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Número 317-318

Serie XXXII

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Esplendor de la verdad

ESPLENDOR DELA VERDAD
POR
. VICTORINO.ROJ;>RÍGUEZ, 0.,I_>.
l. Es. significativa y bella la . coincidencia de la fecha en que
Juan Pablo II firma su gran encíclica Veritatis sp!enáor; el 6. de
agosto de 1993, Fiesta de la Transfiguración, del Señor, y el con,
tenido del documento. «Brill6 su rostro como el sol y sus vestidos
se volvieron blancos como la
luz» (Mt. 17,2). 'Era la petición del
salmista: «Alza
sobre nosotros la luz de su rostro, Señor» (SaL
4,7, citado al principio). Y empieza present:ando aJesucristocomo
«luz verdadera que ilumina a todo hombre (Jn. 1,9)».
Es una encíclica de luz, de esplendor, de verdad liberadora,
de ejercicio de la libertad en la, verdad o de li~rtad verdadera,
Son los dos términos más repetidos en la encíclica: verdad (226
veces),
libertad (200 veces). Trata de la luz de la verdad para
disipar la nebulosa confusi6n que ha cundido en temas básicos de
moral cat61ica, que es una moral de libertad en la verdad.· «La
verdad os hará libres», repetirá con Cristo (Jn. 8,32). Se ptópone
«afrontar la que .sin duda constituye· una verdadera· crisis, por ser
tan gtaves las dificultades derivadas
de ella para la vida de los
fieles» (n. · 5). Ya hace seis años que, en la Carta apostólica
Spiritus Domini, del 1 de agosto de 1987, con ocasi6n del segundo
centenario de
la muerte de San Alfonso María de Llgorio, había
tomado la decisión de escribir una
encíclica «destioada a tratar;
más amplia y profundamente las cuestiones referentes a los fon,
damentos que sufren· menoscabo por parte de · algunas tendencias
actuales» ( n.
5 ). Particularmente, «c:on esta .encíclica se propo­
nen valoraciones ·sobre algunas tendencias actuales en la teología
moral.
·Las doy a conocer .aJiorá, ,eh obediencia a la palabra ·del
Verbo, núm. 317-318 (1993), 681-709 681
Fundaci\363n Speiro

VJCTORINO RODRJGUEZ, O. P.
Señor que ha confiado a Pedro d encargo de confirmar a sus her­
manos» (n. 115). «En
d ámbito de las discusiones teológicas
postconciliares
se han dado, sin embargo, algunas interpretaciones
de la moral cristiana que
no son compatibles con la doctrina sana»
( n. 29
). El amblcintel cúltuniHeipresfa a cllo: i«La cultura contem­
poránea ha perdido en gtan
par.te este vínculo esencial entre Ver­
dad-Bien-Libertad
y, por tantd, ·'volver a conducir al hombre a
redescubrirlo
es hoy 'una de fas éiifgelicias propias de la misión de
de
la Iglesia» (n. 84).
" ·2, ,¿Cuáles ·son· esas tendencias actuales: que minan los fun­
J'amentos.de
la teolog!amoral con.dudas, deformaciones, .tergiver­
saciones, olvidos, objeciones,· contestaciones, errores, negaciones?
· · : ,El Papa menciona el «relativismo», el «escepticismo», d «libe­
ralismo» .(nn.1,
33, 46), el «voluntarismo» (n. 84), el «historicis­
mó» (n.-32, 106),el «naturalismo» (nn. 36, 40), el «secularismo»
(n.:88),d «consecuencialismo» o .«propoi:cion.lismo» (nn. 75, 90),
el «situacionismo» (nn. 32, 47, 84), el«indiferentismo teológico»,
sea en tétminos expresos o ,equivalentes, según iremos viendo.
Más
que posiciones pragmáticas, son posiciones teóricas: «Las tenden­
cias subjetivistas, utilitaristas y relativistas, hoy ampliamente di,
fundidas, se presentan no simplemente como posiciones pragmá·
t:fuas, como usanzas, sino concepciones consolidadas desde el punto
de vista teórico» ·(n. 106).
· ·¿ Productos ideológicos más radicales y dañinos para la moral
católica?
EJ. miis subrayado por ·el Papa es «erradicar la libertad
de
su'rdación esencial y constitutiva con la verdad» (nn. 4, 32, 84).
· Concreción· de . este liberalismo subjetivista, y arracional es la
autonomía absoluta de la · conciencia personal; desvinculada de la
norma. objetiva y verdadera
de moralidad, auténticamente inter­
pretada por el Magisterio de la Iglesia (nn. 25, 26, 32, 36). «Se
opina que el mismo Magisterio no debe intervenir en cuestiones
mórales más que para exhortar a las conciencias» (n. 4 ). Se llega
a atribuir a la libertad la autoconstitución del hombre (n. 46).
El relativismo se refiere ida apreciación del bien y del mal
lnoral· en función del juicio individual o personal, no sólo desvincu-
682 {."'.'.
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',ESPLENDOR''DE LA .. V:ERDAD
lado de la nonna objetiva universal, de. 111, ley divina (natu~l o
tevelada),, o de la moral católica, sino esencialmente condicionadó
por la situación personal de cada uno, la previsión de fos efectos
r lá intencionalidad. Concreción de este relativismo moral es no
sólo lá ética de lá «situación». y. lo ·que lá encíclica llama «propor­
cionalism@
( n: 75 ); sino también la negación de actos intrínseca,
mente malos
por su .objeto, y de ·pecados·. «mortales» que no res­
pondan a una «opción
funcLimental». En ·este relativismo de la
«situación» · la moral intrínseca · o esencial, · debida al objeto . espe,
cffico,. se disuelve en lá situación del sujeto y demás circunstancias
históricas,.
valoradas pot las estadísticas y encuestas de opinión
(n. 46).
El naturalismo, secularismo
e indeferentismo teológico se ha­
cen sentir en la desatención a la ley moral natural en su universa­
lidad
e inmutabilidad (n. 4, 44); en la desgravación de responsa,
bilidad moral de los actos que no responden a una _ decisión perso.­
nal integral u opción fundamental; en la indiferencia teológica:,
de cara a Dios, de los fallos éticos dé quien. no piensa en El
(aunque no se diga, se recae en el error del llamado «pecado filo.
sófico» ) .. Sebre la democracia laica o atea, la encíclica se remite a
lo que había dicho la Centesimus annus (n. 101).
J. ¿Cuáles sori las líneas maestras de la Véritatis splendor
para encauzar o
mantener-fa «sana doctrina» en que insistía San Pa,
blo a Timoteo (II Tim. 4,3) y Juan Pablo II recuerda (n. 29)?
. Juan Pablo II quiso que precediera· a la encíclica el Catecismo
de la Iglesia Católica, al que toma ahora «como texto de referen'
cia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica.
La encíclica se limitará a afrontar algunas cuestiones fundamenta­
les de la enseñanza moral de la Iglesia» (n. 5).
Puntos luminosos sobre las sombras .que.ocultan la verdad
de
la moral ·católica son, a mi entender,-los siguientes: a). el principio
de que la libertad digna del hombre y dignificante es la libertad
dirigida por la verdad, que es liberadora; b) el principio de que
el norte
de la vida ·moral es la cvida eterna, que. el hombre necesita
y
por 'la que suspfra desde. lo más .profundo de su corazón; e) el
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'VICTORINO :· RODBIGUEZ, O:... P.
cumplimiento de la ley moral natural impresa en el corazón del
hombre,
. cuyos preceptos, explicitados en· el Decálogo y· en el
Sermón. de la montaña, son univetsalmente válidos
e inmutables¡
su cumplimiento, .singularmente el de los negativos, que .obligan
«semp<;r et pro semper», es inaplazable; d) la mediación de la
conciencia moral como juicio· recto; :no-autónomo, sino conformado
con
la ley revelada y ley natural, según la interpretación auténtica
del Magisterio, por encima del subjetivismo
·voluntarista de «de­
cisiones» personales, de conciencia; e) el alcance de la responsabili­
dad moral, en el bien
y en, el mal; a las acciones y omisiones con­
cretas, expresión de opciones fundamentales
y habituales o mar­
ginales a la actitud anterior;
f) la maldad intrínseca de las acciones
wyos objetos son, de suyo, · inconformables con la norma moral
divina: o natural, aunque la .intención o circunstancias les resten
gravedad;
g) la prioridad moral específica del objeto. de cara al
relativismo de los efectos o «consecuencialismo»; h) no a la moral
· humanista cerrada a la trascendencia; i) la responsabilidad de los
moralistas de cara. a los fieles que tienen
el sagrado derecho a re­
cibir una enseñanza moral católica.
Voy a explicitar más estos ,puntos con los. textos más signifi­
cativos.
4. La verdllil dignificante y liberadora. No se define la ver­
dad
en general ( = «adaequaticJ rei et intellectus»); se trata de la
verdad práctica. «Los hombres se santifican obedeciendo a la ver­
dad» (n.
1). El mismo Cristo, que dice ser la Verdad (n. 2) y que
ha.venido
al mundo para dar testimonio de la verdad (n. 87), dice
a
!Os Apóstoles que conocerán la verdad y que la verdad los hatá
libres (n. 34 ). Por eso, «si existe el derecho de ser respetados en
el propio camino de búsqueda de la verdad, existe aún antes la
obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y de
seguirla una vez conocida» (n. 34). Esta obligatoriedad
de la ver­
dad,
reafirmada en la Declaración sobre libertad religiosa del Con­
cilio Vaticano
II, había sido. insistentemente urgida en las encícli·
cas Mirari vos, Quanta cura y. Libertas praestantissimum, de
Gregorio
XVI, Pío IX y· León XIII, respectivamente, referidas
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ESPLENDOR DE LA . VE..RDAD
en la neta 58 de la presente en<;iclica. Oetto que no. existe moral
sin libertad, y que sólo en
la libertad puede el hombre convertirse
al bien (n. 34 ); peto se trata de la libettad en la verdad, no de una
libertad absoluta,
como si el hombre no fuese más que libertad
(n. 46).
5. El norte de la vida eterna señalado al ¡oven rico. De este
pasaje evangélico (Mt. 19,
16}. toma pie el Papa para definir toda
la vida moral en orden a la vida etetna, cuyo camino es la ptác­
tica de los mandamientos, y
para cuya re.lización perf el seguimi.ento de Cristo con la gracia de Dios. Es el tema am­
pliamente desarrollado COil gran unción en el cap: I, nn. 6-27'. de
la encíclica. «Los mandamientos indican al hombre el canún~ de
la vida eterna y a ella conducen: .. ; en la Nueva Alianza el objeto
de
la promesa es el reino de los cielos, tal como lo afirma Jesús
al comienzo del
Serm6n de la montaña ... ; a esta re.lidad. del Reino
se refiere la expresión "vida ete.rna", que es participación ~n la
vida misma de Dios» (n. 12). «Jesús mismo es el cumplimiento
vivd de la Ley, ya que El re.liza su auténtico significado con el
d911 total de sí mismo ; El mismo se hace Ley viviente y personal,
que invita a su seguimiento, da, mediante el
Espíritu, la gracia
de compartir su misma vida y su amor, e infunde la fuerza para
dar testimonio
del amor en las decisiones y en las obras» (n.15).
«Seguir a Cristo es el.fundamento esencial y original de la.moral
cristiana» (n. 19). «El amor y la vida según el Evangelio no
pue­
den proponetse ante todo bajo la categoría de precepto, porqu~
lo que exigen supera las fuetzas del hombre. Sólo son posibles
como fruto de un don de Dios, que
sana., cura y transforma el
corazón del hombre por medio de su gracia» (n. ,23 ), Juan Pablo lI
afirma, finalmente, con el Código, que «compete siempre y en
todo lugar a
la Iglesia proclamar los principios morales, inclusq
lds refetentes
al orden social, así como dar su juicio sobre cuales­
quiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los dete­
chos fundamentales de la persona humana o la salvación de las
almas» (n. 27).
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1VICTORINO R-0.DRIGUEZ; O. P.
· 6 .. El·cumpli11,iento. de ... la ley moral natural. Esí·· ste. un tem .. a
mny
reiterado. en la.encíclica; frente a un positivismo voluntarista
inaceptable: «Giertámente eFM,igistetio . de la Igl ia no desea
imponer a los fieles. riingún, .sisten:ia teol6gico ~ti , ar y menos
filos6fico, sino que,
para custodiar celosamente y explicar fiel­
mente la palabra de Dios, tiene
el deber de declarar la incompa­
l?ilidad de ci~s ori~ntaciones del pensamiento teol6gico y de
algun~s afirmaciones filos6ficas con, la verdad revelada» (n. 29).
«Se rechaza la doctrina tradicional sobre la ley natural y sobre la
universalidad y permanente validez de sus preceptos» (n. 4 ). El
P~pa asume el concepto de «ley natural» que diera s'anto Tomás.
~Esta rio es más que la luz de la inteligencia infundida en nosotros
por Dios. Gracias. a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que
se debe evitar»
(n. 12). «Esta ley se llama ley natural, no por re­
lación
a la naturaleza de los. seres irracionales, sino porque la ra­
z6n que la promulga es propia de la naturaleza humana» (n. 42).
~La Iglesia se ha referido a menudo a la doctrina tomista .sóbre
la ley natural, asumiéndola de su enseñanza moral. Así mi vene­
rado predecesor
Le6n XIII ponía de · relieve la esencial subordi­
naci6n de
la razón y de la ley humana a la Sabiduria de Dios y a
su ley. Después de afirmar que la ley natural está escrita y gra'
bada en el ánimo de todos los hombres y de cada hombre, ya que
no
es otra cosa que la misma raz6ri humana que nos lhanda hacer
el bien· y nos intlnia a no pecar, Le6n XIII se refiere a la razón
lnás alta del legislador divino. Pero tal prescripción de la raz6n
humana
no ·podría ten6: fuerza de ley si no fuera la voz e intér­
prete de una razón más alta, a la qúe nuestro espíritu y nuestra
libertad deben estar sometidos»
(n. 44 ).
«La separación hecha por algunos entre la libertad de los in­
dividuos
y la naturaleza común a todos, como emerge de algunas
teorías filosóficas de gran resonancia en la cultura contemporánea,
ofusca la percepci6n de la universalidad de la ley moral por parte
de la raz6n, Pero, en la medida en que expresa la dignidad de la
persona humana, y
pone la base de sus derechos y deberes funda­
mentales,
la ley nátural es universal en sus preceptos, y sú auto­
ridad se extiende a todos los hombres. Esta universalidad no
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ESPLENDOR DE,·LA-·VEiRDAD
prescinde de la singularidad de los seres· huínanos, nLse opone a
la unicidad y a la irrepetibilidad .de cada persona ; al contnario¡
abarca
básicamente cada uno de los actos libres, que· deben demos·
ti-ar la universalidad del verdadero bien. Nuestros . actos, al· some,
terse a la ley común, edifican la verdadera comunión• de las ·.pe,;,
sonas» (n. 51 ).
«Estos preceptos positivos, que prescriben cumplir algunas
acciones y cultivar. ciertas actitudes, obligan universalmente; soh
inmutables ; unen en . el mismo bien común los horhbres ,de cada
época de la historia, creados pata la misma vocación y destino
divinos. Estas leyes universales y
permanentes corrésponden a
conocimientos. de la razón práctica y se aplican · a .los actos 'partí>
culares mediante el juicio de la conciencia. El sojeto . que actúa
asimila personalmente la. verdad contenida en la ley, se apropia y
hace suya esta verdad· de su ser mediante fos actos y las corres:
pondientes virtudes. Los preceptbs negativos de la

ley natural son
universalmente válidos: obligan a todos y cada
uno, siempre y en
toda circunstancia.
·En efecto; se trata de prohibiciones que vetan
una detertninada acción «semper et pro setnper», sin excepciones;
porque la elección de un
determinado comportamiento· en' ningiliÍ.
caso es· compatible con la bondad de líl voluntad de líl · persona
que actúa, con su vocación a la vida con. Dios y a la· comwtlón
con el prójimo. Está prohibido a cada uno y siempre infringir
preceptos que vinculan a todos y cueste lo que cueste ; a DO· ofenc
der en nadie. y, ante, todo, en sí ttrismo, · la dignidad · personal y
común a todos» (n. 52).
La encíclica señala unos cuantos actos «intrínsecamente malos»¡
por los que jamás se puede optar; tan sólo pueden ser tolerados
como mal menor,
es decir, no producidos personalmente; sino
sufridos o aguantados: «La razón testimonia que existen objetos
del acto humano que se
configuran· como no ordenables a Dios,
porque contradicen radicalmente el bien de
la persona, creada a
su imagen. Son los actos que, en·
la tradición moral· de la Iglesia,
han sido denottrinados intr!nseáimente malos:· lo son siempre y
por sí mismos, es decir, por su objeto,. independientemente di' las
intenciones de quien
actúa y de las circunstancias. Por esto, sin
.f,87
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VICTORINO RODRJG"UEZ, O, P.
negar en absoluto el influjo que sobre la moralidad tienen las
circunstancias: y, sobre todo, las intenciones,
la Iglesia enseña que
existen actos que, por sí y en sí mismos,. independientemente de
las .circunstancias, son siempre· gravemente ilícitos por razón de
su objeto.
El mismo Concilio Vaticano U, en el marco dé respeto
debido a la persona humana, ofrece una amplia ejemplificaci6n de
tales
actos: todo lo que se opone a lá vida, como los homicidios
de cualquier
género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el
mismo
sgicidio voluntario ; todo lo que . viola la integridad de la
persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y
mentales, incluso los intentos de coacci6n psicológica ; todo
lo que
ofende a
la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas
de vida, los .encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la
es­
clavitud, la prostitución, la trata de· blancas· y de j6venes ; taro·
bién las condiciones ignominiosas de trabajo en las que .los obreros
son tra,tados como-mero·s instrumentos· de-lucro, no· como persa.:.
nas libres y' responsables ; todas estas cosas y otras semejantes son
ciertamente
oprobios que al corromper la civilizaci6n humana;
deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la
injusticia
y so11 totalmente contrilrios al honor debido al· Creador;
Sobre los actos intrínsecamente malos y refiriéndose a las
prácticas contraceptivas
. mediánte las cuales el acto · conyugal es
r¡,allzado
,intencionalmente inf=do, Pablo VI .enseña: en ver­
dad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar
un mal mayor ·o de promover un bien más grande, no es lícito,
ni aún
por razones gravísimas, ha= el mal para conseguir el bien
(cf. Rom. 3,8), es decir, hacer objeto de.·un acto positivo de vo­
luntad lo que es intrínsecamente desordenado y. por· lo mismo in­
digno de
la persona humana, ,¡unque con ello se quisiese salva­
guardar o
promover el .bien individual, familiar o social» (n. 80.
Los textos referidos son de Gaudium et spes, n. 27 y de Humande
vitae,
n. 14 ) ..
Juan Pablo II recuerda, al respecto, las palabras de San Pablo
en
1 Coi. 6; 9-10: «No os engañéis. Ni los impuros, ni los idóla­
tras,
ni los adúlteros, ni los afeminados; _ni los homosexuales, ni
los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores,
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ESPLENDOR. DE LA VERDAD.
ni los rapaces herederán el Reino de Dios». Y concluye: «Por esto,
las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un
acto
· intrínsecamente deshonesto por su objeto. en un acto subje­
tivamente honesto o justificable como elección» (n. 81).
· El Papa se hace eco de las objeciones contra los preceptos
universales e inmutables de
la ley natural, presentada· con unas
notas de fixismo y naturalismo o biologismo, singularmente en
su aplicación a la vida sexual, sin suficiente margen a la libertad
personal. Juan Pablo
11 escucha estas «contestaciones» y responde
muy adecuadamente desde
los presupuestos antropológicos, que
le sdn tan familiares, de la conjunción esencial de alma y cuerpo
en
la constitución. de la persona y en el dinamismo de la libertad.
Lo libre en el hombre no procede, no tiene· que proceder, al mar­
gen de ley
natural. Veamos lo que dice:
«En este contexto
han surgido las ob¡eciones de fixismo y na­
turalismo cdntra 1a concepción tradicional de la ley natural. Esta
presentaría como leyes morales las que en sí mismas serían sólo
leyes biológicas.
Así, muy superficialmente; se atribuiría a algunos
comportamientos humanos un -carácter permanente·-e· iri.mutable,
y, en base al mismo; se pretendería formular normas morales
universalmente válidas. Según algunos
teólogos, semejante argu­
mentd biologista
ó naturalista estaría presente incluso en algunos
documentos del Magisterio de
1a Iglesia, especialmente en los re­
lativos al ámbito· de la ética sexual y matrimonial: Basados en una
collceptión naturalística del acto sexual, se ·condenarían como Íllo­
ralmente inadmisibles la contracepción, la esterilización directa,
el autoerotismo, las relaciones prematrimoniales, las relaciones
homosexuales, así como la fecundaci6n artificial. Ahora bien,
se­
gún el parecer de estos teólogos, la valoración· moralmente nega·
tiva
de tales actos no consideraría de maneta adecuada· el carácter
racional y libre
del hombre, ni el condicionamiento cultural de
cada norma moral. Ellos dicen que el hombre, como ser racional,
no sólo puede, sino que incluso debe decidir libremente el sentido
de
sus comportamientos. Este decidir el sentido debería tener en
cuenta, obviamente, los múltiples
límites del ser humano, que
tiene una condición corpórea e histórica: Además, debería consi-
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VICTORINO RODRlGUEZ,. O. Ji: .
derar los modelos coroportamentales y fos significados que éstos
tienen en una cultura determinada. Y, sobre todo, debería respe­
tar el mandamiento fundamental del amor 'de Dios y del prójimq .
.Afirman también que, sin embargo, Dios ha creado al hombre
como ser racionalmente libre ; lo ha dejado en manos
de su propio
albedrío y de él espera una propia y raciQnal . formación de su
vida, El amor del prójimo significaría sobre todo o exclusivameJ1te
un respeto por su libre decisión sobre sí mismo. Los mecanismos
de los comportamientos propios del hombre, así como las llama0
das inclinaciones naturales, establecerían al máximo -como suele
decirse-- una orieo.tación general del comportamieo.to correcto,
pero
no podrían determinar la 11aloración moral de cada acto hu­
mano, tan complejo desde el punto de vista de .las situaciones.
Ante esta situación conviene mirar con atención la "reéta re­
lación que hay entre libertad y mturaleza humana, y, en concreto,
el lugar que
tieo.e el cuerpo humanq en las cuestiones de.1a ley
natural.
La libertad que pretende ser absoluta. acaba por tratar el cuer­
pq humano como un ser en bruto', desprovisto de significados y
de valores morales hasta que ella no lo revista de su proyecto. Por
lo cual, la
naturaleza· ·humana y el cuerpo aparecen como unos
presupuestos o preliminares,
materialmente necesarios para la de­
cisión de la libertad, pero extrínsecos a· la persona, al sujeto y al
acto humano.
Sus dinamismos. no podrían ·constituir puntos de
referencia para
la opción moral, desde el momento que las fina­
lidades de estas inclinaciones serían sólo bienes "físicos", llama­
dos por algunos "premorales",, Hacer referencia a los mismos,
para buscar indicaciones racionales sobre el orden de
la moralidad,
debería ser tachado de fisicismo o biologigmo. En semejante
con­
texto la tensión entre la libertad y una naturaleza concebida en
sentido reductivo se resuelve con una división dentro·
del hombre
mismo.
Esta teoría moral no está conforme con la· verdad . sobre el
hombre
y sobre sti · libettad. O>ntradice las enseñanzas de la Igle­
sia sobre la unidad del
set humano,· cuya alma racional es "per se
et essentialiter" la forma del cuerpo (DS 902, · 1440). El alma es-
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ESPLENDOR DE LA-YERDA·D
piritual e inmortal es el principio de unidad del ser· humano, es·
aquello por lo cual éste existe como un. todo ~"corpore et anima
unus»--en cuanto persona. Estas definiciones no indican .sola­
mente que el cuerpo, para el. cual ha sido prometida la teSuttee,
ción, participará también de la gloria ; recuerdan igualmente. el
vínculo de la razón y de la hbre voluntad con todas las facultades
corpóreas y sensibles. La persona .,-incluido el cuerpo-está
confiada enteramente a sí
misma y es en la unidad de alma y cúer­
po donde ella es el sujeto de sus propios actos morales. La perso­
na, medi,µite la .luz de l¡,. .razón y .la ayuda de la virtud, descubre
en su
cuerpo. los signos precursores, la expresjón y la promesa
del
don de sí misma, según el sabio designio del Creador. Es a la
vez luz de
la dignidad de la persop.a humana ---<1ue debe afirmarse
por sí misma-como1a razón .descubre. el valor moral especifico
de algunos bienes a los que la persona ·se siente naturalmente in­
clinada. Y desde
el momento en que la. persona humaµa no puede
reducirse a una libertad que se autoproyecta, sino que comporta
una determinada estructura espiritual y
corpórea, la exigencia mo­
ral originaria de amar
y respetar a la persona como un fin y nunca
como
un simple medio, implica también, intrínsecamente, el res­
peto
de algunos bienes fundamentales, sin el cual se caería en el
relativismo
y en el arbitrio.
Una doctrina que separe
el acto moral de las dimensiones
corpóreas. de su ejercicio es contrari.a a las enseñanzas de las Sagra­
das Escrituras y
de la Tradición. Tal doctrina hace revivir, bajo
nuevas. formas, algunos viejos errores combatidos siempre
por la
Iglesia, porque reducen la persop.a humana a una. fü,ertad espiri­
tual, puramente formal. Esta reducción ignora el significado moral
del
q,erpo y de sus comportamientos (cf. I Cor. 6, 19), El apóstol
Pablo declara excluidos del
Reino de los cielos a los impuros,
idólatras,
adúlteros, afeminados, homosexuales, ladrones, avaros,
borrachos, ultrajadores
y rapaces (cf. I Cor. 6, 9-19). Esta conde,
na --citada por el Concilio de Trento (DS 1544 }-enumera como
pecados mortales, o
prácticas infames,. algunos comportamientos
específicos cuya
vollllltaria aceptación impide a ]os creyentes tener
parte· en la herencia prometida, Ea·efeeto, cuerpo.y aima .son in-
691
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VICTORlNO RODRlGUEZ, O .. P.
separables.: .en la persona, en el agente. voluntario y en el acto•®'
liberado;
están o se pierden juntos.
Es así
como . se puede comprender el verdadero significado
de
la ley natural, la cual se refiere a la naturaleza propia y origi­
naria del hombre, a
la naturaleza .de la persona humana, que es
la persona misma en la unidad del alma y cuerpo; en la unidad
de sus inclinaciones de orden espiritual y biol6gico,
as! como de
todas
las demás características especificas, necesarias pata alcan­
zar su fin ... La ley natural así entendida, no deja espacio de di­
visión entre libertad y naturaleza. En efecto; éstas están armóni­
camente relacionadas entre
s! e Intima y mutuamente aliadas. . . La
ley natural implica universalidad. En cuanto inscrita en la natu­
ráleza racional de
la persona, se impone a todo ser dotado de ra­
zón y qué vive en la historia» (nn. 47,51). .
El Papa se hace también cargo de la objeción contra la inmr,'
labilidad de la ley moral: «La gran sensibilidad que el hombre
contemporáneo muestra
por· ¡a .historicidad y por la cultura, lleva
a algunos a dudar de
la. inmutabilidad de la misma ley natural y,
por tanto, de la existencia de normas objetivas de moralidad; vá­
lidas para todos los hombres, de ayer, de hoy y de mañana; ¿Es
acaso posible afirmar como universalmente válidas para todos y
siempre permanentes ciertas determinaciones racionales estableci
0
das en el pasado, cuando se ignoraba el progreso que 1.a humani­
dad
habría hecho suve~vamente?» (n. 53). S! -responde el
Papa-, pero «el progreso mismo de las culturas demuestra que
en el hombre existe algo que las trasciende. Este algo es precisa'
mente la naturaleza del hombre: precisamente es\a naturaléza es
la medida · de la cultura y es la condición. para que el hombre no
sea prisionero de ·ninguna de sus culturas, sino que defienda su
dignidad personal viviendo de acuerdo con
· la verdad profunda de
su ser. .

. En todos
· los cambios . subsisten muchas cosas que · no
cambian y que tienen
su fundamento último en Cristo, que es el
mismo
ayer, hoy y por los siglos» (n. 53 ). «Oertamente -añacJe......
es necesario buscar y encontrar. !a formulación de las normas mo'
rales y permanentes más adecuadas a los diversos contextos cul­
turales, más capaz de expresar incesantemente 1.a actualidad his:-
Fundaci\363n Speiro

ESPLENDOR -DE LA. V'ERDA.D
tórica y hacer comprender e interpretar auténticamente la ver­
dad .. ;, pero eódem sensu eademque sententia», como decía el
Concilio Vaticano
I, DS 3020 (n. 53).
7. Mediaci6n de la candencia moral como ¡uido práctico
recto. En el tema de la conciencia confluyen singularmente los del
relativismo de la verdad y del bien y del absolutismo de la liber­
tad.
En este punto era urgente la intervención del Magisterio. Ha
sido amplia y matizada.
«En algunas corrientes del pensamiento moderrio se ha llegado
a exaltat
la libertad hasta el extremo de con~iderarla como un
absoluto que sería la fuente de· los valores. En esta dirección se
orientan las doctrinas que
desconocen el sentido de lo trascendente
o
las que son explícitamente ateas. Se han atribuido a la canden­
cia individual 'las pretr0gativas de una instancia suprema del juicio
moral, que decide categórica e infaliblemente sobre el bien y ·et
mal. Al presupuesto de que se debe seguir la propia conciencia ~e
ha añadido indebidamente la afirinación de que el juicio moral es
verdadero
por el hecho mismo de que proviene de la conciencia:
Pero de este modo, ha desaparecido la necesaria exigencia de ver­
dad en aras de
un criterio de sinceridad, de autenticidad, de acuer­
do con uno mismo, de tal formá que se ha llegado ·a uña concep­
ción .. i:adicalmente subjetivista del juicio moral.
Como se puede comprender
· inmediatamente, no es ajena a
esta. evolución
la crisis en torno a la verdad, · Abandonada la idea
de una verdad universal sobre
el bien, que la razón humana pueda
conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción mis,
ma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad
originaria, d sea, como acto de la inteligencia de la persona,. que
debe aplicar el conocimiento universal del
bien en uña determinada
situación
y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay
que elegir aquí y ahora ; · sino que más· bien se está orientando a
conceder a
la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de
modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en con­
secuencia. Esta visión coincide con una
ética individualista, para
la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa dé la verdad
Fundaci\363n Speiro

VICTORINO RODRlGflEZ, O. P.
de los demás. El .individualismo, llevado a las extremas conse­
cuencias, desemboca en la negación. de la idea. misma de natura­
leza humana. Estas diferentes concepciones están en la base de
las corrientes de pensamiento que sostienen la antinomia entre
ley moral y conciencia, entre naturaleza y libertad» (n. 32).
«Las tendencias culturales recorqadas más arriba, que contra­
ponen y
separan . entre sí libertad y ley, y .exaltan de modo idolá­
trico la libertad, llevan a
11!18 interpretación creativa. de la concien­
cia moral, que se aleja de la posición tradicional de la Iglesia y
de su Magisterio ... Esta voz -.se dice--induce al hombre no
tanto a una meticulosa observancia de .las normas universales,
cuanto a una creativa y responsable aceptación
. de los cometidos.
personales que
I)ios le encomienda .. Algunos autores, queriendo
poner de relieve el carácter creativo de la conciencia,
ya no llaman
a ·sus actos co:n el nombre= de "juicio", sino con el de "decisiones".
Sólo tomando autónomamente estas decisiones el hombre podrá
alcanzar su madurez moral. No falta quien piensa que este proceso
de maduraci6n sería obstaculizado por la postura demasiado cate­
górica que, en muchas
cuestiones morales, asume el Magisterio
de
la Iglesia, cuyas intervenciones originarían, entre los fieles, la
aparición de inútiles conflictos de conciencia» (nn. 54-55).
La enciclica no da entrada. a esta excrecencia de conciencia
creativa autónoma, producto del subjetivismo voluntarista, pues
«con estos planteamientos se pone en disensión la identidad misma
de
la conciencia moral ante la libertad del hombre y · ante la ley
de Dios» (n. 56). «Se puede decir, pues, que la conciencia da
testimonio de la rectitud o maldad del hombre al hombre mismo,
pero a. la vez y antes aún, es testimonio de Dios mismo, cuya voz
y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de
su
alma, invitándolo fortíter et saaviter a l,¡ obediencia: la con­
ciencia moral no encierra al hombre en una soledad infranqueable
e impenetrable, sino que la abre a
la llamada; a la voz de Dios.
En esto y ho en otra cosa reside todo el misterio y digi,idad de la
conciencia moral: en ser el lugar, el ·espacio santo donde Dios
habla al hombre» (n. 58). ·
-«El juicio de la conciencia .es un iuicio práctico ... Mientras
694
Fundaci\363n Speiro

ESPLENDOR. DE LA VERDAD
la ley natural ilumina sobre todo las exigencias objetivas y uni­
versales del bien moral, la conciencia es la aplicación de la ley a
cada
caso particular, 1a cual se convierte así para el hombre en un
dictamen interior, una llamada a realizar el bien en una situación
concreta. La conciencia formula así la obligación moral a la luz
de la ley natural ... El juicio de la conciencia muestra en última
instancia la conformidad de un comportamiento determinado res­
pecto de la ley ; formula la norma próxima de
la moralidad de un
acto voluntario, actuando
la aplicación de la ley objetiva a un caso
particular» (n. 59. La encíclica remite a la Instrucción del Santo
Oficio sobre la «Etica de
la situación», del 2 de febrero de 1956 ).
«La conciencia, por tanto, no es una fuente autónoma y exclusiva
para decidir lo que
es bueno o malo; al contrario en ella está gra­
bado profundamente un principio de obediencia a la norma obje­
tiva, que fundamenta y condiciona la congruencia de sus decisio­
nes con los preceptos y prohibiciones en los que se basa el com­
portamiento humano» (n. 60). «La·madurez y responsabilidad de
estos juicios
-y, en definitiva, del hombre, que es su sujeto--se
demuestran no con la liberación de la conciencia de la verdad ob­
jetiva, en favor de. una presunta autonomía de las propias decisio­
nes, sino,
al contrario, con una apremiante búsqueda de la verdad
y con dejarse guiar por ella én .el obrar» (n. 61 ).
La conciencia «no es un iuez infalible: puede errar. No obs­
tante, el error de
la conciencia puede ser fruto de una ignorancia
invencible,
es decir, de una ignorancia de la que el sujeto no es
consciente y de la que no puede salir por sí mismo. En el caso de
que
tal ignorancia invencible no sea culpable -nos recuerda el
concilio--, la conciencia no pierde su dignidad, porque ella, aun­
que
de hecho nos oriente en modo no conforme al orden moral
objetivo, no
cesa de hablar en nombre de la verdad sobre el bien·,
que el sujeto está llamado a buscar sinceramente» ( 62. Remite a
la
Gaudium et spes, n. 16, y antes a Lumen gentium, n. 16). Sin
embargo
-precisa con Santo Tomás--, «nunca es aceptable con­
fundir un error subjetivo ,sobre el bien moral con la verdad ob­
jetiva, propuesta racionalmente al hombre en virtud de su fin, ni
equiparar el valor moral del acto realizado con una conciencia
695
Fundaci\363n Speiro

VICTORINO RODJ,UGUBZ, O. P.
verdadera y recta, con aquel realizado siguiendo un juicio de una
conciencia errónea. El mal cometido a causa de . una . ignorancia
invencible,
o de un error de juicio no culpable, puede no ser im­
putable a la persona que lo hace,. pero tampoco en este caso aquel
deja de ser
un mal, un desorden con relación a la verdad sobre el
bien. Además el. bien no reconocido no contribuye al crecimiento
moral
de la persona que lo realiza» (n. 63 ).
«La conciencia, ·Como juicio último concreto, comprende su
dignidad cuando es errónea culpablemente, o sea cuando el hom­
bre no trata de buscar la verdad y el bien, y cuando, de esta ma­
_nera, la conciencia se hace casi ciega como consecuencia de su
hábito de pecado ... En efecto, para poder distinguir cuál es la
voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto sí es nece­
sario .el conocimiento de la ley de Dios en general, pero ésta no
es suficiente: es indispensable una especie de
connaturalidad entre
el hombre y el verdadero bien (Santo Tomás). Tal connaturalidad
se fundamenta
y se desarrolla en las actitudes virtuosas del hom­
bre
mismo» (n, 64 ).
8. Inaceptable teorla de la «opci6n fundamental». Es la teo­
ría; mantenida · y propagada por el redentorista alemán Bernardo
Hiiring y algún otro moralista (no citados), ampliamente analizada
y
rechazada en. sus extremos erróneos.
«Algunos autores proponen una revisión mucho más radical
de
la relación entre persona y actos. Hablan de una libertad fun.
damental,
más profunda y· diversa de la libertad de elección, sin
cuya consideración no -se podrían comprender ni valorar correc­
tamente los actos. humanos. Según estos autores, la función clave
en la vida moral habría que atribuirla a una opción fundamental,
actuada por aquella libertad fundamental mediante la cual la per­
sona decide globalmente sobre sí misma, no a través de una elec­
ción determinada y consciente a nivel reflejo, sino en forma
transcendental y atemática. Los actos
particulares derivados de
esta opción constituirían solamente unas tentativas parciales y
nunca resolutivas para expresarla, serían solamente signos o sín­
tomas de ella. Objeto inmediato de,estos actos -se die<>-.no es
696
Fundaci\363n Speiro

ESPLENDOR DE LA VERDAD
el Bien absoluto ( ante el cual la libertad de la ·persona se expre­
saría a nivel transcendental), sino que son los bienes particulares
(llamados también categoriales)
.. Ahora bien, .según la opini6n de
algunos te6logos, ninguno de
estos bienes, parciales por su natu­
raleza,
podtian determinar la. libertad del hombre como persona
en su
totalidad, aunque el hombre solamente pueda expresar la
propia
opci6n fundamental mediante la realizaci6n o el rechazo
de aquellos.
De esta manera se llega a introducir una distinción
. entre la
opci6n fundamental y las elecciones deliberadas de
un comporta­
miento concreto; una distinción que en
algunos autores asume la
forma de una disociación, en cuanto circunscriben expresamente
el bien
y. el mal moral a la. dimensión transcendental propia de la
opci6n fundamental, calificando como «rectas» o «equivocadas»
las elecciones de comportamientos particulares
«intramundanosl!>,
es decir, referidos a las relaciones del hombre .consigo mismo, con
los
otros y con el mundo de las. cosas, De este modo parece de­
linearse dentro del comportamiento humano una · escisi6n entre
dos niveles de moralidad: por una parte, el orden del bien y del
mal, que depehde de la voluntad, y, por otra, los comportamientos
determinados, los cuales son juzgados . como moralmente rectos o
equivocados haciéndolo depender s6lo de un cálculo técnico de
la proporción entre bienes y males «premorales» o
«físicos», que
siguen efectivamente a la acción. Y esto hasta el punto de. que
un
comportarr.iento concreto, incluso elegido libremente, es conside­
rado como un proceso simplemente físico, y
no según los criterios
propios
de un acto humano. El resultado al que se llega es el de
reservar la calificaci6n propiamente moral de la persona a la
op,
ci6n fundamental, sustrayéndola -o atenuándola-a la elecci6n
de los actos particulares y
de los comportamientos concretos»
(n. 65).
Nadie duda, y la encíclica menos, de la importancia y valor
moral de esas «opciones fundamentales»
tan radicales y decisivas
en la vida del hombre, plasmadas
en actitudes habituales o vir­
tuosas ; pero lo que no es aceptable y constituye un laxismo te6rico
intolerable,
es diluir en comportamiento «premoral» o «físico»
697
Fundaci\363n Speiro

VICTORINO RODRIG-UEz,· O. P.
los actos concretos libres y conscientes del hombre. Continúa la
endclica: «Por tanto dichas teorías son contrarias a la misma
enseñanza
bíblica, que concibe

la
opción fundamental como una verdadera
y propia elección de la libertad y vincula profundamente esta
elección a los actos particulares. Mediante la
elección fundamental,
el hombre
es capaz de orientar su. vida y -con la ayuda de la
gracia-tender a su fin siguiendo la llamada divina. Pero esta
capacidad
se ejerce de hecho en las elecciones particulares de actos
determinados, mediante las cuales
el hombre se conforma delibe­
radamente con la voluntad, la sabiduría
y la ley de Dios. Por
tanto,
se afirma que la llamada opción fundamental, en la medida
en que se
diferencia de una intención genérica y, por ello, no
determinada todavía en una
forma vinculante de la libertad, se
actúa siempre mediante elecciones conscientes y libres. Precisa­
inente por
esto, la 0opclón · fundamental es revocada cuando el
hombre compromete su libertad
en elecciones conscientes de sen­
tido contrario, en materia moral grave.
Separar la opción fundamental de los comportamientos
con­
cretos siguifica contradecir la integridad sustancial o la unidad
personal del agente moral en su cuerpo
y en su alma. Una opción
fundamental, entendida sin considerar explícitamente las poten­
cialidades que pone en acto
y las determinaciones que la expre­
san,
no hace justicia a Ia finalidad racional inmanente al obrar
del hombre
y a cada una· de sus elecciones deliberadas. En reali­
dad, la moralidad de los·. actos humanos no se reivindica solamente
por la intención, por la orientación u opción fundamental, inter­
pretada
en el sentido de una intención vacía de contenidos vincu­
lantes bien precisos, o de una intención
a la que no carresponde
un esfuerzo real
en las diversas obligaciones de la vida moral. La
moralidad no puede ser juzgada si se prescinde de la conformidad
u oposición de la elección deliberada de
un comportamiento con­
creto respecto a la dignidad y a: la vocación integral de la persona
humana» (n. 67).
La encíclica advierte el siguiente absurdo a que lleva esta
teoría:
«En virtud de una opción primordial por la caridad, el
698
Fundaci\363n Speiro

ESPLENDOR DE LA VERDAD
hombre -según estas corrientes---podría mantenerse moralmente
bueno, perseverar en
la gracia de Dios, alcanzar la propia salva'
ción, a pesar de que algunos de sus comportamientos concretos
sean contrarios deliberada
y gravemente a los mandamientos de
Dios» ( n. 68
).
9. Pecados intrlnsecamente malos y moriales por su ob¡eto.
La teoría de la «opción fundamental» pretende hacer · una reduc­
ción de máxima laxitud en cuanto a
la naturaleza y existencia · del
pecado mortal. Distingue entre pecados «graves» y pecados «mor­
tales». Estos no
se pueden dar niás que en opciones fundamenta­
les
por el mal y rarlsimamente se cometen. Aquellos no compro­
meten teológicamente la persona; son, en realidad,
«veniales»,
La endclica refiere y rechaza esta teoría: .
«Las consideraciones en forno a la opción fundamental, como
hemos visto,
han inducido a algunos teólogos a someter también
a una profunda· revisión la distinción· tradidonal entre pecados
mortales y los pecados veniales; ellos subrayan que la oposición
a
la ley de Dios, que causa la pérdida de la gracia santificante -y,
en el caso de muerte en tal estado de pecado, la condenación eter:
na-, solamente puede ser fruto de un acto que compromete a
la persona en su totalidad, es decir, un acto de opción fundamen­
tal. Según estos
teólogoo, el pecado mortal, que separa al hombre
de Dios, se verificarla solamente
en el rechazo de Dios, que viene
realizado a un nivel de libertad
no identificable con un acto de
elección ni al que se puede llegar con un conocimiento solo refle­
jo. En este sentido -añaden-es difícil, al menos psicológica­
mente, aceptar el hecho de
que un cristiano, que quiere permane­
cer unido a Jesucristo y

a su Iglesia, pueda cometer pecados mor­
tales tan
fácil y repetidamente, como parece indicar a veces la
"materia" misma de sus actos. Igualmente, serla difícil aceptar
que el hombre sea
capaz, en un breve periodo de tiempo, de rom­
per radicalmente el vínculo de comunión con Dios y de convertirse
sucesivamente a El mediante
una penitencia sincera. Por tanto,
es necesario -se afirma'-medir la gravedad del pecado desde
el grado de compromiso de libertad de la persona que realiza un
699
Fundaci\363n Speiro

YICTORINO RODRIGUEZ, O. P.-
acto, y no desde la materia de dicho act.o». (n. 69). A lo cual res­
ponde el Papa:
. «La exhorraci6n apost6lica possinodal, . Reconciliatio et poeni­
tentia
ha confirmado la importancia y la actualidad permanente
de la distinci6n entre pecados mortales y veniales, según la tra­
dici6n de la Iglesia. Y el Sínodo de los Obispos de 1983, del cual
ha emanado dicha exhortación, no sólo ha vuelto a afirmar cuanto
fue proclamado por
el concilio de Trento sobre la existencia y la
naturaleza de los pecados mortales y veniales, sino que ha querido
recordar que es pecado mortal ld que tiene como objeto una ma­
teria grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y
deliberado consentimiento.
La afirmación del concilio de Trento no considera solamente
la "materia grave" del pecado mortal, sino que recuerda también,
como una condición necesaria suya, el «pleno
conocimiento y
consentimiento deliberado».
Por lo demás, tanto en la teología
moral como en
la práctica pastoral, son bien conocidos los casos
en los que un acto grave, por su materia, no constituye un pecado
mortal por
.razón del conocimiento no pleno o del consentimiento
no deliberado de quien lo comente. Por otra parte,
se deberá evi­
tar reducir el pecado mortal a u¡, acto de "opción fundamental"
-como hoy se suele decir-contra Dios, concebido ya sea como
explícito y formal desprecio de Dios y del
prójimo, ya sea como
implícito y no
reflexivo rech,azo del amor. Se comete, en efecto,
un pecado mortal también cuando el hombre, sabiéndolo y que­
riéndolo, elige, por el motivo que
sea,· algo gravemente desorde­
nado. En efecto, en esta
elección está ya incluido un desprecio
del precepto divino, un rechazo del amor de Dios hacia la huma­
nidad y hacia toda ia creaci6n: el hombre
se aleja de Dios y pierde
la caridad. La orientación fundamental puede, pues, ser radical­
mente modificada por actos particulares. Sin duda pueden darse
situaciones muy complejas y oscuras bajo el aspecto psicológico,
que influyen sobre la imputabilidad subjetiva· del pecador. Pero
de
la consideración de la·.esfera psicológica no se puede pasar a
la constituci6n de una categoría teológica, como
es concretamente
la "opción fundamental" entendida de tal modo que, en el plano
700
Fundaci\363n Speiro

ESPLENDOR DE LA. V:ERD.A.-D
objetivo, cambie o ponga en duda la concepción tradicional del
pecado.mortal» (n. 70).
En realidad,
en,esta teoría de la «opción fundamental», no se
ha tenido en cuenta ~me permito añadit a las palabras de · la
encíclica~ qne la moralidad de las opciones habituales o actitu­
des, se valora
por los actos que las engendran y por los actos a
que inducen: la moralidad de los hábitos está
.en función de la
moralidad
de los actos, y no al revés.
Sobre la
maldad inttlnseca de ciertos actos por raz6n de su
ob¡eto,
ino,;denables de suyo a Dios, y que no pueden ser cohones­
rados por la intenci6n,
ya recogí, en el apartado 6, la posición de
la encíclica, con las referei,cias pertinentes a los números 80, '81.
Volverá a insistir en (cap. 3, nn;. 95, 96 y 115).
10. «Proporcionalismo» ético o inversión de las «fuentes de
mr,ralidad». Dentro · del relativismo moral, la · encíclica menciona
las éticas «teleológicas», «proporcionalistas» o «cónsecuencialistas»
.que pretenden valorar los actos morales, más que por su objeto
específico, por las
intenciones, los bienes producidos y sus con­
.secuencias a las . que han de ser. proporcionales los comportamien­
tos integralmente valorados. «Algunas . teorías éticas denominadas
·"teleológicas", dedican especial atención a la conformidad de los
actos humanos con los fines perseguidos por el agente
y con los
valores
que. él percibe» (n. 74). «Este teleologismo, como método
de reencuentro de la norma moral, puede, entonces, ser llamado
-según terminologías y aproximaciones tomadas de diferentes
corrientes de
pensamient~ consecuencialismo o proporcionalismo.
El primero . pretende obtener los criterios de la rectitud de un
obrar determinado sólo del cálculo de
las consecuencias que se
prevé pueden derivarse de la ejecución de una decisión. El segun­
do, ponderando entre sí los valores y los bienes que
persiguen,
se centra más bien en la proporción reconocida entre los efectos
buenos o
malos, en vistas al bien más grande o al mal menor, que
sean efectivamente posible en una situación.
Las teorias éticas teleoli5gicas ,(proporcionalismo, consecuencia­
lismo), aun reconociendo que los valores morales son señalados
701
Fundaci\363n Speiro

-VICTORINO RODRIGUEZ. O. P.
por la razón y la revelación, no admiten que se. pueda formular
una
prohibición absoluta de comportamientos determinados que,
en cualquier circunstancia
y cultora, contrasten con aquellos va­
lores. El sujeto que obra sería responsable de la consecución de
lcis valores que se persiguen, pero según un doble aspecto: en
efecto, los valores o bienes implicados en un acto humano sería,
desde un punto de vista,
de orden moral ( con relación a valores
propiamente morales, como el
amor, de Dios, la benevolencia hacia
el prójimo, la justicia, etc.)
y, desde otro, de owlen pre-moral,
llamado también no-moral, físico u óntico ( con relación a las ven­
tajas e inconvenientes originados sea a aquel que actúa, como a
toda persona implicada antes o
después, romo, por ejemplo, la
salud o su lesión, la integridad física, la vida, la muerte, la pérdida
de bienes materiales, etc.).
En un ·mundo en el que el bien
estaría siempre mezclado con
el mal
y cualquier efecto bueno estaría vinculado con otros efectos
malos,
la moralidad del acto se juzgaría de modo diferenciado:
su bondad moral. sobre la .base de
la intención del sujeto, referida
a los bienes morales,
y su rectitud sobre la base de la considera­
ción
de los efectos o coosecuencias previsibles y de su proporción.
Por consiguiente, los comportamientos concretos' serian cualifica­
dos. como "rectos" o "equivocados",. sip. que por-·esto sea· posible
valorar la voluntad de la persona que·los elige como moralmente
"buena"· o 11mal8.". De ·este modo, un acto ·que,-Oponiéndose a
normas universales negativas, viola directamente bienes conside­
rados como prerimrales, podría ser cualificado como moralmente
admisible si la intención del sujeto· se
éoncentra, según una res­
ponsable pooderación de los bienes impÜcados en la acción con­
creta, sobre el valor moral reputádo decisivo en la circunstancia.
La valoración de la acción; en base a la proporción del acto con
sus efectos
y de los efectos entre sí, sólo afectaría al orden pre­
moral. Sobre la especificidad
moral de, los actos, esto es, sobre
su bondad o maldad,
decidiría exclusivamente la fidelidad de la
persona a los valores
más altos de la caridad y de la prudencia,
sín ·
que esta fidelidad sea · incompatible necesariamente . con deci­
siones contrarias a ciertos· preceptos' morales particulares. Incluso
702
Fundaci\363n Speiro

ESPLENDOR DE L4 VE,8.DA.D
en materia grave, estos últimos deberían· ser considerados como
normas operativas siempre relativas y susceptibles de excepciones.
En esta perspectiva, el consentimiento otorgado a ciertos .compor,
tamientos declarados ilícitos .por fa: moral tradicional no implica,
ría una malicia moral objetiva» (n. 75).
No se juzgan los actos por su licitud u honestidad, sino por
su eficacia y utilidad. Fácihnente se. echa de ver en estas teorías
relativistas una inversión total de sustancia y circunstancia; esto
es, de la moral del objeto específico por
la moral de las circuns·
tandas
y las intenciones. El fin justificaría los medios; lo grave­
mente desordenado,
contrario a un precepto negativo {no fornica.
rás, no mentirás, por ejemplo), podría
ser. moralmente bt1eno.
«Sin embargo -precisa la encíclica~, semejant.es teorías '!º
son fieles a la doctrina de la Iglesia, en cuanto .creen poder justi­
ficar,
como moralmente buenas, ·el~ones deliberadas de compor­
tamientos contrarios .. ~ los mandan:tlentos .de.la ley divina y natu,
ral. . . Los preceptos naturales negativos
obligan sin excepción,;
{n. 76). «La consideración de estas consecuencias --así como de
las
intenciones-no es suficiente para valorar la cualidad moral
de una elección concreta ... Las consecuencias previsibles pertene­
.cen a aquellas .circunstancias del acto que, aunque puedan mo.di­
ficar la gravedad de una acción mala, .no pueden cambiar, sin
embargo, la especie moral»
{n. 77). «La moralidad del.acto humano
depende sobre todo
y fundamentalmente del ob;eto elegiJo ra·
cionalmente por la ~oluntad deliberada, como lo prueba también
el penetrante análisis, aún válido, de .Santo Tomás (1-11, 18, 6).
Así, pues, para poder aprehender el objeto de un acto, que lo
especifica moralmente, hay que situarse en las . perspectiva de la
persona que actúa...
El objeto es .el fin próximo de una elección
deliberada
... La ética cristiana no privilegia la atención al objeto
moral, no rechaza considerar la "teleología" interior del obrar,
en cuanto orientado a promover el verdadero bien de la perso!UI¡,
sirio que reconoce que éste sólo se pretende realmente cuando se
respetan
los elementos esenciales de la naturaleza humana» {n. 78).
En conclusión, «hay que rechazar las tesis, característica de
las teorías teleológicas y proporcionalistás, según la cual sería im,
703
Fundaci\363n Speiro

VJCTORJNO RODRIGUEZ, O. P.
posible cualificar como moralJiiente mala según, su, especie -su
objeto-la elección delibera,fa de algunos comportamientos o
actos
determinados prescindiendo de la intención por Ja que la
elección es hecha o de la totalidad de las consecuencias previsibles
de aquel acto para todas las .personas interesadas. El elemento
primario y decisivo para el juicio moral es el objeto del acto hu­
mano, el cual decide sobre su ordenabilidad al bien y al fin iilti­
mo
que es Dios» (n. 79,).,
11. Humanismo ético' · ce"ado a fa trascendencia. Algunos
moralistas no sólo
pretenden -«desteologizar» al acto humano
desordenado, sino inclüso «desmoralizarlo», hablando de eleccio­
nes
concretas desordenadas, contrarias a los preceptos, que no
pasan de ser premorales, físicas, simpletnente humanas, tuyo ob­
jeto no está integradd,eti la «opción fundamental», que es la pro­
piamente moral y responsable ante Dios. «Algunos han llegado a
teorizar una
completa' autonomia de la razón en el-ámbito de las
normas morales relativas-al recto ordenamiento-de la vida en este
inundo. Tales ndrmas constituirían el ámbito de una moral sola­
mente humana, es decir, serían la expresión de una ley que el
hombre se da autónomamente a sí mismo que tiene su origen.
exclusivamente en la r112ón humana. Dios en modo alguno podría
ser considerado Autor de esta ley ; sólo en el sentido· de que la ra­
zón humana ejerce su autonomía legisladora en virtud de un mari­
datd originario y total de Dios al hombre. Ahora bien, estás
tendencias de pensamiento han llevado a negar, contra 1a Sagrada
Escritura
(d. Mt. 15,3-6) y la doctrina perenne de la Iglesia, que
la ley moral natural tenga a Dios como autor y que
el lioinbre,
mediante su !112Ón, participe de la ley cierna, que no ha sido es,
tablecida por él» (n. 36 ). ·
«Queriendo, no obstante, mantener la ley moral en un con­
texto cristiano, ha sido introducida por algunos teólogos moralis­
tas una clara distinción, contraria a la doctrina católica (DS 1569,
1571 ), entre-un orden ético, que tendría origen humanó y valor
solamente mundano, y
un orden de la salvación, para .el cual ten·
drían importancia sólo algunas intenciones y actitudes interiotes
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ESPLENDOR. DE-·U -VERDAD
ante Dios y el prójimo. En consecuencia se ha llegadó hasta el
punto de negar· la existencia, en la divina Revelación, de un con­
tenido moral específico y determinado, universalmente válido y
permanente; la palabra de Dios se limitaría a proponer. una ex­
hortación, una parénesis genérica, que luego sólo la razón autólloma
tendría el cometido de llenar
de determinaciones normativas ver­
daderamente objetivas, es decir, adecuadas a la situación histórica
concreta» (n.
37 ). «No hay nadie que no vea que semejante ínter-.
pretación de la autonomía de la razón humana comporta tesis
incompatibles con
la doctrina católica» (n. 37). «La autonomía de
la razón no puede significar la
creación, por parte de la misma
razón, de los valores y de las normas morales.· Si esta autonomía
implicase una negación de la participación de la razón práctica· en
la Sabiduría del
Creador y Legislador divino, o bien se sugiriera
una·libertad
creadora.de·lasnormas morales, según las contingen­
cias históricas o las diversas sociedades y culturas, tal pretendida
autonomía contradiría la enseñanza de la Iglesia sobre la verdad
del hombre.
Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no
comerás, porque el
día que comieres de él; morirás sin remedio»
(n. 39). Más adelante, nn. 48 y 75, volverá a aludir a esta dis­
yunción de lo pre-moral o físico u óntico y lo moral. En esta
perspectiva se mueve la «ética civil».
«La fuerza salvífica
.. de la verdad es contestada y se confía
sólo a la libertad desarraigada de to.da objetividad, la tarea de
decidir
áutónomamerite lo que es bueno y lo que es malo. Este
relativismo
se traduce,. en el campo teológico, en desconfianza en
la sabiduría
de Dios, que gula al hombre con la ley moral. A lo
que la
ley moral prescribe se contraponen las llamadas situaciones
concretas, no considerando ya, en definitiva, que la ley de Dios
es siempre el
.único verdadero bien del hombre» (n. 84 ).
12. Ambitos sombrlos faltos de verdad liberadora. No se ex­
tiende la enc!clka en la clasificación y enumeración de pecados.
Recoge de San Pablo la enumeración de aquellos actos intrlnsetá­
mente malos y gtaves que impiden la entrada en el Reino (n. 81);
psra los pecados de orden social se remite al Catecismo de la Iglé-
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VICTORINO RODRlGUBZ,-Q. P.
sia Católica que menciona los comportamientos que contrastan
con la dignidad
hUlj'.lana (n, 100). Respecto de los pecados en po­
lítica .es bastante J.ncisivo.; J.nsistiendo en. la .encíclica anterior
Ce11tesim11s annus: «En el ámbito político .se debe constatar que
la veracidad en las relaciones entte
gobernantes y gobernados; la
transparencia en
la administración pública ; la imparcialidad en el
servicio de la cosa pública ; el respeto de. los derechos de los . ad­
versllrios políticos; la tutela de los derechos de los acusados contra
procesos y condenas sumarias; el uso justo y honesto del dinero
público ; el .rechazo de medios equívocos o
. ilícitos para conquis•
tar, mantener o aumentar a cualquier costo el poder, son princi­
pios que tienen
su base fundamental '- g,:ilarc.,-en el valor trascendente de la persona y en las exigencias
nmrales objetivas de funcionamiento de los Estados. Cuando no
se observan estos principios, se resiente
el fundamento mismo de
la convivencia
poUtica y toda Ja vida social se ve progresivamente
i:omprometida, amenazada y abocada a su disolución. Después de
la caída, en muchos países, de las ideologías que condicionaban la
política a una concepción totalitaria del mundo .,-la ptimera entte
ellas el marxismo--, existe hoy un riesgo
nd menos grave debido
a la negación de los derechos fundamentales de
la persona humana
y por la absorción en la política de la misma inquietud religiosa
que habita en el corazón de todo ser humano ;
es el riesgo· de la
alianza entre democracia ji relativismo ética, que quita a la con­
vivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despo­
jándola
más radicalmente del reconocimiento de la verdad. En
efecto,
si no existe una verdad última ~la cual guía y orienta la
acción
política-entonces las ideas y las· convicciones humanas
púeden ser insttumentalizadas fácilmente
para fines. de poder. Una
democracia sin valores
se convierte con facilidad en un. totalitaris,
mo visible o encubierto, como demuestra la historia» (n. 101 ).
La intransigencia " intolerancia can el mal, que es tiniebla,
es exigencia
de la verdad, que es Juz, «No dis¡ninµir en nada la
doctrina salvadora ·.de Cristo -'-habfa dicho Pablo VI-,-es. una
f¡,nna eminente de carida acompañado siempre
con la paciencia y cPQ. la bondad de la que
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ESPLENDOR DE LA VERDAD
el Señor mismo ha dado ejemplo en .el trato con los hombres. Al
venir no para juzgar, sino para salvar, El fue ciertamente intran°
sigente con
el mal, pero misericordioso hacia las personas. Lá
firmeza de la Iglesia en defender las normas morales universales
e inmutables no tiene nada de humillante. Está sólo al servicio
de la verdadera
libertad del hombre» (nn. 95C96). «Ante las nor­
mas morales que prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni
excepciones para nadie» (n. 96 ). «Sería un error gravísimo con­
cluir ... que la norma enseñada por la Iglesia es en si misma un
ideal que ha de ser luego adaptado, proporcionado a las -se dice-­
posibilidades concretas del hombre: según un equilibrio de los
varios bienes en cuestión» (n. 103).
«En este contexto se abré el justo espacio a
la misericordia
de Dios
pata el pecado del hombre que se . convierte, y a la com­
prensión por la debilidad humana. Esta comprensión jamás sig­
nifica comprometer y falsificar la medida del bien y del mal pata
adaptatla a
las circunstancias. Mientras que es humano que el
hombre habiendo
pecado, reconozca su debilidad y pida miseri­
cordia
por las propias culpas, en cambio es inaceptable la actitud
de quien hace de su propia debilidad el criterio de la verdad sobre
el bien, de manera que se pueda sentir justificado por sí mismo,
incluso sin necesidad de recurrir a
Dios y

a su misericordia»
(n. 104).
13. Gran responsabilidad de los Obispos y Teólogas. El Papa,
que siente la responsabilidad de
confirmat a sus hermanos, dirige
su encíclica a
los Obispos, pero pensando muy especialmente en
los· teólogos moralistas que están sufriendo crisis. «El teólogo mo­
ralista debe aplicar, por consiguiente, el discernimiento necesario
en
el contexto de la cultura prevalentemente científica y técnica
actual, expuesta al peligro del pragmatismo y del positivismo.
Desde el punto de vista teológico,
los principios morales no son
dependientes del momento histórico en
el cual vienen a la luz.
El
hecho de que algunos creyentes actúen sin observar las ense­
ñanzas del magiSterio · o, erróneamente, consideren su: conducta
como moralmente justa cuando es contraria a la ley de Dios de-
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VJCTORINO RODRIGUEZ, O. P.
clarada por sus pastores, no puede constituir un atgumento válido
para rechazat la verdad de las. normas morales . enseñadas por la
Iglesia. La afirmaci6n de los principios mc;,rales no es competencia
de los métodos empirico-formales» (n. 112). «Si la convergencia
y los conflictos de opiniones pueden constituir expresiones nor­
males de la vida. pública en el contexto
de una democracia repre­
sentativa,
la doctrina moral no puede depender ciertamente del
simple respecto de un procedimiento; en .efecto, ésta no viene
determinada en modo
alguno por las reglas y. formas de una de­
liberación de tipo democrático. El disenso, a base de contestacio­
nes calculadas y de polémicas
.a través de los medios de comunica­
ción social,
es contratio a la comunión eclesial y a la recta compren­
sión de la constitución. jerárquica del pueblo .de Dios» (n.
113 ).
«Como Obispos tenemos el deber de vigilar para que la pala­
bra de Dios sea enseiiada fielmente. Forma patte de nuestro mi­
nisterio pasto•al, a~ Hermanos en el Episcopado, vigilar sobre
la transmisión fiel de esta enseñanza moral y recurrir a las medi­
das oportunas para que los fieles sean preservados de cualquier
doctrina y
teoría contratia a ello. Todos somos ayudados en esta
tarea por los teólogos; sin embargo,
las opiniones teológicas no
constituyen la regla ni la norma de nuestra enseñanza.
Su autori­
dad deriva, con la asistencia. del Espirini Santo y en comunión
cum Petra et sub Petra, de nuestra fidelidad a la fe cat6lica reci·.
bida de los Ap6stoles. Como Obispos tenemos la obligación grave
de vigilar personalmente pata que la sana doctrina (l Tiro. 1,10)
de la fe y la moral sea enseñada en nuestras di6cesis.
Una

responsabilidad patticular tienen los Obispos en lo que
se refiere a las Instituciones Católicas. Ya se trate de organismo
para la pastoral familiar o
social, o bien de instituciones dedicadas
a
la enseñanza o a los servicios sanitarios, los obispos pueden
erigir y reconocer estas estructuras y delegar en
ellas algunas res­
ponsabilidades; sin embargo, nunca
están exonerados de sus pro­
pias obligaciones. Compete a ellos, en comunión con la Santa
Sede, la función
de reconocer o retirat en casos de grave incohe­
rencia, el apelativo de
cat6lica a escuelas, universidades o clínicas,
relacionadas con la Iglesia» (n. 116).
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ESPLENDOR DE LA. VERDAD
Con esto espero haber presentado los principales rasgos de
esta excepcional encíclica de
Juan Pablo II, en la que se hace
sentir
el s6lido y coherente pensamiento te6logico-antropol6gico
de
Santo Tomás, a quien hemos encontrado citado 23 veces.
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