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Michele Federico Sciacca, La Iglesia y la civilización moderna

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chos genios verdaderamente creadores" (pág. 12), quienes "de estas fuentes llamadas impuras" (lb.) "han hecho aparecer so­
bre la Tierra grandes verdades y grandes bellezas" (pág. 14).
No sé si el P. Guerrero estará de acuerdo conmigo. Pero me
parece ver expresada con toda claridad en esta Evolución de la
castidad, de

Teilhard de Chardin, la tolerancia teórica y aun a
veces práctica de la libre unión sexual, con tal de que sea un
factor de progreso. Es claro que no sólo las Religiones, sino
también el buen sentido moral humano han considerado siempre
y seguirán, sin duda, considerando inadmisible tal doctrina.
Terminamos recomendando calurosamente este magnífico libro
del P. Guerrero. Lo leerán con gran fruto toda clase de perso­nas, aun las de cultura mediana: la claridad de la exposición se
lo hará asequible.
Es muy de suponer que para muchos jovencitos, aun eclesiás­
ticos, religiosos
y religiosas, la lectura de este libro será de un
impacto tremendo. "Es que me derriba usted un ídolo", decía un · seminarista a un prnfesor que le hablaba en términos parecidos
a los del P. Guerrero. Pero el derribar ídolos creo es tarea me­
ritoria para el autor
y liberadora para los lectores.
MARTÍN PRI]lTO, S. I.
Michele Federico Sciacca,: "LA IGLESIA
Y LA CIVILIZAClON MODERNA"
(*)
"No hay obstáculos para el pensamiento humano, ni barre­
ras que no puedan saltarse, cuando uno carnina y discurre soste­nido por la fe en la verdad de Cristo."
Así se interpreta
la lámina con que el pintor florentino Conti
ilustra el frontis de este nuevo libro del doctor Sciacca acerca
de la Iglesia y la civilización moderna. Un libro donde la más
ardua problemática actual sobre temas que rozan o caen de lleno
en el hemisferio espiritual y religioso del hombre es afrontada
con la mayor valentía y claridad, sometiéndola a un análisis ri­
guroso, para dar luego orientaciones firmes
y equilibradas que
están por encima de todo extremismo superficial
y confuso, ora
venga de la "derecha", ora de la "izquierda",
y también de todo conformismo interesado y parasitario.
No es un libro nacido bajo el signo de una unidad preesta-
(*) "Chieso e civiltá moderia". Marzorati, Editore. Milán, 1969.
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,6
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blecida, que luego se divide en capítulos. Son temas y artículos
varios, publicados en distintas revistas italianas, desde la inme­
diata postguerra hasta nuestros días, y que, sin embargo, forman
una unidad, porque obedecen a un plan, resumen y sintetizan toda
la problemática que hoy atormenta al mundo cristiano, sobre la
que
Miguel Federico Sciacca lanza haces de luz, sostenido por un
vigoroso talento metafísico
y una gran fe cristiana.
La unidad se la da, pues, a este libro el hecho de que cuanto
en
él se recoge mira, como nos advierte el propio autor, a dar­
nos conciencia refleja del ,problema fundamental y apasionante
que plantean las relaciones entre la Iglesia y el mundo moderno; problema que enlaza con el otro de la posibilidad, hoy, de una
nueva civilización católica, esto es, de la que la Iglesia sea el
alma, la inspiradora
y la informadora, como lo fue en la Edad
Media. "La presencia constante de esos dos problemas y el modo
de proponerlos
y de indicar una solución es lo que garantiza,
creo, la unidad de los escritos que aquí se recogen", nos dice el
mismo autor.
Lo que aquí se dice guarda plena conformidad con la línea
y tónica de los dos anteriores, recientemente aparecidos:
Filosofia
e antifilosojia (1) y Gli, wrieti contro k verticale (2), de los que
ya nos ocupamos en números anteriores. Por tanto, vale de él todo
Lúd.nto de

los otros dos decíamos. A saber: que en un mo­
mento de· confusión
y arribismo, corno es el presente, donde los
conflictos ideológicos y vitales, bautizados de un modo expedi­ tivo de "conservadores"
y "progresistas", se multiplican y agu­
dizan a cada paso,
la palabra de Miguel Federico Sciacca tiene
un valor sedante
y aclaratorio nada menospreciable, porque se
trata de un pensador profundo, que no se deja llevar de todo viento
de doctrina

nueva,
sino que,
anclado en la que
él llama
su
filosofú, della, integral,i,ta y que tanto sabe a filasojia perenne,
sobrenada con fuerza metafísica por el mar de la filosofía y de
la historia, teniendo por brújula y norte la
fe. No hay filosofía
sin metafísica, aunque ambas cosas
no se identifiquen. Un saber
filosófico sin metafísica será historia o ciencia, pero no será pro­
piamente filosofía.
Así surge la "filodoxia" o antifilosofía, donde
la "doxa" ocupa el puesto de la verdad, y lo práctico y eficaz
se sustituye a lo verdadero; dejando además sin· solución el pro­
blema moral, que no puede hallarse más que por
el camino de la
verdad, ya que:
bonu-m et verum corruvertwntur.
Tampoco hay metafísica sin Dios, ni ética sin religión. Y el
(1) Cf. VERBO, núm. 77 (1969), págs. 665-668.
(2) VERBO, núm. 78-79 (1969), págs. 879-882.
Ni
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pensamiento filosófico moderno, transido de historlcismü y an­
tropocentrismo, no es una filosofía, sino una antifilosofía, la ue­
gación del auténtico pensar filosófico; como no es W1a teología,
sino la negación de toda teología, porque en ella Dios muere al
ponerse. el hombre en el lugar de Dios. Por eso, en la teologia
de la muerte de Dios, a lo que asistimos esJ sencillamente, a la
muerte de toda teología; estamos ante una teología desteologi­
zada
y secularizada, donde lo que se diviniza es el hombre o el
cosmos, cultivando un progresismo perfectivista, que es la total
rnundanización del cristianismo, que ya sólo se entiende como
puro amor al prójimo, puro compromiso para con el mundo, mar­
ginando o haciendo
el vacío a las cosas de .Dios, idolatrando la
técnica y poniéndose en convivencia delictiva con el marxismo.
Disposú:ión d.Z libro y actitud del autor.
Todo esto que constituye, por decirlo así, el lizo o estambre
fundamental
sobre el que Scíacca va urdiendo la tela de su pen­
s·amiento filosófico,

es lo que sirve también de entramado o
ca­
ñamazo

al presente _ libro.
Se divide en dos partes. En la primera se contienen escritos
publicados desde 1946 a 1947.
En la segunda, los posteriores, que
llegan hasta

1%9. Tiende esta división a hacer
!"tente el di­
verso clima espiritual ambiental en que nacieron unos y otros
trabajos. Y para hacer ver la distancia que va de ayer a hoy, el
autor llama la atención sobre lo
que escribía

en
1947 acerca de
La filosofía contemporánea frente a Cristo, y en 1968 sobre Cristo
y la filosofía.
De fecha a fecha media un abismo, si no de tiempo,
sí, en cambio, de dima o mentalidad.
El autor advierte
que, no

sólo por esto, sino también por otra
razón más personal, quiere mantener esa división en dos partes
de su libro. Y la concreta
él mismo. Quiere así hacer notar cómo
cuando casi nadie todavía en Italia hablaba de "diálogo", "aper­
turas" y "Concilio", él, sin embargo, con una audacia no siem­
pre bien comprendida y recibida en ambientes eclesiásticos
"cuali­
ficados"

o en otros civiles (con esos en muy estrecha relación),
hacía ver la necesidad de un giro en la Iglesia- para abrirse al
diálogo con el mundo moderno, desentendiéndose de un cierto
"triunfalismo" imperante. Pedía, pues, una reforma enérgica para
vigorizar la fe y recristianizar un mundo que marcha hacia la
descristianización. Pero pedía al mismo tiempo que esto se hiciera
reflexionando seriamente sobre la gravedad del problema, a fin
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de que, mientras se reformaba lo reformable y reformando, no
se pusiese en peligro la fe, cuyas verdades había que mantener
firrnísimamente, manteniendo incólume la tradición mientras se
trabajaba por la adaptación. Apuntaba ya entonces al doble pe­
ligro extremista de un conservadurismo anquilosado o de un
progresismo secularizador y mundanizante. Como apuntaba tam­
bién
que el catolicismo no se identificaba con ninguna cultura o
filosofía, sino que a todas puede alcanzarles su verdad perma­
nente. Es siempre uno e idéntico a _sí mismo, injertándose diver­
samente en las tradiciones culturales de cada pueblo y adaptán­
dose a la mentalidad o clima de cada momento histórico.
Con esto, naturalmente, pasaba entonces el autor por "muy
avanzado"
y era tenido casi como "hereje", opinión en que abun­
daban justamente muchos de los que ahora, estando al sol que
más calienta, presumen de modernos
y al día, y tildan ya al autor
de "reaccionario"
y le niegan el pan y el agua, porque cree, ahora
como entonces, que la Iglesia puede ponerse a la altura de los
tiempos sin mundanizarse, hacerse con el "espíritu del siglo" sin
secularizarse, interesarse por el mundo y
el hombre sin negar a
Dios, la divinidad de Cristo
y la institución divina de la jerar­
quía. Y o, sin embargo -dice
el autor-, soy el mismo que era
entonces, no soy un conformista
OJX>rtunista que
se unce al carro
del que triunfa. Por eso, ni me
unó al

coro de los que ensalzan
al neocapitalismo, la tecnología, la impiedad
y la violencia, ni
estoy con
el conformismo de ayer ni menos con el conformismo
de ahora. Con la verdad cristiana de siempre quiero contribuir a
que se solucionen como conviene los problemas de nuestro
tiempo.
Los dos problemas básicos pla,,teados.
El primer problema es el de poner a clara luz la clase de re­
laciones que median entre la Iglesia y la civilización moderna,
señalando sus límites y sus deficiencias, lo que el mundo debe
hacer para acercarse a
la Iglesia sin. renunciar a sí mismo y lo
que la Iglesia debe hacer para ayudar al mundo sin renegar de sí
misma, dialogando, pero cori intransigencia dogmática.
El segundo problema consiste en poner delante de los ojos de
cada cristiano cuál es su misión en el momento presente, para que
la civilización discurra con sentido cristiano, mejor aún, católico.
Sobre
el primer problema nota el autor que se impone hacer
ver cómo la Iglesia, eterná en su verdad, tiene una capacidad de
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
adaptación a las exigencias de la humanidad, en cada tiempo, res­petando la idiosincrasia y la tradición cultural de cada pueblo.
Puede, por tanto, ser forma y levadura de cualquier cultura sin
hacerse esclava de ninguna.
Pero· para conseg-uir esto se hace necesario tener, junto a una
gran comprensión de los hombres, de las cosas y de los problemas del mundo moderno, una gran conciencia de
la tradición que la
Iglesia
continúa, mejor que no conserva, en el mundo, renován­
dola constantemente para hacerla más fácilmente asimilable, sin
faltar a su esencia inmutable, y adoptando frente al mundo mo­
derno más una actitud de conquista que no de repulsa.
El Mensaje hay que darlo íntegro en su contenido esencial,
evitando un cristianismo aguado o genérico que equivale a· un puro humanismo. Pero hay que saberlo dar de manera que se
haga inteligible para
el hombre de hoy. Y como el mensaje es
sobrenatural, sus verdades y sus valores no vienen en contraste
ni en plan de negación de las otras verdades o valores naturales,
sino de síntesis y superación. Por tanto, lo que la Iglesia
aporta hay

que sumarlo a lo que
el mundo tiene. Y si aquélla no resta
nada de lo que
el mundo tiene de válido y estimable, tampoco una
civilización católica puede
prescindir, para el bienestar del mundo, de nada de lo que Cristo ha consustancializado con su mensaje.
Ahora bien, si hay algo consustanciado con el mensaje cris­
tiano, es justamente la transcendencia del mismo, el suponer que
el hombre no es la medida de todas las cosas, sino que Dios. es
la medida de todo y el hombre necesita de Dios, la naturaleza
de la gracia, la razón de la revelación. Y como esto es lo que
niega la civilización moderna, que no es sólo renovación del viejo
paganismo, sino oposición abierta al cristianismo, por eso, a
pe­
sar de los elementos cristianos que contiene, esa civilización es
esencialmente anticristiana, porque inmanetista y
1:].aturalista, an­
tropocéntrica

y racionalista.
Por qué no hoo tenido la exacta solución.
Pero sucede que este elemento anticristiano consustanciado
con la llamada civilización moderna, no es consustancial con la civilización como
tal. Y, por consiguiente, la Iglesia no está en
oposición con
la civilización, en lo que ésta tiene de progreso téc­
nico, de investigación racional y de respeto a
1a peTsona1idad hu­mana, sino en lo que tiene de idolatría de la técnica, de la razón
y del hombre. Y lo que exige para su aceptación es, simplemente,
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INFORJ\IACION BIBLIOGRAFICA
la renuncia a esa idolatría, que reconozca la dependencia del
hombre de Dios, la necesidad que tiene la naturaleza de la gra­
cia, la razón de la revelación, el mundo de Cristo.
Lo que la Igle­
sia no acepta, en absoluto, es esa triple disociación de que nos ha
hablado Marce! Oément y que está inscrita en el curso de la
civilización moderna: disociación de naturaleza y gracia, con el
Renacimiento; de razón y revelación, con la Reforma; de Igle­
sia y Estado, orden humano y orden cristiano, con la Revolución
y el laicismo consiguiente.
Estas disociaciooes que dominan hoy nuestra cultura son las
que impiden la reconciliación plena de la Iglesia con
la civiliza­
ción

moderna, porque representan la inversión del desarrollo del
plari
divino, que quiere todas las cosas instauradas en Cristo. Por
eso, recuerda M.
Oément, el
siglo xvr,
"que pudo
haber sido un
gran siglo de afirmación cristiana, como fue su vocación, consti­
tuyó una especie de error, de cambio de agujas, orientándose
hacia unos caminos que le apartaron de
Qristo. Y

es a la luz de
este naturalismo implícito que todo el Renacimiento trajo, y de este racionalismo implícito que toda la Reforma aportó, como
descubrimos la Revolución después del Renacimiento y de la Re­
forma
-la tercera

"R"-, esta revolución que va a transvasar a la
vida social lo que se hallaba
contenido) en

el plano cultural, en
el Renacimiento
y, en el plano filosófico y religioso, en 1a Re­
forma" (3). La manera del hombre se
ha sobrepuesto y ante­
puesto a la manera de Dios, el signo ya no es teocéntrico ni Cris­
tocéntrico, como en la Edad Media, sino esencialmente antropo­
céntrico.
Pero la Iglesia no está contra
la afirmación de la materia,
la experiencia positiva
y el progreso científico, está contra la ne­
gación del espíritu, de la metafísica y del progreso moral. Las
aplicaciones técnicas deben ir subordinadas a los fines morales o espirituales del hombre.
Y la Iglesia, al pedir esto, no va contra
la ciencia, sino contra sus arbitrarias usurpaciones y, por consi­
guiente, en

favor de una ciencia auténtica, para que no degenere
en idolatría ni en deificación de sí misma.
"La Iglesia -escribe
Sciacca- acepta la revalorización de la historia
y del mundo; lo
que rechaza es el historicismo y el inmanentismo, aunque se in­
voquen en defensa de la persona y de sus exigencias esenciales,
y esto en nombre de un concepción integral de la historia, la cual
tiene sus fundamentos en principios de orden metafísico y teoló-
(3) M. Clement, Las tres revoluciones, en VSRBO, núm. 80 (1969),
pág& 935-954.
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INFORJ>IACION BIBUOGRAFICA
gico, umcos que pueden explicarla y fundarla, justamente porque
la

señalan nn blanco o fin último ultramundano" (pág. 32).
Pretensión injwta.
Hoy hay que rechazar también la pretensión de algunos de
invocar precisamente el cristianismo para justificar el sesgo hu­
manista
y de exaltación de la persona humana que tiene la civi­
lización moderna y que no fue conocido antes de Cristo. Hay ca­
tólicos que mientras arremeten contra la Iglesia, porque ha hecho
del cristianismo una institución, un
establishem·ent, presentan ese
mismo cristianismo de un modo insidioso como la expresión más
completa del humanismo, o hacen del humanismo la más cabal
y moderna realización del cristianismo. La civilización moderna,
por tanto, no rechazaría, sino que depuraría el auténtico cris­
tianismo, liberándolo de todo lo "mitológico" y Hprimitivo": de
un
Dios transcendente, de la Revelación, de la dogmática cató­
lica, del teocratismo eclesiástico, de la inmortalidad· persona1, etc.,
y dejándole solo al hombre libre, creador de su mundo y de su
historia: de la moral, de la estética, de la política, de la econo­
mía.
"En consecuencia, el ve.rdadero

cristianismo, el que ha
fe.:.
cundado y fecunda la civilización, es un cristianismo sin frascen­
dencia ni revelación, el de una religión laica para
el hombre auto­
suficiente
y libre en el uso de su divina razón y de su incondi­
cionada voluntad." Así, Giovanni Gentile pudo decir, en cierto
momento, que
él era más cristiano que el Papa y que todos -los
católicos juntos; Benedetto Croce escribió su famoso artículo de­
fendiendo su cristianismo, mucho más auténtico que el de los
católicos;
y muchos, hoy, de entre éstos, a pesar de su inmanen­
tismo y su radical negación de Dios y de Cristo, protestan de ser
ellos los verdaderamente cristianos.
"La Iglesia,

en cambio, es la
conservadora de un cristianismo fosilizado, corrompido por la
institución eclesiástica, bárbaro por su primitivismo e _infantilis­
mo, inculto, anticientífico, hostil
y dañoso al verdadero espíritu
cristiano de la moderna civilización" (pág. 33).
Basta enunciar estos asertos para comprender su peligrosidad.
Se trata de la tentativa de adherir a un cristianismo puramente
social o cultural, sin Dios ni Cristo ni Iglesia, de vaciar, con una
inflación verbalista de lo "cristiano", al catolicismo de todo sig­
nificado, negándolo,
por consiguiente, tocio derecho

a existir ...
La Iglesia, por tanto, no tiene razón ya de ser: su misión y su
herencia han pasado a
la civilización moderna, a no ser que ella
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misma "mundanizándose" acepte una misión puramente social y
mundana, en lo que está su porvenir
y el del cristianismo" (pá­
gina 34). Aparte la responsabilidad que en este modo de pensar y de
sentir toca al Renacimiento,
la Reforma y la Revolución, el pri­
mer gran responsable de este pseudocristianismo es el inmanen­
tismo, del que derivan el historicismo, el relativismo, el endio­
samiento del hombre, con
la secuencia desacralizadora de lo mun­
dano y de lo humano.
La auténtica postura católica, viene a decir Sciacca, no está
en una oposición sin más a la moderna civilización, ni menos en
una posición vergonzante frente a las acusaciones que esta civi­
lización hace a la Iglesia, sino en hacer ver, como quiere Giober­
ti, que lo que pone en contradicción al espíritu de la religión ca­
tólica con el espíritu de la civilización moderna no es lo que éste
tiene de valioso, sino lo que tiene de defectuoso. Y la Iglesia no
niega ni se exime de la contribución al bienestar temporal de la
Humanidad (la historia nos desmentiría), sino que lo que quiere es que
el hombre sepa vivir y hacer todo eso en el tiempo pero
en función de eternidad, y para eso tiene, precisamente,
el sen­
tido de Cristo.
El mu:q.do católico lo que tiene hoy que procurar es interpre­
tar y
vivir católicamente

los ideales del mundo moderno, y con­
seguir, al mismo tiempo, que este mundo moderno se despoje de
sus prejuicios, sus resentimientos y su odio o ignorancia de la
verdad católica. Sólo así se conseguirá la síntesis que nos dé la
exacta civilización católica.
"Pero esto

será imposible hasta tan­
to no se consiga que quien piensa según el mundo moderno deje de pensar que tiene
por eso

mismo que ir contra la fe, y
quien tiene fe deje de abrigar sospechas y prejuicios contra la
cultura moderna en general" (pág. 51).
No hay que empeñarse tanto en hacer del catolicismo o de la
Iglesia un instrumento para la solución de los problemas tempo­
rales, sociales o políticos, cuanto en conseguir que la solución de
todos los

problemas los dé la civilización moderna con sentido
católico. A muchos católicos de hoy habría que recordarles la
cáustica frase de Rosmini, cuando escribía de ciertos católicos
(nuevos católicos) de su tiempo. Para éstos, el
pD'f"ro u..um est
necessaríum,, "no- es ya librar al alma de la esclavitud del pecado,
sino
el libertar a Italia de la op,-esión. de los austriacos". La Igle­
sia no resuelve propiamente problemas temporales, presta la luz
que posibilita o facilita la solución. Lo que han de procurar los
católicos es hacer que esa luz luzca sobre el cande1ero y con su
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INFORJ\!ACION BIBUOGMFICA
saber la irradien y hagan llegar a todos los rincones. Una acción
católica auténtica presupone un pensamiento católico auténtico.
Este, una verdad perenne, que se actualiza según las necesidades
del tiempo presente.
Escándalo
y ap'Olo'!]ética.
Hay que saber afrontar el escándalo del cr1sttanismo, dice
Sciacca en el capítulo IV de su libro, dando testimonio de nuestra
fe aunque se escandalice la razón. Nada de tratar de acortar dis­
tancias mutilando o escondiéndola bajo el celemín. No tratemos
de dar un cristianismo aguado para que lo toleren todos los es­
tómagos, de abaratar o desvirtuar el dogma
y la moral para re­
tener la clientela. "El escándalo de la fe es iniciativa creadora de
nuevas iniciativas: ruptura de la neutralización, acto de guerra
contra un mundo supino. El cristianismo es la opción absoluta; la fe, la opción total ; el cristianismo no puede ser neutral ; si
trata
de serlo,

traiciona"
(pág. 78).
Para llenar de Cristo hay que estar antes llenos de Cristo.
¿ Qué es el apostolado, sino lo que recuerda M. Clément que
decía Chantard:
"La plenitnd completa de la vida interior?" El
reino de Dios comienza por el interior, y la manera _de Dios va
más de dentro afuera que de fuera adentro. Esto segundo es
más propio de la manera del hombre. Hay que ser, ante todo,
levadura y semilla. Tenemos que dar testimonio de un cristia­
nismo que no se avergüenza de
la locura de la cruz, ni se asusta
de
que los cristianos sean crucifica.dos Hoy prevalece un cristia­
nismo chato, que no da buena cuenta de sí, que lima aristas, que,
transige, que cede
y busca apaciguar más que pacificar, que está
con exceso atento a las cosas del tiempo y del hombre, con olvido excesivo de las cosas de Dios y de la eternidad. Sólo un gran
amor a Dios y un odio implacable al pecado nos dan el cristia­
nismo heroico, el que hace surgir los santos, los sembradores de escándalo,
¡:xira este

mundo puesto en maldad, que quiere
celebrar
el

triunfo de la Resurrección sin pasar por la ignominia del Cal­
vario.
Los cristianos deben ser obreros! en el mundo, de un orden
cristiano, no convertirse en simples ladrillos de un orden mun­
dano, establecido de espaldas a Cristo. "Muchos cristianos, por
miedo
o por comodidad, se resignan al papel de ladrillos de este
o del otro plan." Y los sufrimientos que hemos pasado han sido
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
a menudo expiación parcial de nuestra indolencia o falta de va­
lentía para profesar e imponer nuestra fe (pág. 112).
Muy interesante lo que dice Sciacca en el capítulo que lleva
por título
"La Filosofía
contemporánea frente
a Cristo", al final
de la prímera parte de su libro, donde se pone de manífíesto el
vacío y la inautenticidad cristiana de una éfX)ca en que, sin em­
bargo, se habla de Cristo y de cristianismo. Término hoy ambi­
guo, que permite a muchos decirse cristianos mientras niegan a
Cristo, incurriendo en un fideísmo religioso o laico que nada
tiene que ver con el cristianismo.
Optima y oportunísima también la reflexión que hace el au­
tor acerca del anticlericalismo y el anticatolicismo analizando
la ambigüedad de los términos y su mixtificación, para sugerir
que '1a antítesis y la polémica del clericalismo y el anticlericalismo
es artificiosa y por tanto debe ser superada en la dialéctica de los
términos catolicismo-laicado, que es_ cosa. muy distinta, esto úl­
timo, del laicismo" (pág. 154). Camino hacia esa superación puede
ser el de seguir esta orientación: los no cristianos y no católicos,
cesen de ser laicistas1 y dejen de tildar de "usurpación clerical" el
derecho que tienen los católicos a interesarse ¡x>r la cosa pública,
así como el- que tiene la Iglesia para guiarlos espiritualmente
tu­
telando sus derechos personales. A su vez, las jerarquías católicas
desarrollen una auténtica acción "católica", que no es sinónimo
de clerical, cumpliendo con su misión de apostolado
y de magis­
terio. "No servirse de Cristo para conquistar políticamente al
mundo, sino servirse de la acción apostólica en el mundo para
conquistarlo para Cristo" (pág. 155). A propósito de la apologética, dice que hoy tiene que habér­
selas con el nihilismo de la verdad humana y el sujetivismo de la
fe, en que ha degenerado el racionalismo y el cientificismo extre­
m3.do, juntamente

con el laicismo entronizado por
el progresismo
moderno. Y hace notar que se impone comenzar por poner de
relieve el valor de la razón
y de la propia interioridad, en que
alumbra la luz de la fe. "Brevemente, una apologética hoy, cons­
ciente de su papel, debe oponerse no sólo a la destrucción de Dios
y de lo sobrenatural, sino también de lo humano", reconstruyendo
en su integridad las estructuras ontológicas del hombre y la fe
viva en Dios, en Cristo y su Iglesia. Y el campo de la recupera­
ción es el de la inteligencia, cuyo objeto es la verdad, pues no
son cristianas
ni una caridad

sin verdad ni una verdad sin
r.ari­
dad, porque Dios Padre es a un tiempo V eritas et Char.tas (pá­
gina

167).
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Ahora bien, el hombre, en la integridad de sus estructuras
ontológicas, y desde el interior de las mismas, a través de una
investigación llevada a fondo, tal
y como está constituido, al re­
conocer su propia limitación, abre interrogantes a la fe y al men­
saje de Cristo. Y sobre estos interrogantes y las relaciones entre
el hombre y Cristo, el cristianismo y la sociedad y la postura que
debe adoptar el cristiano para filosofar
y vivir como tal es sobre
lo que versa el precioso capítulo VI: Cristo
y la Filosofía. La
transcendencia de la verdad cristiana, la significación de la Cruz
en nuestra vida, y la existencia de un fin y de una felicidad últi­
mas, que no ·se consiguen en el tiempo, son cosas que no puede
olvidar nunca el creyente en la divinidad de un Cristo que se en­
carnó para redimir al hombre, llevándolo hada un destino sobre­
natural.
Con este Cristo está su Iglesia, que es como sacramento suyo,
comunión e institución a un tiempo, pues en ella, si la gracia es
cosa divina también la jerarquía
y la institución son cosa divina.
La Iglesia no es sólo historia, sino también teología. Y negando
o desconociendo la teología de
la Iglesia ni se comprende bien la
historia de la Iglesia, ni la misma teología cristiana tiene perfecta
y segura inteligencia.
Quien horizontaliza con exceso a la Iglesia,
la mundaniza;
como condena a muerte a Dios, la teología de la muerte de Dios,
que horizontaliza demasiado a su Cristo, presentándolo como el
hombre extraordinario que se sacrificó- por amor al hombre, por
el bien de la humanidad. "El ataque a la vertical Cristo Hombre-·
Dios es también ataque a la vertical Dios, otro mito que aliena
de las cosas de este mundo, como es ataque igualmente a la Igle­
sia, que hasta hoy no habria hecho más que explotar supersti­
ciones." Hoy, a la Iglesia, no se la quiere más que como un me­
dio de asistencia social, instrumento para fines· no religiosos. De
ahí que, para algunos, sea hoy como vivero de sacristanes de un
Cristo sindicalista y revolucionario, donde el dogma de la Cruz y el
deber de abrazarse con la cruz para vivir cristianamente cuenta
con tan pocos seguidores. Nada digamos del. cultivo de la vida
interior, de la oración personal y privada, que andan en desuso
sopretexto de un liturgismo desorbitado y mal entendido, que
todo lo avasalla y sirve para encubrir la pobreza interior más
espantosa. Tan erróneo
y perjudicial es este comportamiento como
el de quienes, para entregarse más de lleno y confiadamnte a la
solución de los problemas temporales
y al servicio del prójimo,
se creen con derecho a dispensarse de Jas cosas de Dios, aban-
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INPORMACION BIBUOGRAPICA
donando misa y sacramentos, y poniendo al prójimo en el lugar
de Dios. Esta no es la solución.
La solución está en hacer de lo ex­
terior plenitud o manifestación de la mucha vida interior, en cum­
plir plena y perfectamente, y estando a la jerarquía
allí estable­
cida, el doble mandamiento del amor,
a D;os primero y luego al
prójimo como a nosotros mismos. El mal de un ciertc catoli­
cismo, hoy en boga, está en ser una especie de idolatría de todo
lo humano, rindiendo culto a una ideología político-social o téc­
nica, e incurriendo en un americanismo conocido con el nombre de herejía de la acción,
y que con frecuencia es un medio de eva­
sión de Dios y del coloquio a solas con él, como otro cualquiera.
Una buena ccmtribuciJón.
En fin, todo el libro de Stiacca es una valerosa y oportunísi­
ma contribución, beneficiosa igualmente a la mente y el corazón,
al empeño que todos hemos de poner en dar una solución cris­
tiana a los problemas que hoy tiene planteados el mundo cris­
tiano, haciendo la debida aplicación de los principios
y normas
conciliares, interpretados

a la luz de
la tradición ultisecular de la
Iglesia, ya por
boca del magisterio ya por la práctica o vivencia
testificada en la hagiografía cristiana.
Lo más admirable en el caso de Sciacca es que muchos años
antes de que esta problemática
se pusiera
sobre el tapete, con la
.viruelencia registrada a raíz del Concilio,
ya él la planteara y
afrontara con una clarividencia y un equilibrio que le permite
ahora salir

al paso de ciertos abusos
y desenfrenos sin que nadie
pueda tildarle justificadamente ni de retardatario ni de oportu­ nista. Es que, la verdad, como
él mismo dice en la entrevista que
aparece al final de su libro, es siempre actual y
contemporánea, y
el mensaje de Cristo se resiste a todo encasillamiento en bandos
de derecha o izquierda, de posiciones "progresivas" o "conserva­
doras" ; y sobre el fundamento intangible del
credo se pueden aus­
piciar y

son posibles, reformas y adaptaciones que no enerven,
sino que fortalezcan la fe. Para ello hay que hacerlas con respeto
y autoridad
y con espíritu sobrenatural.
Porque hoy muchos prefieren reformar cosas a reformarse a
sí mismos, por eso hay crisis de
fe y de vida interior. Ciertas
"posiciones progresivas hacen todo lo posible por reformar
el con­
tenido de
la fe,

reduciendo el cristianismo a un puro mensaje
social que se trata de hacer compatible con esta o la otra ideología
política hasta

poner en peligro la unidad misma de la Iglesia".
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
El Santo Padre ha denunciado esta pérdida del sentido de la
ortodoxia doctrinal
y esta especie de desconfianza hacia el ejer­
cicio del ministerio eclesiástico. Y Sciacca, como católico, filósofo
y profesor universitario, opina que una de las causas de .esta de­
bilitación de
la ortodoxia doctrinal, que es debilitación también
de la fe, radica en un cierto historicismo que
ha invadido la mente
de algunos teólogos y escritores religiosos, y que es como una
vuelta a la concepción evolutoría del dogma, que fue condenada
con el
modernism0t.
Hay, pues, que ayudar a los hombres a f!;!Conquistar el sentido
y el amor de la verdad, puesta en crisis por un desorbita-do amor
a lo eficaz y práctico, que olvida que es
la verdad la que somete
a juicio la historia e impide que ésta se reduzca a un
cementerio
de opiniones que hoy son y mañana no son. Y tratándose de la
verdad revelada, hay que tener presente que no es nuestra razón
la

señora de la misma, sino Dios, que la
ha hecho propiedad suya,
confiándola en depósito a la Iglesia. Por tanto, no se la puede
tratar de cualquier manera ni entrar a saco en ella, sino que hay
que recibirla con respeto, estando a lo que enseña el Magisterio
y leyér>dola en el contexto de la tradición de la Iglesia. No hay
que olvidar, sobre todo, que esta verdad revelada viene hecha y
orientada hacia un fin salvífico. Y, en consecuencia, ni esa verdad,
ni la institución eclesial que la
custodia, garantiza
e
interpr-eta
pueden.

ser puestas al nivel de cualquier otra verdad o institución
humana, sino que han de ser vistas a la luz de
la fe y sustraídas
a las filias o las fobias de carácter socio-político, atentos siempre
a la finalidad sobrenatural y salvífica que las explica y pone a
salvo de toda contingencia histórica. La tendencia de ciertos mo­
dernistas y neomodernistas a mundanizar la Iglesia y el cristia­
nismo --concluye Sciacca-, a historizar y convertir en slogans
los dogmas históricos, privándola de su condición divina. por la
verdad permanente que profesa. el origen que trae y la finalidad
a que se ordena. "Si la Iglesia, por un imposible, se mundanizase
del todo, o redujese a pura historia sus dogmas, como parecen aconsejar
ciertos celantes

reformadores suyos, quedaría convertida
en un comunismo de barniz religioso, con unas cuantas salpica­
duras de santidad."
Afortunadamente no es así, y la misma historia de
la Iglesia
a lo largo de veinte siglos es el mejor testimonio en contra y la
mejor refutación de semejante pretensión.
B. MoNSEGÚ, C. P.
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