares estamos dispuestos a practicar,
de acuerdo con las directrices pontificias
y las del Concilio Va­
ticano II,

es
el diálogo fundamentado en el principio de cari­
dad (23). Tan necesario es practicarlo con los no católicos como
con los católicos (24). Consiste en comunicarse con claridad,
afabilidad, prudencia,
sobre todo ,m confianza, lo cual, evidente­
mente, excluye toda publicidad (25). Con los no católicos, tal
coloquio versará sobre las verdades fundamentales de la fe. Ver­
sará sobre este tema querémoslo o no, pues incluso un diálogo co­
menzado sobre temas
ix>líticos o

sociales, tarde o temprano
tendrá que llegar a la zona de los fines últimos. En cuanto a
las, condiciones, es evidente la del respeto a las personas, toda vez
que sea posible. En cambio, el respeto a la opinión contraria, si
bien
ba de admitirse en la zona de las verdades naturales (26),
(23) Decreto sobre el apostolado de los seglall'es, del Concilio Vati­
cano II, 1, 3.
(24) "Los católicos, en la acción ecuménica, deben, sin duda, preocu­
parse
de los hermanos
separados~ orando :por ellos,
tratando con ellos de
las cosas de la Iglesia y adelantándose a su encuentro. Pero, antes que
nada, los
católicos, con

sincero y atento
ánimo, deben
considerar todo
aquello que
oo la propia familia católica debe ser renovado y llevado
a cabo para que la vida católica dé un más fiel y más claro testimonio de
la doctrina
y de las normas entregad.as por Cristo a través de los Apósto­
les"
(Decreto sobre el ecumenismo, del

Concilio
Vaticano II,
1, 4). ¿Y
quién negará que
el fenómeno más indeseable, dentro de la propia Iglesia,
es

la
apostasía encubierta?
Poco importa que el apóstata no nos convoque
a "diálogo". Hemos de
buscarlo y

dialogar
no.rotros con él.
(25) Ecclesiam Suam, ed. cit., págs. 644-645.
(26) Hay que recordar, con SaL11to Tomás, que respecto de las con-
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EL MITO DEL DIALOGO
es inadmisible en cuanto a las verdades fundamentales. Y por supuesto, el fin del diálogo
ha de ser el llegar a un acuerdo; no
siempre se podrá conseguir en la práctica, pero no por ello
la
intención ha de ser distinta (27). Y el fin último, para el que
se busca el acuerdo, no es sino el Reino de Cristo en la tierra,
no sólo en lo espiritual, sino también, como muy particularmente
subraya el Concilio Vaticano II, en lo temporal (28).
clusiones particulares de la razón especulativa. la verdad es idéntica en
todos, pero no todos la conocen igualmente. Y en las conclusiones par­
ticulares de la razón práctica, ni la verdad o rectitud es idéntica en todos
los
hombres, ni cuando lo .es, es
igualmente conocida. (S. Th., 1-2,
q. 94, a. 4).
('O) Ecclesiam Suam, ed. cit., pág. 644.
(28) Decreto sobre el apostolado de los seglMes, 2, 7.
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