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Número 251-252

Serie XXVI

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El genocidio de los católicos en su historia

EL GENOCIDIO DE WS CATOLICOS EN SU HISTORIA
POR
JEAN DuMONT
En homenaje a la magnífica labor de la
Ciudad Cat61ica.
No está bien visto hoy en día, el que la fe nos haya sicÍo
transmitida de edad en edad.
Todas las civilizaciones, salvo una cierta civilización católi­
éa postconciliar abusiva, honran todavía, e-incluso cada vez más,
a sus antepasados. Incluso los desarraigados más profundos de la
civilización más desarraigada, los negros de Estados Unidos, bns­
cán ansiosamente sus raíces, . cuyo nombre inglés, roots, ,se llena
hoy para ellos de una intensa f?scinación. En Francia, la evoca­
ción de la jugosa civilización aldeana y rural anterior a la indus­
trialización, y de las bellas culturas regionales
que aquélla alimen-·
taba, llena el anhelo de los espíritus y de los corazones hasta
ha­
cer de ella el éxito de librerías y de espectáculos. Por doquier,
el arraigo, el
retro, se hacen objeto de una viva demanda.
Ellos expresan la necesidad, para los hombres y las
mujeres
de hoy, de encontrar el calor, más allá de las frías charlatanerías
modernistas y permisivistas que son el signo de nuestra · época,
de las convicciones
de su tradición cultural. La necesidad para
ellos de enriquecerse, con el ejemplo que dejaron nuestros
ma­
y9res, de una humanidad más exigente consigo misma y m!Ís real­
mente solidaria, especialmente en la familia. La necesidad para
nuestros contemporáneos, plantas fr,!giles batid_as por el torbe­
llino tecnológico y de _los mass-media, de reencontrar _un suelo
nutricio que les permita alimentar un impulso, una estatura más
firme y más recta. La necesidad, para todos nosotros, -de reco'
brar así, en toda nuestra vida, una profundidad de alma.
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JEAN DUMONT
Pero, me diréis, el catolicismo estaba mejor preparado que
nada
ni nadie para satisfacer esta poderosa aspiración de nues'
tros contemporáneos. Desde los Apóstoles, y cada vez más en
solitario desde la Reforma
y la Revolución, era él la tradición.
Mediante
la rica permanencia de costumbres antiguamente san­
tificadas, por la reverencia hacia el ejemplo de los santos adve­
nidos siglo tras siglo, por la elaboración dogmática, moral y so­
cial siempre enriquecida, era el catolicismo la tierra nutricia de
la humanidad vacada a la 'salvación, la más vigorosa cantera de
raíces, de
roats. El ofrecía a los hombres y mujeres de la Cris­
tiandad toda una solidaridad inmemorial y bendita, la más densa
de las profundidades anímicas.
Odio a
las raíces.
Esto ha acabado hoy día, al menos si se considera una cierta
Iglesia postconciliar dominante, sóbre todo en Francia. Porque
esa Iglesia dominante odia todas
las raíces católicas, . roots, que
no sean modemísticamente homologadas por
sus comisiones bu­
rocráticas. Esta Iglesia postconciliar, agriada por los hipnotiza­
dos d_el progresismo, aborrece todo el bienaventurado retro ca­
tólico. Aborrece las viejas costumbres santificadas y santificantes,
desde
la_ procesión hasta la primera comunión solemne. Odia a
los sant~s, cuyas imágenes ha expulsado de los templos. Odia
_ las antiguas elaboraciones dogmáticas o morales que no _ hayan
pasado por la trituradora de
la lengua progresista extendida en
sus declaraciones. Aborrece hasta
a. los mártires de sus propias
iglesias locales que no respetaron los signos de
los tiempos, tal
como pretenden discernirlos los
mass-media «avanzados», y a
cuyos doctores desagradan. Odia a todo historiador
qrl'e se atre­
va a dar testimonio en favor del gran pasado católico. Odia, en
fin, la propia historia_ católica cuyo genocidio sistemático ha
emprendido y
_se dispo_ne_ a consumar.
--Gracias .a Dios esta Iglesia postconciliar dominante no es toda
la Iglesia, pero
es -ciertamente la que da el tono y actóa. ¡Júz-
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GENOCIDIO DE LOS CATOLICOS EN SU HISTORIA
guese!: en 1982 el único artículo venenoso que se public6 con­
tra nuestra obra L'Eglise au risque de l'Histoire, que se esfuer'"
en hacer justicia al pasado de la Iglesia, apareció en La Croix,
diario de esa Iglesia postconciliar dominante en Francia. Esa obra
era
alli tratada como «mercancía sospechosa», y asimilada a los
esfuerzos de quienes defienden las atrocidades
nazis, lo que asi­
milaba amablemente el pasado de la Iglesia de Cristo al del par­
tido de Hitler.
En 1984, en Angers, ante el hecho de que 99
mártires de la persecución revolucionaria hubieran sido beatifica­
dos por Juan Pablo II, el obispo de la diócesis, en una declara­
ción oficial,
se apresuro a poner en guardia a los católicos contra -
una admiraci6n ciega hacia esos hombres y mujeres que, según
él, interpretaron tan mal, en 1794, los signos de los tiempos.
En la Vendée, genocidio invertido.
De 1982 a esta parte, el gran espectáculo del Puy du Fou,
en Vendée, que
es un emocionante homenaje-popular a los cien­
tos de miles de mártires vendeanos.
de la fe católica bajo la Re­
volución, no ha tenido enemigos más encarnizados que los curas
postconciliares
de las parroquias de la región. Ellos presionaban
constantemente sobre sus feligreses -para que rompieran _su com­
promiso de participar, por parroquias enteras, en este espectácu­
lo que reúne a cientos de miles
de personas .. En tanto que nu­
merosas
orgaoÍZ¡lciones laicas se dirigen al Puy du Fou atraídas,
con peligro de
sus prejuicios anticatólicos, por la calidad escéni­
ca y popular y el valor retro del espectáculo, la emisora de éste,
Radio-Alouette, la más potente de las emisoras libres francesas,
se vefa impedida por el obispo local de difundir la misa domi­
nical.
Si bien -hay que señalarlo-el genocidio, al menos inoral,
en la V endée
se ha invertido: ya no están contra los católicos en
su historia los revolucionarios ateos, sino la Iglesia vigente.
En 1986, esta vez en España, era
ya única. en su comarca la
antiquísima procesi6n de Corpus Christi
del· «pueblo blanco»,
que
es Zahara de la Sierra, en las montañas de Cádiz. Esta pro-
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JBAN DUMONT
cesión, que atrae también a las multitudes, se desarrolla allí so­
berbia, a lo largo de calles enteramente recubiertas, en las casas
y en el suelo, de palmas,. ramas, hojas, flores y plantas aromáti­
cas, en estaciones sucesivas ante emotivos altares populares. ¿Por
qué es hoy única esta procesión? Porque, como hemos sabido
por testigos directos, los curas postconciliares, tan agriados como
sus colegas vendeanos, rechazan obstinadamente la petición de
sus
feligreses deseosos de continuar el homenaje procesional, tradi­
cional, al Santo Sacramento. Este homenaje que allá festeja tan
delicada y generosamente a la Eucaristía según la imagen de
la
entrada de· Cristo en Jerusalén.
Chartres entregado al "Zen".
Este mismo año 1986, quince días después, por Pentecostés
y en Francia, en Chartres,
el obispo de la ciudad, apoyado por
el alcalde francmasón, negaba la catedral a 20.000 peregrinos ca­
tólicos llegados a pie, en su mayoria de París. Al igual que lo
habían hecho
el año precedente, en el que el Papa les había ben­
decido por medio del cardenal Gagnon. El obispo invocaba
el
pretexto de que estos peregrinos deseaban o!r en la catedral la
misa de
San Pío V, que nuestros antepasados hablan allí oído du­
rante cuatro siglos y, especialmente, el poeta Péguy, inolvidable
renovador, a comienzos
de este siglo; de la peregrinación a Char­
tres. Y esto mientras que, -pocas Semanas niás tarde, la misma
catedral era cedida a los organlzadores de ceremonias budistas
Zen. Y como antes había sido lugar de acogida a francmasones.
¿Por qué todo esto? Porque para una cierta iglesia post­
conciliar dominante toda tradición
es digna de acogida, incluso
las
más paganas o esotéricas --digamos anticatólicas---, salvo la
tradición católica.
Detendría aquí con gusto este triste campeonato, pero acaba
de llegamos un
caso de manejos aún más graves encaminados a
realizar
sistemáticamente el genocidio de la historia católica· por
aquellos que deberían ser
sus defensores. Nos parece indispensa·
ble, en este caso, desmontar su abominable mecanismo.
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GENOCIDIO DE LOS CATOLICOS EN SU HISTORIA
Ciertamente, semejantes manejos no son en absoluto nuevos.
Hemos señalado
ya en nuestros libros el hecho de que algunas
de las más graves calumnias contra los católicos y el catolicismo
aparecen a menudo en publicaciones ínsitas en la Iglesia. post­
conciliar dominante, bajo la firma de universitarios católicos y
religiosos o sacerdotes seculares. Fue el caso, especialmente, de
la Histoire de l'Eglise par elle-mJme, publicada bajo la dirección
del
P. Loew, O. P. y de Michel Meslio, profesor de la Sorbo.
na (París, 1978) y de la Histoire
rerue du peuple chrétien, pu­
blicada bajo
la .dirección de Jean Del~eau, también profesor
de la Sorbona (Toulousse, 1979). Pero la autodemolición de la
historia católica era en ellas más puntual que sistemática. Al
me­
nos en la primera de esas obras, ya que la segunda se ve domi­
nada en toda
su extensión por el progresismo característico de
su director. Y en las
dos se transparenta un exceso de confianza
en la objetividad y seriedad de
la enseñanza universitaria corrien­
te, de hecho muy sujeta hoy a reservas.
Una filiación declarada.
Hemos señalado también en nuestros libros y publicaciones
la labor
de complacencia hacia la historia jacobina y «filosófica»,
anticatólica, realizada desde los afios 60 por el abate Plongeron,
que es, sin embargo, profesor en el
Instituto católico de París.
Y hemos de señalarlo: esta complacencia
hacia la historia de la
Revolución
francesa. y de sus preludios alcanza hoy a la glorifi­
cación
de esa Revolución persecutoria en la ocasión de su bi­
centenario. Y ello en una estrecha colaboración entre dicho pro­
fesor del Instituto católico y Michel Vovelle, profesor en la
Sor­
bona de Historia de la Revolución, que manifiesta sin recato su
pertenencia de siempre al partido comunista y
se beneficia fas­
tuosamente de los poderosos medios editoriales de éste.
También. hemos registrado recientemente que esta compla­
cencia del abate Plongeron no
es meramente personal. Para la
depreciación
de la resistencia católica a la persecución revolucio­
naria y para la apología de la Iglesia constitucional favorable a
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JEAN DUMONT
los jacobinos, el profesor del Instituto católico ha ido haciendo
escuela entre el clero postconciliar.
-Especialmente entre aquellos
clérigos que, mediante una torsión parcialmente tradicional
de
sus enseñanzas, han logrado atraer la atención de buenos católi­
cos,. ávidos de tradici6n. Se ve así, eón sorpresa, a esos clérigos
revelar públicamente su pensamiento claramente plongeroniano.
Así, según las
fórmulas de uno de ellos, el abate Oianut, en
sus conferencias, no habrían existido en la Revolución «dos cam­
pos rivales» de espiritualidad, sino sólo «sensibilidades de Igle­
sia» distintas, extendidas por igual en «todas las facciones». Y
la persecución no habría hecho excepción con «ningún católico».
Siendo
así que existió claramente el campo de la fidelidad
realmenté católica, arrojado a la clandestinidad, la persecución,
la deportación y el martirio. Y
el_ campo «abierto al mundo»,
como hoy se dice, basculando masivamente, en dos años, hacia
la
abdicación: e incluso a la apostasía. Campo éste que suministró
a la Revolución
sus más encarnizados perseguidores,masacradores
de católicos, tal
como el ex-cura Lebon, en Artas, o el ex-reli­
gioso Ichon, en el departamento del Yonne. Y
sus políticos que
continuaron dócilmente en sus funciohes tras
la abolición revo­
lucionaria del culto católico, tal como el _ex-obispo constitucional
Grégoire, en
el Cohvención. El cual no fue más perseguido como
católico que Lebon, Ichon y otros «vampiros de sangre» cris­
tiana:, nacidos de la misma «sensibilidad de Iglesia» constitucio­
nal. Esta
vez el genocidio de los · católicos en su historia no es
solamente invertido, como en la Vendée, al ser realizado hoy
por-el clero domina_nte en vez de hacerlo los revolucionarios. En
este
caso ha también reencontrado la filiación declarada y cele­
brada que lo asocia a un modelo grosero de modernismo de Igle­
sia y de autodemolición.
El caso-tipo;
Así, el gusano ha entrado por doquier en el fruto más pro­
fundamente
de lo que una observación superficial permitiría ver.
Y
el genocidio de la historia católica se ha convertido, en y por
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GENOCIDIO DE WS CATOLICOS EN SU HISTORIA
lo Iglesia postconciliar, al menos en Francia, en una empresa ge­
neralizada y sin pudor, que parece segura de su triunfo defini­
tivo. Nos vemos, así, preparados para contemplar en wda su es­
tatuta el caso-tipo de este genocidio que nos aporta, esta vez en
España, la publicación de la gran ( 1.584 págs.,
sóle en el tomo 1,
de 1984) Historia de la Jnquisici6n en España y en América, en
la Biblioteca de Autores Cristianos (B.
A. C.).
No podremos agradecer cuanto. merece a nuestro eminente
amigo Juan Vallet de Goytisolo, secretario general de la Acade­
mia española de Jurispruclencia, miembro también dé la Acade­
mia de Ciencias Morales y Políticas, y animador · de la activa
«Ciudad Católica», por haber tenido
la generosidad y perspica­
cia de enviarnos esta obra. En toda ella resplandece el mecanis­
mo de la empresa que debemos aquí denunciar enérgicamente.
En el año 1984 en que aparece
esta Historia, la historia de
la Inquisición española, merced a recientes revisiones de archi­
vos y a la labor de historiadores de calidad, en España y en el
extranjero, había felizmente salido del gran-guiñol sangriento;
bestial
y rapaz en el que llevaba tanto tiempo confinada. Ef bri­
tánico
Kamen, profesor de la Universidad de Warwick, había ya
mostrado la justicia de esta Inquisición, como pobre de recursos
y profundamente perspicaz en su ·rechazo a la pena capital de los
brujos
-rechazo único por entonces en Europa-, así como a
canden.ar a Galileo y a otros sabios. El francés Bennassar, presi­
dente
de la Universidad de Toulouse.Le Mirail, había también
rendido homenaje a esta Inquisición a la que no temió
· calificar
como «superior a todas las otras». El danés Henningsen, director
de los archivos folklóricos de Dinamarca, puso de manifiesto, por
su parte,
el extraordinatio valor antropológico y etnográfico de
las encuestas
y procesos de la Inquisición española, que se re­
velaban como uno de los testimonios más significativos y bri­
llantes
de la historia del . hombre en Europa y en la América
hispana.
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A partir de una historia distendida.
Y ello hasta
el punto de que en 1981 el historiador y aca­
démico español Antonio Dominguez Ortiz, de espírlrn muy · li­
beral, pudo comenzar sus Autos de la I nquisidón de Sevilla, si­
glo XVII ~on palabras que hubieran sorprendido medio siglo
antes.. Señalaba que en el momento en que se conmemoraba en
esta ciudad, que
era la suya, el 5.0 centenario del nacimiento de
la Inquisición .española ( que fue
en 148"1), no podemos «conside­
rarnos
autorizados a lanzar anatemas sobre nuestros predeceso­
res», habiéndose alcanzado en nuestro siglo y en el dominio re­
presivo las cumbres que
se sabe. Tanto -añadía-que muchos
pensarían: la Inquisición española podría
en • este aspecto ser
•acusada de tener una débil tasa de productividad».
·
Y el mismo historiador liberal y . laicista comenta especial­
mente
la documentación de su ciudad, mostrando a nuestros ojos
la
increíble «prisión e;bierra» de la Inquisición sevillana. Los
condenados, que estaban· ausentes de
ella durante todo el día
para dedicarse a sus placeres o

a sus asuntos; volvían a
la cárcel
cada noche para dormir como en un hotel gratuito. Y no sin que
los inquisidores, cuidando de su bienestar, hubieran protestado
de
un proyecto de traslado de esta prisión que hubiera supuesto
a los condenados un corto
alejamiento del centro de la ciudad
en que
se encontraba. Porque -escribían-habrían sufrido_ «la
incomodidad» de la breve travesía de un puente sobre
el Gua­
dalquivir para su retorno
(1 ). Puente éste -el de Triana-que
decenas de miles de sevillanos atraviesan hoy varias veces
al día
en ambos sentidos sin
ningtÍn problema ...
Así, la historiografía inquisitorial había adoptado ya en todas
partes este tono objetivo
y distendido, tan alejado de las fulmi­
naciones anticatólicas de antaño, cuando una cierra Iglesia post­
conciliar, a través de
la renombrada «Biblioteca de Autores Cris­
ttianos», se decidió a actuar.
(1) ANTONIO DoMÍNGUEZ ÜRTIZ, Autos de la Inquisición de Sevilla
(siglo XVII), Sevilla, 1981, pág. 51.
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.GENOCIDIO DE LOS CATOLICOS EN SU HISTORIA
Con un formidable arsenal.
Esta «Biblioteca», superior a cuanto conocemos fuera de Es­
paña, reunía ya unas 300 obras, en notables ediciones, a menu-~
do anotadas, siempre dotadas de índices, encuadernadas e im­
presas en papel biblia. El conjunto constituía un arsenal formi­
dable de conocimientos para el católico deseoso de instruirse
por sí mismo en la fe y en la historia de la Iglesia. Y esta «Bi­
blioteca ( especie de «Biblioteque de la Pléiade», pero más amplia
e integralmente católica) era publicada bajo los auspicios y la
alta
dirección de la Universidad Pontificia de Salamanca, cuyo an­
tiguo prestigio es conocido. La presidencia correspondía al obis­
po
de Salamanca y la vicepresidencia al rector de la Universidad.
El comité de dirección reunía a los decanos y a los principales
profesores
de las. diversas facultades. En el caso de obras im:
portantes, como la Historia de los heterodoxos 'españoles, de Me­
néndez Pelayo, la garantíA venía dada en la edición, sobre el
autor y la obra, in fine, por un doctor católico incontestable:
en ese
caso por el arzobispo de Granada, Dr. García y García
de Castro.
Hubo rendición.
En el caso actual de la Historia de la Inquisición, todas es­
tas garantíAs .han desaparecido. Eliminadó el obispo y la Uni­
versidad Pontificia, eliminado el comité
de decanos y profeso­
res de esa universidad, eliminado, en
fin, el ·doctor católko Jn­
contestable que la garantizaba. La «Biblioteca» se ha «abierto
al mundo»;
es decir, se ha rendido como suele suceder. Ausentes
los pastores, los lobos han entrado en el redil.
Porque
se ha confiado ahora la plena dirección de la obra a
un «Centro de Estudios Inquisitoriales» que se ha autodt!l;igna­
do, teniendo como animadores algunos universitarios o ideólogos
positivistas que vamos a ver entregados
.a su labor. En nombre de
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la tolerancia disfrutatán de absoluta libertad para destilar su vene­
no anticatólico en la «Biblioteca de Autores Cristianos
... » Y con­
servarán; conio rehenes -patéticos, a algunos especialistas verda­
deramente católicos y fieles a la historia de la Iglesia, a los que
recurrirán para completar la obra. Por
lo demás no se privarán
de ayudarse de historiadores ajenos a su Centro de Estudios,
pero escogidos .entre los católicos desviados
más notorios. Tal
ese
Suárez · Fernández, no ha mucho -buen investigador, de quien
el
Nouvel Obserpateur, en Francia, reproduce con deleite de­
claraciones de hoy, aberrantes.
Según él, Santo Tomás de; Aquino
no
es más que un plagiario del judío español Maimónides, cuyos
correligionarios, por otra parte, han construido «el ser español»,
el Don Qui¡ote, etc. (2).
Por supuesto, la operación ha sido subvencionada. ¿Por
quién? Por el Ministerio de Educación y Ciencia del gobierno
s_oci.lista español. Este gobierno sectario que está en camino de
lograr la extinción de la enseñanza libre (no oficial) que. su
si­
métrico socialista francés no ha conseguido. Y de quien la Con­
ferencia Episcopal no ha podido por menos de denunciar la pro­
paganda y los designios· anticat6)j_cos. Se puede suponer que se­
mejante financiación no ha sido sin contrapartida.
Como en
la televisión.
Antes bien, ha sido tan rentable que
se descubre enseguida
una semejanza evidente entre esta
Histl>ria de la ln.quisici6n y la
televisión -socialista· española, bien conocida -como máquina de
guerra anticatólica.
En uno como en otro caso se mantienen al­
gut\OS islotes-coartada de testimonios-fieles al catolicismo, los más
ingenuos o los menos molestos posible para la ideología reinante.
Pero
es para hacerlos batirse contra una tempestad que, con cual­
quier ocasión, arroja contra ellos 'la apología de las herejías, de
los heréticos y desviados, de las confesiones opuestas a la cató-
(2) • Nouvel Observateur, núm. 11, 17 de abril de 1986. Arúculo «Qui­
nientos años después de la Inquisición, la resurección de los judíos en Es­
pafía».
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GENOCIDIO DE LOS CATOLICOS EN SU HISTORIA
lica, la denuncia del retraso mental y del autoritarismo de la
«Iglesia oficial», de sus compromisos cou la «opresión» política
y social, de su gusto por el lucro a costa de «los pobres», de su
falta de atención a las «justas libertades» que reclaman
la opi­
nión y las costumbres,
de sus secretas• codicias, sobre todo finan­
cieras y sexuales ..•
En la Historia como en la televisión, es la ciencia el manto
que todo lo cubre.
El subtitulo del tomo I de la Historia lo pro­
clama
ya de entrada. Este tomo promete: el conocimiento cientl­
fico y el proceso bist6rico de la Inquisici6n. Declaración repetida
sin cesar a través de toda la obra: lo que
se escribió hasta ahora
sobre
la Inquisición era «acientífico» (primera página de la pre­
sentación),
y lo que se escribe ahora es el producto de la «rea
novación actual de la investigación» (pág. 47), que desemboca,
por fin, en «la intelección
cientlfica del Santo Oficio» (pági-.
na 224).
Una caricatura de la ciencia histórica.
En realidad, huidos los pastores, los ideólogos positivistas que
inspiran
la operación se lanzan, como manada de lobos, sobre el
rebaño de la historia católica: Y estos hombres
-los Escandell,
Avilés, Pinto, Contreras, animadores
.de ese Centro de Estudios
Inquisitoriales-no nos ofrecen, al hacer esto, sino una carica-
. tura de la ciencia histórica. Ante todo, al rebajar todo al nivel
de un sociologismo laicista y reductor que asimila el poder
es­
piritual a la opresión y la religión a la magia, eliminan de hecho
las dimensiones espirituales de
la historia.
Así,
se nos hace saber que· la Inquisición no era más que un
«fenómeno de naturaleza social» (pág. 221
), un «instrumento de
control social» (pág. 224
), nacido,· por supuesto, de la «política
constantiniana que convirtió al Estado en brazo armado de la
Iglesia» (pág. 225), incluso «arma de naturaleza política» (pá­
gina 702). Pero, ¿por qué entonces no existió Inquisición en
todo el milenio largo que
se extiende desde el siglo IV de Cons-
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JEAN DUMONT
tantino hasta el siglo XIII, digamos hasta finales del xv en Cas­
tilla? Ninguna respuesta. O, incluso, averiguamos que la In­
quisición
es el producto de un ««paradigma (modelo, prototipo)
mágico-religioso» (pág. 229
), porque la «sociedad tradicional» es
«mágico-religiosa» al ser lá religión «la argamasa de los compo­
nentes políticos
y socio-económicos» y el «error contumaz en
la fe, la más grave disidencia social» (pág. 702).
"Amemos y protejamos la cizaña".
Todo esto es, evidentemente, obtuso. Incluso un historiador
agnóstico, masón
y totalmente de izquierdas como Marce! Ba­
taillon, el «príncipe de los hispanistas», no dejó de ver lo
que había de profunda e intrínsecamente religioso en la época
de la Inquisición española. Tal manifestaba ser su convicción
cuando el 28 de abril
de· 1975, en los últimos años de su vida,
nos escribía a propósito de nuestro trabajo
en común sobre el
«romance» Sevilla la realeza ( 1538), que concitaba a la guerra
contra el Turco
más social y estatalmente que la Inquisición a
la lncha contra la herejía: «en el fondo de lo cual -señalaba­
se encuentra la apertura escatológica que constitnía el elemento
arrebatador».
La apertura escatológica: se combatía al infiel o a
la herejfa ante todo en
la visión ardorosa de los fines últimos,
en un itnpulso de fe religiosa, en el deseo
ac.tivo de la Salvación
para uno mismo
y para todos.
Obrando as·í, cabía equivocarse, en todo caso, a nuestra mi­
rada relativista de hombres del siglo xx. Se imitaba, ditíamos,
la intolerancia violenta del Antiguo Testamento (donde, notémos­
lo, nada había del Estado constantiniano
), más que itnitar el
reinado de misericordia
y amor de Cristo que pide no arrancar
la
cizaña. Por más que Cristo no fuera el tipo bondadoso, no­
violento y la,<.ista que nos presenta Escandell en su Historia.
Y a que, al ser testigo sin debilidad del culto debido a su Padre,
Cristo expulsa por
fuerza .a los mercaderes del templo, y, señor
del banquete de nupcias místico,
envía a sus sirvientes a bus-
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GENOCIDIO DE LOS CATOUCOS EN SU HISTORIA
cal' y traer por fuerza a quienes reemplazarían a los invitados
ausentes. Pastor amante, pero ejerciendo
con plenitud su autori­
dad
y su derecho eminente de propiedad sobre el rebaño, va a
J. búsqueda de la oveja perdida, y quiere que exista allí «un
solo rebaño
y un solo pastor». Juez de los hombres a quienes
ha declarado
· que deben «permanecer en El», les recuerda que
los «sarmientos inútiles»
serán. arrojados fuera y más tarde que­
mados. Por mucha que sea la insistencia ~e . nuestros autores,
resulta difícil aceptar que el mensaje esencial del cristianismo se
reduzca. a «amemos
y protejamos la cizaña». A lo sumo tendría­
mos alú un buen subtítulo o slogan para la Historia de la In­
quisición que nos ocupa.
Pero en todo caso, si hubiera error en buscar y combatir al
hereje, se trataba, ante todo, de un impulso intrínsecamente re­
ligioso.
Disimulo de los datos.
La explicación puramente sociológica del fenómeno inquisi­
terial, aunque obtusa, no
es por ello inocente. Porque permite,
tras poner por delante el «control social» que
es de todas las
épocas, disimular los datos socio-religiosos
específicos de las
épocas concretas que
· dieron lugar a la creación · de la Inquisición
medieval
y, después, de la Inquisición española.
Así, con. referencia a la primera, Si¡árez Fernández omite
señalar este hecho fundamental: la herejía maniquea de los
cá­
taros suponía tin peligro absolutamente mortal para las. socieda­
des humanas.
Recordemos lo que sobre ella escnbfa un gran
erudito de la Universidad laica francesa,
Ferdinand Lot: «Es
necesario afirmar que ninguna sociedad moderna toleraría esta
doctrina. Al condenar
la procreación como un acto horrible y
vitando, ella tendía a la desaparición del hombre sobre la Tie­
rra». (
... ) En nuestros días, los maniqueos seqan recluidos en
un
C"{llPO de concentración o fusilados, y esto en cualquier Es-
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JEAN DúMONT
tado, cualquiera que fuese su estructura política» (3 ). Suárez
Feruández omite también que la predicación general, extraordi­
nariamente extendida e intensa, que
realizaron según una teología
renovada las nuevas
órdenes mendicantes, sobrepasó inmensa­
mente en el Languedoc la intervención de la Inquisición,
in­
cluso la sobrepasó en importancia. Una importancia que es,
también y ciertamente, intrínsecamente religiosa. Y ello al punto
que Georges Duby pudo
-escribir: «Al rehabilitar la materia, la
teología católica destruía el fundamentQ del cátari.smo, y fue tal
vez el cántico franciscano a las criaturas lo que consiguió las
victorias decisivas sobre la herejía» ( 4
).
La bibliografía que sobre la Inquisición medieval cita dicho
Suárez Femández es, por lo demás, insuficiente en extremo.
Lo
que contribuye- a explicar otrOs silencios e inexactitudes que, en
gran número, presenta el texto de este autor.
Al detener ..:_muy
poco científicamente- la bibliografía en 1966, ignora los tra­
bajos esenciales de Jean
Duvernoy, de Monseñor Vidal, el Mon­
taillou de Le Roy Ladurie que explota los precedentes, y los
no menos de cuatro volúmenes sucesivos de Monseñor Griffe,
decano de la Facultad de Teología de Toulouse, sobre los cáta­
ros y la Inquisición;
publicados en 1969, 1971, 1973 y 1980,
gran síntesis recientes sobre
el. particular.
Nada se dice del verdadero -problema.
En lo referente a la Inquisición española, la Historia incurre
en la misma disimulación de
los hechos. Escandell vuelve a la
vieja explicación de un sociologismo débil, según la cual
si se
atacaba a los judíos era porque se les atribuía el envenenamiento
de las fuentes. Presenta así como una sitnple «efervescencia hu­
manista» la acusación circunstanciada de la duplicidad religiosa
de
judíos conversos que lanzaban los mejores de ellos, sincera-
(3) FERDINAND Lor, Naíssance de la France, edición revisada y pÚesta
al día, París, 1970, pág. 552.
(4)
GEORGES ThIBY, Le temps des cathédrales, París, 1976, pág. 178.
90
Fundaci\363n Speiro

GENOCIDIO DE LOS CATOLICOS EN SU H[STORIA
mente convertidos. Ni una palabra sobre la «insolente arrogan­
cia» de dichos
conversos que, poderosamente establecidos y ar­
mados, «se
apoderaban de los cargos públicos» y que, con el
mayor descaro «celebraban cuando les parecía ceremonias ju­
daicas», como testifica el cronista
converso Alonso. de Palencia.
Ni una palabra tampoco sobre el
hecho_ de que estos «nuevos
cristianos oprimían de mil formas a los viejos
cristianos», como
señala otro
converso, maestro de los Reyes Católicos, Diego de
Valera. Y si
el co-autor de Escandell, Meseguer, dice algo sobre
este asunto, consigue
el propósito de no evocar el carácter con­
verso ( verdaderamente cristiano en este caso) de la propia In­
quisición, hecho también intrínsecamente religioso. Ni una refe­
rencia
al hecho, archiconocido, de que el primer inquisidor gene­
ral
y gran arquitecto de la Inquisición, Torquemadá, era él mis­
mo de familia conversa.
Nada aparece, pues, del verdadero problema «escatológico»,
como
escribía Bataillon, más . que social, para cuya solución fue
creada
la Inquisición: el peligro inmediato de una judaicización
forzada de España.
Se. trataba, para la Inquisición española, como
para
la medieval, de una tentativa ilegítima de «control social»,
la tentativa fundamentalmente anticristiana de minorías opri­
miendo a
la mayoría. En el caso de la nobleza cátara, apoderán­
dose de las iglesias y abadías en el Languedoc medieval (5). Y
el de los
conversos insinceros, adueiiándose del poder en la Es­
paiia de 1470. Tentativas de «control social» por el enemigo
que habían permitido los excesos de tolerancia católica del
mi­
lenio sin Inquisición, prolongados durante dos siglos más en
Castilla, hasta
el final de la Edad Media. Exceso. de tolerancia
que entregaba el rebaiio
cristiano a los lobos depredadores, cosa
que
Cristo no ha recomendado nunca.
Al haber tomado cartas en el asunto el pueblo español con
sus matanzas de conversos, el restablecimiento del «control so-
(5) «Lo que hizo·la fortuna del catarismo en el país de Languedoc ( ... )
fue el apoyo que le aportó la nobleza anticlerical», deseosa de apoderarse
-de los bienes de la Iglesia (Mgr. ELIE GRIFFE, Le Languedoc cathare et
l'Inquisition, Parls, 1980, pág. 3).
91
Fundaci\363n Speiro

JEAN DUMONT
cial» cristiano no hizo sino sustituir las vías de hecho por una
justicia regular que procuraría
-y conseguiría finalmente----la
plená cualificación cristiana de los conversos. El «control so­
cial» cristiano no fue así ni la causa ni la esencia del suceso. Fue
simplemente la
regularización de sus efectos, su moderación
puesta
en práctica para obtener la reconciliación.
Eliminación de la sustancia concreta histórica.
Pero nada se ha ahorrado en la Historia para que el lector
no pueda comprenderla. Las prohibiciones del concilio de Basi­
lea (1431), citadas por Meseguer en la página. 284, le indican
que la separación de
conversos y de judíos, exigencia pre-inquisi­
torial, era
urgida por razones intrínsecamente religiosas. Pero
nadie le dice que
esas prohibiciones no hacían más que reprodu­
cir
las aún más duras, y también intrínsecamente religiosas, die­
tadas por el primer concilio de España y de Occidente, el de El­
vira (Granada), en 305, Sin que hubiera intervenido el. más m!­
nimo «control social» de-tipo «constantiniano», puesto que en
esa época Constantino no ejercía todavía el poder.
De igual
· modo se ocultan las sublevaciones pre;ias y ma­
sivas del pueblo español contra los conversos judaizantes. Es­
candell habla de «enfrentamientos» en Toledo en 1449, que mi­
nimiza y seculariza calificándolos de «medio-confesionales, me­
dio-antifiscales». Pero no menciona ni la sublevación anti-con­
versos de Ciudad Real (también en 1449), ni la segunda suble­
vación de Toledo y de Ciudad Real en 1467, ni la rebelión de
Sepdlveda en 1468, ni la idéntica de Córdoba, extendida a toda
Andalucía central y a La Mancha meridional en 1473 .. Ni la re­
belión de Jaén, también en 1473, ni la de Segovia en 1474, de
la que fueron testigos los propios Reyes Católicos. Así queda
eliminado, a la
vez que la esencial sustancia religiosa del fenó­
meno inquisitorial, su concreta sustancia histórica.
Lo que sigue en la obra de la historia inquisitorial adolece
de las mismas superficialidad de pensamiento y ocultación de
92
Fundaci\363n Speiro

GENOCIDIO DE LOS CATOLICOS EN SU HISTORIA
los hechos. Al presentar Contreras los años 1564-1621, encuen­
tra en «los antagonismos socio-económicos polarizados en torno
a Roma y Ginebra» «el nudo gordiano que explica casi todo»
(pág. 705). Sería preciso saher, ante todo,
cómo un nudo gor­
diano pnede explicar cualquier cosa. Y, a continuación, cuáles
eran los antagonismos sociales que podían
enf¡entar entonces a
Roma con Ginebra. No existía,
dé hecho, ninguno, al ser la so­
ciedad calvinista ampliamente tan «autoritaria» y «controlada»
como la sociedad católica. Pero el término «Contra-Reforma» no
aparece suficientemente repulsivo a
los ojos de Contreras, por
lo que acuña el de «Contra-Reformismo» (pág. 706), bajo el cual
acumula todo lo negativo: intolerancia, control policial, etc. Sin
embargo,
el propio término Contra-Reforma sería ya abusivo,
como lo demuestra Braudel ( 6
), ya que la Reforma católica pre­
cedió
á menudo a la Reforma protestante (precisamente y por
ejemplo en España), y no fue nunca
más que parcialmente an­
tiprotestante y siempre de gran fuerza creadora por sí misma.
Citas en sentido único.
Si pasamos al siglo XVIII, veremos citar por la pluma de Egido
y para ilustrar la dureza de la represión inquisitorial, un texto
del polemista anticatólico de finales
de la época, Blanco White
(pág. 1.402). Pero no hay rastro de testimonios en sentido
in­
verso, como los de la misma época del abate Vayrac, viajero fran­
cés, o de Bourgoing, diplomático francés. El último .de los cuales ·
veía
en la Inquisición, lo mismo que el primero, un «modelo de
equidad»,
y mostraba, como testigo directo, la benignidad con­
creta de un castigo como el del látigo ( 7).
(6) FERNAND BRAUDEL, La Méditerranée et le monde méditerr'anéen Q'
l'époque de Philippe II (París, 1966, tomo II, págs. 102 y 105). Obra
fundamental, especialmente para la historia espafio]a y !Q!Dana, nunca-ci­
tada por los autores de la Historia. Que los sitóa · de antemano en su mi-
núsculo puesto. ·
{7) J.-F. BoURGOING, Tableau de l'Espagne moderne (Pat!o, 1797,
tomo I, págs. 3(fl y 366).
93
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]EAN DUMONT
En el artículo siguiente, debido a la señora Pérez, volvemos
a encontrar
análoga disimulación intencionada. Se cita como tes­
timonio incontestable (pág. 1.406) las
Noticias secretas de Juan
de Ulloa sobre
el Perú del siglo XVIII y el relajamiento de su
clero. Pero no se mencionan en absoluto las refutaciones de ese
texto publicadas hace treinta años. Por ejemplo,
la tesis presen­
tada en la Universidad de Georgetown, en
Washington, por el·
agustino P. Luis Merino (1956), o las obras del jesuita Cons­
tantino Bayle, especialista en historia del clero americano. Idem
en lo concerniente al proceso de Olavide, bajo la pluma de la
se­
ñora Moreno. Se omite señalar que la pena de confiscación de
los bienes del condenado no
fue ejecutada, y lo mismo en infini­
dad de otros casos. Habría bastado, sin embargo, con precisar
que el amigo de Olavide,
en cuya casa de Francia se instaló
-Dufott de Cheverny-escribe que el supuesto confiscado «vi­
vía allí como un gran señor ( ... ) invitando todos los días a co­
mer» (M;moires, cap. XV).
Cosecha de falsedades.
Pero aún hay cosas más hirientes. Los errores y las mentiras
proliferan en
la pluma de nuestros autores presuntamente «cien­
tíficos». Errores y mentiras que denuncian claramente lo que son
estos autores: ideólogos apresurados,
demasiado apresurados para
promover su propaganda. Suárez Femáodez,
al tratar de los pri­
meros antecedentes de la Inquisición, escribe, por ejemplo (pá-
. gina 250), que en el año 849, en el concilio de Quierzy-sur-Oise,
el monje Gottschalk resultó condenado por haber negado
la iden­
tidad real de la Eucaristía con el cuerpo de Cristo. Cuando en
realidad fue por defender la predestinación y haber extraído
de
ella las más rigurosas consecuencias, por lo que este monje fue
confinado en un convento (8). Semejante error resulta inconce­
bible para quien conozca un poco la época, porque es esa conde-
(8) FBRDINAND LoT, op. cit., págs. 545 y 546.
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GENOCIDIO DE LOS CATOLICOS EN SU HISTORIA
nación lo que nos valió, sobre este tema. y no sobre el preceden­
te: tres tratados
de Hincmar, arzobispo de Reims, contra Gotts­
cbalk; una condenación
de Hincmar por parte de la Iglesia de
Lyon; un nuevo concilio reunido en Saint,Médard de Soissons
en 853; un nuevo concilio reunido en Valence en 855 en pre­
sencia del emperador Lotario 1;
un nuevo concilio reunido en
Savonnieres en 859; en fin, un último convocado en Thusey en
860, que
no concluyó. Gottscbalk murió poco· después, y sólo
entonces se extinguió la controversia.
Por su parte, Avilés, vice-presidente del Centro de Estudios
Inquisitoriales
con Escandell, y por ello mismo muy significa­
tivo, incúrre en la página 446 en una· falsedad reveladora tam­
bién de una apresurada documentación. García de Loaysa, presi­
dente del Consejo
de la Inquisición _en 1522 e inquisidor gene­
ral en 1546 fue -escribe Avilés-«hijo de don Alonso de Car­
vajal y de doña Ana González de Paredes. Fueron sus herma­
nos Fr. Jerónimo de Loaysa y Fr. Domingo de Mendoza». Es­
cribir esto, que es doblemente falso, en cuanto a· los padres y en
cuanto al primero de los pretendidos hermanos,
y ello sobre un
personaje central en toda la
época, puesto que, además de arzci,
hispo de Sevilla, fue comisario general de la Cruzada ( contra el
Turco), cardenal, presidente del Consejo
de Indias, confesor y
corresponsal íntimo de Carlos V, tras
de haber ejercido como
general de los dominicos, revela que no se sabe gran cosa de esa
época. Tanto más cuanto que el doble sepulcro de los verdade­
ros padres de
García de Loaysa constituye uno de los más be­
llos monumentos escultóricos de la época, conservado en la mag-.
nífica iglesia de San Ginés, de Talavera, que Loaysa hizo cons­
truir. Con los verdaderos nombres que son Pedro de Loaysa y
Catalina de Mendoza,
y sellado con sus armas: escudo con banda
transversal de los Mendoza
y escudo con cinco rosas . de los
Loaysa.
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JEANDUMONT
DOnde se ve quiénes son serios.
Todo lo cual es conocido de siempre por haber sido el padre
de García de Loaysa un personaje distinguido.
Se lee, en efecto,
en el
Nobiliario genealógico de López de Raro (1622): «Pedro
de Loaysa,
corregidor de Salamanca y miembro del Consejo de
los
Reyes Católicos, padre del cardenal-obispo de Sevilla, Gar­
cía de Loaysa» (9). Y puede, también, leerse
en los Hombres
ilustres de la Orden de Santo Domingo, de Touron, obra apare­
cida en 1747, en el articulo
Jerónimo. de Loaysa: «Meléndez
creyó que era hermano de García de Loaysa. Esta opinión debe
ser rechazada porque cada uno de ellos tiene una patria y
pa­
dres diferentes. El cardenal nació en Tala vera de Pedro de Loay­
sa y Catalina de Mendoza; Jerónimo nació en Trujillo de don
Alvaro de Carvajal y de Juana González de Paredes». Incluso
a comienzos del presente siglo
se podía leer en los Prelados se­
villanos, de José-Alonso Margado (1906): «El padre de García
de Loaysa, Pedro de Loaysa,
descendía de Jufre de Loaysa, uno
de los
más célebres conquistadores de Sevilla». Y este texto
estaba tomado del de otro Margado, contemporáneo de García
de Loaysa y autor de una conocida Historia de Sevilla aparecida
en 1587.
Se nos argüirá, quizá, que los mismos errores en que ha in­
currido Avilés se encuentran en diversos diccionarios de his­
toria recientes, como el Diccionario de Historia Eclesiástica de
.
España y el Diccionario de Historia; publicado por la revista «Oc­
cidente». Ello no hace sino confumar 1a falta de seriedad de
ciertas obras actuales, cuyos redactores son a menudo universi­
tarios. Y que historiadores menos ligeros, como Juan
Pérez de
Tudela, no
se han por ello equivocado. En su estudio preliminar
a
las Crónicas del Perú, de la «Biblioteca de Autores Españo­
les», señala éste la importancia de
Jerónimo de Loaysa, primer
arzobispo de Lima, primer responsable de la Inquisición en Amé-
(9) Op. cit., tomo I, pág. 391.
%
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GENOCIDIO DE LOS CATOLICOS EN SU HISTORIA
rica del Sur, personaje esencial del Perú colonial e incluso, en un
momento, su virrey de hecho. Pero no lo considera jamás her­
mano de García de Loaysa, presidente a la saz6n del Consejo
de Indias, de donde dependía el Perú. Lo hace «estrechamente
ligado
al cardenal-presidente García de Loaysa» y simplemente
«pariente» del mismo, lo que es cierto.
Un cubo de basuras.
Pero Avilés no se siente en absoluto coartado por su igno­
rancia de la verdadera identidad
de. Garcia de Loaysa. Como en
los otros animadores de la Historia de la Inquisición, la ligereza
de información no hace
-naturalmentec--sino alimentar en él
la animosidad hacia la historia católica. Porque a este García. de
Loaysa,
qúe Avilés conoce tan mal, va a sepultarlo inmediatamen­
te bajo un depósito de basuras. Va a hacer de él, en efecto, un
presidente del Consejo de Indias corrompido, que recibía
rega­
los en oro por precio de sus protecciones (pág. 456), y un gene­
ral de los dominicos libidinoso que hacía niños a las santas. mu­
jeres que se le acercaban, al igual que a las de su parentesco.
Utiliza para ello los chismes reunidos por el anglosajón Keniston,
que critica vivamente
el historiador de Carlos V, Ramón Ca­
rande, y, en la época, por el converso y protestantizante Alfon­
so de Valdés, enemigo personal de Loaysa cerca del emperador,
y denunciante excesivo de las costumbres del clero.
.
En verdad, tales hipercríticas habían sido ya iniciadas, al me­
nos en materia financiera, por Juan Pérez de Tudela, en lo re­
ferente a García de Loaysa y su pariente Jerónimo de Loaysa
en Perú. Pero investigaciones de historiadores especializados, así
como
el simple buen sentido, restabl~cieron la verdad. Jerónimo
de Loaysa, en Perú, como
ha mostrado el historiador especiali­
zado Guillermo Lohmann Villena (10), lejos de ser
el protector
de
los manejos de los conquistadores, según la acusación de Pé-
(10) GurLLBRMO LoHMANN VILLBNÁ, El co"egidor ... en el Perú (Ma-
drid, 1957). ·
97
Fundaci\363n Speiro

JEAN DUMONT
tez de Tudela, fue un personaje profundamente evangélico, «in­
flamado de amor por los indígenas», que como tal
adquirió «un
considerable prestigio personal». Acabó su vida cuidando a
in­
dios en un reducto del hospital que él mismo había fundado para
ellos y que existe todavía (bien que trasferido) en lima, Por
supuesto, y como
se ha indicado, «estrechamente relacionado»
· con su pariente Garda de Loaysa, presidente del Consejo de
Indias.
Además, con referencia a este último,
resultaría. absurdo
que Carlos
V, que llevaba muy a conciencia el gobierno del Nue­
vo Mundo, le hubiera confiado
la responsabilidad efectiva si se
hubiese tratado del corrupto. que pretende la Historia. Y, a ma­
yor abundamÍento, el historiador especialista, esta vez de las fi.
nanzas de Carlos V, Ram6n Carande, cita a Garda de Loaysa
entre los
más puros de los grandes gestores imperiales ( 11 •
De igual manera,. sería absurdo que Carlos V hubiese toma­
do como confesor
al general delos dominicos Garda de Loaysa,
si hubiera sido el libidinoso que se pretende. Y absurdo que haya
aceptado de él
la dura y magnífica correspondencia que se ha
consi;rvado y publicado. No se encuentran, por lo demás, hijos
naturales de
Garda de Loaysa' cerca de él ni en las genealogías
de su familia ni en el mayorazgo de Huerta de Valdecarábanos,
cercano a Toledo, que
él había dotado y donde aparecen todavía
sus armas. En
fin, en el momento mismo (años 1518 a 1524) e11
que se suponen multiplkadas sus fornicaciones y sus hijos na­
turales, Garda de Loaysa funda personalmente sobre tierras de
su propia
familia, en San Ginés de Calatrava, la muy exigente
«ultrarreforma» de
los Ptedicadores (12), q6e adoptarán gran
número de convéntos dominicos e, incluso, atraerá a esta ord~
conventos h·asta: entonCes jerónimos~
(11) RAMÓN CARANDE, Carlos V y sús banqueros (Barcelona, 1978,
tomo I, pág. 495).
(12) V. BELTRÁN DE HERE»rA, O. P., Historia J,' la reforma de la
provinda de Españá (Roma, 1939). ·
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GENOCIDIO DE LOS CATOUCOS EN SU HISTORIA
La abominable fórmula.
¿ Será excesivo suponer que al menos algunas de las objecio­
nes aquí
transcritas hubietan sido señaladas por A vilé.s en con­
trapartida de los infundios que acoge, si este vicepresidente del
Céntro · de estudios inquisitorialés hubiera sido realmente ull
«científico·» sin prejuicios? Por el contrario, la fórmula de com­
pensación elegida en este caso, por él, va a ser la abominable
fórmula que
hemos sugerido al principio de este análisis de la His­
toria-:. hacer redactar un capítulo complementario sobre García de
Loaysa en tanto que inquÍsidor a un sacetdote fiel a la historia
católica, pero· sin petmitirle
· replicar directamente a las infa­
mantes imputaciones
previamente lanzadas. Así,· se verá toma­
do, en cierto modo, como rehén el P. Andtés, que no
es miem'
bro dirigente del Centro de · Estudios Inquisitoriales. Que no
pudo sino escribir vigorosamente (págs.
533 a 537) lo contrario
de
cuanto escribió el vicepresidente del Centro.
Precisamente de la reforma de la orden dominica
"---'illCe An­
drés---', realizada bajo los auspicios de· García de Loaysa, es de
donde procede nada menos que la ilustre escuela
teológlca de Fran­
cisco de Vitoria, Domingo de Soto, Melchor Cano, etc. Y nada
menos que la ilustre labor misionera indigenista de los domini­
cos en América, con. su hermano'Domingo de Mendoza, Monte­
sinos,
Las Casas, etc. «Carlos V estimaba en mucho» a García
de Loaysa, al punto que el embajador de Venecia deda que era
la única petsona capaz .de ejercer una illfluencia . sobre el em­
perador. Su correspondencia con éste es un monumento de fide­
lidad, de visión a la vez política
.y espititual. Tenía, sin duda;
enemigos, especialmente entre los dominicos, cuyo generalato ha,
bía molestado, o entre los que en América se mostraban indige­
nistas a ultranza. Pero
el emperador buscaba y encontraba en él
«al hombre de conciencia, de personalidad íntegra y totalmente
independiente».
Como
se ve, la protesta indirecta del P. Andrés es fitrne y
emocionante. Lo que dice no es, por lo demás, sino lo que de
99
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JEANDUMONT
Loaysa decían ya los historiadores de la Orden dominicana, o
Morgado en sus
Prelados sevillanos: «religioso perfecto», «de un
celo
extremado por la disciplina eclesiástica», y que hacia nu­
merosas «liberalidades secretas a las familias pobres». O l)iego
Ortiz de Zúñiga, que, en sus documentados Anales eclesiásticos
l'J saulares de Sevilla (1677), precisaba: «un tanto rígido de ?'e
rácter ( ... ), . reunía grandés . riquezas en razón de· su manera par'
simoniosa de ,vivir ( en los altos puestos acumulados y. bien re­
munerados que tuvo), por más que fuese extremadamente ge­
neroso en limosnas» ( 13 ). El oro de García de Loáysa no pro­
cedla; pues, de la c:orrupción, nf servía para mantener amantes
e
hijos· naturales: no era sino el ptoclucto de los ayunos, 11bsti­
nencias y mortificaciones de uh . religioso que vivía ·en el siglo.
Pero esto es precisamente de lo que 1os lectores de la Historia
de la Inquisid6n tendrán mayor ocasión de dudar. Seguramente
tomarán
al P.· Andrés por un amable ingenuo que ignora que su
«religioso ejemplar» se hacia regalar cubas de ·Oto y cohabitaba
con las santas mujeres
que caían en sus manos. Tal como lo ha­
brán sabido, ellos mismos, de Avilés, setenta páginas antes. Buen
trabajo de genocidio de los católicos en
su historia... Casi un
crimen perfecto. ·
"Sex-shop"
y falsedades cómicas ..
Habría aún mucho que decir sobre este lllSlstente aspecto
sex-shop de la Historia de la Inquisici6n, repetido desde el in­
qnisidor del Perú en el siglo XVI basta las carmelitas y sus con­
fesores en el siglo XVIII. Allí Egida manifiesta por sí que se trata
más de «historia del sexo», escandalosa para la historia católica,
que
de heterodoxia (pág. 1.393). Habrá también que señalar .el
hecho de que jamás se evoca, en contrapartida, la grandeza de
discernimiento intelectual· que supo tener
la Inquisición espa­
ñola. Cuando rechaza, por ejemplo, condenar a Copérnico, Ga-
(13) Op. cit., Sevilla, 1677, pág. 503.
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GENOCIDIO DE LOS CATOLICOS EN SU HISTORIA
lileo o Descartes, condenados en Roma (Pérez Villanueva ignora
totalmente
-pág. l.-077-la importancia a este respecto del
Índex de 1667). Al igual que el hecho de que jamás se destaca
la grandeza de · la inJluencia cultural de la propia Inquisición a
través de obras de primera fila, especialmente
de Rodrigo Caro,
consultor· de la Inquisición, de Lope
de. Vega, familiar de la
Inquisición,
de Pérez de Monralbán, notario de la Inquisición, .
de Calderón de la Barca, «poeta inquisitorial» en frase de Me-
néndez Pelayo. ·
Pero no podemos dejar esta Historia de la Inquisición sin
descubrir en ella otras dos
imposturas muy.cómicas. Y que con­
firman el espíritu anticientlfico, tendencioso, hasta en el sub­
consciente, que preside a esta publicación. En la página 706,
Contreras, en
su gran ataque contra el «Contra-Reformismo de
Trento», cita entre
los testigos de la época, en 1567, al «viejo
cardenal Granvela». Pero en 1567,
el cardenal Granvela, nativo
del Franco-Condado y .alto .administrador de diversos Estados
de Felipe
II, no era «viejo»:· contaba sólo cincuenta años. Y
tampoco era
viejo en el sentido más amplio de decrépito, puesto
que
se muestra con graq vitalidad: doce años más tarde, en·l579,
Felipe Il. le juzgará todavía lo bastante. joven como para confiar­
le las riendas
de su imperio como primer ministra, en Madrid.
Y esto en plena crisis interior aguda (
expulsió11 del secretario
real
Amonio Pérez); y en plena aventura. exterior (conquista de
Portugal). Pero así son las cosas: de una. parte_Contreras, como
sus c9)egas, posee un conocimiento. lo bastante superficial de la
épo~a · como para ignorar que en ·1567 Granvela no era viejo. Y,
de otra, al haber sido Gtanvela el inspirador principal de la pq·
lítica de resistencia a la Reforma. en Europa, no · podía ser. para
un ideólogo progresista
como Contreras más que un hombre su­
perado por naturaleza. As!, el subconsciente tendencioso ocupa el
lugar del consciente ignorante, y le
hace .. escribir: «el viejo car­
denal Gran vela».
En la página l.3 7 5 se nos ofrece una declaración exactá­
'i:nente inversa, como un calco. La señora Moreho recuerda que
la condena de Olavide por la Inquisición convirtió al condena-
101
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JEAN DUMONT
do en mártir de la intolerancia, celebrado en toda Europa por
los
media de la gente «filosófica». Y entre las plumas .que can­
tan las desgracias de Olavide, la señora Moreno ·hace figurar al
«joven poeta Marmontel». Dato tan ioexacto
como significativo,
ya que
en 1779, en el momento en el que elogia al sentenciado
Olavide, Marmontel no
es «joven»: cuenta ya cincuenta y seis
años; puesto que nació en 1723. Y cuatro años más tarde, en
1783, será
nombr'!(io sécretario. perpetuo de la Academia fran­
cesa, que no
es puesto para. un muchacho. Pero tal es el ci.~.
Al ser Marmontel «filósofo», encarna evidentemente el progre­
so, la juventud del ¡nundo. Y aquí, de nuevo, el subconsciente
téndencioso ocupa
el lugar del consciente ignorante: en vez de
escribir «el viejo Granvela», escribe esta
vez «el joven Mar­
montel
... ».
La Cristiandad no es sino. la madre del KBG.
¿ Qué esperar, en fin, de· una obra que termina su análisis
del «fenómeno inquisitorial» católico situando entre las «super­
vivencias» de este fenómeno
al KGB y al «Gonlag» (pág. 228,
bajo la
firma de Éscandell)? Terminaremós, por nuestra parte,
con la anotación, suficiente y definitiva, de esta infamia. ¡Ofre­
cida hoy con todo descaro en la
gran «Biblioteca de Autores
Cristianos»! Pero no sin señalar que nuestros autores
son pro­
gresistas lo bastante retorcidos
· por el viento del Este como para
añadir aún otra «supervivencia» del «fenómeno inquisitorial»,
tal como sus menguadas mentes lo conciben. ¡Tal supervivencia
suplementaria
de k Inquisición, que ellos asimilan sin más con
el KGB y el «Gonlag», en una profundidad y exactitud que os
dejamos admirar, es ... «la CIA» (pág. 228; Ídem}!
y' si queremos cerrar . finalmente esta requi'sitoria, bastará
con señalar que, para estos pretendidos «Autores
Cristianos», la
Cristiandad no
es el sector del mundo y de la historia en· la que
el cristianismo iluminó todo
lo temporal, vida y muerte, cos­
tumbres, árté y pensamiento. De aquel modo, a menudo divino
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GENOCIDIO DE LOS CATOLICOS EN SU HISTORIA
o al menos santo, del que por siempre y a tal extremo somos
deudores.
El modo que wúó a San Luis y Tomás de Aquino,
Fray Angélico y Francisco de Asís, Isabel la Católica y Teresa
de Avila, San Vicente de Paúl y Bossuet. Que, en vez de amar
y proteger
la cizaña como hacen los uutotes de la HistorÚ, trató
de hacer un mundo «pensado por Dios» en el que «todo fuera
obra y reflejo de lo eterno»,
como ha dicho Génicot ( 14 ).
No. La Cristiandad no .es esto, no es la tierra nutricia de
nuestras irreemplazables raíces, roots, hasta lo. inefable. Sino que
se trata de «un matrimonio ilegítimo de la Lglesia con el Estado
y que produce frutos adulterinos»,
como escriben los ideólogos
de la Historia, aboliendo de hecho toda la historia católica (Es­
candell, págs. 236 y 243 a 246). «Una nueva forma de las
an­
tiguas teocracias» paganas, é:onstantiniana o judaica, elaborada por
los «bárbaros siglos medievales». En una «progresión hacia
el
abismo»: «la destrucción efectiva del espíritu cristiano origina­
rio» (interpretado éste al modo y según los prejuicios modernis­
tas y excluyendo toda tradición ulteriormente asumida).
En resumen, para estos señores la Cristiandad no ha sido
más que la mujer adúltera del espíritu cristiano, madre del KGB
y del «Goulag». Para pensar y escribir,
lo cual no les ha dete­
nido
ni aun· los bellos rostros y las · grandes almas de San Luis,
primer
rey de la Inquisición medieval, y de Isabel la Católica,
primera reina de la
Inqwsición española ...
¿Pensará alguien que exageramos al hablar de genocidio de
los católicos en su historia?
(14) LlloPOLD GÉNICOT, Les lignes de falte du Mayen Age (París,
1969, pág. 236).
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