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Número 73
Serie VIII
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Autores
1969
El mito del diálogo
EL MITO DEL DIALOGO
POR
V LADIMIRO LAMsooRFF-GALAGANE..
Profesor A. de Filosofía del Derecho de la Universidad
de Santiago de Compostela.
Oímos mucho hablar, últimamente también en España, de
d1.álogo. Oímos decir que es algo muy bueno, que es algo impres
cindible, incluso, para alcanzar nuestra
~'autenticidad humana".
Oímos
ensalzar en los más diversos órganos
informativos a
qÚien lo
practica,
y oímos proclamar a los ouati:-o vientos todas
las circunstancias del caso cada vez que un "diálogo" parece
haber tenido lugar.
Timb~én podemos oir, en ocasiones, acusacio
nes a determinadas personas de no practicarlo, de "cerrarse al diá
logo". Lo cual equivale, en ciertos medios, a un auténtico anatema.
Pues hien, este. diálogo, publicado en los periódicos, anun
ciado por la propaganda, predicado por sacerdotes, profesado
por profesores, ¡;qu1é es?
En sí, la palabra "diálogo" es susceptible de encerrar muy
diversos significados, desde
el diálogo socrático hasta el diálogo
teatral. Por supuesto,
el "diálogo" que tan insistentemente se
nos recomienda practicar en
la actua)idad, no se refiere a cual
quiera de esas posibles acepciones de
la palabra, sino a nna
muy determinada.· Y no es de
extrañar que
los partidarios de
esta forma de comunicación hayan
puesto un especial cuidado
en
definirla y distinguirla nítidamente de lo que ellos llaman
"el diálogo
en sentido amplio'·'. Incluso, para mayor claridad,
han recnrrido al uso de distintos adjetivos.
Especifican el "diá
logo" qne propugnan como "diálogo político" ( en sentido de que
se refiere al bien común en sentido amplio), como "verdadero
diálogo" (en oposición a
cualquier otra cosa susceptible de ser
designada como tal), como "Diálogo Fraterno" ( que
algunas
incluso escriben con mayúscula), etc.
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VLADIMIRO LAMSDORPP GALAGANE
Lo que aquí nÜs interesa, desde luego, no es la denominación
en sí, sino el significado concreto que encierran todos estos
adjetivos,
;por lo demás acumulables e intercambiables. Intenta
remos hacerlo de la mano de uno de sus más conocidos pro
pugnadores, el R. P. Georges-Dominique Pire, O. P., Premio
Nobel de la Paz 1958
(!), y nos planteamos al respecto cuatro
preguntas fundamentales.
l. ¿ Quién dialoga?
Primero, ¿quién "dialoga", o tiene que dialogar? No nos
suelen responder .claramente los
¡,artidiarios del
diálogo. Por
lo general, emplean fórmulas ambiguas como "los hombres de
buena voluntad",
"los hombres" en
general, o
bien -muy a
me
nudo--n1osotros. Esta última palabra siempre está presente,
bajo una u otra forma, toda vez que se trata de subrayar la
necesidad del "diálogo".
En tales ocasiones, sus partidiarios
plantean
el problema como una exigencia ética incondicionada,
un imperativo categórico, dirigido a los miembros del grupo a
que dicen ¡pertenecer. En nuestro caso, dirigido por determinados
cató1icós a todos los
c.atólicos.
Sabido
es que para que haya "diálogo", se necesitan dos
partes. ¿ Cuál es "la otra"? ¿ Con quién hemos de dialogar? Ahí
la respuesta es explícita. "Con quienes difieren de nosotros" (2:).
O sea,
cÜn los
no miembros del
grupo dado.
Los católicos, con
los no católicos. Los cristianos en general, con los no-cristianos.
Los creyentes en general, con los ateos. Muy especialmente, con
los marxistas.
De hecho, el ,principal impacto publicitario se hace en el
"diMogo" entre católicos y marxistas. A juzgar por la impor-
(i) Geor·;es Dominique Pire, O. P., Diálogos verdaderos y diálogos
falsos,
trad. M. Zorrilla Ruiz, en Sociología para la convivencia, Zyx,
Madrid, 1966, 23 y sigs.
(2) Pire,
cp. cit., pág. 24,
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tancia que le dan los medios informativos, no estamos lejos de
suponer que éste es el único "diálogo" recomendado, e incluso,
practicado. Naturalmente, esto es sólo una
suposició~, pero
de lo
que sí tenemos constancia cierta es de que
con ,fos, católicos
que
pongan en duda la necesidad de dicho diálogo;
no. se dialoga.
La exigencia de diálogo va dirigida desde dentro del grupo
hacia fuera de
él. En ningún caso hacia dentro, como exigencia
de diálogo entre diferentes miembros del mismo grupo. Por lo
demás, los católicos partidiarios del "Diálogo" tratan a los ca
tólicos que no se adhieren incondicionalmente a su opinión con
una hostilidad no disimulada. Como escriben textualmente, "quien
no es caipaz de abrirse al Diálogo, es un fanático" (3). Y en
estos "fanáticos" ven a sus principales
enemigos'.
2.
¿En qué
consiste el
dialogar?
A
nuestra segunda pregunta, la respuesta parece obvia. ¿ En
qué consiste el
dialogar? Evidentemente, en hablar una per
sona con otra. Pero en realidad, no es .tan simple.
¿ Qué califi
cativo merece, .por ejemplo, eso que el autor de estas líneas ha
practicado multitud de veces, de encerrarse
él y _algún amigo
marxista,
con una botella
y amplia provisión de cigarrillos, y
pasarse toda una tarde discutiendo? No parece clasificable como "diálogo" sino con muchas salvedades
y reparos: "Si la actitud
era
de ...
Si de la índole de los argumentos
e111¡pleados no
se des
prende que ... , etc."
En cambio, son incondicionalmente acep-
tados
como "auténticos djálogos" los encuentros entre católicos
y marxistas de. Colonia (1%4), de Salzburgo (1%5) y algnnos
análogos.
De lo
que
,parece desprenderse que
se consídera
pré
ferible
el "diálogo" en
presencia de
Prensa, Radio
y TV., inevi
tablemente presentes en tales encuentros.
¿ De qué se habla durante el diálogo? Las respuestas son in
equívocas.
Se habla de lo más básico
y fundamental. De la visión
(3) !bid., pág. 24.
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del mundo en general. De la ideología de los dialogantes. De
religión. De lo que afecta a la convivencia,
al bien común, a la
paz
mundial (
4).
Se supone
previamente que. en todas estas cuestiones, las
partes en diálogo no están de a.cuerdo. Ello se admite
expresa
mente, se considera inevitable (5), e incluso deseable (6).
3. ¿Bajo qué condiciones?
Lo que insistentemente subrayan los partidarios del "diálo
go", más que los presupuestos anteriormente enumerados, que tienden a sobreentenderse
ipor obvios,
son las condiciones que
hacen un diálogo "verdadero", "fraterno" o análogamente ad
jetivable, en oposición a los diálogos
"falsos", "unilaterales",
''
de sordos", etc. Una de las condiciones, insistentemente afirmada, es la
liber
tad en el diálogo. Por esta razón, se declara imposible el "diálo
go" entre
"el fuerte y el débil", entre la mayoría y la mino
ría, etc., salvo que "se creen las condiciones necesarias para
dejar hablar a los humildes y escuchar el clamor de los débiles",
como exigencia
"previa a
considerar la posibilidad del Diálo
go"
(7). Lo cual denota una cierta tendencia a la supresión de la
autoridad
como tal (8).
(4) !bid., págs, 28-29. Pedro Laín Entralgo, Sobre el diálogo y sus
condiciones, "Revista de Occidente", 1963 (2.P-ep., 1/1) 101 y sigs., pág. 102.
(5) Pire,
op. cit., pág. 28.
(6) !bid,
(7) !bid., pág, 30.
(8) Lo cual se apoya en unas premisas totalmente inexactas. Libertad,
tanto para expresar nuestras opiniones o nuestros problemas, como para
cualquier otra cosa, tenemos todos
por el
mero hecho de ser
hombre::.
Por
esta misma razón, tenernos
en nosotros mismos la posibilidad de
imponernos ante la coacción externa.
En este caso, si algunos "débiles"
de los que habla Pire no tienen los medios materiales, o
el valor de hacer
oir aisladamente su voz, que se
unain para
hacerlo. Al fin y al cabo, son
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Se subraya también reiteradamente que el diálogo se ha de
llevar a cabo "con
respeto a la opinión y a la persona del otro".
La segunda de estas exigencias, el respeto a la persona, se com
prende fácilmente. Pero
¿ qué se entiende exactamente por res
peto a una opinión? Sencillamente el dejarla existir como ella es.
El diálogo ha de ir encaminado a "tratar de comprender y
estimar
¡positivamente las
opiniones ajenas, aunque no se com
partan" (9). Comprender y estimar positivamente. La expresión
es muy fuerte.
4. ¿Para qué?
Pero donde realmente nos as<1lta la duda es al preguntar
¿ para qué se dialoga? En efecto, se excluye expresamente la
posibilidad de llegar a un pleno acuerdo en base a una de las opiniones en litigio. El Diálogo, escribe
el P. Pire, ha de ser
cuidadosamente distinguido de lo que sean "conversaciones, in
fluencias, contactos o apostolado" (10). El mismo
especifica que
a
la Encíclica
Ecclesiam Suam, que trata del "Diálogo de Sal
vación", "sería erróneo estimarla dirigida a estimular o promo
ver el Diálogo Fraterno en sentido estricto" (11).
En cambio, se admite expresamente, en el diak,gante, "el
riesgo a las transformaciones del propio pensamiento y quizá a
la .pérdida de sí mismo'' (12). El sentido de estas palabras, cuando el llamamiento al "Diálogo" va dirigido a católicos, no
puede ser más inequívoco: incluye el riesgo, por parte de éstos, a
perder la fe. Sin embargo, como vimos, no incluye la lógica
hombres y no niños a quienes es indispensable crear condiciones externas
favorab1es
y tuitivas. Por lo demás, si así se hiciera, el propio P. Pire se
C'ncargaría, con toda seguridad,
de hablar de "paternalismo".
(9) Pire,
op. cit., pág. 24.
(10) Ibid., pág. 25.
(11) !bid.
(12) [bid., pág. 23 (cita de Jean Lacroix, tomada por su cuenta por
el P. Pire).
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contrapartida a dicho riesgo, que seria la posibilidad de conver
tir al contrincante. Todo lo más que se admite es una vagorosa posibilidad de
que de las verdades relativas esgrimidas por los dialogantes surja
una verdad más elevada (que puede-llamarse "convivencia",
"mutua -perfección", "armonía universal" o cualquier término
análogo). En ocasiones, se admite
e~resamente el
origen hege
liano de la idea (13).
5.
El mito del diálogo.
Pues bien, el "Diálogo Fraterno" así entendido es un mito.
Lo es por una razón muy sencilla: por ser impracticable; por ser
absolutamente imposible de llevar a cabo en la vida real. Y es
impracticable no tanto por razones pragmáticas o éticas (14),
sino; en primer lugar, por consideraciones puramente lógicas.
En efecto: se parte de la hipótesis de que el diálogo re
quiere dos o más ideologías contrapuestas, o al menos
distintas.
Su existencia se da por supuesta.
Pero para que
sus representantes entren en "Diálogo Frater
no", es .preciso que estén
¡previamente de acuerdo al menos en
una cosa: en que van a dialogar. Sólo hay diálogo si ambas
partes están dispuestas a
él. Este previo acuerdo, a su vez,
significa que ambas
partes ·admiten que
es deseable, o incluso
necesario, el
diálogo mismo, tal como están dispuestas a practi
carlo: o sea, con todas las condiciones e
implicaciones que
bre
vemente acabamos de considerar.
Ahora bien, una de estas
implicaciones es
la idea hegeliana
de que el
"Espíritu" camina
.por contradicciones
y síntesis su
cesivas hacia la armonía universal. Sin la admisión, al menos
(13) !bid., pág. 24.
(14) Que por lo demás, tampoco hay que olvidar. Cfr. a este res
pecto Jean Ousset,
Las condiciones de un verdadero diálogo, VE.Roo, 1966
(5/47-48), 415 y sigs.
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implícita, de esta idea, el diálogo tal como lo hemos definido
carece de sentido. Pero si dos ideologías admiten esta idea, se
trata de dos ideologías hegelianas. Lo cnal pugna con la hi-
pótesis.
·
Pugna
con la hipótesis,
porque dos
ideologías hegelianas no
pueden realmente ser consideradas como
distintas. Por el con
trario, en sus aspectos esenciales -----,precisamente sobre los cuales
debe versar el diálogo-- son ideologías úlénticas. Las diferen
cias entre ellas sólo pueden ser accidentales, de mero detalle.
Por consiguiente, con el diálogo tal como lo define el P. Pire,
y tras él numerosos católicos que convenimos en llamar "pro
gresistas", ocurre necesariamente una de dos: o bien un enfren
tamiento de dos ideologías realmente distintas, en cuyo caso
el
diálogo entre ellas es imposible, porque al menos una de las
partes se negará a
practicarlo sobre
las bases propuestas. O bien,
una confrontación de dos ideologías hegelianas, en cnyo caso el
diálogo entre ellas es inútil, por estar ambas previamente de
acuerdo en los
puntos esenciales. Es más, en esta última hipó
tesis, de un diálogo entre dos ideologías hegelianas, como cada
parte se compromete a respetar las opiniones de la otra _(o sea,
a no contradecirlas), ni se conseguiría allanar las posibles dife
rencias accidentales entre ambas, ni se llegaría a ningún acuer
do en cuestiones
fundatr1t-ntales, por
existir dicho acuerdo ya
antes de empezar el diálogo.
6. ¿ Qué encubre el mito?
Pero entonces, si es así,
¿ por qué continúan existiendo, sobre
todo entre cristianos,
y en número cada vez mayor, partidarios
y propugnadores del "Diálogo"? Desde luego, no hay ningún
mito que se pro¡pague por consideraciones estéticas o humorísti
cas. Si
hay mito, es que encubre o justifica algo práctico e inme
diato. Veamos, pues, cuáles son las implicaciones -también des de un punto de vista meramente lógico-- de una
postura "abierta
al diálogo" en un cristiano.
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El que un católico esté dispuesto a "tratar de comprender y
estimar positivamente las
opiniones ajenas,
aunque no las com
parta", en
la creencia que de ello resultará algún bien y se pro
gresará en
la verdad, tal vez no implica en él una "hegelización"
consciente. Pero supone en todo caso, por su parte, el admitir
que la doctrina que él profesa es susceptible de ser "sintetizada"
0 "perfeccionada" (cuando no "transcendida") con ayuda de
otra contrapuesta. Contrapuesta, entiéndase bien, en lo esencial.
Lo cual, a su vez, implica qÚe este católico deja de considerar a
su doctrina como la Verdad absoluta, más allá y fuera de la
cual no hay otra posible, dado que su postura afecta no ya sólo
a
la doctrina social de la Iglesia, sino a lo más central y fonda
mental:
al Dogma. El hablar,
pues, de
"Diálogo"
implica consi
derar
a la
propia doctrina
corno una verdad relativa, de rango
igual
a la que en el "diálogo" se le contrapone, y con ayuda
de la
cual se
trata de llegar a otra verdad superior que las
armonice y comprenda a ambas.
Pero tal postura,
a su vez, significa que estos "católicos"
renuncian expresamente a la creencia de que las verdades que
profesan han sido reveladas
por Dios de una vez y para siempre,
y
de que el
Pa,pa está
asistido por
el Espíritu Santo en su ma
gisterio ordinario.
Ahora bien, resulta que la fe católica consiste precisamente
en estas creencias. La renuncia a ellas tiene por tanto un nombre
muy preciso. Se llama apostasía. No ya herejía, que consistiría
en apartarse de
alguna de
las verdades reveladas, sino apostasía
propiamente dicha,
pues consiste en afirmar implícitamente que
no existe
ninguna verdad
fija e inmutable,
y por tanto, ninguna
verdad
revelada.
7. La "apertura".
El "diálogo" tal como en los nombrados sectores católicos
se predica, es ¡pues, un mito. Pero un mito que encubre un hecho
desgraciadamente muy real: la apostasía.
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Si ahora recapitulamos a la luz de este hecho las notas que
señalamos en el "Diálogo"
prü1pugnado por el P. Pire y sus
partidarios, descubrimos que todas ellas tienen su razón de ser. Todo se
explica. Por
ejemplo, un hecho que los no "progresis
tas" encuentran particularmente irritante,
y es el siguiente: lo
que realmente hacen los propugnadores católicos de
"la apertura
al
diálogo" no es tanto entablar, de hecho,
"diálogos" con
los
no católicos (lo cual ya vimos que es o imposible, o inútil), sino
hablar del diálogo a los demás católicos. Y si es que alguna vez
se emprende con alguien una
apariencia de
diálogo, se hace, como
ya señalamos, con bombo y platillo,
empleando todos
los medios
actuales de difusión y propaganda. Lo subrayado en dicha
pro
paganda
es
meramente
el hecho de que el diálogo tuvo lugar:
que se
encontraron católicos
y marxistas en tal número, en tal
lugar y tal fecha. De lo tratado en el encuentro apenas se habla.
Por lo demás, los resultados concretos del diálogo no se declaran
casi nunca "satisfactorios" (lo
cual sería, ¡por cierto, muy de
extrañar), sino
,rprometedores''.
Todo
ello es muy lógico, si tenemos en cuenta que la actitud
básica de este movimiento a favor del "Diálogo" es la apostasía
de
la fe. Todo apóstata tiende evidentemente al proselitismo: si
ha abandonado su fe, es que
la considera como un mal, y un mal
hay que evitárselo al mayor número posible de gente. Y bien, lo
que se trata de conseguir es precisamente esto: católicos
"abier
to.s
al
diálogo", pues esta
"apertura" en
sí misma ya implica
una
apostasía inconsciente, que andando
el tiempo se acaba con
virtiendo en apostasía consciente y formal (15), aunque no siem
pre declarada. Esto es lo que se predica, o bien de
palabra, al
modo
tradicional, o bien
por el ejemplo, organizando "diálogos", "colo-
(15) El proceso lo describe admirablemente Plinio Correa de Oliveira,
Trasvase ideológico inadvertido y diálogo, VERBO, 1966 (5/42-43), pági
nas 77 y sigs., págs. 139 y sigs. Y Martirán Brusnó lo demuestra magis
tralmente en el ejemplo de un
tal P. Liégé, O. P., en quien (como en tan
tos otros) son inseparables la insistencia en el diálogo y el ataque furibundo
a toda
e.Jase de "integrismos" (España en el diálogo~ Ed. Vicente Ferrer,
Earcelona, 1966, págs. 167-171).
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quios", "encuentros", etc. Lo que en tales casos interesa destaéar en
el.
mero
hecho de que
twvo lugar el "diálogo"; lo que en él se dijo,
en
el fondo, no tiene importancia. El papel del marxista en estos
"diálogos" es meramente instrumental. No van encaminados a
influir en
él directa ni indirectamente. Van encaminados a in
fluir en los demás católicos. De los marxistas, sólo se requiere
la presencia física.
También
es lógico que el principal enemigo de los católicos
"abiertos" no sean los no-católicos o los ateos, sino los católicos
''fanáticos", "cerrados al diálogo". En efecto, el principal ene
migo de todo a¡póstata es el que intenta mantenerse firme en la
fe. Hacia él, no hay "apertura" posible.
8. El diálogo y los marxistas.
Lo que sí merece una
explicación aparte,
sin
emba.rgo, es
la
actitud de
los marxistas ante el "diálogo" con los católicos.
Por de
pronto, no nos atreveríamos a afirmar que la idea
misma de "diálogo" -en la -acepción que hemos examinado-
haya sido Ianzada por marxistas. No hemos conseguido averiguar
su procedencia
exacta, pero
juzgamos lo más verosímil que lo
haya hecho algún apóstata de fecha reciente (16), deseoso de
ocultar, o bien de justificar y propagar su actitud (más
probable
mente,
todo esto a la vez).
Los marxistas, por el contrario, se
yieron colocados
anie un dilema. Su ideología, pese a todas
las
apariencias y declaraciones, e incluso a ciertas nuevas orientacio
nes, es muy poco hegeliana: un marxista se cree en posesión de
la verdad fija e inconmovible, e incluso, del único conocimiento científico y omnicomprensivo posible
(17). Le es, pues. imposi-
(16) El mito. desde luego, ··fue lanzado no hace mucho, posible
mente
ya después
de ·
ta muerte de
Stalin.
En todo caso, después de la
segunda guerra m!l1lldia1.
(17) Invariablemente encontramos, al principfo de cualquier tratado,
manual
o monografía expositiva de este pensamiento, frases de este tipo:
11El materialismo dialéctico e histórico constituyen la cosmovisión co-
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ble, en princ1p10, aceptar el "diálogo" prnpuesto sobre las bases
que hemos visto. Por otra parte, los diversos partidos comunistas
-pasando ya a consideraciones tácticas- se dieron cuenta del
partido que podían sacar del mito del diálogo, en orden a hacer
cuantos más apóstatas se pueda en la Iglesia católica y, de ser
posible, captar
para sí
a los ya existentes.
Se resolvió el problema acudiendo a la división del trabajo,
como muy claramente se pudo notar en los ya mencionados en
cuentros de Colonia
y Salzburgo. Los comunistas occidentales,
para quienes son problemas vitales tanto el del proselitismo como
el de la lucha contra la Iglesia, se prestaron -y se siguen
pres
tando--
a
la maniobra con mucho gusto. Los comunistas orien
tales en el poder, en cambio, muy celosos de la unidad ideológica
de sus pueblos, y que en su lucha contra la Iglesia disponen de
otros
medios, boicotearon los
encuetltros. Para
ellos, en efecto,
lo vital es no demostrar la menor fisura en su ideología, la menor
concesión a cualquier otra, o la menor admisión implícita de que
alguna de éstas pueda comportar una parcela de verdad que no
afirme también el marxismo. El "abrirse al diálogo" ellos tam
bién, como
vimos, implicaría al menos esto último, por lo cual
se guardaron mucho de hacerlo. Desde entonces, si bien se han
mostrado dispuestos a enviar personal a encuentros con
católi
cos ~personal cuidadosamente seleccionado, por surrxiesto---, ha
sido siempre con
el mayor sigilo y con exclusión absoluta de
cualquier publicidad en el interior de sus países.
9. El diálogo
y los católicos.
Ya sabemos, pues, en qué consiste
y qué implica el "Diálogo
herente y unitaria de la clase obrera, que da una explicación consecuen
temente materialista a todos los fenómenos de la realidad" (D.
l. Chesnokov,
lstorícheskiy Matieriallism (Materialismo histórico), Muysll, Moskvá, 1964,
pág. 5). "En la historia de la filosofía no hubo, ni hay, ninguna filosofía,
a excepción de la marxista, capaz de dar una. explicación coherente,
consecuente y científica de todos los fenómenos naturales y sociales"
([bid., pág. 6)_
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VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
Fraterno" que desde determinados ambientes tanto se nos re
comienda. Y ante eso1 ¿ qué hemos de hacer ?
Por de pronto, no solucionaríamos nada interrumpiendo o
evitando todo contacto con los no católicos (marxistas inclusive),
alegando que tal contacto sería "diálogo". Menos solucionaría
mos aun atacando la idea misma de diálogo. Por el contrario, el
diálogo con los que no participan de su fe es para todo católico
un deber. El
deber de evangelización que recordó Pablo VI en
su primera Encíclica
(18). Evangelización por la palabra y por
el ejemplo, no
exclusivamente por este
último
(19). De la evan
gelización por la palabra, por el razonamiento, por la lógica,
habló el Papa con mucha claridad. Habló de la posibilidad de
llevar a un ateo a Dios
JX>r la
vía de la razón, al ponerle de
manifiesto lo ilógico, fragmentario y voluntariamente superficial
de su postura (20). Y claro, para eso hay que hablarle al ateo,
discutir con él, comprenderlo y convencerlo (21). Habló Pablo VI,
en una palabra, del diálogo de salvación, nacido de la caridad,
que ha de realizar la Iglesia a través de cada uno de sus miem
bros (22).
(18) Ecclesiam Suam, cap. 3. Y con no menor ms1stencia, el Concilio
Vaticano
II fConstitución sobre la lgleS1.°a, c. 4, 35; Decreto sobre el
apostolado de los seglOJYes, passim).
(19) Cfr. Concilio Vatica:no II, Decnto sobre el apostolado de los
seglares,
2, 6.
(20)
Ecclesiam Suam, "Acta Apostolicae Sedis", 1964 (56/10), 609 y si
guientes, pág. 653.
(21) No queremos decir que haya de hacerse sin adoptar determina
das precauciones. Por de pronto, es deseable un previo conocimiento de
la ideología del interlocutor, y es, desde luego, abrnlutamente indispensa
ble un sólido conocimiento de la doctrina
propia, que se compromete uno
a
defender. Por
otra
parte, no
es
propicio todo tiempo, lugar_ y
ocasión.
Sobre estas condiciones,
-cfr. más concretamente, inspirándose en la Ec
clesiam Suam, Juan Labrador, O. P., A Dialogue With Communism?,
"Philippiniana
Sacra"
19§6 (1/1), 137 y sigs., -pág. 151 y sigs. En general,
cfr. el cap, 6 del
Decreto_ sobre
el
apostolado de
los seglares, del Con
cilio Vaticano
II.
(22)
Ecclesiam S1tam, ed cit., pág. 642. Sobl'e la importancia de este
documento, cada día menos comentado, cfr. Agustín de Asís, Puntos de
190
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EL MITO DEL DIALOGO
Ahora bien, esto no consiste en hablar de diálogo, sino en
practicarlo. En practicarlo, por Slllpllesto, con los no católicos;
pero los ·que necesitan, más que nadie, de apostolado, son los
católicos que actualmente se encuentran cerca de la apostasía.
La catolicidad ha estado sometida, y sigue sometida, a un intenso
bombardeo propagandístico de mitos diversos, entre los cuales
el del
¡¡Diálogo" ocu.pa un
lugar destacado. No es, pues, de ex
trañar que se haya conseguido intoxicar a un número muy con
siderable de fieles. Y a éstos es necesario y urgente explicarles1
con todos los medios a nuestro alcance, qué hay debajo de tales
mitos y adónde llevan. No sólo existen los "hermanos separa
dos"; también hay que acordarse de los "hermanos contagiados".
Ahora bien, en este último caso se nos ,puede oponer una ob·
jeción, .tal vez no muy sólida, pero de indudable "garra" polé
mica. Es la siguiente: que consideramos el diálogo como un deber,
pero un deber que se
concreta a
oponerse
al diálogo. O sea, dia
logamos para convencer a los demás de que .no se dialogue.
Por supuesto, de todo lo dicho hasta ahora se desprende que
no se trata de esto. Que lo atacado no es el diálogo en sí, sino
el mito del diálogo. El diálogo-mito .no es lo mismo que el di~lo
go
real
y efectivo. Es más, vimos que el diálogo-mito implica
más bien
ausencia de diálogo real. Lo que hay de mito en el
diálogo, como vimos, estriba más que nada en el problema del
fin del mismo. El diálogo real sólo se puede concebir como
urn
medio~ entre otros ¡posibles medios, de difundir la fe cristiana. Lo
que hay en
él de mito consiste en presentarlo como un fin. en sí.
El diálogo real, lo consideramos "bueno" o "malo" según los
resultados obtenidos: bueno si hemos conseguido inclinar al in
terlocutor hacia nuestra fe, malo en el caso contrario. Ambas
posibilidades están siempre abiertas, pues no todo diálogo tiene
necesariamente éxito. El diálogo-mito, en cambio, nos es pre sentado como un
bien en sí. Se nos dice que lo bueno es el mero
hecho de dialogar, independientemente del posible resultado; o
vista sobre la Endclica Ecclesiam-""J~uam, "Anales de la Cátedra Francisco
Suárez", 1964 (4/1) págs. S, y sigs.
191
Fundaci\363n Speiro
VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
más aún, que el resultado positivo se -producirá- automáticamente
con motivo de la generalización del "diálogo", y que cada diálo
go concreto es por esto mismo un bien.
La distinción es, pues, muy clara. El fin último que persigue
el diálogo cristiano es la universalidad de la fe cristiana. El fin
último del diálogo-mito es la
Hapertura ", o dicho en términos
tradicionales, la apostasía. Y ante esto, también nuestra
posición ha
de ser muy clara.
El diálogo
que como
seglares estamos dispuestos a practicar,
de acuerdo con las directrices pontificias
y las del Concilio Va
ticano II,
es
el diálogo fundamentado en el principio de cari
dad (23). Tan necesario es practicarlo con los no católicos como
con los católicos (24). Consiste en comunicarse con claridad,
afabilidad, prudencia,
sobre todo ,m confianza, lo cual, evidente
mente, excluye toda publicidad (25). Con los no católicos, tal
coloquio versará sobre las verdades fundamentales de la fe. Ver
sará sobre este tema querémoslo o no, pues incluso un diálogo co
menzado sobre temas
ix>líticos o
sociales, tarde o temprano
tendrá que llegar a la zona de los fines últimos. En cuanto a
las, condiciones, es evidente la del respeto a las personas, toda vez
que sea posible. En cambio, el respeto a la opinión contraria, si
bien
ba de admitirse en la zona de las verdades naturales (26),
(23) Decreto sobre el apostolado de los seglall'es, del Concilio Vati
cano II, 1, 3.
(24) "Los católicos, en la acción ecuménica, deben, sin duda, preocu
parse
de los hermanos
separados~ orando :por ellos,
tratando con ellos de
las cosas de la Iglesia y adelantándose a su encuentro. Pero, antes que
nada, los
católicos, con
sincero y atento
ánimo, deben
considerar todo
aquello que
oo la propia familia católica debe ser renovado y llevado
a cabo para que la vida católica dé un más fiel y más claro testimonio de
la doctrina
y de las normas entregad.as por Cristo a través de los Apósto
les"
(Decreto sobre el ecumenismo, del
Concilio
Vaticano II,
1, 4). ¿Y
quién negará que
el fenómeno más indeseable, dentro de la propia Iglesia,
es
la
apostasía encubierta?
Poco importa que el apóstata no nos convoque
a "diálogo". Hemos de
buscarlo y
dialogar
no.rotros con él.
(25) Ecclesiam Suam, ed. cit., págs. 644-645.
(26) Hay que recordar, con SaL11to Tomás, que respecto de las con-
192
Fundaci\363n Speiro
EL MITO DEL DIALOGO
es inadmisible en cuanto a las verdades fundamentales. Y por supuesto, el fin del diálogo
ha de ser el llegar a un acuerdo; no
siempre se podrá conseguir en la práctica, pero no por ello
la
intención ha de ser distinta (27). Y el fin último, para el que
se busca el acuerdo, no es sino el Reino de Cristo en la tierra,
no sólo en lo espiritual, sino también, como muy particularmente
subraya el Concilio Vaticano II, en lo temporal (28).
clusiones particulares de la razón especulativa. la verdad es idéntica en
todos, pero no todos la conocen igualmente. Y en las conclusiones par
ticulares de la razón práctica, ni la verdad o rectitud es idéntica en todos
los
hombres, ni cuando lo .es, es
igualmente conocida. (S. Th., 1-2,
q. 94, a. 4).
('O) Ecclesiam Suam, ed. cit., pág. 644.
(28) Decreto sobre el apostolado de los seglMes, 2, 7.
193
,,
Fundaci\363n Speiro
POR
V LADIMIRO LAMsooRFF-GALAGANE..
Profesor A. de Filosofía del Derecho de la Universidad
de Santiago de Compostela.
Oímos mucho hablar, últimamente también en España, de
d1.álogo. Oímos decir que es algo muy bueno, que es algo impres
cindible, incluso, para alcanzar nuestra
~'autenticidad humana".
Oímos
ensalzar en los más diversos órganos
informativos a
qÚien lo
practica,
y oímos proclamar a los ouati:-o vientos todas
las circunstancias del caso cada vez que un "diálogo" parece
haber tenido lugar.
Timb~én podemos oir, en ocasiones, acusacio
nes a determinadas personas de no practicarlo, de "cerrarse al diá
logo". Lo cual equivale, en ciertos medios, a un auténtico anatema.
Pues hien, este. diálogo, publicado en los periódicos, anun
ciado por la propaganda, predicado por sacerdotes, profesado
por profesores, ¡;qu1é es?
En sí, la palabra "diálogo" es susceptible de encerrar muy
diversos significados, desde
el diálogo socrático hasta el diálogo
teatral. Por supuesto,
el "diálogo" que tan insistentemente se
nos recomienda practicar en
la actua)idad, no se refiere a cual
quiera de esas posibles acepciones de
la palabra, sino a nna
muy determinada.· Y no es de
extrañar que
los partidarios de
esta forma de comunicación hayan
puesto un especial cuidado
en
definirla y distinguirla nítidamente de lo que ellos llaman
"el diálogo
en sentido amplio'·'. Incluso, para mayor claridad,
han recnrrido al uso de distintos adjetivos.
Especifican el "diá
logo" qne propugnan como "diálogo político" ( en sentido de que
se refiere al bien común en sentido amplio), como "verdadero
diálogo" (en oposición a
cualquier otra cosa susceptible de ser
designada como tal), como "Diálogo Fraterno" ( que
algunas
incluso escriben con mayúscula), etc.
179
Fundaci\363n Speiro
VLADIMIRO LAMSDORPP GALAGANE
Lo que aquí nÜs interesa, desde luego, no es la denominación
en sí, sino el significado concreto que encierran todos estos
adjetivos,
;por lo demás acumulables e intercambiables. Intenta
remos hacerlo de la mano de uno de sus más conocidos pro
pugnadores, el R. P. Georges-Dominique Pire, O. P., Premio
Nobel de la Paz 1958
(!), y nos planteamos al respecto cuatro
preguntas fundamentales.
l. ¿ Quién dialoga?
Primero, ¿quién "dialoga", o tiene que dialogar? No nos
suelen responder .claramente los
¡,artidiarios del
diálogo. Por
lo general, emplean fórmulas ambiguas como "los hombres de
buena voluntad",
"los hombres" en
general, o
bien -muy a
me
nudo--n1osotros. Esta última palabra siempre está presente,
bajo una u otra forma, toda vez que se trata de subrayar la
necesidad del "diálogo".
En tales ocasiones, sus partidiarios
plantean
el problema como una exigencia ética incondicionada,
un imperativo categórico, dirigido a los miembros del grupo a
que dicen ¡pertenecer. En nuestro caso, dirigido por determinados
cató1icós a todos los
c.atólicos.
Sabido
es que para que haya "diálogo", se necesitan dos
partes. ¿ Cuál es "la otra"? ¿ Con quién hemos de dialogar? Ahí
la respuesta es explícita. "Con quienes difieren de nosotros" (2:).
O sea,
cÜn los
no miembros del
grupo dado.
Los católicos, con
los no católicos. Los cristianos en general, con los no-cristianos.
Los creyentes en general, con los ateos. Muy especialmente, con
los marxistas.
De hecho, el ,principal impacto publicitario se hace en el
"diMogo" entre católicos y marxistas. A juzgar por la impor-
(i) Geor·;es Dominique Pire, O. P., Diálogos verdaderos y diálogos
falsos,
trad. M. Zorrilla Ruiz, en Sociología para la convivencia, Zyx,
Madrid, 1966, 23 y sigs.
(2) Pire,
cp. cit., pág. 24,
180
Fundaci\363n Speiro
EL MITO DEL DIALOGO
tancia que le dan los medios informativos, no estamos lejos de
suponer que éste es el único "diálogo" recomendado, e incluso,
practicado. Naturalmente, esto es sólo una
suposició~, pero
de lo
que sí tenemos constancia cierta es de que
con ,fos, católicos
que
pongan en duda la necesidad de dicho diálogo;
no. se dialoga.
La exigencia de diálogo va dirigida desde dentro del grupo
hacia fuera de
él. En ningún caso hacia dentro, como exigencia
de diálogo entre diferentes miembros del mismo grupo. Por lo
demás, los católicos partidiarios del "Diálogo" tratan a los ca
tólicos que no se adhieren incondicionalmente a su opinión con
una hostilidad no disimulada. Como escriben textualmente, "quien
no es caipaz de abrirse al Diálogo, es un fanático" (3). Y en
estos "fanáticos" ven a sus principales
enemigos'.
2.
¿En qué
consiste el
dialogar?
A
nuestra segunda pregunta, la respuesta parece obvia. ¿ En
qué consiste el
dialogar? Evidentemente, en hablar una per
sona con otra. Pero en realidad, no es .tan simple.
¿ Qué califi
cativo merece, .por ejemplo, eso que el autor de estas líneas ha
practicado multitud de veces, de encerrarse
él y _algún amigo
marxista,
con una botella
y amplia provisión de cigarrillos, y
pasarse toda una tarde discutiendo? No parece clasificable como "diálogo" sino con muchas salvedades
y reparos: "Si la actitud
era
de ...
Si de la índole de los argumentos
e111¡pleados no
se des
prende que ... , etc."
En cambio, son incondicionalmente acep-
tados
como "auténticos djálogos" los encuentros entre católicos
y marxistas de. Colonia (1%4), de Salzburgo (1%5) y algnnos
análogos.
De lo
que
,parece desprenderse que
se consídera
pré
ferible
el "diálogo" en
presencia de
Prensa, Radio
y TV., inevi
tablemente presentes en tales encuentros.
¿ De qué se habla durante el diálogo? Las respuestas son in
equívocas.
Se habla de lo más básico
y fundamental. De la visión
(3) !bid., pág. 24.
181
Fundaci\363n Speiro
VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
del mundo en general. De la ideología de los dialogantes. De
religión. De lo que afecta a la convivencia,
al bien común, a la
paz
mundial (
4).
Se supone
previamente que. en todas estas cuestiones, las
partes en diálogo no están de a.cuerdo. Ello se admite
expresa
mente, se considera inevitable (5), e incluso deseable (6).
3. ¿Bajo qué condiciones?
Lo que insistentemente subrayan los partidarios del "diálo
go", más que los presupuestos anteriormente enumerados, que tienden a sobreentenderse
ipor obvios,
son las condiciones que
hacen un diálogo "verdadero", "fraterno" o análogamente ad
jetivable, en oposición a los diálogos
"falsos", "unilaterales",
''
de sordos", etc. Una de las condiciones, insistentemente afirmada, es la
liber
tad en el diálogo. Por esta razón, se declara imposible el "diálo
go" entre
"el fuerte y el débil", entre la mayoría y la mino
ría, etc., salvo que "se creen las condiciones necesarias para
dejar hablar a los humildes y escuchar el clamor de los débiles",
como exigencia
"previa a
considerar la posibilidad del Diálo
go"
(7). Lo cual denota una cierta tendencia a la supresión de la
autoridad
como tal (8).
(4) !bid., págs, 28-29. Pedro Laín Entralgo, Sobre el diálogo y sus
condiciones, "Revista de Occidente", 1963 (2.P-ep., 1/1) 101 y sigs., pág. 102.
(5) Pire,
op. cit., pág. 28.
(6) !bid,
(7) !bid., pág, 30.
(8) Lo cual se apoya en unas premisas totalmente inexactas. Libertad,
tanto para expresar nuestras opiniones o nuestros problemas, como para
cualquier otra cosa, tenemos todos
por el
mero hecho de ser
hombre::.
Por
esta misma razón, tenernos
en nosotros mismos la posibilidad de
imponernos ante la coacción externa.
En este caso, si algunos "débiles"
de los que habla Pire no tienen los medios materiales, o
el valor de hacer
oir aisladamente su voz, que se
unain para
hacerlo. Al fin y al cabo, son
182
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EL MITO DEL DIALOGO
Se subraya también reiteradamente que el diálogo se ha de
llevar a cabo "con
respeto a la opinión y a la persona del otro".
La segunda de estas exigencias, el respeto a la persona, se com
prende fácilmente. Pero
¿ qué se entiende exactamente por res
peto a una opinión? Sencillamente el dejarla existir como ella es.
El diálogo ha de ir encaminado a "tratar de comprender y
estimar
¡positivamente las
opiniones ajenas, aunque no se com
partan" (9). Comprender y estimar positivamente. La expresión
es muy fuerte.
4. ¿Para qué?
Pero donde realmente nos as<1lta la duda es al preguntar
¿ para qué se dialoga? En efecto, se excluye expresamente la
posibilidad de llegar a un pleno acuerdo en base a una de las opiniones en litigio. El Diálogo, escribe
el P. Pire, ha de ser
cuidadosamente distinguido de lo que sean "conversaciones, in
fluencias, contactos o apostolado" (10). El mismo
especifica que
a
la Encíclica
Ecclesiam Suam, que trata del "Diálogo de Sal
vación", "sería erróneo estimarla dirigida a estimular o promo
ver el Diálogo Fraterno en sentido estricto" (11).
En cambio, se admite expresamente, en el diak,gante, "el
riesgo a las transformaciones del propio pensamiento y quizá a
la .pérdida de sí mismo'' (12). El sentido de estas palabras, cuando el llamamiento al "Diálogo" va dirigido a católicos, no
puede ser más inequívoco: incluye el riesgo, por parte de éstos, a
perder la fe. Sin embargo, como vimos, no incluye la lógica
hombres y no niños a quienes es indispensable crear condiciones externas
favorab1es
y tuitivas. Por lo demás, si así se hiciera, el propio P. Pire se
C'ncargaría, con toda seguridad,
de hablar de "paternalismo".
(9) Pire,
op. cit., pág. 24.
(10) Ibid., pág. 25.
(11) !bid.
(12) [bid., pág. 23 (cita de Jean Lacroix, tomada por su cuenta por
el P. Pire).
183
Fundaci\363n Speiro
VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
contrapartida a dicho riesgo, que seria la posibilidad de conver
tir al contrincante. Todo lo más que se admite es una vagorosa posibilidad de
que de las verdades relativas esgrimidas por los dialogantes surja
una verdad más elevada (que puede-llamarse "convivencia",
"mutua -perfección", "armonía universal" o cualquier término
análogo). En ocasiones, se admite
e~resamente el
origen hege
liano de la idea (13).
5.
El mito del diálogo.
Pues bien, el "Diálogo Fraterno" así entendido es un mito.
Lo es por una razón muy sencilla: por ser impracticable; por ser
absolutamente imposible de llevar a cabo en la vida real. Y es
impracticable no tanto por razones pragmáticas o éticas (14),
sino; en primer lugar, por consideraciones puramente lógicas.
En efecto: se parte de la hipótesis de que el diálogo re
quiere dos o más ideologías contrapuestas, o al menos
distintas.
Su existencia se da por supuesta.
Pero para que
sus representantes entren en "Diálogo Frater
no", es .preciso que estén
¡previamente de acuerdo al menos en
una cosa: en que van a dialogar. Sólo hay diálogo si ambas
partes están dispuestas a
él. Este previo acuerdo, a su vez,
significa que ambas
partes ·admiten que
es deseable, o incluso
necesario, el
diálogo mismo, tal como están dispuestas a practi
carlo: o sea, con todas las condiciones e
implicaciones que
bre
vemente acabamos de considerar.
Ahora bien, una de estas
implicaciones es
la idea hegeliana
de que el
"Espíritu" camina
.por contradicciones
y síntesis su
cesivas hacia la armonía universal. Sin la admisión, al menos
(13) !bid., pág. 24.
(14) Que por lo demás, tampoco hay que olvidar. Cfr. a este res
pecto Jean Ousset,
Las condiciones de un verdadero diálogo, VE.Roo, 1966
(5/47-48), 415 y sigs.
184
Fundaci\363n Speiro
EL MITO DEL DIALOGO
implícita, de esta idea, el diálogo tal como lo hemos definido
carece de sentido. Pero si dos ideologías admiten esta idea, se
trata de dos ideologías hegelianas. Lo cnal pugna con la hi-
pótesis.
·
Pugna
con la hipótesis,
porque dos
ideologías hegelianas no
pueden realmente ser consideradas como
distintas. Por el con
trario, en sus aspectos esenciales -----,precisamente sobre los cuales
debe versar el diálogo-- son ideologías úlénticas. Las diferen
cias entre ellas sólo pueden ser accidentales, de mero detalle.
Por consiguiente, con el diálogo tal como lo define el P. Pire,
y tras él numerosos católicos que convenimos en llamar "pro
gresistas", ocurre necesariamente una de dos: o bien un enfren
tamiento de dos ideologías realmente distintas, en cuyo caso
el
diálogo entre ellas es imposible, porque al menos una de las
partes se negará a
practicarlo sobre
las bases propuestas. O bien,
una confrontación de dos ideologías hegelianas, en cnyo caso el
diálogo entre ellas es inútil, por estar ambas previamente de
acuerdo en los
puntos esenciales. Es más, en esta última hipó
tesis, de un diálogo entre dos ideologías hegelianas, como cada
parte se compromete a respetar las opiniones de la otra _(o sea,
a no contradecirlas), ni se conseguiría allanar las posibles dife
rencias accidentales entre ambas, ni se llegaría a ningún acuer
do en cuestiones
fundatr1t-ntales, por
existir dicho acuerdo ya
antes de empezar el diálogo.
6. ¿ Qué encubre el mito?
Pero entonces, si es así,
¿ por qué continúan existiendo, sobre
todo entre cristianos,
y en número cada vez mayor, partidarios
y propugnadores del "Diálogo"? Desde luego, no hay ningún
mito que se pro¡pague por consideraciones estéticas o humorísti
cas. Si
hay mito, es que encubre o justifica algo práctico e inme
diato. Veamos, pues, cuáles son las implicaciones -también des de un punto de vista meramente lógico-- de una
postura "abierta
al diálogo" en un cristiano.
185
Fundaci\363n Speiro
VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
El que un católico esté dispuesto a "tratar de comprender y
estimar positivamente las
opiniones ajenas,
aunque no las com
parta", en
la creencia que de ello resultará algún bien y se pro
gresará en
la verdad, tal vez no implica en él una "hegelización"
consciente. Pero supone en todo caso, por su parte, el admitir
que la doctrina que él profesa es susceptible de ser "sintetizada"
0 "perfeccionada" (cuando no "transcendida") con ayuda de
otra contrapuesta. Contrapuesta, entiéndase bien, en lo esencial.
Lo cual, a su vez, implica qÚe este católico deja de considerar a
su doctrina como la Verdad absoluta, más allá y fuera de la
cual no hay otra posible, dado que su postura afecta no ya sólo
a
la doctrina social de la Iglesia, sino a lo más central y fonda
mental:
al Dogma. El hablar,
pues, de
"Diálogo"
implica consi
derar
a la
propia doctrina
corno una verdad relativa, de rango
igual
a la que en el "diálogo" se le contrapone, y con ayuda
de la
cual se
trata de llegar a otra verdad superior que las
armonice y comprenda a ambas.
Pero tal postura,
a su vez, significa que estos "católicos"
renuncian expresamente a la creencia de que las verdades que
profesan han sido reveladas
por Dios de una vez y para siempre,
y
de que el
Pa,pa está
asistido por
el Espíritu Santo en su ma
gisterio ordinario.
Ahora bien, resulta que la fe católica consiste precisamente
en estas creencias. La renuncia a ellas tiene por tanto un nombre
muy preciso. Se llama apostasía. No ya herejía, que consistiría
en apartarse de
alguna de
las verdades reveladas, sino apostasía
propiamente dicha,
pues consiste en afirmar implícitamente que
no existe
ninguna verdad
fija e inmutable,
y por tanto, ninguna
verdad
revelada.
7. La "apertura".
El "diálogo" tal como en los nombrados sectores católicos
se predica, es ¡pues, un mito. Pero un mito que encubre un hecho
desgraciadamente muy real: la apostasía.
186
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EL MITO DEL DIALOGO
Si ahora recapitulamos a la luz de este hecho las notas que
señalamos en el "Diálogo"
prü1pugnado por el P. Pire y sus
partidarios, descubrimos que todas ellas tienen su razón de ser. Todo se
explica. Por
ejemplo, un hecho que los no "progresis
tas" encuentran particularmente irritante,
y es el siguiente: lo
que realmente hacen los propugnadores católicos de
"la apertura
al
diálogo" no es tanto entablar, de hecho,
"diálogos" con
los
no católicos (lo cual ya vimos que es o imposible, o inútil), sino
hablar del diálogo a los demás católicos. Y si es que alguna vez
se emprende con alguien una
apariencia de
diálogo, se hace, como
ya señalamos, con bombo y platillo,
empleando todos
los medios
actuales de difusión y propaganda. Lo subrayado en dicha
pro
paganda
es
meramente
el hecho de que el diálogo tuvo lugar:
que se
encontraron católicos
y marxistas en tal número, en tal
lugar y tal fecha. De lo tratado en el encuentro apenas se habla.
Por lo demás, los resultados concretos del diálogo no se declaran
casi nunca "satisfactorios" (lo
cual sería, ¡por cierto, muy de
extrañar), sino
,rprometedores''.
Todo
ello es muy lógico, si tenemos en cuenta que la actitud
básica de este movimiento a favor del "Diálogo" es la apostasía
de
la fe. Todo apóstata tiende evidentemente al proselitismo: si
ha abandonado su fe, es que
la considera como un mal, y un mal
hay que evitárselo al mayor número posible de gente. Y bien, lo
que se trata de conseguir es precisamente esto: católicos
"abier
to.s
al
diálogo", pues esta
"apertura" en
sí misma ya implica
una
apostasía inconsciente, que andando
el tiempo se acaba con
virtiendo en apostasía consciente y formal (15), aunque no siem
pre declarada. Esto es lo que se predica, o bien de
palabra, al
modo
tradicional, o bien
por el ejemplo, organizando "diálogos", "colo-
(15) El proceso lo describe admirablemente Plinio Correa de Oliveira,
Trasvase ideológico inadvertido y diálogo, VERBO, 1966 (5/42-43), pági
nas 77 y sigs., págs. 139 y sigs. Y Martirán Brusnó lo demuestra magis
tralmente en el ejemplo de un
tal P. Liégé, O. P., en quien (como en tan
tos otros) son inseparables la insistencia en el diálogo y el ataque furibundo
a toda
e.Jase de "integrismos" (España en el diálogo~ Ed. Vicente Ferrer,
Earcelona, 1966, págs. 167-171).
187
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VLADIMJRO LAMSDORFF GALAGANE
quios", "encuentros", etc. Lo que en tales casos interesa destaéar en
el.
mero
hecho de que
twvo lugar el "diálogo"; lo que en él se dijo,
en
el fondo, no tiene importancia. El papel del marxista en estos
"diálogos" es meramente instrumental. No van encaminados a
influir en
él directa ni indirectamente. Van encaminados a in
fluir en los demás católicos. De los marxistas, sólo se requiere
la presencia física.
También
es lógico que el principal enemigo de los católicos
"abiertos" no sean los no-católicos o los ateos, sino los católicos
''fanáticos", "cerrados al diálogo". En efecto, el principal ene
migo de todo a¡póstata es el que intenta mantenerse firme en la
fe. Hacia él, no hay "apertura" posible.
8. El diálogo y los marxistas.
Lo que sí merece una
explicación aparte,
sin
emba.rgo, es
la
actitud de
los marxistas ante el "diálogo" con los católicos.
Por de
pronto, no nos atreveríamos a afirmar que la idea
misma de "diálogo" -en la -acepción que hemos examinado-
haya sido Ianzada por marxistas. No hemos conseguido averiguar
su procedencia
exacta, pero
juzgamos lo más verosímil que lo
haya hecho algún apóstata de fecha reciente (16), deseoso de
ocultar, o bien de justificar y propagar su actitud (más
probable
mente,
todo esto a la vez).
Los marxistas, por el contrario, se
yieron colocados
anie un dilema. Su ideología, pese a todas
las
apariencias y declaraciones, e incluso a ciertas nuevas orientacio
nes, es muy poco hegeliana: un marxista se cree en posesión de
la verdad fija e inconmovible, e incluso, del único conocimiento científico y omnicomprensivo posible
(17). Le es, pues. imposi-
(16) El mito. desde luego, ··fue lanzado no hace mucho, posible
mente
ya después
de ·
ta muerte de
Stalin.
En todo caso, después de la
segunda guerra m!l1lldia1.
(17) Invariablemente encontramos, al principfo de cualquier tratado,
manual
o monografía expositiva de este pensamiento, frases de este tipo:
11El materialismo dialéctico e histórico constituyen la cosmovisión co-
188
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EL MITO DEL DIALOGO
ble, en princ1p10, aceptar el "diálogo" prnpuesto sobre las bases
que hemos visto. Por otra parte, los diversos partidos comunistas
-pasando ya a consideraciones tácticas- se dieron cuenta del
partido que podían sacar del mito del diálogo, en orden a hacer
cuantos más apóstatas se pueda en la Iglesia católica y, de ser
posible, captar
para sí
a los ya existentes.
Se resolvió el problema acudiendo a la división del trabajo,
como muy claramente se pudo notar en los ya mencionados en
cuentros de Colonia
y Salzburgo. Los comunistas occidentales,
para quienes son problemas vitales tanto el del proselitismo como
el de la lucha contra la Iglesia, se prestaron -y se siguen
pres
tando--
a
la maniobra con mucho gusto. Los comunistas orien
tales en el poder, en cambio, muy celosos de la unidad ideológica
de sus pueblos, y que en su lucha contra la Iglesia disponen de
otros
medios, boicotearon los
encuetltros. Para
ellos, en efecto,
lo vital es no demostrar la menor fisura en su ideología, la menor
concesión a cualquier otra, o la menor admisión implícita de que
alguna de éstas pueda comportar una parcela de verdad que no
afirme también el marxismo. El "abrirse al diálogo" ellos tam
bién, como
vimos, implicaría al menos esto último, por lo cual
se guardaron mucho de hacerlo. Desde entonces, si bien se han
mostrado dispuestos a enviar personal a encuentros con
católi
cos ~personal cuidadosamente seleccionado, por surrxiesto---, ha
sido siempre con
el mayor sigilo y con exclusión absoluta de
cualquier publicidad en el interior de sus países.
9. El diálogo
y los católicos.
Ya sabemos, pues, en qué consiste
y qué implica el "Diálogo
herente y unitaria de la clase obrera, que da una explicación consecuen
temente materialista a todos los fenómenos de la realidad" (D.
l. Chesnokov,
lstorícheskiy Matieriallism (Materialismo histórico), Muysll, Moskvá, 1964,
pág. 5). "En la historia de la filosofía no hubo, ni hay, ninguna filosofía,
a excepción de la marxista, capaz de dar una. explicación coherente,
consecuente y científica de todos los fenómenos naturales y sociales"
([bid., pág. 6)_
189
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VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
Fraterno" que desde determinados ambientes tanto se nos re
comienda. Y ante eso1 ¿ qué hemos de hacer ?
Por de pronto, no solucionaríamos nada interrumpiendo o
evitando todo contacto con los no católicos (marxistas inclusive),
alegando que tal contacto sería "diálogo". Menos solucionaría
mos aun atacando la idea misma de diálogo. Por el contrario, el
diálogo con los que no participan de su fe es para todo católico
un deber. El
deber de evangelización que recordó Pablo VI en
su primera Encíclica
(18). Evangelización por la palabra y por
el ejemplo, no
exclusivamente por este
último
(19). De la evan
gelización por la palabra, por el razonamiento, por la lógica,
habló el Papa con mucha claridad. Habló de la posibilidad de
llevar a un ateo a Dios
JX>r la
vía de la razón, al ponerle de
manifiesto lo ilógico, fragmentario y voluntariamente superficial
de su postura (20). Y claro, para eso hay que hablarle al ateo,
discutir con él, comprenderlo y convencerlo (21). Habló Pablo VI,
en una palabra, del diálogo de salvación, nacido de la caridad,
que ha de realizar la Iglesia a través de cada uno de sus miem
bros (22).
(18) Ecclesiam Suam, cap. 3. Y con no menor ms1stencia, el Concilio
Vaticano
II fConstitución sobre la lgleS1.°a, c. 4, 35; Decreto sobre el
apostolado de los seglOJYes, passim).
(19) Cfr. Concilio Vatica:no II, Decnto sobre el apostolado de los
seglares,
2, 6.
(20)
Ecclesiam Suam, "Acta Apostolicae Sedis", 1964 (56/10), 609 y si
guientes, pág. 653.
(21) No queremos decir que haya de hacerse sin adoptar determina
das precauciones. Por de pronto, es deseable un previo conocimiento de
la ideología del interlocutor, y es, desde luego, abrnlutamente indispensa
ble un sólido conocimiento de la doctrina
propia, que se compromete uno
a
defender. Por
otra
parte, no
es
propicio todo tiempo, lugar_ y
ocasión.
Sobre estas condiciones,
-cfr. más concretamente, inspirándose en la Ec
clesiam Suam, Juan Labrador, O. P., A Dialogue With Communism?,
"Philippiniana
Sacra"
19§6 (1/1), 137 y sigs., -pág. 151 y sigs. En general,
cfr. el cap, 6 del
Decreto_ sobre
el
apostolado de
los seglares, del Con
cilio Vaticano
II.
(22)
Ecclesiam S1tam, ed cit., pág. 642. Sobl'e la importancia de este
documento, cada día menos comentado, cfr. Agustín de Asís, Puntos de
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Fundaci\363n Speiro
EL MITO DEL DIALOGO
Ahora bien, esto no consiste en hablar de diálogo, sino en
practicarlo. En practicarlo, por Slllpllesto, con los no católicos;
pero los ·que necesitan, más que nadie, de apostolado, son los
católicos que actualmente se encuentran cerca de la apostasía.
La catolicidad ha estado sometida, y sigue sometida, a un intenso
bombardeo propagandístico de mitos diversos, entre los cuales
el del
¡¡Diálogo" ocu.pa un
lugar destacado. No es, pues, de ex
trañar que se haya conseguido intoxicar a un número muy con
siderable de fieles. Y a éstos es necesario y urgente explicarles1
con todos los medios a nuestro alcance, qué hay debajo de tales
mitos y adónde llevan. No sólo existen los "hermanos separa
dos"; también hay que acordarse de los "hermanos contagiados".
Ahora bien, en este último caso se nos ,puede oponer una ob·
jeción, .tal vez no muy sólida, pero de indudable "garra" polé
mica. Es la siguiente: que consideramos el diálogo como un deber,
pero un deber que se
concreta a
oponerse
al diálogo. O sea, dia
logamos para convencer a los demás de que .no se dialogue.
Por supuesto, de todo lo dicho hasta ahora se desprende que
no se trata de esto. Que lo atacado no es el diálogo en sí, sino
el mito del diálogo. El diálogo-mito .no es lo mismo que el di~lo
go
real
y efectivo. Es más, vimos que el diálogo-mito implica
más bien
ausencia de diálogo real. Lo que hay de mito en el
diálogo, como vimos, estriba más que nada en el problema del
fin del mismo. El diálogo real sólo se puede concebir como
urn
medio~ entre otros ¡posibles medios, de difundir la fe cristiana. Lo
que hay en
él de mito consiste en presentarlo como un fin. en sí.
El diálogo real, lo consideramos "bueno" o "malo" según los
resultados obtenidos: bueno si hemos conseguido inclinar al in
terlocutor hacia nuestra fe, malo en el caso contrario. Ambas
posibilidades están siempre abiertas, pues no todo diálogo tiene
necesariamente éxito. El diálogo-mito, en cambio, nos es pre sentado como un
bien en sí. Se nos dice que lo bueno es el mero
hecho de dialogar, independientemente del posible resultado; o
vista sobre la Endclica Ecclesiam-""J~uam, "Anales de la Cátedra Francisco
Suárez", 1964 (4/1) págs. S, y sigs.
191
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VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE
más aún, que el resultado positivo se -producirá- automáticamente
con motivo de la generalización del "diálogo", y que cada diálo
go concreto es por esto mismo un bien.
La distinción es, pues, muy clara. El fin último que persigue
el diálogo cristiano es la universalidad de la fe cristiana. El fin
último del diálogo-mito es la
Hapertura ", o dicho en términos
tradicionales, la apostasía. Y ante esto, también nuestra
posición ha
de ser muy clara.
El diálogo
que como
seglares estamos dispuestos a practicar,
de acuerdo con las directrices pontificias
y las del Concilio Va
ticano II,
es
el diálogo fundamentado en el principio de cari
dad (23). Tan necesario es practicarlo con los no católicos como
con los católicos (24). Consiste en comunicarse con claridad,
afabilidad, prudencia,
sobre todo ,m confianza, lo cual, evidente
mente, excluye toda publicidad (25). Con los no católicos, tal
coloquio versará sobre las verdades fundamentales de la fe. Ver
sará sobre este tema querémoslo o no, pues incluso un diálogo co
menzado sobre temas
ix>líticos o
sociales, tarde o temprano
tendrá que llegar a la zona de los fines últimos. En cuanto a
las, condiciones, es evidente la del respeto a las personas, toda vez
que sea posible. En cambio, el respeto a la opinión contraria, si
bien
ba de admitirse en la zona de las verdades naturales (26),
(23) Decreto sobre el apostolado de los seglall'es, del Concilio Vati
cano II, 1, 3.
(24) "Los católicos, en la acción ecuménica, deben, sin duda, preocu
parse
de los hermanos
separados~ orando :por ellos,
tratando con ellos de
las cosas de la Iglesia y adelantándose a su encuentro. Pero, antes que
nada, los
católicos, con
sincero y atento
ánimo, deben
considerar todo
aquello que
oo la propia familia católica debe ser renovado y llevado
a cabo para que la vida católica dé un más fiel y más claro testimonio de
la doctrina
y de las normas entregad.as por Cristo a través de los Apósto
les"
(Decreto sobre el ecumenismo, del
Concilio
Vaticano II,
1, 4). ¿Y
quién negará que
el fenómeno más indeseable, dentro de la propia Iglesia,
es
la
apostasía encubierta?
Poco importa que el apóstata no nos convoque
a "diálogo". Hemos de
buscarlo y
dialogar
no.rotros con él.
(25) Ecclesiam Suam, ed. cit., págs. 644-645.
(26) Hay que recordar, con SaL11to Tomás, que respecto de las con-
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EL MITO DEL DIALOGO
es inadmisible en cuanto a las verdades fundamentales. Y por supuesto, el fin del diálogo
ha de ser el llegar a un acuerdo; no
siempre se podrá conseguir en la práctica, pero no por ello
la
intención ha de ser distinta (27). Y el fin último, para el que
se busca el acuerdo, no es sino el Reino de Cristo en la tierra,
no sólo en lo espiritual, sino también, como muy particularmente
subraya el Concilio Vaticano II, en lo temporal (28).
clusiones particulares de la razón especulativa. la verdad es idéntica en
todos, pero no todos la conocen igualmente. Y en las conclusiones par
ticulares de la razón práctica, ni la verdad o rectitud es idéntica en todos
los
hombres, ni cuando lo .es, es
igualmente conocida. (S. Th., 1-2,
q. 94, a. 4).
('O) Ecclesiam Suam, ed. cit., pág. 644.
(28) Decreto sobre el apostolado de los seglMes, 2, 7.
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